Ismael Carvallo Robledo, Legado del Ateneo de la Juventud. La Casa de España y El Colegio de México (2), El Catoblepas 63:4, 2007 (original) (raw)
El Catoblepas • número 63 • mayo 2007 • página 4
Ismael Carvallo Robledo
Reseña comentada de la segunda parte de la Memoria de El Colegio de México
«Hemos decidido (Villaseñor, Ramos, Rodríguez Lozano, Lombardo, Diego, muchos otros y yo), ayudar a Vasconcelos en La Antorcha. Hablamos con él y nos recibió perfectamente. Fuera del poder es admirable Vasconcelos. Nos dijo que siempre había creído que su periódico no sería nada hasta que llegara a ser la expresión de un grupo y que el nuestro era el mejor de todos.» Daniel Cosío Villegas a Alfonso Reyes en carta de 1924.{1}
«Usted no se dio cuenta, estoy seguro, de nuestra verdadera naturaleza. Es muy distinta a la suya, a la de la gente con quien ha tratado y vivido toda su vida. El estrago que en nosotros ha producido la Revolución ha sido definitivo. No somos, de veras, como los demás, como usted es.» Daniel Cosío Villegas a Alfonso Reyes en carta del 23 de junio de 1925.{2}
III. Parte segunda: El Colegio de México: una hazaña cultural 1940-1962
0. Introducción
Ateniéndonos a lo dispuesto en la presentación general de la entrega anterior de Los días terrenales, ofrecemos en esta ocasión la reseña y comentarios que hemos preparado sobre la segunda parte de la Memoria de La Casa de España y El Colegio de México.
Tenemos ahora a la vista el capítulo dos desarrollado también por Clara E. Lida y José Antonio Matesanz, y que cuenta con la participación adicional de Antonio Alatorre, Francisco R. Calderón y Moisés González Navarro.
El período analizado es el que abarca las dos presidencias que asentaron los fundamentos académicos e institucionales de El Colegio de México: la de Alfonso Reyes, de 1940 hasta el día de su muerte el 27 de diciembre de 1959, y la de Daniel Cosío Villegas, de enero de 1960 hasta enero del 63.
Dos décadas, la de los 40 y la de los 50, en las que se perfilan los sillares de esta institución: los Centros de Estudios (históricos, sociales y filológicos, en una primera fase). Son años también en los que pasan por El Colegio estudiantes becados que a la postre habrían de descollar como personalidades intelectuales de primera fila como, por ejemplo, en el terreno literario, Juan José Arreola, Luis Cernuda, Octavio Paz, Juan Rulfo o Tomás Segovia.
Silvio Zavala, historiador, José Gaos, filósofo, José Medina Echavarría, sociólogo, y Raimundo Lida, filólogo, habrían de destacar también como puntos de referencia en los debates y desarrollos académicos, ideológicos y políticos del México de la post-guerra y del post-cardenismo. Todos ellos, siempre, bajo la firme y decidida orquestación de esos mexicanos excepcionales que fueron Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas.
1. La Asociación Civil y el núcleo académico del Colmex
El 8 de octubre de 1940, el Patronato de la Casa de España se reunió en la Notaría 57 con el fin de elaborar las bases constitutivas que habrían de estructurar a El Colegio de México. Pocos días después fueron firmados los estatutos que, bajo la modalidad de Asociación Civil de fines no lucrativos, cimentaron la nueva fase de la andadura del Colmex.
La primera Junta de Gobierno quedó presidida por Alfonso Reyes; como secretario, Daniel Cosío Villegas. La red institucional de cuya matriz se iba a nutrir El Colegio estaba conformada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, el Banco de México y la Secretaría de Educación Pública, por parte del gobierno federal; la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional, por parte del sector de educación superior; y por el recientemente creado Fondo de Cultura Económica, lugar donde también, de hecho, iba a despachar el Colmex, hasta 1945, en una oficina arrendada en 200 pesos en la sede de aquél en la calle de Pánuco 63.
Las palabras que siguen, son las utilizadas por Alfonso Reyes para dar cuenta a Pedro Henríquez Ureña, en carta de 1939, de su aceptación a participar como presidente del Patronato de la Casa de España, desechando al mismo tiempo, tras un período prolongado de actividades diplomáticas, una interesante oferta laboral de parte de la Universidad de Texas; en estas palabras encontramos el índice de la consciencia que don Alfonso tenía de la necesidad de todo aquello, ¿no es acaso así como definen los estoicos a la libertad?:
‘No quiero desterrarme, volverme pocho y ser un instrumento más de absorción de los elementos latinoamericanos por aquella gente. No quise volver la espalda a mi destino de mexicano y a mi nombre. Una cosa es andar en el servicio exterior de México (del que por ahora me retiro), y otra sería aceptar una desvinculación por cuenta ajena. He preferido quedarme aquí, quemarme aquí, recristalizar aquí, y el Presidente [de la República] me ha ofrecido una situación modesta pero hermosa: la Presidencia del Patronato de la Casa de España, a la que voy a procurar dar verdadera vida.’{3}
Los estatutos de esta nueva institución que se incorporaba al frente de educación de alto nivel del país, al lado de la UNAM y el IPN, definían, ciñéndose ya a sus nuevos perfiles nacionales, los propósitos generales del Colmex en los siguientes términos:
‘a) patrocinar trabajos de investigación de profesores y estudiantes mexicanos; b) becar, en instituciones o centros universitarios o científicos, en bibliotecas o archivos extranjeros, a profesores y estudiantes mexicanos; c) contratar profesores, investigadores o técnicos extranjeros que presten sus servicios en el «Colegio de México» o en instituciones educativas u organismos gubernamentales; d) editar libros o revistas en los que se recojan los trabajos de los profesores, investigadores o técnicos, a que se refieren los incisos anteriores; e) colaborar con las instituciones nacionales y extranjeras de educación y cultura para la realización de fines comunes.’{4}
En esta primera y nueva fase, el Colegio tuvo un papel intermedio entre aquel jugado por las instituciones formales de educación superior y el propio de un centro de investigación atenido a criterios más altos y rigurosos de especialización (el referente indiscutible, como podrá observarse en el cuerpo de este trabajo, no fue otro que el Centro de Estudios Históricos de Madrid).
En el fondo de todo, y en este caso, tal es nuestra tesis, acaso más que como resultado de la influencia de Alfonso Reyes, como resultado de la visión y perspectivas de Cosío Villegas, manteniendo intacta –claro– la impronta fundamental de don Alfonso, el Colmex se proyectaba como un genuino centro de formación de intelectuales de élite, destinados a fungir como miembros de la clase dirigente, capacitados para cubrir tanto el frente de la alta administración pública, como el de la dirección política y el de la dirección ideológica, en el más gramsciano de los sentidos; esto es, en todo caso, lo que don Daniel Cosío Villegas registra en sus Memorias:
‘Alfonso [Reyes] y yo pensamos que [El Colegio de México] de ninguna manera podía llamarse universidad o una variante cualquiera de este nombre, no sólo porque suscitaríamos el recelo de la Nacional, sino porque no teníamos, ni podíamos esperar tener los recursos indispensables para una empresa de esa magnitud. No sólo eso, sino que particularmente yo pensé en que, por el contrario, la nueva institución tenía que ser pequeña, con fines estrechamente limitados, porque sólo así resultaría gobernable. De hecho, se llegó desde entonces a la idea de que la Universidad Nacional, y todas las de provincia, tenían que hacer frente al problema de la educación de masas, y que si lo resolvían, se harían acreedoras al reconocimiento del país. La nueva institución, en cambio, podía y debía dedicarse a preparar la élite intelectual de México. Por eso se resolvió restringirla al campo de las humanidades, dejando abierta una puerta, sin embargo, para las ciencias sociales.’{5}
Y lo cierto es que, al día de hoy, ese es el papel que El Colegio sigue ejerciendo en el país, aunque ahora en abierta competencia, académica e ideológica, con el ITAM y el CIDE, instituciones con una génesis totalmente distinta a la de El Colegio mismo, o la UNAM y el IPN (que, de algún modo, han sido, desafortunadamente para México a juicio nuestro, desplazadas{6}), sobre todo en el terreno ideológico: por ejemplo, mientras que el Colmex/Casa de España es un proyecto incubado en y, por tanto, promovido por el cardenismo, el ITAM nace en la mitad de los 40 a iniciativa de un poderoso grupo de empresarios mexicanos específica, precisa e inequívocamente contra el cardenismo, y es hoy, en términos generales, fecunda cantera de tecnócratas, de ideólogos del neoliberalismo, del fundamentalismo democrático y de la «izquierda moderna», y de «jóvenes y prometedores» líderes políticos sin ideología, como los que han conformado el partido político Nueva Alianza{7}.
