José María Laso Prieto, Antonio Gramsci (1891-1937), El Catoblepas 46:6, 2005 (original) (raw)
El Catoblepas • número 46 • diciembre 2005 • página 6
José María Laso Prieto
Han variado bastante las circunstancias desde que se celebraron en 1987 y en 1991 el cincuentenario de la muerte y el centenario del nacimiento de Gramsci
Hace casi quince años, el 22 de enero de 1991, se cumplió el centenario del nacimiento de Antonio Gramsci, una de las más relevantes figuras de la cultura y la política italiana del siglo XX. Por su prematuro fallecimiento en 1937, casi coincidieron las conmemoraciones del cincuentenario de su muerte con las del centenario de su nacimiento. Con motivo de la primera efemérides, se publicaron en diversos países libros y artículos conmemorativos en los que se argumentaba la vigencia de su pensamiento. Sin embargo, a partir de 1990, se produjeron acontecimientos históricos que potenciaron la vigencia y actualidad de las elaboraciones y concepciones políticas y teóricas de Gramsci. Concretamente, esta es la tesis del filósofo y sociólogo Adam Schaff al sostener que el fracaso del denominado «Socialismo real», en los países de Europa Central y Oriental, constituye la mejor confirmación de la certera previsión de Gramsci sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista sin haber logrado previamente el consenso ampliamente mayoritario de la población. Consenso que sólo se puede lograr actuando en el campo de la cultura para conseguir la hegemonía intelectual y moral del nuevo bloque emergente. La aportación específica de Gramsci, en el campo de la previsión científica, de las condiciones para la transformación social, la sitúa muy bien Adam Schaff, al precisar que «Mientras que Marx subrayaba la importancia de las condiciones objetivas de la revolución, Gramsci desarrolló, en un periodo posterior, aprovechando la experiencia de la revolución soviética, la teoría del consenso como teoría subjetiva de la revolución socialista. Sin el acuerdo de la sociedad, no se puede realizar con éxito la revolución ni mucho menos verificar el dominio de la clase obrera como hegemonía moral y política (y no como imposición violenta). Este consenso debe lograrse mediante el trabajo ideológico. De ahí el importantísimo papel que Gramsci atribuye a la intelectualidad en su teoría de la revolución socialista».
En otro plano, Gramsci estudió filología y lingüística en la Universidad de Turín. Después de una precoz colaboración en la prensa socialista, fundó la revista L'Ordine Nuovo que llega a constituir un hito en el nivel teórico del marxismo italiano. Con gran entusiasmo, y no menor rigor, Gramsci se esforzó porque L'Ordine Nuovo aportase al pensamiento y a la «praxis» marxista la altura necesaria para que pudiesen alcanzar su plena efectividad revolucionaria. De hecho, su labor periodística constituyó un serio intento de reforma intelectual y moral, inspirado en el precedente idealista de Benedetto Croce, para fundamentar en el marxismo una gran labor de esclarecimiento y crítica de los basamentos sociológicos de la cultura nacional italiana.
No menor importancia revistió su actividad como dirigente político, ya que se convirtió en el teórico y organizador de los Consejos de fábrica que por entonces florecieron en Turín. Posteriormente, tras un periodo de intensa militancia en el movimiento socialista, Gramsci encabezó el núcleo fundacional del Partido Comunista Italiano. Instaurado el régimen fascista, Gramsci fue detenido, no obstante la inmunidad parlamentaria que gozaba como diputado, y condenado a más de veinte años de prisión. En tan difíciles condiciones, redactó sus célebres Quaderni del Carcere que le consagraron como una autoridad teórica del movimiento obrero internacional.
