Pedro Insua Rodríguez, China y la fundación de Manila, El Catoblepas 82:1, 2008 (original) (raw)
El Catoblepas • número 82 • diciembre 2008 • página 1
Pedro Insua Rodríguez
Los primeros contactos comerciales con los chinos (sangleyes)
como base estable de Legazpi en Filipinas
Se trata en este artículo{1} de analizar, haciendo un seguimiento documental preciso, de cómo la empresa de Legazpi, desde su inicio en Nueva España y durante la ocupación de las islas del archipiélago filipino, está guiada por la empresa de China como objetivo final y, todo ello, al margen de Urdaneta, su artífice principal. Así, serán los primeros contactos con los chinos en Luzón y Mindoro lo que permita a los españoles un establecimiento consistente en las «islas del Poniente» (abandonando su primer asiento en las Visayas).
1. La expedición de Urdaneta-Legazpi y su misión arcana
Precedentes y preparativos de la expedición
Tras el regreso con éxito de la nao Victoria, y después de que en las discusiones de Elvás-Badajoz (en las que también participa Elcano{2}) no se resolviese la cuestión de la determinación del Antimeridiano, zarpa desde La Coruña{3}, el 24 de agosto de 1525, la expedición Loaysa-Elcano en la que, a la sazón, se encuentra un joven marinero de Villafranca de Ordicia llamado Andrés de Urdaneta (contratado por el propio Elcano).
Se inicia con esta expedición una serie de intentos de conexión recurrente (de ida y vuelta) entre Nueva España y la región de la Especiería que terminan por fracasar (Gómez de Espinosa, Saavedra –por iniciativa de Cortés–, Grijalva,…).
Hasta la expedición de Legazpi, y a pesar del «empeño» de Zaragoza{4}, los españoles buscan en el Pacífico la ruta de vuelta desde el Maluco hasta Nueva España pero sin resultados{5}.
La última expedición anterior a Legazpi, la de Ruy López Villalobos, siendo igualmente estéril en su objetivo fundamental, volvía a reabrir sin embargo el conflicto entre España y Portugal sobre la determinación del Antimeridiano. En 1542 Villalobos exploró el archipiélago de las Carolinas y Palaos, llegando a Mindanao y a la isla de Leyte, a la que llamó isla Filipina (en honor al entonces príncipe de Asturias, extendiéndose después el nombre a todo el archipiélago), dentro de las Islas de San Lázaro a las que, como es sabido, se había llegado por primera vez ya con la expedición de Magallanes (y en donde este perdió la vida, en Mactán, de manos de los indígenas cebuanos).
El gobernador portugués de la fortaleza de San Juan de Terrenate, Jorge de Castro, acusó a Villalobos de emprender acciones de pillaje y piratería sobre las islas, considerando que Mindanao y Leyte entraban dentro de la jurisdicción portuguesa según el «contrato» de Zaragoza. Villalobos, que llevaba orden expresa de no tocar ni las Molucas ni ninguna otra región de dominio portugués, respondió que estaba dentro de la demarcación del Emperador{6}. Y es que si bien el «empeño» de Zaragoza era terminante respecto a las Molucas, no lo era ni mucho menos en relación a las islas del entorno (para empezar las Filipinas, pero también Nueva Guinea, Borneo…). De hecho en 1545 Ortiz de Retes, en el segundo intento de regreso de la flota de Villalobos desde las Molucas hacia Nueva España, toma posesión de Nueva Guinea (descubierta ya por Saavedra) en nombre del rey de España. La expedición de Villalobos terminó fracasando (teniendo que acordar con las autoridades portuguesas su regreso a España por la vía del Índico{7}), pero, sin embargo, volvió a abrir en efecto el caso de la delimitación del Antimeridiano.
Así las cosas, en 1559, Felipe II (en Real cédula dada en Valladolid a 24 de septiembre) da órdenes a Luis de Velasco, virrey de Nueva España, para que organice una nueva expedición hacia las Filipinas «y otras islas comarcanas» a las Molucas creyéndolas aquellas, a diferencia de estas, fuera del «empeño» de Zaragoza, dando de nuevo órdenes de no entrar en el Maluco:
«Daréis por instrucción a la gente que ansí embiáredes que en ninguna manera entren en las islas de los Malucos, porque no contravenga el asiento que tenemos tomado con el serenísimo rey de Portugal, sino en otras yslas que están comarcanas a ellas, así como son las Phelipinas y otras que están fuera del dicho asiento.»{8}
Para ello el siempre «prudente» Felipe II optó por asesorarse antes de proceder con la ejecución de los planes, y acudió, por indicación de Velasco, al consejo de aquel joven marinero, ahora (desde 1553) monje agustino, que había estado enrolado en la expedición de Loaysa como asistente de Elcano, y al que ahora se le encargaba, además, la dirección de la nueva expedición: Andrés de Urdaneta{9}.
Pues bien, Urdaneta advierte a Velasco, y después también a Felipe II directamente, que según su parecer las Filipinas caen dentro de lo empeñado en Zaragoza, perteneciendo íntegramente a Portugal, de manera que la expedición proyectada no podría tener como objetivo estas islas (o por lo menos, advierte Urdaneta, que no contasen con él para ello) sino otras que cayesen del lado castellano, salvo si la expedición se dirigiera a recoger a los náufragos de anteriores expediciones y a liberar cautivos en manos de infieles{10}.
En efecto, los consejos de Urdaneta prosperan, y el objetivo de la expedición ordenada por Velasco, y al mando del también vasco Miguel López de Legazpi como capitán general (a propuesta de nuevo de Urdaneta), va ser Nueva Guinea (a la que nunca se había llegado desde Nueva España puesto que Retes había llegado a ella pero desde las Molucas).
La expedición comandada por Legazpi saldría del puerto de Navidad (y esto a pesar de Urdaneta, que prefería Acapulco) y, además, por expreso deseo de Felipe II manifestado a Velasco, tenían que embarcarse con Legazpi tres «religiosos» de la Orden de San Agustín –la de Urdaneta–, (al final embarcarán cuatro, además del propio Urdaneta) quedando vinculada a esta orden la primera labor de evangelización de las islas a las que arribasen{11}.
En verano de 1564 la escuadra, una vez reunida, se hallaba concentrada en el puerto de Navidad, pero he aquí que en esas circunstancias fallece Luis de Velasco el 31 de julio (cuatro meses antes de que las naves partieran) tomando entonces la Real Audiencia, como gobierno interino, y de la mano del visitador Jerónimo de Valderrama{12}, una nueva resolución en torno a los objetivos de la misión.
Ahora bien, la nueva Instrucción, firmada y sellada el 1 de septiembre de 1864, no se haría pública a la tripulación, tal era la condición impuesta a Legazpi, hasta que la flota no estuviera ya internada en el Pacífico{13}.
Unas horas antes de zarpar, Urdaneta escribe al rey la siguiente carta (fechada el 20 de noviembre de 1864) en la que el agustino va presentando a Felipe II una serie de personalidades de la «hueste de Legazpi»{14} que, en efecto, serán las que van a dibujar las primeras impresiones, tomando a su vez las primeras resoluciones al respecto, no sólo sobre las Filipinas, sino también acerca de los chinos (sangleyes), que andan al «rescate» por Filipinas (y así llamados por ello), así como sobre la propia China.
La carta dice así:
«Por cumplir lo que Vuestra Magestad me envió a mandar por dos veces, he venido a este Puerto de la Navidad, donde al presente estoy ya embarcado con quatro religiosos sacerdotes y los tres de ellos teólogos, y a otro sacerdote y teólogo lo llevó Dios para sí en este puerto.
Nuestra partida, placiendo a Dios, para las partes del poniente será mañana. Van dos naos gruesas, la una según dicen los mareantes de más de quinientas toneladas, y la otra de más de trescientas, y un galeoncete de hasta ochenta toneladas, y un patache pequeño y una fragata. Irán en estas cinco velas de trescientos y ochenta hombres arriba.
Llevamos por General a Miguel López de Legazpi, natural de la provincia de Guipúzcoa, persona de muy buen juicio y cuerdo, con quien todos los de la armada llevamos muy gran contento. Va sólo por servir a Dios ya Vuestra Magestad a su propia costa. Espero en Nuestro Señor que ha de acertar a servir a Vuestra Magestad con próspero suceso y con toda lealtad. A Vuestra Magestad suplico sea servido de mandar tener cuenta con sus servicios y persona para hacerle.
Así mismo va en esta armada Andrés de Mirandaola, sobrino mío, por Factor de la Real Hacienda de Vuestra Magestad. A vuestra Magestad suplico sea servido de mandarle perpetrar el cargo; y asimismo suplico a Vuestra Magestad, pues los religiosos de la orden de Nuestro Padre San Agustín son los primeros que han tomado esta empresa y se ponen a tantos trabajos por servir a Dios y a Vuestra Magestad, se tenga quenta para los favorecer.
Voy con muy gran confianza que Dios Nuestro Señor y Vuestra Magestad han de ser servidos en esta jornada con próspero suceso, donde se ha de dar principio de gran aumento de Nuestra Santa Fe Católica y para aumento del Estado Real de Vuestra Magestad, cuya Real persona nuestro señor guarde por muchos años con muy grandes estados y al fin dé la gloria. Deste puerto de la navidad veinte de noviembre de mill y quinientos y sesenta y quatro S.C.R.M. Muy indigno capellán y siervo de Vuestra Magestad, que vuestras Reales manos besa. Fray Andrés de Urdaneta.»
La flota pues, y según indica Urdaneta al Rey, estaba formada por cinco embarcaciones, la nao capitana, bautizada como San Pedro, en la que iban Legazpi y Urdaneta; la nao almirante San Pablo, cuyo capitán era Mateo de Saz; el pateche San Juan, al mando de Juan de la Isla (nombrado por Luis de Velasco) siendo su piloto Rodrigo de Espinosa o de la Isla, hermano del capitán; el pateche menor San Lucas, al mando del capitán, recién nombrado por Legazpi (dos días antes de partir), Alonso de Arellano{15}; y, por fin, una fragatilla que navegaba anexa a la capitana.
