José María Laso Prieto, Regionalismo, Nacionalismo, Estado de las Autonomías y Estado Federal, El Catoblepas 11:6, 2003 (original) (raw)

El Catoblepas, número 11, enero 2003
El Catoblepasnúmero 11 • enero 2003 • página 6
Desde mi atalaya

José María Laso Prieto

Crónica de las Jornadas celebradas en Oviedo los días 9 y 10 de noviembre de 2001, organizadas por la Fundación Horacio Fernández Inguanzo

Los días 9 y 10 de Noviembre de 2001, se han celebrado en Oviedo, organizadas por la Fundación Horacio Fernández Inguanzo y subvencionadas por la Fundación de Investigaciones Marxistas, unas Jornadas dedicadas a debatir sobres temas tan interesantes como los del regionalismo, nacionalismo, Estado de las Autonomías y Estado Federal. Como ponentes, participaron Francisco Bastida, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo, Juan Trías Vejarano, catedrático de Historia de las Ideas Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, Jaime Pastor, profesor titular de Ciencia Política de la Universidad de Educación a Distancia (UNED), Javier Navascués, profesor de la Universidad de Sevilla y José María Laso Prieto, presidente de la Fundación Horacio Fernández Inguanzo. Las sesiones de debate se celebraron en los salones del Hotel España de Oviedo.

José María Laso, Juan Trías y Francisco Bastida, el 9 de noviembre de 2001

La sesión del día 9, tras una breve presentación de José María Laso, comenzó con la ponencia del profesor Francisco Bastida. En la presentación se justificó la realización de tales Jornadas por la creciente actualidad del tema, en función de la evolución del Estado de las Autonomías hacia un Estado Federal. Se trató de que participasen en el debate representantes de las nacionalidades históricas. Empero ello no fue posible ya que, a causa de otros compromisos, no pudieron asistir el profesor Francisco Fernández Buey, el profesor Ferrán Gallego, el editor Miguel Riera –por parte de Cataluña– el profesor Carlos Barros, en representación de Galicia, y representantes de Ezker Batua.

Durante su intervención el profesor Francisco Bastida criticó duramente a los nacionalismos, a los que calificó de «artificiales» e «inventados», por su origen. «Y si no existe bases para ellos se inventan», añadió. También precisó que los nacionalismos «igual que surgen pueden desaparecer». Más aún, Francisco Bastida sostuvo que «los nacionalistas denominan diferenciación a lo insolidario». Así se quiebra el principio de igualdad que es consustancial con el Estado de Derecho. A su juicio, en las condiciones concretas de España, la izquierda no puede ser nunca independentista. Por otra parte, el Estado de las Autonomías ha funcionado razonablemente. En ese sentido, el profesor Bastida se pregunta ¿Qué aportaría el Estado Federal? Mayores autonomías, que las existentes, no constituyen un Estado Federal. Además, tanto el Estado de las Autonomías, como el Estado Federal, son incompatibles con el Derecho a la autodeterminación. Cualquier referéndum, sobre tal problema, –sobre todo en el caso de Euskadi– suscitaría graves problemas técnicos. Y más todavía si se tratase de repetirlo cada pocos años, debido a sucesivos fracasos nacionalistas. Los referéndums acerca de tal problema sólo se pueden realizar una vez cada generación.

El profesor Juan Trías centró su ponencia en los problemas que suscita el nacionalismo y en cómo los ha abordado el marxismo. A su juicio, el marxismo ha adolecido de una incomprensión sobre los problemas nacionales, derivada de una cierta superficialidad al estudiar el tema de las identidades en que se basa el fundamento de los nacionalismos. Por otra parte, el independentismo de los nacionalismos periféricos españoles actuales no es como el independentismo tradicional. Actualmente, tales nacionalismos pretenden tener directamente acceso a la Unión Europea. Es decir, sin pasar previamente por el Estado español. Juan Trías dedicó también mucha atención al papel que han desempeñado las lenguas en la génesis de algunos nacionalismos y en la homogenización nacional de los Estados centralistas. En ese sentido es paradigmático el caso francés. Al producirse la Revolución Francesa, coexistían en Francia 45 lenguas con el francés. Los revolucionarios franceses se esforzaron por hacer del francés la lengua nacional, priorizándola sobre sus competidoras.

En España existe una cierta tradición federalista, que Pi y Margall tomó de Proudhon. Es decir del anarquismo. El problema radica en la forma que deba darse a tal federalismo. El enfoque marxista acerca del nacionalismo radica en priorizar excesivamente la perspectiva de clase en detrimento de las identidades nacionales. Además, acerca de tales problemas, las burguesías están divididas.

