Daniel Miguel López Rodríguez, Lectura filosófica del libro de Samuel, El Catoblepas 82:15, 2008 (original) (raw)
El Catoblepas • número 82 • diciembre 2008 • página 15
Daniel Miguel López Rodríguez
Una confrontación con los dogmas y creencias del pueblo hebreo y, por extensión, contra las tres grandes religiones monoteístas
«Delante de Yahvé serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos; Yahvé juzgará los confines de la tierra, dará poder a su rey, y exaltará el poder de su Ungido». Cántico de Ana (1 Samuel 2:10).
Introducción
El artículo que voy a exponer a continuación está en total confrontación con los dogmas y creencias del pueblo hebreo y, por extensión, contra las tres grandes religiones monoteístas. Dichos credos han imbuido durante siglos (y los siguen haciendo) la conciencia de millones de personas en casi todo el mundo. Así como «pensar es pensar contra alguien», este artículo está pensado contra el irracionalismo y el fundamentalismo fanático de, como digo, millones y millones de individuos. Creer en las llamadas «religiones del libro» o «abrahámicas» al pie de la letra (que es como la entienden los verdaderos creyentes, es decir, los fundamentalistas{1}) es un puro delirio. Las exégesis de la Biblia, sin son rigurosas, nos aportan datos que confirman su falsedad. Es posible que muchos de los personajes que forman estos mitos{2} tengan un referente real. Eso no se niega. Lo que se niega rotundamente, al menos por mi parte, es que un colectivo humano haya recibido una revelación que viene desde lo alto, pues esto atenta contra la dignidad de los demás colectivos que no han tenido el privilegio de recibir tal revelación. ¿Es la Biblia la palabra de Dios? Mi respuesta a este interrogante es categórica: NO. ¡Y lo digo con toda la rotundidad! Si alguien dice que sí es un impostor o le faltan datos.
Siempre es una cuestión espinosa plantearse el problema judío.{3} El libro de Samuel es central para la cuestión judía. El pueblo judío siempre ha sido un pueblo paria y de diáspora, en continua lucha con las demás naciones. Según las crónicas Israel gozó más o menos de independencia y hegemonía sobre Palestina en el siglo X a. C. En este libro podemos ver como el reino de Dios no es otra cosa que las ansias de imperialismo (imperialismo depredador{4}) de una confederación de tribus solidarias en busca de un Estado para implantar la Ley mosaica, colocarse como Imperio Universal y abrir la boca para asuntos que conciernen a la humanidad. Dicho de otro modo: el reino de Dios no era otra cosa sino las ansias de Israel por transformarse en Imperio Universal (con la ayuda de Yahvé) e implantar la paz hebrea; la cual no sería otra cosa sino panacea para algunos, desventura para muchos. Los israelíes creían ser apoyados por el creador de los cielos y de la tierra, «como si la naturaleza entera fuese cómplice de sus delirios»{5}.
Esta declaración de guerra, si se quiere entender así, se moverá bajo unas coordenadas materialistas, racionalistas, ¡muy radicales! (pero ni fanáticas ni fundamentalistas), las cuales no pretendo ocultar, ya que no me da vergüenza reconocer mi temperamento filosófico. ¡No nos engañemos y sepamos de qué parte estamos! Yo soy ateo, materialista, republicano, anticlerical, antisemita{6}, antisocialdemócrata, antidogmático, antignóstico, antimetafísico, y en general, anticuentos-de-hadas. Aquí no caben ni mitos ni poemas. El materialismo filosófico es la reacción al monismo espiritualista de cuño teológico, el cual no es otra cosa que una reexposición de concepciones arcaicas disimuladas con una vestidura filosófica. Más bien se trata de una pseudo-filosofía, un baratillo de opiniones en el que las patrañas campean a sus anchas con la más solemne pedantería. «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». Es menester triturar todas las patrañas ideológicas{7} que embotan las conciencias humanas. Eso es lo que pasa por no tener una filosofía crítica en la cabeza. «Y quien tenga oídos para entender, que lo entienda».
Premisas antropológicas
El judaísmo es cronológicamente hablando la primera de las tres grandes religiones monoteístas. De las tres es en la actualidad la que menor número de fieles tiene, con tan sólo 18 millones de fieles, frente a los 2.015 millones de cristianos y los 1.215 millones de musulmanes.
No hay consenso sobre la fecha de su fundación, pero de manera convencional se suele decir que sus inicios se remontan al año 2.000 a.C., cuando Abraham (patriarca tanto de judíos, cristianos y musulmanes), por elección y mandato divino, llegó a la tierra del Canaán e hizo un pacto con Yahvé; siendo Yahvé dios de Israel e Israel el pueblo elegido por Yahvé.
El libro de Samuel es un libro más de lo que los judíos llaman la Tanaj. Decir que el libro de Samuel es un libro del Antiguo Testamento es decirlo desde coordenadas cristianas. Pues si para los cristianos existen dos testamentos (es decir, dos pactos con Dios: el Antiguo y el Nuevo), para los judíos es blasfemia afirmar un nuevo testamento. La entrega del reino de Dios a los paganos es una postulación repugnante y abominable para la visión escatológica nacionalista judía más radical.
Los acontecimientos que nos narran estos libros se sitúan allá por los siglos XI y X a. C. Se calcula que el rey Saúl empezó a reinar sobre el 1020 a. C. y el rey David pudo morir sobre el 970 a. C.
La religión judía, en los tiempos de Saúl y David, consistía en un monoteísmo férreo, unitario y fundamentalista; sólo Yahvé es Dios vivo, los demás son ídolos muertos, «espantapájaros de madera». Pero hay que tener en cuenta que el Yahvé veterotestamentario es un dios tribal (sin perjuicio de sus pretensiones cada vez más universalistas). Yahvé no es el Dios Universal del Nuevo Testamento. Dios (o, mejor dicho, Yahvé{8}) ha elegido gratuitamente a un pueblo entre todos los de la Tierra. Dicho pueblo es el pueblo hebreo, el cual debe de plegarse a la voluntad de Yahvé y realizar celosamente sus designios, los cuales son muchas veces inescrutables, por no decir delirantes. Hebreo, no obstante, significa «separado». Es decir: los hebreos están separados (son diferentes) de las demás naciones, puesto que se trata nada más y nada menos que del pueblo elegido por Yahvé (motivo suficiente para ser diferente).
Para los judíos religión y política es lo mismo. El rey es el ungido de Yahvé, para lo cual debe de implantar en su reino la Ley de Moises{9}, que fue revelada por Yahvé en el monte Sinaí. El reinado de David supuso un momento de relativa independencia respecto a las naciones que acechaban e impedían la instauración del reino. Al parecer, el reino de David fue lo suficientemente fuerte como para que su heredero, Salomón, disfrutase de la época de máxima prosperidad de los hebreos y edificase el templo. Los reinados de David y Salomón son reconocidos por la tradición judía como los momentos más memorables de la historia hebrea. Tras la perdida del reino de Israel, en el norte, el 722 a. C. por la conquista asiria, y el cautiverio de los inquilinos del reino de Judá, el 587 a. C. en Babilonia, llega la nostalgia por el reino. Los planes y programas de los profetas judíos van dirigidos hacia la restauración del reino. Tras el cautiverio en Babilonia, «el mesianismo davídico se refiere únicamente a la restauración de Israel, y sólo en los últimos cuatro siglos precristianos surge la noción del tiempo último en los escritos bíblicos, o sea, la idea de la venida del día de Yahvé (escatología) y de la revelación de los secretos de Dios (apocalíptica)»{10}.
A continuación voy a citar un versículo de Ezequiel el cual resume perfectamente cuales eran las esperanzas del pueblo hebreo.
Ezequiel 25:17{11}: «El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por la injusticia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que en nombre de la caridad y de la buena voluntad saque a los débiles del valle de la oscuridad, porque él es el auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos. Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé cuando caiga mi venganza sobre ti». (Cito de memoria).
Hoy en día los judíos siguen esperando a su Mesías. Por mí que sigan esperando.
Tras la toma de Jericó y una vez establecidos en la tierra del Canaán, la tierra fue repartida por doce tribus: «las doce tribus de Israel». Aser, Neftalí, Manasés, Zabulón, Isacar, Gad, Efraín, Dan, Benjamín, Rubén, Judá y Simeón.
