Gustavo Bueno, Sobre las élites de periodistas en la democracia coronada, El Catoblepas 68:2, 2007 (original) (raw)
El Catoblepas • número 68 • octubre 2007 • página 2
Gustavo Bueno
Se ensaya la delimitación de una élite de periodistas que a nivel nacional
se habría ido formando en España en los últimos años
de la democracia coronada de 1978
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Entendemos aquí por «periodistas» (ateniéndonos a un criterio lo más objetivo posible, y con alcance indudable en el proceso de formación de las élites a las que nos referimos) a los «periodistas facultativos», es decir, a todos aquellos profesionales que tienen el título de licenciados o doctores en una Facultad de Ciencias de la Información.
Es cierto que también son considerados como periodistas aquellos que colaboran habitualmente, durante años, en los medios (prensa, radio, televisión), aunque no tengan el título facultativo; pero en el proceso de formación de élites que analizamos, la condición de periodista facultativo parece haber desempeñado un papel decisivo.
En años anteriores (y no sólo anteriores a la creación de las Escuelas o Facultades de Periodismo) las élites de quienes aparecían a escala nacional (no ya a escala provincial, regional o autonómica) en la prensa, en la radio e incluso en la televisión, como «inductores de opinión», no estaban necesariamente formadas por «profesionales» del periodismo, sino por ensayistas, dramaturgos, novelistas (Unamuno, Ortega, después Pemán, o Pérez de Ayala, más tarde, Cela, Aranguren...), más o menos profesionalizados en los medios.
Pero en los años más recientes de la democracia de 1978 (podríamos tomar como fechas convencionales de referencia, en el exterior los años noventa del siglo pasado, los del entorno de la caída de la Unión Soviética, y en el orden interior la cristalización del Estado de las Autonomías y la generalización de internet) la presencia habitual en los medios de agentes no profesionales se habría ido restringiendo. Se diría que las élites a escala nacional a las que nos referimos han ido cristalizando entre periodistas facultativos que, además, suelen estar conscientes y orgullosos de su condición (con frecuencia aluden a esta su condición, a la que atribuyen un alcance deontológico y ético), y no sin motivos.
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Hay que tener en cuenta que la materia sobre la que trabajan estas élites es universal, aunque circunscrita, generalmente, a la actualidad presente constituida por «las noticias»: por ello la materia política (nacional o internacional), pero también la económica, los sucesos sociales o militares, la «cultura», la ciencia o la historia, forman parte de esta materia, pero siempre que aparezcan con un determinado «coeficiente de novedad» o de noticia. Por ejemplo, si se habla de Tutankamón no será tanto a título de episodio de la historia sistemática del Egipto faraónico, sino porque una exposición en un museo de Madrid o de Londres ha traído la novedad de la presencia de su momia; si se habla en los medios del teorema de Fermat, no será desde la perspectiva de la teoría de los números, sino porque Andrew Wiles recibió el Wolfskehl Prize el 27 de junio de 1997.
Mientras en la época anterior al proceso de cristalización al que nos referimos los inductores o líderes de opinión no utilizaban metodologías específicas, sino más bien los procedimientos propios del ensayo, los periodistas facultativos utilizan metodologías mucho más definidas, más próximas a las metodologías científicas propias de jueces, historiadores, científicos, sociólogos de campo o policías científicos. Evitando la prolijidad acaso fuera suficiente caracterizar esta metodología como condicionada por la «constatación de datos» en la que se apoyan las opiniones, e incluso la reducción de esas opiniones a esta constatación selectiva, eso sí, de datos pertinentes y oportunos. Lo que implica un conocimiento constantemente actualizado y preciso de la historia política reciente (nacional o internacional) –con nombres propios de ministros, fechas y detalles de presupuestos, de incidentes–, un conocimiento de la marcha de la Bolsa nacional o internacional, del estado de las autopistas, de las cifras últimas del precio del barril de crudo, de las estadísticas del paro, de inmigrantes o de la producción metalúrgica o cementera.
