Ismael Carvallo Robledo, Dialéctica diplomática Cuba-México, El Catoblepas 85:4, 2009 (original) (raw)

El Catoblepas, número 85, marzo 2009
El Catoblepasnúmero 85 • marzo 2009 • página 4
Los días terrenales

La cuestión cubana y el problema americano

Ismael Carvallo Robledo

Sobre el libro de Mario Ojeda Gómez, México y Cuba revolucionaria. Cincuenta años de relación, editado por El Colegio de México, ciudad de México, 2008

Presentación general

En el marco del derrotero de acción política proyectado en el Manifiesto de la Ciudad de México, damos inicio con esta entrega a una subsección de Los días terrenales dedicada a abordar las cuestiones nacionales americanas (la cuestión cubana, la cuestión boliviana, la cuestión mexicana, la cuestión chilena, &c.) vistas como cuestiones históricas atributivas (como quaestio) de un problema histórico-filosófico superior que las asume y las compendia, y que hemos de denominar en lo sucesivo como el problema americano en tanto que problema filosófico, es decir, en tanto que problema de filosofía de la historia.

Se trata de comenzar a recoger, haciéndolo siempre bajo la misma presentación (es decir, bajo el título «La cuestión x y el problema americano», siendo x, respectivamente, Bolivia, Cuba, México, Venezuela, Uruguay, &c.) materiales de índole fundamentalmente histórica, pero también política, ideológica, y sin duda filosófica, sobre cada una de las unidades políticas (naciones políticas) que conforman la plataforma continental iberoamericana, para irlos luego cribando desde la perspectiva del materialismo filosófico (en particular desde los postulados de su teoría política y su filosofía de la historia) a efectos de contribuir con ello a la confección y diseño de nuevas perspectivas y horizontes tanto teóricos como prácticos.

Como ya hemos hecho patente en trabajos anteriores, nuestro punto de vista general considera a cada una de las naciones políticas de la placa tectónica hispanoamericana –desde España hasta Argentina y Brasil– como partes atributivas de una totalidad histórico universal en marcha, habiendo asistido a un punto de quiebre fundamental en el siglo XIX en donde, a partir de la guerra de independencia y posterior revolución española (1808-1814)), y las sucesivas revoluciones americanas (1808/1810-1824/1826), el Antiguo Régimen hispánico hubo de transformarse por anamórfosis en un Nuevo Régimen hispanoamericano, el conformado por una red de naciones políticas soberanas a los dos lados del Atlántico, cuya singularidad esencial consiste en el hecho de que en cada una de sus partes está reproduciéndose la totalidad entera. Y decimos todo esto sin dejar un segundo de atender a la dialéctica interna que, atravesada por el vector ideológico-político de la Constitución de Cádiz de 1812 como cristalización de la nación política española, en España tuvo lugar durante todo el XIX y al margen de la cual es imposible entender las independencias americanas. Esta es la clave desde la que impugnamos y encaramos dialéctica y vigorosamente la ideología metafísica de los «500 años de opresión euro-céntrica» sobre América por vía del Imperio español, puesto que en ese brochazo tan burdo e insidioso, además de no-dialéctico e idealista, es decir, no realista (por no decir infantil: «indígenas buenos y españoles malos»), quedan anegados procesos tan complejos y decisivos como lo es precisamente aquel en el que hubieron de recortarse, perfilarse y consolidarse –con peor o mejor suerte, esa es otra cuestión– naciones políticas independientes a lo largo de los siglos XIX y XX.

Nada de lo hispano, por tanto, viendo las cosas desde estas coordenadas, puede sernos ajeno; o de otro modo: el problema de España es al mismo tiempo el problema de México, de Venezuela o de Brasil: es el problema americano que, por tanto, al serlo, a todos nos concierne. En esto estriba todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá, para decirlo con Jorge Abelardo Ramos.