En torno a la familia hebrea vemos como la poligamia (la poliginia concretamente) es el modo estructural por el que se realiza el matrimonio. En el caso de los reyes, como no podía ser de otro modo, vemos que la poliginia se manifiesta plenamente. David tuvo 8 esposas: Mical, Ahinoam, Abigail, Maachah, Haggith, Avital, Eglah y Betsabé. Aproximadamente tuvo 20 hijos, no sólo con sus esposas, sino también con sus concubinas. Su hijo Salomón, el cual heredó el reino, tuvo, según 1 Reyes 11:3, «setecientas reinas y trescientas concubinas». Es decir, Salomón disfrutó de 1.000 mujeres a su disposición. Cuenta la Biblia que cuando Yahvé apareció ante Salomón, éste le pidió sabiduría. ¡Y desde luego que Salomón era sabio! A parte de sabiduría Dios recompensó la fe de Salomón con tías, y seguramente con unas tías imponentes.
Está claro que los reyes de Israel eran unos déspotas y moralmente unos viles rastreros, unos sinvergüenzas, unos pervertidos, unos impostores y unos osados. ¿Qué espiritualidad y experiencia religiosa cabe en un harem? ¿Cómo se puede rezar y pensar en Dios en un harem?
Los hebreos estaban rodeados por múltiples naciones étnicas{12}. En su alrededor vivían tribus y naciones como los amonitas, los moabitas, los amelecitas, los fenicios, los asirios, los egipcios y los filisteos. Nos centraremos en los filisteos por ser la nación que más tiempo, según la Biblia, ha luchado contra Israel. Los filisteos son un pueblo que posiblemente tenga sus orígenes en el Egeo de Oriente Medio. Eran indoeuropeos de origen egeo que asaltaron las costas del Mediterráneo oriental, destruyendo el Imperio hitita y la ciudad cananea de Ugarit y amenazando Egipto. Ramsés III los frenó e instaló a los filisteos en la costa meridional de Canaán (1.190 a. C.). El historiador judeo-romano Flavio Josefo afirma que los «filistinos o pelishtin» fueron llamados así por los antiguos pobladores de la región, que eran descendientes de Cush (uno de los hijos de Noaj), familiares de los africanos, y no de los semitas ni de los cananeos. No eran, por consiguiente un pueblo semita, luego para los israelíes eran «incircuncisos», una raza infrahumana, casi casi una basura. En Canaán organizaron una liga de ciudades-estado compuesta por Asdod, Asqalón, Eqrón, Gat y Gaza, donde desarrollaron una compleja cultura. Adoraron dioses comunes a la zona del Mar Egeo y sobrevolaron el culto a la fertilidad de la mujer. Tenían un buen gusto por la música y desarrollaron sus ceremonias religiosas. Además sabemos que asimilaron también las divinidades de la religión cananea. Estudios recientes demuestran que la cultura filistea era, relativamente, bastante avanzada, hasta el punto de que los propios israelíes obtenían instrumentos fabricados por los filisteos para su agricultura. Esta interrelación con los israelitas tuvo sus altos y bajos. La verdad es que estas ciudades filisteas representaban una grave amenaza para Israel, y durante ese periodo hubo disputas, batallas y a veces treguas o pactos de no agresión con los hebreos; hasta que alrededor del año 1000 a.C. Eqrón fue arrasada. No sabemos, a historia cierta, si la ciudad fue arrasada por un tal rey David. Se han encontrado zonas de Eqrón que fueron definitivamente abandonadas, aunque otras fueron nuevamente ocupadas por los filisteos. Los filisteos han sido los enemigos públicos (hostes) número uno de Israel, sin perjuicio de que en ciertas circunstancias hayan tenido que hacer alianza para enfrentarse a un enemigo común («solidarios frente a terceros»).
La tierra del Canaán, la Palestina, la tierra donde «fluye leche y miel», «la tierra prometida», o como la queramos llamar, se puede diagnosticar como una biocenosis. Una biocenosis es una comunidad de suelos, plantas y animales que para su mantenimiento y desarrollo supone la lucha continua, cíclica y sistemática de unas especies contra otras. Las biocenosis están compuestas por animales heterotrofos, animales que se comen unos a otros. En la tierra prometida pasa poco más o menos lo mismo, ya que es una tierra habitada por distintas naciones (naciones étnicas) cuya convivencia es incompatible e intolerable totalmente. La tierra prometida es un continuo escenario bélico. Hoy en día la lucha entre palestinos (musulmanes) y judíos, que nosotros vemos por televisión, nos recuerda a muchos (a la mayoría) de los versículos del Antiguo Testamento.
El libro de Samuel
El nacimiento de Samuel podemos ponerlo en correspondencia (y correspondencia no es identidad) con el nacimiento de Isaac, de Confuncio y de Jesús, pues a petición divina fue engendrado. Samuel era fundamentalmente piadoso a Yahvé, siendo de este modo juez de Israel (pueblo elegido por Yahvé cuyo Testamento fue iniciado por Abraham, siendo Moisés, con la milagrosa y divina ayuda de Yahvé, el artífice de la huída de Egipto, y Josué el héroe de la toma de Jericó).
Samuel, como buen celoso de Yahvé, condena la idolatría (entre los ídolos, por los días de Samuel, estaban la diosa Astarot y el dios Baal{13}) y prepara los corazones de los hebreos para que estos sean fieles a Yahvé y así puedan librarse de los filisteos (al parecer, los eternos rivales del pueblo elegido). En este libro se nos relata como «la mano de Yahvé estuvo contra los filisteos todos los días de Samuel» (1 Sm 7:13).
Los hijos de Samuel extraviaron sus caminos y cansados de la situación el pueblo pidió a Samuel un rey, al modo de las demás naciones (como dijo Voltaire: «los judíos fueron tardíos en todo»). Samuel no recomendaba la coronación de un rey (como era habitual en las demás naciones), pues este sería nada más y nada menos que un déspota (y la verdad es que no podía ser de otro modo, pues, como postulan Hegel y Marx, estamos ante el modo de producción asiático, en el que un hombre es libre y los demás son esclavos).
Saúl, un varón de Benjamín, hijo de Cis, es elegido rey por Yahvé. Saúl, que en principio fue firme y fiel a Yahvé, derrotó a amonitas, moabitas y filisteos, y estableció su capital en Yábes-Galaad. Cuando fue ungido por Samuel el espíritu de Yahvé descendió sobre Saúl, profetizó y fue «mudado en otro hombre» (1 Sm 10:6). Fue investido por Samuel en Gilgal (1 Sm 11:15). La relación entre Samuel y Saúl fue el modelo por el cual en la Edad Media tuvieron que adoptarse el Papa y el Emperador (sin perjuicio de que algunos emperadores fuesen más papistas que el Papa y algunos Papas fuesen más emperadores que el Emperador).
No es habitual ir en busca de dos asnas y encontrarse con un reino, pero así funcionan los designios de la providencia. Aun así, Samuel afirma que los hebreos han hecho mal pidiendo un rey (1 Sm 12:17), pues sólo Yahvé es soberano. He aquí que el pueblo elegido se apunta un pecado más a su larga lista (1 Sm 12:19). Pero si el pueblo no se aparta de Yahvé y cumple de todo corazón sus designios será redimido de sus pecados y de sus enemigos. Como siglos después dijo el Nazareno: «Buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura». ¡Así de fácil!
Israel era abominable a los ojos de los filisteos y viceversa. El odio era mutuo. La existencia de Israel era intolerable e incompatible para las condiciones esenciales de la vida filistea, y viceversa. Entre hebreos y filisteos no caben ni diálogos ni conciliaciones. Hebreos y filisteos, al fin y al cabo, estaban de acuerdo, los dos querían la tierra del Canaán, pero ese acuerdo los ponía precisamente en desacuerdo. Así como en el cielo no caben dos soles, así en la tierra del Canaán no caben hebreos y filisteos, uno de los dos pueblos tiene que caer.
