José Manuel Rodríguez Pardo, Ateísmo metafísico frente a ateísmo funcional, El Catoblepas 69:9, 2007 (original) (raw)
El Catoblepas • número 69 • noviembre 2007 • página 9
José Manuel Rodríguez Pardo
Acerca de un comentario de Antonio García Ninet
al reciente libro de Gustavo Bueno, La fe del ateo
En el portal de internet de la Federación Internacional de Ateos (FIdA), asociación española con sede en Cuart de Poblet, a cinco kilómetros de Valencia, inscrita en el registro correspondiente del Ministerio del Interior el 21 de abril de 2006, aparece un artículo titulado «Gustavo Bueno, o “la exclusiva del ateísmo”», firmado por Antonio García Ninet, licenciado en filosofía por Valencia (1969) y doctor en filosofía por la misma universidad un cuarto de siglo después (1995), colaborador de revistas católicas como Pensamiento (de la Compañía de Jesús, Madrid, todavía en 2001) o Estudios filosóficos (de la orden de los Dominicos, Valladolid, todavía en 2002), aunque parece que en la actualidad ya mira desde otro prisma distinto la realidad y no se vale de tales medios de expresión, al menos para criticar el último libro de Gustavo Bueno, La fe del ateo, como comprobaremos a continuación.
El comienzo de la crítica del señor Ninet consiste en hacer memoria de las apariciones en televisión de Gustavo Bueno y constatar, en base a tales recuerdos, que ha cambiado su orientación filosófica:
«El señor Gustavo Bueno, como nos sucede a todos, ha ido cambiando con el paso de los años. A mí me gustaba escucharle cuando, hace ya alrededor de veinte años o más, le entrevistaban por televisión y respondía de forma apasionada criticando a los curas por lo que se refiere a sus supuestos conocimientos acerca del valor del Cristianismo o de la Religión en general. En aquellas entrevistas no recuerdo que mencionase para nada eso que aparece ahora en su libro acerca de "religiones primarias, secundarias o terciarias", y no por eso yo dejaba de entender lo que él decía, que en muchas ocasiones me pareció muy correcto. Ahora el señor Bueno ya tiene 83 años. Al enterarme de que había escrito un libro en el que dedicaba algún párrafo a criticar a la organización FIdA me quedé muy extrañado y por eso le pregunté a Paco Miñarro si quien había escrito ese libro era Gustavo Bueno "padre" o "hijo". Paco me respondió que no sabía si se trataba del padre, del hijo o del espíritu santo. Luego, ya me enteré de que se trataba del padre, aunque igualmente podría decir que se trataba del hijo en cuanto, como todo cambia, el Gustavo Bueno actual podía ser el resultado de un movimiento dialéctico según el cual la tesis del "Gustavo Bueno" del pasado había sido negada por la antítesis del actual "Gustavo (no tan) Bueno". Lo que desconozco todavía es cómo será la síntesis del nuevo Gustavo en cuanto, "el búho de Minerva emprende su vuelo al anochecer"... o en cuanto "los designios de la Providencia son inescrutables", como dicen los teólogos católicos ortodoxos del oeste para disfrazar su propia ignorancia y su imposibilidad de hacer congruente lo que sucede con lo que debería suceder según sus principios supersticiosos muy mal sistematizados».
Gustavo Bueno en uno de los programas de Tribunal popular
Sin embargo, poca ilustración muestra el señor Ninet sobre la obra de Gustavo Bueno y del materialismo filosófico en general. No parece haberse leído el libro que data de 1985, El animal divino, publicado precisamente «hace ya alrededor de veinte años o más», cuando el profesor Gustavo Bueno tenía esas estelares apariciones televisivas que, al rememorarlas, tanto parecen haberle impactado. Al menos, lo suficiente para no leer el libro y comprobar cómo en él la religión es estudiada en su parte ontológica como una esencia que evoluciona, desde un núcleo (la fauna del Pleistoceno que «envuelve» al hombre y que constituye los referentes reales de los númenes), un cuerpo o determinaciones de la esencia como podrían ser lugares de culto o ritos, y un curso que incluye las tres fases de la religión, primaria, secundaria y terciaria, que extrañamente echa en falta el señor Ninet cuando se remonta dos décadas o más atrás.