Esto quiere decir que nos situamos en una perspectiva crítica desde la que toda singularidad o excepcionalidad que quiera ser presentada como privativa de una u otra nación, bien sea por la vía de un nacionalismo político exacerbado, como puede suceder a veces con el mexicano, bien sea por la vía de un nacionalismo étnico secesionista como el vasco o el catalán (para el caso de España), o la del nacionalismo étnico indigenista (para el caso de América), todas ellas defendidas siempre desde el relativismo posmoderno, las metodologías antropológicas críticas y contra-culturales de la tolerancia formal y absoluta (al margen de cualquier contenido y materia, llevándose en ello a nuestro admirado Gramsci entre los pies: y no queremos perder la oportunidad de consignar aquí que ya él había condenado en su tiempo a los «payasos nietzcheanos» que eran, como los neo-situacionistas micro-rebeldes y radicales de la izquierda indefinida de hoy –que, o se desnudan radicalmente ante la cámara de Spencer Tunick, o gritan furibundos «No a la Guerra, Sí al aborto»–, críticos de todo con tal de estar contra el _statu quo_… qué statu quo no importa) y coronadas por el metafísico Mito de la Cultura (en el sentido de considerar a esa supuesta esfera Cultural como un estrato sublime, puro y profundísimo en donde se supone yace lo más genuino y sutil de la verdadera, unívoca y cerrada «identidad» que, del mismo modo en que la Gracia era insuflada por Dios, el Espíritu ha insuflado en este o aquél pueblo: el Reino de la Gracia es ahora, según esta ideología, el Reino de la Cultura); todas estas singularidades y excepcionalidades, decimos, quedarán entonces subordinadas en todo momento a los designios de una perspectiva mucho más amplia, dialéctica y, por tanto, realista, a saber: la perspectiva histórica y política hispanoamericana desde la que cualquier persona perteneciente a esta vastísima plataforma ha de considerarse concernida o interpelada por igual por lo acontecido tanto en Bolivia como en Brasil, en México como en España, en El Salvador como en Cuba, en Paraguay como en Honduras, &c.

En esta primera entrega, pues, hacemos una primera aproximación a la cuestión cubana a la luz de la dialéctica diplomática entre el régimen de la Revolución cubana y el régimen posrevolucionario mexicano a lo largo de los últimos cincuenta años según queda expuesto en el libro a cuyo comentario damos paso en lo que sigue.

Comentarios introductorios

1. Encontramos en el libro de Mario Ojeda Gómez, México y Cuba revolucionaria. Cincuenta años de relación (El Colegio de México, México DF, 2008), un reporte global de la dialéctica diplomática entre dos estados americanos en donde tuvieron lugar dos de los procesos políticos más emblemáticos y complejos del siglo XX hispanoamericano, y que irradiaron con fuerza en la escena continental, en la primera y segunda mitad del siglo respectivamente, tanto desde el punto de vista político como ideológico: la revolución mexicana, por cuanto a la primera mitad del siglo, y la revolución cubana, por cuanto a la segunda.

Se trata de procesos que han de ser vistos, tal es nuestro juicio, como dos rutas políticas o modelos de construcción y consolidación de naciones políticas hispanoamericanas en un siglo, el XX, configurado a escala geopolítica (universal) por el antagonismo global entre el imperialismo capitalista liberal democrático y el imperialismo socialista soviético a la luz de cuya colisión tuvieron lugar las dos guerras mundiales, la guerra fría, los procesos de liberación nacional del tercer mundo y, tras la caída de la URSS y el triunfo militar, económico e ideológico de Estados Unidos, los procesos de balcanización alrededor del mundo, el auge del islamismo radical y la consolidación de China como potencia imperial.

Según hemos de explicar más adelante, esta dialéctica de imperios ha de ser vista como la de un antagonismo polémico entre dos imperialismos generadores, el norteamericano y el soviético, dentro de cuyo bastidor ha quedado dibujado el mapa histórico del siglo XX; es por esto que la caída de la Unión Soviética tiene la misma importancia y magnitud que la caída del imperio romano, del imperio inglés o del imperio español, pues en virtud de su potencia e influencia quedaron configuradas, bien con sello generador, bien con sello depredador, amplias regiones del mundo. Como bien sostiene Luciano Canfora, cuando desde la izquierda se acude hoy a la típica tríada de la revolución francesa de libertad, fraternidad e igualdad para encontrar las «señas de identidad» de la izquierda del presente, no puede verse otra cosa que la ignorancia, la inconsistencia y la incapacidad por parte de esas mismas corrientes o personajes «de izquierda» que no pueden asumir que el problema no se resuelve volviendo a lo que sucedió hace doscientos años –a más distancia más comodidad– sino encarando, explicando y tomando posición clara respecto de porqué razón y a merced de qué dialécticas hubo de caer un imperio, el del socialismo soviético realmente existente, ese laboratorio –según Canfora– que una falsa historiografía reduce hoy a una especie de gigantesco campo de detención, creador del Estado de Bienestar, de una de las constituciones más racionales e universales del siglo XX (la de 1936) e impulsor indiscutible de la liberación del tercer mundo, sin dejar de reconocer su cara negativa (Gulag, totalitarismo, &c.), pero que en todo caso no estaba calculado para sucumbir.{1}

Pero se trata de procesos políticos, el mexicano y el cubano, por tanto, y volviendo a lo nuestro, que quedarían completamente despojados de sentido si se les quisiera ver desde una supuesta excepcionalidad histórica en donde habrían de yacer, de manera exclusiva, las claves de su drama político.