El profesor Jaime Pastor abordó el problema desde la perspectiva de su génesis. A su juicio, en Europa han existido varios Estados nacionalizadores, productos de un nacionalismo imperial, que han pretendido homogeneizar, desde la perspectiva de la nacionalidad dominante, sus respectivos territorios. Ello pone en cuestión no tanto los derechos individuales como los derechos de grupo: étnicos, culturales &c. En ese sentido, debe tenerse en cuenta la sentencia del Tribunal Constitucional de Canadá que, respecto al problema del potencial independentismo de la provincia de Quebec, distinguía entre la aplicación del derecho interno y el derecho internacional. En la perspectiva de tal derecho internacional, el derecho a la autodeterminación pasó a un primer plano desde que al final de la II Guerra Mundial se inició el proceso de descolonización. Ese derecho a la autodeterminación es también aplicable al caso vasco, aunque antes haya que resolver sus modalidades técnicas.

Por su parte, el profesor Javier Navascués centró su ponencia en la evolución que sufrió el Estatuto de Autonomía de Andalucía. Esta región está dotada de acusadas peculiaridades culturales, aunque no exista en ella un auténtico movimiento nacionalista. No mantuvo realmente esta posición el denominado Partido Socialista de Andalucía, ni siquiera cuando pasó a denominarse «Partido Andalucista». A Andalucía se le negó –por no constituir uno de los denominados «territorios históricos»– la vía constitucional rápida para acceder a la asunción previa de competencias. Javier Navascués detalló minuciosamente el proceso mediante el cual el pueblo andaluz, mediante su movilización electoral en el correspondiente referéndum, logró acceder a esa vía rápida. El profesor Navascués razonó su preferencia por el Estado Federal simétrico y expuso como Andalucía se integraría sin problemas a tal forma de Estado.

José María Laso inició su ponencia definiéndose respecto a la forma de organización territorial del Estado. Es partidario de un Estado Federal simétrico en el que las diversas Comunidades autonómicas gocen de los mismos derechos y deberes en el campo político, social y económico. En el plano cultural es donde –en función de su peculiaridad respectiva– podría darse cierta asimetría sin que ella supusiese un agravio comparativo respecto a las demás comunidades autonómicas. En cuanto a la pregunta que el profesor Bastida planteaba acerca de las ventajas que tendría el Estado Federal respecto al Estado de las Autonomías, Laso sostuvo que así se evitarían retrocesos como el que supuso la LOAPA y los continuos conflictos y fricciones que originan los retrasos en las transferencias de competencias y los que suscitan los forcejeos respecto al porcentaje de impuestos que debe quedar para cada comunidad autónoma.

En su ponencia, José María Laso realizó un amplio repaso de la posición marxista respecto al tema de los nacionalismos. Reconoció que no existe una teoría marxista plenamente elaborada sobre el tema de las nacionalidades. Centrados fundamentalmente en resolver los problemas inherentes al proceso de emancipación de la clase obrera, Marx y Engels no elaboraron de forma sistemática una teoría del nacionalismo. No obstante, tal teoría se puede deducir tanto de la metodología del materialismo histórico como de las posiciones que los clásicos del marxismo sostuvieron sobre los problemas nacionales de Polonia, Hungría, Italia, Alemania, Irlanda, &c. El rechazo a la abstracción es lo que caracteriza a la posición de Marx y Engels sobre el problema nacional. Así difieren de la concepción liberal, y de Bakunin, sobre el problema nacional. Marx y Engels rechazaron la asunción del derecho a la autodeterminación como derecho absoluto y limitaron su alcance, y su puesto, entre los objetivos del movimiento obrero. Según los casos concretos, minimizaron o acentuaron, el valor instrumental de un principio percibido siempre según la dinámica revolucionaria. Es antinómico del principio de las nacionalidades, que ignora por completo la gran cuestión del derecho a la existencia nacional de los grandes pueblos históricos de Europa, tal y como la formularon Bakunin y Napoleón III, para quienes toda nación es un hecho natural que debe disponer sin reservas del derecho, también natural, a la independencia, de acuerdo con el principio de la libertad absoluta. Por el contrario, para Marx y Engels, el derecho a la autodeterminación debe circunscribirse únicamente a las naciones históricas y debe subordinarse siempre a la prioridad de la lucha por la emancipación de los trabajadores.