Al segundo año de su reinado, Sául atacó a los filisteos con el respaldo solidario del pueblo en Gilgal (1 Sm 13:4). El pueblo se desesperaba y desertaba ante el retardo de Samuel (1 Sm 13:8). En tiempos de paz, los hebreos eran infieles a Yahvé, acercándose a los baales y a las ashtartes. Pero en tiempos de guerra volvían, arrepentidos, a Yahvé: «Entonces, gritaron al Eterno y dijeron: hemos pecado abandonado al Eterno y hemos servido a los baales y a las ashtartes; pero, ahora, líbranos de las manos de nuestro enemigos, y te serviremos» (¿1 Sm 13:10? Citado por Mircea Eliade). Entonces Saúl ofreció holocausto y ofrenda de paz a Yahvé. Samuel se lo reprendió, pues Saúl no guardó el mandamiento de Yahvé, y ahora Yahvé derrocará su reino y ungirá en él a un varón conforme a sus delirantes designios (1 Sm 13:14). Cuando Saúl le preguntó a Yahvé si les entregaría a los filisteos en manos de Israel, Yahvé dio la callada por respuesta (1 Sm 14:37).
Yahvé prescribió liquidar a Amelec por su oposición a Israel cuando subía desde Egipto. Yahvé ordenó la liquidación sistemática (sin la más mínima piedad) de todos los inquilinos de Amelec: «mata a hombres, mujeres, niños de teta, vacas, ovejas, camellos y asnos». Está claro que la expansión de Israel sobre las naciones era un proyecto de «imperialismo depredador». ¿Qué necesidad hay de matar a los niños de teta? Pero Saúl capturó vivo a Agag, rey de Amelec, una vez que «mató a filo de espada» al resto del pueblo (1 Sm 15:8). Saúl perdonó a Agag y no destruyó, desobedeciendo a Yahvé, el ganado y los bienes de los amelecitas (1 Sm 15:9). Saúl puso como excusa a Samuel que el ganado era para sacrificarlo a Yahvé (1 Sm 15:15). Pero lo que Yahvé exigía férreamente era la destrucción total sobre Amelec, que sobre Amelec no quedase piedra sobre piedra. Al parecer, no cumplir la misión de Dios en su integridad es «malo ante los ojos de Yahvé» (1 Sm 15:19). Samuel le reprochó a Saúl que más importante que los holocaustos era obedecer a Yahvé, pues el «obedecer es el mejor de los sacrificios» (1 Sm 15:22), aunque las órdenes de Dios consistan en matar a niños de teta. Puede que matar a niños de teta sea el sentido de la justicia de Yahvé… si este es el sentido de la justicia de Dios, sólo puedo decir que el mío difiere del suyo, y juzgo el mío superior. Para colmo, por esta gesta, Saúl fue desechado como rey de Israel. En el fondo, por decirlo así (por analogía, diríamos) Saúl es condenado por su actitud «demócrata», al consentir la petición del pueblo antes que la de Yahvé. Samuel descuartizó a Agag y Yahvé se arrepintió de ungir a Saúl (1 Sm 15:35) ¿Cómo se puede arrepentir un ser omnisciente y omnipotente? Es patético…
Entonces Samuel viajó a Belén, pues Yahvé eligió como rey (ungido, Mesías) a uno de los hijos de Isaí, el cual fue el menor, llamado David (que significa el amado), pues Yahvé pesó su corazón y vio en él a su legítimo ungido (1 Sm 16:7). Belén no era la menor de las ciudades de Judá, porque de Belén salió el caudillo que rigió Israel. David era «rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer», y el espíritu de Yahvé estaba con él (1 Sm 16:12). (Digo yo que algún defecto tendría la criatura).
Saúl era atormentado por «el espíritu malo de parte de Yahvé» (1 Sm 16:14) ¿Acaso el demonio, o más bien Dios jugando a ser el demonio? Puente Ojea afirma que «antes de la postulación de la figura satánica, era el propio Yahvé quien ponía a Israel a prueba y causaba directamente sus males». Luego el «espíritu malo de parte de Yahvé» no era el demonio, sino el propio Yahvé… aunque pensándolo bien el demonio es Teresa de Calcuta comparado con Yahvé. Por los tormentos, los criados aconsejaron a Saúl que algún joven le tocase el arpa, para que así los calmase. Ese joven resultó ser David.
Los filisteos, ¡otra vez los filisteos y su interminable lucha contra los israelitas por poseer la tierra donde «fluye leche y miel»!, volvieron a la carga contra Israel. He aquí que el soberbio paladín Goliat retó al pueblo hebreo ofreciendo un combate mano a mano contra algún hebreo, y «si él pudiere pelear conmigo y me venciere, nosotros seremos vuestro siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestro siervos y nos serviréis» (1 Sm 17:9). Y esta escena quiso la providencia que la repitiese Goliat durante cuarenta días (1 Sm 17:16). Por aquellos días David volvió a casa de sus padres para apacentar el ganado (como pastor que era), pero su padre le encomendó que llevase provisiones y alimentos a sus hermanos, los cuales estaban en el campamento. Al llegar a los escenarios bélicos (que enfrentaban «ejercito a ejercito» a hebreos y filisteos, que es la típica escena de tantos y tantos versículos del Antiguo Testamento) David oyó el reto de Goliat. Goliat era a los ojos de David (como buen celoso de Yahvé, es decir, como buen fundamentalista [_hebreo demasiado hebreo_]) un incircunciso que provocaba a los escuadrones del Dios viviente (1 Sm 17:26). Siendo así la cosa, David tomó su honda y venció a Goliat. Fue la soberbia de Goliat lo que le derrotó, pues, como dijo Jesús, «el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado». David le cortó la cabeza a Goliat y humilló a sus dioses, que a ojos de David era ídolos repugnantes.
Jonatán, hijo de Saúl, amó a David como a sí mismo (1 Sm 18:1), y Saúl incorporó a David a su ejercito. Entonces las mujeres de todas las ciudades de Israel cantaban al unísono aquello de: «Saúl hirió a sus miles, y David a sus diezmiles» (1 Sm 18:7), lo que despertó los celos de Saúl, puesto que este no era un asesino tan eficaz como David. Y desde entonces Saúl desconfiaba de David, pues Yahvé estaba con él (1 Sm 18:12). Entonces Saúl procuró liquidar a David cuando éste combatiese contra los filisteos (como más tarde hizo David, y con éxito, con Urías). Pero David volvió a triunfar entregándole 200 prepucios filisteos, y tras ello se casó con Mical, hija de Saúl. A partir de este momento Saúl odiaba terriblemente a David (que, para más inri, era su yerno), siendo éste sumamente respetado por los siervos de Saúl (1 Sm 18:30).
Jonatán avisa a David de los peligros de muerte que le acechaban por parte de Saúl. Jonatán y David juraron ante Yahvé, ya que el primero ayudó al segundo a huir de la ira de su padre, el cual quería matar a David, pues lo veía como un peligro para su posición de rey, dada su alta popularidad.
David huyó a la cueva de Adulan (1 Sm 22:1), reuniendo un ejercito de 400 hombres, para pasar de allí a Moab. Dicho de otro modo: David planeaba y programaba una conspiración. Pero advertido por el profeta Gad fue a Judá, al bosque de Haret. Saúl y sus tropas aplastaron a filo de espada a los sacerdotes de Yahvé por ayudar a David, por lo cual David se hizo responsable (1 Sm 22:19). David liberó a Keila de mano de los filisteos (1 Sm 23:5). Entonces Saúl descendió a Keila, huyendo David hacia el desierto de Zip. Aquí David pactó con Jonatán delante de Yahvé, para que David fuese rey y Jonatán su segundo. Dicho de otro modo: Jonatán conspiraba contra su padre, saltándose a la torera el mandamiento que reza: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Pero los habitantes de Zip avisaron a Saúl de que David se encontraba en sus tierras, en las peñas de Hores, en el collado de Haquila. David pasó al desierto de Maón, pero Saúl le pisaba los talones. Pero de nuevo los filisteos atacaron a Israel, por lo que Saúl tuvo que volver.
David pasó al desierto de En-gadi, y aquí, en una cueva, es donde perdonó a Saúl por ser el ungido de Yahvé (1 Sm 24:6), y así demostró David su fidelidad… ¡y después Dios dirá! Entonces Saúl comprendió que David debía ser el rey de Israel.
