Iñigo Ongay, Conductismo y Etología 45 años después, El Catoblepas 50:13, 2006 (original) (raw)
El Catoblepas • número 50 • abril 2006 • página 13
Iñigo Ongay
Se ofrece una reinterpretación de algunas de las claves de la polémica entre Conductismo y Etología desde las coordenadas gnoseológicas y ontológicas del Materialismo Filosófico
Se cumplen ahora 45 años desde que en 1961, B. F. Skinner, publicara su obra Registro Acumulativo; libro que sin duda puede considerarse como la verdadera puesta de largo de la teoría psicológica generalmente conocida bajo el rótulo de «Conductismo Radical». Un conductismo en efecto (y de ahí lo de «radical), cuya principal importancia gnoseológica la haríamos residir por nuestra parte, en lo que este mismo pueda tener de crítica frente,precisamente, a las versiones «metodológicas» del propio behaviorismo (conductismo watsoniano) pero también sin duda ninguna, frente a los sucesivos «neoconductismos» o «conductismos cognitivos» (Hull, Tolman, Lashey) que siempre permanecieron en el cono de luz de la polémica labor del psicólogo de Harvard. Precisamente, cuando son vistas desde el Materialismo Filosófico, tales controversias pretendidamente «intracategoriales», representan sencillamente la colisión entre dos tentativas, directamente incompatibles, de delimitar el alcance del rasante gnoseológico de la propia categoría psicológica en cuanto que esta misma categoría ha de quedar deslindada respecto de otros campos gnoseológicos de referencia, que pudieran estimarse tangentes o secantes respecto a la psicología, como puedan serlo por caso, la fisiología, o la etología.
Y es que precisamente por aquellos mismos años en los que Skinner pone en marcha el «condicionamiento operante» (es decir, según aquel «chascarrillo profesional» que nos trasmite Eysenck en su libro La Rata o el Diván, «el procedimiento por el que las ratas de laboratorio condicionan a los psicólogos para que les suministren una bolita de comida al accionar una palanca»), ya se mantenía enteramente «crecidito» y, por así decir, «en marcha» otro campo categorial como pueda serlo la Etología. Una ciencia en efecto, cuyo despliegue podemos fecharlo aproximadamente en torno a la década de 1930 en la que comienzan a desarrollarse las investigaciones de K. Lorenz sobre las grajillas o los ánades, o las de N. Tinbergen sobre la conducta de los peces espinosos, y que por muy poderosas razones de índole semántica, sintáctica y pragmática, habría necesariamente de terminar abriéndose paso precisamente frente a (y no, en modo alguno, cooperando con) el modo skinneriano de dar cuenta de La Conducta de los Organismos. Ahora bien, en el presente trabajo vamos a tratar justamente de dar razón, desde las coordenadas ofrecidas por el Materialismo Filosófico, de las claves gnoseológicas y ontológicas que pudieron permanecer operantes a la base de los contenidos mismos de una polémica intercategorial tan conocida como la que, durante varias décadas, pudo separar al «conductismo» de la «etología». Veamos.
1. Presentación: la polémica «Etología-Conductismo»
La etología, definida en tanto que «estudio comparado del comportamiento» (en la estela por ejemplo de I. Eibl Eibesfeldt), sólo pudo salir adelante a lo largo de su historia en directa referencia polémica con otras disciplinas categoriales que asimismo, habrían estructurado su campo en torno a contenidos análogos a los etológicos, en torno a contenidos que tienen que ver con la «conducta de los organismos». Nos estamos refiriendo con ello, fundamentalmente a la tradición misma que en la psicología experimental, arranca de la herencia de Lloyd Morgan tal y como pudo ser gestionada por el descubridor de la «ley del efecto», Edward L. Thorndike{1} y después de él, por otros autores a los que podemos considerar sus sucesores: ante todo J. B Watson y –muy destacadamente– F. B. Skinner. Sobre esta tradición «objetivista» que, al menos desde Watson podemos rotular como «conductismo», nos dice lo siguiente el Padre Manuel Barbado Viejo en su admirable y erudita, Introducción a la Psicología Experimental:
«La nueva corriente doctrinal nació como reacción contra los abusos de los naturalistas, que en la segunda mitad del siglo pasado, imbuidos en las doctrinas evolucionistas, trataban de elevar a los animales al nivel del hombre y describían sus hábitos y costumbres en términos de un antropomorfismo exageradísimo. Para oponerse a estos excesos fuéronse los naturalistas al extremo contrario de considerar a los animales totalmente diversos del hombre, negándoles la conciencia y todo lo que pudiera tener parentesco con nuestra vida psíquica. Con esto parece que se echaba por tierra de un solo golpe toda la psicología comparada; pero en realidad se la construía sobre nuevas bases, rebajando la psicología humana al nivel de la fisiología animal.»{2}
En estas condiciones, podrá entenderse realmente bien, que esta tradición morganiana consumara a su manera, en «divorcio» entre las perspectivas psicológicas y biológicas (darwinistas) en el estudio de la conducta de los animales del que nos habla Tomás R. Fernández Rodríguez entre otros muchos analistas, es decir, la desconexión –por lo menos en el ejercicio{3}– de la psicología con respecto al concepto darwiniano de «selección natural».
Así las cosas, el choque de estas tendencias psicológicas con la etología en tanto que disciplina completamente inmersa en los parámetros biológicos darwinistas (en tanto que, zoología de algún modo), pensamos que puede quedar recapitulada de modo bastante ajustado en el siguiente párrafo extraído del libro El Comportamiento Animal de P. JB. Slater:
«La primera tormenta que se abatió sobre el estudio del comportamiento animal y atravesó el atlántico fue resultado de la confrontación entre los etólogos y la escuela norteamericana de psicología comparativa. Los dos grupos compartían el interés en la conducta de los animales, pero se aproximaban al tema desde dos puntos de vista muy diferentes. Los etólogos, que trabajaban sobre todo en la Europa continental y eran zoólogos, respetaban la evolución y por tanto estaban interesados en una amplia variedad de especies y en los distintos modos en que estas se comportaban. A pesar de su nombre, los psicólogos comparativos tendían, en aquella fase, a no prestar atención a tales comparaciones y a estudiar a muy pocas especies, habitualmente ratas y palomas. Su interés se centraba en la búsqueda de leyes generales del comportamiento que fueran válidas al margen de la especie a estudiar, y preferiblemente aplicables también al ser humano. Tenían reputación de realizar un trabajo experimental riguroso en condiciones de laboratorio cuidadosamente controladas; por otra parte la mayoría de los etólogos se limitaban a observar cómo se comportaban libremente sus sujetos, y lo hacían en las condiciones absolutamente descontroladas del entorno natural del animal, aquel al que la selección le había adaptado. No es de extrañar que dos enfoques tan distintos en campos muy similares condujeran a una confrontación. La batalla se libró en torno al desarrollo del comportamiento, un tema sobre el que los puntos de vista de las dos escuelas contrastaban especialmente. Los diferentes enfoques adoptados respectivamente por los etólogos y los psicólogos derivaban, en esencia, del hecho de que unos hacían hincapié en el instinto y los otros en el aprendizaje. Para La mayoría de psicólogos, la capacidad de aprendizaje de los animales, y la flexibilidad que esta otorga a su comportamiento son los principales puntos de estudio, ya que estos aspectos pueden arrojar luz sobre los atributos equivalentes de los humanos- De ahí su hincapié en el aprendizaje. Para los etólogos, por otro lado, el principal objetivo era el estudio del comportamiento típico de cada especie: tendían, por tanto, a concentrarse en modelos altamente esteriotipados y similares formalmente en toda una especie, y a menudo se referían a tales actos llamándolos «innatos» o «instintivos». Según este supuesto, el instinto era lo supremo y el aprendizaje tenía pocas consecuencias. De hecho Konrad Lorenz comentó una vez que el origen en el desarrollo de la conducta era un tema de mayor interés para los embriólogos que para los etólogos.»{4}
Como observamos, tal y como espiga Slater en el texto referido, los principales contenidos en torno a los que pudo nuclearse la controversia entre etólogos y conductistas parecería que, dejando al margen por un momento otros aspectos de indudable interés a los que podríamos aludir (estudios de campo, estudios de laboratorio, zoólogos-psicólogos, europeos-norteamericanos, &c.{5}), la polémica misma constituye algo así como un capítulo especial de la querella «innatismo-ambientalismo» en la que habrían estado embarcadas las ciencias de la conducta a lo largo de todo su despliegue histórico. En este sentido, podemos recoger aquí el diagnóstico de José Alsina según el cual, «Toda discusión intelectual en torno a la conducta es, en última instancia, una disquisición sobre si los determinantes que mueven a actuar en un sentido o en otro son innatos, es decir, están ya en el sistema nervioso del organismo en cuestión, o son adquiridos, o sea, si proceden del medio ambiente en forma de aprendizaje o reflejos condicionados.»{6} En el marco de esta controversia, los «etólogos» movidos acaso por sus propios intereses zoológicos, habrían adoptado el camino del «innatismo» frente al riguroso «ambientalismo» de los conductistas que, al cabo, habrían terminado incluso por deshacerse de la misma noción de «instinto» –central en el desarrollo de la etología– como un inútil lastre cuya única función parecería reducirse a la de «explicar» la conducta mediante el dudoso expediente de «describirla» de otra manera. Es decir, según las posiciones de conductistas como Skinner la apelación a un concepto tan oscuro como el de «instinto» representaría un caso particularmente ejemplar de explicación circular, una pseudoexplicación por lo tanto, que nada explicaría en realidad. Dice F. B. Skinner:
«Es probable que un organismo ataque, por ejemplo, golpeando o mordiendo cuando se le hiere o amenaza y, como diré dentro de un momento, ese tipo de comportamiento puede ser parte de la dotación genética, tanto como la respiración o la digestión, pero no tenemos razón para decir que un organismo ataque porque posea un instinto de agresión.