2. En doce capítulos, Ojeda expone pues el curso global que siguieron las relaciones diplomáticas entre el régimen posrevolucionario priísta de México y el régimen revolucionario de Cuba. Hay que decir no obstante, por cuanto al primero, que se trata de un régimen que, en 2000, cambió de timón, habiendo quedado la nave del Estado en manos de Vicente Fox, el PAN y un grupo sui generis de exmilitantes de la tercera generación de la izquierda mexicana, la de la revolución socialista, y de intelectuales orgánicos de la transición democrática, muchos de los cuales, como Jorge Castañeda o Ricardo Pascoe, fueron precisamente los encargados de reorientar la política exterior del Estado mexicano –sobre todo con relación a Cuba– en la fase del nuevo régimen, bien desde la Cancillería, caso de Castañeda, bien desde la embajada mexicana en la Isla, caso de Pascoe.

Para bosquejar un arco global y de sentido de los cincuenta años de relaciones diplomáticas cubano-mexicanas, podemos servirnos de dos puntos de fuga señalados por Ojeda como emblemáticos por cuanto a las implicaciones suscitadas con relación a la elección de la norma fundamental de México en materia de política exterior: por un lado, la IX Reunión de Consulta de la Organización de Estados Americanos (OEA) de 1964, verificada en Washington, en cuya resolución quedó estipulada la obligatoriedad de todos los estados miembros de romper relaciones diplomáticas con Cuba.

Esa resolución habría de afectar directamente a Bolivia, Chile, Uruguay y México, toda vez que eran ellos los únicos países que seguían manteniendo relaciones con el régimen revolucionario y socialista de Fidel Castro; el resto de los estados americanos habían cortado ya tales relaciones. Tanto Bolivia, Chile y Uruguay, a pesar de haber votado en contra, terminaron a la postre acatando la resolución de la OEA, procediendo poco después a la suspensión de relaciones con La Habana. México, en cambio, no nada más votó en contra de la resolución sino que no acató sus designios, declarándola como atentatoria a la soberanía de los estados y sugiriendo, además, que se llevase el caso a la jurisdicción de la Corte Interamericana de La Haya.

Según Ojeda Gómez, haciéndonos con esto recordar lo sentenciado a principios del siglo XX por Manuel Ugarte, cuando decía que México era (¿es?) el rompeolas de todo el continente hispanoamericano, la reunión de Washington:

«significó el principal eslabón de la ofensiva diplomática estadounidense iniciada en 1959 con el objeto de lograr la condena colectiva del gobierno de Castro y el aislamiento económico y político de la Isla. Después de la reunión, México quedó solo, como el único país de América Latina que mantuvo relaciones con el gobierno revolucionario cubano.
La decisión mexicana de no acatar la resolución aprobada en la reunión de consulta marcó un precedente en la historia del organismo regional […] y vino a poner en tela de juicio la vigencia misma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tratado de Río). Por otra parte, la acción de no acatar una resolución de la OEA, sentó también un precedente en la política interamericana de México. Si bien el gobierno mexicano había guardado hasta entonces ciertas reservas frente al Tratado de Río y a la propia OEA, esta actitud nunca había ido tan lejos como para llegar a no acatar una resolución aprobada por las dos terceras partes de sus miembros.»{2}

El segundo punto de fuga se dibuja treinta y ocho años después, esta vez en Ginebra, en el marco de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, cuando, el 19 de abril de 2002, México votó a favor de la resolución, presentada por Uruguay, condenando la situación de los derechos humanos en Cuba. Los pormenores de esta votación son de hecho consignados por Ojeda en su libro en el capitulo titulado inequívocamente «El rompimiento de facto: fin de una era». Tanto en 2000 como en 2001, México había mantenido todavía su posición de abstención ante la condena de la Comisión de Ginebra; a partir de 2002 y hasta la disolución de la misma en 2006, México votó a favor de la impugnación internacional contra Cuba en materia de Derechos Humanos.