El dominio de todos estos saberes sobre la «situación de las cosas en el presente» (un presente que suele incluir, por lo menos, los últimos diez años), constituye seguramente el principal criterio objetivo de la exclusión, en el proceso de cristalización de estas élites, de personas no profesionalizadas en esta metodología, y que, a lo sumo, sólo intervienen en los «corros profesionales» a título de invitados ocasionales (como expertos o a veces como figuras ornamentales a quienes se les respeta, pero sin hacer demasiado caso a sus «ocurrencias»).
La formación de estas élites no habría consistido, por tanto, únicamente en un proceso gremial, en el cual un grupo de profesionales hubiera buscado cerrar filas, bloqueándose endogámicamente, para defender su columna, su tribuna, o su lugar en la tertulia, frente a los intrusos sin título, por eminentes que éstos sean. Se trataría más bien de un proceso, sin duda gremial, pero que ha desarrollado en el mismo curso de su gremialización unas metodologías objetivas características, que excluyen de la élite a quien no las posea, y no tanto por carecer de un título, sino precisamente por el hecho de no poseerlas y, por tanto, de resultar incapaz de «engranar» con la escala de asuntos que constituyen la materia sobre la que trabajan las nuevas élites.
En cualquier caso, la influencia de estas élites periodísticas en el resto de los periodistas profesionales (cuya actividad quedaría circunscrita al ámbito regional, autonómico o local) es muy grande y creciente. Quien más, quien menos, desde su medios locales, regionales o autonómicos, procurará homologarse con los métodos de las élites, en la medida de lo posible (por ejemplo, en la medida en que la escala local o nacional de las novedades de las materias tratadas lo permita).
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El proceso de cristalización de estas élites profesionales de periodistas no sólo se ha producido en lo que suelen llamarse campos generalistas, sino también en campos especializados, sobre todo los de materia deportiva o los de materia «del corazón».
La metodología de los inductores de opinión en estos campos (cuyo alcance es seguramente eminentemente ético y moral) alcanza una precisión y sutileza sorprendentes, casi de orden policiaco o judicial (como cuando se habla de la situación de Raúl en la selección nacional de fútbol, o de la boda de hijo de la baronesa Thyssen: cada profesional trae a su crónica, a su comentario, a su tertulia, la última noticia más reciente que implica un contacto directo con la propia baronesa o con alguna «fuente» de su círculo más cercano). Los tiempos en los que Wenceslao Fernández Flórez hacía crónicas de fútbol y se inventaba sobre la marcha el concepto de vicegol, incluso los tiempos de las crónicas que Luis Carandell hacía sobre las sesiones de las Cortes, ya han pasado.
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Cabría suponer que la metodología de las nuevas élites periodísticas, dada su proximidad a las metodologías judiciales, policíacas o científicas, ha transformado a los periodistas de élite, si se admite la paradoja, en una especie de agentes de producción de «opinión científica». O al menos, de una opinión neutral, libre de valoración (en el sentido de Max Weber), o incluso libre de ideología.
Pero esto no es así, como lo demuestra el hecho de la distribución misma de estas élites en las cadenas de medios de comunicación (prensa, radio, televisión, internet), que aunque suelen presentarse como independientes, están siempre ideológicamente polarizados según las ideologías de primer orden, como las llamaremos, principalmente políticas o confesionales, de los citados grupos de comunicación. Polarizaciones ideológicas determinadas a veces por su adscripción a partidos políticos o simplemente a financiaciones puntuales bien definidas por empresas, bancos y, por supuesto, gobiernos partidistas (municipales, autonómicos, nacionales).
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Lo más interesante, sin embargo, es que por encima de estas ideologías de primer orden, que diferencian unas élites de otras –incluso que diferencian unos canales de televisión de otros, unas cadenas de radio respecto de otras, o unos grupos de prensa respecto de otros–, se habría ido formando también una nebulosa ideológica común, una ideología de segundo orden, cuya naturaleza es propiamente filosófica, aún cuando no siempre se llama así. Sin embargo, con frecuencia creciente, los periodistas aluden explícitamente a los contenidos de esta nebulosa, que no perciben por supuesto como tal nebulosa, como constitutivos precisamente de «su filosofía». Más aún, el hecho de considerar como propias de su filosofía a sus opiniones mundanas, evita a la élite interesarse por los análisis filosóficos que se mantienen en la tradición académica o escolástica, y a los que ni siquiera considerarán.