Muerto Samuel, el cual fue sepultado en Ramá, su ciudad, fue llorado por todo el pueblo (1 Sm 25:1). David tomó por esposa a Abigail, mujer de Nabal de Carmel, un perverso e insensato que se negó a tributar a David. David también se esposó con Ahinoam de Jezreel, ya que Saúl desesposó a Mical de David, esposándola con Palti, hijo de Lais.
David sabía que llegaría el día en que Saúl lo matase, luego huyó a la tierra de los filisteos. Aquis, hijo de Maoc, rey de Gat, le concedió a David la aldea de Siclag (1 Sm 27:6), y pasó allí un año y cuatro meses como mercenario de los filisteos luchando contra los geruitas, los leznitas y los amelecitas, con la rapacidad y violencia que los versículos de la Tanaj nos tiene acostumbrado (1 Sm 27:9).
Cuando los filisteos volvieron por enésima vez a la carga contra Israel, Saúl, desesperado ante el silencio de Yahvé, buscó a una mujer con «espíritu de adivinación», es decir, una pitonisa. Ésta invocó al espíritu de Samuel, el cual anunció a Saúl que Yahvé derrocaría su reinado para ungir a David (1 Sm 28:17). Y todo ello por no cumplir los divinos (tan divinos como repugnantes y depredadores) ardores de la ira de Yahvé, el cual mandó liquidar a Amelec de arriba a bajo, cosa que Saúl no hizo. Samuel también profetizó a Saúl su derrota frente a los filisteos.
Mientras los filisteos reagrupaban sus tropas, le ordenaron a Aquis que despidiese a David, por temor a que en la batalla David se pusiese en su contra. Siendo así, Aquis se lo comunicó a David. Cuando éste volvió a Siclag, los amelecitas tomaron la aldea, la cual ardía, y de la cual secuestraron a la población, incluidas las esposas de David. Pero Yahvé quiso que David liberase a los cautivos y así recuperó todo lo que se perdió (1 Sm 30:19).
Mientras, los filisteos vencieron a Israel en el norte de Gilboa, y mataron a Jonatán, a Ibinadab y a Milquisisa, hijos de Saúl. Viendo Saúl como iba a morir ordenó a su escudero que lo matase, para no ser escarnio de los filisteos. Pero como el escudero se negó «tomó Saúl su propia espada y se echó sobre ella» (1 Sm 31:4). Entonces los filisteos tomaron las ciudades de Israel. Lo extraño (o, mejor dicho, lo contradictorio) es que un amelecita fue a David avisándole de las nuevas. Éste confesó que mató a Saúl, pues Saúl, en su agonía, se lo había pedido. David mandó matar al amelecita, por haber matado al ungido de Yahvé (2 Sm 1:16). Pero, a decir verdad, David, probablemente, al oír la nueva debió de decir aquello que dijo Voltaire cuando le comunicaron que tres jesuitas habían sido quemados en Lisboa: «Noticias son esas que me consuelan mucho». Dicho de otro modo: para David la muerte de Saúl era una buena nueva, pues, y así fue, era su oportunidad para proclamarse rey de Judá y más tarde de toda Israel.
David, tras consultar a Yahvé, subió a Hebrón (2 Sm 2:1), para ser ungido por los varones de Judá y ser rey sobre la casa de Judá (2 Sm 2:4). A su vez, Abner, general del ejercito de Saúl, hizo rey a Is-boset, hijo de Saúl, sobre Gerusi, Jezreel, Efraein, Benjamín y sobre toda Israel. (2 Sm 2:9). Luego el reino de Judá era de David y el reino de Israel era de Is-boset; y, claro está, entre David e Is-boset no caben ni diálogos ni consenso ni conciliaciones, la intolerancia era mutua, desequilibrándose la balanza en pos de David, para que David liberase a Israel de la mano de los filisteos y de todos sus enemigos (2 Sm 3:18).
Cuando Baara y Recab le trajeron la cabeza de Is-boset a David, volvió a repetirse la misma historia, es decir, prendió a Baara y a Recab del mismo modo que prendió y mató al amelecita cuando le anunció la muerte de Saúl. David mandó matar a Baara y Recab, pero sin duda la cabeza cortada de Is-boset le debía de consolar mucho, pues inmediatamente después David es proclamado rey de Israel, ungido por los ancianos de Israel en Hebrón. David empezó a reinar con treinta años y su reinado duró cuarenta. O, lo que es lo mismo: 40 años de despotismo y fanático fundamentalismo: 7 años en Hebrón y 33 años en Jerusalén (2 Sm 5:5).
Una vez con el poder en sus manos, tras la liquidación de sus oponentes, David se volvió, como buen celoso de Yahvé, contra los filisteos, venciéndolos en Ball-Perazin (2 Sm 5:20). Allí quemó David los ídolos de los filisteos, abominables para los ojos de Yahvé.
Durante un breve período de paz, Yahvé entabla un pacto con David, a través del profeta Natán. Yahvé prometió a David que su descendencia reinaría para siempre eternamente (2 Sm 7:13). Cosa que, como todos sabemos, es mentira.
Mientras, David seguía extendiendo los dominios de su ortograma de imperialismo depredador, sometiendo a las naciones a la servidumbre y haciéndoles pagar tributo (es decir, le debían de dar a Israel lo que era de Israel, por decreto divino). El reino de David conquistó a los sirios, a los moabitas, a los amonitas, a los filisteos, a los amelecitas y a los edomitas. Quien no estaba con Israel estaba contra Israel, y quien no estaba con David estaba contra David. Así, David podía decir mejor que nadie aquello de: «Quien no está conmigo está contra mí».
«Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa» (2 Sm 11:2). Así empieza el episodio de David y Betsabé, uno de los momentos más polémicos del reinado de David por su falta de ética. Betsabé, hija de Eliam, era la esposa de Urías heteo. David se acostó con ella incumpliendo uno de los mandamientos de la Ley: «no cometerás adulterio». Betsabé quedó embarazada y David hizo poner a Urías «al frente, en los más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera» (2 Sm 11:15). «Y esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Yahvé» (2 Sm 11:27). A mi juicio, esta acción no sólo es desagradable para Dios, también es desagradable ante los ojos de cualquier mortal con un mínimo de escrúpulos, dignidad y vergüenza.
Natán (que aquí representa al profeta de turno) es enviado por Yahvé para amonestar a David. En forma de parábola comentó a David su doble pecado: el adulterio y el asesinato. Pero Yahvé remitió su pecado y David no murió, mas Yahvé hizo que muriese el niño del que quedó encinta Betsabé. Mientras moría o no David ayunaba y lloraba para implorar la misericordia de Yahvé, cosa que no resultó, porque el niño murió. Como dijo Voltaire: «Nosotros debemos juzgar las acciones y no el nombre que tenga el culpable, porque el nombre no aumenta ni disminuye el crimen. Cuanto más se reverencie a David por haberse reconciliado con Dios por medio de su arrepentimiento, más deben condenarse las crueldades que cometió». Y también las sabias palabras de Benito Espinosa se pueden amoldar al caso de David: «El arrepentimiento no es virtud porque no surge de la razón, el que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente enfermo y miserable». David se dejó arder por el fuego de una contemplación vana. He aquí, puestas en evidencia, las sensaciones concupiscentes de un mamífero insignificante. Pero David consoló a Betsabé dándole a luz un nuevo hijo, cuyo nombre fue Salomón, que, para más inri, fue el que heredó el reino (2 Sm 12:24).
Tras el episodio de Betsabé viene otro culebrón: la violación incestuosa de Amnóm, hijo del rey David, a Tamar, hermana de padre de Amnóm y hermana de padre y madre de Absalón (2 Sm 13). Absalón comete un fratricidio al mandar a matar a Amnóm. Absalón se refugió junto a Talmai, hijo de Amiud, rey de Gesur (2 Sm 13: 37), y pasó allí tres años. Por petición de Joab, general de los ejércitos de Israel, Absalón vuelve a Jerusalén, pero sin ver el rostro del rey (2 Sm 14:24). Después de dos años, al fin, pudo ver Absalón a su padre (2 Sm 33:24).
