Octubre de 1934, Gustavo Bueno, El Catoblepas 32:2, 2004 (original) (raw)
El Catoblepas • número 32 • octubre 2004 • página 2
Gustavo Bueno
Algunas consideraciones sobre el setenta aniversario
del frustrado levantamiento contra la II República en Asturias
Todos los años, pero sobre todo cada diez, a partir de Octubre de 1934, se conmemoran los «hechos» que tuvieron lugar en España y, muy singularmente, en Asturias. Todavía viven muchos de quienes intervinieron como agentes, como pacientes o como simples espectadores en aquellos hechos. Todos, o casi todos, recuerdan los hechos y sus testimonios suelen ser muy apreciados como «ejercicios» de la llamada memoria histórica.
Pero esta «memoria histórica», fuente indudable de datos para el historiador, no es un criterio infalible. Cuanto más verdadero sea el recuerdo, más falsos pueden ser los contenidos recordados, si quien recuerda estaba él mismo engañado o mediatizado. El concepto de memoria es esencialmente subjetivo, psicológico, individual: la memoria está grabada en un cerebro individual, y no en un cerebro colectivo puramente metafísico; sólo se pueden recordar, por tanto, los acontecimientos que nos han afectado directamente e individualmente (aunque fuese en actividades llevadas a cabo conjuntamente con otros individuos).
Hablar de «memoria histórica» como si fuera una entidad colectiva, a la manera como Jung hablaba de los «complejos colectivos», es como hablar del pleroma. Los hechos que ofrece una memoria histórica se los ofrece siempre a quien vive en algún presente; sólo desde el presente puede ejercerse la memoria histórica y, por consiguiente, según el modo de relatar, podemos saber tanto del presente de quien relata como de su pasado.
La tarea del historiador no consistirá entonces tanto en «recuperar la memoria histórica», cuanto, muchas veces, en desmontar esa memoria en sus partes, en analizarla y en explicarla. En cierto modo la historia crítica consiste más en demoler una memoria histórica deformada que en recuperarla tal cual. Quien recuerda su participación hace quizá cuatro décadas en algún aquelarre o en algún vudú que tuvo consecuencias importantes para un grupo determinado, por mínima racionalidad en la que se asiente, no podrá tanto «recuperar» la memoria histórica de aquellas participaciones, cuanto analizarlas desde el presente, descomponerlas y explicarlas, pero en modo alguno justificarlas o recuperarlas sin más. La historia es obra del entendimiento y no de la memoria, y esto dicho a pesar de la metáfora de Francisco Bacon que tanta fortuna ha tenido y sigue teniendo precisamente a propósito de Octubre del 34 y otros sucesos colindantes.
Los historiadores, que reclaman, no sin algún fundamento, su especial autoridad en el momento de analizar los relatos que ofrecen quienes poseen memoria histórica, tampoco pueden asegurar garantías definitivas. La mejor prueba es que ante un material empírico y documental más o menos común los historiadores se dividen en corrientes de opiniones diferentes y aún opuestas entre sí, y casi siempre correlacionadas con las afinidades políticas que el historiador pueda tener. Historiadores que militaron o simpatizaron con el ala izquierda del PSOE darán una visión distinta de quienes militaron o simpatizaron con la CNT o con el PC. Después de aportar al debate cada cual documentos nuevos, siempre seleccionados, las posiciones respectivas no suelen moverse ni un milímetro. Parece que el diálogo sirve casi siempre más que para remover al interlocutor, para reafirmarle en sus posturas. Las tergiversaciones están además a la orden del día, y están movidas por ideologías fáciles de determinar.
En la prensa de estos días se me atribuye, por algunos historiadores, «de izquierda», como si fuera opinión mía (calificada por supuesto de absurda y gratuita) la interpretación de la insurrección de Octubre como un caso de «guerra preventiva» (contra el fascismo: Dolfus, Hitler, Viena, Berlín, &c.). Quienes niegan en redondo que Octubre del 34 fuera una guerra preventiva están muchas veces movidos (no siempre) por su rechazo de principio al concepto mismo de guerra preventiva, tal como lo utilizó Bush II en la última guerra del Irak.
Clasificar a Octubre del 34 como guerra preventiva significará para muchos una descalificación. Pero quienes hablan de guerra defensiva contra «el ataque del fascismo» es porque suponen que el ataque fascista iba a venir de modo inminente después de la entrada de los tres ministros de la CEDA en el gobierno. Y resulta que esta guerra defensiva se habría desencadenado ante un ataque aún no recibido, por lo que la guerra defensiva y la preventiva vendrán a ser lo mismo.