Algunas especies defienden los territorios en los cuales viven, y parece que algunos de estos comportamiento se deben a una dotación genética; pero decir que un organismo defiende su territorio por un imperativo territorial o cualquier otra clase de instinto, es decir, sencillamente que pertenece a la clase de organismo que defiende su territorio (la misma expresión «dotación genética» es peligrosa. Como los reflejos y los instintos tiende a adquirir propiedades no justificadas por la evidencia y a empezar a servir más como causa que como representación de los actuales efectos de la selección natural, de la cual se desvía entonces la atención.)»{7}
En este sentido, tendría interés referirse aquí a las críticas que el supuesto «innatismo» de los etólogos habría recibido de la mano de autores como Danniel Lehrman o Kuo según quienes conductas consideradas generalmente como innatas –por ejemplo el comportamiento de picoteo en el pollito recién nacido, un fenómeno ya observado por Spalding en el XIX– serían en realidad el resultado de la exposición temprana de la cabeza del embrión de esta ave a los movimientos en útero materno producidos por los latidos cardíacos del incipiente corazón{8}. Frente a estas posiciones de cuño reaccionista, otros autores como pueda serlo Lorenz, habrían contra-argumentado señalando que,para empezar, el método del «ensayo-error» utilizado por los psicólogos experimentales desde Thorndike tendría poca utilidad en un contexto naturalista (i.e, darwiniano) en el que los «errores» se pagan con la «muerte» del organismo{9}. Además, suponer, con Kuo y Lehrman, el aprendizaje pasivo prenatal de los movimientos que usaría el pollito en su conducta de picoteo es tanto como recaer en una concepción de la «armonía preestablecida» entre aprendizaje y ambiente. Véamoslo:
«De esta forma, en la teoría de que el animal pueda aprender dentro del huevo o en el útero algo que encaje después con las exigencias derivadas de su hábitat natural, se encierra, paradójicamente, la hipótesis de una armonía preestablecida, es decir, la de aquel «preformacionismo» de que los behavioristas acusaban tan sin razón a los biólogos. Y observamos una doble paradoja, realmente divertida, en el hecho de que este «preformacionismo» sea el precio que muchos psicólogos americanos han de pagar por evitar a todo trance –pese a admitir de labios para afuera las teorías de Darwin– incorporar a sus consideraciones el valor que tiene el comportamiento para la conservación de la especie y la adaptabilidad filogenética.»{10}
2. La «conducta de los organismos» vista desde el conductismo: reinterpretación gnoseológica de la controversia «Etología-Conductismo»
Sin embargo, y sin necesidad de restar en modo alguno importancia a estas determinaciones «fenomenológicas» de la polémica de referencia, nosotros vamos a tratar por nuestra parte de elaborar una reconstrucción positiva de los contenidos mismos de una tal controversia, a la luz de una conceptualización gnoseológica como la ofrecida por la Teoría del Cierre Categorial de Gustavo Bueno. En particular, ello nos llevará a desbordar argumentalmente la polarización «innatismo-ambientalismo» a la hora de dar cuenta de la polémica entre etólogos y conductistas, al menos en la medida en que, por ejemplo, los propios etólogos en el ejercicio de su actividad categorial han tendido claramente a disolver este tipo de oposiciones dilemáticas (muy especialmente en el seno de lo que suele denominarse la «escuela británica» de la etología –Thorpe, Tinbergen, Hinde–, pero también por parte de Eibl Eibesfeldt, &c.).
Ello en todo caso, no quiere de manera alguna decir que no subsistan diferencias muy profundas, y gnoseológicamente centrales que justificarían la colisión entre dos disciplinas categoriales tales como la etología y la psicología conductista, ocupadas en el tratamiento de dos recintos operatorios muy próximos e incluso parcialmente sobrepuestos el uno al otro. A fin de arrojar alguna luz sobre unas tales diferencias, nosotros vamos a proceder en el presente contexto, haciendo uso de la noción del «espacio gnoseológico» entre cuyos tres ejes aparecerían, según la TCC, distribuidos los diversos contenidos del cuerpo de las ciencias categoriales. Gustavo Bueno, ha iniciado la labor del análisis gnoseológico de las ciencias etológicas en su artículo «La etología como ciencia de la cultura»{11}, texto al que nos remitiremos principalmente en lo que sigue.
En concreto, y para el caso del eje sintáctico{12} del espacio gnoseológico (que no se puede disociar de los ejes semánticos y pragmáticos del mismo espacio, aunque estemos autorizados a analizar separadamente sus contenidos), en el campo categorial propio de la etología, harían aparición términos tales como los propios «sujetos corpóreos» a los que podamos consignar a su vez como «formalmente operatorios», es decir, como «dotados de conducta». Desde el punto de vista de la conceptualización característica de las disciplinas etológicas, tales términos{13} (tales, «organismos» a los que cabe atribuírseles «conducta etológica») sólo podrán aparecer como dados a una escala de tal naturaleza que preserve de algún modo, su enclasamiento según las diferentes «especies mendelianas», lo que, por cierto, rubricaría la conexión fundamental –conexión por así decir, «darwinista»– que hemos de reconocer, entre la Etología y las disciplinas que componen la Biología orgánica.
Sin embargo, como advierte lúcidamente Bueno, «aunque el campo de la Etología esté constituido por sujetos conductuales, es evidente que la Etología sólo puede desenvolverse teniendo en cuenta otros términos no conductuales (vivientes vegetales, hongos, seres inorgánicos), al margen de los cuales los sujetos conductuales no podrían subsistir»{14}. Esta circunstancia, gnoseológicamente importantísima a nuestro juicio, justificaría la introducción, para el caso de las situaciones etológicas, de un concepto de alguna manera análogo a lo que Gustavo Bueno denomina, ante el trámite de la organización del material antropológico, espacio antropológico, nos referimos al espacio etológico caracterizado por un «radio menor» respecto al antropológico, &c. No interesa por el momento, tratar detenidamente todas estas cuestiones{15}.