Entonces es cuando Absalón conspira contra David, reuniendo un ejercito de 200 hombres, aumentándolo poco a poco, ganándose el corazón de los israelitas (2 Sm 15:13). Por todo esto tuvo David que huir de Jerusalén. Probablemente fue Ahitofel (consejero de David y abuelo de Betsabé) quien recomendó a Absalón conspirar contra David, para así vengarse de las crueldades que cometió David con su nieta. Todo Israel, excepto algunas aldeas de Judá y Transjordania, proclamó rey de Israel a Absalón. En Jerusalén, Ahitofel recomendó a Absalón que buscase y matase a David de manera inmediata. Pero Absalón fue engañado por los consejos de Husai, el cual tenía bien informado a David sobre los planes estratégicos de su hijo. Estamos nuevamente en una campaña en la que dos hebreos se disputan el trono de Israel; «y la batalla se extendió por todo el país» (2 Sm 18:8). Aun así, David ordenó a sus hombres que no matasen a Absalón. Pero Joab y sus escuderos acabaron con la vida de Absalón. David, al conocer la noticia, lo lamentó profundamente (aunque a buen seguro que la nueva fueran buenas que le consolaron mucho). Al parecer, David, como muy bien le dijo Joab, amaba a los que le aborrecían y aborrecía a los que le amaban (2 Sm 19:6= ).
Tras la sublevación de Absalón vino la de Seba, hijo de Brici, el cual fue degollado por una sabia mujer en Abel-bet-maaca.
Tras esto, tres años de hambre asoló el país. Resulta que dicha hambre surgió en reprimenda de Yahvé para con Israel, por los días en que Saúl atacó y mató a los gabaonitas, que eran del resto de los amorreos (2 Sm 21:2). Pero la causa de las hambrunas no es esa. La causa de las hambrunas, si lo miramos bien, se basan en las sucesivas guerras. Después de tantas guerras, ¿cuántos hombres quedan para cultivar la tierra? Pero la Biblia no nos dice nada de eso, y basa la causa de las hambrunas en el saqueo de Israel en la tierra de los gabaonitas. Para compensar, los gabaonitas no pidieron oro ni plata, sino siete varones de los hijos de Saúl, que fueron 2 hijos y 5 nietos de Saúl, para ahorcarlos delante de Yahvé; como si esto le solucionase algo a los gabaonitas y parase las hambrunas en Israel. David perdonó a Mefi-boset, hijo de Jonatán, pues David hizo un pacto delante de Yahvé con Jonatán. (Por decirlo en términos coloquiales: Mefi-boset era un «enchufado»).
Después continuó la lucha contra los filisteos y sus gigantes, los cuales salieron nuevamente derrotados por David y sus siervos (2 Sm 21:22).
Por si fuera poco Yahvé envió la peste sobre Israel durante tres días, pues David pecó ante Yahvé censando al pueblo. Por la peste murieron setenta mil hombres (2 Sm 24:15). David tuvo que edificar un altar a Yahvé en Gad, y así «cesó la plaga en Israel» (2 Sm 24:25).
Crítica
Ahora es el momento, una vez que hemos recogido los datos, de hacer una reflexión de segundo grado, es decir, de hacer una crítica filosófica. Es hora, como decía Schopenhauer, de colocar las cartas sobre la mesa, aunque esto no sea un juego de cartas. Y en esto espero ser lo suficientemente contundente para sentenciar y condenar de una vez por todas al judaísmo, al cristianismo y a toda forma de fundamentalismo y proselitismo. Después de leer esto al creyente le quedan dos opciones: o rendirse ante la evidencia o quedarse con la boca abierta mirando a las musarañas sin tener ningún pensamiento sólido.
El bisturí crítico materialista es un hueso duro de roer, y con él espero llevar a buen puerto mis argumentaciones. Así, con el trepidante ritmo de la música materialista, inspirado por las musas de la materia, voy a entrar directamente en materia.
Los dos libros de Samuel (que en conjunto aquí vamos a llamar «El libro de Samuel»), como hemos podido comprobar, representan perfectamente la epítome de la vesania hebrea. Definitivamente los mitos de este pueblo son un auténtico delirio. Si esta es la providencia de Yahvé, al primero que habría que condenar es al mismísimo Yahvé, pues al fin y al cabo es el responsable de todos estos absurdos. Este mito es de todo menos inocente. Es algo así como para «mayores de dieciocho años». Dicho de otro modo: «no mantenga esto al alcance de los niños», pues puede herir sus sensibilidades y crearles un verdadero trauma. Que nuestros inocentes niñitos no lean esto en la catequesis.
En el libro de Samuel, a parte de estar continuamente presente la guerra, también están presentes la sangre, el crimen, el adulterio, el hambre, la peste, la maldad, la mentira, la traición, el infanticidio, el fratricidio, el incesto y, en general, el pecado con mayúsculas. Aunque es lo que normalmente se despacha en los libros del Antiguo Testamento.
Saúl y David representan a la perfección a los déspotas orientales, a la manera de Sargón o Ciro. El rey David, dicho llanamente, es algo así como un Sadam Hussein de la época. Estamos en la tierra donde un hombre es libre y los demás son súbditos y esclavos. Y todo esto se justifica porque es la voluntad de Dios, cuyos designios y caminos «son inescrutables». Ante el problema de la teodicea y de la justicia divina, tan sólo diré, como ya he dicho, que si ese es el sentido de la justicia de Dios, el mío difiere del suyo, y juzgo al mío superior.
La Biblia dice que el reino de David se extendió desde la frontera de Egipto hasta el río Eúfrates, unas dieciséis veces más grande de lo que hoy día es el Estado de Israel. Seguramente el reino de David se extendió solamente desde Tel Dan en el norte de Israel hasta el área sur de Beer-Sheba en el reino de Judá. He aquí una muestra de cómo los mitos tienden fundamentalmente a idealizar el pasado, realzándolo y llenándolo de falsas glorias. ¡Qué poca vergüenza!
Uno de los episodios más famosos del libro de Samuel es el enfrentamiento entre David y Goliat, un mito que ha tenido múltiples interpretaciones. Por analogía podríamos decir que Saúl es Agamenón y David es Aquiles. También podríamos decir que Goliat es Hector… pero son simples analogías, no quiero ir más allá. David es el héroe de los hebreos, por eso los judíos esperan que el Mesías{14} venga por el linaje davídico. El Mesías, con la ayuda de Dios, obrará prodigios y emancipará a Israel de la opresión extranjera. Con David y Salomón disfrutó el pueblo hebreo de su mayor apogeo. Al parecer la misericordia de Dios no estuvo con su pueblo. Como dije más arriba el pueblo judío siempre ha sido un pueblo paria y de diáspora. Casi siempre estaba sometido a los imperios de su derredor. Estuvieron cautivos en Egipto; el Imperio Asirio destruyó el reino del norte en el 722 a. C.; el reino de Judá fue conquistado por el Imperio Babilónico en el 587 a. C., y gran parte del pueblo estuvo cautivado en Babilonia; tras la conquista de los persas, Ciro devolvió a los judíos{15} a Judá, pero bajo su hegemonía; más tarde, en el 332 a. C., las tropas de Alejandro Magno tomaron «la tierra donde fluye leche y miel» (y miles de batallas); y, tras la revuelta de los Macabeos y un corto período de paz judía, llega la civilización a la tierra prometida, es decir, entra el Imperio Romano edificando acueductos, alcantarillados, carreteras, baños públicos, además de la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden y la paz{16}. Luego se postula que el mesianismo, y sobre todo el mesianismo escatológico apocalíptico, no es otra cosa sino una reivindicación de la barbarie, con todos sus severos refinamientos.
Es realmente asombroso que un libro, el cual sus acérrimos creyentes dicen que es la mismísima palabra de Dios, esté plagado de violencia. Aquí hay violencia por un tubo. La Biblia es el mejor libro de guerras: la violencia es el pan nuestro de cada día («nada nuevo bajo el Sol»). Aunque hay que reconocer que en esto la Biblia es bastante realista. La violencia (en sentido amplio) es omnipresente en el libro de Samuel, para no ser menos. Conozco pocos casos análogos al caso judío. Aunque fueron tardíos en prácticamente la totalidad de sus costumbres, he de reconocer que el pueblo judío es un caso único. Es más, como individuos muchos judíos son absolutamente geniales: Espinosa era judío, Marx era judío, Freud era judío, Husserl era judío, Einstein era judío. Como individuos, insisto, son geniales, pero como pueblo son un desastre. Como individuos son interesantes, como pueblo son insoportables.
