Fernando Rodríguez Genovés, La oración fúnebre de Oriana Fallaci, El Catoblepas 56:10, 2006 (original) (raw)
El Catoblepas • número 56 • octubre 2006 • página 10
Fernando Rodríguez Genovés
En homenaje a Oriana Fallaci, recientemente fallecida, reproducimos aquí la reseña publicada en su día por Fernando Rodríguez Genovés del libro de la periodista y escritora, La rabia y el orgullo { * }
A los pocos días de producirse los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001, la periodista y escritora Oriana Fallaci decidió abandonar su tiempo de silencio en el elegido exilio neoyorquino y componer para Il Corriere de la Sera una serie de enérgicos artículos encabezados por el título de La rabia y el orgullo. El resultado fue una larga epístola, Carta de Nueva York, dirigida al director del periódico en el que había colaborado durante años; un discurso de largo aliento y duro tono, sin contemplaciones ni medias tintas; una lamentación profunda del «apocalipsis neoyorquino»; un emotivo homenaje, en fin, a las víctimas y a la ciudad violentada y mancillada por el ataque terrorista que ha cambiado el mundo.
El texto, junto a una nota introductoria de la autora en la que ponía al día sus inmediatas impresiones del suceso, fue posteriormente editado en forma de libro en Italia. Si la publicación del artículo en el diario milanés causó sensación y polémica, la aparición del «pequeño libro», como lo define Fallaci, la ha reavivado (demanda judicial incluida, a raíz de la edición francesa). Finalmente, disponemos ya en lengua española de la edición correspondiente, y no sería justo que la circunstancia pasara inadvertida.
En rigor, más que de un relato o de un reportaje o de un ensayo político, el escrito de Fallaci reviste el carácter de una estricta diatriba (un «sermón», según sus palabras); un renovado «_J´accuse_»; una sincera e incontenible declaración de rabia (por la vesania desatada) y de orgullo (de ser italiana, americana, occidental) dirigida, especialmente, a (y contra) aquellos europeos que han justificado, defendido y aun vitoreado la hazaña de Osama Bin Laden. Porque, confiesa la autora, su escrito nace de un hecho insoportable: la constatación de que en Italia, en Occidente, había quienes mostraban su alegría por lo que había pasado y se solidarizaban con los palestinos que tras la tragedia gritaban: «¡Victoria!, ¡Victoria!». Y todavía hoy siguen haciéndolo.
Pero por encima de todo, a nuestro parecer, la lectura de estas páginas emotivas e intensas evoca el tono y el alma de una genuina oración fúnebre dedicada a las víctimas que habitaban en la ciudad libre, un alegato que remite justamente al pronunciado por Pericles hace 2.500 años en honor a Atenas, a sus mejores hombres caídos en el campo de batalla, una alocución de la que tomó buena nota el historiador Tucídides, su cronista. Como entonces Pericles, hoy Fallaci toma la palabra y canta las virtudes de la polis y de la democracia como expresiones de la forma civilizada de vida («porque nosotros somos más bien modelos que imitadores de otros», proclama con dignidad el argumento del ateniense que sigue con pasión la florentina).
El elogio de Nueva York y el de Atenas quedan así hermanados en el dolor, la rabia y el orgullo, y conmueve comprobar cómo las palabras del historiador griego y de la escritora italiana adquieren una dimensión universal e intemporal, una vigencia actualizada cada vez que la democracia es puesta en severo peligro: «Tal es, pues, nuestra ciudad, por la que éstos han luchado y han muerto heroicamente, por no permitir que les fuera arrebatada [la libertad], y asimismo, de entre los que quedan, cada uno debemos naturalmente aceptar el sufrir por ella.». Así dice el final de la sección XLI del discurso de Pericles. «Stop. Lo que tenía que decir lo he dicho. La rabia y el orgullo me lo han ordenado, la conciencia limpia y la edad me lo han permitido. Ahora basta. Punto y basta.» De esta manera finaliza la oración de Fallaci.
{*} Oriana Fallaci, La rabia y el orgullo, traducción de Miguel Sánchez con la colaboración de la autora, La Esfera de los Libros, Madrid, 2002, 187 páginas. La primera traducción española del texto apareció publicado por entregas en el diario madrileño El Mundo a poco de traducirse la tragedia de Nueva York. La reseña aquí reproducida fue publicada originalmente en el Suplemento ABC Cultural, nº 554, 7 de septiembre de 2002, pág. 17, del diario madrileño ABC.