Por supuesto, la que críticamente llamamos «nebulosa ideológica» no es percibida «desde dentro», como decimos, como tal nebulosa ideológica, sino como una bóveda de claridad y actualidad deslumbrante que ilumina principios tenidos por evidentes, por no decir axiomáticos.
No vamos a suscitar aquí la cuestión de las causas o razones por las cuales se ha ido tejiendo esta nebulosa ideológica (con los contenidos que intentaremos señalar, y no con otros), común a las élites periodísticas de las que hablamos. Probablemente ello tiene que ver con motivos funcionales, relacionados no sólo con lo que algunos denominan lo «políticamente correcto» (porque en rigor habría que llamarlo «filosóficamente correcto»), sino sobre todo con el mismo funcionamiento de las élites enfrentadas ideológicamente en primer grado, en tanto que esta nebulosa constituye una «plataforma nematológica» común, en la que se asentarían los miembros de estas élites para poder seguir manteniéndose como tales en sus debates con las otras élites (diferenciadas de ellas en el primer grado), dentro de un orden y subsistiendo como tales élites.
Lo cierto es que si estos diagnósticos son correctos, habría que considerar a las élites periodísticas de las que hablamos como las verdaderas fuentes de las que se nutre la filosofía mundana del presente: esta filosofía no procede, al menos directamente, ni de las universidades, ni de las empresas editoriales, ni de los grupos y partidos políticos, sino de estas mismas élites que acaban actuando en los propios medios de comunicación, y ofrecen al público democrático el sistema ideológico de coordenadas que necesita para mantenerse dentro del statu quo político, económico, cultural o religioso.
Nos arriesgamos a seleccionar algunos temas constitutivos de esta nebulosa ideológica, que envuelve a las élites periodísticas españolas de nuestros días, que la perciben desde dentro como conformante de principios luminosos que llegan a no admitir sombra alguna de incertidumbre o de duda.
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Ofrecemos una primera selección de doce temas ideológicos que constituirían la trama de esta nebulosa ideológica. Utilizamos el término «temas» –y no «principios», «axiomas», «postulados», «normas», &c.– entre otras cosas porque no siempre están formulados explícitamente como tales, en el sentido en el que utilizó este concepto el antropólogo Morris E. Opler, en su metodología para el análisis de diferentes «círculos culturales» mediante la determinación de ciertos temas culturales o temas propios de un círculo cultural dado (como pudieran serlo los «temas culturales» de la cultura zuñi o los «temas culturales» de la cultura chiricahua apache).
Nuestro intento es determinar algunos «temas culturales» de esa capa de nuestro círculo cultural constituida por las élites de periodistas profesionales.
Tema 1. Humanismo
El llamado humanismo, desde luego no bien definido, que supone la realidad del hombre universal como valor supremo, tal como se detalla en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, es uno de los temas culturales más característicos disueltos en la selección y argumentación de materiales de los que se ocupa la élite de referencia.
El «tema humanístico» excluye de la nebulosa cualquier duda que pueda suscitarse sobre asuntos concernientes al racismo, a la desigualdad de sexos (de género), &c. La nebulosa ideológica humanista condenará enérgicamente opiniones procedentes de investigadores científicos, incluso si son premios Nóbel, de signo racista, como recientemente lo advertimos en la reacción contra las opiniones de James Watson, sobre la supuesta inferioridad intelectual de los negros respecto de los blancos. La élite no entrará en absoluto en el debate científico que pueda existir en torno a esta cuestión; sencillamente considerará estos debates como indecentes e incompatibles con el humanismo democrático (a la manera como, en otros tiempos, se consideraba indecente cualquier discusión sobre la divinidad de Cristo) .
En la nebulosa ideológica que analizamos figura también, como derivación importante del humanismo, la recusación incondicional de la llamada «pena de muerte», como institución propia de sociedades bárbaras y no democráticas (se considerará como una «penosa excepción» a la democracia de los Estados Unidos del Norte de América).