Una crítica consiste en desmontar todo mito oscurantista y confusionario y no dejar títere con cabeza. Mi crítica al judaísmo consiste en negar la mayor: Yahvé no existe ni puede existir. Una vez negada la esencia y la existencia de Yahvé lo demás cae por su propio peso. El monoteísmo hebreo (monoteísmo religioso) es muy distinto (e incluso incompatible) del monoteísmo filosófico. Si el primero es materia de estudio de la teología dogmática, el segundo es materia de estudio de la teología natural. El monoteísmo religioso se funda a través del respaldo político-militar de un imperio con pretensiones universalistas; podríamos decir que el monoteísmo religioso es un universalismo irracionalista, es decir, la expansión de una nación por un dominio y control político-religioso de dimensiones ecuménicas (universales), respaldado y garantizado supuestamente por una revelación especial (de ahí su irracionalismo). Es completamente absurdo y gratuito identificar al Dios de la teología dogmática con el Dios de la teología natural; ¡y sería el colmo afirmar que el Yahvé veterotestamentario es exactamente la misma entidad que el Acto Puro de Aristóteles (el fundador de la Idea de Dios, esto es, del monoteísmo filosófico en sentido estricto)! El Dios que formula en la Física y en la Metafísica el estagirita es un Dios que no ha creado el mundo (el mundo es eterno) y ni si quiera lo conoce, puesto que harto tiene con conocerse a sí mismo, ya que es el pensamiento del pensamiento (noésis noéseos). ¡No se rebaja al mundo para conocerlo! Si el Dios de los filósofos es impersonal, Yahvé es un Dios personal, al cual se le puede rezar e implorar (¡incluso dialoga con los hombres!). Sería ridículo que alguien tratase de rezar al Dios de los filósofos (al Dios de Aristóteles) diciendo: «¡Oh Acto Puro mío, ayúdame!».
Pero lo más absurdo de todo es el concepto de providencia. Según las Escrituras, Yahvé no sólo ha creado el mundo, sino que también dirige la historia y la voluntad de los hombres, pues según dicen las Escrituras Yahvé es omnipotente. Todo está hecho bajo la dirección de la divinidad; luego si Yahvé es omnipotente no puede ser omnibenevolente, por razones obvias; y si es omnibenevolente no puede ser omnipotente, por las mismas razones. Y afirmar que Yahvé es omnipotente y omnibenevolente es caer en una total incoherencia. Y si alguien cree en un Dios providente, omnipotente y omnibenevolente peor para él, que con su pan se lo coma.
Otro concepto absurdo es el de la omnisciencia, algo así como una «conciencia infinita». La conciencia es siempre, necesariamente, conciencia de, es decir, conciencia de algo en concreto. La conciencia para que funcione tiene que tener referencias, una conciencia exenta de referencias por definición no es conciencia, es inconsciencia. El concepto de «conciencia infinita» tiene tanto alcance como el concepto de «círculo cuadrado», luego propiamente no es un concepto. La conciencia limita, define, determina, concretiza; es absurdo hablar de una conciencia ilimitada, indefinida, indeterminada y absoluta. Y, como bien apunta el materialismo histórico, es la realidad la que determina a la conciencia y no la conciencia la que determina a la realidad. Con esto, las tesis sobre la omnisciencia divina quedan pulverizadas.
El fin de la conciencia humana (dejemos a parte los problemas que conciernen a la conciencia de los animales) es desvelar, es decir, patentizar, clasificar y diagnosticar la materia real que nos envuelve. Pero desvelar la materia en su totalidad es un sinsentido, ¡y ésta es la condición de la omnisciencia divina! La conciencia no está capacitada para desvelar la totalidad de la realidad (omnitudo rerum u omnitudo realitatis, por emplear fórmulas escolásticas). Podríamos decir que existen sectores o planos que son opacos al conocimiento, y que son incognoscibles totalmente. ¡Ni Dios Padre los conoce! La conciencia no puede conocer lo que es incognoscible por antonomasia… es absurdo. Así, aquello que puede desvelar la conciencia debe de estar al alcance de lo humano, y «humano soy y nada de lo humano me es ajeno». Aunque pensándolo bien el judaísmo y mucho de lo que hacen los humanos me es ajeno, ¡totalmente ajeno!
La conciencia manifiesta aquellas partes formales y materiales que conceptualiza, clasifica y critica el sujeto humano («en tanto miembro de la sociedad»). La conciencia no es subjetiva, eso es un mito, la conciencia es objetiva; y la filosofía, que es lo que a nosotros nos importa, es social, no particular. Por eso las revelaciones especiales a un colectivo en particular son irracionales y repugnantes para la «conciencia filosófica». Y que conste que la conciencia social crítica filosófica está diametralmente opuesta a cualquier dogma de fe dado por supuestas revelaciones especiales a ciertos particulares. Dicho de otro modo: desde la filosofía es completamente inadmisible que Moisés fuese confidente de Dios y éste le revelase en el monte Sinaí las tablas de la Ley.
La conciencia es corpórea, siempre ha de ir ligada a un cuerpo orgánico, ya que el sujeto es un «sujeto operatorio», un «sujeto corpóreo» que opera con «referenciales fisicalistas». La postulación de una conciencia incorpórea es solidaria del espiritualismo, que, en el caso de los judíos y de los cristianos, es asertivo (ya que también afirman la existencia de vivientes corpóreos y cuerpos no vivientes). El espiritualismo exclusivo tan sólo admite la existencia de vivientes incorpóreos, espíritus puros, inteligencias separadas del cuerpo orgánico, formas segregadas de toda materia (como es el caso de los neoplatónicos).
Aquí, desde estas coordenadas decididamente materialistas, suponemos la sinexión entre conciencia y «razón». Por razón entiendo la función dialéctica que opera el sujeto corpóreo operatorio a la hora de realizar prolepsis (planes y programas) basadas en anamnesis (recuerdos anteriores). La razón, para llegar a la conciencia y al conocimiento, parte necesariamente de los «fenómenos», de los «referenciales fisicalistas», es decir, de los cuerpos, para regresar hacia las «esencias». Una vez hecho el regressus, es decir, una vez abierta la vía de regressus, llegó la hora del progressus, para retornar de nuevo hacia los fenómenos y contrastar la función de los entramados de la realidad en el mapa mundi en que nos movemos. Los cuerpos son la materia prima gneosológica. Esto lo supo muy bien ver Platón en el Simposio y en La República.
¿Por qué no existe Yahvé? Si Yahvé existiese las naciones no lo soportarían; lo soportan, luego Yahvé no existe. Podríamos decir que las continuas derrotas y las calamidades por las que pasa el pueblo hebreo corroboran la inexistencia de Yahvé. Si Yahvé existiese el pueblo hebreo dominaría hasta «los confines de la tierra», pero la realidad histórica ha tirado por otros derroteros. La historia no ha sido cómplice del fanatismo israelita, «noticias son esas que me consuelan mucho».
Los atributos que se le acuñan a Yahvé no sólo demuestran su inexistencia, sino también su falta de esencia. Yahvé, entre otras cosas, es un dios celoso; si Yahvé es eterno, omnipotente e infinitamente misericordioso, ¿cómo puede sentir celos, y de quién? Es ridículo… ¿Y por qué Yahvé eligió a los judíos y no a los egipcios o a los filisteos? Pero el creyente se aferrará una y mil veces a la fórmula: «los caminos del Señor son inescrutables». Luego el «cerrojo teológico» se impone y el diálogo se hace imposible. Es más, es una pérdida de tiempo, por no decir una locura, discutir con un judío o algún fundamentalista análogo sobre la inexistencia de su Dios. Ante el racionalismo son impermeables, la fe los ha corrompido de tal modo que sus conciencias están podridas hasta la médula. Sin embargo es mucho más interesante, filosóficamente hablando, discutir sobre la inexistencia del Dios de la teología natural. Por «el Dios de la _teología natural_» entiendo el primer motor, la primera causa, el ser necesario, el ser absolutamente perfecto y el fin absoluto hacia el cual todo tiende, un Dios tan filosófico que ni María Santísima, que es su propia madre, lo reconocería.
