Javier Pérez Jara, La doctrina de los tres géneros de materialidad y las anamórfosis absolutas contra el emergentismo, El Catoblepas 40:15, 2005 (original) (raw)
El Catoblepas • número 40 • junio 2005 • página 15
Javier Pérez Jara
Desde la singularidad primordial hasta el surgimiento emergente
del intelectual y escritor, que reflexionará sobre todas estas cosas
Este artículo será necesariamente repetitivo. Bien podría no haber sido escrito, porque, en general, todos los puntos que aquí se exponen ya han sido tratados a lo largo de esta polémica. Sin embargo, y como, «según mi opinión», JALD persevera en sus posiciones gratuitas, metafísicas, ignorando mis argumentos, no encuentro mejor manera que volver a repetir mis argumentaciones centrales en esta polémica, porque, al contrario de lo que pueda pensar mi polemista, en modo alguno han sido refutadas. De este modo, además, pienso que se le da cierta autonomía al presente artículo, porque ir remitiendo a fragmentos de textos expuestos en artículos anteriores, sin copiarlos, podría posibilitar una mayor incomprensión de las tesis que se defienden en este texto; o, cuanto menos, haría este presente artículo más caótico e incomprensible. He creído conveniente, por tanto, volver a repetirme, pero por última vez, porque si JALD o cualquier otro autor responde a este artículo para tratar de refutar las posiciones que en él se mantienen, sólo contestaré si verdaderamente tratan de argumentar contra las posiciones aquí defendidas, cosa que hasta ahora no ha pasado, salvo muy parcialmente, como veremos ahora.
Este artículo, por tanto, puede ser pensado como un compendio de las posiciones que, según creo, mantiene el materialismo filosófico respecto de doctrinas tales como el Big bang, el vacío, la Scala naturae, la causalidad, el Mundo, &c. Posiciones que, sin duda, «chirrían» ante la ideología popular, todavía solidaria de mitos creacionistas o de esquemas metafísicos arcaicos, que incluso pueden ser calificados de presocráticos (precisamente en uno de sus últimos artículos –«Confrontación de doce tesis características del sistema del 'Idealismo trascendental' con las correspondientes tesis del 'Materialismo filosófico'», El Basilisco, nº 35– Gustavo Bueno califica a la cosmogonía del Big bang de presocrática, esto es, de moverse según el esquema ontológico: E Ì Mi Ì M, con el sentido vectorial de M → E ¿flecha vectorial guiada por el principio antrópico fuerte?). Y esto sin perjuicio de que a través de las páginas de esta revista, haya incluso llegado a haber autores que defiendan la «compatibilidad» entre el Big bang y el materialismo filosófico. Pero éste no es el caso de JALD, desde luego. Es probable que JALD ejercite algún tipo de materialismo, al menos si rechaza, por absurdas, las posiciones espiritualistas que defienden la posibilidad de vivientes no corpóreos (posición «no delirante» que, en todo caso, requiere del ateísmo para poder ejercitarse); pero en caso de que así fuese, este materialismo «vulgar y corriente» distaría mucho de parecerse al materialismo filosófico.
Dicho autor (quizá inspirado por la actividad del Dios aristotélico como noesis noeseos) emplea la estrategia de «contestarme», según nos dice él, inventándose una «entrevista» de él a manos de él mismo, eligiendo ad hoc las preguntas. Esto es, su último artículo tiene la forma de una auto-entrevista. Este sorprendente recurso literario (que algunos calificarán de ridículo) hace del texto de JALD una pieza de retórica de cuyo interés literario, aunque sólo sea en cuanto originalidad, nadie con sensibilidad artística puede dudar. Sin embargo, el problema está en ver si la «profundidad filosófica» de su artículo está a la altura de su «profundidad literaria». Porque JALD, por decirlo así, ha demostrado que es completamente impermeable a mis argumentaciones, usando cuatro tipos de estrategias ante éstas, que no estará de más recordar: o bien este autor distorsiona mis posiciones ad hoc para así refutarlas mejor, o bien no las nombra si quiera (como la sinexión entre la percepción apotética y el vacío o las sinexiones entre los géneros, argumentaciones, además, que son nucleares), o bien las nombra pero no las responde (como en el caso de la emergencia metafísica o de la escala antrópica del Big bang), o bien las nombra pero al no entenderlas responde a otra cosa.
Si no me equivoco, parece que esta polémica ya no da más de sí, y no porque mediante el diálogo habermasiano hayamos llegado todos a un consenso, o quizá al respeto mutuo de las opiniones del otro para preservar la convivencia en un estado democrático, sino porque desde hace varios meses esta polémica no ha avanzado ni un milímetro. Posiblemente JALD, y sus seguidores (que creo poder dividir, sin equivocarme, en fundamentalistas científicos o en teístas), pensarán que es debido a que no me rindo ante la evidencia de las «pruebas» que aquí se han dado a favor al Big bang, el vacío, el «acausalismo cuántico», &c. Pero puede que otros piensen lo contrario: es la incapacidad de los defensores del Big bang, &c., para hacer frente a las objeciones del materialismo filosófico (objeciones que son ignoradas la mayoría de veces, porque no pueden ser comprendidas por gentes indoctas y analfabetas en filosofía académica) lo que ha llevado a esta polémica a permanecer en un punto muerto.
Pero como agradezco a JALD que haya destinado parte de su tiempo en contestarme, me encuentro en la obligación de responderle. Obligación que acometo con gusto, además, aunque sólo sea por tener la oportunidad de volver a refutar posiciones metafísicas que, aunque absurdas, mucha gente de hoy en día «se ha comido con patatas», por decirlo mundanamente. Posiciones como las del Big bang, que han calado en la ideología popular de la sociedad, posiblemente gracias al interés de «entidades» diversas, tales como la Nasa, la Iglesia católica, revistas de «divulgación científica» o los documentales de la televisión. Posiblemente, el más analfabeto de los que vayan andando por la calle, podría responder, si le preguntásemos por una cuestión tan compleja como la del origen del mundo, con «según nos dicen los científicos, todo vino de una gran explosión»; los más doctos incluso aportarán datos exactos relativos a tiempos, temperaturas, &c. ¿Cómo puede esta teoría haber calado tan hondo en las ideologías del presente? Sin embargo, analizar las causas que han llevado a que la cosmogonía del Big bang haya calado tan ampliamente en la sociedad (cuando hasta hace solo unos pocos años era una teoría marginal y se aceptaban otras de signo opuesto) no es el motivo de este artículo. El objeto de este artículo es más bien volver a exponer las contradicciones de teorías como las del Big bang o la Scala naturae desde las coordenadas del materialismo filosófico. Sirva el presente artículo como resumen de esta polémica, que lleva ya bastantes meses en las páginas de esta revista, sin querer con ello decir que eso signifique más interés filosófico que aburrimiento o repetición.
He dividido al presente artículo en tres grandes parágrafos, cuyos objetos serán el vacío, el Big bang y el «acausalismo cuántico» respectivamente. También he considerado oportuno incluir en el presente texto algunas imágenes (que algunos considerarán de carácter cómico) para amenizar su lectura, así como para la función pedagógica de explicar con imágenes algunas de las posturas aquí debatidas.
La tesis fundamental de este artículo es ésta: que el Big bang, el vacío (en sus diversas modulaciones) y el llamado acausalismo cuántico son tesis gnoseológicamente gratuitas, esto es, que no pueden ser consideradas como teorías científicas estrictas, sino como teorías metafísicas (u ontológicas en el mejor de los casos) pertenecientes a la capa metodológica de la física. Son teorías metafísicas (por abrirse paso a través de la vía del sustancialismo) construidas mediante categorías positivas, cierto, pero cuyos resultados desbordan toda cientificidad categorial (como el móvil perpetuo está fuera de la capa básica de la termodinámica, según el ejemplo que usé en mi artículo anterior).
Son hipótesis (gnoseológicamente) gratuitas, cierto, en tanto no pueden ser construidas mediante lo que el materialismo filosófico conoce como identidades sintéticas. Pero hay más: a parte de ser gnoseológicamente gratuitas, son ontológicamente contradictorias. Pudiera ocurrir que sólo fuesen gnoseológicamente gratuitas, con lo que estas teorías (Big bang, vacío, &c.) podrían sobrevivir, al menos, como hipótesis de trabajo, o como teorías posibles (aunque fuese en el plano de la Ontología, y no en el de la ciencia categorial). Si así fuese, lo más prudente sería optar por la vía del agnosticismo en estos asuntos: la teoría del Big bang podría no ser demostrable científicamente, cierto, pero tampoco podría ser refutada, y podría figurar como hipótesis probable (frente a otras), por lo que lo más prudente, en todo caso (y siendo «críticos»), sería optar por la epojé pirrónica. Pero no es éste el caso: el materialismo filosófico no es escéptico en este punto, sino dogmático (usando la terminología de los escépticos, dogmático es todo aquel que no sea escéptico, aunque la alternativa elegida lo sea mediante vía apagógica); el materialismo filosófico no duda del Big bang, o el Universo de Minkowski: los niega. ¿Y cómo? Mediante la vía dialéctica. ¿Pero cómo se puede demostrar la inexistencia de algo? Respuesta: mediante la imposibilidad de su Idea; supuesta la posibilidad de algo, es prácticamente imposible demostrar su inexistencia, y por eso muchos piensan que no se puede demostrar filosóficamente el ateísmo, porque al partir del principio (ingenuo) de que la Idea de Dios es posible, no encuentran medio alguno para negarle toda posibilidad de existencia («puede que no exista, ¿pero cómo lo demuestras?»). Ahora bien, si lo que se discute es la misma posibilidad de la Idea de Dios (la composibilidad entre sus partes, por ejemplo) la cosa cambia radicalmente. Algo análogo ocurre, a mi juicio, con las teorías metafísicas aquí debatidas, y por eso, la vía de negarlas se abre paso a través de la constatación de las contradicciones entre las Ideas que conllevan dichas teorías (Scala naturae, emergencia creadora, aniquilación de la materia, &c.).
§1
El vacío
Para comenzar en este punto, tengo que decir que me parece que JALD, en este lugar de su último artículo, distorsiona mis palabras ad hoc para buscar disparates donde no los hay; como por ejemplo cuando al parecer traduce mi afirmación de que en el contexto de la relatividad especial seguimos aplicando la mecánica newtoniana, porque ésta no ha sido impugnada de lleno, sino ampliada en un contexto más extenso y complejo, por la de que, según yo, la mecánica newtoniana conmensuraría la relatividad especial. Pero, nos dice JALD, fórmulas como E = mc2 están fuera del contexto de la mecánica newtoniana, como si con ello hubiese creído poder refutarme. ¿Pero acaso esto significa que Newton no elaboró multitud de identidades sintéticas que hoy siguen aplicándose en la física, que han sido reabsorbidas por la teoría de la relatividad? ¿Acaso la teoría de la relatividad impugna de lleno la mecánica newtoniana? ¿No queda ésta reabsorbida, en gran medida, en la teoría de la relatividad como un caso específico suyo? ¿Y no está bastante claro lo que yo quería decir, de tal manera que JALD distorsiona mi argumentación para elaborar su única estrategia posible en esta polémica, a saber, hacer gala de sus grandes conocimientos en física, ignorar mis argumentaciones filosóficas y leer con lupa mis comentarios físicos, para distorsionarlos y hacerlos pasar por absurdos?
Dicho en nuestra terminología: si grandes partes de la mecánica newtoniana no pudieran ser reabsorbidas por la teoría de la relatividad (para casos específicos), significaría que Newton no elaboró ninguna identidad sintética; toda la mecánica clásica carecería de verdad científica, y no serían sino hipótesis o teorías que, en todo caso, habría que incluir en la capa metodológica o conjuntiva de la física, pero no en su capa básica. Porque, si se acepta que Newton llegó a verdades científicas (esto es, identidades sintéticas), ¿cómo pensar que esas verdades fueron desbancadas por la teoría de la relatividad? ¿Qué clase de concepción de verdad sería ésa? Porque las identidades sintéticas establecen vínculos de sinexión (esto es, de relación necesaria, no contingente) entre unos términos dados; términos operados por el sujeto operatorio, cierto, pero cuyas operaciones son segregadas en el mismo proceso de la constitución de dichas sinexiones, que por tanto se dan como independientes de toda actividad operatoria (gracias al mecanismo de neutralización del sujeto operatorio, porque no hay que olvidar que las verdades científicas son materialidades antrópicas y que por tanto no pueden existir independientemente de la existencia de los sujetos operatorios que las han constituido).
Ahora bien, si las verdades son identidades sintéticas, como decimos, y éstas establecen sinexiones entre determinados términos, ¿cómo va a superar una verdad a otra? Una verdad, en todo caso, puede ampliar su franja de verdad, pero no ser desbancada por otra: tal es la concepción gnoseológica que defiende el materialismo filosófico a través de la teoría del cierre categorial.
Esto significa una cosa: supuesto que la teoría de la relatividad y la mecánica clásica no tengan ningún punto de intersección, habría que optar por una de las siguientes conclusiones: 1) La mecánica clásica no desarrolló ninguna verdad científica, ya que si no éstas habrían sido reabsorbidas por la teoría de la relatividad, al ser las verdades relaciones necesarias, y por tanto no contingentes; 2) La mecánica clásica desarrolló verdades científicas, pero éstas fueron desbancadas por la teoría de la relatividad: lo que fallaría, entonces, es la concepción de la verdad del la teoría del cierre categorial. Ahora bien, suponemos que estas dos concepciones son falsas, por lo que es absurdo que la mecánica clásica no tenga «ningún punto de intersección» con la teoría de la relatividad. Ahora bien, supuesto este punto de intersección, y usando una concepción de la verdad no pragmatista o sociologista, ¿dónde quedan las críticas de JALD a mi postura?
Por otra parte, y como tampoco es de extrañar, este autor también vuelve a deformar mi argumentación en lo referente al espacio-tiempo de Minkowski. A lo largo de esta polémica he criticado, atendiendo a motivos ontológicos diversos (que han sido siempre mostrados explícitamente) tanto la posibilidad de considerar como «posibles», regiones vacías del espacio (en un espacio en el que también habría «regiones con materia»), como el espacio-tiempo de Minkowski de curvatura 0, esto es, un universo donde, al no haber masas gravitatorias, la curvatura del espacio sería nula, estando éste «vacío de materia». Estas concepciones, además, se declararon como metafísicas, en tanto se encontraban más allá del horizonte de la ciencia positiva y se abrían camino por vías sustancialistas, al hipostasiar el espacio y concederle una autonomía ontológico hipostática que en modo alguno posee.
Dicho con otras palabras: el materialismo filosófico rechaza tanto las concepciones exclusivas, o absolutas del vacío (según las cuales podría haber espacio sin nada de materia), como las concepciones «moderadas» (según el lema: «admitimos el vacío, pero con moderación»), en las cuales, supuesto un universo con «regiones de materia», también habría regiones de vacío.
Recordemos, para mayor claridad, la auto-pregunta y la auto-respuesta donde JALD habla de esto en su último artículo, a fin de que, o bien encontremos sabiduría en sus palabras, o bien la más oscura metafísica:
P. Más adelante sí que aborda JPJ el problema del vacío local, ¿qué opinión le merecen sus argumentos?
R. Básicamente consisten en definir previamente el ET como supeditado por completo a la materia, como un sistema de relaciones de la materia, al modo leibnitziano. A partir de ahí pretende demostrar que el ET vacío no puede existir. Hay un sentido en el que este tipo de definición es indiscutible, y es considerando que para obtener cualquier medida relacionada con el ET tiene que haber un agente material de por medio. Sin embargo, como ya he expuesto anteriormente, las propiedades físicas del ET no quedan explicadas por completo a partir de la distribución de masas, por eso sigue teniendo sentido atribuir al ET una realidad independiente. Las fuerzas inerciales son prueba de lo que digo. Es cierto que el tipo de realidad que tenga, desde este punto de vista, el ET es misteriosa, pero efectiva desde luego físicamente (recordemos aquí el ejemplo del cubo de Newton). Si algún día se explicaran por completo todas las propiedades del ET en términos de relaciones entre masas, por ejemplo, podríamos entonces prescindir de este concepto. En cualquier caso hay que recordar que la raíz de esta polémica estriba en que JPJ afirmó con rotundidad que el ET vacío es absurdo, y eso no lo prueba en ningún momento. Se puede mantener de forma perfectamente coherente, como hago yo y otros muchos, que el ET vacío puede existir y que exista o no es cuestión de comprobación experimental. Este punto de vista es el más natural en la Relatividad General, donde se pone primero la variedad 4-dimensional con signatura de Lorentz (el ET vacío), y luego esta variedad se curva como consecuencia de la presencia de la materia de acuerdo con la ecuación de Einstein. Pero no se afirma que la materia genere en ningún sentido la variedad 4-dimensional, ni su signatura métrica, ni por supuesto se aporta ningún mecanismo para explicarlo, como falazmente sigue repitiendo JPJ.
En este fragmento destacan a mi juicio, por su sinsentido, tesis tales como: «Si algún día se explicaran por completo todas las propiedades del ET en términos de relaciones entre masas, por ejemplo, podríamos entonces prescindir de este concepto». Aquí JALD defiende nada más ni nada menos que si el espacio-tiempo fuese el fruto de la codeterminación diamérica entre las masas gravitatorias, dicho concepto (el de espacio-tiempo) ya carecería de utilidad, y por tanto, que si el espacio-tiempo, como concepto, tiene sentido, es porque es una entidad autónoma independiente de la materia, aunque pueda «relacionarse» con ésta. ¿Pero esto no es completamente gratuito? ¿De qué oscura chistera ha sacado JALD esta concepción? ¿De del espacio absoluto de Newton? Si no me equivoco, es algo análogo a como si se afirmase «si x es un término que designa un determinado tipo de relaciones entre los términos q, p, r, t, el término x es inservible, o en todo caso, completamente prescindible»; es una especie de nominalismo de las relaciones. ¿También podemos prescindir en matemáticas de los conceptos que «únicamente» designan relaciones entre determinados términos? En realidad parece que JALD con su afirmación no hace otra cosa que pedir el principio: «el espacio-tiempo sólo es un concepto útil si designa una entidad hipostasiable de la materia» ¿pero no es esto precisamente lo que se discute?