Legazpi había sido nombrado «_Gobernador y General de la armada y gente que ha de ir al dicho descubrimiento_», según aparece en el documento fechado en México el 9 de julio de 1563 (y confirmado el día 15), y llevaba consigo, a modo de escolta, un grupo de «gentiles hombres» entre los que se encontraban Felipe Salcedo, nieto suyo, Juan Pacheco, Pedro de Mena, Pedro Pacheco, Arias Maldonado…
La tripulación formaba un total de 380 hombres, 150 de mar, 200 de armas, en principio cinco frailes (que finalmente como hemos dicho fueron cuatro, al morir uno en el puerto de Navidad, indica Urdaneta en su carta) y el resto gente de servicio{16}. Los frailes agustinos eran Pedro de Gamboa, que iba en la San Pablo, y las tres personalidades más destacadas en cuanto a lo que a nosotros nos importa: Martín de Rada, Diego de Herrera y Andrés de Aguirre. Además también iba como intérprete un tal Gerónimo Pacheco, originario de Mengala, que durante el viaje debía enseñar el idioma a los agustinos.
Algunos miembros de la tripulación recibieron cargos ya pensados para el establecimiento en las Islas del Poniente (concepto este que parece buscado con deliberada ambigüedad geográfica, dadas las circunstancias –conflicto de jurisdicción con Portugal-). Así, a Juan de Carrión le fue concedido el título de «Alférez General del estandarte e insignia real que se llevase a las del Poniente»; Hernando Riquel recibió el cargo de «Escribano de la gobernación de las Islas del Poniente y del juzgado de dicho gobierno y su lugarteniente»; el sevillano Guido de Lavezaris (que será más adelante gobernador interino en Filipinas tras la muerte de Legazpi) figura como tesorero; Juan Pablo de Carrión{17}, contador; Andrés de Mirandaola, sobrino de Urdaneta, según este le recuerda al Rey en su carta, fue nombrado factor y veedor.
Salida de la expedición de Legazpi y primeras protestas de los agustinos
Sea como fuera, por fin, el 21 de noviembre, zarpa la expedición de Legazpi.
Ya bien «engolfados» en el océano, a unas 100 leguas del puerto, Legazpi abrió por fin los pliegos lacrados de la nueva Instrucción en los que se guardaban los objetivos de la misión encomendados por la Audiencia. Debería enfilar su derrota por las islas Nubladas, Rocapartida, Reyes y Corales hasta alcanzar la verdadera meta, las Filipinas: «Y que conforme a ella su derecha derrota avían de ser las islas felipinas y a las demás a ellas comarcanas, que están dentro de la demarcaçión de su magestad…»{18}, decía la instrucción expresamente en contra de lo afirmado por Urdaneta al respecto. La Instrucción indicaba además que Legazpi, a parte de «rescatar» (es decir, comerciar), podía «poblar» las islas si así lo creía conveniente.
De este modo Jerónimo de Valderrama, artífice de la nueva Instrucción{19}, y de la que sin duda estaba al tanto Felipe II, sorteaba las dificultades que hubiera ocasionado a estas alturas una negativa de Urdaneta (y es que, insistimos, se había negado a ir si el objetivo era ese). Así, leídas las instrucciones por Legazpi, los tripulantes fijaron la atención en Urdaneta que, no sin lamentarse junto a sus compañeros de orden, acató al fin las órdenes del alto tribunal{20}.
La misión parecía pues buscar el ganar una posición en las «islas del Poniente» frente a Portugal por la vía de los «hechos consumados», lo que se encontró con la oposición, por otra parte estéril, de los frailes en algunas ocasiones a lo largo de la expedición.
Esto prefigura ya en parte los conflictos que van a existir en los primeros años de asentamiento en Filipinas entre «capitanes« y «frailes« en torno a los títulos que justifican la presencia y soberanía de España en las islas, una «soberanía», como vemos, puesta ya en cuestión desde el principio (y al margen de la relación establecida con la población indígena) pues parece comprometer el «asiento» con Portugal (problema que no se produjo sin embargo en América, por lo menos hasta el siglo XVIII, con Brasil{21}).
Primer asentamiento en Cebú y vuelta del Poniente de Urdaneta
De cualquier manera, el 22 de enero de 1565 la armada llega a la isla de Guam, en las islas de Los Ladrones (hoy Marianas), tomando posesión de las mismas en nombre del Rey de España. Aquí, Urdaneta, de nuevo ante los problemas que él veía sobre el objetivo de la misión, propuso iniciar el «tornaviaje» desde este punto, a lo que se opuso Legazpi que por nada del mundo se desviaría de lo que se le había ordenado. No volvió a insistir más Urdaneta al respecto.
En febrero llegan por fin a Sámar, primero, y a la isla de Leyte, después a Bohol en donde, ante las dificultades de abastecimiento (motivadas a su vez por la dificultad de «comunicación» y «rescate» con los indígenas que huían a su paso), Legazpi y los capitanes, y de nuevo con la oposición de los agustinos, se deciden a tomar asiento y directamente «poblar» alguna de aquellas islas, informando de ello a continuación a «su Magestad» para que «_probea lo que más a su rreal serviçio sea_»{22}. Existe, sin embargo, incertidumbre acerca de la isla mejor dispuesta para ello, teniendo en cuenta además que desde ella había que organizar la vuelta.
El 27 de abril llegan a la isla de Cebú que parecía la más idónea precisamente por ser allí en donde fue muerto Magallanes (Mactán). Durante la permanencia en ella de Magallanes los cebuanos se habían declarado vasallos de Castilla y hubo conversiones al cristianismo, de manera que se les podía hacer guerra lícita en el caso de que rehuyesen al trato con los castellanos. En efecto, aunque no sin dificultades, Legazpi consigue establecerse en Cebú (toma posesión de la isla el 8 de mayo de 1565) y logra poner tributo de vasallaje sobre los indígenas{23} (a partir de un pacto con un reyezuelo de la zona) pudiendo de este modo equipar uno de los barcos, que será la nave Capitana, para el viaje de vuelta a Nueva España, objetivo fundamental de la empresa (recordemos que si el enésimo intento de «tornaviaje« fracasa, de nuevo se quedaría la empresa a expensas de los portugueses, viéndose obligados a regresar por la ruta de la India){24}.
Por fin, el 1 de junio de 1565 está todo dispuesto y zarpa Urdaneta del pueblo de Cebú en la nao San Pedro, capitaneada por Felipe Salcedo, en busca del «tornaviaje»{25}. Con rumbo noreste ascendió hasta los 42º y, favorecido por la corriente de Kuro-Shivo (clave de la maniobra), encontró los vientos del oeste –teniendo que ascender a veces para hallarlos hasta los 40º y 43º de altura{26}– que le permitió, tras 130 días de navegación, llegar a divisar las costas de California. El 1 de octubre llega al puerto de Navidad, y el 8 arribó por fin al puerto de Acapulco (que él consideraba más favorable).
Se había conseguido el tornaviaje a Oriente fijando una ruta que después recorrerá secularmente (hasta 1815) el «Galeón de Manila», convirtiéndose así en la base del establecimiento español en Filipinas, y eje del comercio entre China y España{27}.
De momento el éxito de Urdaneta ofrece cobertura y seguridad a la acción de Legazpi en Filipinas (al no depender de los portugueses para abastecerse ni para regresar), cuya ocupación, lenta y difícil (y menos «pacífica« de lo que se suele decir), estuvo rodeada en los primeros años de muchas incertidumbres generadas por la propia indefinición del programa de la Corona al respecto{28}. Una indefinición que, creemos, ya desde el principio, tiene mucho que ver con la presencia vecina de China.
La cuestión que nosotros nos preguntamos es, a tenor de lo sucedido a continuación, y en un análisis retrospectivo, si la verdadera misión de Legazpi no es, ya desde el inicio de sus preparativos, más que Filipinas, la China (al fin y al cabo este fue el objetivo con el que dieron comienzo las empresas españolas de navegación «hacia el Occidente»){29}. Veamos.
Replanteamiento de la cuestión del Antimeridiano (1566)
La presencia española en Filipinas, iniciado el asentamiento de Legazpi amparado por el éxito de Urdaneta, va a dar lugar a un replanteamiento, en términos mucho más serios, de la cuestión del antimeridiano, siendo el problema enfocado de un modo diferente desde el seno de ambas sociedades políticas rivales, España y Portugal. Mientras que España debatirá este asunto en la propia Corte, una vez conocida la noticia, Portugal llevará a efecto su protesta formal en el escenario de la disputa, sin que ello trascienda a la corte portuguesa, que no se manifestará al respecto (según López de Velasco, Descripción Universal de las Indias, pág. 5 sí existen protestas formales por parte del Rey de Portugal en sendas cartas dirigidas a Felipe II en 1568 y 1569).
En efecto, tras el éxito de Urdaneta, la Audiencia de México lo envía a la Corte de España para informar de todo ello al Rey, con el que se entrevista al año siguiente en Valladolid. Ante las dudas que se mantienen acerca de la posición de la Filipina (Leyte) y Cebú (de momento disociadas, no contempladas como formando parte de un mismo archipiélago) en relación al antimeridiano y en relación a lo empeñado en Zaragoza, Felipe II decide reunir una junta de expertos cosmógrafos y pilotos (segunda en relación a este asunto tras la junta de Elvás-Badajoz de 1524) a la que, por supuesto, se une Urdaneta.
De nuevo se planteaba la cuestión de si las Filipinas están dentro del empeño de Zaragoza o no (teniendo siempre en cuenta, además, que el empeño podía deshacerse –y así le fue sugerido a Felipe II alguna vez, así lo hará como veremos el capitán Juan de la Isla– devolviéndole a Portugal los 350.000 ducados que costó el desistimiento castellano sobre las Molucas). Rumeu de Armas{30} entra bastante en detalle acerca de las resoluciones de los informantes entre los que se encontraban, además de Urdaneta (que contaba además con los datos recogidos in situ por Martín de Rada), el cosmógrafo mayor Alonso de Santa Cruz, el maestro Pedro Medina, Francisco Falero, Jerónimo de Chaves y Sancho Gutiérrez{31}. Para conocer el dictamen se constituyó en tribunal el Consejo de Indias, teniendo los juristas la última palabra.
Todos los informantes emitieron un informe individualizado, a la vista de los cuales se formó un «parecer conjunto» en el que declaran que «las islas del Maluco, islas Filipinas e isla de Çubú» se hallan dentro de la demarcación del rey de España, según el Tratado de Tordesillas, pero, sin embargo, contrariamente a los intereses de la Corona, todas están comprendidas a su vez en la cesión hecha a Portugal por el Tratado de Zaragoza (según ya había advertido Urdaneta al Rey desde el principio).
