Gonzalo Puente Ojea, Respuesta a tres contra-réplicas, El Catoblepas 12:13, 2003 (original) (raw)

El Catoblepas, número 12, febrero 2003
El Catoblepasnúmero 12 • febrero 2003 • página 13
polémica

Gonzalo Puente Ojea

Respuesta a los artículos publicados en el número 11 de El Catoblepas por
Marcelino Suárez Ardura, José Manuel Rodríguez Pardo y Pelayo Pérez García

En mi último escrito, en esta polémica en torno al «materialismo filosófico» de Gustavo Bueno, anuncié que, por mi parte, daba por concluido públicamente este asunto. Así lo mantengo y lo ratifico aquí.

Sin embargo, por deber de cortesía, deseo acusar recibo de las referidas contra-réplicas aparecidas en el número once de la revista El Catoblepas, de Enero pasado. No me propongo ahora retornar a la polémica, sino sólo formular indispensables observaciones.

El señor M. J. Suárez Ardura, en su extenso y brillante artículo –valioso sobre todo por su intento de resumir y reconstruir, desde su peculiar punto de vista, esta polémica en sus sucesivos momentos–, hace afirmaciones sobre algunos puntos, que no puedo aceptar. Comentaré solamente dos. En primer lugar, su insistencia, recurrente y, a mi modo de ver, gratuita sobre lo que él considera mis confusiones y saltos entre lo ontológico y lo epistemológico, sin duda llevado por esa obsesión taxonómica que caracteriza al Pr. Bueno y su escuela. Pues bien, estimo que la ontología y la epistemología –dos perspectivas en permanente reciprocidad, en la cual la segunda es el acceso y el fiel contraste de la primera, y esta el fundamento de aquella–, no sólo se entrecruzan continuamente y necesariamente en todo análisis crítico que se proponga llegar a las raíces mismas de la realidad, sino que se reclaman en todo instante la una a la otra y se funden en cuanto factores indisociables de toda reflexión fluida e integradora, dirigida a configurar una posición teórica sistemática. El plano meramente gnoseológico –propio de las ciencias en sus respectivos dominios– se sitúa, en un debate «filosófico», a nivel operativo o procedimental, pero relevante para una consideración general, y no sólo particular, del saber.

Como yo no me propongo «hacer ciencia», mi interés se centra no tanto en el proceso del conocer como en la posesión del conocimiento, es decir, en los fundamentos del saber. De ahí que mi modesto discurso teórico se despliegue en el plano epistemológico, siempre orientado hacia los referentes objetivos del pensamiento en cuanto que son estos los que constituyen la realidad como verdad radical. Esta asidua búsqueda de las referencias reales últimas explica mi necesario vaivén desde lo ontológico a lo epistemológico y lo gnoseológico, y viceversa, sin obviar nunca los significados propios de cada uno de los planos. Por consiguiente, la referida objeción que se me hace parece infundada, y es probablemente consecuencia de una actitud terminológica clasificatoria y formalista que tiende a reificar lo que deben ser solamente distinciones instrumentales introducidas en el discurso filosófico para alcanzar mejor conclusiones ciertas sobre la estructura de la realidad. Lo importante y principal consiste en saber que las cosas y su trama se constituyen en la incesante actividad de la energía-materia en su intrínseca reciprocidad como referente fundamental del saber, tanto en su función genética permanente como natura naturans, como en sus resultados en cuanto natura naturata, pero contemplando la realidad en cuanto en tanto que instancia siempre dinámica, y en consecuencia recursiva o progrediente en el curso abierto, y nunca cerrado, de los diversos niveles de su complejidad.

El otro punto se refiere al hecho de que el señor Suárez Ardura omite, al citar a la señora Atilana Guerrero, mi rechazo de su opinión de que es una simple e inocente "metáfora" la frase salida de la autorizada pluma del Pr. Bueno, según la cual, como él escribía literalmente, «la idea de Materia [Transcendental] desempeña, en la Ontología General Materialista, las funciones que corresponden a la idea del Ser [Transcendental] en la metafísica no materialista». Insisto aquí que esta declaración no es mera "metáfora" catalogable como un insignificante obiter dictum, ni un intranscendente gazapo sin relevancia, sino una declaración muy pensada, y que resulta crucial para iluminar la estirpe metafísica de la ontología que anima el «materialismo filosófico» de Gustavo Bueno, como ya dije en mi primera crítica de este sistema. La citada frase expresa, no menos, una analogía intrínseca de proporcionalidad.