La Idea de Dios (que no es eterna, sino que apenas tiene 2.500 años) está situada frente al delirio politeísta antropomórfico y zoomórfico. Esta Idea aparece de manera embrionaria en los presocráticos (y sobre todo en Jenófanes de Colofón y su famosa crítica al politeísmo antropomórfico), pero aparece de manera explícita en Aristóteles. El monoteísmo aristotélico será visto desde el politeísmo como ateísmo, ateísmo respecto a los dioses del panteón olímpico (no olvidemos que Aristóteles tuvo que huir de Atenas cuando murió Alejandro Magno por temor a ser condenado por asebeia). He aquí que habría que postular que la filosofía griega no se caracteriza por el ateísmo, sino por la impiedad (asebeia).
La Idea de Dios está formulada desde el monismo, es decir, desde un formalismo reduccionista, el cual tiende a agotar la realidad en un atributo empírico que se hipostasia y se coloca como fundamento de la propia realidad. Dicho de otro modo: la Idea de Dios es una Idea metafísica sustancialista, Idea que hay que triturar desde una postura decididamente materialista. Y por materialismo no entiendo un materialismo mecanicista corporeísta, que es igual de metafísico y grosero que la teología más recalcitrante. Por materialismo entiendo, y apruebo, no al materialismo monista, sino al materialismo pluralista, es decir, al materialismo filosófico que desde hace 40 años se está incubando aquí en España (cosa de la que muchos filósofos españoles parece que no se quieren enterar… ¡peor para ellos!).
El materialismo filosófico recoge la distinción que hizo Ch. Wolff entre ontología general y ontología especial. La ontología especial trata sobre la doctrina los tres géneros de materialidad (que pueden ponerse en correspondencia con las tres grandes Ideas que han girado en torno a la metafísica occidental: alma, mundo y Dios). Dichos géneros son: M1, M2 y M3. Por M1 entendemos la materia física, es decir, los cuerpos y las ondas electromagnéticas. M1 se nos presenta como algo objetivo, exterior, y en el espacio más que en el tiempo. Por M2 entendemos la materialidad de índole psicológica (deseos, recuerdos, sensaciones cenestésicas, &c.). M2 se nos presenta como interior y situado más en el tiempo que en el espacio. Por M3 entendemos las estructuras esenciales, las Ideas, que son objetos abstractos pero que ni se presentan de manera interior ni exterior tales como: espacio proyectivo reglado, rectas paralelas, conjunto infinito de números primos, «langue» de Saussure, relaciones morales, identidades sintéticas, los cuales no se incluyen ni en el espacio ni en el tiempo, pero sin querer decir que estén fuera del espacio y del tiempo.
Estos tres géneros de materialidad son disociables pero inseparables, están sinectivamente conectados. Tampoco son sustancias, al modo de los tres mundos de Popper. La inconmensurabilidad de los tres géneros de materialidad nos abre la vía de regressus hacia la Materia ontológico-general, que es Materia trascendental, una pluralidad infinita de partes extra partes que desborda el mundo empírico. Luego la realidad no se reduce a ningún contexto categorial, por muy amplio que se presente. La Materia ontológico-general es acósmica y acategorial. La Materia ontológico-general la podemos poner en correspondencia con el Uno de Plotino, la Sustancia de Espinosa, la Cosa en sí kantiana, la Voluntad de Schopenhauer, el Ser de Heidegger. Es una Idea crítica, dialéctica, antireduccionista y antimonista, postulatoria de que «no todo está conectado con todo» (que es el principio armonicista de la metafísica teísta: Interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio). Desde este plano ontológico general negamos la tesis de la unicidad del ser. La Materia ontológico-general es una pluralidad indeterminada, infinita, que niega el orden o la armonía universal. Con el concepto de Materia ontológico-general evitamos la recaída en la metafísica (que es reducir todo a una sola sustancia, es decir, una invasión de la ontología especial en la ontología general; dicho de otro modo: hipostasiar un elemento de la realidad indicando que dicho elemento es el fundamento de la propia realidad).
El materialismo filosófico, con el rigor y contundencia que le caracteriza, aplasta por completo las tesituras de la teología natural y pulveriza hasta su desintegración las patrañas de la teología dogmática. ¿Qué queda de Yahvé? ¡Nada, absolutamente nada! He aquí la negación categórica sobre la existencia y esencia de Yahvé. La vía de regressus hacia la Materia ontológico-general demuestra la inexistencia de Dios y de cualquier tipo de revelación. Abrir la vía de regressus hacia la Materia ontológico- general, pese a quien le pese, es condición necesaria y suficiente para negar la postulación del cualquier revelación, un más allá o un Dios que es el asilo de los ignorantes. ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!
Los guardianes de la fe están atrapados por un pensamiento infantil, o infantiloide. La filosofía crítica y racionalista está diametralmente opuesta a las majaderías que, con su «buena voluntad», algunos «iluminados» reivindican sin parar. Pero los peores son esas «raza de víboras» que se aprovechan del candor y estupidez del pueblo llano y llenan sus panzas y bolsillos en nombre de la divinidad, tomando el nombre de Dios en vano. Esta hipocresía se hace más odiosa mezquina e irritante cuando más abiertamente proclama que su fin es el lucro (y sobre fines lucrativos saben mucho los judíos) ¡Ay, si yo los cogiera!
El concepto de «pueblo elegido» es simple y llanamente una vergüenza. Incluso hoy en día los judíos esperan impacientemente «el día de Yahvé». Pero ¿dónde estaba Yahvé cuando su pueblo era exterminado por las cámaras de gas en el holocausto? ¿Dónde estaba Yahvé de 1933 a 1945? Israel ha sido atacada y despreciada por las más diversas naciones: egipcios, filisteos, asirios, persas, griegos, romanos, musulmanes, españoles y alemanes han perseguido a este inefable pueblo. Con todo eso hay que reconocer que el pueblo judío es el único que nos queda de la antigüedad (fenicios, griegos, romanos, persas, &c., fueron derrocados), y es por eso por lo que el pueblo judío es un caso sin parangón. Pero, como dice el libro de los Gálatas: «habéis sufrido en vano por tales experiencias».
Apéndice
Después de esta falta de respeto a la religión judía, debo de confesar mi respeto por la Iglesia Católica, una institución única en la historia, sin parangón. La Iglesia Católica, durante la Edad Media, ni era una familia (o una gran familia), ni era lo que hoy se denomina «sociedad civil», ni era un Estado. Más bien se trataba de una «agencia internacional».
Sé que la siguiente observación molesta mucho a los postconciliares y a los partidarios de la iglesia madre de Jerusalén. Yo siempre he mantenido la tesis, hasta que me demuestren lo contrario, de que el cristianismo primitivo es una reconstrucción mitológica. La iglesia de Jerusalén ni siquiera se sabe donde estuvo ubicada. El cristianismo no hubiese sido una religión universal sino hubiese pactado con el Imperio Romano de Constantino allá por el 325 en el concilio de Nicea. Y esto no fue por obra del Espíritu Santo, sino que fueron las calzadas del imperio las que hicieron posible la predicación de los apóstoles. Y esto no lo digo yo, esta es la tesis de Eusebio de Cesarea en la Preparatio evangelica. Es decir, fueron las calzadas, una entidad material y realmente existente, no el Espíritu Santo, las que hicieron posible la ecumenización de los evangelios. Si el cristianismo no hubiese pactado con el Imperio Romano, la figura de Jesús de Nazaret sería una cosa así como la de Apolonio de Tiana, es decir, un personaje para cuatro eruditos.
A mi juicio, dentro del delirio monoteísta de las religiones abrahámicas, el catolicismo es la religión más racional. Aquí podríamos distinguir entre catolicismo generador y protestantismo depredador. El catolicismo está en conexión con el Imperio Español (Imperio Católico Español generador realmente existente). El protestantismo está en conexión con los imperios británicos, holandés y alemán, que fueron de naturaleza depredadora. El protestantismo nos ha llevado, como muy bien supo ver Max Weber, hacia el capitalismo industrial depredador (aquel capitalismo que diagnosticó, criticó y condenó Marx en su inmensa obra), hacia el colonialismo, hacia el antisemitismo (el propio Martín Lutero era un antisemita convencido), hacia el III Reich, las cámaras de gas y los delirios nazis.