Bien. Don Silvio Zavala (Mérida, Yucatán, 1909), uno de los historiadores más destacados durante el siglo XX mexicano, contemporáneo tanto de Rafael Altamira, Ramón Menéndez Pidal y Claudio Sánchez Albornoz, como de Lucien Febvre y Fernando Braudel, fue también el creador del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México. Y en el magnífico testimonio que nos ofrece en el igualmente magnífico libro compilado por Enrique Florescano y Ricardo Pérez Monfort, Historiadores de México en el siglo XX (México, FCE/CONACULTA, 1995, 1996), don Silvio consigna los detalles de la ocasión en la que el proyecto de los Centros de Estudios fue pergeñado:
‘En un sillón de mi casa vino a sentarse José Gaos, y en otro sillón José Medina Echavarría; la plática que tuvimos fue ésta: «Ustedes están en México, haciendo mucho bien; hay mexicanos jóvenes que ya están en contacto con sus enseñanzas...» Pero yo les decía: «Suponiendo que ustedes pueden volver a Europa, están en su derecho de hacerlo. ¿Qué nos va a quedar a nosotros los mexicanos del paso de ustedes por acá?» La Casa de España y la primera etapa de El Colegio de México se concebían como puntos de apoyo para que ellos sobrevivieran y trabajaran y que no se desviaran de lo que sabían hacer, pero la pregunta era ¿qué va a dejar esto a México? Ustedes vienen como una ola... se van... Aquí es donde se incubó la idea que yo traía, por la experiencia en España, de la formación de los investigadores en los centros de trabajo de El Colegio de México. ¿Por qué? Porque a esos centros iban a venir los becarios mexicanos y los de otros países; se les iba a formar después de varios años de trabajo. Eso es Luis González, eso es María del Carmen Velázquez, eso es Ernesto de la Torre; eso fue Susana Uribe, que por su amor a los libros fundó la biblioteca de El Colegio; eso es el caso hispano-mexicano de Carlos Bosch-García, y eso es Berta Ulloa. Eso fueron también Julio Le Riverend, Isabel Gutiérrez del Arroyo, Luis Muro, Eduardo Arcila Farías, entre otros. Al recordar me pasa que nunca hablo de ello, pero la idea de los centros nació aquí, en este lugar, se la explicamos a don Alfonso Reyes. Él decía: «Yo no quiero formar escuelitas, yo quiero trabajar con adultos». Sin embargo, le gustó luego el trato con los alumnos inteligentes y formados. Cosío, con más sentido pedagógico, respondía: «Bueno, se puede estudiar», y ayudó a la constitución de los centros. Así nació en 1941 el primero de ellos, que fue el Centro de Estudios Históricos, y después vinieron los otros.’{8}
El núcleo académico del Colmex quedó entonces configurado, en poco tiempo, en torno del Centro de Estudios Históricos, el Centro de Estudios Sociales y el Centro de Estudios Filológicos, más el añadido de un par de seminarios de una muy particular factura: el «Seminario del pensamiento en lengua española», dirigido por don José Gaos, y el «Seminario de historia moderna de México». En torno de este núcleo habrían de formarse generaciones de historiadores, sociólogos, filólogos, filósofos, poetas y literatos mexicanos e iberoamericanos, acaso los más destacados de todo el siglo XX, por lo menos en México.
La «división del trabajo» historiográfico y de investigación comenzaba a organizarse entre la UNAM, El Colegio y la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), siendo la primera y la última las que expedían los títulos y grados del segundo. Así, mientras la ENAH se ocupaba fundamentalmente de los trabajos de investigación en torno del pasado indígena, el Colmex hacía lo propio en torno del período virreinal/colonial y del siglo XIX.
Por otro lado, al haberse replanteado el esquema general de organización de El Colegio, circunscribiendo el núcleo de sus actividades dentro de la órbita de las humanidades y las ciencias sociales, hubo de ser necesario «reubicar» a muchos profesores e investigadores provenientes del área de las «ciencias duras», como la química, la biología o la medicina.
A este respecto, Reyes y Cosío no descansaron hasta lograr reinsertarlos en trincheras que, también, a la postre, resultaron beneficiadas: tal fue el caso del Laboratorio de Estudios Médicos y Biológicos, que, con las gestiones de El Colegio y, por su través, de la Fundación Rockefeller, quedó bajo la tutela de la Facultad de Medicina de la UNAM y se instaló en el edificio de la Escuela de Medicina, en las calles del centro histórico. Hasta allá fueron a dar entonces, entre otros, los investigadores Isaac Costero, Jaime Pí-Suñer y Rosendo Carrasco Formiguera, por ejemplo.
Suerte parecida fue también la que corrió el Instituto de Química, que, estando bajo la dirección de Antonio Madinaveitia, quedó insertado dentro de la estructura de la Escuela de Ciencias Químicas de la UNAM, e instalado en un «alto» en la Facultad de Ciencias Químicas de esta Universidad, en la calle de Cruces 5, en Tacuba.
El despliegue intelectual, académico, institucional, y biográfico, en fin, nunca se detuvo.
El Smith College
Un capítulo de singular interés de este arranque de actividades de El Colegio, por cuanto a la planta docente que comenzaba a convocarse y por cuanto a los contenidos mismos de los cursos, es el que los autores registran en el libro como «El grupo del Smith College» (pp. 159-162).
Resulta que, como parte de las actividades de financiación, El Colegio contó con los recursos adicionales provenientes de la relación entablada durante los años que van de 1946 a 1952 con el Smith College, una de las más antiguas y afamadas universidades femeninas de Estados Unidos, de corte liberal, con sede en Northampton, Massachusetts.
El Smith, siguiendo la tradición norteamericana de los «junior year abroad», tenía ya de hecho una relación con el mundo hispánico, pues solía enviar a Madrid a sus estudiantes para realizar estudios de español y de cultura hispánica. Una vez finalizada la guerra civil española, y en consonancia con el tenor de su perspectiva liberal, al Smith College le era imposible mantener la relación con el régimen de Franco, por lo que optó entonces por trasvasar la relación, siguiendo en algún sentido los flujos que dieron vida a la Casa de España, con El Colegio de México.
Los autores dan cuenta de dos programas: el de 1947, impartido por Agustín Yánez{9} sobre literatura mexicana –un curso que, nos parece, debió haber sido verdaderamente fantástico-, y el programa general del curso impartido por el Colmex a las alumnas del Smith College correspondiente al año lectivo 1951-1952. Registramos aquí los dos programas por considerarlos de un gran interés:
El curso de Agustín Yánez de 1947 se estructuró del modo siguiente:
‘1) Literatura indígena anterior a la conquista; sus posteriores resonancias en la literatura mexicana. 2) Los cronistas de la conquista; su acento épico fundamental. 3) La organización colonial; el ambiente primario cultural en relación con el desarrollo literario. 4) El teatro en su desenvolvimiento hasta Alarcón y Sor Juana Inés de la Cruz. 5) Panorama de la poesía colonial. 6) El caso de Sor Juana Inés de la Cruz. 7) La obra de Sigüenza y Góngora. 8) Panorama del siglo XVIII; el humanismo mexicano. 9) El estado social y el ambiente cultural al iniciarse el siglo XIX: neoclasisismo y romanticismo; implicaciones políticas. 10) La obra de José Joaquín Fernández de Lizardi. 11) Significación literaria de los historiadores mexicanos en el siglo XIX. 12) La poesía anterior al modernismo. 13) El teatro y la novela en el siglo XIX. 14) La transición modernista; los grandes líricos mexicanos. 15) Ramón López Velarde. 16) El realismo en la novela de la Revolución. 17) Panorama circunstanciado de la literatura contemporánea.’{10}
El curso impartido en el año lectivo de 1951-1952 se estructuró, por su parte, como sigue:
‘Pedro Armillas, «Arqueología mexicana»; Francisco de la Maza, «Arte colonial mexicano»; Silvio Zavala y María del Carmen Velázquez, «Historia moderna de México»; Raimundo Lida, «Literatura española»; Agustín Yánez, «Literatura mexicana»; José Chávez Morado y Berta Taracena, «Arte moderno mexicano»; Jesús Silva Herzog, «Problemas económicos y sociales de México»; José Gaos, «Pensamiento filosófico hispano-mexicano. Berta Gamboa, esposa de León Felipe, les daba una clase de música popular folklórica y otra de lengua castellana. En esos momentos la mayoría de estos nombres formaba la crema y nata del mundo intelectual mexicano.’{11}
2. El Centro de Estudios Históricos
Tras haberse titulado en Derecho por la Universidad Nacional, Silvio Zavala (Mérida, Yucatán, 1909) parte en 1931 para Madrid con una beca española. En la Facultad de Derecho toma contacto con Rafael Altamira, eminente jurista, pedagogo, literato y filósofo que impartía las cátedras de derecho indiano y de historia de las instituciones de América.
El interés de Zavala por la estructura histórica de las instituciones hispánicas en América desemboca en la tesis de doctorado, editada primero en Madrid (1933) y después en México (UNAM, 1964; El Colegio Nacional, 1991), que bajo la dirección del mismo Altamira llevaba por título Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España (estudio histórico-jurídico). El interés de Altamira por el tema –nos dice Zavala– obedecía al tenor de las indagaciones que él mismo tenía sobre las determinaciones económicas de la historia y, en este caso particular, sobre la cuestión relativa al «financiamiento de la Conquista».
Una vez con el título de doctor bajo el brazo, don Silvio se incorpora, del mismo modo en que lo hizo Alfonso Reyes en sus días madrileños, al Centro de Estudios Históricos de Madrid, institución que cobrara renombre por el rigor de sus especializaciones en lingüística, historia medieval y en historiografía; allí habría de conocer a Ramón Menéndez Pidal, a Américo Castro y a Claudio Sánchez Albornoz. El resultado de esta etapa cristaliza en la publicación, en 1935, de dos obras sobre la conquista de América: Las instituciones jurídicas en la conquista de América y La encomienda indiana; poco tiempo después se publicó también El mundo americano en la época colonial.