Desde el punto de vista de las operaciones en el campo de la Etología, se haría imprescindible por parte del Sujeto Gnoseológico (es decir, por parte del etólogo, por ejemplo por parte de Lorenz o por parte de David Lack o de Jane Goodall) la ejecución de «conductas operatorias» muy determinadas tales como por caso, «anillar aves canoras»{16}, «levantar mapas territoriales de petirrojos»{17}, «aplicar la impronta sobre ánades reales» (como hacía Lorenz) o «suministrar alimento a chimpancés» (como Jane Goodall), &c. Sin embargo, lo característico del recinto categorial etológico, es, sin duda alguna, que en su mismo seno, aparecen formalmente representadas operaciones ejecutadas por el Sujeto Temático que resultarían en principio, enteramente análogas a las llevadas adelante por parte del Sujeto Gnoseológico. Como por otro lado, tales operaciones (formalmente consideradas) deben interpretarse como constitutivas semánticamente, de los propios fenómenos etológicos, no quedará a la postre nada claro, como pueda el propio etólogo –si es que puede de hecho– «deshacerse» de tales conductas operatorias ante el trámite de construir relaciones esenciales entre los términos, sin desfigurar la «fisonomía gnoseológica» característica de la categoría etológica (por ejemplo reduciéndola a bioquímica, a estadística, a neurología, &c.). Muchas veces, los etólogos, procederán en el regressus a disolver las operaciones temáticas, acudiendo a factores genéricos previos (por ejemplo, de índole neurológica –como es el caso de la llamada neuroetología{18}–, pero también de una índole más proporcionada a una cierta «fisiología ficción», como en el «modelo psicohidráulico» de Konrad Lorenz), las más de las ocasiones, se preferirá en cambio «sacrificar» tales factores esenciales genéricos, trabando en el línea del progressus, las propias operaciones envolventes del Sujeto Temático (como cuando, Frans de Waal sin ir más lejos, estudia las «coaliciones políticas» de los chimpancés o de los macacos rhesus). Con todo ello, ya podemos darnos cuenta de una consideración puesta de manifiesto por el mismo Gustavo Bueno, a saber: la fractura gnoseológica propia del plano operatorio de la Etología; una fractura (metodologías alfa/metodologías beta) que situaría esta disciplina más bien entre las ciencias «humanas» (es decir, aquellas ciencias que tienen que tratar «de frente» –esto es, como «partes formales» suyas– con términos que operan ellos mismos) que entre las construcciones gnoseológicas alfa operatorias (que pueden neutralizar enteramente y de modo inequívoco el sector de las operaciones del eje sintático del espacio gnoseológico).
Para dar cuenta de tales operaciones por parte de los Sujetos Temáticos del campo (a su vez enclasados según el cedazo de las especies mendelianas, importa no perder de vista esta particularidad), los etólogos habrán de hacer continuo uso de «operadores» y «relatores» muy característicos- a los que no cabe de todos modos considerar como vinculados meramente per accidens al campo de la etología, como si fueran externos a este-: por ejemplo, la cámara cinematográfica de Eibl Eibesfeldt o de Alfred Seitz, el vídeo de los Gardner o los Fouts, pero también el radar empleado por los ornitólogos para rastrear las migraciones de las aves{19}, o los trasmisores de radio que comenzaron a utilizar William Cochram y R Lord en la estación de campo de Cedar Creek en Minessota{20}, a fin de controlar las actividades de diversos mamíferos.
Pues bien, si en el presente artículo hemos dedicado algún espacio a desgranar estos detalles gnoseológicos al respecto de la categoría etológica, ello ha sido principalmente para mejor así reconstruir las diferencias que median entre una tal categoría y la que es propia del conductismo. Y ello, dado principalmente que cuando nos situamos en la perspectiva del sector de las operaciones del eje sintáctico del espacio gnoseológico, la situación respecto a la Psicología Experimental behaviorista, se ofrecerá de otra manera muy diferente. Para una primera impresión, reproduciremos un texto de Frans de Waal que viene, nos parece, muy oportunamente al caso:
«La imagen de Lorenz seguida por una cohorte de ocas que graznaban o llamando a su cuervo amaestrado que volaba por el cielo, difería bastante de la de B. F. Skinner, con su mano alrededor de las alas de una paloma que colocaba en la llamada 'caja de Skinner'»{21}
En efecto, sin perjuicio de que también los conductistas hayan de lidiar con las diferentes «operaciones» (por ejemplo, las «operantes» y también las «respondientes») sacadas adelante por los Sujetos Temáticos de su campo (que por cierto, también son «organismos», también son, en este sentido, sujetos corpóreos aunque ya no- y he aquí lo principal- enclasados del mismo modo), este estudio de la «conducta», no incorporará ya por parte del Sujeto Gnoseológico, el trámite de operaciones tales como «anillar aves» o «improntar ánades», si no más bien otras muy diferentes como puedan serlo sin ir más lejos, «mantener 41 palomas White Carneaux experimentalmente ingenuas al 80 por ciento de su peso normal», introducirlas en una cámara «a prueba de sonido» provista de un «depósito de grano, una célula fotoeléctrica y una luz fotocelular»{22}, &c., &c. Tiene el máximo interés por otro lado, hacer notar en este punto, que tales operaciones por parte del Psicólogo Conductista, no se realizan en cualquier lugar, si no más bien, en un entorno muy determinado que puede rotularse, por ejemplo, como «Laboratorio de Modificación de Conducta», &c.
Vamos a tratar de aclarar el alcance gnoseológico de todas estas particularidades, de la mano de un sutil análisis de la situación conductista por excelencia (la que tiene lugar entre las paredes de una «caja de Skinner») realizado por Juan Bautista Fuentes, desde el punto de vista de la Teoría del Cierre Categorial{23}. Nos dice Fuentes Ortega:
«Situémonos ante la caja de Skinner. Como es sabido, ella consta básicamente de un receptáculo de seis caras en una de las cuales (de las cuatro paredes) se coloca un dispositivo luminoso (el estímulo discriminativo), un comedero en el que se ofrece una bolita de comida (el reforzador), una palanca que el organismo ha de accionar y por supuesto, el organismo (una rata). Lo que dicho diseño pretende es condicionar la manipulación de la palanca a la obtención del refuerzo bajo ciertas condiciones señaladas por el estímulo discriminativo, de forma que la tasa de emisión de la operante, representada en una curva acumulativa, quede funcionalmente conectada con los diversos programas de reforzamiento.»{24}
Así las cosas, y dejando por un momento al margen las operaciones que semejante diseño exige por parte del Sujeto Operatorio Gnoseológico (operaciones que, así y todo, resultan ciertamente imprescindibles: por ejemplo, construir la caja, colocar la rata dentro de la misma después de haberla mantenido bajo condiciones de rigurosa privación alimenticia, &c.), la pregunta que se abre camino en la exposición de Fuentes es la siguiente:
«¿En semejante diseño experimental, la presencia del sujeto operatorio apotético sólo puede ser reconocida en el sujeto científico, o, acaso, y precisamente en virtud del propio diseño experimental, esto es, del tipo de construcción operatoria científica (que incluye, no se olvide, la introducción del organismo en la caja, puede apreciarse también en el propio campo resultante de la construcción,alguna forma de sujeto operatorio apotético?»{25}
Pues bien, evidentemente la cuestión reside en que la situación que se realiza entre las paredes de una caja de Skinner{26} (o para el caso, de una puzzle-box de Thorndike) no podría en modo alguno tener lugar, si no es presuponiendo, las operaciones ejercidas por el organismo (por la rata o por la paloma, en el caso de Thorndike también por el gato{27}, &c.) en un entorno apotético-distal determinado entre otras muchas cosas, por las mismas paredes de la caja, por el estímulo discriminativo, por los reforzadores, &c. Lo que con esto queremos decir es algo verdaderamente bien obvio: y es que sencillamente las construcciones experimentales de la Psicología Conductista, carecerían por entero de sentido, a no ser que presupongamos, la propia «conducta» del «organismo» (es decir, sus «movimientos» al «accionar la palanca» por ejemplo de acuerdo a una prolepsis operatoria{28}). Como expone B.F Skinner:
«En el tipo R [Skinner se refiere al _condicionamiento de tipo R, frente al condicionamiento de tipo S, o Pavloviano, o clásico_] no hay sustitución de estímulos, y por consiguiente tampoco señalización. El condicionamiento actúa de otra forma: el organismo selecciona de un amplio repertorio de movimientos incondicionados aquellos cuya repetición es importante con respecto a la producción de ciertos estímulos. La respuesta condicionada de tipo R no prepara para el estímulo reforzante, lo produce. El proceso es muy probablemente el referido en la ley del efecto de Thorndike. El tipo R juega el papel más importante. Cuando un organismo tropieza accidentalmente (es decir, como resultado de débiles reflejos exploratorios) con una nueva clase de comida, la cual obtiene y come, presumiblemente se dan ambos tipos de condicionamiento. Cuando la radiación visible de la comida estimula, seguidamente, al organismo la salivación se evoca con el tipo S. Esta secreción es inútil hasta que la comida es realmente obtenida y comida pero el acto de obtener y comer dependerá de los mismos factores accidentales que antes a menos que haya ocurrido también el condicionamiento tipo R., esto es, a menos que la fuerza de sSd: comida R captura haya aumentado. Así, mientras que el reflejo tipo S prepara al organismo, un reflejo tipo R obtiene la comida para la que se hace la preparación.»{29}
Con todo, y sin perjuicio de estas consideraciones que apuntarían desde luego, con total rotundidad a la «reaparición» de las operaciones en el interior del campo gnoseológico de la Psicología Conductista, como señala Juan Bautista Fuentes, es lo cierto que B.F Skinner «se mueve en el seno de una sistemática ambigüedad», puesto que las exigencias constructivas del diseño experimental impuesto por la «caja» habría llegado a constreñir las propias variables ambientales hasta tal punto que la propia «conducta del organismo» habría podido ser llevada, por mediación de la propia «caja», «al límite de su desaparición», y por eso, nos parece, tiene sentido atribuir en parte, la razón a Herstein cuando en el contexto de su polémica con Skinner, advierte que «La Conducta de los Organismos es un título demasiado grandioso para un libro que trata de la presión de palancas por ratas albinas»{30}. Comprobemos este extremo de la mano de la exploración gnoseológica debida a J. B Fuentes:
«(...) desde el momento en que la manipulación que el diseño experimental hace de las variables constriñe hasta tal punto la situación ambiental que el organismo no puede sino hacer lo que hace en función del diseño. Es por esto por lo que en el skinnerianismo no es necesario postular variables intermedias, por cuanto que el papel explicativo que estas pudieran tener queda ahora sustituido por el papel productivo (constructivo) de las variables experimentales Ahora la conducta operante del organismo no es que quede abstraída mediante algún expediente lingüístico, sino que queda efectivamente constreñida al límite de su desaparición. No es ajeno a esto, por cierto, la sustitución de la rata por la paloma como sujeto experimental: el espacio de la paloma en el nuevo diseño es mucho más reducido, el animal se encuentra atado y sólo puede mover lentamente la cabeza para picotear o dejar de hacerlo, la topografía de la operante aquí ya queda prácticamente desdibujada.»{31}
En este sentido, podemos entender perfectamente, que Juan Bautista Fuentes culmine su brillante exposición mostrando la manera como el conductismo skinnerista habría logrado, por mediación precisamente del expediente constructivo de la «caja», conectar las «entradas» (es decir, los programas de reforzamiento») a las «salidas» (esto es, al «registro acumulativo») lo que en modo alguno resultaría ser poco mérito gnoseológico –desde el punto de vista de la constitución de la escala de la Psicología Experimental–, aunque sólo habría propiamente alcanzado tales resultados a precio de «enterrar» bajo los mismos, el propio «contenido de la caja» con lo que la «caja de Skinner» (y no la epidermis de la rata o de la paloma, epidermis que carece de sentido «perforar» en psicología{32}) comparecerá como la verdadera «caja negra» del conductismo radical dado que, lo que esta «caja» abstrae es ni más ni menos que el propio «organismo» con todas sus características{33}, y en particular con la característica de su «conducta», de sus «operaciones» (que sin embargo, permanecerán a la postre –y he aquí la dialéctica– como imposibles de eliminar del todo en el conductismo puesto que reaparecen constantemente presupuestas en el funcionamiento de la propia «caja»), puesto que ahora, lo que propiamente se podrá decir que «opera» (aunque sólo metafóricamente) es antes la «caja» construida por el científico, que el «contenido» de la misma.. También por ello, en el seno del conductismo, quedan enteramente abstraídas otros componentes del «organismo» que aparecerán como completamente indiferentes en el momento de su introducción en el receptáculo experimental: es el caso sin ir más lejos, de la «especie mendeliana» a la que este organismo tendría en principio que ser adscrito («premisa de la equipotencialidad»{34} en la teoría del refuerzo).
Ahora bien, la cuestión reside, en que estos mismos fenómenos conductuales con los que se enfrenta el conductismo, pueden, desde otro punto de vista (el etológico diríamos, pero también el que es característico de la Psicología Comparada darwinista del XIX), han de ser considerados a la luz de su inextricable relación con las «especies mendelianas» de referencia, con sus etogramas específicos, sus pre-programaciones hereditarias, &c., lo que de alguna manera, explicaría el reproche lanzado por Konrad Lorenz contra los conductistas según el cual, «La técnica y la filosofía que expresa el conductismo evita cuidadosamente gran parte de lo que hace de una cobaya una cobaya, y de una paloma una paloma, es decir lo que hace de una persona una persona.»{35}. Desde la perspectiva de los etólogos por ejemplo, tal y como la podemos reconstruir en este punto, resultaría simplemente absurdo (antidarwinista) perder de vista el hecho de que una especie tan determinada como la rata emigrante (Epimys norvegicus) manifiesta una tendencia «preprogramada» a la conducta exploratoria, a la conducta de «curiosidad», &c. que en buena medida explicaría los propios actos ejecutados por tal especie en el seno de la «caja de Skinner» o en el «laberinto de elección múltiple»{36}; algo que los conductistas, trabajando exclusivamente con ratas y con palomas (es decir, al margen cualquier estudio comparado de la conducta de las diferentes especies) habrían pasado por alto como si todos los animales fueran «intercambiables unos con otros». Con todo, desde el punto de vista de la Psicología Experimental el problema se presenta de otra manera:
«Y aquí, por cierto, el sistemático rechazo skinneriano del aspecto subjetivo de los drives, así como de las conductas consumatorias (que estorban, ciertamente, en su diseño experimental), puede ser visto como el esfuerzo de la perspectiva psicológica por pujar frente a la escala etológica. La escala psicológica, en efecto, ha de practicar una cierta abstracción de la especie remite a un plano biológico, y ha de ceñirse a los mecanismos psicológicos desplegados en el curso de la vida individual del organismo animal o humano. Pues cabría distinguir, creo, dos formas según las cuales la filogénesis determina las conductas: bien pre-determinando pautas esteriotipadas de acción (instintos), o bien simplemente posibilitando el marco de las modificaciones de las conductas individuales en el curso ortogenético de la propia experiencia del organismo. La psicología, se instalaría más bien sobre la perspectiva ortogenética del aprendizaje de las conductas individuales incluyendo, como se decía, a los fenómenos psicológicos en cuanto que estos pertenecen por lo menos tanto a la actividad psicológica individual como a la especie. Este tipo de funciones, pues, no parece que aparezcan en los campos de las ciencias biológicas, y tampoco en los de la biología o zoología de la conducta (etología), al menos, en esta última, no del mismo modo.»{37}
Y es que es en efecto, esta diferencia gnoseológica –dada a la escala de sus partes materiales, del enclasamiento de sus términos, &c.– central entre las escalas propias de ambas disciplinas categoriales (diferencia por cierto, que haría a estas escalas aparecer, no sólo como distintas si no además, como directamente incompatibles, al menos en muchos de sus tramos), el criterio más preciso a la luz del cual, cabe, efectivamente, dar cuenta, de la tesis mantenida por muchos etólogos según la cual los conductistas no habrían terminado de «asimilar» en el ejercicio, la «herencia» de Darwin en lo referido a la Psicología Comparada. Así, por ejemplo, lo habría defendido el propio Konrad Lorenz según tuvimos ocasión de comprobarlo, en su texto de 1961, «Adaptación filogenética y modificación del comportamiento a través de dicha adaptación.
¿Podrá en cambio sostenerse a la luz de todas estas consideraciones, que lo que el conductismo radical está planteando no es otra cosa que la misma reducción mecanicista (fisicalista) de todo «residuo» posible de las «almas animales»tal y como estas habrían quedado recuperadas por los sucesivos desarrollos de las ciencias etológicas a partir de Darwin? Si esto fuese así, cabría por lo mismo, reinterpretar la polémica entre el «behaviorismo» y la «etología» como una suerte de «reedición corregida y aumentada» de las añejas controversias{38} en torno al «automatismo de las bestias».