Superada su etapa crociana inicial –pero con consecuencias enriquecedoras de su pensamiento que subsistirán en el conjunto de su obra– Gramsci concibe precozmente al marxismo como una auténtica ruptura con toda ilusión especulativa. Tal orientación podría ser sintetizada en la célebre fórmula gramsciana de que «todo es política». Empero si en Gramsci, no obstante sus preocupaciones teóricas y el elevado nivel con que abordó las más complejas tareas intelectuales, la actividad del militante revolucionario ocupa un primer plano, no por ello incurre en un practicismo político estrecho. Por el contrario, como señalaba el profesor Manuel Sacristán: «Toda la obra de Gramsci queda estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento del marxismo y de elevar su concepción filosófica, que por necesidades de la vida práctica se ha venido vulgarizando, a la altura que debe alcanzar para la solución de las tareas más complejas que propone el actual momento histórico: es decir, elevarlo a la creación de una cultura integral». Según el profesor Sacristán, «Gramsci cumplirá esta tarea, de acuerdo con la inspiración básica de Marx, no eliminando del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta que se ha alcanzado en la literatura marxista. Por encima del accidental origen de la expresión, Gramsci es realmente el filósofo de la práctica».{1}
Para Gramsci, la «filosofía de la praxis», no se daba todavía bajo una forma propiamente «filosófica», en el sentido de un sistema coherente y organizado. Surgió en forma de aforismos y criterios prácticos, debido a que su creador –Marx– no pudo elaborarla por haberse concentrado en otros problemas. Polemizando con Benedetto Croce, que reducía el marxismo a una metodología histórica –Gramsci postulaba una premisa teórica: «la filosofía de la praxis está por elaborar, lo que no significa que no exista potencialmente, sino, por el contrario, que incumbe a los seguidores de Marx y Engels desarrollar lo que éstos han dejado en germen»{2}.
En consecuencia, Gramsci aporta su propia contribución. A la pregunta, ¿Qué es la filosofía?, responde negando la existencia de una «filosofía en general, para afirmar la existencia de diversas filosofías, o concepciones del mundo, entre las que se debe de optar. Combatiendo las concepciones elitistas de la filosofía, Gramsci considera que ésta no debe reservarse exclusivamente a «filósofos profesionales» ya que, en la medida que se trata de una actividad intelectual, practicada generalmente, «todos los hombres son filósofos».
El énfasis historicista de Gramsci hace adquirir a su pensamiento especificidad propia en el seno del marxismo. Como indica el profesor Gustavo Bueno, «el materialismo histórico, bajo la influencia de Engels, habría experimentado constantemente un tendencia a desplazarse hacia el materialismo dialéctico (en el sentido naturalista) como compensación a ese desplazamiento podrían entenderse gran parte de las interpretaciones «voluntaristas», «subjetivistas», o «metafísicas», consistentes en subrayar los momentos del «espíritu subjetivo» y del «espíritu absoluto» (marxismo cristiano, marxismo moral, &c.). Gramsci representaría la interpretación de esa vuelta al revés de Hegel –Croce– en el sentido del desplazamiento del «centro de gravedad» de la historia al lugar ontológico que, en el sistema hegeliano, se designa como «espíritu objetivo». Con ello la filosofía deja de ser un estéril manejo de conceptos para pasar a ser tanto acción como concepción.
La identificación filosofía-política-historia constituye el núcleo de la concepción gramsciana de la filosofía. Para Gramsci, en efecto, la política es el primer momento donde la filosofía se halla en la fase simple y elemental afirmación. En consecuencia, la filosofía concebida como «reflexión crítica, es también política, es decir, acción permanente», y, en ese sentido, su identificación con la política significa realización concreta y necesaria de una teoría o de una concepción del mundo.
Sin embargo, Gramsci no se desentendió de las ciencias naturales ni de los problemas epistemológicos generales. Al igual que Lenin, profundizó en la problemática de la física contemporánea para fundamentar científicamente la noción de objetividad y así contribuir a resolver el arduo problema de la relación entre ciencia y filosofía. La misma finalidad persigue cuando se plantea el problema de la denominada «realidad del mundo externo», estudia la relación entre ciencia e instrumentos científicos o profundiza en la elaboración del concepto de ciencia. «Lo que interesa a la ciencia es no tanto... la objetividad de lo real, cuanto el hombre que elabora sus métodos... que rectifica constantemente sus instrumentos materiales... y lógicos –incluidos los matemáticos– lo que interesa en la cultura... la relación del hombre con la tecnología. Incluso en la ciencia, buscar la realidad fuera del hombre no es sino una paradoja...{3} Así trataba Gramsci de basar en sólidos fundamentos epistemológicos la Weltanschauung que haga del marxismo una auténtica filosofía.