Para don Silvio, la etapa madrileña fue definitoria: ‘en Madrid estaba como en mi casa, pues el idioma es el mismo, son similares las costumbres, las ideas, los sentimientos, las tradiciones, de suerte que este periodo español fue importante para mí por la formación y también por la índole de mis trabajos.’{12}
Cuando estalla la guerra civil, Zavala tiene que partir para Francia, y de ahí, a su vez, en 1937, se ve obligado a volver a México:
‘Andaba en los últimos toques de ese trabajo [se refiera a La utopía de Tomás Moro en la Nueva España, un trabajo sobre el ideario social de Vasco de Quiroga]; salía de la Biblioteca y muchas veces por la tarde, en La Castellana, se cruzaban disparos en la propia ciudad de Madrid. Otras tardes iba al Centro de Estudios Históricos, y del frente del Guadarrama veía bajar a los heridos, hombres jóvenes que habían sido enviados a combatir con las tropas de Franco; volvían en brazos de los camilleros, lívidos por haber perdido mucha sangre, para ingresar en las clínicas situadas en ese barrio. Ése era el Madrid que por fin yo dejé.’{13}
No obstante, durante la estancia en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, Silvio Zavala concibió lo que habría de cristalizar, pocos años después, en el par mexicano de ese Centro: el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.
En efecto, en 1941 nace el Centro de Estudios Históricos bajo la dirección de Silvio Zavala. Fundamentalmente, el Centro iba a dedicar sus esfuerzos al esclarecimiento y el cultivo de la historia de Hispanoamérica y, en especial, la de México.
Las materias con que dan inicio las actividades de la primera promoción (1941-1944) fueron las siguientes: «Historiografía», impartida por Ramón Iglesia; «Bibliografía», por Juan B. Iguíniz; «Paleografía», por Agustín Millares Carlo y Concepción Muedra; «Diplomática», también por Millares Carlo; «Métodos y doctrinas etnológicas» y «Organización social y económica», por el antropólogo, refugiado en México, Paul Kirchoff.
Por cuanto a la historia de España, Hispanoamérica y México, las materias fueron estas: «Fuentes para la historia de las instituciones medievales» e «Historia de las instituciones medievales», por Concepción Muedra; «Historia de las instituciones indígenas», por Silvio Zavala; «Historia externa de España», por Francisco Barnes; «Historia de la independencia de México», por José María Miquel i Vergés; y un «Seminario de historia de México del siglo XIX», dirigido por el propio Zavala y Agustín Yánez.
Los cursos y seminarios se impartían tanto en las modestas instalaciones del Centro como en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), ubicada en ese entonces en el número 13 de la calle de Moneda, en el centro histórico. Durante la década de los 40 fueron cuatro las promociones de estudiantes de Historia: de 1941 a 1944; de 1943 a 1946; de 1946 a 1949 y de 1946 al 47.
El núcleo de la planta docente, por su parte, estaba conformado por Silvio Zavala, de quien ya hemos dado cuenta, Agustín Millares Carlo, Concepción Muedra, Rafael Altamira, Ramón Iglesia, José Miranda y José Gaos.
Agustín Millares Carlo, procedente de la Gran Canaria, había sido discípulo de Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos de Madrid; su especialidad era la paleografía y el latín. Es a él a quien se debe la creación, en 1944, de la memorable colección bilingüe de clásicos greco-latinos que, aunque en este caso editados por la Universidad Nacional y no por El Colegio, lleva por nombre «Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana».
Concepción Muedra provenía también del «Centro» de Madrid, habiendo sido por su parte discípula de Claudio Sánchez Albornoz. En El Colegio concentró sus tareas a la preparación e impartición de los cursos de historia medieval española, dedicando particular interés por encontrar, más que los vacíos de discontinuidad, los trazos de continuidad entre el medioevo español y la conquista de América.
Zavala, Millares y Muedra –después se incorpora también Rafael Altamira, habiendo llegado a México en 1944, de 78 años– conformaron lo que hubo de conocerse como el grupo «neo-positivista» dentro de este primer Centro de Estudios del Colmex. En el otro bando, el del historicismo y el relativismo histórico, estaban Edmundo O’Gorman, José Gaos y Ramón Iglesia.
Por su parte, Ramón Iglesia, quien procedía de Santiago de Compostela (1905), llega a México de 34 años en 1939. Él también participa de esa especie de trasvase institucional que lo llevó del «Centro» de Madrid a su par mexicano en El Colegio. En este caso, Iglesia se había especializado en filología, por lo que sus tutores fueron, entonces, Dámaso Alonso y Américo Castro.
José Miranda, gijonés de origen y secretario general de la Universidad Central de Madrid, de 1936 a 1938, al lado de José Gaos, a la sazón rector de la misma, llega a México en 1944 con 40 años. Fue uno de los primeros en incursionar en la historia económica y social en México.
Y por último José Gaos, filósofo de ascendente orteguiano, traductor de Hegel y de Heidegger y precursor de una importante corriente de filósofos en México, participó también de manera destacada en los cursos del Centro de Estudios Históricos privilegiando siempre una perspectiva de factura historicista en la que pudiesen encontrarse las conexiones esenciales entre la historia y la filosofía.
Son estas pues las claves de ese primer Centro de Estudios del Colmex. De sus primeras promociones, destacamos a los siguientes: de la primera promoción (1941-1944), Carlos Bosch García, Ernesto de la Torre Villar y Susana Uribe. Los estudiantes de esta primera camada de historiadores realizaron un trabajo conjunto que, bajo la tutela de Ramón Iglesia, llevó por nombre Estudios de historiografía de la Nueva España (de 1945).
De la segunda promoción (1943-1946), destacamos a Pablo González Casanova (quien tiempo después fue uno de los más notables rectores de la UNAM y un analista político e investigador decantado siempre hacia posiciones de izquierdas), Sol Arguedas y Gonzalo Obregón. Este último publicó en 1949, por ejemplo, su trabajo de investigación titulado El Real Colegio de San Ignacio en México (Las Vizcaínas).
De la tercera promoción (1946-1949), sobresalen Emma Cosío Villegas, Luis González, Germán Posada Mejía y Henrique González Casanova.
3. El taller de José Gaos: el Seminario del pensamiento en lengua española
A partir también de 1941, el seminario del pensamiento en lengua española es instituido en el Colmex bajo la dirección de José Gaos. Su propósito general era el de abordar de modo paralelo a los estudios históricos el estudio de las ideas y del pensamiento filosófico en tanto que conjugados con los saberes históricos.
El seminario funcionó hasta 1959, año en que Gaos decide dedicar toda su atención y tiempo a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. No obstante, en 1966, Gaos habría de regresar nuevamente al Colmex para una última fase de cursos. El 10 de junio de 1969, al terminar el examen profesional de José María Muriá, miembro de esta última generación del seminario de Gaos, don José se desplomó sobre el acta del examen muerto instantáneamente de un infarto al corazón.
A la postre, los alumnos de Gaos, sean ya los de El Colegio o los de la Universidad –en muchos casos eran los mismos– estaban llamados a destacar como figuras centrales en el terreno de la filosofía en México: Luis Villoro, Leopoldo Zea, Emilio Uranga, Alejandro Rossi, Fernando Salmerón, María del Carmen Rovira,....
Formado bajo el ascendente del «circunstancialismo» y el vitalismo de Ortega y dentro de las coordenadas del historicismo de Dilthey, Gaos llega a México en 1938, con 38 años.
Dos de los primeros becarios beneficiados por El Colegio fueron, precisamente, alumnos de Gaos: Leopoldo Zea, a quien conoció en sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, y Juan Hernández Luna, procedente de Morelia.
Los autores de esta Memoria nos ofrecen los comentarios con los que otro de sus discípulos, Luis Villoro, aquilata la relevancia que en el terreno de la filosofía en México tuvo Gaos:
‘La carencia filosófica más importante en nuestro medio no ha sido la falta de inventiva sino de profesionalismo. [...] Pues bien, no hay exageración en afirmar que la labor magisterial de Gaos fue el primer paso, en nuestro país, hacia el tratamiento profesional de la filosofía. [...] Con Gaos la enseñanza de la filosofía pasa por primera vez del nivel del aficionado brillante al del profesional riguroso.’{14}
La investigación de Villoro realizada con la tutoría de Gaos cristaliza en su obra de 1950 Los grandes momentos del indigenismo en México.
Y fue Gaos quien convenció también a Zea de que realizase su tesis no ya sobre los sofistas griegos sino sobre algún tema concerniente a la historia de las ideas en México; el resultado de tal reorientación en las investigaciones de Zea es el ya clásico trabajo sobre el positivismo en México, un trabajo en donde puede observarse con toda claridad la inequívoca influencia del relativismo circunstancialista de Ortega (Zea se erigió poco tiempo después en precursor del relativismo que define a la llamada tradición de la filosofía de la liberación):
‘Ortega considera que no existen ideas eternas, sino tan sólo ideas circunstanciales. Una idea no viene a ser sino la forma de reacción de un determinado hombre frente a su circunstancia. El pensamiento no existe sino como un diálogo con la circunstancia. El hombre cuando filosofa se dirige a su circunstancia y le pide que le diga en humano lo que ella es.’{15}
[nos preguntamos qué quiso decir Zea con eso de que la circunstancia le hable «en humano» al hombre; por lo pronto nos parece una desafortunada ocurrencia literaria].