Otros, en cambio, me han objetado que aquel octubre del 34 no fue ni guerra preventiva ni defensiva, sino simplemente ofensiva contra la República burguesa. Pero si se hubieran tomado la molestia de leer mi artículo, hubieran podido advertir que cuando yo utilicé el calificativo de «guerra preventiva» para octubre del 34, no pretendía decir que no fuera ofensiva contra la república burguesa (como, a mi juicio, lo fue). Yo estaba utilizando la fórmula «guerra preventiva» ad hominen, en un debate contra los pacifistas de izquierda socialista, comunista o republicana que se escandalizaban, en la primavera de 2003, ante el concepto de «guerra preventiva» utilizado por Bush II y sus aliados. Pero lo que yo dije fue esto: «_las izquierdas que hoy se escandalizan ante las justificaciones de Bush II y sus aliados de la intervención en Irak, como una guerra preventiva, deberían también escandalizarse ante la justificación que suelen dar de Octubre del 34 como guerra defensiva contra el fascismo, puesto que el ataque aún no se había producido_». Pero como en los cruces de opiniones a través de la televisión o de la prensa no suele hilarse fino, el crítico no quiere saber nada de argumentos ad hominem y te atribuye, sin más averiguaciones, «el absurdo proceder» de equiparar situaciones históricas tan distintas como Octubre de 1934 y Febrero de 2003.
¿Quiere esto decir que no es posible la objetividad histórica? No necesariamente. También puede querer decir que todo relato histórico de enjundia suficiente implica siempre unas coordenadas, a diferentes escalas, sin las cuales el relato no es posible. Y sin que esto signifique necesariamente que estas coordenadas han de entenderse siempre como «prejuicios subjetivos», o partidistas.
Quien mantiene determinadas coordenadas puede pretender (y tendrá que demostrarlo si puede) que las mantiene como plataforma sólida o verdadera. Por ejemplo, quien presupone que la democracia parlamentaria española, tal como se concreta en la Constitución de 1978, es una plataforma firme y verdadera, acaso la única, para reconstruir la historia de España del siglo XX, tendrá que interpretar Octubre del 34 como un conjunto de acontecimientos profundamente antidemocráticos (al menos procedimentalmente), aunque se suponga que se dirigieran a lograr la justicia social. Por el contrario quienes recuerdan o buscan «recuperar la memoria histórica» de Octubre del 34 en términos épicos o líricos (se proyecta levantar barricadas, marchas, estallidos pirotécnicos, &c., en Gijón o en Mieres durante los días de Octubre de 2004 homólogos a los del 34) difícilmente podrán mantener su interpretación desde las coordenadas de la democracia y del Estado de derecho (en la práctica, ni el PSOE actual ni el PP han manifestado su deseo de colaborar en estos proyectos, excogitados por organizaciones políticas y culturales que, durante la primavera de 2003, se manifestaron desde el pacifismo más extremo –«¡No a la guerra!» «¡Paz!» «¡Diálogo!»– como la Fundación Juan Muñiz Zapico –de CC.OO.–, el Ateneo Obrero de Gijón, Lliberación, PCA, IU, Bloque por Asturias, Sociedad Cultural Gijonesa, JCA, el foro Arte Ciudad y la fundación Horacio Fernández Inguanzo).
Otros, aunque reconocen que los sucesos de Octubre del 34 no fueron «constitucionales II República», los explicarán, y aún otorgaran su simpatía, atendiendo a su buena voluntad, a su romanticismo, y a su carácter épico y utópico –como si estos calificativos fueran defendibles en política–.
Otros van más lejos: aunque reconocen, casi como un defecto político, el carácter utópico y romántico de Octubre del 34, terminan «justificándolo» no por sus principios, métodos o causas, sino por sus efectos. Es el caso de Santiago Carrillo:
«Nunca he dudado de la necesidad del movimiento de Octubre de 1934. No se puede reescribir la historia con un si... condicional. Pero estoy convencido de que sin aquella lucha España hubiera desembocado en un régimen fascista, de tipo mussoliniano, rápidamente. Y hubiera conservado íntegras sus energías, derrotado sin resistencia al régimen republicano, para participar al lado del Eje en la II Guerra Mundial. Los acuerdos entre los monárquicos de Goicoechea, Barrera y Lizarza con Mussolini –publicados posteriormente– la posición de Gil Robles ofreciéndose a Franco al comienzo de la Guerra Civil, sin contar la financiación italiana a Primo de Rivera, son datos a mi entender bastante elocuentes. España se hubiera visto envuelta en la loca dinámica que el ascenso del fascismo desencadenó en el continente europeo. Otros países, en éste, se vieron arrastrados a la Guerra del Eje, sin que los antecedentes de sus relaciones internacionales, marcadas por su inclinación hacia Francia y Gran Bretaña, lo hicieran previsible. Nos hubiéramos ahorrado la Guerra Civil, pero no la cruenta represión fascista, ni las bajas, probablemente más cuantiosas, acarreadas por la participación en la II Guerra Mundial.» (Santiago Carrillo, Memorias, Planeta, Barcelona 1993, pág. 112).