También me sorprende que este autor cite el experimento del cubo de Newton, experimento que dicho físico hizo para demostrar la existencia del espacio y el tiempo absolutos, que es firmemente rechazado por el «modelo relacional» de la relatividad. El espacio y el tiempo absolutos que trata de demostrar Newton con su experimento exige la existencia de movimientos absolutos, firmemente rechazados por la relatividad. Ya Mach, anteriormente, había criticado dicho experimento. Recordémoslo:
La experiencia de Newton con el vaso de agua que gira, nos enseña simplemente que la rotación relativa del agua respecto de las paredes del vaso no despierta ninguna fuerza centrífuga efectiva, pero que ésta es, en cambio, provocada por la rotación relativa respecto de la masa de la tierra y de los demás astros. Nadie puede decir cómo se habría desarrollado cuantitativa y cualitativamente la experiencia, si las paredes del vaso se tornaran cada vez más espesas y macizas hasta llegar a un espesor de varias millas. No tenemos, frente nuestro, sino una única experiencia que debemos poner de acuerdo con el resto de los hechos que nos son conocidos, pero no con nuestras fantasías arbitrarias. (Mach, Desarrollo histórico-crítico de la mecánica, Espasa-Calpe, Buenos Aires, págs. 196-197.)
Que el espacio-tiempo es un sistema de relaciones dadas a escala antrópica entre materialidades primogenéricas («en sinexión» con materialidades segundo y terciogenéricas) y que por tanto carece de sentido hipostasiarlo y defender que pueden existir «regiones del espacio sin materia», como, usando terminología arcaica, no pueden existir accidentes sin substancias, es una argumentación que vengo defendiendo, desde las coordenadas del materialismo filosófico, desde hace meses, y que ninguno de mis polemistas se ha molestado en tratar de refutar. JALD sigue hipostasiando el espacio-tiempo «como si nada». Por ejemplo, este autor llega a decir cosas sorprendentes como:
En cualquier caso hay que recordar que la raíz de esta polémica estriba en que JPJ afirmó con rotundidad que el ET vacío es absurdo, y eso no lo prueba en ningún momento
JALD podrá decir, con más o menos acierto, que mis argumentaciones a este respecto no son verdaderas, o suficientemente potentes, &c., pero lo que es excesivo, por no decir absurdo, es que este autor diga que no he dado ninguna prueba desde que empezó esta polémica sobre por qué el espacio-tiempo «desligado» de la materia es absurdo. Más bien, desde que empezó esta polémica he sostenido, mostrando las sinexiones entre las materialidades primogenéricas y el espacio-tiempo, que la operación extracción de materia física no puede llegar a ningún espacio vacío, porque en la propia extracción de materia física, el propio espacio-tiempo desaparece. También he defendido, y esto es fundamental, que el vacío está ligado necesariamente a la percepción apotética, y que sin mecanismos de kenosis no hay criterios positivos para hablar de vacío ni de espacialidad. Naturalmente, después de todos estos meses JALD sigue sin siquiera nombrar esta argumentación. Este autor no entiende, debido a sus «agujeros negros filosóficos», que el espacio-tiempo no es una entidad exenta en la que pueda haber materia o no, según sea el caso. Sino que el espacio-tiempo es un contenido de la propia materia cósmica, inseparable de ésta, como la «conciencia» lo es del cerebro. La estructura terciogenérica del espacio-tiempo es disociable de la materia cósmica primogenérica, pero inseparable de ésta.
Para demostrar esto expuse las sinexiones entre el tiempo y la materia cósmica, lo que nos llevó a defender, desde el materialismo filosófico, al tiempo como «la medida del devenir» cósmico («el tiempo es el reloj»), y el devenir como vinculado sinectivamente a las totalidades jorismáticas, «todos efectivos» en los que sus partes se van codeterminando sucesivamente, y no según el infantil esquema de causalidad que propone JALD (una causa eficiente A y un efecto B), del que luego hablaremos, sino pasando necesariamente por esquemas materiales de identidad sobre los que actuaría la causa eficiente A, y sin los cuales, los propios «efectos» serían ininteligibles. El tiempo, sería dicho simplificadamente, la medida del devenir de la propia materia cósmica. Es ridículo, o digno de ser un episodio más a estudiar por la psiquiatría, defender la posible existencia del tiempo sin materia cósmica.
¿Pero acaso no es igual de absurdo defender un espacio sin materia? En cuanto a este tema, traté de mostrar, con más o menos acierto, las sinexiones entre éste y «la materia», en tanto, nuevamente, el espacio es un contenido del Mundo inseparable de los tres géneros de materialidad; un contenido, además, constitutivo del Mundo, pues sólo a través de la mediación de los sujetos operatorios humanos o animales puede haber espacio.
Las sinexiones más obvias entre la «materia» y el «espacio», por tanto, se muestran al analizar la percepción apotética, de tal modo que no hay criterios positivos (sino metafísicos) para hablar de espacio sin percepción apotética, «sin kenosis» para posibilitar la percepción «a distancia», objetiva. Desaparecidos (no neutralizados) los sujetos operatorios de la realidad, desaparecería el espacio. Porque es la kenosis la que constituye la espacialidad. A su vez, esta kenosis no está puesta por el cerebro de los sujetos operatorios, porque el cerebro es ya un objeto apotético; esto es: el sistema nervioso presupone la kenosis. Sólo se puede conectar necesariamente la kenosis a los sistemas nerviosos de los sujetos humanos o animales con percepción avanzada, pero en ningún caso deducir la percepción apotética únicamente del cerebro, porque en ese caso estaríamos de nuevo tratando de deducir el Mundo únicamente desde marcos ontológico-especiales, lo que recae una y otra vez en contradicciones y círculos viciosos. La kenosis, por tanto, sólo se puede explicar negativamente por una anamórfosis absoluta en la materia ontológico-general; atendiendo únicamente a los tres géneros de materialidad y poniendo entre paréntesis a M, la kenosis no es más que una cuestión de hecho imposible de explicar, pues como hemos dicho, «la razón» de la kenosis no puede radicar únicamente en M1, M2 o M3, en tanto los géneros de materialidad presuponen y están constituidos por mediación de la kenosis. Según creo, ésta es la tesis fundamental del hiperrealismo del materialismo filosófico, pues desde la concepción diamérica del sujeto, esto es, desde la concepción de que sujeto y objeto están en un mismo plano ontológico y que por tanto uno no pone al otro (como dirían respectivamente el idealismo o el realismo, como concepciones metaméricas del sujeto), la razón de la existencia de sujetos y objetos debe quedar, por definición, en un contexto de materialidad más amplio que el inmanente a la ontología-especial (los contenidos mundanos que constituyen el Ego trascendental o el Mundo): este contexto es la materia ontológico-general como materia trascendental, en sentido absoluto, al Mundo.
En suma, si JALD quiere «refutarme», tendrá que enfrentarse a la concepción epistemológica del hiperrealismo y a la doctrina empírico-trascendental de los tres géneros de materialidad que defiende el materialismo filosófico, cosa que, obvio es decirlo, no ha hecho. Más aun: ni siquiera las ha nombrado, y, en una vuelta de tuerca de la deshonestidad intelectual, dice sin ningún tapujo que no he dado ningún tipo de prueba sobre por qué el espacio-tiempo no puede existir «separado de la materia». Como si JALD tuviese muy claro qué es eso de «la materia».
Pero resulta que es nuestro físico el que no ha dado ningún tipo de prueba sobre lo contrario, pidiendo el principio de que el espacio-tiempo puede ser separado (=hipostasiado) de la materia cósmica (y por tanto de la percepción animal). Este autor se siente resguardado por el cálido cobijo de ecuaciones matemáticas que, sin embargo, y aunque JALD lo desconozca, únicamente pueden tener un significado terciogenérico, pero no físico, de igual modo a que el hipercubo o el punto no pueden existir físicamente, sino que son entidades terciogenéricas fruto de las operaciones segundogenéricas del sujeto gnoseológico sobre referenciales fisicalistas primogenéricos. Las matemáticas sólo tienen consistencia en el papel, por así decirlo, y sin las operaciones del sujeto gnoseológico, ni los referenciales fisicalistas, las ecuaciones matemáticas y sus resultados «trascendentales» carecerían de sentido, porque ni siquiera existirían. Y por supuesto, que decir cabe que M3 no tiene la autonomía metafísica que JALD le concede; nuevamente tenemos que decir que desaparecidos todos los sujetos operatorios, desaparecerían a su vez todos los contenidos pertenecientes al tercer género de materialidad, al estar estos sinectivamente conectados a los otros dos géneros.
Todas las incomprensiones de JALD sobre mis argumentos se basan, según creo, en que este autor no entiende las posiciones del materialismo filosófico en absoluto, y así, cierto, difícilmente puede «avanzar» lo más mínimo esta polémica.
No obstante, el resumen de las posiciones sostenidas podría ser dicho en pocas palabras: JALD hipostasia M3 y el espacio-tiempo; yo, en cambio, sostengo que eso es metafísico, absurdo, mostrando, desde las coordenadas del materialismo filosófico, las sinexiones entre los tres géneros de materialidad, así como el espacio-tiempo con la materia cósmica, en tanto contenido de ésta, que sólo en la intersección de los tres géneros de materialidad puede existir (doctrina del hiperrealismo, fundamento empírico-trascendental de los tres géneros de materialidad, principio zootrópico, &c.). Dicho nuevamente: el espacio está ligado sinectivamente a la percepción animal.
JALD, como no las entiende, dice que mis posiciones filosóficas «son muy respetables» (y más en un estado democrático como el que vivimos, podría añadir), pero que en nada refutan a lo que él sostiene. Pero esto es simplemente ridículo. Las decenas de páginas que he escrito en torno a las sinexiones de los géneros de materialidad sólo han conseguido que JALD las tilde de respetables, pero no han conseguido su objetivo, a saber: que JALD se enfrente a ellas. ¿Pero cómo puede esperar este autor participar en una polémica ignorando las posiciones del otro y diciendo que las ha refutado?
Ahora, si se me permite, me gustaría comentar brevemente este «parrafito» de JALD:
En cuanto al «plenum energético» ya expliqué que es un dogma «ad hoc» que introduce JPJ y que no se deriva en absoluto de la Relatividad General. Sigue además cometiendo importantes errores físicos, como cuando pone en pie de igualdad a las ondas electromagnéticas con las gravitatorias, diciéndonos que ambas son tan materiales «como un zapato o una bota de fútbol», para que nos quede muy claro. Desconoce este autor, y eso que ya se lo dije en otro artículo, que las ondas gravitatorias son perturbaciones del propio ET vacío, por tanto esencialmente distintas de las electromagnéticas, por ejemplo. Así las ondas electromagnéticas dentro de un volumen dado tienen una «masa» gravitatoria perfectamente determinada y en consecuencia deforman el ET a su alrededor de acuerdo a la Relatividad General, sin embargo las ondas gravitatorias no. La energía asociada al «campo gravitatorio» (ondas gravitatorias incluidas), según la Relatividad General, no está localizada, no cabe asociarla a regiones determinadas del ET de forma unívoca, en contraste rotundo con las ondas electromagnéticas o los zapatos de JPJ. Así que son muy escurridizas como material para llenar el ET vacío como él pretende, en realidad decir que las ondas gravitatorias llenan el ET es lo mismo que decir que el ET llena el ET.
1º) el plenum energético no es un dogma ad hoc, como saca de su chistera JALD: es, por una parte, una cuestión de hecho, y por otra un resultado dialéctico al que se llega por la vía apagógica de negar la acción a distancia y de por tanto introducir la sinalogía en toda relación entre materialidades primogenéricas, así como la toma de conciencia de que el vacío es una apariencia constitutiva del Mundo apotético, no una realidad autónoma. Ya reté en otro artículo a JALD a que me dijese cómo las regiones del espacio vacías que pudieran existir en el Universo, según él, no estarían «atravesadas» por ondas gravitatorias, por ejemplo. Por otra parte, al defender la concepción hiperrealista en epistemología y al vincular al vacío a una apariencia constitutiva del mundo de los fenómenos elaborada por los filtros de kenosis «conectados» al sujeto operatorio, también defendí que el vacío era una apariencia fruto de «filtrar» contenidos materiales reales para posibilitar la percepción apotética, a distancia. No es que no estén en el espacio, es que son filtrados para posibilitar la percepción que, además, constituye la propia espacialidad. Aun más: no es que exista un espacio macizo a través del cual la kenosis perforaría galerías, constituyendo los objetos corpóreos tridimensionales: es que el propio espacio se constituye no en la «perforación» de un espacio anterior macizo, sino de contenidos de la materia ontológico general que no son ellos mismos espaciales y que al constituirse como «espaciales» quedan dentro de la escala zootrópica en que nos es dada el Mundo.
De otro modo: el plenum es energético porque no es corpóreo (como sostiene Descartes), pero es un plenum de materialidad primogenérica; lo contrario, esto es, la postura que defiende JALD es solidaria del atomismo clásico, que necesariamente ha de ver al vacío como no-ser. A parte de la gratuita concepción de las partículas elementales como «corpúsculos», como si tuviese sentido hablar de cuerpos sin percepción apotética. No estaría de más que JALD, en sus ratos de ocio, estudiase a los presocráticos, para que viera que, aun sin haberlos leído, sus posiciones no son mucho más avanzadas ontológicamente que las de éstos, por mucha artillería matemática con que quiera recubrirlas, o por muchas entrevistas imaginarias que este autor se imagine a si mismo. No en balde Gustavo Bueno defiende, como ya apuntamos antes, que la cosmogonía del Big bang es una cosmogonía presocrática.
En un artículo anterior expuse un texto de Gustavo Bueno breve pero esclarecedor sobre la materia de este asunto.
El proceso de negación del mundo corpóreo equivale, en física, a la nada cósmica, al vacío (pero no tanto al vacío atmosférico, ni siquiera al llamado «vacío cuántico» –en tanto contiene en potencia a las partículas posibles que aparecerían y desaparecerían según fluctuaciones «capaces de provocar la inestabilidad del Universo de Minkowski»–, sino al vacío absoluto, el espacio vacío de los atomistas antiguos concebido como un no-ser, o el universo vacío definido como un espacio de Minkowski de curvatura cero).
La nada cósmica se nos aparece tanto a propósito de las categorías de la dinámica como de las categorías de la termodinámica. Como principal antecedente, dentro de las categorías de la dinámica, podríamos tomar a ciertas ideas de Jordan (que transmite Gamow en su autobiografía) proponiendo a Einstein la posibilidad de que la energía total del Universo fuese nula; la reformulación más reciente de esta sugerencia se debe a E. P. Tryon (Nature, vol. 246, 1973): el Universo podría ser «expresión de la Nada», siempre que físicamente se suponga que no hay inconveniente para que surja espontáneamente ex nihilo (de la nada cósmica). «El origen del universo podría ponerse en una fluctuación espontánea en el vacío». En cuanto a la reformulación de la idea de nada cósmica con las categorías de la termodinámica (E. Grunzig): la idea central se basa en que la diferencia entre el universo de Minkowski (curvatura cero) y el universo real no es función de la energía, sino función de la entropía, con lo que el paso de un universo a otro no consistiría en la aparición de la energía, sino en la aparición de la entropía. (Pelayo García Sierra, Diccionario filosófico, págs. 94-95.)
Este «plenum energético», además, en contra de lo que sostiene JALD, está avalado por la Relatividad general, que niega categóricamente la existencia del espacio exenta de Campo.
2º) En ningún momento he dicho que las ondas gravitatorias y las electromagnéticas sean iguales; esta supuesta afirmación que JALD me atribuye sólo puede haber sucedido en su imaginación.
Lo que sostuve, y sostengo, es que las ondas electromagnéticas y gravitatorias son contenidos primogenéricos (por tanto materiales), que «llenan el espacio», sin ser corpóreos. A mi juicio, estas invenciones de JALD las hace este autor ad hoc para provocarse situaciones en las que exponer sus sólidos conocimientos de física (sin necesidad de recurrir a imaginarias entrevistas), para compensar, sin duda, sus «agujeros negros» en filosofía, que es el campo de batalla en donde se mueve esta discusión.
Vayamos ahora a la particular «exégesis» que hace JALD del texto de Einstein que expuse en un anterior artículo de esta polémica, y que ahora vuelvo a repetir:
Según la teoría de la relatividad general, el espacio no tiene existencia peculiar al margen de «aquello que llena el espacio», de aquello que depende de las coordenadas. Sea, por ejemplo, un campo gravitacional puro descrito por las gik (como funciones de las coordenadas) mediante resolución de las ecuaciones gravitacionales. Si suprimimos mentalmente el campo gravitatorio, es decir, las funciones gik, lo que queda no es algo así como un espacio del tipo (1), sino que no queda absolutamente nada, ni siquiera un «espacio topológico». Pues las funciones gik describen no sólo el campo, sino al mismo tiempo también las estructuras y propiedades topológicas y métricas de la variedad. Un espacio del tipo (1) es, en el sentido de la relatividad general, no un espacio sin campo, sino un caso especial del campo gik para el cual las gik (para el sistema de coordenadas empleado, que en sí no tiene significado físico) poseen valores que no dependen de las coordenadas; el espacio vacío, es decir, un espacio sin campo, no existe.
Así pues, Descartes no estaba tan confundido al creerse obligado a excluir la existencia de un espacio vacío. Semejante opinión parece ciertamente absurda mientras uno sólo vea lo físicamente real en los cuerpos ponderables. Es la idea del campo como representante de lo real, en combinación con el principio de la relatividad general, la que muestra el verdadero meollo de la idea cartesiana: no existe espacio «libre de campo». (Alberto Einstein, Sobre la teoría de la relatividad especial y general, RBA [de la edición de Alianza], Barcelona 2002, pág. 106.) [subrayado mío]
Según JALD, en este texto nada se demuestra en lo referente a que la teoría de la relatividad general niegue la posibilidad de un universo vacío. ¿Pero es esto así? ¿Cuáles son las «coordenadas hermenéuticas» de JALD?
Porque Einstein defiende explícitamente que no existe espacio «libre de campo», porque precisamente desde la Relatividad general el espacio es una «expresión» del campo. ¿Pero no es esta conclusión precisamente la que JALD denomina como postulado ad hoc del plenum energético, postulado dogmático según él? ¿No está en este texto Einstein diciendo que Descartes tenía razón al negar la existencia de regiones vacías del espacio, y que se equivocaba simplemente en pensar que sólo lo corpóreo era físico, sin contar con las ondas energéticas, ya sean gravitatorias, ya sean electromagnéticas, ya sean de otro tipo? Y si esto es así ¿no es precisamente ésta mi postura a lo largo de esta polémica? En otro artículo anterior («Disputas ontológicas sobre temas cosmológicos», El Catoblepas, nº 28) también puse otro texto bastante claro de Einstein. Volvamos a recordarlo:
De acuerdo con la relatividad general, el concepto de espacio desprendido de todo contenido físico no existe. La realidad física del espacio está representada por un campo cuyos componentes son funciones continuas de las cuatro variables independientes: las coordenadas del espacio y el tiempo. Es precisamente esta clase particular de dependencia lo que expresa el carácter espacial de la realidad física.