Otro de los frutos de ese seminario fue el trabajo de Victoria Junco, Algunas aportaciones al estudio de Gamarra, o El eclecticismo en México (El Colegio de México, 1944). Este trabajo comportaba un gran interés pues en él se encerraba una de las primeras tesis que sostenían que las ideas en el s. XVIII hispánico (tanto en España como en América) fueron decisivas en tanto que germen de la independencia y del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX. Se trataba de una tesis que tiraba por la borda los esquemas más generales -y funcionales ideológicamente– en donde se presentaba a las guerras de independencia americana como una ruptura tácita entre las colonias americanas y la metrópoli española, y no como momentos de una dialéctica más compleja que las envolvió: la dialéctica dada entre la modulación hispánica del Antiguo Régimen y la modulación hispánica del racionalismo político moderno instaurado por la revolución francesa: el liberalismo español.
Este revisionismo histórico puede encontrarse desplegándose en nuestros días en los interesantes trabajos de Francoise-Xavier Guerra, historiador e hispanista francés fallecido no hace mucho, como por ejemplo el que lleva por título Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1993. El planteamiento de Guerra se define en los siguientes términos:
‘A partir de 1808 se abre en todo el mundo hispánico una época de profundas transformaciones. En España comienza la revolución liberal, en América el proceso que va a llevar a la Independencia. [...] En la mayoría de los casos, estas rupturas han sido estudiadas como si se trataran de dos fenómenos independientes. Quizá porque aún contemplamos estos fenómenos con los ojos de los historiadores del siglo XIX, ya fuesen americanos o españoles. [...] Esta óptica nos parece insuficiente, puesto que los dos fenómenos, la revolución liberal española y las independencias hispanoamericanas aparecen continuamente imbricadas en todas las fuentes. Como intentaremos mostrarlo en estas páginas, se trata de hecho de un proceso único que comienza con la irrupción de la Modernidad en una Monarquía del Antiguo Régimen, y va a desembocar en la desintegración de ese conjunto político en múltiples Estados soberanos, uno de los cuales será la España actual.’{16}
Tengo a la vista también el recientemente publicado libro de Roberto Breña, de El Colegio de México, precisamente, con un título que se explica por sí mismo: El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América, 1808-1824. Una revisión historiográfica del liberalismo hispánico (México, El Colegio de México, 2006).
Ambas revisiones historiográficas coinciden a nuestro juicio con lo expuesto por Gustavo Bueno en El mito de la izquierda en la parte donde destaca al liberalismo español como cristalización política de la segunda generación histórica de izquierda: la izquierda liberal.
Bien. Uno más de los trabajos que resultan de ese seminario que se antoja fabuloso, fue el realizado esta vez por una historiadora puertorriqueña, Monelisa Lina Pérez Marchand, titulado Dos etapas ideológicas del siglo XVIII en México a través de los papeles de la Inquisición (México, El Colegio de México, 1945).
En 1949 aparece otro trabajo abocado al siglo XVIII: La introducción de la filosofía moderna en España. El eclecticismo español de los siglos XVII y XVIII (México, El Colegio de México, 1949) de Olga Victoria Quiroz Martínez. En su libro, Quiroz estudia la influencia y el desarrollo del racionalismo europeo en suelo español. Los eclécticos, según sostiene, conservaron la metafísica aristotélica pero centraron su atención en la nueva ciencia física y en los sistemas filosóficos que les fueron contemporáneos.
A continuación, consignamos algunos otros trabajos que resultan de aquel seminario: de Francisco López Cámara, La génesis de la conciencia liberal en México (México, El Colegio de México, 1954); de María del Carmen Rovira, Eclécticos portugueses del siglo XVIII y algunas de sus influencias en América (México, El Colegio de México, 1958); de Vera Yamuni Tabush, Conceptos e imágenes en pensadores de lengua española (México, El Colegio de México, 1951); y el último trabajo que dirigió Gaos en El Colegio, el de Fernando Salmerón titulado Las mocedades de Ortega y Gasset (México, El Colegio de México, 1959).
De los trabajos de la última o segunda fase del seminario de Gaos, destacan los siguientes: de Andrés Lira (quien fue años después presidente de El Colegio de México), Idea de la protección jurídica. Nueva España, siglo XVI y XVII; de Beatriz Ibarra, La estilística de Dámaso Alonso. Un ensayo de filosofía de la ciencia de la literatura, ambos trabajos, el de Lira y el de Ibarra, de 1968. De 1969, fueron frutos el de Javier Ocampo López, Las ideas de un día. El pueblo mexicano ante la consumación de su independencia; de Guillermo Palacios, el trabajo inédito sobre La idea oficial de la «Revolución Mexicana»; de Elías Pino, La mentalidad venezolana de la emancipación. 1810-1812; y de José María Muriá, examen de titulación de quien creemos jamás iba a borrarse de su memoria y de la de quienes acaso estuvieron presentes, La sociedad precortesiana a través de la concepción europeizante de la historiografía colonial.
En la página 222 de esta Memoria, los autores abordan –manifestando su sorpresa– el enigma que encierra el hecho de que nunca, incluso hasta el día de hoy –añadimos nosotros-, se haya formado el Centro de Estudios Filosóficos, sorpresa que se incremente tanto más cuanto que El Colegio contaba no ya solamente con la presencia de Gaos sino con la de otros filósofos de renombre como Joaquín Xirau, Juan David García Bacca, Juan Roura Parella, Eugenio Ímaz o Eduardo Nicol.
Las razones que ofrecen son de este tenor: por un lado, especulan sobre la posibilidad de que hubiese antagonismos importantes derivados de la fuerte personalidad tanto de Gaos como de sus colegas: Joaquín Xirau era ex decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona; Eduardo Nicol habría de participar también de la llamada Escuela de Barcelona; García Bacca era de hecho coetáneo de Gaos, etc.
Pero también resaltan la posibilidad de la existencia de discrepancias no ya de orden psicológico sino de índole filosófica (sea ya ontológica o gnoseológica). Por último, consideran que también pudo haber influido en las reticencias para crear el Centro de Estudios Filosóficos, el hecho de que la Universidad tuviese ya en marcha su propio Centro.
4. El Centro de Estudios Sociales
Para el caso de la génesis y desarrollo de este Centro, los autores de nuestra Memoria se sirven del testimonio del historiador Moisés González Navarro.
Cabe destacar el hecho de que la primera fase de vida de este Centro fue realmente corta, pues sólo duró tres años (de 1943 a 1946). No fue sino hasta la década de los setenta cuando nuevamente habría de organizarse con nuevos impulsos institucionales y académicos, y en circunstancias políticas nacionales distintas.
Pero para efectos del registro de este primer intento, resulta pues que, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, es esta vez por la influencia decidida de Cosío Villegas que José Medina Echavarría, refugiado español que llegó a México en 1939 con 36 años, es designado primer director del Centro de Estudios Sociales del Colmex.
Medina venía de una formación de jurista y tenía tras de sí el expediente de haber intervenido en política, habiendo ocupado un cargo en las Cortes de la República española. Una vez en México, no obstante, se decanta hacia la sociología: en 1939, por convocatoria de la Casa de España, imparte en la Facultad de Derecho de la UNAM un curso sobre «Sociología general», y en la de Economía otro sobre «Método de investigación social».
Por otro lado, y también por cuenta de la Casa de España, se había publicado en 1940 su Panorama de la Sociología contemporánea y su folleto de Cátedra de Sociología (de 1939). Por si fuera esto poco, el Fondo de Cultura Económica le edita en 1941 su Sociología: teoría y técnica, y en 1943, su Responsabilidad de la inteligencia. Estudios sobre nuestro tiempo.
Tenemos entonces que, en 1943, Cosío Villegas decide abrir otro de los frentes en los que habría de forjarse la élite dirigente del país, el Centro de Estudios Sociales:
‘[El Colegio lo había creado] con el ánimo de preparar en el campo de la teoría y de la investigación de las Ciencias Sociales a personas que puedan el día de mañana desempeñar tareas prácticas que habrá de encomendarles en la inmensa mayoría de los casos el propio Gobierno Mexicano.’{17}
Según comenta Moisés González Navarro, las actividades principales del Centro se organizaron con arreglo a tres disciplinas: la sociología, la economía y la ciencia política, con el complemento de nociones básicas de antropología, de psicología social y de historia de las ideas filosóficas.
Por cuanto a la sociología, el curso introductorio estuvo a cargo del español Vicente Herrero, mientras que la carga mayor recayó, como no podía ser de otra manera, en el propio Medina Echavarría, quien, de hecho, tradujo al español el Economía y sociedad de Max Weber.