En efecto, la analogía entre el ST de Aristóteles y la MT de Bueno se enuncia así: «el ST es todos los seres reales o posibles en cuanto que son ser, pero ningún ser en particular; y la MT es todas las materialidades en cuanto que son materia, pero ninguna materialidad en particular. Por consiguiente, puede dirigirse tanto al ST como a la MT la crítica en virtud de la cual lo indeterminado, en cuanto tal, no es, o, si se prefiere, equivale a nada. Es un _flatus vocis._»

No voy a repetir ahora los análisis críticos de mis dos primeros escritos refutando el giro que Aristóteles, tomando como punto de arranque la tradición eleática sustentada en la falsa identidad ser = pensar –que torcía la promisoria orientación naturalista iniciada por los pensadores milesios y jonios–, introdujo en el realismo platónico de las Ideas a fin de superar la aporía de la participación (metaxis) de estas entre sí, pues esa aporía impedía explicar el hecho empírico indubitable del cambio o movimiento. El círculo de hierro de la especulación idealista no se rompía multiplicando las Ideas, postulando Ideas de Ideas e Ideas de relaciones entre Ideas. Aristóteles tomó en sus manos, entonces, el concepto parmenideo del Ser sin fisuras y decidió vaciarlo de todo contenido o determinaciones, para lo cual elaboró una idea del Ser, como fundamento de la ontología, que lo definiría como el Ser en sí mismo, o sea, como el Ser en cuanto sólo ser, sin determinación positiva alguna. Bajo este imaginario manto real, el inmarcesible, por definición, Ser Transcendental (ST), se cobijaría todo el universo de los seres y sus propiedades ontológicas. Esta ficticia resolución de la aporía eleática escondía una gran trampa, que estuvo servida por la estructura apofántica de la lengua griega que hizo ilegítimamente posible que el lexema "es" en cuanto mera cópula sintáctica verbal de un enunciado predicativo se transmutase arbitrariamente en el infinitivo sustantivado o pronominal del verbo "ser". En rigor, "es" como mera cópula que es, y su modo infinitivo "ser", no son categoremas, sino que funcionan sintácticamente como términos sincategoremáticos en el sistema lógico –similarmente con lo que ocurre con "y", "no", &c.– (Léase sobre este asunto mis dos referidas Críticas.) Pero Aristóteles, sin pararse en barras, los convirtió en categoremas, lanzando así los prolegómenos del ancho cauce de la tradición metafísica de la ontología filosófica occidental por el que todavía navega, con leves acomodaciones verbalistas, el materialismo filosófico de Bueno y los suyos.

Pero, reflexionemos. Aun si fuera legítima –que no lo es– tal "transmutación" ontológica aristotélica, no dejaría de funcionar como una monumental tautología carente de toda información. Afirmar que «el Ser, en cuanto tal, es» resulta verdaderamente una simpleza, a no ser que previamente asociemos al lexema Ser alguna determinación –con lo cual, al mismo tiempo, se esfumaría el calificativo de "transcendental", apareciendo así un horrible agujero en el manto real–. Sin embargo, lo grave del asunto reside en el hecho, ya indiscutido, de que la "intencionalidad" es coextensiva a todo acto de conciencia o de pensamiento. Meinong y Brentano, y luego Husserl, enfatizaron este hecho capital: todo acto de pensar es pensamiento de algo, y este "algo" funciona aquí como objeto de una representación, y por consiguiente, como algo determinado (sin entrar ahora a discutir si es extramental o sólo mental). Lo absolutamente indeterminado, si existiese, se resistiría a ser pensado o concienciado. Todo ser o materia que se presente como "algo" indeterminado es una fictio mentis sin correlato existencial, salvo la facticidad de su mera entidad ficticia. Como ocurrió cuando el hombre prehistórico pensó sus experiencias oníricas en función de una ánima como "doble" de su cuerpo, sin ningún correlato existencial que correspondiese a esa fantasía, salvo esta misma en cuanto fenómeno mental. Tampoco el numen animal le pertenece a la bestia, sino al fantasma producido ilusoriamente por la mente. Su única realidad es la de esta última. El verbo ser sólo puede mentar intencionalmente a determinaciones, propiedades o sucesos que sean los objetos de representaciones o de voliciones. La "realidad" de referentes indeterminados o inexistentes –tanto el ST, como la MT– carece de realidad objetiva; como tampoco los númenes animales o las almas humanas son realmente númenes o almas, pues los unos y las otras carecen de existencia real como tales númenes o almas. Pero en estos dos casos hubo, al menos, sendos referentes determinables.