De hecho, para Marx y Engels, la cuestión nacional no es más que un problema subalterno cuya solución se producirá automáticamente por el desarrollo económico y gracias a las transformaciones sociales. Como consecuencia de ello, las naciones viables superarán todos los obstáculos mientras que las que constituyen «meras reliquias de pueblos» están condenadas a desaparecer. En esta última categoría Engels incluía a los eslavos del sur y a los vascos. Y es que la perspectiva en que se situaban Marx y Engels, al abordar la denominada cuestión nacional, es la de las transformaciones estructurales que implica el desarrollo del capitalismo: la creación de grandes entidades nacionales, de grandes espacios territoriales centralizados como condición previa para un gran desarrollo histórico que vaya en el sentido del progreso social. Es decir lo que actualmente se denomina «economía de escalas». El que la concentración en grandes Estados implique que, si se da el caso, comprendan una multitud de nacionalidades, es algo que nada cambia en los supuestos. Además la incorporación a tales Estados de las «reliquias de pueblos» beneficia a éstas, en la medida que se enriquecen culturalmente al incorporarse a una cultura mucho más desarrollada.

Sin embargo, la importancia estratégica de la cuestión irlandesa, para la lucha por la emancipación social en Gran Bretaña, cuya solución era para Marx y Engels clave para la resolución de tal problema, no sólo en Inglaterra sino en Europa, hizo del problema irlandés una excepción como lo era también la de la independencia de Polonia frente a la Rusia Zarista. El fuerte porcentaje de irlandeses entre la clase obrera británica condicionaba negativamente la lucha de clases en Gran Bretaña. De ahí el lema adoptado por Marx y Engels de que «Un pueblo no puede ser libre si oprime a otro». A partir de este principio, la lucha de las naciones oprimidas «subdesarrolladas» –incluso el caso de Irlanda se aborda como una cuestión colonial– podía servir de detonador para la lucha de clases en las naciones dominantes.

Este enfoque se desarrolló por los marxistas aplicándolo a dos grandes Imperios –el Austro-Húngaro y el Zarista– que estaban considerados, por la coerción ejercida para su constitución, como verdaderas «cárceles de pueblos». Los marxistas trataron de solucionar el problema mediante dos opciones. La primera fue la de los denominados «austro-marxistas» –Otto Bauer, Adler, Springer, &c.– radicaba en la autonomía nacional cultural, y supuso una interesante matización del problema aunque supusiese también una gran complejidad técnica. La segunda, preconizada por Lenin, Trotsky, Stalin y Tito después, consistía en la eventual aplicación del derecho de las naciones a la autodeterminación. Por el contrario, Rosa Luxemburgo siempre se opuso a tal principio, por considerarlo como un principio burgués contrario al internacionalismo proletario. Lenin, que polemizó sobre tal principio con Rosa Luxemburgo, apoyaba la autodeterminación de las naciones no en abstracto sino en situaciones concretas. Es decir, sólo cuando su aplicación favoreciese el desarrollo de la lucha de clases y el progreso social. Para Lenin, el derecho a la autodeterminación no era un derecho socialista sino un derecho democrático-burgués aplicable en determinados casos. Lenin distinguía también entre el derecho de las grandes naciones dominantes, que revestía la forma de chovinismo, y la del derecho de las pequeñas naciones dominadas. El primero debe ser condenado por los marxistas y el segundo apoyado cuando contribuya al progreso social. Lenin fue contundente en la condena del chovinismo de gran potencia. Así, a raíz de la actuación de Stalin, Orjonikidze y Djerzhinski en Transcaucasia, dijo «Me siento avergonzado ante los obreros de Rusia por la actuación del citado trío que han demostrado ser auténticos chovinistas gran rusos». Tal crítica de Lenin le condujo a su ruptura final con Stalin y a pedir que éste fuese destituido de su cargo de Secretario General del Partido.

Los problemas que suscitaría la aplicación en España del principio del derecho de las naciones a la autodeterminación, hay que situarlo en su perspectiva histórica y geográfica. El principio surgió en Europa en el contexto de las revoluciones democrático-burguesas de 1848 y se promovió, sobre todo, para resolver el problema de las naciones oprimidas incorporadas forzosamente a los imperios Zarista y Austro-Húngaro. Por ello, resultó una aplicación mecánica su inclusión en los programas de los partidos comunistas del Occidente de Europa. Así, desde su constitución en los años 1920-21, el Partido Comunista de España incorporó a su programa el derecho a la autodeterminación de Cataluña, Euskadi y Galicia, así como la devolución a Marruecos de las ciudades de Ceuta y Melilla, de las islas Chafarinas y de los peñones de Vélez y de la Gomera. Tal programa puede ser eventualmente revisable, en función del transcurso de los años y del cambio de condiciones sobrevenido. Un principio que surgió a mediados del siglo XIX, y para aplicar, sobre todo, a las naciones de Europa central y oriental, puede ser revisado en función de nuevos factores. Un nuevo factor es el que surgió en el mundo después de finalizada la II Guerra Mundial. Es decir, al iniciarse el proceso de descolonización de los países colonizados del Tercer Mundo. No cabe duda de que tal principio fue útil, para que tales países pudiesen ser descolonizados. De hecho el proceso de descolonización consagró el derecho de autodeterminación de los pueblos sometidos a la dominación de los colonizadores, posibilitando una independencia que éstos iban conquistando con su lucha popular. Incluso se creó, en el seno de la ONU, el «Comité de los 22» dedicado a supervisar, impulsándolos, los procesos de descolonización. En este plano, ningún demócrata puede poner reparos a tal derecho.

