José Sánchez Tortosa, Sartre y la encrucijada del siglo XX, El Catoblepas 35:24, 2005 (original) (raw)

El Catoblepas, número 35, enero 2005
El Catoblepasnúmero 35 • enero 2005 • página 24
Libros

José Sánchez Tortosa

Sobre Jean-Paul Sartre. La pasión por la libertad, de J. L. Rodríguez García

Sartre{1} es un campo (en un sentido análogo al físico) que abarca lo más significativo filosófica e históricamente del siglo XX. Es también una aventura fascinante, cuyo atractivo y cuya grandeza radican, acaso paradójicamente, en lo imposible de su empresa especulativa y en lo inevitable de sus fracasos teóricos. Si la obra sartreana nos atrae tanto y significa tanto es quizás porque sus errores, sus contradicciones, sus inconsistencias fijan la naturaleza misma del siglo pasado, y aún, tal vez, la de la propia existencia humana: abandono de la política por una moral que no puede ser fundada en términos rigurosamente intersubjetivos:

«Ésta es la lección final que, desde mi punto de vista, transmiten algunos de los textos postreros de Sartre: no hay otro fundamento –y ahora empleo el término fundamento en un sentido coloquial– para la praxis política que la apuesta moral. Acaso sea ésta la más profunda tragedia humana, existencial.»{2}

El profesor Rodríguez García nos ofrece un recorrido minucioso a través de los pormenores argumentativos, biográficos y bibliográficos de esa aventura filosófica que conocemos por el nombre Sartre (ese viaje con final en Ítaca), siempre en torno al eje libertad, que pretende ser fundamentado. El libro sigue esa «evolución en ruptura» de la obra sartreana que muestra cada tentativa, cada ambición filosófica, cada fracaso teórico, y que se cierra en círculo con esa suerte de retorno a la libertad como absoluto y a la potencia individual de lo imaginario de El ser y la nada que completa el texto sobre Flaubert.

A mi juicio, es Espinosa, ya en el XVII, quien más sólidamente ha dejado establecidos los términos de la discusión, de tal modo que todo intento de análisis y fundamentación de la libertad ha de ceñirse a ellos. El problema es que el planteamiento espinosiano deja espacio nulo a la libertad entendida como capacidad de elección, tan necesaria en lo teórico para los siglos posteriores, y aún para la especie humana misma. Fichte primero, Schelling después y, tras él, Hegel, vieron con claridad y explicitaron la alternativa en términos ontológicos inequívocos, límite: «De dos cosas una: o no-sujeto y objeto absoluto, o no-objeto y sujeto absoluto. ¿Cómo superar este conflicto?»{3} O sea, el no-yo determina el yo, y entonces tenemos el materialismo de Espinosa, pero todo resquicio a la libertad humana como potencia autodeterminativa queda ahogado, o el yo determina el no-yo, y entonces tenemos el idealismo hegeliano y una libertad absoluta que, por serlo, es ajena al individuo, lo rebasa y se le impone.

Sartre opta por desarrollar una noción de libertad que escape a tal disyuntiva. Naturalmente, semejante proyecto se muestra tan fascinante como fallido: una libertad como absoluto sin teología, sin Dios, esto es, como atributo esencial del individuo humano, de la consciencia, del para-sí, del existente que, por eso mismo, ha de ser definido como nada, frente al ser –ciego, opaco– del en-sí.

Esta tesis central sufre avatares diversos: correcciones, matices, abandonos, recuperaciones. Es sacrificada en el altar de esa instancia mediadora (entre el individuo y la realidad) que es el Partido (Comunista de la Unión Soviética, por supuesto). Es sometida a una especie de imposible intervención quirúrgica para extirparle lo individual dejándole intacta la libertad (a esa intervención Sartre procede con un instrumental muy curioso: la casi-totalidad). Es finalmente recuperada, casi con vergüenza, como disculpándose por ello, en un contexto deliberada y falsamente alejado de lo filosófico, como es el caso individual, sin pretensiones de generalización, de la ejemplaridad Flaubert. Toda la obra de Sartre, en fin, oscila por la atracción de dos puntos de gravedad: la libertad individual y la emancipación colectiva, la fundamentación ontológica y la propuesta política.

Lo fantástico del caso Sartre es que la parte de su obra que resulta más atractiva es la que se sustenta quizás en fundamentos ontológicamente más endebles, más alentadores, pero también más radicales (y ésa es parte de su relevancia). En las antípodas de la Ética de Espinosa, El ser y la nada nos ofrece el reverso de ese callejón sin salida que es el pensamiento espinosiano, la criatura humana como excepción caracterizada por la capacidad de decidir, de construirse, de autodeterminarse, la alegría de la libertad como destino, pero también el peso implacable de la responsabilidad. Grandiosa obra, de un atractivo innegable a pesar de la jerga existencialista, a pesar, sobre todo, de estar sostenida sobre la anomalía humana como sujeto excepcional (capaz de autodeterminación) dentro del mundo heterodeteminado de las cosas, tesis inaceptable desde el materialismo espinosiano.

Sartre, como la libertad, es víctima doble, víctima de los dos grandes horrores (obviamente en lo humano pero así mismo en lo filosófico) que definen la historia del s. XX: víctima personal del nazismo, víctima intelectual del stalinismo, al que sucumbe hasta el punto de supeditar el existencialismo a la ortodoxia marxista-leninista y del que trata de zafarse cuando las evidencias son demasiado innegables (el detonante del desengaño lo marca, para Sartre, la invasión soviética de Hungría en 1956) y sólo parece quedar el refugio de la imaginación.

El libro de Rodríguez García tiene la virtud de analizar con rigor la obra sartreana aún desde lo que él mismo denomina «celebración y distancia», celebración por lo que esa obra dio a unas generaciones que vivieron la encrucijada del siglo, distancia para poder pensar aún hoy sin la protección de otros, que es siempre imposición y dependencia, es decir, imposibilidad del pensamiento.

Notas

{1} José Luis Rodríguez García, Jean-Paul Sartre. La pasión por la libertad, Edicions Bellaterra, Barcelona 2004.

{2} Ibid., pág. 434

{3} Schelling, Briefe über Dogmatismus und Kritizismus, carta IV.

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