«Desde los comienzos de la Filosofía occidental, en el siglo VI antes de Tiberio, hasta el pasado siglo XX inclusive, los filósofos hablaban de todo lo que les parecía interesante, tanto a la hora de interpretar el mundo, como a la hora de llamar la atención acerca de la necesidad de transformarlo o como también a la hora de señalar qué medios podían ayudar para lograr una transformación beneficiosa para la humanidad y qué otros medios eran un obstáculo para lograr el fin de conseguir una sociedad más solidaria, en la que, como creía y pretendía Marx, desapareciera la explotación del hombre por el hombre y en la que la realización de la esencia humana se realizase a través de la colaboración entre los hombres y a través de la transformación de la Naturaleza, ese "cuerpo inorgánico del hombre", como la consideraba Marx, quien decía que la esencia del hombre tenía un carácter natural, en cuanto ligada a la Naturaleza, y social, en cuanto ligada a la colaboración con los demás hombres, criticando y luchando contra las distintas formas de alienación, entre las cuales se encontraba la alienación religiosa».
Resulta llamativa la referencia al «siglo VI antes de Tiberio», como si la mención a Cristo fuera una especie de tabú para este personaje. Pero lo curioso es la vaguedad con la que habla de los filósofos, que según Ninet escribían sobre todo lo que les parecía interesante para mejorar a la humanidad y realizar la esencia humana, lejos de alienaciones religiosas. Semejantes afirmaciones no pueden considerarse más que una generalidad que poca cosa dice. ¿A qué humanidad se refiere Ninet? Apenas podemos quedarnos con la referencia a Marx, cuya teoría de la alienación puede ser considerada sociológica –la de Feuerbach era de sesgo psicológico–, y que por lo tanto no profundiza en la religión, pues como el propio Ninet admite, para Marx «no eran la Religión, ni la Moral, ni el Derecho ni las instituciones políticas vigentes en la sociedad de cada periodo histórico lo que determinaba la forma de vida correspondiente, sino que era la forma de vida, los distintos modos de producción de bienes y las correspondientes relaciones económicas y sociales lo que determinaba el modo de ser de la conciencia de los individuos, su forma de entender la realidad».
Así, en el siguiente párrafo, tras constatar gratuitamente que «el señor Gustavo ha evolucionado hacia una exaltación insuperable de su espíritu apasionado sin que tal exaltación haya venido acompañada de un correspondiente aumento de su racionalidad», se extraña que Bueno distinga entre ateísmo católico o musulmán, esencial y existencial, entre otras distinciones: «¡Y yo que creía que hablar de ateísmo era simplemente hacer referencia a nuestra opinión negativa acerca de la existencia de eso a lo que llaman Dios, sean los cristianos o los musulmanes, en cuanto utilicemos un término que, aunque tengan significados no idénticos, guardan cierta semejanza en las distintas religiones!».
Pero es que precisamente lo que distingue a esas religiones «de libro» no es su afirmación del Dios monoteísta, sino su dogmática o normas reveladas. Alguien puede ser creyente musulmán pero ateo respecto al Dios del cristianismo, aquel que se encarnó en Cristo y murió crucificado. De hecho, los musulmanes niegan que Dios se encarnase en Jesús y en consecuencia la Trinidad cristiana –«No digáis tres, es mejor que desistáis», afirma el Corán–, rebajando la dignidad de Cristo a la de un profeta. Invocar el nombre de Cristo entre musulmanes puede dar lugar a serios conflictos, como estuvo a punto de sucederle al Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en la última reunión de la OPEP.
Seguidamente realiza el señor Ninet una peculiar argumentación: «Claro que, siendo consecuente con el punto de vista del señor Bueno, le podríamos pedir que nos aclarase una duda: ¿no sería igualmente "patológico" y propio de una "indocta confusión de ideas" pretender hablar de ateísmo musulmán sin tener en cuenta que existen musulmanes chiítas, musulmanes suníes y de otras muchas clases?; y ¿no sería igualmente patológico hablar de ateísmo musulmán chiíta, sin tener en cuenta si se trataba además de chiíta esencial o existencial?; y ¿no sería igualmente patológico hablar de ateísmo musulmán chiíta esencial sin precisar si nos referimos a un musulmán chiíta esencial liberal o comunista?».