Es interesante observar, en relación a nuestro asunto, que prácticamente todos los informes convienen y destacan que, además de las Molucas, Cebú y Filipinas, también entran dentro de la demarcación castellana «_lo más y mejor de la China y las islas de los Lequios e Japonés_» (en expresión de Urdaneta{32}).
Merecen también algún detenimiento los informes de una figura como Alonso de Santa Cruz, sin duda la más destacada de las convocadas{33}. El enfoque general de Santa Cruz, al margen de sus cálculos como cosmógrafo, recuerda en parte al enfoque sostenido por Hernando Colón en la junta Elvás-Badajoz unos años antes. En efecto según Santa Cruz, tal es su interpretación de las bulas papales, el Papa Alejandro VI ofreció una solución ad hoc en Tordesillas, para salir del paso, y que los reyes aceptaron, pero nunca pretendiendo una división del mundo, pues nada se decía en el tratado del «hemisferio inferior». De manera que, en realidad, la cosa se resuelve más bien a la carrera, en una suerte de apelación por parte de Santa Cruz al «derecho del primer ocupante»{34}.
Sea como fuere, y en definitiva, el dictamen presentado como unánime por los expertos es terminante: las Filipinas caen dentro del empeño de Zaragoza{35}, dejando en cualquier caso, y también en esto hay unanimidad entre los expertos, al juicio de los juristas la resolución definitiva al respecto{36}.
Pues bien, a pesar del dictamen adverso, Felipe II y el Consejo de Indias no hicieron caso de los expertos, y prosiguió por tanto el asentamiento en Filipinas, procediendo a satisfacer, para empezar, las demandas de socorro solicitadas por Legazpi y llegadas a la corte con Urdaneta{37}.
Pero el «empeño» de Zaragoza reaparecerá de nuevo como problema, solo que en el mismo escenario filipino, y no de un modo abstracto…
Protestas in situ de Portugal (1568)
Y es que a las enormes dificultades que tuvo que afrontar la «hueste de Legazpi» (sobre todo producidas por la falta de provisiones y víveres, como veremos) se suma la dificultad proveniente de las autoridades portuguesas que, de nuevo, volvían a poner como obstáculo delante de la acción de ocupación de Filipinas por parte de Legazpi al Tratado de Zaragoza.
Así, el 17 de septiembre de 1568 una poderosa escuadra, capitaneada por el gobernador de las Molucas, Gonzalo Pereira, hizo acto de presencia en el puerto de Cebú{38}.
Pereira, que en principio se muestra amable, alegaba el cumplimiento estricto del Tratado de Zaragoza, frente a la violación del mismo que estaba representando la ocupación de Filipinas (construyendo fortificaciones e imponiendo tributos a los indígenas), pero, ante un Legazpi algo elusivo (que le va dando largas y excusas más o menos pintorescas), Pereira termina por exhortar a los españoles su traslado o evacuación bajo amenaza de iniciar hostilidades{39}.
Una de las acusaciones de Pereira merece ser destacada a nuestros efectos, y es que el gobernador portugués de las Malucas, a la vista de las Instrucciones recibidas por la Audiencia, acusa a Legazpi de que su propósito último es el de dominar el Maluco, Japón y … China. Quizás la acusación pueda ser excesiva, dada la indefinición y la incertidumbre en la que se encontraba Legazpi a estas alturas (pues no recibe socorros ni nuevas instrucciones desde Nueva España hasta llegar poco después a Panay), pero, por tal como se desenvuelven más adelante los acontecimientos hay que decir que Pereira no andaba muy desencaminado.
Sea como fuera el caso es que Legazpi acepta la guerra que termina ofreciendo Pereira, «_pues el señor capitán mayor lo quiere ansí_», y tras cierta escaramuza en el puerto de Cebú, los portugueses se retiran el 1 de enero de 1569 amenazando con volver para destruir a los españoles. Al margen de tal amenaza, optan los portugueses por hostigar a la población indígena haciéndose pasar por españoles, lo que no deja de complicar aún más la situación de los españoles en Cebú{40}, bien precaria ante su falta de víveres y provisiones.
Viaje a Luzón orientado por la «empresa de China» (dejando Cebú y la fundación de San Miguel). Los primeros contactos con los chinos
En cualquier caso, y al margen del hostigamiento portugués, la situación de los españoles en Cebú es, decimos, y lo es desde el primer momento, muy precaria.
Legazpi, tras la retirada portuguesa del 1 de enero de 1569, envía a Nueva España al patache San Lucas, con el capitán Juan de la Isla al mando, en busca de socorros. La situación es bastante desesperada porque la San Lucas es la única nave disponible, habiendo sufrido la Capitana un naufragio en las Islas de los Ladrones, y la Almiranta un incendio en las escaramuzas con los portugueses (quedando inutilizada y siendo reutilizada para la construcción de un nuevo navío){41}.
A continuación, sobre todo ante la escasez de municiones y de víveres (lo que, para lograrlos, se sucedieron conspiraciones entre los soldados, así como otros desórdenes y abusos sobre los indígenas), Legazpi opta por trasladar el grueso de la expedición a Panay, dejando en Cebú una guarnición dirigida por el maestre de campo Martín de Goyti, y en la que también permanecen algunos agustinos, entre los que se encuentra Martín de Rada, quizás el más autorizado de los frailes.
Rada, en una carta dirigida al Virrey, habla así del empeoramiento de la situación en Cebú que le describe ya como insostenible y es que, de resultas de una acción agresiva y depredadora, de la que se queja por innecesaria, por parte de los soldados hacia el indio (disimulada además por Legazpi), estos huyen, no ofreciendo ocasión para negociar y comerciar con ellos lo que pone en peligro la propia supervivencia del asiento español. Además, la autoridad de Legazpi ha decaído, siendo así que la soldadesca se desparrama en anarquía por las Islas{42}. En fin, soldados violentos y en anarquía, e indios temerosos y huidizos: esta es la situación que se vive en Cebú, según Rada, agravada por las amenazas portuguesas.
Este parece ser el motivo claro del desplazamiento de Legazpi desde Cebú a Panay, en donde adquirieron, por lo menos provisionalmente, mejores condiciones de vida, además de que sus habitantes demostraron ser de más confianza que los de Cebú.
Aquí en Panay es donde Legazpi espera los socorros procedentes de Nueva España, que llegaron poco después junto con las instrucciones que le envía el nuevo Virrey Martín Enríquez de Almansa (desde 1568), recomendándole además, enterado como estaba por el propio Legazpi de este traslado a Panay{43}, que regrese con brevedad a Cebú con los nuevos refuerzos llegados con Juan de la Isla, antes de que vuelvan los portugueses:
«Que el lugar que vuestra merced ha tomado [Panay] no es para más efecto de estar con más seguridad, y con la [seguridad] que ahora lleva Juan de la Isla se tendrá la misma [seguridad] en Cebú, como vuestra merced se provea de bastimentos y se tomen las entradas del puerto, y todo esto había de ser con gran brevedad, antes que llegase el tiempo en que podrían volver [los portugueses], y según estoy aquí informado, hasta el fin de septiembre o octubre no corren tiempos para ello.»{44}
Legazpi posterga esta recomendación, y dilata su estancia en Panay ante las dificultades presentadas por la meteorología y su influencia en la cosecha, según le indica a Enriquez en carta del 25 de julio de 1570, sin tampoco inquietarle demasiado una pronta llegada de los portugueses:
«En lo que vuestra excelencia manda sobre la vuelta a Cebú se ará con toda la brevedad posible, porque demás de mandarlo vuestra excelencia y estar bien considerado, yo é estado en la misma opinión; y lo que aquí me retrajo, demás de la falta de muniçiones fue la falta de comida y bastimentos, como el año pasado dí quenta dello a vuestra excelencia; al presente no puede ser la vuelta tan presto por ser ya los vendavales, en que pueden venir los enemigos que rezelamos [los portugueses], como porque la sementera questos naturales cojen es en fin de octubre y noviembre, y en la cosecha se han de recoxer bastimentos para llevar allá; y lo mismo en tiempo de vendavales es trabajosa la navegación de aquí allá, y los navíos que tenemos son pocos y pequeños, de cuya causa no se puede hazer la pasada allá tan breve como sería neçesario, y será forzoso esperar aquí estos quatro meses primeros que vienen, y no nos ynquietando en este término, se porná por la obra lo que vuestra excelencia manda, y no ay de qué temer de que allí pueblen los enemigos, que no lo harán ni lo podrán sustentar.»{45}
No será hasta noviembre de 1570 cuando Legazpi, acompañado del fraile Diego de Herrera (vuelto con Juan de la Isla desde Nueva España) y dos agustinos que habían venido de nuevas con Herrera, Diogo de Vibar y Diego de Espinar, salga de Panay para Cebú y funde, con 50 casas, la Villa del Santísimo Nombre de Jesús (en Cebú), realizando encomiendas y repartimientos (con bastante confusión, por cierto, dado el desconocimiento que aún tenían del número de gente y pueblos de la región){46}.
Descubrimiento de Cavite y Manila
Ahora bien, el siguiente movimiento de Legazpi es clave en nuestro asunto, y ello requiere un análisis detenido de los documentos que, se supone, llegan desde Nueva España, de la mano de Juan de la Isla, con los suministros, así como de los documentos producidos tras la llegada de dichos suministros hasta la vuelta a Cebú. Todos ellos preparan y dan noticia del siguiente paso decisivo, y los motivos del mismo: la conquista de Luzón y fundación de Manila.
En efecto, ya antes de regresar a Cebú cumpliendo las órdenes del virrey Enriquez, Legazpi le informa a este, en la misma carta del 25 de julio de 1570, sobre la existencia del puerto de Cavite y la población de «Maynila», en la isla de Luzón (de la que tenía noticia bastante exacta después de la reciente exploración, salida el 8 de mayo de 1570 y dirigida por Martín de Goyti, llevada a cabo por la región{47}), y le pide una instrucción definida al respecto en relación a la misión última de la presencia española en Filipinas que, según vemos, parece ser que no se agota en su permanencia y establecimiento en ellas:
«También querría estar çierto de la voluntad de su magestad si é de cobrar a maluco y lo que más le perteneçe de aquella parte, porque para esto está más cómodo el asiento de çubú que otro por la bondad del puerto, pero si su magestad pretende que sus ministros se estiendan a la parte del norte y costa de china, tengo por más açertado hazer asiento en la ysla de luçón, de donde vino agora el maestre de campo [Martín de Goyti], donde descubrió vn puerto [Cavite], avnque pequeño, pero cómodo para media doçena de navíos, legua y media del pueblo de manilla, cabezera de toda aquella provinçia, el qual y la gente que con él fue truxeron buen contento de la tierra, porque allaron tierra que tiene oro y ropa y gente que lo defienda, porque hasta agora no se á visto tanta gente junta ni con tanta artillería como allí, y aunque a la entrada nos reçibieron de paz, después la rompieron y le dieron guerra; traxéronme a este campo de allí diez pieças de bronçe chicas y grandes y dos versos de hierro, sin otras pieças de bronçe que se echaron en la mar por no las poder traer.»{48}
Varias conclusiones parecen derivarse de este fundamental documento{49}:
1. La Corona aún no tiene una definición clara acerca del destino y misión última de la expedición de Legazpi (o, si la tiene, aún no le fue comunicada a Legazpi a la altura de 1570); el fin de la misión en todo caso, sin estar bien definido, parece claro que no se consuma en las Filipinas, sino que estas están pensadas más bien como plataforma para dar el salto o bien hacia la Especiería, o bien hacia China.
