Francisco Alamán Castro, El Nódulo Materialista, Pío Moa y el curioso concepto de la Historia de dos profesores, El Catoblepas 33:13, 2004 (original) (raw)
El Catoblepas • número 33 • noviembre 2004 • página 13
Francisco Alamán Castro
A propósito del debate organizado por Nódulo Materialista
en el 70 aniversario de Octubre de 1934
Para empezar aclaro que no soy historiador, ni tampoco filósofo, sí he leído algo sobre el asunto y, sobre todo, lo más interesante, soy viejo, he oído muchas tristes milongas y ya no me creo casi ninguna. Ya, contada mi historia, paso a comentar el asunto.
El jueves 7 de octubre de 2004 asistí, en el Club de Prensa Asturiana de La Nueva España de Oviedo, a un debate, muy oportuno, sobre la Revolución del 34, organizado por el muy interesante y útil «Nódulo Materialista». Participaban: don Antonio Sánchez, don Francisco Erice, don Pío Moa y don José Girón. Habló el señor Sánchez, su punto de vista fue bueno y original.
Después el señor Erice. Éste expuso la curiosa teoría de que, en Historia, lo más importante no son los hechos sino la interpretación de los mismos. Pienso yo, que no soy filósofo ni historiador, que lo más importante son los hechos y también importante, pero muy detrás, la interpretación de los mismos.
Se daría la paradoja de que yo podría interpretar, que, en las Navas de Tolosa, a Miramamolín le vino muy bien que le ganasen los cristianos, pues siendo estos pocos y los almohades muchos, al final, los primeros, tendrían que estar muy cansados de tanto matar moros, se aburrirían y le dejarían tranquilo. Es evidente que hay otras interpretaciones más ciertas y sensatas, pero, ¿por qué van a ser mejores que la mía? Y sobre todo si consigo que la mía tenga PRISA a su favor. ¿Que importan los hechos?
Habló el señor Moa, expuso los hechos, documentos y demás pruebas fehacientes que figuran en su libro 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda.
Y por fin habló el señor Girón, que venía apoyado por una numerosa y disciplinada tropa de estudiantes, aparentemente de su Facultad, que se callaban religiosamente (con perdón, no quiero molestar a nuestro profesor amante de los curas, evidentemente), cuando hablaban los suyos y con más fervor cuchicheaban cuando hablaban los otros. El señor Girón los animaba, haciendo constantemente gestos de suficiencia ante la crasa ignorancia de sus oponentes, claramente manifestada cuando hablaban.
Empezó su lección magistral hablándonos con voz recia, tronante y bonita, que la tiene, de unos niños que habían matado los judíos, curiosamente no en el 34 en Asturias, que era de lo que habíamos ido a oírle, sino hacía unos días en Palestina. Hecho muy lamentable evidentemente, aunque no más qué el de los niños muertos en Israel por los palestinos, hacía también unos días, de los que don José no nos contó nada; yo le quedé muy agradecido, pues tampoco venían a cuento. Al final, ante una recriminación de su olvido, manifestó, generosamente, que tampoco le parecía bien lo de los otros niños. Aprovecho para agradecerle también que la muchachada no trajese pancartas de ¡no a la guerra!, ni al chapapote del Prestige, que ya me supongo el esfuerzo que tuvieron que hacer, pues siempre visten mucho.
Luego nos contó, a lo mejor convencido, y seguro queriendo convencer, que la moderada II República era un mar de libertades, de avances sociales, en fin, como definía el padre Astete al cielo: «Conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno.»
Tuvo la osadía de compararla con la Restauración: como principal ejemplo dijo que en ésta se cerraban periódicos al antojo del Gobierno... como no había dicho que en la República se cerraban más. Entonces fue cuando caí en lo que quería decir el señor Erice, cuando hablaba de los hechos y la interpretación, y lo bien que les venía a los de su cuerda. Como los hechos no eran importantes, cuando convenía, dolosamente, se ocultaban, y así quedaban solo las interpretaciones...
Durante la República estuvieron siempre en vigor la Ley de Defensa de la República y posteriormente la Ley de Vagos y Maleantes, que tan bien le vino Franco, sin añadir, ni quitar una coma. Éstas leyes permitían cerrar un periódico por tiempo indefinido: un mes, un año, un siglo, en tanto que estuviese en vigor, que lo estuvieron durante toda la República, a capricho del ministro de Gobernación y con un único recurso... ante el mismo ministro. No se podía recurrir, en ningún caso, ante los tribunales de justicia. Naturalmente, como no podía ser menos en el régimen de libertades que era la II República, también se podían incautar las rotativas y desterrar al Sahara al director, a su santa esposa, a un vecino o a quien se le antojase al señor ministro, durante, un mes, un año o un siglo.