Dado que la teoría de la relatividad general implica la representación de la realidad física mediante un campo continuo, el concepto de partículas o puntos materiales no puede desempeñar un papel fundamental como tampoco lo puede hacer el concepto de movimiento. La partícula sólo puede aparecer como una región limitada del espacio en la que la fuerza del campo o la densidad de energía son particularmente elevadas. (Einstein, «Acerca de la teoría de la gravedad generalizada»)
Volvemos a preguntar: ¿las regiones vacías que defiende JALD como posibles no van explícitamente en contra del campo continuo de la relatividad general? De otra forma: ¿el plenum energético que este autor denomina como «postulado ad hoc dogmático» no forma parte del abc de la relatividad general?
Podríamos decir que para Einstein, desde su «mundanismo», el campo es el Ser (la materia ontológico-general en coordenadas del materialismo filosófico), el «representante de lo real», según su interpretación monista de la ontología de Espinosa; los cuerpos, el propio espacio-tiempo, como sistema de relaciones fruto de la codeterminación diamérica entre las masas gravitatorias, son manifestaciones en último lugar del campo. ¿Cómo pueden existir regiones del espacio vacías de campo según la relatividad general? A mi juicio de ningún modo.
Y en cuanto al Universo de Minkowski, como mera entidad terciogenérica sin sentido físico, tendríamos que preguntar: ¿no desaparecerían todas las estructuras matemáticas y en general todo contenido terciogenérico al hacer desaparecer los cuerpos del Mundo (con lo cual desaparecería también el propio Mundo)? ¿Cómo no ve JALD que el Universo de Minkowski no puede tener sentido físico alguno?
¿Pero entonces cómo interpretar la posición de JALD en el momento en que él defiende un vacío absoluto, no sólo corpóreo, sino también de ondas gravitatorias o electromagnéticas? ¿No «separa» JALD el espacio-tiempo del campo, y aun de las masas gravitatorias, hipostasiándolo, creyéndolo subsistente por sí mismo, de análogo modo a como ciertos cristianos veían a los ángeles como «formas puras», separadas de toda materia? ¿Piensa JALD que recubriendo matemáticamente sus delirios metafísicos éstas pasan automáticamente a tomar un matiz más científico? Porque el vacío no ya corpóreo, sino energético o de toda materialidad, es el no-ser.
Repitamos: según la relatividad general, no hay espacio sin campo; por tanto no hay vacío, en tanto, sencillamente, esas «regiones del espacio» no estarían vacías, sino «llenas de campo». Sólo a título de petición de principio del todo gratuita podría declararse al «vacío» como «vacío corpóreo». Pero hay más: desaparecidos los cuerpos del Mundo también desaparecería el espacio-tiempo y el campo, en tanto contenidos dados a escala antrópica, esto es, contenidos de los tres géneros de materialidad, sustentados ontológicamente por el sujeto operatorio (y no al modo del realismo como hemos dicho, sino del hiperrealismo), que es un sujeto corpóreo. Más aun, y aunque suene duro para los «realistas ingenuos»: desaparecidos los cuerpos desaparecería el Mundo (en otro lenguaje: sin masas gravitatorias no habría universo, ni campo, en tanto el campo, la energía, &c., son contenidos antrópicos que sólo «desde la perspectiva de los cuerpos» pueden tener cabida). Por tanto, el Universo de Minkowski es imposible y su aceptación por parte de tantos físicos, según creo, se debe a su desconocimiento sobre «cómo funciona» M3.
Como ya dije desde el principio, ninguna de estas argumentaciones es nueva. En artículos anteriores de esta polémica ya defendí por qué sin el sujeto operatorio no habría espacio, ni tampoco vacío (sino que nos encontraríamos en «pleno terreno» de la materia ontológico-general, que es a-espacial), pero JALD ha empleado la estrategia erística de saltarse a la torera mis argumentaciones, bien porque no las comprende, bien porque no sabe refutarlas, bien porque no las ha leído, o bien por una mezcla de los puntos anteriores. Ciertamente no me interesa. Ya estoy acostumbrado en esta polémica a que mis polemistas recurran a esta «estrategia erística».
Pero prosigamos estoicamente. Posteriormente JALD escribe:
Pero quizá merezca la pena, aunque no tengo mucha confianza en ello, seguir al hilo del texto de Einstein el razonamiento, yendo de espacios más «llenos» hasta el vacío total, la nada cósmica, para esquematizar la postura de JPJ y que se vea más claro su error. Tendríamos en primer lugar un espacio con contenido material en todos los puntos, o con más rigor, dentro del cual en todos los puntos el tensor de tensiones-energía T no se anula, sea la clase de estos espacios E3. Vaciándolos un poco tendríamos a continuación aquellos en que T se anula en algún punto, pero no en todos, sea su clase E2. A continuación suponiendo que T se anula en todo el espacio obtenemos el Universo de Minkowsky E1. Después aún vendría un «espacio» como el que Einstein nos pide considerar, con tensor métrico nulo, y que muchos sostendríamos (entre ellos Poincaré, de quien Einstein debió acordarse cuando escribió este texto) que tiene un tipo de realidad, si no física como dice Einstein (no podemos medirlo en metros al carecer de tensor métrico) sí al menos matemática, pues un espacio puede tener perfectamente dimensionalidad y topología, por ejemplo, sin tener métrica: sea su clase E0. Por último aparece la nada total, o cósmica o como se quiera llamar, el conjunto vacío Ø. Pues bien, la postura de JPJ consiste en aceptar solamente espacios del tipo E3, y en eliminar todos los intermedios entre E3 y Ø, acusando a quien cree en la existencia de alguno de los intermedios de dar un «salto mortal» a Ø. No quiere ver que puede uno saltar tranquilamente de E3 a E2, de este a E1, e incluso especular matemáticamente con E0 antes de ser engullido por Ø.
Tenemos que comenzar por decir que el «espacio originario» es lo designado por E3, «los otros» de los que nos habla JALD son fruto de un regressus dialéctico por parte del sujeto operatorio desde E3; regressus que llevaría a entidades terciogenéricas que dejan de tener significado físico; que no pueden existir «realmente» (y que, como hemos dicho ya «decenas de veces», desaparecerían suprimidos M2 y M1). Esto es lo que se niega a entender JALD, sin duda por su desconocimiento de cómo se generan los contenidos terciogenéricos. Porque el espacio es originariamente el espacio físico, de objetos apotéticos tridimensionales (y no son tridimensionales porque nuestro ojo lo sea, como infantilmente pensaba Poincaré) constituidos por los mecanismos de kenosis; atendiendo a que el espacio fenoménico es el espacio originario, no tiene sentido, por ejemplo, decir, como muchos dicen, que nuestro espacio tridimensional es un caso particular para el que n = 3, porque resulta que los otros espacios son derivados, fruto de las operaciones del sujeto gnoseológico; suprimido E3, ningún espacio subsistiría por sí mismo, ni siquiera a título de mero contenido terciogenérico, en tanto M3 no está por ahí, flotando, en una suerte de nebulosa metafísica esperando a que la descubramos, sino que (repito) es un contenido del mundo conectado sinectivamente a M1 y M2, de tal modo que los contenidos terciogenéricos son fruto de la dialéctica entre el primer y el segundo género de materialidad (volveremos a hablar de esto más abajo, en lo referente al principio antrópico fuerte referido a las dimensiones del Universo). Parece que el E2 de que nos habla JALD, arruinaría el plenum energético e introduciría las (mágicas) relaciones a distancia, ignorando la necesidad de la sinalogía entre las materialidades primogenéricas que se codeterminan las unas a las otras; a parte de que, desde el hiperrealismo, esa «ausencia de materia», aunque fuese parcial de regiones determinadas del espacio, se vuelve ininteligible, porque el vacío no tiene una realidad positiva, sino la realidad negativa de ser una «apariencia eleática» constituida por la kenosis para posibilitar la percepción apotética y por tanto la conformación del mundo fenoménico en que viven los sujetos humanos y animales; en todo caso, el vacío, como apariencia eleática (ver Televisión: Apariencia y Verdad), presupone la continuidad sinalógica primogenérica, aunque ésta sea en forma de «continuidad energética». Dicho de otro modo: los cuerpos, como objetos fenoménicos apotéticos, presuponen el vacío (ya que sin vacío no habría percepción a distancia), pero este vacío, como apariencia eleática constitutiva del mundo, presupone a su vez la continuidad sinalógica. El vacío, fuera del contexto de la percepción, sólo puede ser interpretado como no-ser cósmico, lo que es absurdo, y por tanto rechazable apagógicamente. Es éste, como se sabe, un antiguo problema del atomismo presocrático.
Nuevamente, solo decir que de todas estas tesis de la ontología del materialismo filosófico he hablado una y otra vez a lo largo de esta polémica, pero como si no lo hubiera escrito. Por eso he optado en este artículo a repetir estas tesis a cada renglón, para que si JALD me responde, se acuerde de ellas, aunque sea por el «efecto subliminal» que hayan podido tener.
Pero pongamos, además, un texto de Gustavo Bueno para tratar de aclarar aun más esto y que si JALD diga que no está de acuerdo con el hiperrealismo, no sea al menos porque no haya tenido oportunidades de saber qué es, aunque sólo sea para tratar de rebatirlo.
El hiperrealismo es la concepción ontológica propia del materialismo filosófico que, aplicada a la realidad cósmica, niega el vacío, en cuanto no-ser, vinculándolo a una kenosis constitutiva del mundo. El hiperrealismo se opone tanto al realismo como al idealismo y se abre paso a través de la reabsorción o desbordamiento de la dicotomía sujeto/objeto. Esto es posible, no ya postulando la yuxtaposición de los términos S,O a título de términos co-determinados, sino regresando a situaciones tales en las cuales pueda afirmarse que O es, al mismo tiempo, un S; o bien, que un S es al mismo tiempo un O. Ahora bien: una tal conjunción de papeles entre S y O sólo podemos encontrarla a través de los otros sujetos corpóreos, de cuyo conjunto forma parte (y no por mera yuxtaposición, sino por interacción operatoria, cooperativa o destructiva) cada sujeto individual. Lo que, a su vez, implica que el propio sujeto individual (S) no habrá de ser considerado originariamente como un ego espiritual, que hace epojé cartesiana de los cuerpos ajenos («como si fueran autómatas») para recluirse en el fuero interno de su cogito, homogeneizando, a título de «sensaciones» o pensamientos (concebidos como afecciones de un sujeto único –ego cogito cogitata–) la heterogeneidad irreductible de los diferentes sentidos orgánicos de cada sujeto y de los diferentes sujetos [...] Con la expresión [Si/Sj/Oi/Oj/Sk/Ok/Oq/Sp] no hacemos, por tanto, otra cosa sino simbolizar la implantación de los sujetos de la misma o diversas especie o cultura dentro de un mundo común («campo de batalla» común), pero que es percibido por ellos según «longitudes de onda» diferentes (fuera de algunas franjas compartidas, a través de las cuales se establece la unidad, por entretejimiento, de ese mundo). Los «objetos» dados en el mundo como «objetos apotéticos» (es decir, con espacios vacíos entre sujetos y objetos interpuestos, gracias a los cuales las operaciones de aproximación y separación se hacen posibles**)** son, por tanto, fenómenos, considerados por relación a los objetos percibidos por otros sujetos.
Cuando nos situamos en el marco binario [S/O] estos fenómenos nos obligan a plantear la disyuntiva entre el idealismo (los fenómenos como «proyecciones» de formas del sujeto desde sus terminaciones nerviosas, o su cerebro, hacia el locus apparens de los objetos) y el realismo (los fenómenos como reflejos en mi cerebro de objetos, de ese modo, duplicados). Pero, situados en la estructura compleja y heterogénea de la red intersubjetiva (heterogeneidad que es también interna a cada sujeto, cuando se le considera estratificado según los diversos órganos de los sentidos, correspondientes, además, a diferentes niveles de la evolución zoológica: tacto, vista, termosensores...), estamos en condiciones de poder afirmar que muchos de esos «espacios vacíos» son, más que «ausencias de realidad» (o «zonas de no ser») «ausencias de percepción» o de conocimiento: son zonas invisibles (o inaudibles o intangibles) para un sujeto (o para un sentido del sujeto), pero visibles (o audibles o tangibles) para otros. Es ahora cuando se hace preciso introducir la dialéctica del enfrentamiento entre los diversos órganos del conocimiento de cada sujeto y a los sujetos de la misma o de diferentes especies. No es suficiente reconocer las diferencias y, a partir de ellas, dar cuenta de la manera como alcanzamos su unidad (este es el planteamiento del problema de Molyneaux); es necesario tomar en cuenta que son unos órganos –y unos sujetos– aquellos que deben intervenir en la explicación de la estructura de los otros. Así, por ejemplo, el objeto apotético, ante el ojo, no se constituye con independencia del tacto (de nuestros movimientos de aproximación o de separación, por ejemplo, en la oscuridad de una caverna). Un objeto visual apotético es un objeto intangible, hasta que la aproximación no tenga lugar. Y dado que son otros sujetos quienes se nos presentan también como apotéticos, pero tales que ellos interaccionan conmigo prácticamente, concluiré que el espacio interpuesto es real y que, por tanto, no es vacío, sino que es un plenum energético. Y esto significa que la apariencia, no es tanto la del fenómeno apotético cuanto la del «vaciamiento aparente» o kenosis del espacio interpuesto. Vacío que habrá que considerar como una transparencia o diafanidad definida en función de determinados sentidos: el tacto comienza operando una kenosis en los intervalos temporales en los cuales se interrumpe; una kenosis negativa que ulteriormente será enmascarada por el horizonte espacial ofrecido por la vista. Hay objetos «opacos» o resistentes para algunos sentidos. Una serpiente de cascabel, con los nervios olfatorios anestesiados y los ojos vendados, localiza a un ratón por sus radiaciones térmicas gracias a las terminaciones nerviosas termosensibles distribuidas por las fosetas de su rostro; las boas o las anacondas tienen terminaciones termosensibles dispuestas a lo largo de sus mandíbulas: basta una cantidad de 0'00004 calorías por cm2 para activar estos detectores térmicos.
En resolución: los fenómenos apotéticos –los objetos cuyas relaciones constituyen los términos del campo operatorio de una ciencia– no se constituirán (según la «metáfora idealista») como proyecciones de formas a priori o Gestalten de un sujeto, ni tampoco podrán suponerse dados (de acuerdo con la «metáfora realista») como sustancias que envían sus reflejos (eidola) hacia el sujeto cognoscente. Los fenómenos apotéticos son, por un lado, resultados de una acción reiterada –oleadas sucesivas de fotones que reproducen ciertos patrones procedentes de la fuente energética: el Sol, por ejemplo, que percibimos desde el lugar que ocupaba hace ocho minutos– que está determinando a los sujetos, sin que sea legítimo separar, en dos mitades discontinuas, las ondas que van alcanzando las terminaciones nerviosas y las que son asimiladas por el sistema nervioso (la onda electromagnética asimilada o inmanente al sujeto se mantiene en continuidad causal con la onda exterior y se realimenta de esta onda exterior sostenida, a su vez, desde sus fuentes). Por otro lado, son resultados de una kenosis que, a través de los filtros sensoriales, será capaz de abrir esos espacios vacíos aparentes, gracias a los cuales las operaciones son posibles. El mundo objetivo, el que corresponde a nuestra visión precientífica y, desde luego, el que corresponde a nuestra visión científica, se nos presenta así como una suerte de «espectro de absorción» practicado por nuestra subjetividad al intervenir en una realidad envolvente. Puede decirse, por tanto, que la morfología del mundo de la ciencia tiene que estar dada, en segmentos suyos esenciales, a escala del cuerpo humano y este es el fundamento más profundo en el que, a nuestro juicio, podría asentarse el llamado principio antrópico.
Lo que llamamos apariencia, en resolución, no consistirá tanto en la presencia de lo que no es, cuanto en la ausencia sensible de lo que es y actúa: las ondas electromagnéticas o gravitatorias que invaden los espacios «vacíos» interplanetarios o, simplemente, el aire calmado y transparente que envuelve la atmósfera terrestre y que necesitó de la clepsidra de Empédocles para ser detectado. Por eso hablamos –en lugar de realismo o de idealismo– de hiperrealismo, porque la tesis más característica de esta concepción es la negación del vacío como no ser (el mh> o5n de los atomistas). El hiperrealismo, en este sentido, podría vincularse al principio eleático que establece que «lo ente toca con lo ente» (Parménides, Fragmento 8, 22). [Gustavo Bueno, TCC, págs. 863-912]
Acabemos con este punto: el espacio físico está constituido por los mecanismos de kenosis conectados a los filtros de percepción del sujeto operatorio, de tal modo que no hay espacio, ni vacío sin percepción apotética, y ésta no existe sin sujeto operatorio, que, por cierto, es un sujeto corpóreo (esto es, un sujeto apotético), por lo que es necesario apelar, en último lugar, a una anamórfosis absoluta en M para explicar la kenosis, en tanto ésta no puede deducirse únicamente de contenidos ontológico-especiales. El vacío, como apariencia constitutiva del Mundo fenoménico, carece de autonomía ontológica propia, e hipostasiado de la percepción animal, coincide con el no-ser cósmico, que obviamente es absurdo ontológicamente. Y en este aspecto, el materialismo filosófico está más cerca de Parménides que de Demócrito.
Por otra parte, los espacios matemáticos están constituidos regresivamente por el sujeto operatorio desde el mundo de los fenómenos, de tal modo que estos espacios no tienen sentido físico, y desaparecido el mundo de los fenómenos, dejarían de existir. Significa esto que el Universo de Minkowski sólo tiene sentido terciogenérico, pero no físico, en tanto si hiciéramos desaparecer las masas gravitatorias, también desaparecería el espacio-tiempo (JALD desde el comienzo de esta polémica, una y otra vez, confunde el espacio físico con los espacios matemáticos). Por tanto, si quitamos E3, desaparece «el resto», porque los otros espacios son «derivados gnoseológicamente» de él. Pero no nos quedamos ante la pavorosa presencia de la Nada. Sino simplemente ante una materia indeterminada (ontológico-especialmente) no espacial. A su vez, el plenum energético es una realidad obvia cuando vemos la contradicción de aceptar acciones a distancia (y de aquí la defensa de la propuesta eleática antes citada), y por tanto la necesidad de descubrir los mecanismos de sinalogía entre materialidades primogenéricas, que no tendrían por qué ser corpóreos, sin perjuicio de su materialidad (ondas electromagnéticas, gravitatorias, &c.). Además, este plenum energético está avalado, en contra de la opinión de mi polemista, por la relatividad general, que niega regiones del espacio «vacías de campo».