Pero aquí Don Antonio, usando de un peculiar argumento ad hominem, no parece darse cuenta que los musulmanes, pese a dividirse en chiítas, suníes o wahabbitas, se caracterizan precisamente por seguir la Chía, la Sunna o las enseñanzas de Wahabb, es decir, por distintos «libros» o doctrinas, que sin embargo no presuponen una dogmática elaborada ni una iglesia, al contrario de lo que sucede con la Teología escolástica católica. Y es precisamente este aspecto el que ignora en su párrafo anterior, cayendo en una grave contradicción. Efectivamente hay distintas formas de organizar el Islam, pero todas comparten su negación de la divinidad de Cristo, por lo que son solidarias frente al cristianismo, que sí la sostiene. Son, por lo tanto, ateos respecto al cristianismo. Sin embargo, esta peculiaridades son las que precisamente ha negado Ninet previamente, intentando mediante un peculiar sofisma proyectar su propio error sobre Gustavo Bueno.
Después, continuando con sus juicios implícitos, Don Antonio supone que a quienes no conocen estas distinciones, «Se nos debería prohibir opinar antes de haber realizado cinco cursos iniciales de especialización con el señor Bueno y veinte cursos más y el doctorado correspondiente antes de obtener el permiso para opinar sobre esta cuestión tan delicada sin ser declarados herejes por el señor Bueno», para después enumerar una serie de autores desde Espinosa a Russell, sumándose así a tan notable selección de quienes, según él, «tuvieron la osadía de hablar de Dios y del ateísmo sin hacer referencia a estas distinciones cuya única excusa fue la de no haber vivido el tiempo suficiente como para recibir las enseñanzas del señor Bueno». Parece que Ninet insinúa que Gustavo Bueno se ha sacado de la manga sus distinciones sobre el ateísmo, invocando esta larga lista de autores que, al parecer, nunca la habían utilizado, en un peculiar argumento ad authoritas. Pero en su lista ignora al famoso Voltaire, a quien precisamente cita el profesor Bueno cuando se refiere a Sócrates, «el ateo que dice que no hay más que un solo Dios» (La fe del ateo, página 17). Como se muestra claramente, Voltaire sí tenía en cuenta que el ateísmo era múltiple: se podía ser ateo de los dioses griegos pero mantener la creencia en un Dios creador y ordenador del mundo.
Tras seguir con sus juicios implícitos, preguntándose de manera retórica «¿cómo se atrevieron los señores Moses Hess y Karl Marx a decir que la religión era el opio del pueblo sin especificar a qué religión se referían?!, ¡¿Como se atrevió el señor el señor Feuerbach a escribir un libro acerca de la esencia del Cristianismo sin haber especificado a qué clase de cristianismo se refería?!» [...] ¿cómo se les ocurrió a estos indoctos la barbaridad de defender el ateísmo sin especificar si ese ateísmo era simplemente óntico o era más bien ontológico?», el señor Ninet se escandaliza al descubrir que Gustavo Bueno en la página 11 de La fe del ateo pone en evidencia los principios aparentemente cristalinos de la FIdA:
«Pero al margen de la gravedad de todo lo anterior, lo que para el señor Bueno parece ser el colmo del absurdo “es que se confía gratuitamente en que «la lucha contra la religión» abra las puertas a la liberación de la humanidad, porque ven el «ateísmo como catalizador de fuerzas transformadoras» (¿de qué fuerzas?, ¿de qué transformaciones hablan?, ¿transformaciones comunistas, nacional socialistas, liberales, anarquistas...?)”».
Sin embargo, tales principios ateos que reducen la religión a las denominadas religiones de libro, no han conducido a la liberación de la humanidad, sino a su enfangamiento en creencias más irracionales y estúpidas aún, puesto que eran las religiones terciarias las que ejercían la crítica al delirio mitológico y espiritista de las secundarias. Un ejemplo de los efectos de tal ateísmo humanista lo tenemos en el caso del denominado «ateísmo científico» implantado en los países del comunismo realmente existente. En Cuba, pese a haber aplicado tales principios, no ha sido posible evitar que tres cuartas partes de los cubanos crean en la santería y el vudú. Ante tales hechos, es evidente que algo falla en esa modalidad de ateísmo. Y es precisamente su carácter sustancialista, el considerar que el monoteísmo no puede tener modulaciones musulmanas, judías o cristianas, que las dogmáticas darán igual pues la religión no deja de ser un fenómeno producto de las alucinaciones humanas (como dirían el Barón de Holbach o Feuerbach) o una institución social más, como sostendría Marx apelando a la oscura fórmula de la cámara oscura de la conciencia o reduciéndola a falsa conciencia.
