José María Laso Prieto, Una lección sobre los nacionalismos, El Catoblepas 45:6, 2005 (original) (raw)

El Catoblepas, número 45, noviembre 2005
El Catoblepasnúmero 45 • noviembre 2005 • página 6
Desde mi atalaya

José María Laso Prieto

Según el libro de Mira Milosevich, El Trigo de la Guerra. Nacionalismo y violencia en Kosovo

En estos tiempos en que tantos nacionalismos emergen y tratan de imponer sus objetivos, conviene reflexionar sobre lo sucedido en Yugoslavia. Durante su vida, el mariscal Tito logró una solución a la situación multiétnica que se creó en su país a partir de 1943. A su muerte se produjo la eclosión de los nacionalismos que acabó desintegrando al equilibrado Estado Yugoslavo. Tal tema se estudia en el libro El Trigo de la Guerra. Nacionalismo y violencia en Kosovo, de Mira Milosevich. En una breve síntesis de su contenido, se dice:

El trigo de Guerra, examina el conflicto de Kosovo y sus derivaciones violentas desde su raíz histórica en el enfrentamiento de dos nacionalismos étnicos –el serbio y el albanés– con simétricas ambiciones territoriales. Partiendo de posiciones muy críticas frente al nacionalismo serbio, expresadas en su libro Los tristes y los héroes, la autora ofrece en este ensayo algunas claves fundamentales para entender las disensiones que han desgarrado la convivencia de distintas comunidades en una región definida en el pasado por el pluralismo cultural y religioso. Esta obra analiza un periodo decisivo de la historia balcánica, señalando, con manifiesto desdén por la corrección política, los intereses políticos del nacionalismo albanés ocultos tras la pantalla de motivos humanitarios que justificaron en su día la intervención militar de la OTAN y que hoy alimentan la actividad terrorista de la guerrilla albanesa más allá de las fronteras kosovares. Mira Milosevich es socióloga titulada por la Universidad de Belgrado. Reside en España, donde ha publicado el libro Los tristes y los héroes. Historia de nacionalistas serbios (Espasa 2000). Es autora de relatos y ensayos que han aparecido en diversas revistas en Yugoeslavia, España y Albania. Colabora en el diario El País.

Tras media docena de capítulos, donde la autora analiza las consecuencias trágicas de la guerra entre ambos nacionalismos, Mira Milosevich llega a las siguientes conclusiones:

«El nacionalismo albanés se consolidó frente al nacionalismo serbio. A nivel institucional, los albaneses optaron por la estrategia de boicotear la autoridad estatal creando instituciones paralelas: el 7 de septiembre de 1990, en Kacanik, los delegados del Parlamento Albanososovar aprobaron la Constitución que atribuía Kosovo el estatuto de república independiente [...]. El fin de la guerra en Bosnia y Croacia y la firma de los acuerdos de paz de Dayton, había dado lecciones a todas las partes. De algún modo el acuerdo era contradictorio con lo que la comunidad internacional había sostenido, pero reflejaba la política ambigua que ésta mantuvo sobre Yugoeslavia desde el comienzo de la desintegración del Estado hasta el bombardeo de la OTAN [...]. El giro de la situación en Kosovo abrió el camino a un enfrentamiento armado. El ELK (guerrilla albanesa) llevaba realizando acciones armadas hasta 1996, sólo había matado a algunos policías serbios. A partir de fines de 1997, en cada aldea albano-kosovar se creó un núcleo de milicianos del ELK, cuya misión era impedir los movimientos de la policía serbia.»
La comunidad internacional se involucró en los conflictos yugoslavos, supuestamente para luchar contra 'la limpieza étnica'. Pero, quizás lo que ha quedado de la intervención de la OTAN, es que ninguna de las limpiezas étnicas concretas –la expulsión de todos los serbios de la Krajina croata, la matanza de los musulmanes en Srebrenica, la expulsión y matanza de todos los musulmanes de Mostar, por las fuerzas croatas– ninguna de ellas se ha podido impedir mediante la supuesta 'intervención humanitaria'. La intervención militar de la OTAN en Kosovo, de hecho, aceleró la 'limpieza étnica' en la región. En términos políticos, la comunidad internacional reconoció los nuevos Estados creados. Hoy en día, Bosnia y Kosovo son mosaicos de comunidades homogéneas y distintas. Cada una de las étnias tiene su espacio marcado, que es lo que se pretendía, aquello por lo que se derramó sangre propia y ajena, y ese sentido son dos conjuntos de 'ghetos'.
En Bosnia, existe un cierto equilibrio entre estos, ya que el acuerdo de Dayton reconoce un Estado de dos entidades: la serbia, con el territorio de la República Serbia y la Federación de Bosnia-Herzegovina de croatas Musulmanes. En Kosovo, la situación es más dramática. Los guetos serbios se concentran alrededor de los monasterios en el norte de Kosovo. Todos los croatas de kosovo ya se habían ido antes. El fracaso de la única fuerza yugoslava que intentó democratizar el sistema, conservando al tiempo la sociedad multiétnica, la Unión Yugoeslava de Iniciativa Democrática, dirigida por Ante Markovic, que fue primer ministro de Yugoeslavia entre 1988 y 1991, fue evidente pero su objetivo sigue siendo plausible. Lo que ha ocurrido en Yugoeslavia confirma algo de sobra conocido: que la construcción de los Estados implica siempre el recurso a la violencia simbólica o real. Los idealistas románticos como Vuk Karadzic, devotos de Herder, aparentan no establecer diferencias jerárquicas entre las diferentes culturas. Pero en el fondo sabemos que todo nacionalista, cuando lleva a la práctica sus ideales, derrama sangre, a ser posible del enemigo (y, en este sentido, ni los dulces nacionalistas ghandianos fueron una excepción: que se lo pregunten a los pakistaníes). El nacionalismo posmoderno, en plena época del desvanecimiento de las diferencias culturales, regresa a teóricos como Karadzic o los Frashëric, en busca de argumentos para construir naciones. Rescatando los posibles restos de diferencias arruinadas. Utilizan los trabajos de aquellos sobre el idioma, la religión popular y la mitología heroica, para construir una «historia» que suele contarnos que el pueblo propio es más antiguo que los otros (y ahí está la primera y fundamental diferencia) que su gente es más noble, más valiente y honesta. Que ellos son mejores que nadie. Estas Historias que unen personajes y acontecimientos de diferentes épocas en la misma narración, sirven para la justificación de las políticas identitarias. Pero, en sus matrices lógicas, la identidad defendida, se resuelve siempre en la dicotomía maniquea que consagra la necesidad metafísica del Otro, del enemigo. Un serbio sólo es serbio frente a un croata o un albanés, y viceversa. De ahí que un 'verdadero' serbio, croata o albanés sólo puede ser nacionalista.»

En la Europa occidental, exceptuando los casos de los pequeños nacionalismos irredentistas, la identidad parecía ser, hasta hace poco, preocupación exclusiva de los intelectuales académicos. Se ha convertido, sin embargo, en asunto que interesa al gran público, en países como el Reino Unido y España, cuyas viejas identidades nacionales sufren ahora una fuerte impugnación por parte de los nacionalismos periféricos. Esta es también la tesis del profesor Gustavo Bueno. En 1974, Jean Marie Benoist observaba que la sociedad moderna comenzaba a obsesionarse con el problema de la identidad. «Una obsesión hace presa en nuestra época, saturada de comunicación: la del repliegue de cada uno en su propio territorio, en lo que hace a su diferencia, es decir, su identidad separada propia. Sueño de raigambre en el espacio insular de una separación.»

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