Conclusión: JALD en nada ha refutado las objeciones que, desde el materialismo filosófico hice al vacío y al Universo de Minkowski; en su auto-entrevista este autor se hace a sí mismo las preguntas que le interesan, omitiendo las que yo le haría, como por ejemplo:
1º) ¿Qué piensa de las sinexiones entre el espacio y el vacío y la kenosis constitutiva del Mundo? ¿Desde qué perspectiva, y cómo la fundamenta, puede defender que puede existir espacio físico sin kenosis? O lo que es lo mismo ¿hablar de vacío exento de toda percepción animal no es tanto como hipostasiar la apariencia eleática que posibilitan los filtros de percepción apotética, hipostatización que acaba, además, con la absurda aceptación del no-ser cósmico? Y si este espacio o vacío sin materia es puramente terciogenérico, ¿sostener su posible existencia no es tanto como: 1) confundir M1 con M3, y 2) pensar que M3 puede existir desaparecido M1 y M2?
2º) ¿Qué opina de la escala antrópica a la que está dado el espacio-tiempo, de tal modo que suprimidos los sujetos operatorios desaparecería también el espacio-tiempo? ¿No está de acuerdo? Y si es así ¿dónde se encuentran sus argumentaciones contra estas tesis del materialismo filosófico? Dado que usted se ha enzarzado en una polémica contra concepciones del materialismo filosófico ¿no sería «lógico» ponerlas?
3º) ¿Tratar al espacio-tiempo como una realidad independiente de la materia, aunque se declaren interactuaciones «experimentables» entre estas dos entidades, no está mucho más cerca de la concepción metafísica de Newton del espacio y el tiempo como substancias absolutas, antes que de la teoría de la relatividad, que defendería un modelo relacional, y no sustancial, del espacio-tiempo dado siempre en función del campo y las masas gravitatorias?
4º) ¿Cómo puede negar exactamente que la Relatividad general defienda la existencia de un plenum energético de campo (que además tilda de postulado dogmático y gratuito), que «llenaría» el espacio físico, cuando uno de los contenidos básicos de esta teoría es negar la existencia del espacio exento de campo?
5º) ¿Qué idea de Materia tiene usted? ¿Y de Ego? ¿Cómo puede hablar de Materia en esta polémica sin definir qué concepción tiene de dicha idea? ¿Y de espacio o tiempo? ¿Cuál es la diferencia entre el espacio con significado físico del mero espacio terciogenérico? ¿Cree que estas Ideas se agotan en sus conceptos físicos o que son Ideas trascendentales, materia de análisis filosófico, en tanto atraviesan multitud de categorías científicas de tal modo que su totalización como ideas trasciende toda categoría científica y posibilidad de estudio científico?
6º) ¿Acepta usted las acciones a distancia (mágicas por tanto) que serían necesarias suprimido el plenum energético? ¿Cómo puede ser justificado racionalmente esto?
§2
Big bang
Cuadro similar al que, prescindiendo del armazón matemático, podría construirse con las cosmogonías de Hesiodo o Lactancio
Pasemos de nuevo al tema del Big bang. En este punto, las argumentaciones de JALD no son más sutiles que en lo referente al vacío. Veamos una de sus auto-preguntas.
P. Comienza esta parte JPJ defendiendo la imposibilidad de existencia de los agujeros negros. ¿Le ha convencido esta vez?
R. La verdad sigo sin entender qué razones filosóficas tiene JPJ para decretar que los agujeros negros no tienen realidad científica. Es sorprendente que diga por ejemplo que el científico cuando «observa unos fenómenos, y postula unas entidades que formarían un sistema coherente desde el que esos fenómenos observados tendrían una explicación, cuanto menos, plausible» no está procediendo científicamente. Y que por tanto los agujeros negros, como son «singulares», no pueden existir científicamente. Creo que la palabra «singular» es la que le molesta profundamente, seguramente no entiende lo que significa en este contexto. Ya le aclaré en mi anterior artículo que los agujeros negros son materiales, tan «corpóreos» como cualquier otro objeto, con un concepto de corporeidad adecuado para la física moderna (que no puede ser el mismo obviamente que para Newton). Continuamente hemos tenido que ir admitiendo en la física objetos cada vez más extraños, el aumento de las capacidades de observación lo ha hecho necesario. Con los argumentos de JPJ alguien en los albores de la teoría electromagnética se hubiera empeñado en negar la «cientificidad», por no hablar de la «corporeidad», de los campos electromagnéticos, que tan extraños y singulares debieron de aparecer al principio. En suma, JPJ hace unas consideraciones un tanto misteriosas sobre la teoría de la ciencia, y de estas pretende deducir cosas que en absoluto demuestra.
Creo que no tiene mucho sentido que JALD diga que no entiende las razones filosóficas que he mantenido sobre por qué la teoría de los agujeros negros no es ni puede ser una teoría perteneciente a la capa básica de la física, sino a su capa metodológica. A lo largo de esta polémica he escrito varias decenas de página explicando estas razones desde la teoría del cierre categorial; podrá JALD estar o no de acuerdo con ellas, pero lo que es del todo punto intolerable es que diga que no las entiende, como si no las hubiese expresado lo suficientemente claro, o aun más, como si ni siquiera las hubiese escrito.
Parece que este autor sostiene una teoría hipotético-deductiva, teoreticista de la ciencia. Pero resulta que la ciencia no funciona como JALD pretende. Desde las coordenadas del cierre categorial, ya he hablado suficientemente de esto en artículos anteriores, y me parece absurdo volver a repetirlo; si nuestro físico quiere refutarme, que al menos lea mis argumentaciones y trate de contestarlas. Y si quiere saber más de esto, que lea la teoría del cierre categorial desde la que hablo. Porque ¿cómo se puede estar en contra de una concepción (la del cierre categorial) que uno no entiende o que le es completamente desconocida?
También tenemos que señalar que es sorprendente, por no decir surrealista, que JALD diga que los agujeros negros son corpóreos (aunque aclarando: «con un concepto de corporeidad adecuado para la física moderna»). ¿Qué idea de cuerpo tiene JALD? ¿Son los agujeros negros entidades tridimensionales apotéticas? ¿Para JALD cuerpo es sinónimo de materia en general? ¿Dónde están las teorías de este autor de la materia y de lo corpóreo? Porque yo he tratado de exponer las coordenadas desde las que hablo (el materialismo filosófico). ¿Pero desde qué coordenadas filosóficas nos habla este autor? ¿Acaso piensa que sigue haciendo ciencia categorial al hablar de estos temas? Si así fuese, se debería a su desconocimiento de «los límites» de las ciencias categoriales.
En artículos anteriores dije que los agujeros negros eran postulados, porque eran, para la mayoría de físicos, la forma más coherente de explicar determinados fenómenos gravitatorios (la teoría de los agujeros negros, obviamente, y como es bien sabido, se apoya en la relatividad general). Pero los agujeros negros, al ser contenidos hipotéticos de la física, no pertenecen a la capa básica de ésta, sino a la metodológica (de igual modo a como el móvil perpetuo pertenece a la capa metodológica de la termodinámica, según el ejemplo que usé en la respuesta a Carlos Madrid). Para que los agujeros negros perteneciesen a la capa básica de la física deberían ser elaborados mediante identidades sintéticas sistemáticas (mediante la segregación de las operaciones del sujeto gnoseológico con referenciales fisicalistas), esto es, relaciones necesarias terciogenéricas en las que el materialismo filosófico sitúa el papel de la verdad científica. Pero, a día de hoy, parece que la teoría de los agujeros negros (y no digamos ya la de los «agujeros blancos» o los «agujeros de gusano»), es demasiado hipotética como para considerarla científica en su sentido estricto. Y hay indicios para pensar que los agujeros negros, tal como los conceptúan muchos en la actualidad, son más bien entidades terciogenéricas que físicas, esto es, que no pueden existir físicamente. En todo caso, elaborar hipótesis plausibles puede ayudar a trazar modelos plausibles de la realidad, pero no modelos científicos, en tanto la ciencia, en su sentido estricto, alcanza su verdadera naturaleza cuando es capaz de llegar a relaciones necesarias (identidades sintéticas), esto es, verdades en su sentido fuerte, que desbordan los marcos hipotéticos (que en todo caso siempre nos llevaría, si somos críticos, a una suerte de escepticismo, aunque sea moderado). En resumen: la verdad científica no es «coherencia con los fenómenos» como defiende el teoreticismo.
Pero seguir con este tema carecería de sentido, pues JALD tiene a su disposición la teoría del cierre para estudiarla, si quiere enfrentarse a ella. De momento sólo podemos preguntar: ¿Qué Idea de ciencia tiene este autor? ¿Y qué idea de verdad? Desde el criterio hipotético-deductivo empleado por JALD ¿cómo demarca este autor (el tradicional problema de Popper) la ciencia de la metafísica? Reto a JALD a que me conteste estas preguntas, si tiene a bien, porque él habla de verdades, demostraciones, ciencia, &c., como si supiera de que está hablando_. Pero sin una Idea de ciencia, de verdad científica, &c., no se puede hablar de estos temas seriamente._ Como mucho, sólo se puede hacer retórica.
Pero más sorprendente es la respuesta de JALD a otra de sus auto-preguntas:
P. Y qué le parece su afirmación de que «desde la teoría del cierre categorial, la cosmología, en general, difícilmente puede ser una ciencia estricta».
R. Pues algo parecido. Estructura su argumentación en dos partes: primero nos da una lección sobre las ideas cosmológicas que él tiene según su filosofía, para en la segunda parte atacar a los que sostengan otras ideas distintas, basándose en que hacen lo que él ha hecho en la primera parte, o sea, sostener ideas cosmológicas. No parece juego muy limpio intelectualmente. Por ejemplo es muy crítico con el Principio Cosmológico, porque pide lo que tiene que demostrar, al extrapolar observaciones locales a la Omnitudo Rerum, pero cuando él postula la eternidad de la materia ontológico-general, para negar la posibilidad del Big Bang, ¿no está acaso extrapolando? Yo lo que creo es que el campo de la cosmología es por fuerza más especulativo que otros de las ciencias, al referir sus enunciados a un sistema que no podemos observar más que de forma muy incompleta. Pero esto sólo significa que sus contenidos serán más susceptibles de posterior reforma, no que no sean científicos. O como dice Carlos M. Madrid Casado (El Catoblepas, nº 34) que su franja de verdad es más reducida. Pero todas las ciencias positivas están sujetas a revisión en mayor o menor grado, están basadas en una coordinación de datos observacionales en un esquema teórico determinado, nuevas observaciones o avances teóricos pueden hacerlas cambiar, como ha sucedido siempre en la historia de la ciencia. La velocidad de los cambios en la cosmología, entonces, será previsiblemente más grande que en otras ramas. Eso es todo.
Este fragmento me parece que no hace justicia a la inteligencia que ha demostrado tener JALD. Y más cuando recientemente volví a exponer las argumentaciones que, desde la teoría del cierre categorial, cabe hacer a la tesis de la «cientificidad estricta» de la cosmología moderna. Estas argumentaciones giraban, si no recuerda mal JALD (y por desgracia me parece que sí recuerda mal), sobre la imposibilidad de tomar al universo como un contexto determinante, la imposibilidad de la disciplina cosmológica de cerrarse categorialmente (por los postulados de multiplicidad y corporeidad holótica) o por la falta de referenciales fisicalistas a la hora de tratar de elaborar identidades sintéticas en la cosmología. Pero sobre estas argumentaciones este autor ha preferido «correr un tupido velo». De estos temas ya hablé otra vez en mi artículo-respuesta a Carlos Madrid, por lo que remito a él para no alargarnos más.
«Sorprendente» (por no decir onírico) es que este autor diga que la tesis de la eternidad de la materia ontológico-general es fruto de extrapolación de lo observado localmente a la Omnitudo rerum, como lo era el principio cosmológico por mí criticado anteriormente.
Sin duda, «mis sospechas» anteriores de que cuando JALD me leía hablar de la materia ontológico-general, en realidad no sabía «muy bien» de qué estaba hablando, se confirman con creces. No voy a hablar mucho de esto, sólo apuntar algunas cosas básicas:
1º) El camino de las determinaciones ordo cognoscendi de la materia ontológico-general es el inverso de la extrapolación de lo observado localmente a la Omnitudo rerum: A) Porque la Idea de materia ontológico-general se constituye regresivamente negando dialécticamente los contenidos del Mundo, no afirmándolos para extrapolarlos «más allá del horizonte de las focas»; eso sería proyectar marcos ontológico-especiales a la Ontología general, esto es, el camino opuesto al que sigue el materialismo filosófico, en tanto la materia ontológico-general que desborda al mundo (o se le opone dialécticamente) no es, obviamente, ni primo, ni segundo ni terciogenérica (ya que si no, el Mundo «conmensuraría» plenamente a la realidad); B) Porque el materialismo filosófico reniega de la metafísica Idea de Omnitudo rerum, en tanto la realidad no es una totalidad, sino una pluralidad infinita, en su sentido más negativo e indeterminado. La Idea de Omnitudo rerum hace referencia a esquemas mundanistas (los hegelianos, por ejemplo). Y ya en artículos anteriores hablamos de los postulados holóticos de corporeidad, multiplicidad, &c., que impiden considerar al Mundo como una totalidad, y mucho menos aplicar esquemas holóticos a la materia ontológico-general, en tanto las totalidades siempre están en función de las operaciones de conformación del sujeto operatorio, y la materia ontológico-general no puede ser conformada, por principio, dado que no está dada a escala antrópica.
2º) Cuando he hablado de la «eternidad» de la materia ontológico-general me he referido al sentido puramente negativo de negar el tiempo (y esto ya lo he repetido varias veces a lo largo de esta polémica, por lo que estoy cada vez más seguro que JALD no me lee «con demasiada atención»), tal como lo entendemos ontológico-especialmente, en ella (pues el tiempo está dado a escala zootrópica). Como ya defendí en artículos anteriores, la Idea tradicional de eternidad es, fundamentalmente, la atribuida a Dios por Boecio (interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio); pero esta Idea es contradictoria y metafísica, como ya hemos dicho anteriormente, y por supuesto la rechaza el materialismo filosófico (el «tota simul» es ininteligible). Creo que la tesis de la «intemporalidad» de la materia ontológico-general (M) es una tesis en gran parte construida apagógicamente, fruto de negar, por contradictorios, los caminos de la creación o de la aniquilación (aunque también, por supuesto, se llega a la intemporalidad en el regressus de negaciones de esquemas ontológico-especiales hasta llegar a la materia trascendental en sentido absoluto al Mundo). El materialismo está ligado, en este sentido, y si no me equivoco, a defender la «eternidad» de la realidad (en el sentido no metafísico dicho), y la prioridad ontológica de M respecto del Mundo. El tiempo, como Idea, «la hemos sacado» de marcos ontológico-especiales (las totalidades jorismáticas), que al negarlos dialécticamente en el regressus a M, llegamos a una entidad infinitamente plural (que como hemos dicho no puede ser conceptuada con marcos holóticos, en tanto las totalidades están dadas a escala antrópica) y que no puede comenzar ex nihilo, ni acabar, aniquilándose, sin perjuicio de que algunos de sus cauces materiales estén en devenir, esto es, que sus contenidos van codeterminándose sucesivamente, recurriendo infinitamente en el devenir por el propio argumento ontológico de la recurrencia, sin duda desconocido por JALD. Argumento que, como hemos dicho otras veces, ya se encontraba en los Ensayos materialistas de 1972, en los que se negaba por tanto un comienzo absoluto de la materia en el tiempo, como sin duda defiende la cosmogonía del Big bang. No tiene sentido, por tanto, postular un T0, y aunque sea como límite, como defiende JALD, «porque las ecuaciones nos llevan a ello», porque, en primer lugar, las ecuaciones que llevan a la teoría del Big bang están llenas de peticiones de principio, de postulados ad hoc y gratuitos, y de hipótesis no demostradas (y de esto ya hablamos en otros artículos). Y porque en segundo lugar, y esto es fundamental, si las ecuaciones llevan a algo contradictorio, como se demuestra en Ontología (por ejemplo por el argumento de la recurrencia y de la negación de la emergencia creadora), es obvio que hay que cambiar esas ecuaciones, porque las ecuaciones no son versículos de la Biblia, sino construcciones terciogenéricas hechas por el sujeto operatorio que bien pueden ser contradictorias o simplemente tener un mero significado matemático, pero no físico. En todo caso las ecuaciones no son entidades absolutas que nos revelan los más profundos secretos de la realidad, sino meras construcciones operatorias que miden en gran parte nuestro grado de poder de transformación de un mundo que, por otra parte, está dado a escala antrópica en gran medida por estas operaciones de conformación, y que por tanto desaparecería si los sujetos operatorios (humanos y animales) también lo hiciesen. Sin duda, JALD saldría de muchas de estas confusiones si estudiase con detenimiento el espacio gnoseológico de la teoría del cierre y comprendiese las sinexiones entre los tres géneros de materialidad ontológico-especial. JALD podrá decir que no tiene necesidad de estudiar dichas teorías (pongamos porque no le interesen), ¿pero entonces qué sentido tiene el querer enfrentarse a ellas en una polémica en la que ha intervenido voluntariamente?
Pero pasemos a la siguiente auto-pregunta de nuestro físico:
P. ¿Y, qué hay acerca de la relación entre Relatividad General y Big Bang?
R. Que mi contrincante sigue sin enterarse de lo que ya he expuesto con mayor extensión antes y no voy a repetir ahora. No voy a entrar a discutir con él las razones teóricas, el grado de plausibilidad teórica por así decirlo, del Big Bang a la luz de la RG, ya le he dado suficientes indicaciones antes al respecto. Por otra parte vuelve a intentar que yo me centre en lo de la radiación de fondo y demás. Le repito que este tipo de resultados no son esenciales en el surgimiento de la teoría, ni su fuerza radica en ellos, sólo son una confirmación que sobrevino después. Me dice que la mayoría de los que defienden el Big Bang se basan en esos resultados, no en la Relatividad General. La razón de esto es que muchos de los que aceptan el Big Bang, o trabajan incluso de alguna forma con él, no saben suficiente Relatividad General y no se han molestado en analizar a fondo las raíces de la teoría. Con esto no estoy criticándolos, yo también me apoyo en ciencia en resultados de los que no conozco a fondo su fundamento, no puede uno profundizar en todo. Lo que sí es grave es que JPJ pretenda arrancar de raíz la teoría del Big Bang y muestre una ignorancia tan grande de sus fundamentos. Para arrancar algo de raíz hay que saber primero dónde está la raíz, digo yo vamos.