2. El asentamiento se va a establecer finalmente en Manila, como es sabido, luego, y esta es una conclusión retrospectiva, parece ser que la misión se orienta finalmente hacia China y no hacia el Maluco (bien por decisión propia de Legazpi, lo cual es raro dado lo celoso que se ha mostrado hasta ahora con el cumplimiento de las Instrucciones del Rey, bien porque así se lo indica Enríquez por decisión de la Corona).
Analicemos, pues, cada uno de estos puntos a partir de la documentación de la que disponemos.
2. Asentamiento en Manila: ¿decisión global geoestratégica o de supervivencia local?
Incertidumbre y primeras noticias sobre Manila y Cavite
Si la Corona aún no tiene definido el proyecto sobre su penetración en Asia, para lo cual, y esto sí parece claro, las Filipinas insistimos sirven de antesala, es porque aún no tiene plenamente reconocido el terreno sobre el que actuar, incluyendo a sus «naturales». Acerca de ello se están recibiendo continuamente «relaciones», de la más variada procedencia, pero todas ellas favorables en principio hacia la penetración en China (siendo los frailes agustinos los más entusiastas en este sentido).
Así precisamente Juan de la Isla, que, según vimos, había sido enviado por Legazpi para pedir socorros a Nueva España (y al que acompañará, recordemos, el agustino Diego de Herrera), escribe, aunque el documento aparece sin fecha, una relación{50}, que traslada a Nueva España y con la que se dirige a «Su Magestad» en la que, entre otras muchas cosas, aparece de nuevo el dilema, que aún parece no estar resuelto por la Corona, acerca de si orientarse en la acción sobre Filipinas hacia las Molucas o hacia China (describiendo Juan de la Isla con cierto pormenor la situación y disposición de cada una).
Así dice Juan de la Isla, en relación a China:
«Está luego ansimismo al Norte la tierra firme que llaman China, es tierra muy grande, tanto, que se tiene por muy cierto que confina con Tartaria, por que la gente que alla contrata dicen, que tienen guerra con ellos: es gente de muy gran pulicia, labran hierro con buril: yo he visto laugia de oro y plata en hierro, tan subtil y bien labrada como en el mundo se puede labrar, y de esta manera labran cosas de madera y todo lo demas: dicen los Portugueses que ès buena gente, que alcanzan una poca de luz del mundo; pero que con ellos no ven mas que con el un ojo: hilan oro como en Ucillán, y texen en los damascos y otras sedas lavores dello: tienen todos los generos de armas que nosotros, y la artilleria juzgandola por unos bersos que de allá yo he visto, es muy mas gallana y mejor fundida que la nuestra: tienen tan buen govierno, que dicen que no hacen Governador, o Capitan, que ellos asi lo llaman, que no sea muy gran Astrologo, y primero ha de pronosticar en los tiempos y subcesos venideros, y salir verdadero, para que sepa preveer a las necesidades por venir, y en cada ciudad y Provincia tienen guarnicion de gente de guerra: vistense bien: son tan blancos como nosotros y traen barbas, y las mugeres son muy hermosas, aunque todos tienen los ojos pequeños: visten sayas y ropas hasta el suelo, y se enrrubian y tocan las cabezas, y aun dicen que se arrebolan y afeytan los rostros: dicen que es tan gran Señor el Rey de esta tierra, que pone en campo trescientos mill hombres, y los doscientos mill de á Caballo: en cosas pintadas que yo he visto de allá, ví gente de acaballo armada con arneses y celadas borgoñonas, y lanzas: la tierra es tan buena, y tan bien bastecida, que se cree ser la mejor del mundo: dicen los Moros que yo he hablado, que no son tan bellicosos como nosotros; son Idolatras.»
A continuación, el propio Juan de la Isla se ofrece{51}, a tenor de esta relación, para explorar la tierra de la China y ser testigo de ella «_con los propios ojos_» como embajador, pues de momento los españoles solo tienen noticia indirecta de ella (a través de los relatos de los portugueses, de los sangleyes –los chinos que desarrollan actividades en Filipinas– o de los moros…); una embajada a China cuyo fin sería pues el de obtener una idea de primera mano (una autopsia, por decirlo en términos clásicos), y no de oídas, acerca de su disposición, y una embajada que permita, a su vez, sopesar de visu los medios que se requieren para entrar en negocios con ella («contratar«), o, en su caso, para su conquista, la conquista de China, si esta fuera la voluntad real:
«Si V. M. fuere servido que se vea por vista de ojos esta tierra [China], yo me ofrezco, dandome dos Navios de doscientas y cincuenta toneladas poco mas ó menos, y con quarenta soldados en cada uno, y la artilleria, municiones, y bastimentos nescesarios, con el favor de nuestro señor, llevando alguna orden de embaxada al señor de la tierra de entrar en ella por mi propia persona, y volver costeandola para la Nueva España, y ver la orden que se deve de tener asi para la contratacion de la tierra, como para la conquista, si V. M. fuere servido, con todo lo demás que me fuere encomendado, que á su servicio convenga.»
Por otra parte, en relación al Maluco y la Especiería, Juan de la Isla le indica a su Magestad que, fuera de las Malucas, el resto de la Especiería es empresa que no merece la pena, dados los gastos que representaría y los escasos beneficios que se obtendrían con su posesión, pues son las Molucas las únicas que resultan rentables. Si se optase por la empresa de la Especiería, pero sin abandonar el «empeño de Zaragoza», la empresa no merecería pues la pena:
«U-este quarta al Leste de la Isla de Zubu, están las Islas del Maluco donde está el clavo, y no se sabe que en el mundo lo haya en otra parte: estan debaxo de la linea; los nombres de las Islas que tienen el clavo, son las siguientes: Maluco, Tilolo, Maguan, Motel, Momoy: cerca de estas Islas dicen que hay una que llaman Sunda, que tiene pimienta: al Leste de estas Islas ciento veinte y cinco leguas está la Nueva Guinea; y al U-este trescientas treinta y dos leguas está la Isla de Burney, en esta hay mas bastimentos, y segun me dixeron unos Moros naturales della, és de un señor y tiene gran suma de perlas excesivamente grandes, por que dixeron que las havia tan grandes como huevos de paloma; aunque yo tengo à todos los de aquella tierra por grandes mentirosos, y que exageran las cosas mas de lo que son.
Todas estas Islas estan metidas en el Empeño que hizo la Sacra Magestad, que está en gloria, al Serenissimo Señor Rey Don Juan de Portugal, con mas de doscientas y cincuenta leguas de esta parte, aunque estuvieran fuera, si V. M. no pretende la contratacion de la especieria, siendo tan excesivos los gastos y tan pocos los provechos que al presente hay ni puede haber adelante, que me parece seria mejor traer la gente, pues no se espera V. M. poder interesar dellas otra cosa alguna. Esto digo como leal vassallo de V.M doliendome que se hagan tan grandes gastos en tierra donde no se espera sacar frutos algunos.
Si V.M pretende la especieria, ante todas cosas me parece, que deve de deshacer el empeño sobredicho, pues está en tan poco, que trescientos y cincuenta mill ducados, en dos Navios que de esta Nueva España vayan para allá se gastan, y esto hecho llegan los limites y terminos de V.M hasta Malaca, segun dice un Frayle de la orden de SanAgustin, Navarro, que se llama Fray Martin de Herrada, que quedó por Prior quando yo me vine de las Islas del Poniente, grandisimo arismetico, geometrico, y astrologo; tanto, que quieren decir que es de los mayores del mundo: este lo ha medido y melo dixo, y ha escrito un libro sobre la Navegacion, y sobre la medida de la tierra y mar Leste U-este, el qual creo que embia con Fray Diego de Herrera. Prior de las dichas Islas à V.M: hecho esto se podrá contratar con todo el mundo la especieria, pues como dixe en el no hay clavo fuera de las cinco Islas de Maluco que ya dixe.»
En definitiva sólo saldría rentable la «empresa de la Especiería» si se abandona el Tratado de Zaragoza (haciendo efectiva la cláusula del retro vendendo), si no, parece desprenderse de lo dicho, es mejor optar por la empresa de China que, en cualquier caso, advierte el cauteloso Juan de la Isla, tiene que ser evaluada a partir de un reconocimiento más en profundidad en cuanto a su disposición{52}.
Juan de la Isla concluye su información conminando al Rey (en post data) a referirle alguna otra cosa de palabra y en persona, si así fuese necesario, y advirtiéndole de la falta de rigor o veracidad de muchas otras informaciones acerca de la situación filipina que están llegando a la Corte (¿quizás demasiado entusiastas, a juicio de Isla?):
«Lo qual todo es ansi, y no hay otra cosa en ello mas ni menos de como aqui esta escrito, y digo esto por que he visto de molde y de mano otras relaciones que carecen de toda verdad, y por ser asi para que V.M no sea engañado, lo firmó de mi nombre. = Juan de la Isla.
En las cosas particulares que de allá V. M. fuere servido de saber informaré de palabra mandandomelo V. M.»{53}
De hecho Juan de la Isla volverá a proponer, por estas mismas fechas, la exploración de la costa China, pero con el fin, se precisa en este caso por parte del capitán, de buscar, nada menos, que la unión entre el orbe asiático y el americano{54} –según una hipótesis cosmográfica acerca de esta conexión que volverá a manejar más adelante José de Acosta con grandes argumentos «filosóficos»{55}–, y que, sin duda, en el caso de que se encontrase semejante ruta, resolvería de un plumazo buena parte de los problemas que están teniendo los españoles en las Islas del Poniente, siendo mucho más sólido el poder mantener una ruta terrestre de conexión entre ambos «orbes» que depender del asentamiento (precario) filipino (seguramente, si ello se llevara a cabo, las islas perderían su función de plataforma hacia Asia, que es en lo que seguramente estaría pensando Juan de la Isla).