Esta indigencia ontológica dejaba al ST sin denotatum existencial, como un flatus vocis, una voz vacía. Para construir la ontología, Aristóteles tuvo que inventar un gancho del que pudiese colgar la cadena de los seres determinados y concretos, a los que denominó substancias, definidas como entes individuales determinados, existentes y únicos sujetos reales de atributos y predicados. Los entes reales eran seres existentes, simpliciter, substancias, en cuanto positividades concretas. Con matizaciones o retoques, la idea del ST pervivió, sin embargo, hasta hoy en muchos ámbitos de la filosofía de progenie metafísica, pero ya "substancializada", analógicamente, mediante los atributos transcendentales de unum, verum, bonum, pulchrum, y aliquid. Todos inherentes a la dignidad de Ser Supremo, los demás siendo seres sólo per analogiam, formulándose así el concepto de analogia entis como llave maestra de la ontoteología.

Ahora bien, como ya apuntamos, la Idea de Materia Transcendental no puede correr mejor suerte que la del ST. Yo diría que peor, porque al menos en el lenguaje común de las lenguas neolatinas el ST de los griegos (el griego manuscrito por el autor, «ser como ser») quería sugerir, confusamente, la generalidad del ser como atributo ontológico máximo, mientras que la idea de Materia evocaba lo informe, la pasividad, el no-ser. La idea de una MT es de suyo un tanto extravagante para nuestros hábitos lingüísticos, pues concebida la idea de materia como negatividad, como indeterminación radical, no sólo se alinea en estricto paralelismo con la idea aristotélica de ser indeterminado, sino que se convierte igualmente en el incontaminado manto real que cubre todos los seres sin excepción (cosas, mentes, esencias). La Materia General Ontológica que propone Bueno en cuanto MT viene a significar una entidad indeterminada, infinita, plural y abierta que no es otra cosa que la actividad ininterrumpida de la Conciencia o Ego transcendental en su tarea de ir devanando negatividades en un doble curso de progressus y regressus que oscila entre el inasequible extremo infinito de la Pura Nada por abajo y el inalcanzable extremo infinito del Acto Puro por arriba. Es decir, una Conciencia que opera la deducción transcendental de los géneros wolffianos de la ontología especial: el Mundo (que sería lo que el materialismo clásico y actual sitúa como su objeto y fundamento), el Alma, y Dios (o las esencias). La categoría de substancia queda descartada del sistema, pero se confirma enfáticamente la radical inconmensurabilidad de los tres géneros entre sí, al mismo tiempo que se les concede graciosamente la dignidad ontológica de "materialidades" (M1, M2, M3)!... Exorcismo de toda tentación de reduccionismo –muy especialmente el operado sobre M1 (bautizado chuscamente como «formalismo primario») en la más rigurosa tradición _idealista_–. A las ciencias –que cada día se aproximan más a una explicación fisicalista crítica muy elaborada– les asigna el «materialismo filosófico» el deber de mantenerse dentro de su respectiva escala categorial y de no inducir a violaciones del principio de inconmensurabilidad. El señor Suárez Ardura rechaza a radice la afinidad de los tres Mundos de Popper con las tres Materialidades de Bueno, argumentando que el primero se mueve en un peculiar monismo con emergencias pero continuista, a diferencia del segundo. No hay espacio aquí para demostrarle que yerra, pues Popper es incluso, más que un dualista, un pluralista; y de materialista tiene poco, aunque no tan poco como Bueno.