Asimismo, el señor Ninet no se priva de realizar curiosos juicios de intenciones sobre el profesor Bueno:
«Sin embargo, aunque no sé si desde movimientos como el de FIdA podrá conseguirse la liberación de la humanidad, lo que sí me parece claro es que desde planteamientos tan ególatras como el del señor Bueno a lo único a que se podría aspirar con ciertas posibilidades de éxito es al triunfo definitivo de la superstición y de la diarrea mental».
Así, tras situar a Gustavo Bueno de manera demagógica y falaz –seguramente ofendido por ver cómo en La fe del ateo la FIdA es caracterizada junto a católicos, arrianos o cristianos en general– en el lado de la superstición, el señor Ninet decide explicar el ideario de su organización:
«Cuando decimos que confiamos en que la lucha contra la religión abra las puertas a la liberación de la humanidad, sin duda alguna manifestamos nuestro deseo de que esto sea así, a pesar de las dudas que podamos tener acerca de los resultados finales. Y evidentemente, aunque los resultados no puedan profetizarse, consideramos que, del mismo modo que la Filosofía surgió como una fuerza racional desmitificadora que consiguió superar muchas supersticiones en el pasado, consideramos igualmente que la religión –así, sin especificar más– está formada por un conjunto de supersticiones que tal vez no sean especialmente negativas en sí mismas, en cuanto sean una simple expresión de fantasías humanas, sino especialmente porque desde hace muchos siglos las religiones –entre ella la Católica– se han convertido un “modus vivendi” de una clase muy especial de personas –o de buitres– que se dedica a embaucar a la gente para robarle el dinero con la amenaza del Infierno en el caso de que se opongan a sus chantajes. Así sucede desde hace muchos siglos en España con la religión Católica, que ha sido utilizada por la organización de la jerarquía del Vaticano para extender su poder en el mundo mediante constantes procesos de adoctrinamiento irracional con los que se ha especializado en adormecer las conciencias, como ese “opio del pueblo” del que hablaba Marx».
La cuestión sigue latente: ¿a qué humanidad se refiere Ninet? Idéntica cuestión hemos de realizar sobre la religión: ¿a qué religión se refiere Ninet? Está claro que no son iguales la santería que el catolicismo, pues no sólo dan culto a númenes distintos, sino que están en situaciones de conflicto y absorción muy diversas. No todas las religiones son iguales, puesto que las terciarias pueden absorber a las secundarias y si bien no las elimina –la Iglesia católica necesita de «pecadores» para poder justificar su existencia–, al menos las mantiene en unos límites tolerables. Así que, desde un ateísmo funcionalista, que distingue fases de la religión en su curso, así como distintas determinaciones en su cuerpo, y no meramente sustancialista como el que defiende el señor Ninet y para la que da igual el ateísmo musulmán que el católico o que la santería, la implantación de la Iglesia católica puede ser un freno, si bien insuficiente, a las irracionales prácticas de la santería; al fin y al cabo, convertir los orishas en los santos cristianos los civiliza, pero no los elimina. Pero lo que sí está claro es que la persecución del catolicismo en Cuba no ha provocado la liberación de la humanidad, sino el rebrote de creencias muchísimo más irracionales que la católica que siempre está en el punto de mira del señor Ninet.
Y precisamente por esa fijación, no nos extraña que el señor Ninet señale el ejemplo de la Iglesia católica en España, así que podemos ser generosos en nuestro diagnóstico y considerar que cuando habla de la humanidad, se refiere a la humanidad española. No obstante, sus argumentos no dejan de ser una reedición de los mismos que utilizaba el anticlericalismo español durante el siglo XIX y XX. Anticlericalismo que no se manejaba desde supuestos ateos sólidos, sino desde una indefinición que les acercaba sin embargo a formas de culto protestantes. De ahí su marcado carácter iconoclasta, que ya hemos estudiado en nuestro artículo «El anticlericalismo y la iconoclastía durante la II República y la Guerra Civil española».
«Pues sí, señor Bueno, nosotros consideramos positiva para la gente despertarle de la pesadilla de la religión no sólo con la finalidad de animarle a disfrutar con la búsqueda de la verdad de un modo racional y empírico, sino especialmente para que los cuervos y buitres que se dedican a la rapiña y al expolio de la sociedad mediante su chantaje a individuos y gobiernos, y mediante su alianza con el capitalismo y con las diversas dictaduras, contrarias a la democracia, dejen de vivir gracias a su falta de escrúpulos a la hora de adoctrinar a niños de seis años para atrofiar su capacidad racional.»
