Gustavo D. Perednik, Metodología del sionismo cultural, El Catoblepas 73:5, 2008 (original) (raw)
El Catoblepas • número 73 • marzo 2008 • página 5
Gustavo D. Perednik
A pesar de la demonización semántica que sufre el término sionismo, se presentan los tres métodos en que se plasmó el sionismo moderno: el cultural, el diplomático y el práctico
Jacques Derrida ha puesto de relieve el modo en que los términos cobran su significado a partir de acumulaciones metafóricas, a lo largo de procesos históricos. En ese aspecto, pocos conceptos han sido más demonizados por la sedimentación de metáforas, que aquellos relativos a los judíos. Así, las palabras «fariseo» o «talmúdico» despiertan asociaciones sumamente negativas muy distantes de su verdadera significación.
En la modernidad, esa demonización semántica padecida por los judíos, se ha trasladado especialmente a la voz «sionismo». Por ello es difícil, para el lector europeo medio, analizar objetivamente al movimiento de liberación judío, sin caer en la red de impresiones negativas que han forjado desde los medios soviéticos hasta la prensa española.
Conscientes de esa limitación, intentamos aquí presentar los tres métodos en que se plasmó el sionismo moderno: el cultural, el diplomático y el práctico.
Deliberadamente, no los definimos como corrientes sino como métodos porque, a diferencia de las primeras, no respondieron a la pregunta de por qué era necesario y moral el establecimiento de un Estado judío; planteaban, por su parte, cómo crear dicho Estado, ofreciendo tres respuestas alternativas: la colonización (sionismo práctico), la política (sionismo político), o la educación (sionismo cultural).
El mentor de este último fue Ajad Haam (seudónimo de Asher Ginzberg), cuyo primer artículo lo convirtió, repentina y accidentalmente, en un escritor hebreo. Publicado el 15 de marzo de 1889 en el periódico Hamelitz, se tituló No es éste el camino.
El ensayo constituyó el puntapié inicial del sionismo cultural, que venía a criticar al sionismo práctico al cuestionar que jóvenes, inexpertos y sin capacitación, inmigraran a Eretz Israel. Vaticinaba que, eventualmente, aquellos idealistas sucumbirían ante la malaria y la esterilidad de la tierra de Israel en esa época.
La inmensa repercusión del ensayo impulsó a su autor a dedicarse a escribir, y a crear una asociación que defendiera sus principios. Dos meses después nació, en la ciudad de Odessa, la Benei Moshé («hijos de Moisés») que perduró ocho años, hasta 1896.
Ajad Haam sostenía que la aliáh (inmigración judía a Israel) no tenía por qué ser la opción de todos los judíos. Quienes sí eligieran esa vía, crearían allí el centro espiritual para el pueblo judío todo.
Los sionistas culturales opinaron que la migración debía ser el corolario de una sólida conciencia judía, asequible por medio de la educación hebrea. Los judíos no se hallaban dotados, intelectual ni espiritualmente, para la vida del pionero. Por ello, los ajadhaamistas se circunscribían a apoyar la radicación en el yermo país, cuando ella se concretaba con el objeto de intensificar la cultura de los judíos palestinos, e irradiarla al extranjero. Una de sus advertencias recurrentes era: «No forcéis la meta mientras no hayan sido creadas las circunstancias sin las cuales la meta es inalcanzable».
Pero resultó difícil «no forzar la meta» cuando la judeofobia europea se desató en los pogromos. La urgencia del pueblo judío para encontrar refugio motivó a los sionistas políticos a distanciarse más de los culturales, a quienes peyorativamente dieron el mote de «espiritistas»: no había tiempo para dedicarse al espíritu judaico, en momentos en que los cuerpos de millones de judíos se encontraban ante el abismo de la destrucción física.
La postura de Ajad Haam también le generó oponentes en Eretz Israel, como por ejemplo el rabino Iehiel Mijael Pines, quien se radicó en Jerusalén en 1878 y priorizó la obra colonizadora y la labor política. Pines pertenecía al grupo de sionistas que evitaban introducir en el movimiento funciones educativo-culturales, ya que éstas podrían llevar a controversias y divisiones innecesarias y postergables.
Por otra parte, entre los que valoraron la obra de Ajad Haam desde el comienzo, se hallaba Eliezer Ben Yehuda, el renovador del idioma hebreo por antonomasia, quien se estableció en Jerusalén en 1881.
Ajad Haam concretó sus dos primeros viajes a la Palestina hebrea en 1891 y en 1893, y dichas visitas ratificaron su escepticismo acerca del sionismo práctico. Una vez conocida la realidad in situ, Ajad Haam escribió La verdad desde Eretz Israel, artículo en el que hizo un balance socioeconómico y cultural de los débiles asentamientos judíos en la Palestina de marras.