Sé que voy a repetirme de nuevo con esto, pero tengo que decir que esta auto-respuesta de JALD es nuevamente ridícula; en anteriores artículos lo que he defendido es que la teoría del Big bang, aunque apoyándose en la relatividad general, no se sigue necesariamente de ésta. JALD tiene la sofística ocurrencia de volver a ignorar aquí todos mis argumentos, para presentar mis posiciones como gratuitas. Pero nada perdemos por volver a recordárselos, aunque sea resumidamente, ¿no?:
En mi anterior artículo expuse lo gratuito de algunas de las tesis centrales que vertebran la teoría del Big bang, especialmente de las supuestas «predicciones», como la radiación de fondo. Sin embargo, JALD, para tratar de escapar de estas acusaciones escoge la estrategia (a mi juicio desafortunada) de decir que la fuerza de la teoría del Big bang no reside en su capacidad para explicar o predecir la radiación de fondo, la expansión del Universo y la explicación de las abundancias de determinados elementos químicos, como el hidrógeno y helio, &c., sino que, como si estas predicciones fuesen «contingentes» o «colaterales» a la teoría (curiosamente JALD ni se molesta en tratar de refutar las objeciones que puse a dichas «pruebas» de la veracidad del Big bang), su fuerza reside, en realidad, en la Relatividad general. Ahora bien, a mi juicio, esta interpretación, en primer lugar, nada a contracorriente de lo que defienden la práctica totalidad de los defensores de la teoría del Big bang, que se aferran, una y otra vez, a las «predicciones» expuestas (radiación de fondo y demás) para corroborar la «verdad» de la teoría de la «Gran explosión»; en segundo lugar, da a entender que de la relatividad general se deduce necesariamente la teoría del Big bang, lo que es completamente gratuito, pues en primer lugar, la relatividad general, aun cuando trata de moverse en los terrenos de la especulación cosmológica, sigue siendo igualmente válida si introducimos en las ecuaciones la constante cosmológica einsteniana para tener un universo estático, dado que la expansión observada por Hubble pudiera ser puramente local, y la «expansión del universo en general» el resultado de una extrapolación ilegítima de lo observado localmente; o, aunque aceptásemos la supuesta realidad de un universo no estático, éste podría contraerse o expandirse sin llegar nunca a una singularidad primordial, por un lado, ni a una fuga gravitatoria por el otro. ¿Dónde está la férrea necesidad de aceptar la teoría del Big bang según la teoría de la relatividad general? A mi juicio, sólo en la mente de Lemaître, Gamow o el propio JALD.
Cosmólogos como Gunzig o Nordon, aceptando los principios básicos de la relatividad general, por ejemplo, llegan a una conclusión opuesta: el universo procede de una fluctuación cuántica en el vacío cuántico capaz de desgarrar el espacio-tiempo de Minkowski y generar el mundo de los cuerpos. Aun más, ¿acaso Hoyle o Bondi no aceptan la relatividad general en su teoría de la continua creación de materia? Si en gran parte fue abandonada dicha teoría no fue por la relatividad general (que tanto Hoyle como Bondi aceptaban, como digo), sino por el descubrimiento de la radiación de fondo y su interpretación (gratuita y ad hoc) en términos de la ley de Hubble, y la coordinación de todo esto con las teorías de Lemaître y Gamow principalmente. (La cosmología como...)
La tesis que he defendido a lo largo de esta polémica es bien clara: la teoría del Big bang no se deduce, en modo alguno, necesariamente de la relatividad general; otras teorías cosmológicas que sin duda también se apoyan en la relatividad general, caminan por otros senderos completamente distintos a los del Big bang, por lo que si esta teoría es más aceptada, habría de ser por sus «evidencias empíricas» (la radiación de fondo, la ubicuidad del hidrogeno, &c.), que por su «plausibilidad desde la relatividad general»; pero resulta que estas «evidencias empíricas» no son tales, como ya también he expuesto anteriormente numerosas veces; son fenómenos que son interpretados ad hoc para que encajen con la teoría del Big bang, pero podrían ser interpretados de manera «igual de lícita» para que encajasen con otras teorías cosmológicas opuestas. Luego la defensa de JALD de la teoría del Big bang es completamente dogmática y gratuita, por no decir inquisitorial, en el sentido de Halton Arp (autor que presupongo JALD no habrá leído ni tendrá intención de leer). Porque no hay ninguna razón empírica para aceptar la teoría del Big bang (o en todo caso no hay más razones empíricas para aceptar el Big bang más que otras teorías cosmológicas), ni tampoco hay ninguna razón desde la relatividad general a aceptarla más que a cualquier otra teoría alternativa, también trazada desde la relatividad general. Lo que hay, más bien, son decenas de razones para desechar la teoría del Big bang del campo de la ciencia estricta y para refutarla por su imposibilidad ontológica.
El sacerdote católico Jorge Enrique Lemaître (1894-1966), padre de la teoría del Big bang, con expresión satisfecha por haber descubierto «científicamente» el origen del Universo
Por otra parte, no creo que esté demás señalar que Einstein estuvo siempre en contra de la teoría del átomo primigenio de Lemaître, padre de la teoría del Big bang, pues vio perfectamente la artificiosidad de los cálculos del sacerdote católico, elaborados ad hoc para buscar una teoría de la creación que pudiera coincidir con sus «creencias» (respetables para unos, absurdas para otros) católicas. Y Einstein siguió en contra de esta teoría aun cuando aceptó la expansión global del Universo (y por tanto suprimió la constante cosmológica que hacía el universo estático), así que si la teoría del Big bang se sigue necesariamente de la relatividad general, entonces habría que concluir que Einstein no sabía demasiado de su propia teoría. Y en este sentido Einstein se presentó mucho más materialista (en tanto negaba la creación) que muchos de sus posteriores «seguidores», que teniendo que aceptar por necesidad la relatividad general, querían forzarla hasta llevarla a legitimar sus concepciones cosmogónico-míticas.
Posteriormente JALD se hace otra tanda de auto-preguntas donde sostiene (en sus auto-respuestas) que mi objeción a la contradicción en el regressus a la singularidad primordial, se debe en que «no comprendo bien» la idea de límite (por no decir que no la comprendo en absoluto). En este punto defenderé una tesis parecida, pero inversa, a saber: es JALD el que no tiene ni idea de la Idea de límite, y mucho menos aplicada a la singularidad primordial. Seguramente esta tesis podrá parecer excesiva a muchos, ya que este autor es matemático. Pero sin perjuicio de sus sólidos conocimientos matemáticos, este autor sostiene la sorprendente tesis de que la singularidad es un límite contradictorio, pero que aún así es posible y que por tanto no ha de ser suprimido de la teoría por absurdo. ¿No es esto una muestra de delirio fideísta, por no decir orwelliano? Naturalmente, JALD se salta completamente todas mis argumentaciones al respecto, como si no las hubiese leído, pues esta posición suya ya la trituré en diversas ocasiones en artículos anteriores de esta polémica. Resumiré de nuevo las posiciones que defendí desde el materialismo filosófico:
1º) Si en un proceso continuo llegamos a un límite contradictorio, debemos detener el proceso y declarar el límite como imposible mediante las estrategias dialécticas de la anástasis o de la catástasis.
2º) Si en un proceso continuo llegamos a un límite posible, tenemos que declarar como real al límite, «saltando a él» mediante las estrategias dialécticas de la metábasis o de la catábasis.
3º) Si en un proceso continuo, como el regressus temporal desde el estado actual del universo, mediante ecuaciones, llegamos a un punto de singularidad que es contradictorio, debemos parar el proceso y decretar el límite como imposible mediante una anástasis, llegando entonces, apagógicamente, a la tesis de la recurrencia infinita de la materia cósmica en el tiempo.
4º) Si en este proceso alguien defiende a la vez la anástasis (por decretar contradicciones en la singularidad) y la metábasis (por decretar a la singularidad como real, incluyéndola en el seno de la teoría, y no como un límite imposible) es que o no tiene ni idea de lo que está diciendo, o es que es un sofista, o bien es un bromista que trata de alegrar una, sin duda, pesada polémica con un toque de humor, que por otra parte siempre es cálidamente recibido.
Sorprendentemente, en su artículo anterior, Carlos Madrid defendió también esta absurda teoría, así que volveré a copiar la respuesta que le escribí, pues allí donde pone Carlos Madrid, sólo hay que poner, ahora, mentalmente «JALD».
CM vuelve a «amparar» la postura (a mi juicio absurda) de JALD: defender por una parte la estrategia dialéctica de la anástasis para no llegar a la singularidad primordial, en tanto al llegar a este límite nos encontramos con todo tipo de contradicciones, pero por otra parte, defender que la singularidad primordial es posible, y aun más, que fue real. ¿Pero no es esto un caso de «esquizofrenia noetológica»? ¿No es ridículo, por no decir delirante, sostener, para un mismo problema, la metábasis y la anástasis a la vez, cuando son precisamente estrategias dialécticas antitéticas, de suerte que una constituye la negación de la otra? En mi anterior artículo expuse por qué esta postura es absurda, pero obviamente (a estas alturas del artículo ya no debe resultar ninguna sorpresa para el lector) Carlos Madrid vuelve a saltárselas a la torera. Pero como, en este artículo, el «olvido» de CM es «directamente proporcional» a mi papel de «recordador», volveré a repetirla: los físicos (o meta-físicos) que sostienen la realidad de la singularidad primordial, lejos de realizar una anástasis (lo que les llevaría a declarar a la singularidad primordial como un imposible ontológico) realizan una metábasis o paso al límite de la materia cósmica a una singularidad primordial donde desaparece el espacio-tiempo de Minkowski. Pero utilizar la estrategia dialéctica de la anástasis conlleva, necesariamente, a declarar como absurdo el límite (la singularidad primordial) y por tanto a aceptar, apagógicamente, la tesis de que la materia cósmica siempre está en devenir (o sea, que no hubo Big bang). CM se contradice nuevamente, y parece no entender demasiado bien en qué consisten las estrategias dialécticas de la metábasis, catábasis, &c., por lo que le sugiero «que se las estudie» antes de hablar de ellas, si no quiere ser partícipe de la más oscura y contradictoria confusión de conceptos.
¿Qué más cabe decir? ¿Acaso JALD ha contestado a algo de esto que llevo repitiéndolo desde hace varios meses en esta polémica? Pero sin embargo JALD concluye con otra auto-pregunta:
P. Entonces, ¿qué queda de los argumentos de JPJ?
R. Pues como se basan en las dificultades que plantea meterse en la singularidad, y en la teoría no nos metemos, no tienen ningún valor para refutar la teoría del Big Bang. Además en el segundo argumento que da, cuando pregunta que el «punto» en qué espacio se proyecta, sigue sin enterarse de que en la Relatividad General nunca proyectamos el Universo en otro universo de mayor dimensionalidad desde el que verlo como suspendido, como ya le dije. Demuestra ignorancia palmaria de los principios de la geometría diferencial, otro de los pilares básicos de la Relatividad General. Podría tomarse la molestia de estudiar la teoría de la geometría intrínseca de superficies, por ejemplo, logro importantísimo de Gauss, para enterarse de que podemos hablar perfectamente de curvatura de una variedad sin necesidad de imaginarla flotando dentro de un espacio de mayor dimensionalidad. El ejemplo que se suele poner para ilustrar estas ideas es el de seres bidimensionales que vivieran sobre la superficie de una esfera. Al ser bidimensionales sólo verían en el entorno de cada punto un trozo de la superficie de la esfera, que si son lo suficientemente pequeños con relación a la esfera las parecerá plano. Estos seres no podrían «ver» la esfera en el espacio, al ser bidimensionales, pero sin embargo podrían llegar a descubrir que la esfera está curva, o sea, que no viven en un plano. Para ello, por ejemplo, podrían trazar la gráfica de longitud de circunferencia (sobre la esfera) en función del radio, y verían que no es lineal (como corresponde al plano, en que como se sabe l = 2 π r). Con esto estarνan estudiando la geometría intrínseca de la esfera. Siguiendo con el ejemplo, para esos seres el proceso de contracción del Universo sería con si la esfera fuese reduciendo paulatinamente su radio. Las distancias que los seres midieran entre puntos fijos de la esfera decrecerían paulatinamente al mismo ritmo que el radio de la esfera, y al final acabarían concentrados en una superficie de extensión límite nula. Pero en ningún momento para esos seres tendría sentido preguntar en qué espacio se proyecta el punto, pues nunca verían la esfera en un espacio de dimensión superior.
Señalar a esto varios puntos, también defendidos anteriormente:
1º) Si en el regressus a la singularidad primordial hacemos desaparecer el espacio, también negamos la posibilidad de hablar de entidades espaciales. No existe punto sin espacio, sea «euclidiano» o no. Y esto porque el punto no es una entidad autónoma, sino una entidad terciogenérica fruto de un proceso dialéctico: suprimido todo contexto espacial, también desaparece la posibilidad de seguir hablando de un punto.
2º) JALD vuelve al platonismo esencialista de imaginarse entidades terciogenéricas exentas de M1 y M2, aun más: este autor sostiene la tesis de que de un contenido terciogenérico deriva M1 y M2. Pero (volvemos a repetir) no existe M3 sin M2 ni M1, y si JALD defiende la posibilidad de un contenido terciogenérico, subsistente por sí mismo, hipostasiándolo, es que está situado en una metafísica arcaica, completamente absurda y en todo caso refutada por la doctrina de los tres géneros de materialidad. Pero el progressus desde la singularidad a la materia cósmica es tan imposible como un círculo cuadrado, y no sólo por la cuestión del tiempo (un comienzo absoluto del tiempo como límite posible), también es esencial la cuestión de tratar de hacer surgir las relaciones de isología de dicha singularidad. Gustavo Bueno señala a este efecto:
Sería imposible, a partir de un migma amorfo primordial –como el de la materia del big bang antes de su «inflación», o como, en Geometría, a partir del «espacio fibrado»– pretender construir estructuras isológicas ulteriores. (TCC, pág. 539)
Pero como JALD ha ignorado mi argumentación, volveré a copiar un extracto de mi respuesta a CM:
Prácticamente, todas las objeciones que a mi juicio se pueden hacer desde el materialismo filosófico, se centran en el camino metafísico de todas las teorías cosmológicas que practican la operación «extracción de materia», para dar cuenta, según ellas, del origen del Mundo. En ellas, tras esta extracción de materia (mental, o en todo caso acrítica) se llegaría a un vacío cuántico, a una singularidad primordial, a un plasma electrónico originario del que todo emergería, o cualquier otra cosa por el estilo. Pero las contradicciones derivan en tratar de sacar la «aparición» del Mundo atendiendo únicamente a marcos ontológico-especiales (el vacío cuántico o la singularidad primordial son puramente mundanos, aunque se presenten como tras-mundanos; siguen estando a escala antrópica, y carecen por completo de sentido sin el Ego trascendental). Pero es imposible explicar la «aparición» del Mundo a través de elementos ontológico-especiales. Porque ¿cómo se puede pretender que de la singularidad primordial, o del vacío cuántico, por ejemplo, surjan los tres géneros de materialidad, cuando, precisamente, tanto la singularidad primordial como el vacío cuántico presuponen a los tres géneros de materialidad y por tanto al Ego trascendental? Esto es tanto como apelar a la Causa sui. Tratar de explicar el surgimiento del Mundo a través de marcos ontológico-especiales, a parte de ser algo obviamente absurdo, por el circularismo vicioso que ello conlleva, únicamente se puede llevar a cabo a través de la metafísica tesis de la Scala naturae, pues al tener que «deducir» («deducción» que ignora el dialelo corpóreo-viviente) toda la pluralidad de nuestro Mundo de entidades mucho más «simples» como la singularidad primordial o el vacío cuántico, se ha de apelar necesariamente a la emergencia metafísica de niveles ontológicos que vayan apareciendo (ex nihilo) y superponiéndose hasta alcanzar la «pluralidad y riqueza de nuestro estado actual del Mundo». Formulaciones que tendrán que defender, ya en el ejercicio, ya en la representación, que de la singularidad primordial o del vacío cuántico, emerge M1, y de éste, a través de los organismos con sistema nervioso, M2, y de éste, a través de los mamíferos superiores con corteza cerebral capaces de generar operaciones abstractas, M3 (y esto, además, con la contradicción de que la singularidad primordial sea una entidad terciogenérica, en tanto no es física y sus atributos son ideales –todo esto está expuesto más detalladamente en artículos anteriores, como sabrá cualquiera que sepa un mínimo de esta polémica–).
Pero esta posición, de ir haciendo «brotar», por emergencia creadora, un género de materialidad de otro, se encuentra, nuevamente, en las antípodas del materialismo filosófico. Porque los tres géneros de materialidad no son mundos megáricos, que se irían yuxtaponiendo jorismáticamente, sino que son dimensiones inconmensurables, pero sinectivamente conectadas, de un único Mundo empírico común, dado a escala del sujeto operatorio, y sin él cual no existiría en cuanto a sus morfologías. Los tres géneros de materialidad están conectados de tal manera (a través de sinexiones) que no se puede suprimir un género de materialidad sin destruir el resto. ¿Acaso piensa CM que M1 –pongamos por caso la materia en inflación después de la «Gran explosión»– puede existir sin M2 ni M3? ¿Acaso piensa que de la «singularidad primordial» –perteneciente a M3 como hemos dicho– puede emerger, mágicamente (creadoramente) M1? [...]La operación «extracción de materia» no nos puede llevar nunca, si no estamos situados en la vía de la metafísica (como lo están sin duda los cosmólogos que la practican, y por tanto la necesidad de la crítica filosófica), a entidades mundanas, dadas a escala del Ego (volvemos a remitir, debido a su decisiva importancia, a la interpretación que hace el materialismo filosófico del principio antrópico débil), sino a la materia ontológico-general; porque la realidad es infinita, y el Mundo, como contenido finito suyo, es sólo una parcela «infinitesimal», por así decirlo, de la realidad, dada a escala del Ego trascendental (en donde actuarían las ciencias positivas). Según esto, tanto las posiciones de JALD como las de CM, a mi juicio, están inspiradas por un profundo «mundanismo», fruto de no comprender (al parecer en modo alguno a juzgar por sus argumentos) la distinción fundamental entre Ontología especial y Ontología general; de desconocer las complejas relaciones dialécticas entre la materia cósmica y la materia ontológico-general; relaciones que nos llevan, en la mayoría de casos, a la doctrina de las anamórfosis absolutas, que son la cara opuesta de la Scala naturae o de la emergencia metafísica de que son solidarias la teoría del Big bang o del vacío cuántico, en cuanto al «surgimiento» del Mundo y su posterior «evolución» hasta la actualidad se refiere. [Contra el Big bang (y secreciones metafísicas similares)]
También argumenté contra la posibilidad de apelar a una anamórfosis absoluta para tratar de evitar la emergencia creadora en la teoría del Big bang, porque dicha anamórfosis absoluta, sin duda necesaria para explicar, aunque sea negativamente, el «surgimiento» del Mundo, haría saltar en pedazos a la propia teoría del Big bang. ¿Habrá leído todo esto JALD? Y si es así ¿considera este autor que ha refutado todas estas posiciones, precisamente las nucleares? Y si su respuesta es afirmativa ¿dónde están sus refutaciones? Porque desde luego no se encuentran en las páginas de esta revista. ¿No será que JALD ha refutado todas estas tesis del materialismo filosófico en su mente, y una vez refutadas las ha visto tan triviales que ni siquiera ha considerado pertinente exponerlas en alguno de sus artículos? Y si esto fuese así ¿sería excesivo pedirle que hiciese el esfuerzo de poner sus refutaciones a estas posiciones aquí defendidas en forma de artículo?