En este fragmento, al igual que en el anterior y otros, no puede haber más peticiones de principio: se considera, desde un punto de vista puramente psicológico, a la religión (católica, seguimos suponiendo) como una pesadilla, y nuevamente se considera que tal desperezamiento del sueño dogmático religioso traerá consigo «la búsqueda de la verdad de un modo racional y empírico». Aparte de que ya hemos constatado que esto es rotundamente falso, habría que profundizar en los juicios que realiza el señor Ninet. ¿Qué tiene que ver, preguntamos nosotros, el empirismo con el materialismo histórico de Marx al que tanto se adhiere Ninet formalmente, hasta el punto de citarlo en sus formulaciones más escolares? Lo que tampoco se entiende es que la Iglesia católica pueda tener ese poder para chantajear a individuos y gobiernos. Parece como si una serie de sujetos malévolos y sin escrúpulos hubieran realizado una especie de conspiración mundial para arrebatarle el dinero y el poder que a la sociedad corresponde por derecho. Pero, ¿acaso no es la religión parte de la sociedad? Entonces, lo que habrá que analizar –antes de comenzar a realizar inanes y absurdas proclamas– son los motivos que han llevado a la Iglesia católica, o a la confesión que corresponda en cada contexto, a tener ese grado de preeminencia y de poder en la sociedad de referencia. Es decir, a utilizar el materialismo histórico que varias veces invoca formalmente el señor Ninet, pero que en su sustancia no utiliza en ningún momento.
Aparte, el señor Ninet atribuye al catolicismo de manera indiscriminada «su alianza con el capitalismo y con las diversas dictaduras, contrarias a la democracia». Pero ¿a qué dictadura se alió la religión católica? Seguramente se refiere a la dictadura de Franco, pero ¿acaso también se alió la Iglesia católica con la dictadura del proletariado defendida por el marxismo? Parece suponer el señor Ninet que el único patrón político válido es la democracia, y visto que la Iglesia católica ha sobrevivido a todas las formas de gobierno posibles, incluyendo algunas dictaduras –algo que ni siquiera se molesta en explicar por qué ha sucedido– y también a las democracias actuales, se la denuesta por haberlas apoyado y además sobrevivir en nuestra democracia coronada. Pero semejantes afirmaciones no pasan de ser lamentos de una conciencia desventurada, aparentemente capacitada para entender los problemas, pero incapaz de incidir sobre la realidad.
Y ciertamente, su incomprensión del marxismo no le priva de invocarlo formalmente, ya que en el siguiente párrafo afirma conocer la diferencia entre Feuerbach y Marx, aunque luego los cite de forma indiscriminada:
«Sabemos que Feuerbach y Marx opinaban diversamente respecto al origen de la alienación social y religiosa por lo que se refiere a cuál era causa y cuál era efecto. Pero en cualquier caso consideramos que nuestra lucha contra el enorme robo continuo de las sectas religiosas en general tiene hemos de llevarla como podamos y sepamos, sirviéndonos no sólo de la denuncia sistemática de los diversos actos de hipocresía sin escrúpulos y de la simbiosis de las religiones con el capitalismo sino también con la crítica de esas supersticiones sobre las que se montan esos repugnantes negocios en los que, con la excusa de ayudar a los pobres, la Multinacional Católica no sólo es la más poderosa del mundo sino, sobre todo, la más peligrosa para una convivencia en paz, como se ha demostrado con ocasión de tantos conflictos y golpes de estado en los que la mano de la Secta Católica ha estado presente para apoyar a los golpistas y para bendecirlos».
Aquí la Iglesia católica recibe todo tipo de adjetivos: de «secta» pasa a ser «multinacional», demostrando el señor Ninet una falta de conceptos preocupante. Pero la Iglesia católica difícilmente podría ser una secta pues no sólo no ejerce su ideario de forma clandestina y minoritaria, sino que es la moral oficial de más de mil millones de personas en todo el mundo, por no decir la continuadora de toda nuestra tradición grecolatina. Como decía Miguel de Unamuno, la Iglesia católica es Filosofía Griega y Derecho Romano. Además, no todas las religiones son solidarias del capitalismo. En China son budistas y no defienden precisamente el capitalismo liberal. En la extinta Unión Soviética, la Iglesia Ortodoxa Rusa solicitó al «golpista» Lenin que fuera su patriarca. ¿No resulta ciertamente ridículo denominar como sectas a estas organizaciones a las que se adhieren tantas personas? Tan ridículo como considerar un grupúsculo al Partido Comunista Chino.