Por su parte, la posición al respecto del recién mentado Martín de Rada, en carta dirigida al Rey, no parece muy diferente, inclinándose, incluso con mayor determinación y entusiasmo (sin ofrecer tantas cautelas como Isla), hacia la penetración en China. Tanto es así que presenta al rey una estrategia, todo un plan bélico de acción, para entrar en ella, dada la disposición tímida, taimada, dice, de los chinos en relación a las armas (según sus noticias, por supuesto indirectas); un plan que pasa, en todo caso, por un asentamiento firme en Filipinas{56}:
«Si su magestad pretende la china, ques tierra muy larga, rrica y de gran poliçía, que tiene ciudades fuertes y muradas, muy mayores que las de Europa, tiene neçesidad primero de azer asiento en estas yslas; lo vno, porque no sería azertado pasar por entre tantas yslas y baxíos, como ay a la costa della, con navíos de alto bordo sino con navíos de rremos; lo otro también, porque para conquistar vna tierra tan grande y de tanta gente, es neçesario tener cerca el socorro y acogida para qualquier caso que suçediere, avnque según me é ynformado, así de portugueses como de yndios, que tratan con ellos, como de vn chino que tomaron los días pasados en vn junco, la gente de china no es nada belicosa y toda su confiança está en la multitud de la gente y en la fortaleça de las murallas, lo qual sería su degolladero, si se les tomase alguna fortaleça, y así creo que mediante dios fáçilmente, y no con mucha gente, serán ssí ujetados.»
Pero además habla Rada muy a las claras y con franqueza, de la incertidumbre que genera la propia indecisión de la Corona al respecto, y la pérdida de «almas» que ello está produciendo, sugiriéndole así, casi a modo de exhortación, una pronta resolución acerca del asunto, y en la dirección marcada:
«Esto é querido escriuir confiando en el señor que por medio de V. Excelencia esta tierra á de rreçeuir la fee y á de aver entrada en la china, que por la gran inçertidumbre y por no sauer si su magestad nos á de mandar dexar esto, no nos emos atreuido a baptiçar, que creo que si a ello nos pusiéramos, vbiera ya más de veinte mill cristianos; en sauiendo la voluntad del rrey, con gran façilidad tomarán nuestra fee. Nuestro señor, etc. De çubú ocho de Julio de 1569 años.»{57}
Por su parte, Andrés de Mirandaola, sobrino de Urdaneta, (el que según Parker se comporta como un «agente del Rey»¿?) también da noticia, en Carta dirigida igualmente al Rey por la misma época, de la disposición de los chinos, así como de su organización institucional y política (conocidas, insistimos, siempre de manera indirecta). Pero Mirandaola advierte, cosa que no hacen ni Isla ni Rada, de las suspicacias de los chinos hacia los portugueses, y el motivo de las mismas, en las que se verían igualmente comprometidos los castellanos{58}, así como, lo que es todavía más importante, la voluntad de «cierre» político de China hacia el exterior:
«áse entendido destos [de los sangleyes] cómo la china es cosa gruesa y de cómo en ella ay gran puliçía, gente muy bien tratada, y que en el govierno ay horden muy pulida; dan Relación por señas, que no ay lengua que los entienda, que ay grandes çiudas [ciudades], y quentan asta treze dellas, que son estas las mayores, y la en que el Rey dellos asiste tiene tres murallas muy fuertes, y tiene gente de guarniçión en toda su tierra; tiene guerra con el tártaro; dizen que ay muchos estudios, espeçial de astrología, y que estos le an dado pronóstico cómo á de ser sujeto por gente bárbara y blanca, a cuya causa está muy sobre aviso, tanto que a ningún portugués consiente que salte en sus tierras.»
Con todo, Mirandaola participa del entusiasmo de los frailes, recordándole al Rey los fines teológico-políticos que justifican su acción imperial, dando ya casi por sentado que la penetración en China es inminente:
«Con el favor divino, pues, á sido servido de que todos estos negoçios, que por acá se an ofresçido, an sido anparados de su divina mano; en los inbictísimos días de V. M. se ará en estas partes el fructo deseado en estos naturales, que tanta nesçesidad tienen de lunbre de fe, y así somos ciertos que será ensalçada la fe de Christo y acresçentada la corona Real de V. Magestad con mucha brebedad. Ruego a dios encamine todo como más sea servida su divina bondad y nos ampare en el de V. Magestad. Los nombres de las çuidades son estos: chincheo, cantón, huechiu, nimpou, onchiu, hinan, sisuan, conce, honan, nanquín, paquín, suchiu, hucon, liutan, cençay. Pequín es la corte y donde el Rey reside; llámase el Rey onteche, y vn hijo que tiene tayçu. Esta es la notiçia que estos dan, fuera de la antigua que se tiene de las grandezas y riquezas de china.»{59}
Con estas relaciones e informaciones que recibe la Corona y el Virrey, claramente inclinadas hacia la orientación china, los despachos que recibe Legazpi de Enriquez a través del esperado regreso de Juan de la Isla{60}, son, según hemos visto, las de mantener su posición en Cebú, y no abandonarla en favor de Panay, conminándole a un pronto regreso antes de que los portugueses vuelvan a obstaculizar el asentamiento filipino.
Así, mediante estas órdenes del Virrey, traídas con Juan de la Isla, parece que la Corona se decide por fin por asegurar el asentamiento en Filipinas, a pesar de los desafíos y amenazas portuguesas, pero sin decidir a estas alturas aún sobre su orientación final (Molucas o China).
Y es que, sea como fuera, por fin se le encomendaba a Legazpi, esto sí, «poblar» las Islas (recibiendo gente nueva procedente de Nueva España) haciéndose notar enseguida el entusiasmo de los frailes ante tal decisión.
El agustino Diego de Herrera, que acompañó a Juan de la Isla en su vuelta, celebra, en carta firmada en Panay a 25 de julio de 1570 a Felipe II, y haciéndose portavoz de los agustinos{61}, la decisión real de arraigar en Filipinas, pensando quizás en que ello supondría un primer paso para acceder a China:
«Espero en Nuestro Señor que el fruto que por acá se hará en la conversión será tanto que nos haga Vuestra Majestad otras mayores mercedes. Habíamonos detenido hasta ahora porque se sospechaba acá que Vuestra Majestad mandara desampara esto; empero, ahora que sabemos que la voluntad de Vuestra Majestad es que vaya adelante, comenzaremos a bautizar a todos, porque aunque hay algunos cristianos, hubiera muchos más si supiéramos lo que ahora sabemos.»{62}
La etapa de incertidumbre sobre Filipinas había pues terminado en efecto{63}, pero no terminaba aún la incertidumbre acerca de la misión última de su ocupación.
Y es que Legazpi no parece conformarse con ello, con la decisión real de ocupar las Islas, y solicita (según el documento del que ya hemos hecho mención fechado el mismo día, 25 de julio de 1570, en que escribe Herrera celebrando la decisión real de poblar las Islas) una resolución en firme acerca de la orientación de la conquista:
«También querría estar çierto de la voluntad de su magestad si é de cobrar a maluco y lo que más le perteneçe de aquella parte, porque para esto está más cómodo el asiento de çubú que otro por la bondad del puerto, pero si su magestad pretende que sus ministros se estiendan a la parte del norte y costa de china, tengo por más açertado hazer asiento en la ysla de luçón.»
Fin de la incertidumbre y asentamiento en Manila
Pues bien, Legazpi termina finalmente por asentarse en Luzón, y no en Cebú, como es sabido, de manera que parece claro cuál es la orientación por la que se decanta la expedición en su asentamiento filipino. Ahora bien, ¿es esta una decisión personal de Legazpi, o, más bien, sigue órdenes de la Corona?
Legazpi tuvo noticia del puerto de Cavite y del poblado de «Maynila» tras la expedición armada que, dirigida por Martín de Goyti y en compañía del capitán Juan de Salcedo, nieto de Legazpi, del alguacil Gabriel de la Ribera, del escribano Hernando de Riquel, de 90 arcabuceros, 20 hombres de mar, partió de Panay el 8 de mayo de 1570, en la nave San Miguel y la fragata Tortuga, flanqueados además por 15 paraos con indígenas naturales de Cebú y Panay, para dirigirse al descubrimiento de una bahía situada en el centro de la costa occidental de Luzón, donde se encontraba un buen puerto (Cavite, aunque Rada no lo considerará tal), cerca del poblado «moro» de Maynila.
Martín de Goyti, tomaba el puerto y el pueblo de Manila el 24 de mayo de 1570 sin muchos miramiento en relación a la población indígena, y regresa con éxito a la isla de Panay en junio de 1570 (un mes antes de la fecha que aparece en la carta, antes mencionada, mediante la que Legazpi informa al Virrey al respecto).
Ahora bien, fechadas en el mismo mes, a Enríquez le son enviadas por parte de los frailes agustinos numerosas cartas que le informan del agravamiento de la situación, en la línea de la información de Rada por nosotros destacada anteriormente, incrementándose los abusos hacia los indígenas por parte de los soldados (que con muchas dificultades de aprovisionamiento, explican los frailes, terminaban por dedicarse al robo y la depredación), además de denunciar la conducta de Martín de Goyti en esa expedición, en que los maltratos sobre la población india fueron generales{64}. Así lo expresa, en relación a esto último, de nuevo Martín de Rada:
«Llegaron a manilla, ques un rrío muy principal y muy poblado y de mucha gente y mucha contratación con los chinos, y hechas con ellos pazes, se dieron tan buena maña y lo rrebolbieron de tal arte que allaron justas causas para quebrar la paz, y les quemaron más de mill y quinientas casas, y mataron más de quinientos hombres, y les tomaron el artillería que tenían, que era mucha y buena, y con esto se binieron dexando destruida y alborotada toda la tierra.»{65}
Tras fundar en noviembre, según hemos dicho, la Villa del Sso. Nombre de Jesús en Cebú, y acompañado siempre por Diego de Herrera, Legazpi vuelve a Panay{66}, en donde, por la escasez de víveres que ya ofrecía la isla visaya, su posición en ella se empieza a hace igualmente insostenible.