Se trata de un repaso, el de Ojeda Gómez, en el que ocho presidentes de México, de Adolfo López Mateos (1958-1964) hasta Vicente Fox (2000-2006), tuvieron como interlocutor del régimen revolucionario cubano a una sola figura, la de Fidel Castro. Cincuenta años en los que México pasó –acaso, si se quiere, como rompeolas de Hispanoamérica, en el sentido de Ugarte– de respaldar una política exterior manteniendo los márgenes tácticos de neutralidad como parte de una estrategia diplomática activa (pues toda omisión es una forma invertida de acción política), a mantener, de manera más explícita con el nuevo régimen en manos del PAN, una política menos neutral, o menos pasiva, digamos, para posicionarse con mayor claridad del lado de las directrices dibujadas desde Washington –acaso, si se quiere, y de la misma forma que el régimen de Uribe en Colombia, como otra punta de lanza continental de los Estados Unidos en Hispanoamérica–.

Pasemos en todo caso ahora a analizar con mayor detenimiento el curso de las relaciones diplomáticas entre Cuba y México durante la segunda mitad del siglo XX.

Criterios y análisis

Para analizar esta dialéctica diplomática, hemos de filtrar el material ofrecido por Ojeda por el tamiz crítico del materialismo filosófico desarrollado por el profesor Gustavo Bueno en sus trabajos Primer ensayo sobre las categorías de las Ciencias políticas (Logroño, 1991) y Principios de una teoría filosófico política materialista, de 1995 (Proyecto Filosofía en español, www.filosofia.org/mon/cub/dt001.htm).

A. Nos atendremos en primer lugar al modelo canónico genérico de sociedad política desarrollado por Bueno en su libro Primer ensayo de las categorías de las Ciencias políticas en cuyo estrato ontológico identifica tres componentes fundamentales: en primer lugar un núcleo de la sociedad política determinado por el proceso en virtud del cual una parte de ella (la parte directora o dominante, o las partes co-directoras) pone en marcha y hace girar en su torno, como un remolino, a todas las otras partes de las diferentes capas del cuerpo de la sociedad que se organiza.{3}

En segundo lugar, un curso de esa sociedad política con arreglo a cuya proyección se desdobla ésta en un fase proto-estatal, una fase estatal y un fase post-estatal. Todo Estado, visto desde estas coordenadas materialistas y dialécticas, tiende obligadamente a la expansión, con lo cual podríamos estar en disposición de considerar a la famosa frase de Benito Juárez, «entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz», como una frase que acaso pueda tener sentido en el contexto que Juárez tenía a la vista en su tiempo, pero que, en términos generales, es una pura fórmula retórica y vacía: la paz es la paz de la victoria (Gustavo Bueno).

Y en tercer lugar un cuerpo configurado alrededor de tres capas ontológicas: una capa conjuntiva del cuerpo político, materializada como resultante de la acción del núcleo en el eje circular del espacio antropológico, y que incluye toda la gama de estructuras sociales (de relaciones sociales) del mismo: instituciones familiares, instituciones políticas (partidos políticos), asociativas, profesionales, sindicales, &c.; una capa basal, configurada igualmente a la luz de las acciones operadas por el núcleo en el eje radial del espacio antropológico, y que incluye por tanto la configuración de contenidos objetivos impersonales, desde las tierras de cultivo, hasta los edificios, las centrales eléctricas y las refinerías susceptibles de ser objeto fundamental de la acción política misma; se trata de la capa correspondiente con el campo de la economía política.

Y una tercera capa, denominada capa cortical, que se corresponde con las acciones que el núcleo ejerce y determina de cara al exterior de la sociedad política de referencia; es la capa en donde quedan incorporadas las líneas diplomáticas, comerciales y militares a través de las cuales se da la relación entre unos Estados y otros.

Desde esta primera perspectiva, las relaciones de la capa cortical entre México y Cuba revolucionaria están dibujadas fundamentalmente por vía de las líneas comercial y diplomática, siendo en su totalidad nulas las relaciones dadas desde el punto de vista militar.

México, hasta la llegada de Fox en 2000, mantuvo siempre respecto de Cuba una posición estratégica de neutralidad excepcional fundamentada en la norma del respeto a la soberanía y de defensa de la no-intervención al amparo de cuyo margen le fue posible desplegar multiplicidad de estrategias diplomáticas, muchas de ellas no exentas de incurrir en contradicción: del auspicio de los revolucionarios de Castro en México, quienes, habiendo llegado a finales de 1955, permanecieron en el país hasta su salida desde el puerto de Tuxpan en el Granma, el 25 de noviembre del 56, al desacato de México a la resolución de la OEA en 1964 mediante la que se ejerció presión sobre las repúblicas americanas para romper relaciones con Cuba, pasando por la visita del primer presidente de México a la Cuba revolucionaria, la de Luis Echeverría en 1975, una visita signada por la doctrina del pluralismo ideológico propuesta como política exterior de México, y el sui generis apoyo mutuo fraguado entre Carlos Salinas de Gortari y el régimen de Fidel Castro, apoyo merced al cual el segundo estuvo presente en la toma de protesta como presidente de la república del primero luego de un proceso por demás turbio y oscuro, sin dejar de mencionar la amistad de verdadero carácter histórico entre Castro y la familia Cárdenas en México, y sin dejar de mencionar tampoco el hecho de que Salinas, viéndose obligado a salir del país finalizado su aciago sexenio, mantuvo un exilio en los años siguientes a caballo entre Irlanda y, precisamente, La Habana.