Reflexionando a fondo sobre esta polémica relativa al "mentefacto" que propone Bueno –con gran erudición y sutileza, sin duda–, me quedo con la impresión general de que los discípulos y seguidores del maestro dogmatizan la superioridad de su sistema in toto y también en sus puntos y comas. Practican una especie de "devotio iberica" de carácter filosófico. Exigen a cualquier interlocutor que se presente como crítico o adversario, que se discuta desde su vocabulario y con sus premisas conceptuales; y con prurito imperial de escuela, se muestran renuentes para poner punto final a la polémica mientras sus objetores no se abran a la luz de la verdad. Actitud característica de todo fanatismo, que es proselitista por vocación. Esta experiencia me lleva a establecer cierta analogía entre el Poder político y el Poder filosófico en cuanto a un elemento común de ambos: el deseo de adquirir la prerrogativa de imponer las definiciones, bien por haberla logrado por amplio consenso, o bien por arrebatarla por arrogación. Cuando se consigue de facto la prerrogativa de imponer las definiciones, o de cambiarlas, reformularlas o retocarlas, el Poder siempre gana a priori, porque siempre tendrá la razón. Sólo así puedo explicarme la superflua exigencia de que se exhiban las cartas con las que se juega en la definición de la ontología, pretendiendo que lo que yo, por ejemplo, alego en nuestra discusión son cartas pobretonas, inconsistentes y manifiestamente impresentables ante la majestad y esplendor del abstruso y sofisticado cuadro conceptual de la filosofía del Pr. Bueno, saturado de taxonomías frecuentemente nominalistas y siempre saturadas de exuberancia de distinciones y subdistinciones que configuran un escolasticismo que suele contribuir, no a iluminar, sino a oscurecer el sentido y el nervio de las cuestiones.

Mi posición es clara, tanto ontológicamente como epistemológicamente y gnoseológicamente. Dicha con excesiva concisión, es la siguiente: 1. El monismo materialista basado, en último término, en un fisicalismo crítico al nivel de los tiempos, es decir, en una ontología general sencilla en sus lineamientos pero rica y verificable, alejada de la nebulosa idealista de la ontología de raigambre metafísica. 2. La sustitución de las especulaciones sobre la Idea de Materia Ontológica General de raíz empírico-transcendental, por el tratamiento científico-filosófico de la energía-materia, en cuanto realidad ontológica universal investigable y abierta. 3. La prioridad de las ciencias en el plano gnoseológico y, por consiguiente, también en el plano epistemológico, para entender y explicar la realidad. 4. El reduccionismo como hipótesis y a la vez como postulado para el conocimiento de la Naturaleza, y en ella, del ser humano. 5. La conmensurabilidad de las teorías y la reducción interteorética, como principio, despojando al postulado reduccionista de su interpretación vulgar y tergiversadora. No se trata, de ningún modo, de identificar el reduccionismo con la "transmutación", por ejemplo, de una berenjena en sus componentes inorgánicos, o de una idea en sodio y potasio. Los milagros y los misterios son patrimonio de la fe religiosa o de la iluminación mística o taumatúrgica. El reduccionismo es lo que buscan cotidianamente los científicos: investigar, descubrir y explicar los mecanismos del proceso genético material, dentro de la continuidad fundamental de la naturaleza, para dar cuenta de la constitución de todos los fenómenos a partir de la energía física en su infinito y multiforme dinamismo.

Finalmente, deseo consignar mi extrañeza, después de haber podido estimar la factura intelectual del señor Suárez Ardura, de que rompa él lanzas en favor del señor Rodríguez Pardo por su muy mediocre artículo (para decirlo suavemente) titulado «La misión de la inteligencia», pues este representa un innoble intento de escarnecer y falsear la presentación en la Universidad de Oviedo de la Alianza de Intelectuales Anti-imperialistas. En mi anterior artículo ya expresé mi pésima opinión sobre este singular personaje mediante un puntual análisis de su incoherencia mental y su inmoral conducta al mezclar falsas valoraciones de mi persona con lo que era el tema del debate. Añadiré ahora que el tal señor acreditó una vez más que es un vulgar francotirador de ocasión, del cual es imposible saber desde qué ventana dispara –siempre sin puntería–, pues tira a voleo y sin discernimientos, y solamente para procurar hacer daño injustamente, guiado probablemente por sus resentimientos y sus malas inclinaciones.

Del señor Pérez García he de decir que su contra-réplica está, según mi apreciación, incluso por debajo de su pintoresco artículo precedente. Verbosidad incontenible, desorden en la exposición de las ideas, y excesivas reiteraciones de lo ya dicho, hacen de su contra-réplica una pieza muy aburrida y en la que nada nuevo aparece.

Gonzalo Puente Ojea
Madrid, 3 Febrero 2003

Nota: El señor Suárez Ardura afirma erróneamente que yo no respondí al artículo de Pablo Huerga en el nº 19, de 1995, de El Basilisco, lo que me indica que no ha leído el apartado Animismo, precisamente dirigido en primer lugar a Huerga, y después a los lectores en general, como así lo escribo al comienzo del texto. Quise responderle de esta forma, es decir, aclarando y reformulando el animismo tyloriano. Así lo entendió él mismo (Ver mi libro Ateísmo y Religiosidad, 1997, págs. 11-62).

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