Cuadro ilustrativo de la Scala naturae o sistema de grados según el cual la realidad va evolucionando desde lo menos complejo a lo más complejo ontológicamente por medio de emergencias creadoras
(guiadas por el principio antrópico fuerte)
En su pelicular sistema metafísico, JALD también defiende la Scala naturae, como ya hicimos ver en anteriores artículos. Recordemos estas auto-preguntas de JALD:
P. En el cuarto argumento JPJ trata de impugnar el Big Bang en función de que conlleva al principio antrópico fuerte, rechazado por la filosofía materialista.
R. Este cuarto argumento es un alegato contra el principio antrópico fuerte, pero desde luego para nada invalida la teoría del Big Bang. Por una parte JPJ en absoluto demuestra que la teoría del Big Bang implique el principio antrópico fuerte, ni que este, caso de contaminar más la teoría del Big Bang que la suya basada en la eternidad del Universo, fuera capaz de derribarla. Esto es, este principio tiene un carácter demasiado especulativo como para basar en él ninguna refutación.
P. ¿Qué opina en fin del último argumento, basado en que el Big Bang lleva a las tesis de la Scala Naturae y el monismo de la armonía?
R. Por lo que entiendo de lo que dice es un argumento cortado según el patrón de otros anteriores, basado en las dificultades que plantea arrancar desde la singularidad, con variable asociada ahora la complejidad, como antes lo fue la escala de longitudes, por ejemplo cuando lo del supuesto absurdo del punto. Es inválido, por tanto, por las mismas razones ya expuestas: no pasamos «de un punto infinitamente simple (la singularidad) a la pluralidad inagotable del Mundo actual». Los infinitos ya hemos vistos que JPJ los entiende mal y la teoría no los incluye. Sí es cierto que la complejidad, en determinado sentido, disminuye a medida que nos acercamos al tiempo T0 , compare usted por ejemplo la complejidad del Sistema Solar actual, Tierra incluida con la vida, con la del mismo sistema cuando estaba en forma de nebulosa, por ejemplo. Pero este aumento gradual de la complejidad seguiría siendo cierto aunque quitáramos de en medio al Big Bang, por lo que sabemos. En resumen, las cinco vías que JPJ nos ofrece para demostrar que la teoría del Big Bang es absurda y contradictoria quedan muy lejos de conseguir su objetivo.
Esta parodia, en forma de caricatura, no dista demasiado de la realidad del argumento del átomo primigenio del padre Lemaître
JALD, según creo, defiende que no hay conexión alguna entre la teoría del Big bang y el principio antrópico fuerte; o mejor dicho: que cabe defender sin ningún tipo de problemas la teoría del Big bang sin contar para nada con el principio antrópico fuerte.Como no podemos extendernos demasiado, sólo apuntaré algunas ideas, muy generales, y que sin duda necesitan de una ampliación que habrá que dejar para otro momento.
Desde el «inicio absoluto del tiempo» hasta nuestro Universo actual, mostrando una interrogación por la posible causa eficiente del Big bang ¿aquí es cuando, según muchos, debemos dejar el laboratorio de física para irnos a misa, dado que la razón humana ha encontrado sus límites infranqueables? ¿O puede que algún día la ciencia descubra el interrogante de la ilustración, acorde con la opinión de aquellos científicos que dicen que nos queda cada vez menos para comprender los últimos secretos de la realidad, sin necesidad de religión?
Parece que hemos demostrado con suficiente soltura que la teoría del Big bang es solidaria de la emergencia metafísica, en tanto dicha cosmogonía, va haciendo surgir ex nihilo diferentes tipos de materialidad, en orden de mejor a mayor complejidad, «hasta llegar al estado actual del Universo». Como defienden los defensores del principio antrópico fuerte, es completamente cierto que la más mínima variación del proceso que, desde la singularidad primordial, dio lugar al surgimiento del universo, habría impedido que existiesen seres humanos sobre la tierra. Esto es, las condiciones necesarias para la vida en el universo son tan completamente específicas y particulares, que prácticamente la «infinitud de universos posibles» que cabe pensar nada más con leves cambios en alguna variable física, serían universos en los que sería imposible la vida humana. Dicho de otro modo: de los infinitos universos posibles, sólo el nuestro es el que posibilita la existencia de vida humana.
Las emergencias creadoras tienen como causa final la aparición del hombre; porque dado que el proceso desde el Big bang hasta la aparición del hombre no puede ser estudiado mediante causas eficientes en lo que las emergencias creadoras se refiere, y cualquier mínimo cambio de dichas emergencias habrían impedido la existencia del ser humano, dichas emergencias ex nihilo van orientadas teleológicamente a la aparición de los seres humanos sobre la tierra. Y esto puede ser entendido fácilmente desde una perspectiva teológica, porque no es otra cosa que el argumento del diseño tradicional reelaborado con categorías físicas y biológicas.
Cuadro ilustrativo que muestra, nada más ni nada menos, que un resumen desde el «Origen de la Materia» a la emergencia de la Cultura
JALD podría argumentar que dichas emergencias que dieron lugar a la posibilidad de la existencia de seres humanos en el universo fueron casuales, ciegas; pero no es una emergencia la que dio lugar (entre infinitas posibles que no habrían posibilitado la vida en el universo), sino infinidad de emergencias las que se dieron desde el Big bang, todas siempre las únicas que podían posibilitar la vida «en el cosmos». Y dado que el proceso no es explicable mecánicamente (las emergencias son «saltos mortales» que trascienden las causas mecánicas), sólo es «explicable» al introducir las causas finales y por tanto el teleologismo en el Universo, se recurra al Dios de la ontoteología (la perspectiva que desde luego más «encaja» con nuestra tradición) o se recurra a otros esquemas no menos metafísicos, como pudiera ser el hegeliano, que negando el Dios personal, también introduce un componente de necesidad en la existencia del ser humano (acaso Engels en su Dialéctica de la naturaleza no esté demasiado alejado de esta posición).
Miremos por ejemplo, y para mayor comodidad, la siguiente tabla así como el texto de debajo:
Si la constante de gravitación hubiera sido mayor, solo levemente mayor, las estrellas se consumirían a mayor velocidad y, posiblemente, nunca hubiera sido posible la existencia de planetas con condiciones adecuadas para la existencia de la vida. No hubiéramos existido nosotros.
Si la masa hubiera sido algo mayor, el universo se hubiera colapsado al poco tiempo, si hubiera sido algo menor, la rápida expansión no hubiera permitido la formación de galaxias ni estrellas, el universo sería una sopa diluida de partículas. Para alcanzar esta densidad crítica se tuvo que ajustar en los primeros instantes diversos parámetros con extraordinaria precisión.
Si la velocidad inicial de la gran explosión hubiera sido mayor, y solo levemente mayor, no hubiera sido posible la condensación de materia que se acumula formando los sistemas galácticos y demás estructuras estelares. Por el contrario, si esa velocidad inicial hubiera sido menor, sólo levemente menor, la materia se hubiera retrotraído, colapsado, y, en ambos casos no hubiera existido universo. No hubiéramos existido nosotros.
Si las fluctuaciones de densidad en los primeros momentos hubieran sido algo mayores, entonces las galaxias se habrían formado muy rápidamente y ahora no habría mas que grandes agujeros negros.
Si la velocidad de desintegración de los átomos de hidrógeno en el Sol hubiera sido diferente, y sólo levemente diferente, no hubiera sido posible la formación del carbono, imprescindible para la vida. No hubiéramos existido nosotros.
Si la masa de los electrones y de los protones fuese un poco mayor con respecto al neutrón resultaría que los átomos de hidrógeno serían inestables y se desintegrarían inmediatamente en neutrones y neutrinos, imposibilitando la formación de estrellas.
Si la interacción nuclear fuerte en relación con el electromagnetismo hubiera sido menos intensa de lo que es, entonces no hubiera podido vencer la repulsión electrostática entre protones y no habría mas que hidrógeno y deuterio en el universo.
Si la masa del neutrón fuese mas de un 0,14% mayor que el protón la masa del universo sería 100% helio. Si fuera menor, la masa del universo sería 100% hidrógeno. Una interacción débil más potente, y el universo sería un cien por cien de hidrógeno, un poco más débil y todo sería helio.
Si la fuerza electromagnética fuera ligeramente menor, los electrones no se mantendrían en órbita alrededor del núcleo. Si fuera mayor, un átomo no podría compartir un electrón con otro átomo. En cualquier caso no podrían formarse moléculas. [este texto, como la tabla, han sido extraídos de un artículo de Jose Maba en http://www.ilustrados.com/publicaciones/EpZVAlylApaKpzPwzI.php\]
Dicho más claramente la consecuencia de estas teorías metafísicas: El Universo es un sistema de grados orientado a la existencia del ser humano. A mi juicio, aceptar el Big bang implica aceptar necesariamente el principio antrópico fuerte. Y si JALD no lo ha visto, se debe sin duda a su desconocimiento de las «consecuencias metafísicas» de la teoría de la «Gran explosión». No es posible apelar al azar (azar que, en todo caso, sería más que dudoso una vez consideramos las condiciones tan completamente específicas que dan lugar a la posibilidad de la existencia de vida humana en el universo; sería como tirar un dado de cientos de miles de caras cientos de miles de veces y que siempre saliese la misma cara: aquella que posibilita la existencia de vida humana y pensar que dicho proceso se debe a un «azar ciego»). Y no es posible apelar si quiera al azar (azar «más que sospechoso», como ya hemos dicho) porque el azar presupone el determinismo: el determinismo se da a escala de individuos y el azar a escala de clases. Pero las emergencias creadoras «rompen» con el determinismo necesario para poder hablar de azar. Desde la teoría del Big bang, la emergencia de la vida no puede ser explicada por causas mecánicas (mecanicismo), porque el mecanicismo presupone el determinismo entre las partes materiales de la realidad; pero emergencias ex nihilo, incausadas, hacen saltar en pedazos, como decimos, a toda concepción mecanicista.
Cuadro que muestra como se van seleccionando emergentemente aquellas variables que posibilitan un Universo con vida según el principio antrópico fuerte. También muestra la posibilidad de universos físicos sin vida, esto es, de M1 exentamente sin M2 ni M3, lo que es tanto como un círculo cuadrado ¿qué quedaría de esta tabla desde el dialelo corpóreo-viviente?
Hoyle, por ejemplo, en su libro Galaxies, Nuclei and Quasars escribió: «Las leyes físicas han sido deliberadamente diseñadas considerando las consecuencias que habrían de tener en el interior de las estrellas. Sólo existimos en regiones del Universo en las que han sido fijados exactamente los niveles energéticos de los núcleos de carbono y oxigeno»
Principio antrópico fuerte, además, que llega al culmen del delirio cuando se aplica además de a variables físicas, a las dimensiones espaciales del universo, como si pudieran existir Universos con otras dimensiones distintas a las nuestras, cuando resulta que los espacios de dimensiones diferentes a tres son construcciones dialécticas elaboradas por el sujeto operatorio desde el espacio originario tridimensional. Como ya hemos defendido en otros artículos, atendiéndonos a una potente argumentación de Gustavo Bueno, nuestro mundo no es un caso especial para el que n = 3, porque el espacio es originariamente tridimensional (constituido por la kenosis), y los otros espacios son construcciones terciogenéricas derivadas, que, en todo caso, desaparecerían, aun de su mero horizonte terciogenérico, suprimidos los sujetos operatorios que sustentan la kenosis y por tanto la conformación tridimensional apotética de los cuerpos fenoménicos.
¿Hasta qué punto puede llegar el analfabetismo filosófico en tantos científicos de nuestra actualidad? No parece una pregunta de fácil respuesta. Pero como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga, y analfabetismos así proporcionan momentos cómicos difícilmente adquiribles por otros medios
Ahora bien, desde las coordenadas del materialismo filosófico todo esto es muy distinto: las emergencias creadoras son absurdo ininteligible, al igual que la existencia de causas finales en el Mundo (causas finales que ya fueron rechazas por Espinosa en su Ética). Nuevamente aquí todas las confusiones se dan por el desconocimiento de la escala zootrópica del Mundo. No tiene sentido hablar de la posibilidad de Universos con condiciones que impidan la vida: porque el Universo está siempre dado a escala zootrópica; esto es, las entidades que constituyen el universo, se lo piense como se lo piense, son materialidades ontológico-especiales que presuponen la existencia de sujetos operatorios. Y por tanto no es que las emergencias creadoras que se dieron en M1 (pongamos la materia cósmica en inflación) estuviesen orientadas a la aparición de la existencia de sujetos humanos; o que con leves cambios de variables de temperaturas, presiones, &c., no habría existido la vida en el universo: Porque M1 no puede existir sin M2; dicho de otro modo: M1 no representa un reino de entidades que dieron lugar a la existencia de los sujetos sobre la tierra, porque dichas entidades primogenéricas no existen con independencia de los sujetos operatorios, en tanto las morfologías primogenéricas presuponen ya la kenosis constitutiva del Mundo, la cual, sólo a través de la existencia de los sujetos operatorios puede tener cabida. Cuando los defensores del Big bang hablan de una materia primogenérica completamente independiente de los sujetos operatorios, que más tarde, quince mil millones de años después habrán de representársela en sus sistemas científicos, están inmersos en una ingenuidad ontológica apabullante.
Esto significa que cuando algunos científicos hablan de universos en los que no es posible la vida humana, deberían saber que sus «universos» son construcciones contradictorias porque están dadas a escala antrópica (en tanto M1 no es pensable sin M2 ni M3) y por tanto presuponen ya la existencia de sujetos operatorios. Ya lo hemos dicho muchas veces: no existe materia ontológico-especial (Mi) sin Ego trascendental (E) ni viceversa. Como los marcos ontológico-especiales presuponen ya la existencia del sujeto operatorio, es obvio que partiendo de ellos se llegue a la existencia de éstos: porque partir de marcos ontológico-especiales ya implica partir, aunque sea en el ejercicio y no en la representación, de la existencia de los sujetos operatorios. Esto es lo que el materialismo filosófico conoce como el dialelo corpóreo-viviente del que, por cierto, ya hemos hablado en anteriores artículos.
En todo caso, esto lleva a la conclusión tantas veces repetida: que el surgimiento del Mundo se explica por el desarrollo de cursos materiales de una materia ontológico-general desconocida (esto es, no dada a escala antrópica). La existencia del Mundo es contingente; podría no haber existido el Mundo ni el Ego, pero lo que no podría decirse, bajo ningún caso, es: «podría haber existido M1 sin vida en el universo».
La contingencia del Mundo («el Universo») y su dependencia ontológica de la existencia de los sujetos operatorios humanos o animales van, por tanto, contra la supuesta eternidad que, según JALD, yo atribuyo al Universo. Aquí el problema es muy complejo, y sólo apuntaré dos ideas que, por lo demás, ya han sido dichas numerosas veces: el materialismo demuestra apagógicamente que la materia cósmica recurre infinitamente en el tiempo, pero cuando imaginamos materia cósmica antes de la aparición de los sujetos operatorios sobre la tierra, o aun después de su extinción (pongamos después de la desaparición del sistema solar), es porque «seguimos a escala de Ego», solamente que estamos neutralizando al sujeto operatorio; dicho con otras palabras: el mecanismo de neutralización del sujeto operatorio nos posibilita pensar en materia cósmica antes o después de la desaparición de dichos sujetos, como podemos pensar en un bosque sin que haya ningún sujeto en él; pero dicho bosque, por ejemplo, desaparecería en cuanto a sus morfologías si desapareciesen los sujetos humanos o animales que posibilitan la kenosis, y por tanto las morfologías apotéticas que conforman al bosque como materialidad primogenérica. Significa que el Mundo no es eterno, pero un regressus temporal desde dentro de él no acabará nunca, porque tal regressus no trascenderá los marcos de la ontología especial, en tanto el tiempo es inmanente al Mundo, y por tanto recurrirá indefinidamente en materia antrópica. El regressus infinito de la materia cósmica en el tiempo supone el mecanismo de neutralización del sujeto operatorio, no él de su eliminación ontológica. Por tanto yo no defiendo ninguna eternidad metafísica del Universo como supone JALD; mi postura, simplemente, no puede ser entendida por este autor hasta que no comprenda la teoría de los géneros de materialidad, la escala antrópica de la materia cósmica, la doctrina de las anamórfosis absolutas, &c.
Por otra parte, JALD como hemos visto no tiene ninguna dificultad en defender la viabilidad de las emergencias creadoras que irían dando lugar a nuevas capas de complejidad ontológica hasta llegar a nuestro universo actual. Dice que el aumento de la complejidad ontológica en el universo es una cuestión de hecho, aunque no aceptásemos la teoría del Big bang.
La posición de los niveles emergentes que irían sucediéndose ya fue criticada por mí exponiendo textos de Gustavo Bueno que JALD tiene muy buen cuidado de ignorar completamente, quizá porque le parezcan irrelevantes. Así que nuevamente resumiré la argumentación del materialismo, para hacerle saber a JALD que no la ha contestado en modo alguno.