Una dialéctica diplomática, pues, que en su ambigüedad era posible ver las contradicciones de un régimen posrevolucionario como el mexicano en el momento de verse en el espejo de la revolución cubana: se trataba de los límites demarcados por esa dialéctica entre una revolución mexicana de carácter nacional popular y, sólo posteriormente, anti-imperialista (con la expropiación petrolera del 38), pero nunca socialista en todo caso, con una revolución cubana en primerísima instancia también nacional anti-imperialista, pero, inmediatamente después y de manera explícita, socialista y sovietizada, grados de despliegue estratégico e ideológico a cuyos límites nunca hubo de llegar el régimen de la Revolución mexicana. Es tarea de análisis históricos por venir el balance de ambos procesos de cara a las necesidades estratégicas y programáticas de conformación, configuración y afianzamiento de estas dos naciones políticas a lo largo del sigo XX.

Y era también en función de esta contradicción que México mantenía la distancia diplomática respecto de la revolución cubana, una revolución dispuesta a expandirse e influir en el resto del continente, sobre todo a partir de la Declaración de Santiago de Cuba que, en 1964, fue hecha por el régimen de Castro como respuesta a la señalada IX Reunión de Consulta de la OEA en la que Washington obligaba a todos los países americanos a desconocer a la Cuba revolucionaria. En la Declaración de Santiago Cuba se hacía hincapié de manera explícita en el derecho del que se consideraba asistida para apoyar a los grupos revolucionarios de América Latina. Las relaciones de la capa cortical por parte de México podían mantenerse en equilibrio siempre y cuando el expansionismo ideológico de la revolución cubana no interviniera en la organización de la capa conjuntiva del estado mexicano.

Un par de años después tendría lugar en La Habana el famoso encuentro convocado por la Organización de los Pueblos de Asia, África y América Latina, mejor conocida como la Conferencia Tricontinental, del que habría de derivarse la creación de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas). Fueron años también en los que en México, y a instancias fundamentalmente de Lázaro Cárdenas, fue organizado el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) con fuertes influencias y conexiones ideológicas con el régimen revolucionario de Cuba.

Hasta la primera mitad de la década de los 70, cuando Echeverría visita Cuba como el primer presidente mexicano en hacerlo, Ojeda identifica los siguientes períodos en función de los vaivenes diplomáticos mantenidos siempre dentro de un marco de equilibrio recíproco:

• Un primer momento que va del triunfo de la Revolución cubana y la instauración del gobierno de Castro hasta octubre de 1962, año en el que la Unión Soviética decide desmantelar las bases cubanas de proyectiles nucleares.

• Un segundo período, que va de 1962 a 1968; década clave en la expansión de grupos guerrilleros castro-guevaristas en Hispanoamérica pero que fueron siempre detenidos para el caso de México en funciónde el pacto tácito entre uno y otro régimen.

• Un tercer período, marcado emblemáticamente por el año de 1968 en donde en México acaecieron graves acontecimientos de represión política en octubre de ese año. En este período, Castro tuvo la prudencia de atenuar sus posiciones a la luz de la radicalización que en México tuvieron los grupos guerrilleros organizados a partir de la represión del 2 de octubre.