Tema 2. Pacifismo
La nebulosa ideológica contiene entre sus hilos al pacifismo, y se opone a cualquier forma de violencia, asumiendo la Paz como único criterio que justifica, en última instancia, cualquier acción política. Por ejemplo, la condena del terrorismo estará fundada en razones pacifistas humanitarias más que en razones políticas (las críticas contra el terrorismo de ETA o de la yihad se fundarán en lo que tengan de conculcación de los «derechos humanos», más que en lo que representen de peligro para España). El enfrentamiento entre la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT, presidida por Francisco José Alcaraz, que agrupa principalmente a víctimas de ETA y del GRAPO) y la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo (presidida por Pilar Manjón), polarizadas respectivamente en torno al PP y al PSOE de Gregorio Peces Barba-Zapatero, tiene que ver este tema ideológico del pacifismo.
El tema de la Paz estará presente –como filtro de la nebulosa ideológica– incluso en circunstancias en las cuales la disposición para la violencia parece evidente. Por ejemplo, la intervención armada (aunque fuera a título de apoyo a los Estados Unidos en Irak) de España en Irak, o más tarde en Bosnia o en Afganistán, será interpretada siempre como intervención con fines pacíficos, sin perjuicio de la redundancia que esta justificación implica cuando se tiene en cuenta que toda guerra tiene siempre como fin la Paz, es decir, la Paz de la Victoria. Asimismo, una carga policial contra un grupo de manifestantes, de okupas, de kale borroka, o simplemente de habitantes de viviendas en desahucio, no será considerada como violencia. La nebulosa ideológica pasará por alto del tratamiento que en los museos de pintura o de escultura se dará a genocidas tales como Carlomagno o Tamerlán (se exceptúa a Hitler o a Stalin).
Tema 3. Constitucionalismo democrático y Estado de Derecho
Este tema ocupa un lugar destacado en la nebulosa ideológica. Los debates entre las élites tienden a mantenerse dentro de la Constitución democrática vigente, lo que hace que muchos periodistas se aproximen a las posiciones de un formalismo jurídico radical. Todo aquello que pueda ser justificado por la «legalidad vigente» (por ejemplo, los acuerdos del Parlamento cuya mayoría resulte de coaliciones con partidos marginales) será democrático y bueno; lo que no se ajuste a esa legalidad vigente será poco democrático, y en consecuencia, malo. Si por ejemplo el debate gira en torno a la monarquía española actual, las justificaciones girarán principalmente en torno al carácter constitucional de la institución monárquica.
Por otra parte, el Estado de Derecho tenderá a interpretarse como un sistema que actúa en nombre de la ley, asumida por la «conciencia cívica», y que tiene como garantía el «peso de la ley», expresión que se repite una y otra vez, sobre todo por los periodistas que condenan con mayor energía el terrorismo o la violencia. Pero sin entrar en detalles sobre la involucración que el «peso de la ley» tiene con la violencia, vinculada necesariamente a la ejecución de sentencias de los tribunales. A este «tema» de la nebulosa ideológica pertenece el principio de reforma, incluso revolucionaria, de la Constitución, siempre que esta reforma proceda «de la Ley a la Ley», con absolutamente evitación teórica, por supuesto, de cualquier tipo de violencia.
El adjetivo «democrático» será utilizado por las élites como prueba para legitimar o justificar cualquier institución, decisión o acontecimiento histórico. Los acuerdos de la ONU respecto del envío de tropas al Irak, o cualquier otra decisión, se acatarán por ser democráticos (aunque la democracia de la Asamblea General sea meramente procedimental); la Revolución de Octubre de 1934 se justificará hoy por «la izquierda» porque sus dirigentes (algunos supervivientes, como Santiago Carrillo), aunque en su tiempo intentaron instaurar, mediante un «golpe» contra el Gobierno de la II República burguesa, una República bajo la dictadura (poco democrática, por tanto) del proletariado, en los tiempos de la transición hacia la Constitución de 1978 apoyaron a la nueva democracia y lavaron su pasado golpista, hasta tal punto que la memoria histórica del presente habrá podido ya olvidar la naturaleza golpista de su fracasada revolución (por supuesto, los nombres de los golpistas del 34, que figuran como rótulos de calles, plazas o parques en nuestros días, no figuran en las listas en las que figuran los nombres de los «golpistas del 36», sometidos, por la Ley de Memoria Histórica, a la damnatio memoriae).