Así que he optado por volver a copiar el texto de Gustavo Bueno que ya puse de manera íntegra:
El materialismo filosófico se enfrenta críticamente con la teoría de los «niveles de complejidad» o de integración establecida para dar cuenta de la graduación de las diferentes categorías correspondientes a las ciencias positivas; teoría que envuelve la idea de una scala naturae que se extiende «desde lo más simple y homogéneo hasta lo más complejo y heterogéneo». La teoría de los niveles de integración (otras veces: «niveles de complejidad», «niveles integrados», o de «organización») se presenta como alternativa tanto al monismo reduccionista (que intenta resolver los «niveles más complejos» en los «más simples», por ejemplo, el nivel biológico en el nivel molecular: «todo es química») como al pluralismo sustancialista (que postula la irreducibilidad de la vida biológica a la materia, o de la vida espiritual a la vida biológica, &c.). La teoría de los niveles de integración asume de un modo nuevo el viejo proyecto de una scala naturae unificada desde una perspectiva evolucionista (no procesionista, al modo de los neoplatónicos) pero tratando de evitar el reduccionismo de lo más complejo a lo más simple mediante el postulado de una emergencia de propiedades, cualidades o estructuras constituidas en el momento de formación de un nuevo nivel de integración o de complejidad. Generalmente, y auxiliándose en la teoría del big-bang, se parte de un nivel primario de integración, el quark, al cual sucederán otros niveles emergentes (moléculas, átomos, macromoléculas, mitocondrias, células... y jaguares, para emplear la fórmula de Murria Gell-Mann). De este modo se reproducirá una «jerarquía» o escala de los niveles de complejidad, basada en la emergencia como concepto clave (como reconoce M. Bunge) que constituye la alternativa evolucionista la vieja scala naturae procesionista. Los precedentes de la teoría de los «niveles de complejidad» podrían acaso ponerse en el evolucionismo decimonónico de H. Spencer; pero la teoría se ha desarrollado sobre todo por obra de físicos y biólogos amigos de los «libros de síntesis» en la segunda mitad del siglo XX (L. Law Whyte, D. Mesarovic, M. Bunge, J. Platt).
Sin embargo, la teoría de los niveles de complejidad o de los niveles de integración es oscura y confusa, sin perjuicio de su aparente claridad y distinción, derivada acaso de la utilización del esquema de las «cajas chinas» aplicado al universo. Ante todo, porque la teoría se apoya en la constante ambigüedad entre los dos planos en los que juegan los niveles, a saber, el plano ontológico (el jaguar es más complejo que el quark) y el plano gnoseológico (la biología sería más compleja que la física). La ambigüedad consiste en la constante transferencia de la complejidad ontológica a una supuesta mayor complejidad gnoseológica Pero en virtud del principio de la autonomía categorial postulado por la teoría del cierre categorial, no es evidente que una mayor complejidad ontológica (a la mayor complejidad del jaguar respecto de los quarks integrados en él) haya de corresponder una mayor complejidad categorial gnoseológica. Un dominio categorial (por ejemplo, el constituido por el campo de la teoría política) se ajusta generalmente a relaciones estructurales categoriales independientes y muchas veces más sencillas, que las que corresponden a otros dominios categoriales implicados en su campo material (una clasificación de los sistemas políticos es más sencilla estructuralmente que una clasificación de las partículas elementales que son partes materiales de los ciudadanos). Así lo reconocen, aunque sin sacar consecuencias y confundiendo constantemente el plano ontológico y el gnoseológico, algunos expositores de la teoría: «el nivel organizativo de la evolución –dice Edwin Laszlo– no determina la complejidad estructural [sin duda se refiere a la estructura gnoseológica] de un sistema: el nivel superior no es necesariamente más complejos que sus subsistemas. Por ejemplo, la estructura de la molécula de la molécula H2O es considerablemente más simple que la estructura atómica del hidrogeno y del oxigeno.» En cualquier caso la jerarquía de la scala naturae de la teoría de los niveles de integración no ofrece ningún lugar a las matemáticas (que en la serie de ciencias de Augusto Comte ocupaban el primer escalón), y esto constituye la mejor prueba del fracaso de una teoría que pretende abarcar a la totalidad de las categorías. El principio de autonomía categorial obliga en consecuencia a distinguir el concepto de niveles de integración (que es ontológico) y el concepto de nivel de complejidad (que pretende incorporar el momento gnoseológico), y considerar la tendencia a considerar la complejidad como paralela a la integración, como un mero efecto de la ideología jerárquica ligada a un «monismo del orden».
Sobre todo, la teoría de los niveles de integración, en la medida en que apela a la idea de emergencia creadora, y al monismo del orden, es incompatible con el pluralismo materialista, indisociable de la doctrina de la symploké. El materialismo filosófico opone a la teoría de los niveles de complejidad y de integración, la doctrina de la autonomía de los dominios categoriales intersectados, y a la emergencia vinculada a la integración, opone la anamórfosis vinculada a la resolución de las «estructuras básicas» en la materia ontológico general. (Pelayo García Sierra, Diccionario filosófico, págs. 108-109).
Significa, en tres palabras, que los defensores de la emergencia creadora, tales como JALD, al poner entre paréntesis la materia ontológico-general y por tanto sostener gratuitamente que los contenidos del Mundo agotan los de la realidad, se ven obligados a postular saltos cualitativos o emergencias metafísicas ex nihilo que se irían sucediendo desde los estados «más simples del universo» (cuyo límite es la singularidad primordial, y quien no la acepte: la Nebulosa primordial, &c.) hasta llegar «al estado actual» del Mundo. Pero la emergencia creadora es absurda, y sólo un ignorante en ontología, o un metafísico en el sentido más peyorativo del término puede mantenerla. La emergencia metafísica es insostenible desde posturas racionales; y la defensa de esta tesis metafísica por parte de algún autor corta toda posibilidad de diálogo racional (pues quien defienda la posibilidad de emergencias metafísicas debe estar situado en una posición análoga a que Tertuliano describía con su Credo qui absurdum).
Sin embargo, las contradicciones se deshacen cuando se apela a la materia ontológico-general que desborda al Mundo (esto es, materia que no está dada a escala zootrópica y que por tanto no pertenece a ninguno de los géneros de materialidad). Entonces resulta que, en las transformaciones materiales que tengan que ver con cuestiones tales como la génesis de los géneros y por tanto del Mundo, no hay emergencias creadoras ni reduccionismos, sino anamórfosis absolutas o indeterminadas (categorialmente). Pero mientras JALD no comprenda el papel crítico de la Idea de materia ontológico-general no podrá comprender la vía del materialismo, y por tanto esta polémica seguirá siendo un diálogo de sordos, en tanto, por principio, JALD es incapaz de contestar a posturas filosóficas que se ha demostrado con bastante solvencia no entender. Podría alguien, quizá, decir que nadie obliga a JALD a saber qué es eso de la materia ontológico general, pero lo que no podría ese alguien, salvo impostura, es defender que no es necesario comprender las posiciones del contrario cuando uno decide voluntariamente intervenir en una polémica para tratar de refutarle.
Unas palabras más: apelar aquí a la materia ontológico-general no es, en modo alguno, una apelación ad hoc para salir de una eventual contradicción (la de la emergencia ex nihilo), porque la existencia de la materia ontológico-general puede ser probada de muchas maneras, entre las que se puede elegir, por mayor facilidad, la vía de las sinexiones entre los tres géneros de materialidad y la comprensión de la «contingencia» del Mundo. Pues si los tres géneros de materialidad están sinectivamente conectados y son contingentes, si desapareciesen los sujetos operatorios (humanos, pero también animales) desaparecerían los tres géneros, pero no nos quedaríamos ante la abismal presencia de la Nada (que es una idea contradictoria y absurda), sino ante una materia (en cuanto entidad vertebrada por los atributos de multiplicidad y codeterminación sin los cuales sería imposible el progressus al Mundo) indeterminada desde nuestras coordenadas mundanas, pero completamente real. Esta materia indeterminada es la materia ontológico-general (precisamente por oposición a la materia de la Ontología especial: M1, M2 y M3), que es conceptuada, como decimos, como materia en tanto (aunque no sólo por esto) es una pluralidad infinita de contenidos que se codeterminan en symploké. Desde una Idea monista de Ser no podría posibilitarse el progressus racional al Mundo del que se partió; el regressus desde el Mundo hasta un contexto más amplio que lo desborde (ontológicamente, no espacialmente, claro está, dado que el espacio es inmanente al Mundo) nos lleva a una entidad infinita (en tanto no está codeterminada ni limitada por nada externa a ella), plural (en tanto el Monismo de la substancia es contradictorio, como ya hemos dicho), cuyos contenidos se codeterminan (en tanto la autodeterminación es una idea absurda que se abre paso a través de la causa sui). Y todo esto, como se sabe, está ampliamente explicado en Ensayos materialistas y Materia.
En todo caso la conclusión es que desde el mundanismo metafísico de JALD, que ignora la realidad de la materia ontológico-general y piensa por tanto que los contenidos del Mundo agotan los de la realidad, difícilmente se pueden rebatir las posiciones del materialismo filosófico; porque resulta que, aunque nuestro físico no se haya percatado, es el materialismo filosófico el que tritura las posiciones metafísicas arcaicas en que está situado dicho autor.
De este modo, JALD, en su ronda de auto-preguntas bien podría haberse mejor formulado algunas como éstas que, por lo menos, le habrían tenido más entretenido a la hora de contestarlas:
1º) Si la teoría del Big bang no se deduce necesariamente de la relatividad general, sino que otras teorías cosmológicas que también se apoyan en la relatividad general llegan a resultados completamente distintos, y las «evidencias empíricas» de la teoría del Big bang no son tales, como se ha demostrado, ¿por qué se emperra en seguir defendiendo dicha teoría, tratando de hacer radicar su fuerza en la relatividad general, como si la teoría de la continua creación de materia no se apoyase, por ejemplo, con la misma firmeza en la relatividad general también, o como si Einstein no hubiese estado en contra de la propia teoría del Big bang, aun aceptando la expansión global del universo? ¿Su confianza en la teoría del Big bang no es por tanto puramente gratuita?
2º) ¿Cómo puede usted sostener en lo referente al regressus temporal efectuado por la cosmología del Big bang, a la vez la estrategia dialéctica de la anástasis y de la metábasis? ¿No es esto un absurdo? Si el límite es contradictorio, hay que parar por anástasis y por tanto excluirlo de la teoría, con lo que llegaríamos que un T0 es imposible.
3º) Nuevamente preguntamos: ¿cómo puede defender la posibilidad de contenidos terciogenéricos «exentos», como la singularidad primordial, subsistentes por sí mismo, al margen de M1 y M2? ¿No es esto una forma arcaica de idealismo esencialista? ¿Y cómo pretende deducir unos géneros de materialidad de otros, vía emergencia creadora, cuando esto también es otro imposible? ¿Niega el argumento de la escala antrópica de la materia cósmica? Si es así, ¿en qué se basa?
4º) ¿Qué Idea de ciencia tiene usted? Sin exponer esta Idea ¿cómo defender que la teoría del Big bang es científica?
§3
El problema de la Causalidad
en el «mundo subatómico»
Pasemos ahora por último al tema de la causalidad, tema que, como ya podrá sospechar cualquier lector, también lo he tratado en artículos anteriores, omitiendo JALD completamente todo lo defendido en ellos. Para evitar la prolijidad, resumiré las (supongo) posturas que mantiene el materialismo filosófico respecto a estos temas:
- Las relaciones de causalidad suponen cuerpos; donde no hay cuerpos, no se puede hablar de relaciones de causalidad. Esto no significa ya que el Mundo no tenga causa, por no ser un cuerpo (preguntar por la causa del mundo es tan absurdo como preguntar: «¿dónde está el Mundo?», porque tanto las relaciones de causalidad como las espaciales son inmanentes al Mundo), sino que es absurdo hablar de acausalismo (en el sentido de emergentismo por tanto) en el «mundo subatómico». Volveré a copiar un fragmento de mi artículo anterior, donde se contestaba no ya a las posiciones metafísicas de Carlos Madrid, sino también a las de JALD (y es trivial decir que éste último ni lo menciona):
El materialismo filosófico, al establecer las relaciones de causalidad en función de los cuerpos, establece que el determinismo causal se mueve a escala corpórea, siendo los cuerpos los individuos determinados (= codeterminados unos junto a otros sinalógicamente) en un aquí y un ahora. Pero como ya hemos dicho, el materialismo filosófico reniega de la visión corpuscularista de los electrones, fotones, &c., y se acoge a una visión ondularista. Esto significa que a escala microscópica, la mecánica cuántica se contradice, por una parte, al tratar a sus individuos como corpúsculos, y, por otra, al tratarlos como indeterminados. Al pensar los electrones como corpúsculos, por ejemplo, necesariamente habría que verlos como determinados causalmente. En todo caso, el materialismo filosófico denuncia, como metafísica, la concepción indeterminista-corpuscularista (a «nivel subatómico») de la mecánica cuántica, pero no se acoge a una visión determinista-causal de los «individuos cuánticos», al defender que éstos no son corpúsculos (y por tanto que están en otro contexto de en el que se dan las relaciones causales), sino ondas energéticas, en las que, en todo caso, no interviene la emergencia metafísica que habría que postular para explicar «los movimientos cuánticos» (no continuos) de las llamadas «partículas elementales» pensadas a la vez como corpúsculos, y a la vez como indeterminadas. Esto significa que si no podemos hablar, en sentido estricto, de relaciones de causalidad en el «ámbito microscópico», dado que este ámbito no está constituido por cuerpos (sin perjuicio de que lo sigamos considerando como primogenérico), sí podemos hablar de razones (ver, por ejemplo, Gustavo Bueno, «Predicables de la Identidad», El Basilisco, nº 25, pág. 20). [_Contra el Big bang (y secreciones metafísicas similares)_]
El determinismo materialista, por tanto, no sólo se refiere a un «determinismo causal», porque también hay un «determinismo de razones» (como el que se da en las matemáticas, donde tampoco tiene sentido hablar, en sentido estricto, de relaciones de causalidad); en todo caso, el determinismo es una postura ontológica que se entiende dialécticamente como contrafigura del «emergentismo» que defienden tantos «físicos cuánticos», como JALD. Toda materialidad tiene una causa o una razón, en tanto vertebrada por los principios de multiplicidad y codeterminación; pues el emergentismo, o la causa sui (la autodeterminación de las «partículas subatómicas» para desplazarse cuánticamente, pongamos por caso), sólo puede abrirse paso mediante los atributos de una unidad simplicisima y autodeterminada, atributos, éstos, obviamente contradictorios, en tanto toda unidad presupone una multiplicidad (toda unidad es unidad isológica o sinalógica de unos contenidos previos), y la autodeterminación es una idea contradictoria fruto de hipostasiar la idea de forma de la materia (todo esto está profundamente explicado en Materia).
En resumen, toda materialidad primogenérica está determinada en un aquí y un ahora, y una cosa es que no se pueda determinar (por causas o razones) el aquí y ahora de una determinada materialidad, y otra que no tenga. Pues no hay ninguna razón para pensar que se podría determinar el aquí y ahora de toda materialidad primogenérica a la luz del principio de symploké, y de las «fracturas» o «inconmensurabilidades» dadas en el Mundo que nos abren paso a la materia ontológico-general.
En este sentido, sólo puede hablarse de acausalismo en el ámbito microscópico en sentido meramente negativo, en tanto dicho ámbito se encuentra a otra escala de donde se dan las relaciones de causalidad (esto es, la escala de los referenciales fisicalistas); pero en ningún modo puede hablarse de acausalismo en sentido privativo, porque eso sí que es irracional. La diferencia entre el sentido negativo y el sentido privativo es clave; por ejemplo, podemos decir que la materia ontológico-general no es racional, en el sentido negativo, en tanto esta materia se encuentra en otro ámbito de donde se dan las operaciones corpóreas, lugar de la racionalidad del sujeto operatorio. Pero la materia ontológico-general no es a-racional en el sentido privativo, porque eso sería tanto como decir que las estructuras de dicha materia contradicen a las de la razón (como los creyentes que sostienen que Dios es irracional en el sentido privativo). Pero la materia ontológico-general es a-racional en el mismo sentido en que es a-sonora, por ejemplo. De análogo modo ocurre con el tema del acausalismo en el ámbito microscópico; en resumen: en donde no hay corporeidad, no puede haber relaciones de causalidad, pero esto no significa, en modo alguno, que entonces rija la espontaneidad metafísica o la emergencia ex nihilo.
A su vez, esta argumentación no es dogmática, ni ad hoc, sino puramente dialéctica.
En todo caso JALD tiene una visión infantil al contemplar las llamadas partículas elementales como corpúsculos, porque los cuerpos son sólo materialidades que tienen sentido «macróscopico»; allí donde no hay kenosis y percepción apotética no tiene sentido hablar de corporeidad (ni de vacío por tanto). El materialismo filosófico, ya lo hemos dicho, se acoge por tanto a una visión «ondularista», en la capa metodológica de la física. Y en este punto remitimos a artículos anteriores para una mayor explicación de estos puntos, pues no hay que olvidarse que este artículo tiene como función ser un resumen de las posiciones mantenidas por mí en esta polémica, y todo resumen tiene sus límites.
Por otra parte, y como ya también hemos repetido numerosas veces anteriormente, no tiene sentido hablar de un «mundo macroscópico» y un «mundo microscópico o subatómico», porque la idea de Mundo tiene unicidad, de tal manera que es contradictorio hablar de más de un Mundo (pues al estar relacionados isológica o sinalógicamente ya no serían dos, sino uno). Sólo hay por tanto un mundo, dado a escala zootrópica en general, y antrópica en particular, con lo que el sujeto operatorio humano no descubre «secretos de la Naturaleza» a través de la investigación científica, porque tal «Naturaleza» no existe como entidad autónoma y previa a las operaciones o conformación del Mundo de los sujetos operatorios, y porque la actividad científica no es descriptiva o adecuacionista, sino constructiva, transformacionista.
Por último, finalicemos comentando la «perla intelectual» con que nos deleita JALD para acabar su artículo. Recordémosla:
P.[Para JPJ] la emergencia metafísica no es admisible, y además atribuye el indeterminismo de la física cuántica a una confusión del orden gnoseológico con el ontológico.
R. En realidad la postura de JPJ no es coherente. Fíjese que la idea de causalidad, cuando se analizan sus raíces, está toda ella basada en la gnoseología, el paso a la ontología es, en mi opinión, un salto para el que es preciso apoyarse en algún postulado generalizador de carácter inductivo. Decimos que A es causa de B si siempre que observamos que sucede B antes ha sucedido A, y además entre ambos pensamos que hay un vínculo que decidimos calificar de causal (básicamente conseguimos imaginar un mecanismo que lleve de uno a otro). Y esto funciona porque en muchos casos conseguimos predecir B cuando A sucede, pero no tenemos nunca una certeza lógica de que esto va a funcionar la próxima vez, aunque el grado de certeza subjetiva, la probabilidad, pueda ser muy alto (estas ideas se pueden formalizar en el contexto de la teoría de probabilidades bayesiana). Así que en sentido estricto ¿cuál es la definición ontológica de causa a la que alude JPJ?