• Un cuarto período, inaugurado por la caída de Allende en Chile y en cuya marco cobró relevancia estratégica la cercanía de La Habana con México. Son los años de la llegada de Echeverría a la presidencia de México abanderando la ideología del tercermundismo y el pluralismo ideológico que remataría con su visita a la Isla en agosto de 1975. Al final de la visita habría de expedirse una declaración conjunta en la que de manera sorprendente y paradójica los gobiernos de Echeverría y Castro afirmaban, con toda la retórica anti-imperialista que la ocasión exigía, que sus gobiernos habían llegado a una conclusión conjunta en la que convenían en:

«conjugar esfuerzos para intensificar la lucha contra el imperialismo, el colonialismo, el neocolonialismo y el racismo, a fin de erradicar las fuerzas de dominación y explotación.»{4}

En el período de la presidencia de José López Portillo (1976-1982), la relación cubano-mexicana estuvo signada por la cercanía y simpatía recíproca entre Castro y el presidente de México. Fue también una dialéctica diplomática apuntalada por la revolución nicaragüense contra la dictadura de Anastasio Somoza: el 17 de mayo de 1979, Castro visita la isla de Cozumel para entrevistarse con el mandatario mexicano, teniendo como propósito –según la información recogida–- clarificar lo concerniente a la sustitución que México hacía de Venezuela en cuanto al apoyo económico y político que habría de canalizarse a los revolucionarios sandinistas, toda vez que Carlos Andrés Pérez había dejado la presidencia venezolana en el mes de marzo previo, habiendo sido sustituido por Herrera Campins, del opositor democristiano COPEI y, por tanto, antagonista del movimiento sandinista.

El 19 de julio del 79 triunfaba la revolución sandinista. Al año, del 31 de julio al 3 de agosto de 1980, José López Portillo habría de hacer su primera visita de Estado a Cuba. En dos años más, la situación económica de México alcanzaría cotas de alarmante deterioro, López Portillo privatizaría la banca comercial y, con una economía en estado catastrófico y una deuda externa de 83 mil millones de dólares (la más grande del mundo en esos momentos), se habría de dar la sucesión presidencial.

Los 80, con Miguel de la Madrid en la presidencia de 1982 a 1988, fueron años en los que Cuba pasó a segundo plano en las prioridades diplomáticas de México. La razón: el conflicto armado en Centroamérica y el terremoto de 1985 en la ciudad de México. Todas las baterías de la cancillería y el Estado mexicanos estuvieron puestas a disposición de las estrategias internacionales y regionales de pacificación en América Central.

El 19 de enero de 1983, la isla panameña de Contadora recibiría a los cancilleres de Colombia, Panamá, Venezuela y México. El objetivo del «grupo Contadora» era aislar los conflictos centroamericanos de alguna manera de la dialéctica geopolítica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, cosa por lo demás bastante idílica: la Unión Soviética había enviado a Nicaragua y El Salvador armas a través de Cuba, además de que había sido en esta última donde el frente Sandinista había tenido entrenamiento. El gobierno de De la Madrid, en todo caso, hizo todo lo que pudo para evitar «otra Cuba en Nicaragua».

El 19 de septiembre de 1985, el terremoto más fuerte de la historia reciente de México hacía estragos en la capital de la república, cambiando el cuadro entero de prioridades tanto internas como externas del gobierno de México. Cuatro años más tarde la Unión Soviética se vendría abajo y Carlos Salinas de Gortari llegaría al poder a la cabeza del grupo de tecnócratas que, desde entonces a la fecha, desmanteló las estructuras del estado mexicano y reorientó el curso político, ideológico y económico del país. Paradójicamente, el paladín de la tecnocracia neoliberal, Carlos Salinas de Gortari, mantuvo una relación equilibrada y cercana con el régimen de La Habana.

De la Madrid no visitó Cuba sino hasta el último tramo de su gobierno, del 31 de octubre al 2 de noviembre, a cuatro semanas de dejar del poder. La razón, a juicio de Ojeda, es evidente: hacer una invitación personalísima a Fidel Castro para que asistiera éste a la toma de protesta de Carlos Salinas de Gortari como presidente de la República, tras haber tenido lugar uno de los más polémicos y tensos conflictos electorales de la historia reciente del país{5}. La jugada fue maestra por parte del grupo de Salinas y del PRI: habiendo aceptado y, en efecto, asistido a la ceremonia de envestidura, Fidel Castro, además de dejar de lado una relación personal con la familia Cárdenas y a mayor gloria de la Realpolitik, estaba legitimando por la vía de la izquierda socialista de Cuba la llegada al poder de uno de los príncipes del neoliberalismo americano al que con tanta furia criticó y critica él mismo y el régimen revolucionario de Cuba desde entonces hasta ahora. A la luz de esa polémica visita, Castro habría de declarar:

«Mi visita fue mal vista. Pero yo estoy obligado a apoyar un gobierno como el de México que a su vez nos ha apoyado durante treinta años. Mis amigos son el gobierno mexicano y Carlos Salinas de Gortari y si con mi presencia le di apoyo, es para mí un honor haberlo hecho.»{6}

Pero es que la Unión Soviética se venía abajo y el mapa geopolítico mundial cambió de manera drástica.