La economía se dejó en las manos de Víctor L. Urquidi, quien tiempo después fue presidente de El Colegio y uno de los economistas más destacados de México y formador, también, de importantes economistas nacionales. Josué Sáenz se ocupó de la exposición de los ciclos económicos; el español Javier Márquez hizo lo propio con lo concerniente a la economía latinoamericana.
La parte de la ciencia política se repartió entre el español Manuel Pedroso, quien tuvo a su cargo los cursos sobre «Teoría del poder» e «Historia de las ideas políticas»; Mario de la Cueva, a cargo de la «Teoría del Estado»; Vicente Herrero, con «Política internacional» y Antonio Martínez Baez, quien tuvo a su cargo el seminario sobre «Democracia, principios e instituciones».
Leopoldo Zea incursiona también en la docencia junto con José Gaos, tomando las riendas de los seminarios sobre filosofía; el español José Miranda impartía el curso de «Historia de México» mientras que el cubano José Antonio Portuondo hizo lo propio con un curso sobre «Cultura iberoamericana».
Las orientaciones teórico-ideológicas se definieron según los siguientes criterios: en sociología, la inclinación era, casi con obviedad, weberiana; en economía, las inclinaciones eran inequívocamente keynesianas. Carlos Marx, según sentencia González Navarro, salvo por las referencias marginales de Mario de la Cueva, fue el gran ausente.
En su testimonio sobre la historia de este Centro, don Moisés González Navarro, nacido en 1926 y miembro de la Academia Mexicana de la Historia, da cuenta de la organización de dos seminarios públicos que, dado el contexto mundial de esos momentos, son de un gran interés en la medida en que nos permiten constatar la naturaleza de los objetivos primordiales con los que se concibió el nuevo Centro y a cuyo cumplimiento esperaban que se abocase.
El primero de ellos, realizado en 1943, versó precisamente sobre los problemas de la guerra. Los criterios generales de organización se definieron como sigue: ‘se partía de la idea de que en el orden teórico, el tema de la guerra «manifiesta de manera aguda la complejísima naturaleza de todos los fenómenos sociales»; por tanto, en un análisis a fondo de la guerra confluye «todo el saber acumulado de la ciencia social»’{18}.
Las comunicaciones fueron las siguientes –es González Navarro quien expone–:
‘La presentación general estuvo a cargo de Medina Echavarría. De los principios de la guerra en relación con los progresos de la ciencia se encargó el general Tomás Sánchez Hernández. Jorge A. Vivó estudió la geopolítica. Gilberto Loyo analizó la presión demográfica y Manuel Chavarría la disponibilidad de materias primas. Antonio Caso, con su prestigio de sociólogo y filósofo, se encargó de las causas humanas de la guerra, tarea en que lo acompañó el colombiano Jorge Zalamea con un emotivo ensayo sobre «El hombre, náufrago del siglo XX». Vicente Herrero estudió los efectos sociales de la guerra y Josué Sáenz los efectos económicos. Pedroso analizó en breve ponencia «La perversión de la guerra», y una pléyade de estudiosos (Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, Emigdio Martínez Adame, Víctor L. Urquidi, Gonzalo Robles, José Medina Echavarría, Manuel Sánchez Sarto, Antonio Carrillo Flores y José E. Iturriaga) escribieron sobre «la postguerra» y «la nueva constelación internacional».{19}
El siguiente seminario tuvo efecto en 1944 y no fue en absoluto menos interesante, pues versó, en las postrimerías de la segunda guerra mundial, ni más ni menos que sobre América Latina. Los contenidos fueron los siguientes (nos llama la atención la «angustia psicológico-existencial», acaso en esos momentos de moda, que, al parecer, tomó por sorpresa no menos dramática a Gaos):
‘Lo inició Raúl Prebisch con un análisis del patrón oro y la vulnerabilidad económica de nuestros países. Brillante fue la exposición de José Gaos sobre el pensamiento hispanoamericano, en la que por cierto Gaos escandalizó a algunos de los asistentes cuando se preguntó con dramatismo: «¿qué hago con mi razón?». Renato de Mendoca se ocupó de Brasil en América Latina. [Agustín] Yánez expuso con erudición el contenido social de la literatura iberoamericana. Muy diferentes fueron los temas, pero igualmente bien estudiados, sobre la posibilidad de bloques económicos en América Latina (Javier Márquez) y la industrialización de Iberoamérica (Gonzalo Robles). El estudioso Vicente Herrero analizó la organización constitucional, y el joven José E. Iturriaga hizo una exposición anecdótica sobre el tirano en la América Latina.{20}
Las «instalaciones» del Centro no eran otras que las propias de la recientemente creada biblioteca de El Colegio (a cargo, por cierto, del español Francisco Giner de los Ríos), misma que a su vez ocupaba un espacio también pequeño en las instalaciones del Fondo de Cultura Económica, en Pánuco 63.
Pero, como dijimos al principio de este apartado, el Centro de Estudios Sociales no tuvo a la postre la suerte y el empuje suficientes para mantenerse en el tiempo y después de tres años se disolvió.
Solamente hubo una promoción, de la cual, según González Navarro, diez de los dieciocho estudiantes terminaron sus estudios en 1946, pero sólo dos se graduaron en 1948: don Moisés mismo, habiéndolo hecho con su tesis sobre El pensamiento político de Lucas Alamán, dirigida por Arturo Arnáiz y Freg y publicada por el Colmex en 1952, y Catalina Sierra con un trabajo sobre El nacimiento de México (publicado luego por la UNAM).
No obstante su efímera vida, don Moisés destaca la relevancia de este Centro en tanto que cantera de futuros funcionarios destacados de al vida nacional, sobre todo en el terreno de la economía, la diplomacia y la política. Hasta aquí su testimonio.
* * *
Antes de terminar este apartado, vale la pena rescatar del complemento con el que los autores rematan el testimonio de González Navarro la parte donde comentan la experiencia de «Jornadas», órgano de difusión del Centro de Estudios Sociales que publicó 56 números durante el período de 1943 a 1946.
En efecto, la nómina de autores que registran deja ver que, a pesar de la cortedad de vida, la convocatoria intelectual del Centro tuvo el rigor y el nivel correspondiente; en el fondo, observamos que se trataba de un grupo compacto que intervenía paralelamente en todas las actividades del Colmex, aunque también podía observarse ya una cierta expansión, porque por las páginas de «Jornadas» desfilaron:
‘En sociología, además de Medina Echavarría: Francisco Ayala, Renato Treves, Moisés Poblete Troncoso, Juan Bernaldo de Quirós, Josué de Castro; en ciencia política Antonio Carrillo Flores, José Miranda, Kingsley Davis, Luis A. Santullano; en literatura: José Antonio Portuondo, Medardo Vitier, Alfonso Reyes, Agustín Yánez, Max Aub; en filosofía: José Gaos, Eugenio ímaz, Roger Caillois, Manuel Calvillo, Leopoldo Zea, José Ferrater Mora, Patrick Romanell; en historia José María Ots Capdequí, Emilio Roig de Leuchsenring, Silvio Zavala, Julio Le Riverend, Lesley Byrd Simpson, Ramón Iglesia y José Miranda; en economía y demografía: Josué Sáenz, Gilberto Loyo, Raúl Prebisch, Javier Márquez, John Condliffe y Víctor Urquidi.{21}
5. El Centro de Estudios Filológicos
Este Centro se perfiló según relieves muy acusados y singulares puesto que, esta vez, su influencia, al tiempo de ser la de la sección de filología del Centro de Estudios Históricos de Madrid, era también la que provenía del Instituto de Filología de Buenos Aires. Por otro lado, nos parece que en este caso el entusiasmo general más enfático para su creación –aunque con ciertas dubitaciones organizativas– fue sin duda ninguna, y por razones casi obvias, el de Alfonso Reyes, uno de los pontífices más destacados de las letras hispánicas.
En efecto, la sección de filología del «Centro» de Madrid dirigido por Américo Castro, fue el nódulo despliegue de cuyas dendritas llegó hasta Buenos Aires y Ciudad de México. En Madrid, la plataforma era la Revista de Filología Española (RFE).
En 1923, Américo Castro funda en Buenos Aires el Instituto de Filología, mismo que en 1928 pasa a ser dirigido por Amado Alonso; su colaborador fue el argentino Raimundo Lida, primer director del Centro de Estudios Filológicos del Colmex y padre de Clara E. Lida, autora de la Memoria que reseñamos. En 1939, en los albores de la guerra civil, Alonso funda en Buenos Aires la Revista de Filología Hispánica (RFH), continuadora de la RFE, cuya vida había llegado a su fin en España.
Alfonso Reyes, por su parte, descollaba ya en el mundo hispánico como hombre de letras fundamental. Durante su exilio madrileño de 1914 a 1924 toma ya contacto con el Centro de Estudios Históricos de Madrid –recordemos, de hecho, que en la Sala de la Cacharrería del Ateneo de Madrid figura un busto de Alfonso Reyes, al lado del de Eugenio María de Hostos, ateneísta puertorriqueño–.
Pedro Henríquez Ureña, por otro lado, compañero y «Sócrates» del Ateneo de la Juventud en México, estaba para esos momentos viviendo en Buenos Aires y era colaborador directo de Alonso en el Instituto por él dirigido. Como parte de su carrera diplomática, Reyes tuvo también una estancia bonaerense: sus visitas y colaboraciones con el instituto de Alonso, Lida y Henríquez Ureña eran, naturalmente, más que frecuentes.
