José María Laso Prieto, Europa y los Imperios, El Catoblepas 41:6, 2005 (original) (raw)

El Catoblepas, número 41, julio 2005
El Catoblepasnúmero 41 • julio 2005 • página 6
Desde mi atalaya

José María Laso Prieto

Sobre una mesa redonda en los Encuentros Filosóficos de Gijón 2005

En los Encuentros Filosóficos de Gijón, que anualmente organiza la Fundación Gustavo Bueno en el incomparable marco de la Colegiata de Revillagigedo, este año además de desarrollar la comunicación «España y Europa desde la perspectiva actual», fui designado para participar en una mesa redonda sobre el tema de Los Imperios y Europa. En ella participaron también los profesores David Alvargonzález y Pedro Insua, así como representantes de los partidos políticos PSOE, Partido Papular e Izquierda Unida. El organizador de la Mesa fue el profesor Tomás García, a quien conocí cuando era Director del Instituto de Tineo. A mí me encargó solicitar la intervención de Jesús Iglesias, coordinador general de Izquierda Unida en Asturias. Como él tenía comprometida la tarde del 9 de Julio por un viaje a Barcelona, me designó a mí para representar a IU en la citada Mesa. Acepté con mucho gusto debido a que siempre me ha interesado el tema del antagonismo entre los diversos Imperios que han existido en Europa y cuya actuación ha sido muy bien caracterizada por el profesor Gustavo Bueno, como una forma de «biocenosis». Es decir, como una dualidad contradictoria de coexistencia y como fuertes enfrentamientos bélicos que actualmente revisten la forma de una gran competencia económica

Dentro del espacio disponible, voy a tratar de sintetizar mi intervención sobre tal tema realizada desde la perspectiva del materialismo filosófico. Traté primero del caso del Imperio francés. Aunque existen antecedentes históricos en el Imperio de Carlomagno que con capital en Aix-la-Chapelle (Aquisgrán) dio origen al «Sacro Imperio Romano-Germánico»; el primer Imperio propiamente francés fue el que proclamó Napoleón I. Se inspiró en la tradición romana que en las formas imitó la Revolución Francesa. Por ello fue primero Primer Cónsul, antes de proclamarse emperador. En la ceremonia de su proclamación Napoleón arrebató al Papa la corona imperial y él mismo se la colocó en la cabeza. Así quedó manifiesto que había sido la fuerza militar la que posibilitó la nueva institución imperial. La forma imperial adoptada generó una serie de guerras en Europa. Al serle imposible invadir Gran Bretaña, por la derrota que en Trafalgar había sufrido la flota combinada franco-española, Napoleón trató de dominar Europa Central y Oriental. Asimismo se vio obligado a decretar el bloqueo continental contra el Reino Unido y trató de unificar toda Europa frente a la pérfida Albión. Fue el primer intento declarado de unificación europea, que precedió al intento posterior de Adolfo Hitler. Tal dinámica condujo a Napoleón a sus dos más graves errores: la invasión de la península Ibérica y la de Rusia, con sus consiguientes desastres finales, al que tanto contribuyeron los guerrilleros españoles. Ello le llevó después a la derrota de Waterloo y al final de este primer imperio francés. El segundo Imperio, el de Napoleón III, finalizó a consecuencia de la guerra franco-prusiana con el desastre de Sedán. Tras de una pausa, Francia logró un gran imperio colonial en el norte y centro de Africa, que chocó con su rival británico en el incidente de Fachoda. Después de la consolidación en Africa, se colonizó la península de Indochina. En la década de los treinta la propaganda del Imperio Colonial francés eran los productos exóticos que podía proporcionar baratos al pueblo francés.

El Imperio alemán tiene también el antecedente histórico del Imperio de Carlomagno. En su forma contemporánea fue producto de la política de Bismarck. El «Canciller de Hierro» consiguió que Francia declarase la guerra a Alemania. Tras la victoria de Sedán logró que se proclamase el Imperio Alemán en el Palacio de Versalles. En su etapa guillermina trató de expandirse por Europa Central y África, y ello condujo a la Primera Guerra Mundial. Todavía fue más grave el expansionismo nazi. La nueva Alemania continúa la política de la «Mittel Europa» para controlar centro Europa, pero esta vez en forma pacífica. Ella es la principal responsable de la desintegración de Yugoslavia.

El Imperio zarista de Rusia fue considerado por Marx como el principal baluarte de la reacción europea y también como una «Cárcel de pueblos». Con la Revolución Soviética, adquirió formas más populares. No obstante, Gustavo Bueno lo consideró fácticamente como un Imperio, aunque formalmente se denominase URSS. Su desintegración ha desequilibrado el mundo, haciendo al Imperio norteamericano omnipotente en perjuicio de muchos pueblos.

El Imperio Español, de los siglos XVI y XVII, dominó gran parte de Europa pero condujo a España a numerosas guerras de Estados y de religión. Contrariamente a los Imperios anglosajones, el Imperio Español no fue un Imperio depredador, sino creador de ciudades y de las nuevas naciones hispanoamericanas. El nuevo imperialismo norteamericano derrotó a España en la guerra hispano-yanqui de 1898. Y lamentablemente, con el ingreso de España en la Unión Europea, España ha renunciado, en la práctica a su proyección hacía Hispanoamérica.

El Imperio Británico –el de mayor extensión contemporánea– estuvo basado en el dominio del mar. Practicó la tesis del Almirante Mahan de que dominando el mar se puede controlar la «Isla mundial». Su antecedentes fueron la política exterior de la Reina Isabel y las Leyes de Navegación de Cromwell. La pericia naval del almirante Nelson lo consolidó. La conquista de la India le dio formalmente la condición de Imperio. Carlos Marx, que fue tan crítico de los colonialismos, reconoció tres ventajas de la colonización británica de la India: 1º El haber hecho salir a la aldea hindú de su tradicional modorra, 2º El haber construido una red de ferrocarriles que unificó al continente indostánico, 3º El haber propiciado, con la difusión del inglés, una lengua común a todos los pueblos indostánicos. Además, con la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Británico corrió un grave riesgo de desaparecer a pesar de los esfuerzos de Churchill por conservarlo, no obstante las críticas del presidente Roosevelt.

Hay que reconocer la habilidad política británica para superar su Imperio dándole la forma de Comunidad Británica de Naciones. Ahora, fácticamente, la Gran Bretaña se ha convertido en un satélite del nuevo Imperio USA.

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