El trato del gobierno mexicano bajo Salinas de Gortari (1988-1994) fue de bastante cordialidad y apoyo: promoción intensiva de inversiones mexicanas en la isla, inclusión de Cuba en la Primera Cumbre Iberoamericana de Guadalajara (en julio de 1991) y en el sistema iberoamericano mismo, mediación, terciada a su vez por García Márquez, de Salinas entre Clinton y Castro ante la crisis de los balseros cubanos de 1994… hasta que, en septiembre de 1992, Salinas se entrevistó con los disidentes cubanos Carlos Alberto Montaner, de la Unión Liberal Cubana, y Jorge Mas Canosa, de la Fundación Nacional Cubano Americana. Este es el punto que, a juicio de Ojeda, puede ser visto como el inicio del cambio de rumbo que a partir de entonces sufrió la política exterior de México hacia Cuba y que alcanzó su nivel más alto en el gobierno de Fox.

Según las fuentes consultadas por Ojeda (un artículo de Pamela Falk de The Wall Street Journal del 16 de octubre de 1992), la reunión con Mas Canosa estaba orientada a evitar, por parte de Salinas, la puesta en marcha de una campaña contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que el cubano estaba pergeñando en perjuicio de los planes del gobierno mexicano. El acuerdo alcanzado habría tenido contemplado lo siguiente: negación a Cuba de créditos concesionales, no renegociación de la deuda de Cuba con México, evitar la entrada de Cuba en el Pacto de San José, mantener el comercio entre México y Cuba en los niveles de esos momentos y a precios internacionales y, por último, no dar garantías del gobierno mexicano a los inversionistas privados que invirtieran en la isla.

Al igual que De la Madrid, Salinas de Gortari retrasó su visita a Cuba hasta el final de su mandato, habiendo pisado la isla por escasas 5 horas el 13 de junio de 1994. Volverían a encontrarse ambos personajes en la siguiente toma de protesta en el cambio de estafeta en la presidencia de México, la de Ernesto Zedillo. Cuando éste rompió con su antecesor de manera por demás escandalosa (Zedillo encarceló a Raúl Salinas de Gortari, hermano mayor del ex presidente) Salinas tuvo que exiliarse, teniendo como destino intercalado Irlanda y, en efecto, la isla de Cuba.

A Zedillo (1994-2000) le estalló en las manos la crisis financiera de diciembre del 94. Su gobierno concentró sus esfuerzos a lograr la estabilización de la economía, a consolida las estrategias de desmantelamiento del Estado en clave neoliberal y a permitir que, por primera vez en la historia, el PRI no ganase las elecciones.

Le Ley Helms-Burton, de febrero de 1996, había sido esgrimida por el gobierno norteamericano con el propósito de frenar la avalancha de inversiones que, tras la caída de la URSS y previa tentativa de apertura económica por parte del régimen de La Habana, habían comenzado a fluir de manera notable. Esta ley, a diferencia de su antecesora, la Ley Torricelli, que penalizaba tan sólo a compañías estadounidenses que invirtieran en Cuba, estaba dirigida contra toda empresa extranjera con intenciones de intervenir en la economía cubana. Por la parte mexicana, empresas como Domos, Cemex, grupo Posada, Bimbo, Vitro y Pemex fueron afectadas por esta ley.

Zedillo no realizó visita de Estado a Cuba, tan sólo se encontró con Castro en el marco de la Novena Cumbre Iberoamericana que tuvo lugar en La Habana el 15 de noviembre de 1999. Hombre completamente gris desde un punto de vista ideológico e intelectual, sello de distinción de la mayor parte de los tecnócratas mexicanos, Ernesto Zedillo no tenía realmente nada de qué hablar con el hombre fuerte de La Habana.

Vicente Fox llegó a la presidencia en 2000. Jorge G. Castañeda, antiguo militante de la izquierda de la revolución socialista mexicana (la correspondiente con la tercera generación de la izquierda) se sumó al proyecto foxista, habiendo declarado en la revista británica New Left Review que había sido él mismo, a través del Grupo San Ángel que organizó, quien impulsó el acenso al poder del señor Fox. A juicio de Castañeda, el llamado por politólogos y periodistas «bono democrático» habría de ser instrumentalizado por el nuevo régimen mexicano como catalizador de una nueva estrategia de México en política exterior. Cuba sería uno de los primeros afectados de ese viraje.