Sin embargo, no nos parece que esta conclusión sea puntualmente practicable, dado sobre todo que, con toda su radicalidad fenomenológica –más aún: _precisamente por ella_–, el rasante psicológico impuesto por el conductismo, no deja de presuponer, como contenido imprescindible suyo (por ejemplo, como contenido imprescindible de cara al funcionamiento de la misma «caja de Skinner»), la presencia de «organismos conductuales», de sujetos por lo tanto, capaces de operar en contextos apotéticos desde los que cabe reconstruir M2{39}, aunque estos «organismos» con su «conducta», resulten, tras haber sido introducidos en un entorno como el presupuesto por la «caja de Skinner»- tan diferente ella misma al «campo» en el que trabajan los etólogos-, situados en un «límite» que es el de su «desaparición» como tales sujetos operatorios (y aquí la dialéctica a la que se refiere Juan Bautista Fuentes en el estudio al que venimos haciendo alusión, no podría resultar más profunda). No es de extrañar por lo tanto, dadas las constricciones ambientales a las que el conductismo somete a sus Sujetos Temáticos, que muchos etólogos –y en particular los más cercanos al Proyecto Gran Simio, objeto de esta tesis (a saber: Jane Goodall, Roger Fouts, Penny Patterson, Toshiada Nishida, pero también Desmond Morris, &c.)– hayan tendido a ver, efectivamente, en el conductismo, especialmente en las versiones más diáfanamente «reaccionistas» de Watson y sus seguidores, la más contundente de las negaciones (cartesianas, pereirianas) del «alma animal», la reducción ontológica de M2 a M1{40}.
Desde esta perspectiva, podríamos aludir aquí a las posiciones de la coordinadora del PGS, la activista italiana Paola Cavalieri que, en su libro The Animal Question. Why nonhuman animals deserve human rights, advierte que el propio conductismo, partiendo sin duda de una rotunda oposición al «dualismo» cartesiano (al «fantasma en la máquina»{41}) habría paradójicamente, terminado abocando a las mismas conclusiones a las que arribó Descartes en su siglo{42}: a la remoción de la temática de las «mentes animales» (tal y como las han podido rehabilitar las investigaciones etológicas y, según Cavalieri, sobre todo investigaciones como las llevadas adelante por Goodall o los «etólogos cognitivos»{43}) de modo que éstos, acabarían figurando como «autómatas»; es decir, desde nuestras coordenadas, como términos radiales, en el fondo no-operatorios
3. Final: el descoyuntamiento del «conductismo radical»
Pues muy bien, si hemos podido demorarnos con algún detenimiento sobre el tratamiento conductista de la temática de la «conducta de los organismos» ello ha sido ante todo, con el objeto de corroborar hasta que extremo el propio conductismo, como tal episodio fundamental de la historia de las «ciencias de la conducta» en incesante polémica con la etología, consuma a su manera un proceso detectado impecablemente por Tomás R. Fernández en muchos de sus estudios, a saber: el proceso –que nosotros hemos rubricado como «eclipse de la etología»– que conduce a la cristalización de una suerte de «divorcio» sui generis entre la «conducta» y la «evolución»; un divorcio que, de la mano del mismo desarrollo de la categoría psicológica deja varado el proyecto original de Darwin en obras tales como La Expresión de las Emociones{44}..., por cierto, cada vez con mayor contundencia y «radicalidad» (queremos decir, con mayor radicalidad en Thorndike que en Morgan, y todavía más en Skinner, &c.)
De este modo, y precisamente haciendo pie en las inconsistencias propias del concepto de «instinto» y de «conducta instintiva», en las que había quedado enredada tanto la tradición darwinista de la Psicología Comparada como la Etología de Lorenz, cabe atribuir al conductismo, en su versión skinneriana, el mérito de haber planteado con sobriedad justamente la situación gnoseológica bajo la que es posible –eliminando estas inconsistencias– instaurar la escala propia de la Psicología Científica mediante la depuración del concepto de «conducta». Ahora bien, semejante instauración, en lo que tiene de recusación de la noción de «instinto», sólo pudo llevarla a cabo el autor de Ciencia y Conducta Humana, de un modo, a su vez, tan drástico que como ha visto con total claridad Tomás R. Fernández, no hace en realidad otra cosa que «eliminar las contradicciones eliminando los problemas»{45}. Lo que con esto queremos decir es principalmente, que una tal depuración del concepto de «conducta» resulta ser a cada paso, más disolvente, terminando a la postre por aparecer como «una forma de librarse del organismo y de la propia psicología»{46}.
Esta vía ha sido, sin duda, la más influyente a partir de Thorndike, porque conseguía tirar por la borda el máximo de contradicciones y el máximo de problemas. En la versión de Skinner, asumía abiertamente el rechazo de toda teoría. De este modo se delimitó el concepto de «conducta» y con él el de «aprendizaje», refiriéndolo a la práctica del experimentador en psicología, alejándose así de los problemas de los biólogos (de los etólogos y de todos los que intentaron seguir en contacto con los problemas de la biología evolucionista).{47}
Con todo, acaso no pueda, salvo negligencia gnoseológica imperdonable, «reprocharle» nada a Skinner por haber hecho abstracción de la «perspectiva de la especie» o del punto de vista «filogenético», ante el trámite de organizar un tratamiento específicamente psicológico (no biológico) de los fenómenos conductuales. Proceder así parecería tanto más ingenuo cuanto que esta «abstracción» (para decirlo con inapropiado vocabulario psicologista: este «olvido»{48}) pone precisamente las condiciones mismas del desarrollo categorial de la Teoría del Aprendizaje{49}. Así y todo, la contundencia del éxito de Skinner a la hora de «arrojar por la ventana» todo residuo de consideración filogenética, en el estudio de la conducta de los organismos, abre un problema fundamental. Sostiene Tomás R. Fernández:
«De ser verdad, el éxito de Skinner por el que se pregunta Hernstein, estaría en haber logrado mejor que nadie esta pretensión implícita en la lógica de su disciplina. Claro está que entonces cabría preguntarse si es posible una ciencia de la conducta hecha sobre todo ena nimales, pero sin que la especie cuente para nada.»{50}
En particular, al conductismo radical cabría asignarle un éxito «tecnológico» notable en lo referido a la puesta a punto de los diversos programas de «modificación de la conducta» mediante el «reforzamiento»; es decir en lo que concierne a la puesta a punto de la «domesticación» de los sujetos experimentales, de modo que como lo subraya entre otros muchos Eugene Linden, «El conductismo tuvo éxito en cierto modo al conseguir que los animales hiciesen cosas que nunca hubiésemos pensado que fuesen capaces de hacer»{51}, y ello, por más que ciertamente, un éxito de tal naturaleza equivalga –muy paradójicamente bien es cierto– a «no saber ni querer saber por qué refuerza el reforzador»{52}. Sin embargo, ¿qué sucede cuando las «conductas» de los animales reforzados comienzan a comparecer ante el conductista como «malas conductas»?, ¿cuándo es el caso –como empezó a ocurrir sobre todo a partir del «Proyecto Paloma» sacado adelante por los Breland– que los «organismos» manifiestan precisamente a través de estudios de reforzamiento, conductas que no se avienen con facilidad a los principios asociacionistas planteados por el conductismo radical –en particular el principio de la «equipotencialidad»–, o que, todavía más, destruyen (y además desde dentro) tales principios mostrando por ejemplo, «restricciones biológicas al aprendizaje» (Seligman), complicaciones en la «aversión condicionada al sabor» (García y Koelling), «relevancia de estímulos» (Revusky) o utilización de «mapas cognitivos» en el recorrido de laberintos{53}, &c., &c. Tendría interés, mencionar aquí los contenidos categoriales removidos a este respecto, en el curso de la polémica que durante los años 70 del siglo XX mantuvieron B F Skinner y R. S Hernstein. En el siguiente párrafo, nos ofrece Hernstein una más que aceptable síntesis del estado general de la cuestión:
«En general, se encuentra que lo estados de impulsos pueden favorecer determinadas respuestas o «prepararlas» para el condicionamiento. También parece que los estados de impulso determinan en algunos casos la preponderancia de unos estímulos, con respecto a otros. Por ejemplo, las ratas aprenden a asociar los olores con la enfermedad y las luces y sonidos con las descargas eléctricas y sin embargo, las codornices que son criaturas visuales no muestran estas variaciones.»{54}
Tal y como analiza Tomás R. Fernández esta polémica, lo que Hernstein estaría proponiendo es simplemente «reconocer las pautas innatas de respuesta, pero sin referirlas a la selección natural, porque de hacerlo así habríamos perdido nuestra identidad»{55} (nuestra identidad añadimos, qua conductistas y todavía más: qua psicólogos), frente a lo cual, «Skinner piensa que es posible escapar simplemente por un reconocimiento de la división de funciones entre ambas disciplinas. Porque –argumenta– _ontogénesis y filogénesis son amistosos rivales_».{56}
Ahora bien, lo que no parece en modo alguno evidente de suyo, es que esta solución, consistente sobre todo en la reintroducción por parte de Skinner de una suerte de «variables filogenéticas»{57} (cuyo estudio por otro lado, estaría reservado a los etólogos) pueda si quiera presentarse como una «verdadera solución» cuando es vista a la luz de las exigencias gnoseológicas del campo psicológico (frente al etológico) toda vez que, como argumenta Tomás R. Fernández, «si se introduce la selección natural, ambos conceptos [es decir, _ontogénesis y filogénsis_] se conjugan y pertenecen por igual al ámbito de las explicaciones biológicas»{58}. Y ello por no decir que a través de este tipo de expedientes, lo que se está reincorporando a la perspectiva de la Psicología Experimental (sólo que diríamos, de matute, por la «puerta trasera») son muy precisamente aquellos contenidos que tantos esfuerzos le había costado al conductismo «limpiar» de la categoría psicológica (la especie en particular pero con ella también la filogénesis, las conductas específicas, las preprogramaciones y quién sabe cuántas cosas más... ¿los instintos?){59}
Lo que con ello queremos decir es particularmente que podrá sin duda Skinner por su lado, señalar que «La conducta de los organismos constituye un campo unitario en el que debe tomarse en cuenta tanto la filogenia como la ontogenia. Como todas las ciencias debe tener sus especialistas porque es improbable que nadie pueda ser experto en todo el campo»{60} sin perjuicio de lo cual lo que el psicólogo de Harvard no nos indica es exactamente es cómo hacer por «unificar» el «campo», supuesto que este campo (en realidad estos campos) han de reconocerse en todo caso como atravesados por la brecha que separa la etología (en este contexto: la biología) y el conductismo (la psicología), es decir, como de hecho «no unidos», y más aún: como imposibles de «unificar» mediante el «decreto» de conductista o de etólogo alguno. En este sentido, por muchas que sean las «esperanzas» que ponga Skinner en que la etología y el conductismo «se acerquen en el futuro»{61}, (no sabemos por medio de qué carriles gnoseológicos privilegiados) lo que, en todo caso, tendríamos que oponer nosotros a tales «esperanzas» es sólo lo siguiente: Hic Rhodus, hic saltus.
Notas
{1} Véase el capítulo 14 («Edward Lee Thorndike y la psicología animal») del manual de Francisco Tortosa Gil, Una Historia de la Psicología Moderna, McGraw Hill, Madrid 1998, págs. 283-292
{2} Cfr Manuel Barbado Viejo, Introducción a la Psicología Experimental, CSIC, Madrid 1943 (2ª ed), pág. 418
{3} Advertimos esto porque, por ejemplo, para el caso de Skinner desde su conductismo radical, tal perspectiva biológica queda reintroducida, de manera eso sí enteramente abstracta, a título de «contingencias filogenéticas». Ya veremos con qué consecuencias.
{4} Cfr P. JB. Slater, El Comportamiento Animal, Cambridge UP, Madrid 2000, págs. 16-17.
{5} Insistimos en la relevancia de todos estos factores aparentemente «externos». E incluso en la relevancia gnoseológica de otras cuestiones más «psicológicas» o incluso «biográficas» como pueda serlo la enemiga del joven Konrad Lorenz contra la psicología de Morgan, Mc Dougall, Yerkes y Watson, tal y como nos lo relata su biógrafo, Alec Nisbett: «Basándose en las observaciones que había realizado llegó a la conclusión de que, sencillamente, dichos autores no sabían de lo que hablaban. Estaba claro que no habían estudiado a los animales con la penetración y la sagacidad con que Lorenz lo había hecho, incluso antes de convertirse en discípulo de Heinroth. Ninguno de ellos, parecía darse cuenta de que el comportamiento debe estudiarse del mismo modo que las estructuras anatómicas, y ofrecían toda una serie de ideas que Lorenz tenía que rechazar, partiendo de su propia experiencia directa.», vid Alec Nisbett, Lorenz, Salvat, Barcelona 1993, pág. 35
{6} Cfr José Alsina, op. cit., pág. 21
{7} Cfr B.F, Skinner, Sobre el Conductismo, Fontanella, Barcelona 1975, pp41
{8} Nótese en cambio que: «estos movimientos de la cabeza producidos por el latido cardíaco en el embrión se producen antes de que se formen las conexiones nerviosas mínimas para el aprendizaje.», vid José Alsina, op. cit., pág. 23
{9} Konrad Lorenz, «Adaptación filogenética y modificación del comportamiento a través de dicha adaptación», en Konrad Lorenz, Consideraciones sobre las Conductas Animal y Humana, Plaza Janés, Barcelona 1976, pág. 351.
{10} Konrad Lorenz, op. cit., pág. 350.
{11} Gustavo Bueno, El Basilisco, nº 9, 2ª época, págs. 3-37.
{12} Nos vamos a detener más pormenorizadamente sobre el eje sintáctico del espacio gnoseológico, dado que no es nuestro propósito en el presente trabajo, organizar una «exploración gnoseológica en forma» del campo categorial de la Etología (sin perjuicio del interés de una tal tarea) y teniendo siempre en cuenta por lo demás, que los términos, las operaciones y las relaciones que se inscriben en el seno de la Etología, ofertan un excelente indicio de las diferencias entre el «rasante» gnoseológico de la Etología con respecto al ajustado a la Psicología Conductista.
{13} Insistimos: para todo esto, véase nuestra fuente principal en este punto, i.e, Gustavo Bueno, «La Etología como ciencia de la cultura», El Basilisco, nº 9, 2ª época, págs. 3-37
{14} Cfr Gustavo Bueno, op. cit.
{15} Para las cuales, volvemos a remitir al artículo del Profesor Bueno antes citado.
{16} Véase Paul Harvey y Paul Greenwood, «Rastreo de pájaros a través del tiempo y del espacio», en Georgina Ferry (coord.), Conocimiento de los Animales, Pirámide, Madrid 1986, págs. 84-89.
{17} Véase Eberhard Weismann, Los Rituales Amorosos, Salvat, Barcelona 1994, pág. 9 y ss.
{18} Pero, la cuestión reside en la medida en que este mismo rótulo («neuroetología») es por sí mismo, consistente, es decir en determinar si la «unidad gnoseológica» de una disciplina como esta, puede ser superior a la «unidad anatómica» o «zoológica» propia, pongamos por caso, de un «centauro» o de un «hipogrifo violento». Decimos esto porque las relaciones paratéticas (proximales) dadas a escala neural («intracraneana») son de cuño muy distinto, e incluso incomensurable respecto a las relaciones apotéticas (distales, de, diríamos, «presencia a distancia geométrica) dadas a escala de la conducta etológica de los organismos. Cuando, en todo caso, la etología comience a aparecer como «neuroetología» (es decir, en el fondo como fisiología) estará nos parece, comenzando propiamente a «desaparecer» como tal etología.
{19} Véase Eric Eastwood, «Seguimiento de pájaros por radar», Georgina Ferry (coord.), op. cit., págs. 90-98
{20} Véase David McDonald y Charles Amlaner, «Biotelemetría: escuchando la vida salvaje», Georgina Ferry (coord.), pág. 99 y ss.
{21} Cfr Frans de Waal, Bien Natural, Herder, Barcelona 1997, pág. 50.
{22} Detalles extraídos del informe experimental de Ray Blanchard y Werner K. Honing, «El valor sorpresivo de la comida determina su efectividad como reforzador», contenido en Luis Aguado Aguilar (ed), Lecturas sobre Aprendizaje Animal, Debate, Madrid 1983, págs. 79-80.