Tema 4. Derecha e izquierda
La distinción entre la derecha y la izquierda –distinción que cada vez más, acaso por inercia negligente, se pone en correspondencia con la distinción entre conservadores y progresistas– se considerará como un principio estructural casi axiomático de nuestra sociedad, como consecuencia del apresamiento de la nebulosa ideológica por el que hemos llamado El mito de la Izquierda.
Suele darse por sobreentendida (a veces se dice: «como modo de hablar») la equivalencia de la derecha y de «los conservadores», y la equivalencia de la izquierda y «los progresistas», al analizar por ejemplo la composición de los magistrados del Tribunal Constitucional o del Tribunal Supremo. Con la consecuencia de calificar de progresistas a quienes se inclinan por la defensa de los nacionalismos contemporizadores con el secesionismo, y conservadores, con un matiz claramente peyorativo, a quienes defienden la unidad de la Nación española, pero sin pararse a pensar un momento sobre la complejidad de la idea de Progreso.
Tema 5. Valores y «puestas en valor»
La nebulosa ideológica (sin pararse a investigar la génesis del concepto de valor, en la «teoría de los valores») se acoge a la idea de los valores como entidades objetivas de curso legal (entidades disociadas, en principio, de las virtudes, de las normas o de los intereses). Entidades a las que hay que ajustarse en virtud de su propia vigencia (como hay que ajustarse al hecho de los valores de la bolsa). Por ello, cuando se habla –en campañas a las que a veces se confiere la categoría de empresas sociales, culturales y políticas renovadoras– de la «puesta en valor» (según la vieja denominación de Müller-Freienfels) de algo, se supondrá que este valor ya preexiste (es decir, que no va a convertirse en valor precisamente por la operación de «puesta en valor»), y que de lo que se trata es de ponerlo de manifiesto. Se dejará de lado todo lo que tiene que ver con el enfrentamiento o conflicto de valores, y de cómo toda «puesta en valor» supone la disposición para aniquilar los valores contrarios (los contravalores respectivos).
Entre los valores que más brillo alcanzan en la nebulosa ideológica figuran los valores éticos, sin necesidad de entrar, en ningún momento, en el análisis de su naturaleza, de su diferencia y conflicto con los valores morales, políticos o estéticos. Se darán por intangibles los valores de la solidaridad (también sin definir), los valores de la tolerancia o los valores de la educación (también sin diferenciar si se trata de una educación en ikastolas, en madrasas, o en centros privados o públicos).
Tema 6. La Cultura
En la nebulosa ideológica que analizamos figura «la Cultura» como norma, justificación y finalidad última de la sociedad humana. La nebulosa ideológica acepta como justificación definitiva de cualquier empresa, contenido o realidad todo aquella que tenga que ver con la Cultura, tomada en un sentido axiológico totalmente confuso y circunscrito de hecho a ciertos valores convenidos (por los Ministerios de Cultura, las Consejerías o las Concejalías de Cultura). La nebulosa ideológica dispensará un trato de favor a todo aquello que tenga que ver con la cultura, nacional o internacional, autonómica o regional. Los «valores culturales» son de hecho los valores supremos, junto con los valores éticos. La nebulosa ideológica se muestra también aquí prisionera de El mito de la Cultura.
Tema 7. La Felicidad
La felicidad es uno de los términos y criterios más indiscutidos en la nebulosa ideológica que analizamos. «Todos los hombres, hermano Galión, quieren ser felices.» Y lo que se desea a todo consumidor de alimento, de viaje, de pintura, de deporte, de música o de fiesta municipal, es que disfrute del uso y consumo de los bienes que se ofrecen (aún cuando estos bienes disfrutables tengan la forma de una marcha fúnebre). La nebulosa ideológica se muestra también aquí prisionera de El mito de la Felicidad.