A la postre, y después de la guerra civil española, el Instituto de Filología de Buenos Aires fungió como el más importante centro de estudios literarios y lingüísticos del mundo hispánico hasta la llegada de Perón a mediados de los cuarenta.
Ya en México, y con El Colegio, sus centros y seminarios en marcha, Reyes reunía en torno suyo a destacados literatos y críticos como Enrique Díez-Canedo, Agustín Millares Carlo y José Moreno Villa. No obstante, el impulso de su convocatoria y de sus actividades no alcanzaba la consistencia suficiente como para cuajar en un Centro de Estudios, debido acaso a una muy particular reticencia de don Alfonso por protocolizar académicamente sus actividades: «maestro, sí, pero con la pluma y no en las aulas».
Pero lo que detonó y aceleró la creación efectiva del Centro fue la crisis política argentina mediando la década de los 40. En octubre del 45 acaece la revolución peronista, con el posterior triunfo electoral de Juan Domingo Perón.
A la luz de esta crisis política y universitaria, Cosío y Reyes, gestionando ya lo correspondiente con la Fundación Rockefeller, piensan en «rescatar» a su respetado mentor Henríquez Ureña y traerlo para México, esta vez sí con el propósito de darle vida al fin a un eventual Centro de Estudios literarios o filológicos.
Los autores de nuestra Memoria consignan el proyecto de creación del Centro en cuestión pergeñado por Cosío y Reyes y que es enviado a Henríquez Ureña para sus consideraciones. Al igual que ellos –los autores-, presentamos en su totalidad dicho boceto de organización por considerarlo portador de un interés considerable:
‘1.– Hace ya tiempo que la Fundación [Rockefeller] y El Colegio se vienen lamentando de que no exista en México ningún esfuerzo organizado en el campo de los estudios filológicos.
2.– A este hecho se han venido a sumar otros dos recientes: la situación argentina, que puede concluir en desalentar trabajos de esta naturaleza, y el renovado interés de algunos centros culturales norteamericanos en los estudios hispánicos en general.
3.– De ahí que se haya pensado en si no sería ésta la oportunidad de intentar organizar dentro de El Colegio de México un núcleo que recoja la experiencia, sobre todo, del Centro de Estudios Históricos de Madrid y del Instituto de Filología de Buenos Aires. La idea general por lo que toca al personal que inicialmente se encargaría de las labores docentes y de investigación sería la de contratarte a ti mismo [Henríquez Ureña] como director, asegurar los servicios de personas competentes y que tendrían la ventaja de haber trabajado ya contigo –por ejemplo, Rosemblat y los dos hermanos Lida– y agregarle a ellos un buen contingente mexicano.
4.– Como he dicho antes, este grupo de personas tendría dos tareas: una de enseñanza a jóvenes mexicanos y latinoamericanos con una vocación ya definida para esta clase de estudios, pero que carecen total o parcialmente de la preparación técnica necesaria; otra de investigación, que podría tal vez imaginarse, por una parte, como la prosecución de algunos proyectos de investigación personales en los que estuvieran trabajando los miembros del Centro, y por otra, y más principalmente, el poder idear una investigación mayor que se acometería colectivamente. Para la primera tarea debería contarse con los recursos necesarios para ofrecer becas de estudio a un grupo de diez o doce jóvenes; para lo segundo, los recursos serían más que nada de índole bibliográfica y se procuraría, por supuesto, reunir los necesarios.
5.– Se aspira a que este Centro cuente además con recursos destinados a publicaciones, si bien éstos no serán nunca excesivos ni quizá suficientes.
La Fundación Rockefeller y El Colegio de México serían los participantes principales en la organización y el financiamiento del proyecto, si bien no se excluye la posibilidad de intentar conseguir de otras instituciones su colaboración, sea en el orden financiero o en el técnico.’{22}
Bien. Pedro Henríquez Ureña muere súbitamente en Buenos Aires, en mayo de 1946, hecho que decanta las cosas, tras los primeros intentos de Reyes y Cosío por traer a México a Amado Alonso, para que sea Raimundo Lida quien finalmente llega a México a mediados de 1947 con la encomienda de echar a andar lo que se convirtió, en ese mismo año del 47, en el Centro de Estudios Filológicos de El Colegio de México, instalado en el garage de la casa ubicada en Sevilla 30, donde estuvo hasta fines del 48 el propio Colmex. Su nueva publicación, continuando con el hilo conductor de la filología hispánica, sería la Nueva Revista de Filología Hispánica (NRFH), dirigida también por Lida y de una calidad extraordinaria.
El nuevo Centro mantendría tal nombre hasta 1963 cuando cambia, hasta el día de hoy, al de Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios.
Los cursos: José Luis Martínez sobre literatura del siglo XIX; Rodolfo Usigli sobre la historia del teatro en México; Gabriel Méndez Plancarte sobre humanismo novohispano; Mariano Picón Salas sobre literatura iberoamericana; Jorge Guillén: poesía; Eugenio Ímaz: Alemán.
Y Raimundo Lida –según el testimonio de Antonio Alatorre-: en un solo curso de tres años, del 48 al 50, lo abarcó todo: fonética, fonología, gramática histórica (morfología y sintaxis), lingüística general, filosofía del lenguaje, el pensamiento de Platón, mester de clerecía y mester de juglería, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, historia de la lengua en los siglos XII y XIII, Herder, Humboldt, Saussure, Bally, Bergson, Santayana, Croce, Vossler, los círculos lingüísticos de Praga y Copenhague, Roman Ingarden, .....
Los alumnos: de Argentina, Sonia Henríquez Ureña y Roy Bartholomew; de Perú, José Durand y Javier Sologuren; de Centroamérica, Ernesto Mejía Sánchez (Nicaragua) y Addy Salas (Costa Rica); y los mexicanos Antonio Alatorre, Víctor Adib, Berta Espinosa, Ricardo Garibay, Jorge Hernández Campos y Carlos Villegas.
Dado el carácter eminentemente sui generis del Centro, que no otorgaba título alguno, el núcleo de esta primera promoción se disuelve. Antonio Alatorre, tras una estancia en Europa, regresa en el 52 a México y a mediados del 53 sustituye en la «Dirección de todo aquello» a Lida, quien poco tiempo después marchó para Harvard en sustitución, tras su muerte, de Amado Alonso.
Y decimos que «de todo aquello» porque, de hecho, para entonces no había ya tal centro, o por lo menos no lo había en el sentido original: Lida daba sus últimos cursos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde tenía un singular grupo de «becados» por El Colegio, entre ellos, Carlos Blanco, Tomás Segovia y Alejandro Rossi. Participaron también de esa amorfa serie de actividades –becas incluidas– Huberto Batis, Augusto Monterroso y Emmanuel Carballo.
Fueron años aquellos, en palabras de Alatorre, de transición «sin salón de clase y sin programa». En realidad, las actividades del Centro quedaron reducidas a la publicación de la NRFH y a la prosecución de los trabajos de investigación de sus miembros y la de algunos becados.
Las conferencias, no obstante, continuaron: Dámaso Alonso impartió una serie titulada, por ejemplo, «Cuatro lecciones sobre textos clásicos del Siglo de Oro: Garcilaso, Fray Luis, Góngora y Lope», en noviembre de 1948; Marcel Bataillon y María Rosa Lida hicieron lo propio disertando sobre la «Originalidad de _La Celestina_» y «La fama en la Edad Media».
En 1953 El Colegio cambia su residencia a una vieja casona porfiriana en la calle de Durango 93. Para el Centro quedan reservadas dos estancias, una para Alatorre y otra para la NRFH. Durante el resto de esa década de los 50 las actividades, con altas y bajas, se mantuvieron y el Centro no desfalleció.
No obstante, a la muerte de Reyes en diciembre del 59, Cosío asume inmediatamente la presidencia del Colmex y decide hacer balance general. Para el caso del Centro de Estudios Filológicos, dirigido en esos momentos –aunque efímeramente– por Alonso Zamora Vicente en sustitución temporal de Alatorre, quien estaba en viaje de investigación –lo que ahora se llamaría «año sabático»– en Estados Unidos, las cosas no iban bien a juicio de Cosío, por lo que toma la decisión, antes que todo, de «adelgazar» la nómina de becarios.
Para diciembre de 1960, Alatorre estaba de vuelta en la dirección del Centro. Poco tiempo después se iniciaba una nueva fase para el Colmex, la tercera de su andadura, ya sin Reyes –el último ateneísta de la juventud en El Colegio–, y, envuelta y «arrastrada» por aquella, una nueva era para el Centro de Estudios Filológicos.
En efecto, en 1962 El Colegio de México consigue por fin, por decreto presidencial, la facultad de otorgar títulos universitarios, lo que detona una reorganización y consolidación institucional y académica de la que nadie escaparía.
Ese año nace un nuevo Centro, el de Estudios Internacionales; el Centro de Estudios Históricos da nuevamente vida a su maestría en historia –el empuje aquí de Cosío, en ambos casos, es ya total– y el CEF es orillado entonces a «renovar o morir». Alatorre organiza así un nuevo programa de doctorado en lingüística y literatura y el Centro cambia de nombre para ser ahora el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, que sería dirigido por Alatorre hasta 1972 y por Margit Frenk, de 1972 a 1978.