Después, afirma Ninet que la transformación a la que se refiere la FIdA es la de la Tesis 11 de Feuerbach expuesta por Marx: «¿Sabe usted a qué clase de “transformación” se refería Marx cuando en sus Tesis sobre Feuerbach decía “los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diverso modos, pero de lo que se trata es de transformarlo?”. Supongo que, poco más o menos, sabe la respuesta sin necesidad de pedir al señor Marx que resucite para que se la explique. Podrá quizá responder usted que en el caso del señor Marx la respuesta es bastante obvia, teniendo en cuenta el conjunto de sus escritos y de su actividad». Asimismo, esto lo traduce Ninet en que la FIdA intenta contribuir «a liberar a la sociedad de todo lo que la esclaviza, como, en este caso, el oscurantismo de las religiones en general así como las fuerzas mafiosas que prosperan a costa de adormecer al pueblo y que se inmiscuyen constantemente en nuestra sociedad, interfiriendo constantemente en lo referente a nuestra legislación en todo aquello que pudiera perjudicar sus intereses económicos y apoderándose, mediante la rapiña de los donativos del estado español, de una parte de nuestro dinero para seguir engrosando las arcas del vaticano y las de sus palacios episcopales en sus sucursales situadas en España y casi todos los países de la Tierra». Pero tales afirmaciones vuelven a caer en la más absoluta vaguedad, además de no tener nada que ver con el materialismo histórico de Marx. No se puede transformar el mundo si se carece de potencia de obrar, por utilizar la expresión de ese Marx sin barba llamado Espinosa. No se puede acabar con el oscurantismo si quienes invocan esa palabra ni siquiera saben encontrar matices católicos, santeros o musulmanes en semejante oscurantismo. Si no disponemos de una teoría adecuada, si no sabemos siquiera interpretar el mundo, difícilmente podremos cambiarlo.
Sin embargo, posteriormente Don Antonio parece recular en sus afirmaciones y reconoce la incapacidad de la FIdA para acometer tan ambicioso proyecto, aunque
«Sabemos perfectamente que la transformación de nuestra sociedad en una sociedad más justa, más solidaria y sin las escandalosas diferencias entre quienes disponen de enormes riquezas y quienes apenas tienen para comer cada día no se resolverán exclusivamente mediante la actividad de la FIdA, pero en cualquier caso consideramos que nuestra actividad es útil para encaminarnos hacia ese objetivo si con nuestras denuncias y nuestro trabajo de análisis racional de la religión Católica –y de cualquier otra que nos parezca oportuno– aportamos nuestro grano de arena para concienciar a quienes todavía no lo estén del valor tan negativo de las instituciones que se apoyan en las creencias religiosas, y en esas mismas creencias por representar una forma de alienación que, como decía Feuerbach proyecta lo mejor del hombre no hacia los otros hombres sino hacia un ser imaginario e incluso contradictorio, como sucede con el Dios del cristianismo.»
Leyendo este fragmento, lo que no sabemos es cómo se va a concienciar de que Dios no existe a quien se encuentra inmerso de lleno en el sistema de creencias de las religiones monoteístas. Existen casos de apostasía entre cristianos –no precisamente por medio de la racionalidad dialógica–, pero entre otras religiones como el Islam parece imposible. Cómo concienciar a quienes están presos de un fanatismo que deja en pañales al de cualquier confesión cristiana, como se percibe en las laceraciones que los chiítas se autoaplican al conmemorar el martirio de Husein, nieto de Mahoma, en la fiesta de la Ashura. Precisamente, quienes profesan el Islam están convencidos que son dirigidos por una conciencia superior, Alá, de tal manera que sus acciones no son más que designios de Alá y ellos mismos simples instrumentos que pueden inmolarse en su nombre. Resulta verdaderamente ingenuo pensar que se puede concienciar a alguien así de que abandone su fe.