Tema 8. Cosmopolitismo
Las élites periodísticas, aunque emplazadas en la Nación (a veces, en determinadas comunidades autónomas) se sienten viviendo en una sociedad cosmopolita, o desde una ciudad cosmopolita, que en ningún caso les es ajena. La sociedad cosmopolita contiene naciones y culturas diferentes, pero todas ellas se suponen integrantes de una cosmópolis armónica (con algunas excepciones, señaladas como tales, incómodas, como la cliteroctomía o el burka). Los miembros de estas élites tendrán que demostrar seguramente, de algún modo, su cosmopolitismo, y de hecho casi todos (como se cuidan de manifestar «de pasada» y generalmente de un modo indirecto –son suficientemente inteligentes para no presumir como paletos de su visita al Capitolio–) han «disfrutado» de estancias o cursos en Estados Unidos y han viajado por Europa.
Tema 9. Ecologismo y preocupación por el cambio climático
También el mito de la Naturaleza, sobre todo en la versión apocalíptica de tantos políticos del presente (señaladamente Al Gore, último Premio Príncipe de Asturias), constituye uno de los hilos fundamentales de esta nebulosa ideológica. En general muy pocos miembros de esta nebulosa entrarán en el debate científico sobre la cuestión, y ni siquiera se citarán obras recientes de divulgación sobre el asunto, como la de Antón Uriarte (Historia del clima de la Tierra, Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, 2003, totalmente agotado pero disponible en internet). Incluso miembros de la élite afines al PP considerarán desde luego las recientes declaraciones de Mariano Rajoy que ponían en duda la visión apocalíptica del cambio climático, como un «patinazo», dando por supuesto que lo era, en lugar de tratar de justificar las razones objetivas que podrían apoyar esta opinión. Las élites mediáticas se adhieren también incondicionalmente a la cruzada antitabaco, a la cruzada antinuclear o a la cruzada anti CO2.
Tema 10. Fundamentalismo científico
La nebulosa ideológica asume como norma indiscutible los resultados de las ciencias positivas, consideradas como últimos asideros para la Humanidad.
La misma utilización del término «comunidad científica», preferido y divulgado por los miembros de las élites periodísticas, podría tomarse como síntoma de este fundamentalismo científico.
Tema 11. Privacidad de la religión
Las élites de las que hablamos se mantienen en posición más bien agnóstica ante las religiones positivas, y en modo alguno, en nombre de la tolerancia, participan de campañas anticlericales o antirreligiosas.
Tienden por lo tanto a considerar las religiones como asunto privado, que hay que respetar, al modo como se respetan las preferencias personales por la cerveza o por el vino, dejando de lado la condición pública exigida por la dogmática de toda religión proselitista que obliga a los creyentes (cristianos o musulmanes) a dar testimonio público de su fe ante los demás.
Y, desde luego, se desinteresarán por cualquier análisis filosófico-antropológico de la religión, o lo considerarán impertinente, por no decir tabú. La religión es un hecho privado (a lo sumo, un hecho cultural) que hay que respetar, y que por tanto no necesita de análisis académicos de ningún tipo, ni hace falta darle más vueltas al asunto. A la élite sólo le interesarán, a propósito de las religiones, las cuestiones «noticiables» relativas por ejemplo a curas pedófilos, a negocios económicos eclesiásticos, o acontecimientos noticiosos, aún dentro de la norma, como puedan serlo las procesiones de Semana Santa, romerías como la del Rocío –en las que se repetirá mil veces, desde un punto de vista antropológico emic, la expresión «la blanca paloma»– o los asuntos relacionados con el fallecimiento o la elección de un nuevo Papa.
Tema 12. El diálogo
El diálogo y el debate es percibido por la élite como la única forma «civilizada» de plantear y resolver cualquier tipo de conflicto.
Parece obvio que este «tema cultural» tiene un funcionalismo directamente vinculado a la subsistencia gremial misma de las élites periodísticas.