{23} Concretamente en su texto, «En torno a la escala de la Psicología Científica: el concepto de 'segundo sistema de funciones'», en Actas..., págs. 401-409.
{24} Juan Bautista Fuentes Ortega, op. cit., pág. 403
{25} Cfr Juan Bautista Fuentes Ortega, op. cit., págs. 403-404.
{26} Para una descripción de este diseño experimental, conviene consultar algunas páginas de B. F. Skinner, La Conducta de los Organismos, Fontanella, Barcelona 1979, págs. 63 y ss.
{27} Tiene interés reproducir aquí las siguientes consideraciones de Tomás R. Fernández acerca de las consecuencias de la sustitución de los «gatos» (Thorndike) por las «ratas blancas» con las que trabajaba preferentemente Skinner, también por las «palomas», &c. Dice Fernández Rodríguez acerca de los gatos de Thorndike: «La palanca que apretaban estos era aún un estímulo demasiado complejo y además salían de la caja para hacer sabe Dios qué cosas», Cfr Tomás R. Fernández Rodríguez, «Conductismo y etología», Estudios de Psicología, nº 1, pág. 43. Se trata de la muy interesante introducción por parte de Tomás R. Fernández al Dossier que sobre la polémica «Skinner-Hernstein» incluyó en su primer número (1980), la revista Estudios de Psicología. Volveremos a referirnos a este Dossier.
{28} Puesto que, al margen de esta prolepsis operatoria (y por lo tanto, ella misma, de alguna manera teleológica), la «conducta» desaparecería. Es decir, al margen por ejemplo de los «drives» presupuestos en todo momento por Skinner, lo que quedaría disuelto es el propio concepto de «conducta» (en cuanto que mediado por nexos apotéticos de presencia a distancia), o en todo caso reducido de inmediato precisamente al concepto de «movimiento» (en cuanto que mediado más bien, por nexos paratéticos de presencia por contacto), cuya estirpe gnoseológica es en principio aoperatoria, y por ende, propiamente más cercana a situaciones alfa operatorias –tal y como se interpretan desde la Teoría del Cierre Categorial–, situaciones por ejemplo botánicas o también zoológico-fisiológicas pero no tanto psicológicas o etológicas. Para entender bien todo esto, creemos que merece la pena, detenerse sobre la introducción de Tomás R. Fernández a la polémica entre Skinner y Hersntein, a la que antes aludíamos, véase especialmente pág. 44.
{29} Cfr B.F Skinner_, La Conducta de los Organismos,_ Fontanella, Barcelona 1979, pág. 127. Subrayados nuestros.
{30} Cfr R. S Hernstein, «La evolución del conductismo», Estudios de Psicología Nº1, pág. 50.
{31} Cfr Juan Bautista Fuentes Ortega, op. cit., pág. 406. También, desde su propio punto de vista dentro de la propia controversia «etologos-conductistas», pudo Konrad Lorenz, ver muy bien todas estas particularidades. Veamos como lo formula Konrad Lorenz, bien que refiriéndose no tanto al conductismo cuanto a los estudios –directamente fisiológicos– de los reflexólogos pavlovianos: «El método de investigación de las grandes escuelas mecanicistas se limitaba a realizar experimentos en los cuales se introducía una modificación del estado de las condiciones ambientales que actuaban en el organismo para registrar luego la respuesta del animal frente a tal modificación. La idea preconcebida de que el reflejo y el reflejo condicionado constituyen el único «elemento básico» de todo comportamiento animal y humano, determinaba precisamente una forma muy especial –casi invariable– del dispositivo de ensayo, con lo cual el sistema nervioso central estudiado no tenía por así decirlo, «oportunidad» alguna de demostrar que está en condiciones de dar también resultados que no consistan sólo en responder a los estímulos exteriores actuantes. Como este método era el único que se empleaba, se tenía que reforzar la opinión en el sentido que la función del sistema nervioso central se limitaba a la percepción de estímulos exteriores y a responder a los mismos.», Konrad Lorenz, «El todo y la parte en las sociedades animal y humana. Un examen metodológico.», en Konrad Lorenz, Consideraciones sobre las Conductas Animal y Humana, Plaza Janés, Barcelona 1976, pág. 157.
{32} A no ser, claro, que se pretenda con ello desbordar la propia escala fenoménica de la Psicología Científica, sea en la dirección de la Fisiología o en la dirección de la «Fisiología Ficción» intercalada entre las variables intermedias de muchos neoconductismos, conductismos metodológicos, congnitivismos, &c.
{33} Incluso, y esto tiene nos parece la mayor importancia, en el fondo la «característica» de sus reflejos. Y es que como sostiene J. B Fuentes en el texto que venimos citando, aunque Skinner haya hecho alusión en una y otra ocasión al término «reflejo» (heredado de Watson y a su través en el fondo de Pavlov, Sechenov, Bechterev, &c.) –igual que Espinosa al parecer «se llevaba todo el día hablando de Dios»–, la coherencia del conductismo radical aboca, en el límite, a hacer, sencillamente, «saltar por los aires» la estructura de un tal concepto como concepto fisiológico (es decir, eo ipso, paratético), véamos: «La omisión de toda referencia a los acontecimientos neurológicos puede confundir al lector que está acostumbrado al uso tradicional del término en neurología. El problema, creo yo, quedará clarificado en el capítulo 12; pero es conveniente anticipar la discusión observando que el concepto no se usa aquí como una «explicación neurológica» de la conducta. Es un término puramente descriptivo», B. F. Skinner_, La Conducta de los Organismos,_ Fontanella. Barcelona 1979, pág. 24. Nos interesa –pasando por encima de la ingenuidad positivista («descripcionista») que tiñe este párrafo– retener la siguiente conclusión: El concepto no se usa como una explicación neurológica de la conducta. Pero esto, nos parece, es equivalente a reconocer, que el «concepto» no se usa en absoluto, todo lo más, insistimos, el «término».
{34} «(...) según la cual el animal puede aprender la relación entre cualquier par de estímulos siempre que estos se presenten en contigüidad, o cualquier respuesta (dentro claro está de sus capacidades motoras), siempre que sea adecuadamente reforzada. La premisa de la equipotencialidad supone que los estímulos, respuestas y reforzadores empleados en una determinada situación experimental son «arbitrarios», en el sentido de que su naturaleza no afecta para nada al resultado del aprendizaje.», cfr Luis Aguado Aguilar, «Tendencias actuales en la psicología del aprendizaje animal», en Luis Aguado Aguilar, Lecturas sobre Aprendizaje Animal, Debate, Madrid 1983, pág. 28.
{35} Citado por Alec Nisbett, Lorenz, Salvat, Barcelona 1993, pág. 127.
{36} Konrad Lorenz, «Psicología y filogénesis», Consideraciones sobre la Conducta Animal y Humana, Plaza Janés, Barcelona 1976, pág. 266.
{37} Cfr Juan Bautista Fuentes Ortega, op. cit., pág. 408.
{38} Es digno de reseñar el hecho de que esta conexión entre el conductismo y la tradición mecanicista propia de la reflexología, el modelo de los reflejos condicionados, el «materialismo» de J Loeb, &c. ha sido notada muchas veces: El manual de Francisco Tortosa Gil, sin ir más lejos, atribuye al propio J.B Watson, ya desde su etapa en la Universidad de Chicago, y después en la de John Hopkins, &c., &c. una «psicología cuasireflexológica». Vid al respecto Francisco Tortosa Gil (coord.), Una Historia de la Psicología Moderna, McGrawHill, Madrid 1998, pág. 297. El Padre Manuel Barbado resume extraordinariamente la situación: el conductismo del autor de La Psicología desde el punto de vista de un conductista y de Conducta: una introducción a la psicología comparada, supondría «negación del alma y sus facultades (tesis de mecanicistas de todas las edades), negación de las imágenes mentales (tesis de T Reid, W James, etc), negación de los instintos (tesis Gómez Pereira, Descartes, J Loeb, &c.), negación de la especificidad de los sentimientos (tesis de C. Stumpf y H B T Wolley), negación de la especificidad del pensamiento que se reduciría a movimientos musculares, principalmente subvocales (tesis de Max Müller), negación de la herencia de las cualidades psíquicas (tesis de Helvetius y otros), etc, etc. De manera que bien pudiera decirse que su doctrina es un verdadero nihilismo psicológico, ya que descarta todos los elementos considerados antes como factores de la vida psíquica, y no señala otros nuevos.», Cfr Manuel Barbado Viejo, Introducción a la Psicología Experimental, CSIC, Madrid 1943, pág. 436. Estas conclusiones, verdaderamente disolventes, no creemos que puedan en cambio ser aplicadas de la misma manera al caso de Skinner (que el Padre Barbado no pudo conocer por razones más que obvias), en cuanto que el autor de Walden Dos, «sí que señala otros nuevos»; principalmente «otros» dados a la escala fenomenológica de la «conducta de los organismos» que precisamente haría innecesario (e incluso improcedente) «buscar» las variables propiamente psicológicas, en cualquier otro «lugar» (por ejemplo intracraneano) que no sea el comportamiento mismo. No creemos en resolución, que se aplique a Skinner pese a todo, el conocido eslogan según el cual: nemo psychologus, nisi physiologus.