Por otro lado, nuevamente piden el principio las alusiones a la justicia o la solidaridad, mientras no se definan los parámetros desde los que se habla. Ni es posible la justicia universal ni menos aún la solidaridad universal, pues ambas siempre se aplican frente a terceros: la pena capital en Estados Unidos o China es un bien para la sociedad, que se libra del criminal horrendo, pero un mal para quien la sufre. Es un acto de solidaridad de los naturales de un país frente a terceros expulsar a los inmigrantes ilegales que se encuentran dentro de sus fronteras, &c. Aunque nada extraña que defienda estos postulados indefinidos al citar a Feuerbach y su tesis de la religión como «proyección del hombre [abstracto]».
Culmina su alegato el señor Ninet apelando a presuntas motivaciones psicológicas –«animadversión contra este grupo»–, que habrían llevado a Gustavo Bueno a realizar su crítica, al tiempo que le pide colaborar con sus objetivos y no criticar el logotipo de la FIdA –que paradójicamente tiene claras reminiscencias clericales. No sin antes acusar a Gustavo Bueno de pretender erigirse en Pontifex Maximus del ateísmo, reduciendo las distinciones que realiza el filósofo a «una especie de egocentrismo infantil». Nada de eso, señor Ninet. Precisamente, lo que aparece con meridiana claridad en La fe del ateo es la diferencia que existe entre quienes genéricamente son ateos y, sin embargo, difieren notablemente a la hora de aplicar los mismos principios.
Por eso mismo, no deja de resultar acertado nuestro diagnóstico final cuando, después de rechazar los argumentos de La fe del ateo por sus distinciones entre ateos ontológicos y terciarios, ateos musulmanes y católicos, el señor Ninet aborda una tarea más pretenciosa: Gustavo Bueno debe hacer suyos los planteamientos de la FIdA.
«¿No le parece que su tarea intelectual estaría mejor encaminada si la dirigiera hacia la denuncia contra quienes en el pasado se sirvieron de su “Santa Inquisición” y de sus “Santas Cruzadas”, y en los últimos años han bendecido los crímenes salvajes de un dictador dándoles el nombre de “Cruzada Nacional”, y se han servido y se sirven de la mentira y de la credulidad humana para su propio enriquecimiento sin escrúpulo? ¿No le parece, en cualquier caso, que ni a usted ni a nadie beneficia –como no sea a la propia secta de la Iglesia Católica– el realizar esas críticas nada constructivas contra una asociación que, aunque tenga sus imperfecciones como cualquier otra, tiene como fin primordial el de la lucha contra las supersticiones y contra quienes las fomentan como medio para enriquecerse a costa de la ignorancia que fomentan?
Sin embargo, sólo quien, en un eclipse de sindéresis ciertamente preocupante, crea a pies juntillas en la Leyenda Negra sobre la Inquisición –que han refutado con brillantez Pedro Insua y Atilana Guerrero– o quien, preso esta vez del partidismo ideológico que defiende el gobierno socialista de España, comulga con la memoria histórica parcial que fomenta este partido político, considerará como cristalino y evidente que hay que luchar contra una organización tan perversa como la Iglesia católica, amiga de genocidas [sic] y de todo lo que ha supuesto una perversión y esclavización de la humanidad [sic], y tenderá a encapsular las críticas opuestas como un intento de desacreditar a quienes, guiados por los más nobles principios del humanismo ateo, luchan contra la superstición y la ignorancia.
Pero quienes no comulguen con tales evidencias y pongan en duda ese humanismo ateo metafísico, que no se para en distinguir ni tipos de ateísmo, ni sectas de religiones, ni establece qué relaciones puede haber entre capitalismo, democracia o dictadura, tendrán en buena lógica que intervenir y poner en duda tan sublimes y metafísicos objetivos. Interpretarán tal ateísmo como metafísico, al no distinguir ni fases de la religión, ni dogmáticas ni credos. En cambio, la posición materialista será funcional, y verá que el ateísmo dista mucho de ser algo unívoco sino cambiante en función de la dogmática de referencia. Por ello, ante tal embrollo unívoco y metafísico, se hace necesario precisamente la crítica o criba de tantas peticiones de principio y mostrar que no todo es tan claro como los miembros de la FIdA suponen, sino que precisamente esa claridad de ideas de la que hacen gala es impostada, falsa, pues esconde mucha mayor oscuridad de la que ellos serían siquiera capaces de imaginar.