La noticia reportada por Martín de Goyti acerca de la feracidad de la tierra de Luzón explican pues el siguiente movimiento de Legazpi: abandonar Panay y ganar cuanto antes el pueblo de «Maynila».
¿Fue entonces el motivo del desplazamiento, que empuja a Legazpi a abandonar las Visayas (Cebú y Panay) para ir a Luzón un motivo «local», derivado de una pura estrategia de supervivencia, o responde más bien, al motivo general de orientar el asentamiento filipino hacia China?
Pues digamos que ambas cosas actúan e influyen en este movimiento, porque Legazpi, como luego dirá (y así también se deduce de una carta de Rada), observa que la mayor feracidad y abundancia de víveres y bienes de consumo de Luzón sobre las Visayas, además de su mayor densidad de población, es motivado, sencillamente, por el comercio chino establecido en Manila y su área de influencia. Conclusión esta fundamental para la supervivencia de la expedición, pero también para la consistencia del asentamiento español en las Islas.
Con tales expectativas, entre las fechas 16-20 de abril de 1571, parte por fin el Adelantado, en lo que será su desplazamiento definitivo (morirá en Manila un año después), del puerto de Panay en dirección a la Isla de Luzón y «Maynila», de nuevo acompañado por Diego de Herrera, y con una comitiva de unos 250 españoles (entre los que están Martín de Goyti y otros capitanes).
Así describirá, más tarde, el propio Legazpi su viaje en una larga carta dirigida al virrey Martín Enriquez, centrándose en el modo como, de camino a Luzón, en Mindoro, toma contacto con los chinos cautivos de la población indígena filipina, indicándole además sus primeras resoluciones tomadas ante la China (igualmente se pone de manifiesto en la carta la política anticastellana de los portugueses, detectada por Legazpi, llevada a cabo desde Macao):
«Viniendo el año pasado [1570] de panae para este Río, en el camino, en la ysla de vindoro y en otras yslas de su comarca, hallé muchos indios chinos cautivos, que los naturales los tenían por esclavos, que los cautivaron el año antes de dos juncos que dieron al través y se perdieron a la boca del Río de bonbón, y los avían vendido por toda la comarca, y paresçiéndome coyuntura para travar amistad y contrataçión con los chinos, rescaté y compré todos los que se pudieron aver, y les dí libertad para que libremente pudiesen yr a su tierra; fueron treynta y tantas personas las que se libertaron, las quales embié desde vindoro en vn navío a su tierra; quedaron muy obligados por la buena obra y libertad que se les avía dado, y prometieron que siempre vernían a contratar donde quiera que yo estuviese, y vinieron ogaño diez juncos dellos, los tres a este Río y tres a vindoro y dos a balayán y otros dos a otras dos yslas, y an venido y contratado con más libertad y seguridad que solían con los moros, con que an mostrado tener gran contentamiento; algunos dellos se an buelto a su tierra, y otros están por aquí por no aver acabado de vender; dizen que el año que viene vernán muchos juncos, traerán muchas cosas y como ogaño no avían traydo sino muestras para ver a lo que nos affiçionávamos, y que no trayan cantidad por no estar çiertos si lo podrían vender; truxeron damasquillos de labores y tafetanes de todos colores, seda torzida y floxa, seda cruda en madexa, loça de porzelana dorada y blanca, açúcar, naranjas, dulzes, pimienta y açúcar. çandía, arina de trigo, drogas, almizcle y otros olores, azogue y cajuelas pintadas y otros muchos dejes, y sacan dineros de cada cosa poca cantidad. Traté con ellos de embiar en su nabío dos Religiosos para que allá tratasen de paz y amistad perpetua con el que govierna, porque dizen que su Rey está muy lejos de la tierra adentro camino de tres meses; no salieron a ello, diziendo que no los dexarían desembarcar en tierra firme yendo sin liçençia. y así embié con los mismos a pedirla y prometieron de traer su respuesta del governador. Ellos me dieron vna pintura de su costa de los pueblos que vienen a contratar a esta ysla, ques desde cantón hasta lianpoo, la qual pintaron delante de mí sin compás ni orden de altura ni grados, la qual pintura será con ésta para que V. Excelencia la vea con la Relaçión, que se pudo entender de los mesmos chinos, de que a su tierra ay muy poco camino, porque ellos van en ocho días y vienen en diez, que çierto entiendo que no ay de çiento y çinquenta leguas arriba. No é querido embiar gente allá por no los alterar ni alborotar, pues la contrataçión suya la tenemos çierta y adquirida por su propia voluntad, y vno de los qual año pasado liberté y vino ogaño me dio notiçia de cómo estuvo en cantón, y vio y habló a los portugueses que residen en la misma ysleta, a los quales dio quenta de las buenas obras que avían reçibido de mí en su libertad, y de cómo venían a poblar a esta ysla de luzón, y que los portugueses le dixeron que no fiasen de nosotros, que éramos corsarios que andávamos a saltear y robar, y que ellos vernían a hecharnos de aquí, y que él sin curar de lo que le dezían se vino derecho acá.»{67}
Además informa Legazpi a Enriquez, en la misma carta, de la existencia de una colonia china establecida allí, de origen algo extraño, constituida por familias procedentes del Japón, a donde se dirigieron huyendo de su tierra, y en donde fueron algunos de ellos bautizados por jesuitas (aunque, aclara Legazpi, su conversión, además de irregular, parece poco profunda y rudimentaria):
«A mucho residen aquí con sus mugeres e hijos, que por çierto negoçio que se les ofreçió en su tierra fueron huyendo a los Japones, y desde allí vinieron aquí, y nunca se an buelto a la patria, y entrestos avía dos cristianos bautizados, que se decían el uno Antón y otro Pablo, que dixeron averles bautizado en Japón un padre teatino [jesuita], y que no avían reçibido óleo ni crisma por no lo aver, ni sabían la doctrina mas que santiguarse.»
No cabe duda pues de que es el trato con los chinos, en esos primeros contactos, lo que sirve de móvil a Legazpi para asentarse en Manila, pues el comercio con ellos se preveía aseguraría la estabilidad del asentamiento, cosa de lo que hasta ahora estuvieron privados (sobreviviendo precariamente en Las Visayas). Rada, explicando este desplazamiento a Luzón, dirá claramente el motivo del mismo, y lo hará ya desde China:
«Pasose el governador a vivir a esta isla de Luzon al pueblo de manilla de mal puerto y enfermo aunque _abundante de comida, tratan aqui los chinos del pueblo de Chinchiu y Hocchiu y segun su parecer es gente mas domestica digo de los chinos y humilde y de mar._»{68}
Aparece así, en la conciencia de Legazpi, de Rada (y de muchos otros), lo que luego se convertirá en efecto en una evidencia histórica: es el trato comercial con el chino, de trato más fiable y seguro que el indígena tagalo o cebuano, lo que permite la fijación del establecimiento español en Filipinas.
Ahora bien, ni en las intenciones de Legazpi, ni tampoco en las de los agustinos, se agota la misión española en comerciar con los chinos. La empresa busca, en efecto, otros objetivos, más ambiciosos, desde luego, pero sobre todo más acordes con la norma imperial hispana.
Así lo dirá más tarde González de Mendoza:
«Llegados los españoles [a Manila], tuvieron luego noticia del Gran Reino de la China, así por relación de los mismos isleños que contaban las maravillas que en él habían, por la que dentro de pocos días se vieron y entendieron de la gente de algunos navíos que vinieron a aquel puerto con mercaderías y cosas muy curiosas de aquel Reino que referían particularmente la grandeza de aquella tierra y riquezas de ella […].
Conocida por los religiosos Agustinos, que en este tiempo eran solos en aquellas Islas, y en especial por el Provincial Fray Martín de Rada, hombre de mucho valer y muy docto en todas las ciencias, la ventaja de los chinos, que a las islas venían a contratar, hacían a los isleños en todas las cosas, y en especial en la policía e ingenio, entraron luego en un gran deseo de procurar ir y predicar el Evangelio a aquella gente tan capaz par recibirle, y con propósito de ponerlo en efecto comenzaron con gran cuidado y estudio a aprender su lengua, la cual supo el Provincial en pocos días y tan bien, que hizo en ella arte y vocabulario.»{69}
Comienzan pues las primeras iniciativas en relación a China, siendo la fundación de Manila un primer paso al respecto sobre la base de los primeros tratos de los españoles con los chinos, inclinándose la acción imperial en esa dirección; una acción imperial que, en cualquier caso, desborda por sus objetivos el mero trato comercial, apuntando hacia una empresa mucho más ambiciosa: la empresa de China.
Notas
{1} Ponencia presentada en el Congreso Internacional Andrés de Urdaneta ,un hombre moderno organizado por el Ayuntamiento de Villafranca de Ordicia dentro de los actos conmemorativos del V centenario del nacimiento del marino español (Urdaneta 500). Ver programa en la web dedicada al evento http://www.andresurdaneta.org/Castellano.asp En El Catoblepas ya hemos tratado acerca del enfoque dado a esta conmemoración desde instituciones autonómicas y locales (ver http://nodulo.org/ec/2008/n071p11.htm).
{2} v. López de Gómara, Historia General de las Indias, Cap. C, Repartición de las Indias y mundo nuevo entre castellanos y portugueses, Biblioteca Ayacucho, Caracas 1978.
{3} Recordemos que el puerto gallego estaba pensado fuera sede de la Casa de la Especiería.
{4} Acerca del Tratado de Zaragoza (1529), por el que Portugal compra los derechos españoles sobre las Molucas, v. Pedro Insua, «Hermes en China», El Catoblepas, 71:16 (http://nodulo.org/ec/2008/n071p16.htm).
{5} v. Carlos Prieto, El Océano Pacífico. Navegantes españoles del siglo XVI. Ed. Alianza, 1984.
{6} v. Rumeu de Armas, El Tratado de Tordesillas, págs. 229 y ss. Ed. Mapfre, 1992.
{7} Ruy de Villalobos muere en Amboina, ya de regreso a España, siendo «auxiliado espiritualmente» por Francisco Javier.
{8} Felipe II a Luis de Velasco, apud. Rumeu de Armas, El Tratado de Tordesillas, pág. 229.