6. El taller de Daniel Cosío Villegas: el Seminario de historia moderna de México.
La de los cincuenta fue una década de consolidación, en su generalidad, de todo El Colegio; una fase que culmina, anunciando un nuevo derrotero, con la nueva facultad que en 1962 El Colegio adquiere para expedir títulos universitarios.
Fue también la década de una primera generación de becados que sale del país para continuar con su formación, en ocasiones en desmedro de algunos centros, como el de Estudios Sociales, que se vio prácticamente vaciado de estudiantes, pues partieron muchos fuera de México. Estos fueron los casos de Luis González, Ernesto de la Torre, Antonio Alatorre, Margit Frenk y Ernesto Mejía Sánchez. Del seminario de Gaos, salieron Vera Yamuni (Francia, Argelia y Líbano), Olga Quiroz (Francia y Alemania), Emilio Uranga (Francia y Alemania, en donde tuvo conocimiento y, al parecer, contacto, con George Lukács), Fernando Salmerón (Alemania) y Laura Mues (Alemania).
Pero también fue la década en la que Daniel Cosío Villegas decide abocarse al estudio de la Historia para darle vida a uno de los proyectos más contundentes de la historiografía mexicana: el de la historia moderna de México.
Hasta ahora hemos analizado –siguiendo, claro, la estructura de esta Memoria– el curso del Colmex desde la perspectiva de la orquestación de Reyes y Cosío; pero ahora entramos a la exploración de uno de los proyectos más importantes de El Colegio: el Seminario de historia moderna de México al que Daniel Cosío Villegas se consagró.
Para 1948, don Daniel estaba fuera ya de la dirección del Fondo de Cultura Económica y había decidido correr suerte como historiador. Su propósito general era el de realizar una reconstrucción histórica del México post-revolucionario centrando la atención en la época moderna, la cual comenzaba a su juicio en 1867, con la restauración de la República, hasta la renuncia de Díaz a la presidencia de México en 1911. Con la Revolución mexicana lo que iniciaba era ya la historia contemporánea de México.
El resultado de ese seminario, un seminario que duró prácticamente toda esa década y parte de la siguiente, y que se financió tanto con recursos del propio Colegio como de la Fundación Rockefeller y el Banco de México, fueron los diez voluminosos tomos de la Historia Moderna de México.
Siguiendo el testimonio de Francisco R. Calderón con el que los autores de nuestra Memoria enriquecen el análisis de este período –Calderón fue parte del equipo de Cosío Villegas en su «taller»–, observamos que la perspectiva global de los trabajos del seminario se definían con arreglo al criterio siguiente: tanto la época prehispánica como la virreinal, hasta 1821, fueron etapas sólo de gestación de la nación política mexicana en su sentido moderno; desde 1821 hasta 1867, la organización de México siguió manteniendo a juicio de Cosío una estructura «colonial». Fue sólo a partir del triunfo de la República contra el Imperio de Maximiliano cuando se consolida la estructura moderna de gobierno en un sentido liberal.
El período moderno de México analizado, 1867-1911, fue dividido en dos partes, a saber: «La República Restaurada», de 1867 a 1877, período caracterizado por los intentos de poner en práctica los preceptos de la constitución de 1857; y el período de «El Porfiriato», etapa de conservación de la forma republicana y de democracia constitucional pero anudada políticamente en torno de una dictadura personal. La perspectiva analítica constaba de tres planos: el político, el económico y el social.
Además de Francisco R. Calderón, por el taller de Cosío Villegas pasaron Emma Cosió Villegas, Guadalupe Monroy y Armida de la Vara de González, quienes colaboraron con Luis González en el estudio de la vida social de la República Restaurada; Floralys Sánchez Caballero, quien se abocó al estudio de la política ferrocarrilera de Lerdo; Rafael Izquierdo, quien hizo lo propio con el desarrollo de los caminos en el tomo económico de la República Restaurada; y Guadalupe Nava, quien estudió el desarrollo de la minería durante el Porfiriato.
El radio de alcance de todas las investigaciones era amplísimo: agricultura y ganadería, comercio interior y exterior, hacienda pública, moneda y banco, estadísticas económicas y sociales, &c.
La Historia Moderna de México, coordinada por Daniel Cosío Villegas, en definitiva, es sin duda ninguna, al día de hoy, referencia obligada para todo aquél que quiere incursionar en el estudio del período que abarca. Las polémicas que en su momento se suscitaron entre historiadores y críticos estuvieron a la altura y tuvieron el tono de la capacidad y la personalidad de quien dirigió ese extraordinario e histórico taller.
7. Final: el estilo personal de gobernar de Daniel Cosío Villegas
Terminamos esta segunda etapa del curso de El Colegio de México constatando tanto el calibre de la nómina de estudiantes que a la postre descollarían dentro de la intelligentzia nacional, como la multiplicidad de actividades y publicaciones que en la década de los 50 tuvieron efecto.
Del grupo de becarios «notables», los autores destacan, entre otros, a Juan José Arreola, Huberto Batis, Fernando Benítez, Emmanuel Carballo, Luis Cardoza y Aragón, Luis Cernuda, Alí Chumacero, Ricardo Garibay, Jorge Hernández Campos, Tomás Mojarro, Augusto Monterroso, Marco Antonio Montes de Oca, Angelina Muñoz, Octavio Paz, Alejandro Rossi, Juan Rulfo y Tomás Segovia.
Por cuanto a las publicaciones, la Nueva Revista de Filología Hispánica continuó siendo publicada, mientras que la revista Historia Mexicana ve la luz, por obra de Cosío Villegas, en 1951 y como parte de su «taller». En 1960, Cosío crea también Foro Internacional, famoso órgano de difusión del Centro de Estudios Internacionales, que nace en 1961.
Por otro lado, se publican libros como el Juan de Mena, de María Rosa Lida de Malkiel (1950), Liberales y románticos, de Vicente Llorens (1954), El tributo indígena en la Nueva España durante el siglo XVI, de José Miranda (1952), Alabanzas, conversaciones (1915-1955), de Roberto Fernández Retamar (1955), Libertad bajo palabra (1949) y Semillas para un himno (1954), de Octavio Paz, las Acatas oficiales del Congreso Constituyente (1856-1857) y la Historia del Congreso Constituyente (1856-1857), en 1957 o el Diario personal (1855-1865) de Matías Romero.
* * *
Pero terminamos también el análisis de esta etapa llamando la atención sobre la notoriedad del cambio de perspectiva que la subida de Daniel Cosío Villegas a la presidencia del Colmex trajo consigo; una notoriedad que nos permite jugar un poco con las palabras al constatar que, según los testimonios, el de don Daniel fue un muy particular y duro estilo personal de gobernar (Cosío Villegas habría de escribir años después un duro libro de crítica dirigido contra el presidente Luis Echeverría al que tituló, precisamente, El estilo personal de gobernar).
En efecto, en las postrimerías de la vida de Alfonso Reyes, Cosío Villegas, intentando regresar a las tareas administrativas tras el alejamiento al que lo obligó su tarea de historiador y los compromisos asumidos por actividades de índole pública y diplomática, quiso forzar demasiado las cosas proponiendo en 1958, en carta a la Junta de Gobierno, que su retorno a las tareas administrativas no fueran ya como segundo de abordo sino como cabeza de la institución. Expresadas así las cosas ante un Alfonso Reyes en estado claro de debilidad –y, de hecho, a dos años de su muerte– la animadversión de los miembros de la Junta no se hizo esperar.
La salida, no obstante, fue la de crear una posición ad hoc, la de «director», para que Cosío pudiese incursionar ya en calidad de presidente sui generis de la Junta de Gobierno. La ratificación del cargo por la Asamblea de Socios Fundadores se registró el 30 de enero de 1959, a 11 meses de la muerte de Alfonso Reyes. No obstante lo cual, muchos miembros de la Junta de Gobierno, como Jaime Torres Bodet (representante de la Secretaría de Educación Pública), como Arnaldo Orfila Reynal, por parte del Fondo de Cultura Económica, y otros, no volvieron a las reuniones anuales o de plano renunciaron, como Eduardo Villaseñor, sino hasta 1963, año en que es elegido presidente de El Colegio don Silvio Zavala.
Pero, con todo, Cosío, una vez nombrado «director» del Colmex, le abre paso, en efecto, a su estilo personal de gobernar y, acaso en consonancia con sus lecturas platónicas, toma la decisión de «expulsar a los poetas», entre ellos, ni más ni menos, Octavio Paz.
En carta del 7 de octubre del 58, Paz habría de enterarse de las nuevas directrices administrativas de El Colegio en el siguiente tenor:
‘Mi querido Octavio: Supongo que ya habrá llegado a sus manos la carta de don Alfonso Reyes del 19 de agosto, anunciando mi nombramiento como Director del Colegio.
Esto me excusa de explicarle que le escribo estas líneas para contarle que debo preparar para nuestra Junta de Gobierno un informe sobre la situación actual del Colegio, sobre todo con vistas a las actividades del año próximo. He de confesar, sin embargo, que no he encontrado en nuestros archivos ningún documento que indique si la beca que recibe usted desde 1954 se entendió como un auxilio temporal para salvar alguna mala racha, o si la suerte de ella está ligada a algún trabajo concreto cuyo término esté próximo, o si debe entenderse como indefinida, y, en ese caso, a cambio de qué actividad se entiende su concesión y mantenimiento.