Tras el concilio Vaticano II la Iglesia ha adoptado una ideología irenista, análoga muchas veces a algunas instituciones de izquierdas (los cuales son más papistas que el papa). Por mí que sigan soñando… y que se metan el reino de los cielos donde les quepa. Personalmente me gustaría estar incluido en dos listas negras: la lista negra de la Iglesia católica y la lista negra del Partido Socialista Obrero Español{17}. Que sepan los señores del clero (y los señores del krausismo-francmason «socialista») que ese Dios omnipotente y omnisciente tan sólo existe en sus alumbradas cabezas, en la mía no cabe algo tan descabellado, es superior a mis fuerzas, lo reconozco. No creo que exista un Ser Supremo que recompense con un cielo eterno lleno de delicias divinas a los creyentes y castigue con un «llorar y crujir de dientes» eterno en el seno del infierno a los incrédulos. Yo creo en algo que, sin dejar de ser descabellado, es mucho más racional: creo que vivimos en un minúsculo planeta que va hacia el caos desde millones de años, en el cual nacemos, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, morimos, mueren… y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil. Y seguirá siendo así hasta que el género humano se extinga y nuestro planeta se haga trizas. No quedará piedra sobre piedra. Y lo demás es música celestial. ¡Para qué nos vamos a engañar! E ignorar esto es estar en la higuera. Es más, no es que lo crea, sino que lo corroboro aquí mismo… ¡debemos de rendirnos ante la evidencia!
Los cristianos, pese al retraso, siguen creyendo de algún modo en la parusía, el día de la segunda llegada de Cristo que, a son de trompetas, impondrá «el juicio final» a los vivos y a los muertos (como bien recalca San Pablo en la primera epístola a los tesalonicenses{18}). Los cristianos deben de estar atentos para que el día del juicio no les coja por sorpresa. «Nadie sabe el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre» (a no ser que Joseph Ratzinger y Rouco Valera tengan el privilegio de saberlo).
La razón materialista ha triturado ese montón de patrañas de las que se nutren los fideístas del Antiguo Régimen. Es hora de liquidar a toda esa caterva de impostores, predicadores del tres al cuarto, que proclaman a los cuatro vientos (para vergüenza de la humanidad) las sandeces más resplandecientes y retorcidas que la mentalidad humana (demasiado humana) pueda imaginar. Cuando los apologetas de la fe entran a dialogar sobre sus cretineces y se ven en un callejón sin salida apelan al misterium tremendum que es la negra oscura noche del alma en la que todos los gatos son pardos: «los caminos del señor son inescrutables».
Sé que muchas personas que viven en mi alrededor son sinceros creyentes e incluso algunos buenísimas personas verdaderamente generosas. Es más, después de todo los salvaría, pues son un buen ejemplo de lo que en filosofía no hay que ser. Amicus Plato, sed magis amica veritas.
Notas
{1} Aquí podríamos muy bien parafrasear a Pablo de Tarso (el fundador del cristianismo) y decir: «Si no somos fundamentalista, vana es nuestra fe».
{2} La Biblia, a mi juicio y al juicio de cualquier persona racional, es una serie de libros escritos por distintos autores en distintas épocas y en distintos lugares. Estos libros son mitos. Por ejemplo: el mito de Cristo se fragua en los evangelios, en el libro de los Hechos, en las epístolas y en el Apocalipsis. Estos libros nos hablan de un hombre que se llamaba Jesús, que su padre era Dios y su madre era virgen, que andaba sobre las aguas, que curaba a los leprosos, que secaba las higueras, que resucita a los muertos, que es crucificado y a los tres días resucitado, y al final de los tiempos volverá para juzgar a los vivos y los muertos. El mito de David, llamémoslo así, se incuba en los libros de Samuel, de los Reyes y de las Crónicas. Estos libros configuran la trama de aventuras y desventuras de David y la hegemonía de los hebreos en la tierra del Canaán. Sendos mitos son oscurantistas y confesionarios, contrarios a los mitos esclarecedores, como pueda serlo el mito de la caverna de Platón.
{3} El pueblo judío se autoproclama «el pueblo elegido por Dios». ¿Cabe mayor soberbia?
{4} Para los conceptos de imperio generador e imperio depredador véase Gustavo Bueno: España frente a Europa.
{5} Por decirlo con palabras de Benito Espinosa, el fundador de la filosofía de la religión, y de la crítica bíblica en sentido estricto. Espinosa era un judío ateo.
{6} Por antisemita no quiero decir que sea racista. Lo que quiero decir es que no creo, absolutamente para nada, que el pueblo judío sea el «pueblo elegido». Dicho de otro modo: no soy creyente, y ni falta que me hace, de la religión judía ni de ninguna institución proselitista.
{7} En el sentido que le dio Carlos Marx, es decir, como falsa conciencia. Marx, por cierto, como Espinosa, era un judío ateo.
{8} Yahvé es el dios de los patriarcas, es decir, el dios de Abraham, el dios de Isaac y el dios de Jacob. Yahvé se presenta como «yo soy el que soy», es decir, la totalidad del ser y el existir. El yahvismo, como confirma R. de Vaux (citado por Mircea Eliade), nace en un ambiente de pastores y se desarrolla en el desierto. Con el nombre de Yahvé se deja de hablar del «dios del padre» y se empieza a hablar de «pueblo de Yahvé». El pueblo hebreo es «propiedad personal» de Yahvé. Yahvé es concebido de manera antropomórfica, pues muestra compasión, odio, alegría, tristeza, perdón, venganza, arrepentimiento, &c. La violencia y la ira son los dos atributos más característicos de Yahvé, por eso se puede hablar del «demonismo de Yahvé», por no hablar del «antisemitismo de Yahvé».
{9} Como muy bien supo ver Freud (otro judío ateo) en Moisés y el monoteísmo, Moisés no era hebreo, sino egipcio. La religión de Moisés es heredera del monoteísmo que se implantó en Egipto en la dinastía de Amenofis IV. Tras la restauración del politeísmo, la religión monoteísta fue tomada por la mano de Moisés para legislar a los hebreos. Como principal prueba tenemos la evidencia de que el nombre de Moisés es egipcio.
{10} Gonzalo Puente Ojea: Fe cristiana, iglesia, poder. Siglo XXI.
{11} Posiblemente este versículo esté impreso en una en una Biblia americana, pues no lo he encontrado en las biblias que poseo traducidas al español.
{12} Para el concepto de nación y nación étnica véase Gustavo Bueno: España frente a Europa.
{13} Astarot: Diosa cananea de la fertilidad, llamada también Athanath. Se identifica con la Istar de Mesopotamia y la Astarté de los griegos. Por analogía podríamos también compararla con la Virgen María. Baal: Significa amo, dueño. Dios cananeo de las tempestades y la fertilidad, llamado también Hadad. Su nombre forma parte de muchos nombres bíblicos de lugar y de persona.
{14} Mesías en hebreo y Cristo en griego no significa otra cosa sino rey de los judíos. El Mesías es el ungido de Yahvé, aquél que está sentado en el trono de Dios para someter a las naciones e implantar la Ley mosaica, para que así Israel sea soberana entre las naciones. Jesús se presentó como el Mesías y por ello fue procesado y crucificado por sedición. En rigor, como dijo Gonzalo puente Ojea en Fe cristiana, iglesia, poder, «un Mesías humillado y escarnecido no era el Mesías, sino un pretendiente incualificado».
{15} Este es el momento de hablar de los judíos en el sentido estricto.
{16} El Imperio Romano era un imperio generador. La pax romana era la paz de los vencedores, la paz política y militarmente implantada. Los conspiradores judíos, es decir, los pretendidos Mesías (Jesús entre ellos) no eran otra cosa sino nostálgicos de la barbarie. ¡Viva Roma y viva la pena de muerte!
{17} PSOE: siglas completamente falsas puesto que dicha «institución» ni es un partido socialista, puesto que se trata de una banda de tiburones capitalistas; ni van en pos de los obreros, sino que favorecen a los empresarios tipo Grupo Prisa; ni quieren ser españoles puesto que su fin es balcanizar España.
{18} El primer documento del Nuevo Testamento, escrito sobre el año 55 (después de Cristo, evidentemente).