Ahora bien, posteriormente, el derecho a la autodeterminación ha sido instrumental izado por EE.UU. y Alemania y hasta por el Estado del Vaticano, para desmembrar Yugoslavia. Es decir, un Estado que no aceptaba someterse a sus directrices. Es un caso claro de utilización de tal derecho con finalidades reaccionarias. Lo mismo sucedió en el caso de algunas de las desmembraciones que se produjeron en la URSS durante la crisis orgánica originada por la «perestroika». En algunos casos, tal derecho ha sido ejercido por Repúblicas que se habían enriquecido a costa del sacrificio de sus repúblicas hermanas –como es el caso de Croacia y Eslovenia– y trata de ejercerlo la Padania, también enriquecida a costa del trabajo y sacrificio de los meridionales italianos. Además, algunos movimientos nacionalistas que han logrado la independencia de su país aplicando el derecho de autodeterminación, niegan el ejercicio del mismo a otras nacionalidades que son mayoritarias en algunas comarcas de su territorio. Es el caso de Croacia, respecto a la importante población serbia, mayoritaria en parte de su territorio, y el de Georgia en relación a Abjasia que culminó en guerra civil.

Teniendo en cuenta todo lo señalado, el hecho de que ha transcurrido siglo y medio desde que se formuló el principio del derecho de las naciones a la autodeterminación, y que tal principio se elaboró para solucionar los problemas nacionales que se suscitaban en los países de Europa central y oriental –fundamentalmente en los imperios Austro-húngaro y Zarista– la evolución que tal principio ha experimentado en los últimos años, los procesos de integración europea y mundial, &c., se hace necesario reconsiderar tal derecho. No se trata de poner en cuestión ese derecho que es, evidentemente, un derecho democrático aunque sea un derecho democrático-burgués. El problema se suscita en su aplicación concreta, tal y como lo plantearon los clásicos del marxismo, Lenin y otros especialistas en el tema. ¿Podemos seguir reivindicando su aplicación sin más a los casos de Cataluña, Euskadi y Galicia? Serían muchos los problemas que ello suscitaría. Así, entre otros, el de romper la unidad de la clase obrera española y distanciar a los pueblos de España que, a través de una historia común, se puede afirmar que es mucho más lo que lo que los une que lo que los separa. En el caso vasco, el tema reviste todavía una mayor complejidad. De las tres provincias reconocidas oficialmente como vascas, existe una gran diferencia entre el grado de nacionalismo de su población que alcanza un máximo en Guipúzcoa y un mínimo en Álava. Parecida diferencia existe en Vizcaya entre los territorios situados a partir de la margen izquierda de la ría y los situados detrás de su margen derecha. Además, existe el problema de Navarra y de la denominada Euskadi Norte (Luburdi, Zuberoa y Benabarra) situada en territorio del Estado Francés. ¿Será posible realizar un referéndum sobre el derecho a la autodeterminación de Euskadi que abarcase no sólo a Vizcaya, Álava y Guipúzcoa sino también a Navarra y a los vascos que viven en Francia? En la práctica, ello resultaría imposible y, en el supuesto remoto que se realizase, la derrota de los independentistas sería segura. Por estas, y otras razones Laso expuso que la única solución racional del problema es que el actual Estado de las Autonomías culmine en un Estado Federal simétrico, que debemos aspirar a que sea un República Federal que consagre el ideal de una nación no de étnias sino de ciudadanos.

Finalizada la exposición de los intervinientes, tuvo lugar un debate general entre los propios ponentes y entre éstos y el público asistente. La opinión mayoritaria se inclinó por la solución del Estado Federal simétrico, con la excepción del profesor Bastida, y un sector del público, que siguieron optando por el Estado de las Autonomías. En todo caso, con estas Jornadas se demostró la relevancia que tiene el poder debatir adecuadamente sobre los temas de regionalismo, nacionalismo, Estado de las Autonomías, Estado Federal simétrico y Estado Federal asimétrico.

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