{9} «El rey: Devoto Padre Fray Andrés de Urdaneta, de la orden de Sant Agustín: Yo he sido informado que vos siendo seglar fuisteis en el Armada de Loaysa y pasastes al estrecho de Magallanes y a la Espacería, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y porque ahora Nos hemos encargado a Don Luis de Velasco, nuestro Virrey de esa Nueva España, que envie dos navios al descubrimiento de las islas del Poniente, hacia los Malucos, y les ordene los que han de hacer conforme a la instrucción que es le ha enviado; y porque según de mucha noticia que diz que tenis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendeis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuesedes en dichos navios, así para toca la dicha navegación como para servicio de Dios Nuestro Señor y y nuestro. Yo vos ruego y encargo que vais en dichos navios y hagais lo que por el dicho Virrey os fuere ordenado, que además del servicio que hareis a Nuestro Señor yo seré muy servido, y mandaré tener cuenta con ello para que recibais merced en hobiere lugar. De Valladolid a 24 de Septiembre de 1559 años. Yo el Rey.»
{10} Urdaneta a Felipe II, AGI, México, 19, N23A.
{11} v. Antonio García Abásolo, Relaciones entre los grandes virreyes de México y los agustinos ante la presencia española en Filipinas (siglo XVI), Valladolid 1990.
{12} v. Zabala, La encomienda indiana, págs. 157 y ss. los detalles acerca de la visita de Valderrama (algunos llegaron a decir que Velasco había muerto a causa del disgusto producido por esta visita o inspección). La situación de la Nueva España y su conservación se ve para muchos amenazada (por razones en las que ahora no podemos entrar, pero que tienen que ver con el régimen de la encomienda indiana en Nueva España).
{13} La Instrucción fue entregada a Legazpi el mismo día pero advirtiéndole que «guardará el secreto de esta instrucción y de lo en ella contenido sin comunicarlo con persona alguna asta que se aya hecho a la vela, so pena de perjuro e infame, y de caer e incurrir en caso de deslealtad contra su rrey y señor natural lo contrario haciendo» AGI, Patronato, 23, r. 20, apud. Isacio Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, XIII, Manila 1978, págs. 326-372. Ver, por cierto, en Hanke, La lucha española por la conquista, págs. 243-244 en donde se comenta el carácter vitoriano de estas instrucciones, en relación a las disposiciones allí dadas para efectuar la «entrada» en las Islas del Poniente.
{14} v. Francisco Mellén Blanco, La hueste de Legazpi, Historia 16, septiembre 2004, págs. 55 y ss.
{15} A los pocos días de haber zarpado la expedición, se produjo la escapada y fuga del pateche San Lucas. Desobedeciendo a Legazpi, su capitán Alonso de Arellano se adelantó a la armada, tomó tierra en Mindanao y volvió, en efecto, a Nueva España. La San Lucas se convirtió así, pilotada por Lope Martín, en el primer barco en atravesar el Pacífico de este a oeste, pero como lo hizo sin estudiar ni señalar previamente el derrotero, no valió absolutamente de nada. Cuando Urdaneta, fijando el derrotero, traza la ruta del tornaviaje, y vuelve a Nueva España, informó a la Audiencia de la fuga llevada a cabo por este Alonso de Arellano.
{16} Entre ellos «una docena de negros y negras de servicio, los cuales repartireis en todos los navios, como os pareciese».
{17} Juan Pablo Carrión, también superviviente de expediciones anteriores, como Urdaneta, fue quien más decididamente se le opuso en la cuestión de la situación de las Filipinas, influyendo decisivamente en el visitador Valderrama al, como veremos inmediatamente, formular la nueva Instrucción. Juan Pablo de Carrión no se plantea si las Filipinas están o no comprendidas en «el empeño» de Zaragoza; sólo dice que son «_islas que los portugueses nunca han visto y están muy a trasmano de su navegación, ni han tenido noticias de ellas, si no haya sido por alguna figura o carta de navegar nuestra_» (apud. Lourdes Diez-Trechuelo, El Tratado de Tordesillas y su proyección en el Pacífico). Ver «_Relación y descripción sobre el Maluco e Islas comarcanas_», de Juan Pablo Carrión, Archivo Histórico Nacional, Diversos-Colecciones, 24, nº 75.
{18} apud, Isacio Rodríguez, Op. cit., págs. 409-410.
{19} Seguramente, insistimos, influido por Carrión.
{20} En la Relación del viaje se dice que al revelarse Filipinas como objetivo «lo sintieron mucho los rreligiosos que yban en la armada, dando a entender que se hallaban engañados y que, de aver sabido o entendido en tierra que avía de seguirse esta derrota no vinieran a la jornada, por las causas y razones que el padre fray Andrés de Urdaneta avía dicho en México», apud Isacio Rodríguez, Op. cit., págs. 409-410.
{21} ver el Tratado firmado en Madrid, a 13 de enero de 1750, para determinar los límites de los Estados pertenecientes a las coronas de España y Portugal, en Asia y América así como el Tratado preliminar sobre los límites de los Estados pertenecientes a las coronas de España y Portugal, en la América meridional; ajustado y concluido en San Lorenzo, a 11 de octubre de 1777, en los que son anulados el Tratado de Tordesillas y el de Zaragoza.
{22} apud Isacio Rodríguez, Op. cit., págs. 486-487.
{23} ver Hidalgo Nunchera, «Orígenes del tributo indígena en filipinas: la polémica de la tasación», Revista complutense de historia de América, nº 18, 1992, pags. 133-142.
{24} Para todos los detalles del asentamiento en Cebú (requerimientos, perdón de Legazpi a los cebuanos por la muerte de Magallanes, en el que se basa el pacto con el reyezuelo Tupas, el encuentro de la imagen del Niño Jesús que Pigafetta dice habérsela regalado a una indígena…), ver Gaspar de San Agustín, Conquista de las Islas Filipinas…
{25} Carta de Legazpi sobre envío de nao a descubrir la vuelta, 30 de mayo de 1565, AGI, Filipinas, 6, R.1, N.2, en donde se informa que la Capitana vuelve con Urdaneta a descubrir la vuelta, indicando que con Legazpi se quedan el resto de agustinos, esto es, Rada, Herrera y Gamboa.
{26} Lo que recayó sobre la salud de los tripulantes, muchos de ellos muertos por el excesivo frío.
{27} v. Carlos Prieto, El Océano Pacífico. Navegantes españoles del siglo XVI, págs. 93-97. Ed. Alianza, 1984
{28} García Abásolo, Relaciones entre los grandes Virreyes de México y los Agustinos ante la presencia española en Filipinas (siglo XVI), pág. 625.
{29} De hecho en la primera relación publicada en España sobre la expedición de Legazpi en Filipinas, esta se identifica con la expedición más genérica de China, sobrentendiendo a la empresa de China como fin último de aquella, que no sería más que un primer paso: «Primer documento impreso de la Historia de las Islas Filipinas. Relata la Expedición de Legazpi, que llegó a Cebú en 1566. Estampado en Barcelona el año 1566. Copia de una carta venida de Sevilla a San Miguel de Valencia. La qual narra el venturoso descubrimiento que los Mexicanos han hecho, navegando con la armada que su Magestad mandó hazer en Mexico. Con otras cosas maravillosas, y de gran provecho para toda la Christiandad: son dignas de ser vistas y leydas. En Barcelona, Per Pau Costey, 1566. Desto de la China ay dos relaciones, y es, que a los dezisete de Noviembre del año de mil y quinientos y sessenta y quatro, por mandado de su Mage. se hizo una armada en el puerto de la Natividad a la mar del Sur, cient leguas de Mexico, de dos naves, y dos pataysos, para descubrir las yslas de la especiería, que las llaman Philippinas, por nuestro Rey, costaron mas de seyscientos mil pesos de Atipusque hechas a la vela.[…]» (apud, Carlos Sanz, La Huella de España en el Mundo III, Editorial Revista Geográfica Española, Madrid 1967. Subrayado nuestro)
{30} v. Rumeu de Armas, El Tratado de Tordesillas, págs. 233-238.
{31} Entre los informes también parece ser que se encuentra el de Juan Pablo Carrión (ver nota 134), que justifica su información diciendo lo hace para que la real hacienda y corona no sea «defraudada como lo fué la S. C. C. magestad del emp. nro. S.», frase con que alude al concierto de Zaragoza de 1529 con el reino de Portugal.
{32} v. Declaración de Urdaneta de 1566, AGI, Patronato, 49, R.12.
{33} v. Alejo Venegas, Primera parte de las diferencias de los libros que hay en el universo, II Libro, 1569
{34} Es interesante, de todos modos, traer aquí un excurso, hablando de Japón, que realiza Santa Cruz en su famoso Islario, elaborado en 1560, pocos años antes de reunirse el tribunal, y en el que Santa Cruz ya indica su parecer en torno al asunto del antimeridiano:
«Al oriente de la provincia llamada Mango, que cae en la parte casi septentrional de la China en la vuelta que hace el continente a la parte Oriental y distante de ella por mil quinientas millas está la isla de Cipango que es la final de las orientales, hasta hoy sabidas, tanto que con más razón se puede llamar de las occidentales, vecina al continente más occidental de las indias de Vuestra majestad por la vuelta esférica que hace el mundo pues consta que la línea o meridiano que divide esta redondez esférica en dos partes, _mete esta con las de los Malucos y otras muchas a ellas vecinas debajo de la parte de Vuestra Majestad_».
{35} ver, en este sentido, el Mapa del Pacífico (reproducido en Parker, La gran estrategia de Felipe II, pág. 127) elaborado en 1574-1575 por Juan López de Velasco. Velasco, como cosmógrafo y cronista de Indias, preparó un tratado que contenía los conocimientos compilados hasta el momento relativos a la situación de la «línea de demarcación» fijada por el Papa, tanto en el hemisferio atlántico como en el pacífico. En lo que representa el primer mapa del Pacífico occidental, Velasco adolece de los mismos errores, inevitables en tales circunstancias gnoseológicas, en los que cayeron los expertos reunidos por Felipe II, fijando la «línea de demarcación» sobre el meridiano 180º (y no en el 103º, como se debiera). De este modo, la costa China, Japón, Borneo, Filipinas, Malucas…, aparecen en efecto dentro de la demarcación castellana.
{36} Así vemos, de nuevo en Santa Cruz, cómo este le endosa la responsabilidad a los juristas diciendo, en su segundo dictamen emitido el 16 de julio de 1567 que «no es de mi profesión determinarlo, ni tampoco es mi intención declarar que prohibida la navegación y entrada desde la dicha línea se entienda prohibida para las dichas yslas Filipinas y las demás contenidas, en la dicha demarcación de S. M., descubiertas o por descubrir, porque esto traspone mi profesión y compete la declaración dello a los letrados juristas» (apud. Rumeu de Armas, pág. 236).