{39} Por ejemplo del modo siguiente: «Un segundo ejemplo: Una anguila madura recorre el camino desde un río europeo al mar de los Sargazos, en que se reproduce y muere. No puede haber un movimiento de ida al nuevo territorio y otro de vuelta que se deban al auto-refuerzo, porque la anguila sólo hace el viaje una vez y sólo pueden ser efectivos los refuerzos pasados. Mantener que un organismo se comporta de determinada forma en virtud de alguna consecuencia reforzante futura es una consecuencia innecesariamente teleológica. Desde luego que debe haber algún «_estado_» de la anguila (¿qué otra cosa podía ser?) que le lleva a seguir las direcciones correctas. _Este estado puede compararse con el que se da en el organismo que ha sido condicionado, de hecho, al mismo viaje pero constituye el producto final de un proceso completamente diferente._», vid, B. F. Skinner, «Hernstein y la evolución del conductismo», Estudios de Psicología, nº 1, pág. 72. Cursiva nuestra.
{40} «Algunos exageran tanto su actitud, que para borrar toda huella de la psicología tradicional, ni siquiera adoptan su terminología. No hablan, por ejemplo, de los sentidos de la vista, del oído, del gusto, etc sino de fotorreceptores, sonoreceptores quemoreceptores, osmorecpetores, tangoreceptores. Incluso dicen que a la misma palabra «luz» empleada para designar una formad e energía, se adhiere un resabio sensorial que induce siempre a error a autores y lectores, y por eso prefieren hablar de espectro fotoefector.», cfr Manuel Barbado Viejo, op. cit., pág. 432.
{41} Paola Cavalieri: «Although nearly a century had passed since Darwin advanced his ideas about the continuity between humans and nonhumans, at the end of the 1950s the prevailing vision was still dichotomous. The research scene, in particular in psychology, was dominated by behaviorism. Born in connection with the tenets of logical positivism, from which it derived the aspiration to establish an experimental and quantitative methodology, behaviorism opposed the Cartesian concept of the mind.Its target was the so called «ghost in the machine». According to the intentions of its founder, J B Watson, behaviorism was to take psychology back to the realm of the hard sciences, replacing consciousness with observable behavior, and excluding the use of all terms that couldn’t be defined on the basis of detectable relations between stimuli and responses.», Cfr Paola Cavalieri, The Animal Question. Why nonhumans animals deserve human rights, Oxford UP, Oxford 2001, pág. 13.
{42} «In this light, the suspicion arises that part of the attraction of behaviorism might lie in the moral advantages that the desproblematization of the treatment of animals allowed. In any case, the paradoxical result was that the concrete implications for nonhumans of an approach born out of anti Cartesianism ended up by coinciding with those of the French philosopher theory. In both cases, animals came to be seen, and treated, as simple automata. », Cfr, Paola Cavalieri, op. cit., pág. 14
{43} Paola Cavalieri, op. cit., pág. 18 y ss.
{44} Tiene interés contemplar como un conductista, R S Hernstein, detecta limpiamente esta circunstancia: «Irónicamente, en la psicología americana, el _conductismo paralizó el estudio naturalista de la conducta_», cfr R. S Hernstein, «La evolución del conductismo», Estudios de Psicología, nº 1, pág. 60, cursiva nuestra.
{45} Tomás R. Fernández y Matías López Ramírez, «Adaptación, cognición y límites biológicos del aprendizaje», en, Luis Aguado Aguirlar (comp.), Cognición Comparada. Estudios experimentales sobre la mente animal, Alianza, Madrid 1990, pág. 90.
{46} Ibídem.
{47} Tomás R. Fernández y Matías López Ramírez, op. cit., pág. 91.
{48} Decimos inapropiado, porque evidentemente Skinner no estaba «olvidando» nada al acotar los contornos de la categoría psicológica.
{49} Véase Tomás R. Fernández, «Conductismo y etología», Estudios de Psicología, nº 1, pág. 40.
{50} Cfr Tomás R. Fernández, Ibídem.
{51} Eugene Linden, Monos, hombres y lenguaje, Alianza, Madrid, pág. 232.
{52} Tomás R. Fernández, op. cit., pág. 44.
{53} Páginas importantes sobre todas estas cuestiones en Luis Aguado Aguilar, «Tendencias actuales en la psicología del aprendizaje animal», en Luis Aguado Aguilar (comp.), Lecturas sobre Aprendizaje Animal, Debate, Madrid 1983, págs. 28 y ss. Véase también, para el caso concreto de los mapas cognitivos, Victoria D. Chamizo, «Ratas en el laberinto: memoria espacial y mapas cognitivos», en Luis Aguado Aguilar (comp.), Cognición Comparada. Estudios experimentales sobre la mente animal, Alianza, Madrid 1990, págs. 177-199. Como es sabido este tipo de problemas, han venido abriendo la puerta en psicología, a partir de la década de 1960, a propuestas de corte «neoconductista», «conductista cognitivo», &c., que, en la estela de Tolman o de Hull, tratarían de resolver la situación introduciendo sucesivas «variables intervinientes» entre el estímulo y la respuesta o acaso –como si de redescubrir el Mediterráneo se tratase– informándonos de que entre el estímulo y la respuesta, es preciso intercalar el organismo como si efectivamente, el organismo fuese la «caja negra» del conductismo radical, una «caja» que fuera menester «abrir». Pero en Psicología el «organismo» no puede ser una caja por la sencilla razón de que dentro de su dermis, no tiene lugar proceso psicológico alguno; de manera que «perforar el cráneo» de la ratas de laboratorio –acaso bajo el auxilio de una fisiología ficción– es justamente lo que no se puede hacer dado que si se pudiera –con ayuda de una fisiología real– entonces ya se estaría, para empezar, desbordando los límites de la categoría psicológica.
{54} R S Hernstein, op. cit., pág. 48. Hemos subrayado las referencias a «ratas» y «codornices», para poner de manifiesto el modo como, incluso desde el interior del conductismo, comienza a hacerse bien obvio que no son intercambiables unas especies y otras.
{55} Tomás R. Fernández, op. cit., pág. 42.
{56} Ibídem.
{57} Un tertium quid por otro lado, que no es del todo consistente –y esto ha acertado a verlo Hernstein con total claridad– con los principios asociativos del conductismo radical puesto que, se comprenderá, este «tercer tipo de conducta» conduce, en cuanto que no es ni «operante» ni tampoco «respondiente», tales principios a un estado constructivamente anómalo, véase R. S Hernstein, «Hacer lo que resulta natural», Estudios de Psicología, nº 1, pág. 75-81.
{58} Ibídem.
{59} También esto lo subraya Tomás R. Fernández, «Pero el concepto de «conducta «no resolvía el ineludible problema de la herencia, sino que lo arrinconaba, y por eso se lo volvió a encontrar.», Tomas R Fernández y Matías López Ramírez, «Adaptación, cognición y límites biológicos del aprendizaje», en Luis Aguado Aguilar, Cognición Comparada. Estudios experimentales sobre la mente animal, Alianza, Madrid 1990, pág. 93.
{60} B. F. Skinner, «Hernstein y la evolución del conductismo», Estudios de Psicología, nº 1, pág. 72.
{61} Ibídem.