Además es interesante notar que el concepto de causalidad está íntimamente ligado al de temporalidad, como se ve de lo dicho antes (A debe preceder a B). Por tanto del reajuste tan importante que la teoría de la relatividad supuso en el concepto de tiempo no es de extrañar que el concepto de causa también resultara afectado. De hecho, como se sabe, la relatividad ha introducido una nueva clase de parejas de sucesos entre los cuales no puede haber relación causal de ningún tipo. Esto supone un acotamiento muy importante del ámbito de actuación del determinismo clásico. Curiosamente los deterministas como JPJ parecen no protestar por esta merma notable de sus prerrogativas. Por usar un símil, el determinismo responde a una idea «aristocrática» de la ciencia, muy propia del Siglo de las Luces en que eclosionó, que se basa en suponer que existe un criado, la luz, que es infinitamente rápido e infinitamente discreto («no se sabe que está», como decían antes las señoras en términos laudatorios de una criada muy discreta). Con este criado perfecto pensaba el aristócrata científico poder controlar lo que sucede en cualquier parte del Universo, y a cualquier escala, tanto para poder intervenir como para obtener información de lo que sucede. Pero, ay, la física moderna nos ha enseñado que la luz no es perfecta, tiene una velocidad finita y está cuantizada. En fin, es una lástima pero es así.
Como vemos, JALD nos ofrece nada más ni nada menos que un análisis de las raíces de la idea de causalidad («Fíjese que la idea de causalidad, cuando se analizan sus raíces, está toda ella basada en la gnoseología, el paso a la ontología es, en mi opinión, un salto para el que es preciso apoyarse en algún postulado generalizador de carácter inductivo»). Sin embargo, este análisis es, por decirlo así, absurdo, porque la idea de causalidad es originariamente ontológica, al girar en torno a la Idea de realidad, y no gnoseológica (pues la Gnoseología gira en torno a la idea de Verdad). Sólo en tanto que toda Gnoseología siempre se apoya en una ontología, se puede relacionar la doctrina de la causalidad con una doctrina gnoseológica, porque dicha doctrina es, como decimos, «por su objeto», originariamente ontológica. El «postulado generalizador de carácter inductivo» de que nos habla JALD para saltar de la Gnoseología a la Ontología sólo existe en su mente, y es fruto de su simplismo filosófico.
Pero aun más grave, si cabe, es el análisis que JALD hace luego de la Causalidad («Decimos que A es causa de B si siempre que observamos que sucede B antes ha sucedido A, y además entre ambos pensamos que hay un vínculo que decidimos calificar de causal (básicamente conseguimos imaginar un mecanismo que lleve de uno a otro). Y esto funciona porque en muchos casos conseguimos predecir B cuando A sucede, pero no tenemos nunca una certeza lógica de que esto va a funcionar la próxima vez, aunque el grado de certeza subjetiva, la probabilidad, pueda ser muy alto»), donde dicho autor se aventura a defender una teoría completamente psicologista de la causalidad, al estilo del empirismo escéptico de Hume («empirismo escéptico» que compagina muy mal, por cierto, con la defensa firme de la teoría del Big bang). Pero resulta que las relaciones de causalidad son objetivas, y no meramente psicológicas; y son «autónomas» atendiendo al mecanismo de neutralización del sujeto operatorio, en tanto el Mundo fenoménico-corpóreo no podría existir sin relaciones de causalidad objetiva. Las relaciones de causalidad, por tanto, no dependen de la «experiencia acumulada», o de predicciones, sino más bien las predicciones o la experiencia acumulada dependen de las relaciones de cualidad objetivas que se dan en la materia cósmica corpórea. La visión psicologista de JALD es, por tanto, tan gratuita como falsa.
Por otra parte, la doctrina de JALD, aparte de ser gratuita y falsa, tiene el «privilegio añadido» de ser infantil, pues es completamente estéril tratar de analizar las relaciones de causalidad en torno a dos términos (causa eficiente A, efecto B); porque resulta que, como mínimo, son necesarios tres términos para analizar las relaciones de causalidad, esto es, no sólo hace falta contar con una causa eficiente A y un efecto B, sino con un esquema material de identidad H sobre el que actuaría A para «causar» B. Las relaciones de causalidad, de este modo, no se pueden escribir según el esquema infantil Y = F(x) (el efecto está en función de la causa eficiente x), sino Y = F(x, H), porque el efecto Y, como decimos, no sólo está en función de la causa eficiente x, sino del esquema material de identidad sobre el que actúa x. Dicho aun más claro: «saltándose a la torera» el esquema material de identidad H es imposible entender nada de las relaciones de causalidad. La causa eficiente siempre actúa sobre algo para causar el efecto, y ese «algo» es el esquema material de identidad.
El concepto de H efecto Y será originariamente considerado por nuestra teoría general de la causalidad como un concepto dado en función de un sistema complejo que, por de pronto, contiene un esquema material y procesual (que transcurre, por tanto, en el tiempo) de identidad H, de suerte que para que algo se configure como efecto será preciso contar con un esquema material procesual de identidad cuya configuración depende de diversos supuestos de índole filosófica, científica o cultural. El esquema material de identidad podría hacerse corresponder con la causa material aristotélica, siempre que ella quedase determinada según criterios positivos E, que expresamos por la fórmula E(H). El efecto se define entonces como una interrupción, ruptura, alteración o desviación del esquema material procesual de identidad (ruptura que no afecta, en principio, al sistema que, por decirlo así, engloba al efecto). Se comprenderá, dada la relatividad del concepto de efecto, no ya inmediatamente a su causa, sino a un esquema material procesual de identidad (dado en un sistema complejo de referencia) que, si no es posible determinar en cada caso este esquema procesual de referencia, la noción de efecto se desvanece.
De aquí se sigue que la idea de creación o de efecto creado es absurda o vacía puesto que en la creación el único esquema de identidad que cabe ofrecer es la nada (creatio ex nihilo subiecti) –y no la causa eficiente divina inmutable– es decir, justamente lo que no puede ser un esquema de identidad. (Pelayo García Sierra, Diccionario filosófico, págs. 135-136)
Posiblemente en lo único que tiene razón JALD de su «último parrafito» es en que las relaciones de causalidad suponen la temporalidad y esto aunque, cuando dicha tesis no se justifique filosóficamente, no sea más que la evidencia empírica a la que podría llegar cualquier albañil o empleado de la construcción sin demasiada formación filosófica.
Por decirlo en tres palabras: las relaciones de causalidad y la temporalidad están conectadas a través de los cuerpos. Como ya dijimos, el tiempo supone las totalidades jorismáticas, cuyas partes se van codeterminando sucesivamente (de ahí el jorismós), desde el postulado de corporeidad holótica vemos que las totalidades son eminentemente corpóreas, con lo que el tiempo supone cuerpos. Y desde aquí la conexión con la causalidad es obvia, pues también las relaciones de causalidad suponen cuerpos.
Esto significa algo también claro: relaciones de causalidad y temporalidad son antrópicas, en tanto sin sujetos operatorios no existirían cuerpos, pues no tiene sentido hablar de una kenosis exenta, en sentido absoluto, de sujetos y objetos. Pero que «tiempo» y «causalidad» sean entidades antrópicas no significa que sean subjetivas, que no trasciendan de la mera inmanencia psicológica, pues, desde las coordenadas del materialismo filosófico, M2 no tiene más peso ontológico que los otros dos géneros de materialidad. Tiempo y causalidad son entidades objetivas sin perjuicio de su conexión ontológica con los sujetos operatorios (doctrina de las sinexiones entre las materialidades dadas en el terreno de la ontología-especial). Pero todo esto exige un desarrollo mucho más amplio que se puede encontrar (como el fragmento que hemos expuesto más arriba), para los interesados, en el artículo de Bueno «En torno a la doctrina filosófica de la causalidad» (La filosofía de Gustavo Bueno, Editorial Complutense, Madrid 1992, págs. 207-227.)
Por último, me aventuro a mostrar un cuadro de (según creo) las posiciones ontológicas de JALD en torno a la realidad. Como sin duda la visión ontológica de la realidad de JALD es mucho más rica que la mostrada en esta tabla, quiero advertir que dicha tabla es generalísima, y por tanto se basa en cómo (a mi juicio) JALD interpreta los géneros de materialidad, así como su origen, el Universo (que es dividido en dos grandes planos, el «macroscópico» y el «microscópico») y su comienzo absoluto, vía emergencia ex nihilo. Creo que si no he entendido mal los artículos de JALD, dicha tabla no distorsiona nada, pero si alguien pensase que así fuese, estoy abierto a las críticas.
Tabla, según mi «exégesis», de la visión de la realidad de JALD
Dicha tabla, por tanto, no puede ser interpretada como una parodia, debido a su excesiva simplicidad, ¿pues acaso el materialismo filosófico no podría resumir su doctrina de la realidad en esta escueta fórmula R = E È Mi È M? El problema es que en la explicación de esta fórmula serían necesarios cientos de páginas. ¿Pero acaso JALD no podría escribir cientos de páginas en torno a su doctrina de la realidad, embelleciéndolas, además, con sus sólidos conocimientos de matemáticas y física?
Por otra parte, podríamos acabar resumiendo mis posiciones de modo análogo a las presentadas en la tabla precedente, así:
Frente al comienzo absoluto del tiempo, la defensa de la recurrencia infinita de la materia cósmica en el tiempo (mediante el mecanismo de neutralización del sujeto operatorio).
Frente a la emergencia creadora que iría haciendo surgir unos géneros de materialidad de otros, el postulado de una anamórfosis absoluta en la materia ontológico-general.
Frente a la independencia ontológica de entidades terciogenéricas (como la singularidad primordial) o de materia física sin sujetos operatorios, la defensa de las sinexiones entre los tres géneros de materialidad y la escala antrópica de la materia cósmica.
Frente a la división del mundo físico en dos planos hipostasiados (el «macroscópico» y el «microscópico»), la defensa de un ondularismo a nivel «microscópico» que por tanto «sirva de freno» a las posiciones corpuscularistas que interpretan las partículas elementales como cuerpos diminutos, en tanto no se puede hablar de corporeidad alguna sin kenosis y por tanto sin percepción apotética.
Por último acabar diciendo (o mejor dicho, repitiendo) que sólo seguiré esta polémica, en caso de que alguien contestase este artículo para tratar de refutarlo, si de verdad mis polemistas muestran oposiciones serias a las tesis aquí defendidas, pues como he mostrado a lo largo de todas estas páginas, hasta ahora las argumentaciones más importantes han sido simplemente ignoradas.
Es posible que JALD siga pensando que todas estas argumentaciones filosóficas, «aunque respetables», no logran poner entre las cuerdas a «teorías científicas como las del Big bang»; pero sin duda esto se debe a que este autor no ve que sus posiciones no son científicas, sino metafísicas, y de esto se daría cuenta si dispusiese de una Idea sólida de ciencia, y no de tres o cuatro definiciones retóricas inservibles.
En efecto, desde aquí sólo puedo retar a JALD a que nos diga desde qué teoría de la ciencia trabaja, una teoría tal que le hace pensar que la cosmogonía presocrática del Big bang (que algunos «enriquecen» con la teoría del Big crunch, acorde con la doctrina de la Ekpyrosis de los antiguos estoicos), las teorías que defienden la aniquilación de la materia en los agujeros negros, &c., son teorías científicas, y no metafísicas. ¿Cuál es el criterio de demarcación de ciencia y metafísica seguido por JALD? ¿Cómo alguien que no sabe prácticamente nada de filosofía puede hablar de estos temas como si fuesen asuntos bien conocidos por todos? ¿No es esto una tremenda impostura? No discuto los sólidos conocimientos de física que tiene JALD, pero ¿acaso estos sólidos conocimientos le capacitan para hablar de problemáticas filosóficas tales como la Causalidad, la Ciencia, el Universo, o el Tiempo? En modo alguno. Pero entonces, si este autor habla de hecho de estos problemas, ¿desde dónde habla? Nuestra respuesta: desde las nebulosas ideológicas o nematologías de la comunidad científica en que está imbuido. Por eso, JALD en su polémica hace filosofía, pero mala filosofía.
Por eso, por ejemplo, aunque JALD domine a la perfección las matemáticas de Cauchy, Bolzano, &c., su Idea de límite es oscura y confusa, por no decir absurda. Ya vimos que dicha Idea le llevaba a reconocer límites como contradictorios, pero a la vez como posibles: así con las singularidades, como la del Big bang, o los agujeros negros.
Gustavo Bueno, en su último libro (El mito de la felicidad), vuelve a repetir, en un pasaje, que ante los agujeros negros, al llegar a un límite contradictorio (la aniquilación de materia, por ejemplo), hay que aplicar un detención, vía regressus, del proceso que ha llevado hasta dicho límite.
Lo sorprendente, como ya hemos dicho otras veces, son las personas que creen encontrarse en las coordenadas del materialismo filosófico, pero a la vez defienden, como posibles, o aun como verdaderas, dichas teorías cosmogónicas, cuya cientificidad sólo puede defenderse desde un modelo teoreticista de ciencia, y cuya verdad sólo puede, a su vez, sostenerse desde los postulados de la más oscura y contradictoria metafísica: una metafísica tal que acepte la Scala naturae, la emergencia creadora, la idea de causa sui, el monismo del orden, contenidos de algún género completamente exentos de los restantes, &c. Y es que el cientificismo es una de las ideologías más fuertes en la sociedad de nuestros días. Un cientificismo que provoca que multitud de personas, por ejemplo, escuchen una conferencia de Hawking como si de un asunto solemne, serio y profundo se tratase, en vez de reírse de dicho impostor y de sus teorías que tratan de revelarnos nada más ni nada menos que la estructura última del Universo.
Un cientificismo, además, que se presenta a sí mismo como crítico, cuando en rigor no es más que un fundamentalismo, y por cierto uno de los más dogmáticos que han cruzado por la historia. Las analogías, tantas veces repetidas a lo largo de esta polémica, empleadas por Halton Arp, entre tribunales de científicos y tribunales de la Inquisición no es gratuita. Es una beatería barata por la ciencia que no puede sino producir repugnancia; cada día se imprimen más y más libros de «Divulgación científica», cuyo mayor contenido es filosofía barata: así, los libros de divulgación de neurología, no suelen temer enfrentarse con problemas tales como la conciencia (entendida en un sentido mentalista), la libertad, o incluso la cultura. Los libros de divulgación de física son aun más ambiciosos: en muchos, ya en sus índices nos prometen revelarnos nada más ni nada menos que el origen del Universo («el origen de todo esto», diría alguien de la calle con expresión de asombro o de solemnidad), así como el posterior «despliegue» del Cosmos, vía emergencia metafísica, sacando de una chistera mágica crecientes niveles de complejidad ontológica, completamente sacados ex nihilo (del quark al jaguar), pero sin ningún problema: porque es la «ciencia» misma la que nos lleva a esas teorías. ¿Y quién va a discutir los resultados de la ciencia? Nosotros desde luego no: lo que discutimos es que todo ese elenco de absurdos de ciencia ficción, o fantasía sea ciencia. Y para ellos contamos con algo que estará de más para muchos: contamos con una Idea de ciencia, y no precisamente sacada de una chistera, o reducible a dos o tres frases abstractas y metafísicas que nada dicen. Esta teoría es la teoría del cierre categorial.
Volvamos a repetir nuestra conclusión: el científico, fuera de su categoría, no tiene absolutamente nada que decir (en cuanto científico), y si se aventura a dar teorías de la causalidad, «del origen del Todo», &c., será en su calidad de filósofo. Ahora bien, la ideología del fundamentalismo científico impide que el científico trate con profundidad a los clásicos de nuestra tradición filosófica, por lo que las coordenadas filosóficas desde las que suele hablar el fundamentalista científico suelen ser completamente ingenuas e infantiles. El cientificista, a lo sumo, leerá a Popper, a Hacking, a Kuhn o a Stegmuller. Se olvidará de filósofos de primera magnitud como Plotino, como Santo Tomás, como Hegel o como Schopenhauer. Si el cientificista lee a Platón, por ejemplo, lo leerá en calidad de «literatura» (lectura, además, presumiblemente influida por el Mito de la cultura); el cientificista, al leer a Platón, por ejemplo, no tomará en serio (de hecho es probable que ni siquiera repare en ello) la teoría de la Symploké del Sofista, o del conocimiento en el Teeteto, o la dialéctica regressus/progressus del Mito de la carverna de la República: el cientificista leerá a Platón como el que lee un poema.
La filosofía, hoy día, pensarán, está de más: hay que agradecerle los servicios prestados, en cuanto madre de las ciencias; pero una vez cumplidos esos servicios de génesis, habrá que jubilarla, por de lo que antiguamente se ocupaba la filosofía, hoy se ocupa la Ciencia, que cada vez está más cerca de una plena y perfecta comprensión de la Realidad (desde sus elementos primarios: los quarks; su origen: el Big bang; el principio que rige su desarrollo: el principio antrópico, &c.). Sin embargo, la idea de materia ontológico general pone en ridículo todas estas pretensiones infantiles y ridículas, por parte de tantos eminentes hombres de nuestra actualidad. Las ciencias positivas están lejos de agotar el conocimiento racional que tenemos del Mundo: las Ideas, como fruto de la confluencia objetiva de varios conceptos provinientes de diversas categorías no se dejan atrapar en los cierres categoriales, y por tanto quedan fuera de la ciencia, aunque hayan sido constituidas, la mayor parte de las veces, gracias a conceptos científicos: y aquí está la función de la filosofía, una función que sería digno de risa ningunear, ¿acaso las Ideas no tienen un puesto decisivo en la conformación de nuestro Mundo? ¿Cómo ningunearlas si se está todo el día hablando desde ellas (realidad, género, especie, causalidad, tiempo, materia, conciencia, libertad, ciencia, método, teoría, hipótesis, persona, &c., &c.)?; pero si es ridículo ningunearlas ¿cómo no dignarse a analizarlas rigurosamente? Porque esto, y no otra cosa, es la Filosofía: el análisis abstracto de las Ideas (y por tanto el análisis de sus relaciones, de sus contradicciones, de sus confrontaciones, &c.).
Si en otro tiempo las ideologías más perniciosas, desde el racionalismo filosófico, eran las teológicas, hoy día, es la ideología barata y metafísica del cientificismo la que ha de ser combatida desde el materialismo filosófico: es ésta una de las tareas decisivas que hay que realizar desde el presente; un presente en el que hay que ser muy optimista para mirarlo con buenos ojos.