{37} Andrés de Urdaneta regresará a Mexico, en donde ya se encuentra en la primavera de 1567. Allí, en el convento de San Agustín, morirá el 3 de junio de 1568, sin ver los frutos de su gran hazaña.
{38} Para los pormenores ver Gaspar de San Agustín, op. cit., cap. XLV y XLVI.
{39} ver Rumeu de Armas, El Tratado de Tordesillas, págs. 236-238 en que se exponen algunos requerimientos de Pereira y las respuestas de Legazpi. Los requerimientos de Pereira a Legazpi fueron siete, y siete las respuestas que se pueden ver reproducidas en González González, Los requerimientos portugueses a Legazpi sobre la pertenencia de Filipinas, en Tratado de Tordesillas y su proyección, I, Valladolid 1973, págs. 225-291. Los originales de la Correspondencia Miguel López de Legazpi-Gonzalo Pereira se encuentran en AGI, Patronato, 24, R. 6.
{40} Al final, el obstáculo representado por estas demandas portuguesas, exigiendo el cumplimiento del Tratado de Zaragoza, cesan en 1581, al producirse la unión de las dos coronas en la Cortes de Tomar.
{41} Carta de Lavezaris sobre ataque de portugueses a Cebú a 5 Junio de 1569, AGI, Filipinas, 29, nº 9. Carta de Guido de Lavezaris, tesorero de la Real Hacienda de Filipinas, informando sobre el estado de la tierra. En ella se informa de todo lo ocurrido con los portugueses y que nosotros acabamos de exponer. Así se cuenta la llegada a Cebú, en 1568, del capitán portugués Antonio Rumbo de Acosta, avisando de que el capitán mayor Gonzalo Pereira llegaría con toda su armada a ver al gobernador Legazpi y socorrerle en lo que fuera necesario. Cuenta que se entrevistaron dos veces, y cómo el portugués le requirió para que abandonasen aquellas tierras por estar dentro de sus límites, y por hacer caso omiso por parte de los españoles, termina por estallar la guerra bloqueando los portugueses las bocas del puerto de Cebú. Se informa cómo los españoles mataron algunos portugueses y éstos hicieron, sin embargo, poco daño desde sus naves. Se informa cómo durante el cerco se quemó la nao almiranta, la San Pablo, ya inútil, que no queda sino para aprovechar su clavazón en un navío que se estaba construyendo. Al mismo tiempo llegó la noticia del naufragio de la capitana San Pedro en la isla de los Ladrones por un temporal, aún salvándose la gente. Se dice además que, por fin, el 1 de enero de 1569 dejaron los portugueses el cerco. Inmediatamente, ante esta situación, bastante calamitosa por cierto, se despacha el navío San Lucas para Nueva España y se pide que se les envíe socorro.
{42} Copia de carta del P. Martín de Rada al Virrey de México, dándole importantes noticias sobre Filipinas, Cebú, 8 de julio de 1569, AGI, Aud. de Filipinas, 79; 2 hs. fol.; copia.
{43} Carta de Legazpi al virrey sobre lo sucedido con Pereira, fechada el 7 de julio de 1569, AGI, Filipina, 6, R.1, nº 11
{44} Martín Enriquez a Legazpi, AGI, Patronato, leg. 24, r. 1.
{45} Carta de Legazpi al virrey de Nueva España, Panay, 25 de julio de 1570, AGI, Patronato, leg. 24, r.1.
{46} Carta de Miguel López de Legazpi al virrey de Nueva España, 11 de agosto de 1572, AGI, Patronato, 24, R. 23. A este importante documento regresaremos más adelante.
{47} Exploración que será causa, de nuevo, de disputas entre agustinos y «capitanes» en relación a la acción de estos sobre la población indígena.
{48} Carta de Legazpi al virrey de Nueva España, Panay, 25 de julio de 1570, AGI, Patronato, 24.
{49} ver Manel Ollé, La Empresa de China, pág. 48.
{50} Descripción Y Relación mui Circunstanciada de los Puertos de Acapulco y Navidad, y delas Islas que descubrió al Poniente en el Mar del Sur la Armada que fue por General Miguel Lopez de Legazpi, que por mandado de S.M y orden del Virrey Don Luis de Velasco salió del dicho Puerto de Navidad a 21 de Noviembre de 1564: Con expresion de sus alturas, y distancias, costumbres y usos de sus naturales, contrastación etc. y de la navegación que hizo la misma Armada. Archivo del Museo Naval. Colección Fernández Navarrete, Nav. XVII, 322
{51} Veremos más adelante la suerte de este ofrecimiento.
{52} De paso, a través de esta información, conocemos la existencia de un libro elaborado por Martín de Rada cuyo contenido, según refiere Isla, habla, de nuevo, de la demarcación del antimeridiano situándolo, con sus colegas expertos consultados en su momento por el Rey, en el meridiano que pasa por Malaca.
{53} Archivo del Museo Naval. Colección Fernández Navarrete, Nav. XVII, 322
{54} «Y si v. m. fuere servido sería de Grandísima Importancia se procurase descubrir la costa que viene de la china a nueva españa para entender lo que en la dicha costa ay. O si ay algún estrecho, o canal se comunique y junte con el mar Océano. Y si v. m. fuere servido de me mandar hacer el dicho descubrimiento pondré en ello mi persona y solicitud y espero en …., señor, saldré con ello», AGI, Patronato, 24, r. 4 (Papeles del Capitán Juan de la Isla que estuvo con Legazpi en la Conquista de Philippinas). Ver los originales en el Apéndice documental.
{55} «Siendo así todo lo dicho, ¿por dónde abriremos camino para pasar fieras y pájaros a las Indias?, ¿de qué manera pudieron ir del un mundo al otro?
Este discurso que he dicho, es para mí una gran conjetura para pensar que el nuevo orbe, que llamamos Indias, no está del todo diviso y apartado del otro orbe. Y por decir mi opinión, tengo para mí días ha, que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan, y continúan, o a lo menos se avecinan y allegan mucho. Hasta ahora, a lo menos no hay certidumbre de lo contrario. Porque al polo ártico, que llaman norte, no está descubierta y sabida toda la longitud de la tierra: y no faltan muchos que afirmen, que sobre la Florida corre la tierra larguísimamente al septentrión, la cual dicen que llega hasta el mar Seítico, o hasta el Germánico. Otros añaden que ha habido nave que, navegando por allí, relató haber visto los Bacallaos correr hasta los fines cuasi de Europa. Pues ya sobre el cabo Mendocino en la mar del sur, tampoco se sabe hasta dónde corre la tierra, made que todos dicen que es cosa inmensa lo que corre. Volviendo al otro polo del sur, no hay hombre que sepa dónde para la tierra, que está de la otra banda del Estrecho de Magallanes. Una nao del Obispo de Plasencia, que subió del Estrecho, refirió que siempre había visto tierra, y lo mismo contaba Hernando Lamero, piloto, que por tormenta pasó dos o tres grados arriba del estrecho. Así que ni hay razón en contrario, ni experiencia que deshaga mi imaginación, u opinión de que toda la tierra se junta, y continúa en alguna parte, a lo menos se allega mucho.
Si esto es verdad, como en efecto me lo parece, fácil respuesta tiene la duda tan difícil que habíamos propuesto: como pasaron a las Indias los primeros pobladores de ellas, porque se ha de decir, que pasaron, no tanto navegando por- mar, como caminando por tierra; y ese camino lo hicieron muy sin pensar, mudando sitios y tierras poco a poco; y unos poblando las ya halladas, otros buscando otras de nuevo, vinieron por discurso de tiempo a henchir las tierras de Indias de tantas naciones y gentes y lenguas.» (José Acosta, Historia natural y moral de las Indias, lib. I, cap. XX, 1590.)
{56} No parece muy justificado, a tenor de esta posición de Rada, el sobrenombre que algunos le han dirigido, «el Las Casas de Filipinas» (ver Lewis Hanke, La lucha española por la justicia en la conquista de América, pág. 243, en donde el propio Hanke duda con buen criterio de que el fraile sea, entre los allí presentes, el que mejor acoja tal sobrenombre). Para conocer, someramente, su figura como cosmógrafo, ver José Zalba, El cosmógrafo P. Martín de Rada.
{57} AGI, Aud. de Filipinas, 79; 2 hs. fol.; copia.
{58} Y que, por supuesto, recuerdan a la imagen que de Cortés y sus hombres tenían los mexicas.
{59} Carta a Felipe II de Andrés de Mirandaola, Cebú, 8 de junio de 1569, AGI, Audiencia de Filipinas, 29
{60} v. Relación de la Conquista de la Isla de Luzón, 20 abril de 1571, apud. Retana, W. Archivo del Bibliófilo Filipino, T. IV, Madrid 1898, pág. 14 y ss.
{61} apud, García-Abásolo, Relaciones entre los grandes Virreyes…, pág. 628.
{62} Fray Diego de Herrera a Felipe II, Panay, 25 de julio de 1570, AGI, Filipinas 84.
{63} García-Abásolo, Relaciones entre los grandes Virreyes…, pág. 628.
{64} v. García Abásolo, Relaciones entre los grandes Virreyes…, pág. 629.
{65} Martín de Rada a Enríquez, desde Panay en julio de 1570, AGI, Patronato, leg. 24, r. 1., más adelante analizaremos más pormenorizadamente la controversia que se generó más tarde entre capitanes y frailes en torno a la conducta llevada a cabo en esta expedición a Luzón por los soldados («prestos como lo haze el salteador al que topa por los caminos», dirá Martín de Rada).
{66} De su vuelta de Cebú a Panay no hemos encontrado documentación.
{67} Carta de Legazpi al virrey, 11 de agosto de 1572, AGI, Patronato, 24. Ver el original en el Apéndice Documental.
{68} Copia de una carta quel Padre fray martin de rrada provincial de la orden de San Agustin que reside en la china escribe al virrey de la nueva spaña fecha en la ciudad de manilla a 10 de agosto de 1572, AGI, Patronato, 24, nº 1, R. 22
{69} González de Mendoza, Historia del Gran Reino de la China, Ed. España Misionera, págs. 150-151.
- Pedro Insua: «Urdaneta era copernicano y español», El Mundo, 27 noviembre 2008
- Pedro Insua: «Urdaneta 500: un zulo nacionalista fraccionario», El Catoblepas, enero 2008