No obstante el esfuerzo teórico de Gramsci no constituía una pretensión asépticamente especulativa. Su precoz instinto político le hizo percibir que el cientificismo, tras el que se ocultaban las posiciones revisionistas de los dirigentes de la II Internacional tenía no sólo raíces sociales objetivas sino también fundamentos gnoseológicos de claro signo positivista. De ahí su triple lucha contra las impregnaciones que en el seno del marxismo habían alcanzado el positivismo, el determinismo económico y el reduccionismo sociologista. Sin por ello descuidar la necesidad de un «ajuste filosófico de cuentas» con el idealismo de Benedetto Croce, soporte ideológico fundamental de la burguesía italiana. Tal es el origen de la atención especial que dedicó a la relación entre base (infraestructura) y superestructura, a la función del bloque histórico y a su interconexión entre ambos planos de la formación histórica. Su exhaustiva investigación del papel de los intelectuales como «funcionarios de las superestructuras» y la distinción –ya clásica– entre «intelectual tradicional e intelectual orgánico», completa una faceta de la aportación teórica gramsciana de indudable transcendencia filosófica. Reviste también importancia su diferenciación entre «ideologías históricamente orgánicas» e «ideologías arbitrarias», así como el conjunto de su amplio trabajo acerca de la cultura.
Actualmente asistimos a un movimiento mundial de revalorización del pensamiento político y filosófico de Gramsci. A ello contribuyen los congresos internacionales de estudios gramscianos –que periódicamente organizó el Instituto Gramsci y que posteriormente han continuado desarrollando otras entidades–, la edición de sus obras en los más diversos idiomas, y el hecho de que exista general coincidencia en considerar que los análisis de Gramsci representan la única verdadera tentativa marxista de explicitar las modalidades de la vía al socialismo en las condiciones del capitalismo avanzado. Por otra parte, tales análisis son los que mejor explican las causas del hundimiento final del sistema del denominado «socialismo real». Ese es el origen de la vigencia del pensamiento de Gramsci. O, más precisamente, de su creciente actualidad a medida que la problemática contemporánea se centra cada vez más en la temática que constituyó su preocupación fundamental.
Notas
{1} Cita transcrita del prólogo de José María Laso a la obra Leer a Gramsci de Robert Maggiori y Dominique Grisoni, Editorial Zero, Madrid 1974, página 11.
{2} Ibídem, pág. 218.
{3} Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Ediciones Visor, Buenos Aires 1971, pág. 63.
Las obras de Gramsci fueron publicadas inicialmente por la Editorial Einaudi de Turín. En una primera fase aparecieron Lettere dal carcere (1947), II materialismo storico e la filosofía de Benedetto Croce (1948), Gli intellettuali e l'organizacione della cultura (1949), Letteratura e vita nazionale (1950), Passato e presente (1951), 12 Ordine Nuovo (1954), Scriti giovanile (1958), Sotto la mole (1960). Una edición crítica de las Obras Completas de Gramsci, realizada por un equipo del Instituto Gramsci, dirigido por Valentino Gerratana se publicó, editado por Einaudi, en 1975. El mismo año se publicó en México la versión castellana por ediciones ERA. En español, se editaron inicialmente: Cultura y literatura. Barcelona 1967. Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona 1969. La política y el Estado moderno, Barcelona 1971. Antología (Selección y notas de Manuel Sacristán), Madrid, 1974.
Sobre Gramsci, se han publicado en España, entre otras, las siguientes obras: A. R. Buzzi, La teoría política de Gramsci, Barcelona 1969. José María Laso Prieto, Introducción al pensamiento de Gramsci, prólogo de Gustavo Bueno, Madrid 1973. Dominique Grisoni y Robert Maggipri, Leer a Gramsci, Madrid 1974. P. Lombardi, Las ideas pedagógicas de Gramsci, Barcelona 1973. J. M. Piotte, El pensamiento político de Gramsci, Barcelona 1973. Juan Trías (coordinador), José María Laso y otros, Gramsci y la izquierda europea, Fundación de Investigaciones Marxistas, Madrid 1992. Rafael Díaz-Salazar, El proyecto Gramsci, prólogo de Francisco Fernández Buey, Editorial Anthropos, Barcelona 1991. Maríaa Antonietta Macciocchi, Gramsci y la revolución en Occidente, México 1976. Angelo Broccoli, Antonio Gramsci y la educación como hegemonía, Editorial Nueva Imagen, México 1977. Francisco Fernández Buey, Actualidad del pensamiento político de Gramsci, Editorial Grijalbo, Barcelona 1977, &c.