¿Quiere Ud., por vida suya, darme esta información? Muy agradecido, Siempre suyo. Daniel Cosío Villegas, Director.’{23}
A pesar de las justificaciones de Paz, dando cuenta de la obra poética a la que se había abocado en todo ese tiempo, Cosío no quitaba el dedo del renglón sabiendo perfectamente bien que los 600 pesos a los que tanto Paz, como Cernuda, Rulfo y Arreola, tenían derecho, equivalían al salario de activos investigadores y que superaba de hecho el monto de las becas convencionales. A la postre, las becas para literatos fueron suspendidas, y quienes estuvieran dedicados a las labores literarias tendrían que someterse a los rigores académicos y de investigación del Centro de Estudios correspondiente, el de estudios Filológicos.
La perspectiva de Reyes, a saber: investigar, escribir y publicar libros, era desplazada por una perspectiva más pragmática, la que Cosío Villegas tenía ya perfilada de tiempo atrás y a la que poco a poco fue deslizando como criterio general: volver a la docencia, preparar cuadros intelectuales para el gobierno en áreas estratégicas como las relaciones internacionales, la economía y la demografía, potenciar el cultivo de las ciencias sociales y las humanidades y, en definitiva, convertir al Colegio en una institución universitaria de alto nivel. En 1962 el objetivo se logra y, por decreto del presidente Adolfo López Mateos, le es otorgado al Colmex el estatuto de institución universitaria que lo facultaba para expedir grados académicos propios.
En 1961, nace un nuevo Centro, el de Estudios Internacionales, bajo la dirección de Francisco Cuevas Cancino. Una nueva camada de becarios recibe la encomienda de decantarse hacia nuevas líneas de especialización: Mario Ojeda (futuro presidente del Colmex), se habría de especializar en el estudio de Estados Unidos; Rafael Segovia, en el de Europa Occidental; y Roque González Salazar, en el de la Unión Soviética.
Por cuanto a la Historia, Daniel Cosío Villegas impulsa la continuidad en las investigaciones y propone dar el paso siguiente y abocarse al estudio de la fase contemporánea de nuestra historia, la de la Revolución, e instaura el «Seminario de historia contemporánea». Los investigadores eran estos: Eduardo Blanquel, Luis Cossío, Lilia Díaz, Georgina Estrada Sagaón, Lucila Flamand, Angelina Garza González, Luis González, Moisés González Navarro, Enrique Lombera, José Miranda, Guadalupe Monroy, Luis Muro, María de la Paz Peralta, Fernando Rosenzweig, Josefina Z. Vázquez (coautora de la Memoria que estamos reseñando), María del Carmen Velásquez y Fernando Zertuche.
Como una locomotora, según observamos, Cosío Villegas, durante su breve presidencia de 1960 a 1963 y arrastrado acaso por una suerte de desesperación vasconcélica (la idea fue acuñada por el propio Alfonso Reyes), fundó un nuevo Centro de Estudios y proyectó la creación de uno más: el de Estudios Económicos y Demográficos; renovó el Centro de Estudios Históricos y potenció su dinamismo; recreó el antiguo Centro de Estudios Filológicos bajo la nueva forma de Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios; cambió, quitó, renovó, movió, expulsó, se peleó, creó... y catapultó, en definitiva, al Colegio hacia nuevas alturas: las propias de una verdadera institución de Altos Estudios, una de las más notables tanto de México como del continente y el mundo.
En el fondo de todo, nos parece que ese notorio cambio de perspectiva, de ese drástico cambio de velocidad en todo cuanto se hizo, de ese muy acusado y severo estilo personal de gobernar, no era en absoluto el resultado de una burda ambición personal o de una simple desesperación psicológica; era algo más: se trataba de la corroboración de una incomprensión histórica, generacional, que abría un abismo entero entre Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, un abismo que apresuró siempre a don Daniel, porque al parecer, para él, todo momento fue siempre un momento en donde no había tiempo que perder; porque Cosío Villegas acaso fue de ese tipo de personas para las que toda época es una época de urgencias fundamentales y de crisis por que él mismo es quien la vive con urgencia y como una crisis; porque Cosío Villegas fue, por tanto, una persona fundamental:
Usted no se dio cuenta, estoy seguro, de nuestra verdadera naturaleza. Es muy distinta a la suya, a la de la gente con quien ha tratado y vivido toda su vida. El estrago que en nosotros ha producido la Revolución ha sido definitivo. No somos, de veras, como los demás, como usted es.
Daniel Cosío Villegas a Alfonso Reyes
23 de Junio de 1925.
Notas
{1} Testimonios de una amistad. Correspondencia Alfonso Reyes/Daniel Cosío Villegas (1922-1958), México, El Colegio de México, 1999, pp. 32-33. Cosío Villegas se refiere en la carta, entre otros, a Manuel Rodríguez Lozano, pintor genial, contemporáneo de los muralistas, pero antagonista y crítico decidido de esa corriente estética; Vicente Lombardo Toledano, ideólogo marxista y sindicalista fundamental; y Diego Rivera.
{2} Ibid., p. 45.
{3} La Casa de España y El Colegio de México, Memoria, 1938-2000, pp. 148-49.
{4} Extracto del «Acta constitutiva», de 1976, pp. 655-656, de El Colegio, que los autores registran en la página 136 de la Memoria que estamos comentando.
{5} Estas palabras aparecen en las páginas 177 y 178 de las Memorias de Daniel Cosío Villegas, editadas en 1976 por Joaquín Mortiz, y que a su vez lo hacen en la Memoria que comentamos en la página 175.
{6} Este desplazamiento de la UNAM, en cuanto a la formación de élites dirigentes, no deja de parecernos paradójica, pues, a nivel internacional, la Universidad Nacional sigue apareciendo como la más importante no ya sólo de México sino de toda Iberoamérica; el desplazamiento aludido, entonces, obedece, más que a criterios académicos o científicos, a criterios estrictamente político-ideológicos.
{7} La verdadera Nueva Alianza que representa este partido, es la fraguada por un grupo de entusiastas y ambiciosos líderes políticos juveniles del ITAM, todos ellos perfectamente modernos y democráticos, y envueltos en una ideología viscosa y oscura –mostrando, según nuestro parecer, que les da lo mismo, con tal de estar en el poder– con una de las figuras más representativas del viejo régimen del PRI: la profesora Elba Esther Gordillo y su poderosísimo sindicato de trabajadores de la educación. En la cúpula dirigente de esta agrupación, aparece un sujeto aún más abyecto: Jorge Kahwagi, joven empresario adinerado, analfabeto político y bufón de la vida pública –también es boxeador y participante en programas de «talk show»–, que ofrece un retrato del nivel político de este país propio de una república de octava categoría.
{8} Silvio Zavala, Conversación autobiográfica con Jean Meyer, en Historiadores de México en el siglo XX, compilado por Enrique Florescano y Ricardo Pérez Monfort, FCE/CONACULTA, 1996, p. 322.
{9} Agustín Yánez (1904-1980), originario de Guadalajara, Jalisco, fue un prolijo escritor, contemporáneo, valga la redundancia, del así llamado grupo literario de «los Contemporáneos» (Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Salvador Novo y Jaime Torres Bodet, entre otros). La revista Bandera de Provincias, de 1929, fundada por él y Alfonso Gutiérrez Hermosillo, entre otros escritores jalicienses, y con una acusada influencia de la Revista de Occidente de Ortega, fue precisamente el par tapatío (de Guadalajara) de la revista Contemporáneos, editada en la ciudad de México por el grupo que llevaba el mismo nombre. La discrepancia fundamental entre estos dos grupos, descansaba en la diferencia de inclinaciones estéticas: los Contemporáneos se decantaron, en términos generales, hacia una perspectiva ordenada según el principio del «arte por el arte», mientras que Bandera de Provincias, y Yánez a la cabeza, lo hicieron hacia una perspectiva de cuño «realista», aunque en modo alguno socialista. Yánez incursionó, en fidelidad a la implantación política y social de sus coordenadas estéticas y literarias, en política, y fue gobernador de su Estado, Jalisco, y posteriormente Secretario de Educación Pública. Jaime Torres Bodet, del grupo de Contemporáneos, incurrió también en política y fue uno de los más destacados funcionarios que México ha tenido.
{10} La Casa de España... Memoria, p. 161.
{11} Ibid., p. 160.
{12} Historiadores de México en el siglo XX, p. 319.
{13} Ibid., p. 320.
{14} La Casa de España... Memoria, p. 214.
{15} Leopoldo Zea, El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, FCE, 1988, p. 20.
{16} Francoise-Xavier Guerra, Modernidad e independencia, pp. 11-12.
{17} Registro de las Memorias de Cosío Villegas que aparecen en la Memoria que aquí reseñamos en la página 230.
{18} La Casa de España, p. 233.
{19} Ibid., p. 233.
{20} Ibid., p. 233-34.
{21} Ibid., p. 241.
{22} Ibid., pp. 246-247.
{23} Ibid., p. 293-94.