Azaña nos lo cuenta muy bien:
«29 de noviembre de 1932. Hemos acordado autorizar la reaparición del ABC... Domingo torció el gesto y no debía reaparecer aún; lo mismo Fernando, tengo muy en crisis el concepto político de libertad de imprenta, explico un día; Albornoz, que sentaría mal a los republicanos; Largo también se mostró inclinado a negar la autorización... propuse que se retrasara la autorización... los Luca de Tena están divididos... opinando los más que el periódico debería de cambiar de tono con respecto al Gobierno... en contra... de Juan Ignacio, director del periódico, que está muy furioso y dispuesto a arruinarse antes de ceder... Los Luca de Tena, sin Juan Ignacio, fueron a ver a Casares... hablaron de la interpelación que tenía anunciada el Partido Radical sobre ello... Casares repuso que acaso el procedimiento fuese malo... se quedaron espantados, e inmediatamente hicieron que Lerroux desistiera... en este asunto de suspensión de periódicos yo creía que no era útil afrontar un debate más, en el que tendríamos que limitarnos a decir que el ABC no sale porque no queremos que salga. Que esta actitud no es para tomada en la Cortes todos los días, y que ya es bastante con haberlo hecho la semana pasada. Insistir desgasta al Gobierno y puede desgastarme a mí... mañana saldrá ABC. Veremos lo que hace... dijo Luca de Tena y se lo repitió a Guzmán [director de periódico amigo de Azaña] que tenía preparado un artículo elogioso para mi discurso de Santander... diciendo que nunca se había tratado en España de esa manera tales cuestiones.» (Manuel Azaña, Los cuadernos robados, Crítica, Barcelona 1997, págs. 73-75.)
Habían cerrado cientos de periódicos y posteriormente cerrarían muchos más. El 19 de febrero de 1932, Unamuno, Royo Villanova y varios diputados más, viendo la persecución a los periódicos no gubernamentales, piden en la Cortes que se aplique la ley de Policía e Imprenta de 28 de julio de 1883 (Restauración). En diez meses de República había habido más cierres de periódicos que en siete años de Dictadura (Diario de sesiones de las Cortes). Como los periódicos continuaban cerrados, Unamuno, Lerroux, Melquíades Álvarez, Maura, entre otros, el 9 de marzo de 1932 insisten, sin que se les haga el menor caso (Diario de sesiones de las Cortes).
Unamuno había sido deportado por el Rey a Fuerteventura durante la Dictadura, cuando el PSOE colaboraba ardorosamente en la eliminación de la CNT anarquista, con Primo de Rivera; Lerroux había fundado el primer partido republicano que hubo en la Restauración y que siguió siendo el único hasta el año 1928. En él, mientras tanto, Azaña conseguía, en 1913, la secretaría del Ateneo de Madrid en la candidatura de Romanones, nunca en España había nacido un cacique de derechas como él, y hasta ahora no ha nacido, se presentaba para diputado monárquico por el partido de Melquíades Álvarez (años 1918 y 1923), que luego sería asesinado por los conmilitones de don Manuel, sin que éste hiciese nada por evitarlo; Maura había sido el primero en entrar en el ministerio de Gobernación el 14 de abril de 1931, arrastrando (no es metáfora), muertos de miedo, principalmente a Azaña, y resto de componentes del Comité Revolucionario. Procediendo, Maura, al izado de la bandera tricolor. ¡Ah, se me olvidaba, Maura era de derecha!
Nos lo cuenta muy bien Rivas Cherif, cuñado de Azaña. Maura había ido a buscarle para llevarle a Gobernación:
«¡Qué disparate!... ¡Con que el Rey se va ir al día siguiente de las elecciones!... al gobierno, cualquiera que sea, le costará muy poco el sentarnos la mano para mucho tiempo. Por que ten en cuenta que, eso si, el rey sabe lo que le va en ello... Y un asalto a Palacio no se hace así como así... Para defenderse... le bastaría contra nosotros con los alabarderos (su escolta armada de lanzas)... Miguel [Maura] es un señorito que se paga de los mismos chismes y cuentos con que se ha hecho siempre aquí la política... así no se va a ninguna parte.» (Rivas Cherif, Retrato de un desconocido, Barcelona, Grijalbo 1980, pág. 179.)
Evidentemente, dada la poca importancia que tienen los hechos, la interpretación queda clarísima. ¡Ah!, se me olvidaba, y también podía encerrar y deportar, por un mes, un año, &c., a cualquier súbdito español: todo dependería de lo marchoso que ese día estuviese el ministro. Eso sí, sin decirle motivo, lo que indudablemente le daba más emoción democrática al asunto.