Siempre se le podría decir a Santiago Carrillo que el desencadenamiento de futuribles que él despliega, digno de la más sutil ciencia media, tal como la concibió el padre Molina, no es otra cosa sino un consuelo, más o menos ingenioso (tanto más ingenioso cuanto más fantástico) para justificar a posteriori su intervención en los acontecimientos, aún reconociendo (y de un modo no muy consecuente, por tanto) su fracaso.
Niembro, 3 de octubre de 2004
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Respuestas de Gustavo Bueno a las preguntas formuladas por La Nueva España, con motivo del 70 aniversario de Octubre de 1934, publicadas por ese diario el domingo 3 de octubre de 2004.
1. ¿Octubre de 1934 es el prólogo de Julio de 1936?
Sólo un teólogo, hablando de la ciencia de visión divina, podría decir que Octubre de 1934 fue «un prólogo en el Cielo» de Julio de 1936. Pero, para quien no sea teólogo, ni musulmán, será muy difícil considerar a Octubre de 1934 como prólogo de algo que todavía «no estaba escrito». Otra cosa es que, a partir de Julio de 1936, pudiera ser utilizada esta metáfora para subrayar las relaciones de continuidad que se percibían con sucesos ocurridos hacía menos de dos años.
2. ¿Es un ataque a la II República o la primera batalla antifascista europea?
La «o» de esta pregunta puede interpretarse como disyuntiva o como alternativa; en el segundo caso la dos opciones pueden ser verdaderas a la vez. Desde la perspectiva de la Constitución de la II República Española, Octubre de 1934 fue un ataque a esa Constitución, y así lo vieron los miembros de su Gobierno y otros dirigentes socialistas, como Besteiro. Desde la perspectiva de los revolucionarios, de los agentes de la «huelga revolucionaria», la fórmula «batalla antifascista» pudo ser asumida, siempre que la insurrección fuese entendida como una Guerra Civil (Brenan dijo que Octubre de 1934 fue «la primera batalla de la Guerra Civil»). Entre los objetivos del Comité Revolucionario, presidido por Largo Caballero, podía figurar el de la preparación de una batalla contra el fascismo, que creían se les venía encima (no todos: ni Besteiro, ni Araquistain veían peligro fascista en la España de entonces). En este caso se trataría de una «guerra defensiva» o, como se dirá después, «preventiva» (es decir, defensiva ante un ataque aún no realizado, y en este caso visto como inminente). Esta fórmula, u otras análogas («insurrección defensiva») fueron compartidas por muchos «huelguistas» como definición y justificación de sus actos, o como simple pretexto eufemístico para atenuar responsabilidades en caso de fracaso («a fin de cuentas actuamos en defensa de la República, aunque nuestros procedimientos no fuesen formalmente democráticos»). Sin embargo, la definición de Octubre de 1934 como el inicio de una batalla y, por tanto, de una guerra antifascista, de intención puramente apotropaica, orientada a defender el orden constitucional, gravemente amenazado, me parece a todas luces insuficiente y errónea. No da cuenta ni siquiera de la terminología que utilizaron sus agentes: «Revolución social», «Comuna asturiana», &c. Si no todos, un gran sector de sus dirigentes (el llamado «grupo bolchevique», Largo Caballero, el «Lenin español», Araquistain, &c.) tenían en la cabeza el modelo del Octubre rojo de hacía poco más de quince años. Y muchos cronistas e historiadores de Octubre de 1934, que en las décadas aniversario anteriores a 1978, y todavía en la conmemoración de 1984, asumían la perspectiva del relato épico, hablando de «la Batalla de Campomanes» y de «la Batalla de Oviedo». Dicho de otro modo, entendían la «Huelga revolucionaria» como el principio de una guerra ofensiva contra la II República, en cuanto república burguesa, que había que desbordar.
3. ¿Cuál es el culpable histórico de la Revolución de 1934?