Frente al sionismo político
La segunda crítica de los sionistas culturales se dirigía, ya no a los sionistas prácticos, sino al tercero de los métodos referidos: el diplomático, cuyos portavoces más destacados fueron Teodoro Herzl y Max Nordau.
En su artículo Sionismo político, Ajad Haam no avizora frutos concretos para las febriles negociaciones mantenidas por Herzl, y además expresa su disgusto por la alienación de Nordau para con la tradición judía.
El Primer Congreso Sionista Mundial (Basilea, 1897) fue el único en el que participó Ajad Haam, quien según sus propias palabras se sintió allí como «un enlutado rodeado por la alegría de los novios».
Cuando se produjo «el caso Uganda» (1903), Ajad Haam lo entendió como el triste e inevitable corolario, de que los sionistas políticos se hubiesen alejado de la cultura judía y supusieran, consecuentemente, que algún otro país, fuera de Palestina, podría atraer la concentración territorial de los judíos.
Nuevamente expresa su insatisfacción por el sionismo herzliano en dos celebres artículos: El Estado judío y el problema judío (1897) y Carne y espíritu (1904).
La diferencia entre Ajad Haam y Herzl era clara: mientras a éste preocupaba la desdicha de los judíos, el primero se abocó, desde una postura secular, a superar la postración del judaísmo: «La condición previa para concentrar la nacionalidad en Sión, es concentrar el espíritu de la nacionalidad en el amor de Sión».
La mera creación de un Estado para los judíos no solucionaría el problema, que radicaba en que el pueblo carecía de unidad cultural y conciencia nacional. La función del sionismo era precisamente inspirar tal unidad, creando un centro espiritual en Eretz Israel, destinado a cultivar el liderazgo y la renovación judaicos.
Paralelamente, el sionismo debía dedicarse a una tarea educativa sistemática que profundizara el proceso de concentración de diásporas.
A pesar de su escepticismo acerca del accionar diplomático, los seguidores de Ajad Haam sí se unieron en una fracción dentro del sionismo político, que se denominó Fracción democrática. Tuvo como portavoces a Jaim Weizmann y a Martín Buber, quienes bregaban por colocar como pilar del sionismo la tarea cultural-educativa.
Paradójicamente, fue un logro del sionismo cultural que el Segundo Congreso Sionista Mundial, de 1898, adoptara la idea de diseminar la cultura judía en la Diáspora, como medio de renacimiento del pueblo en su conjunto.
Ajad Haam insistió en diferenciar entre el malestar físico del judaísmo en Europa oriental, y el malestar espiritual de la judería occidental, que también debía ser curado.
A esta curación se refiere en su artículo Servidumbre en la libertad (1891), rechazando a los intelectuales asimilacionistas que «en lugar de criticar a fondo nuestras ideas y demostrarnos nuestro error con pruebas tomadas de la lógica y de la realidad, se proponen aplastarnos citando nombres famosos, sin tomar en cuenta que dicen a veces necedades».
De esos judíos ajudaicos, Ajad Haam señala su «servidumbre interior oculta bajo la libertad exterior» y, en un párrafo muy vivaz, describe la reacción de quienes desjudaizaban incluso la judeofobia, a fin de ser admitidos en la «humanidad»:
«Bandidos armados me rodean y yo grito: ¡Socorro, un hombre está en peligro! ¿No es una horrible vergüenza que deba empezar por demostrar que mi peligro lo es también para los demás, para el género humano, como si mi sangre no fuese roja a menos que se mezcle con sangre ajena?»
En muchos aspectos el mensaje de Ajad Haam sigue vigente, y no es aventurado suponer que la mayoría de los judíos son, sin saberlo, ajadhaamistas: esperan del Estado judío de Israel, eminentemente, un centro cultural que inspire a la Diáspora entera.
En 1900, después de un nuevo viaje a Palestina, Ajad Haam volvió a poner sobre el tapete el crudo sufrimiento de los pioneros, y concluyó que el ideal nacional estaba desbarrancándose hacia una mera agencia de filantropía.
Faltaban muchos años para que la nueva cultura hebrea floreciera plenamente, y con ella las posibilidades de renacimiento nacional judío. Pero esa demora nunca disuadió a Ajad Haam de su postura, e hizo suya la máxima de León Pinsker: «Lejos, muy lejos de nosotros está el puerto que nuestra alma ansía. Empero, para un pueblo que deambula hace miles de años, ningún camino ha de parecerle demasiado largo».