«Viene a presentarse el general Goded, que anoche salió de prisiones militares. Entrevista penosa... Está más flaco y de mal color... El 10 de agosto estaba tranquilamente en su casa... le detuvieron, cosa que no le extrañó ni enojó... podían sospechar por su amistad con Sanjurjo... En efecto el juez le dejó libre (según Goded a los tres días), pero el ministro de la Gobernación le ha tenido preso cuatro meses, sin decirle por qué... está quejoso, porque yo no le he amparado... Se le han causado perjuicios morales y materiales irreparables... (me abstengo de decirle que, gracias a mí, no lo han llevado a Villa Cisneros).» (10 de diciembre de 1932, Manuel Azaña, Los cuadernos robados, Crítica, Barcelona 1997, pág. 98. Este Azaña era una madre, ¡qué corazón! Y mira que Goded no agradecérselo. ¡Cría hijos!)
Es aplaudido calurosamente por su tropa el docto profesor Girón. Nunca durante su lección magistral se le interrumpió... no así a los otros. Al señor Moa se le llegó a insultar, naturalmente, como se lo tenía muy bien merecido. La tropa aplaudió al pájaro insultante, animada por el gesto complaciente del señor Girón.
Durante su magisterio el decano Girón manifestó que él suspendería, si fuesen a su clase, a sus dos oponentes (Pío Moa y Antonio Sánchez). Con lo cual dejó claro que no aprobaría a nadie que no interprete la Historia como él, y quedó más claro aún que, quien sí la interpretase a su modo, aprobaría con toda seguridad, me temo sin saber mucho de hechos. Esto explica, en parte, el religioso fervor de su claqué.
Siguen las preguntas y respuestas. Un asistente interrumpe en varias ocasiones al señor Erice, cuando contestaba a una pregunta, a éste no le sienta bien, pero educadamente se calla. Le toca hablar a don José Girón: regaña, muy severamente y con no muy buenos modos, al atrevido, con su voz recia, tronante y bonita, en un tono no de Universidad, más bien de escuela primaria del franquismo, me pareció a mí, y le amenaza con callarse si se le interrumpe. Curiosamente, a continuación, le toca el turno a Don Pío y, al poco, don José le interrumpe con su potente voz, que ya saben de mi admiración y envidia hacía ella.
Girón nos había dicho también que, efectivamente, se mataron curas en el 34, pero que habría que investigar por qué fue aquello, que por algo malo, naturalmente, sería. Cierto es que, posteriormente, cuando fue recriminado por ello, aclaró que él no era partidario de matar curas. Aunque no aparentaba, pienso yo, seguro que soy mal pensado, sentir mucho lo de los 34 curas del 34, no se habló de los 6.844 del 36.
A esa interpretación de los hechos, le añado yo la mía: si Franco se alzó contra la República y media España, entre esa media: Pío Baroja, Ortega, Pérez de Ayala, Marañón, Menéndez Pidal, &c. (se fue con él, en fin, toda la intelectualidad de pata negra), habría que investigar por qué fue aquello, que algo malo, naturalmente, sería.
Yo aconsejaría a nuestro decano señor Girón que leyese e hiciese leer, a los miembros de su Facultad de Historia, las Memorias del señor Azaña... la de cosas de las que se iban a enterar. Son más de cuatro mil páginas que merecen la pena. También le pido que, si no lo hacen, no les regañe tan vivamente como al interruptor oyente.
Entre la hinchada, por la que yo estaba prácticamente rodeado (¡por cierto!, las chicas eran muy guapas, le felicito don José), el comentario más común era que el señor Moa no podría hablar de Historia, pues no era licenciado en Historia y no podía saber nada por tanto. Algunos, entre aplausos de los suyos y el gesto paternal de don José, se lo dijeron muy alto y claro.
Con esa unánime y curiosa teoría, no hubiesen podido hablar de Historia ni Heródoto, ni Estrabón, ni Tito Livio, ni San Isidoro, ni Alfonso X el Sabio, en fin, ¿para qué seguir? Pues no consta que fuesen licenciados en Historia, ni siquiera por la Facultad de don José, donde lo hubiesen tenido crudo, si su interpretación de los hechos no hubiese coincidido con la de PRISA, y por tanto con la de nuestro buen Decano.
De todas formas les deseo que aprueben su licenciatura sin dificultad, lo del otro día fue un buen paso. A seguir, que ese es el camino. Como me gusta pegar citas, no me aguanto las ganas:
«Se ha alegado a menudo que Moa tendría que ser ignorado porque 'no es profesor'. Con ello, parece sobreentenderse que sólo los 'profesores' son capaces de tener un pensamiento serio o de escribir convenientemente sobre historia. En primer lugar, ello resulta risible, dado que es fácilmente demostrable que no fueron profesores la inmensa mayoría de los hombres y mujeres más sabios de la humanidad. Semejante noción sería particularmente grotesca en países como Inglaterra o Estados Unidos, donde la mayoría de las mejores y más leídas obras de historia no son escritas por profesores. Todo lo que ello pone una vez más de manifiesto es el carácter estrecho, semicerrado, corporativista y endogámico del mundo universitario español a comienzos del siglo XXI.» (S. G. Payne)