«Culpable histórico» es expresión que parece destinada a evitar la engorrosa cuestión de la «culpabilidad jurídico penal» propia de una Estado de Derecho, que apuntaría hacia el Comité Revolucionaria Nacional (la «Huelga Revolucionaria» estaba concebida para todo España y no sólo para Asturias), que dio la orden de salida, al parecer transmitida a Asturias por Teodomiro Menéndez (la organización previa de la huelga revolucionaria armada, por su escala, podría compararse a la organización previa del 18 de julio de 1936). «Culpable histórico» equivale entonces a «causante histórico». No habría una causa aislada, sino un efecto, largamente incubado, de la «correlación de fuerzas» reajustadas tras las elecciones del año 1933.
4. ¿Por qué se hace ahora la revisión del relato histórico?
Probablemente porque la «izquierda convencional», que ha aceptado, desde 1978, los principios del Estado de Derecho constituido como una democracia parlamentaria y monárquica, y con una intensa coloración pacifista («¡No a la Guerra!» «¡No a la Violencia!» «¡Diálogo!»), ha de tener una gran urgencia en reajustar las interpretaciones, explícitas o implícitas, que sus partidos, sindicatos o corrientes mantenían acerca de Octubre de 1934 (algunas de ellas de signo claramente leninista, lo que llevaba a una visión épica de la Revolución de Octubre). Sería del mayor interés analizar comparativamente las interpretaciones que, desde las izquierdas, en su diversas generaciones y corrientes, fueron dándose de Octubre de 1934 durante los aniversarios 1944, 1954, 1964, 1974, 1984 y 1994; en particular habría que analizar las denominaciones concretas de lo que hoy llamamos, con fórmula neutral, «Octubre 34» (denominaciones tales como «Huelga General Revolucionaria», «Revolución Social», «Insurrección», «Batalla antifascista» o «Golpismo frustrado»).
5. ¿Baja el prestigio de la Revolución y sube el de la República?
Probablemente, al menos desde la perspectiva del Estado de Derecho...
6. ¿Qué se pretendía con la Insurrección?
Objetivos diversos, pero que se creían convergentes, en principio. Muchos se contentaron con la fórmula negativa: «detener al fascismo». Pero quienes utilizaron las fórmulas de la Revolución Social y otras similares, pretendieron mucho más, aún cuando estuvieran de acuerdo en el objetivo inicial, derribar la República burguesa, porque buscaban instalar una República de signo soviético unos, de signo anarcosindicalista otros, o de signo socialdemócrata fuerte unos terceros.
7. ¿Qué consiguió?
Redefinir las posiciones en conflicto y mostrar que estas posiciones no eran meramente especulativas: se midieron mutuamente las fuerzas y se radicalizaron.
8. ¿La represión fue proporcionada?
El término «represión» suele cubrir dos frentes muy distintos: el de la represión legal o penal («¿Habrá indultos?», preguntaron, todavía en octubre, los periodistas al ministro de la Gobernación, señor Vaquero; «Habrá justicia», responde el gobernante radical) y el de la represión ilegal o alegal («En la madrugada del 25 de Octubre fueron sacados de la Cárcel de Sama de Langreo dieciséis detenidos, cuyos cadáveres fueron encontrados algo después enterrados en una carbonera entre Tuilla y Carbayín»). Si hubo desproporción en la represión penal (la cuestión de los indultos) fue por su clara inclinación hacia la clemencia que podría esperarse en un Estado de Derecho que incluía la pena de muerte (¿cuántos dirigentes revolucionarios fueron fusilados tras el proceso legal?).
9. ¿Los combates fueron un banco de pruebas para la guerra civil?
No creo que pueda considerarse como un banco de pruebas, lo que no quiere decir que algunos revolucionarios o algunos generales que intervinieron en Octubre de 1934 pudieran sacar alguna experiencia del octubre asturiano. Pero los planteamientos de la guerra civil fueron, al menos desde el punto de vista militar, muy diferentes.
10. ¿En qué lado cree que habría estado usted de encontrarse en ese momento histórico?
Para responder a esta interesante pregunta tendría que comenzar por poner entre paréntesis todo lo que yo pueda saber sobre las consecuencias, directas o indirectas, de ese momento histórico a lo largo de los setenta años posteriores (incluyendo la caída de la Unión Soviética). Haría trampa si me situase en aquel momento histórico con todos esos saberes relativos a su posterioridad. Pero si pongo entre paréntesis estos saberes, ya no podré decir que era yo, un niño de diez años entonces, «quien me encontraba en aquel momento».