Para Castañeda, era prioritario alcanzar un acuerdo migratorio con Estados Unidos, toda vez que era y es a ese país hacia donde fluye la mayor parte de la migración de mexicanos. Los logros que estaban cristalizando terminaron yéndose por la borda a partir del 11 de septiembre de 2001, año en que, tras los atentados terroristas de las Torres Gemelas en Nueva York, la administración Bush modificó su escala y orden de prioridades geopolíticas, modificación que habría de desembocar en las invasiones en Afganistán e Irak que mantuvieron la atención de Estados Unidos durante el resto de la administración de Vicente Fox hasta 2006. En 2003, Jorge Castañeda renunció a la Cancillería.

Pero desde 2001 dio inicio una cadena de circunstancias que habría de llevar a la postre al deterioro de las relaciones cubano-mexicanas. El escenario: la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas de Ginebra. En ese año, Polonia y República Checa, a instancias de Estados Unidos, había puesto sobre la mesa de la diplomacia internacional una moción de condena al régimen de Cuba por la manera en que se atentaba contra los derechos humanos.

México, al igual que el año anterior, se había abstenido de votar. Pero en 2002 y hasta 2005 (en 2006 desapareció la Comisión) lo hizo a favor de la condena. Aquí se rompía el arco cortical, iniciado por México en 1964 en el contexto de la OEA, en el que México había mantenido una posición táctica de neutralidad respecto de la capa conjuntiva de Cuba, en reciprocidad a su vez de la no ingerencia del régimen de La Habana en la capa conjuntiva de México.

El 3 y 4 de febrero, Vicente Fox visitó Cuba bajo la modalidad de «visita de trabajo», y no «visita de Estado»; ahí habría de tener lugar fuera de agenda una reunión de Fox y Castañeda en la Embajada mexicana con un grupo de disidentes cubanos entre los que se encontraba Elizardo Sánchez Santacruz, presidente de la Comisión Cubana pro Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. La reunión hubo de acontecer bajo los designios de la directriz dibujada por Castañeda –dudamos de que Vicente Fox tuviera alguna idea o juicio consistente al respecto– según la cual había que «terminar las relaciones de México con la Revolución cubana para reiniciar la relación de México con la República de Cuba». En su diario, Ricardo Pascoe, a la sazón embajador mexicano en Cuba y hoy asesor de Felipe Calderón e ideólogo de la socialdemocracia blanda e idealista, hubo de consignar lo siguiente: «No tenemos propuesta alguna para Cuba. Eso hace que la reunión sea tan filosófica y vaga. Pero me alarma que Fox diga que México no va a promover una resolución contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos. Espero que sea cierto.»{7}

El 18 de marzo de 2002 tuvo lugar en la ciudad de Monterrey la Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, con la presencia de 40 jefes de Estado. Fidel Castro asistió y, el 21 de marzo, hizo uso de la palabra para descalificar el consenso logrado en Monterrey y a las instituciones financieras internacionales. Ante la sorpresa de todos, luego de haber expuesto sus puntos abandonó Castro el recinto, la cumbre y el país mismo.

Poco tiempo después, en abril de ese 2002, tuvo lugar en Ginebra la votación correspondiente contra Cuba por motivo de los derechos humanos, perla ideológica del neoliberalismo y el fundamentalismo democrático: México habría de votar, por primera vez en la historia, contra Cuba.

De manera inmediata, el día siguiente, 22 de abril, Castro hizo públicas las grabaciones a través de las cuales se habrían de clarificar las razones por las que unas semanas antes sorprendió el comandante a la Cumbre de Monterrey con su intempestiva salida del país. La grabación, en efecto, contenía la conversación telefónica entre Fox y Castro; el primero le habría dicho al segundo: «me acompañas a la comida y de ahí te regresas». Además, antes de terminar la conversación y de convenir en la advertencia, Castro preguntaría «dígame, ¿en qué más puedo servirlo?, a lo que contestó Vicente Fox: «pues básicamente en no agredir a Estados Unidos o al presidente Bush».

A partir de este incidente, las relaciones de la capa conjuntiva por vía diplomática entre México y Cuba llegaron a puntos de práctico congelamiento, sin perjuicio de que la vía comercial se mantuviesen los flujos que estructuralmente se habían venido dando: intercambios académicos, turismo, deporte, &c. Para mayo de 2004, con Ernesto Derbez como titular de la cancillería de México, las relaciones quedaron reducidas a nivel de encargados de negocios. En julio la relación volvió a su estado de normalidad.

El 1 de agosto de 2006, Fidel Castro tomó la decisión, por razones de salud, de delegar el poder en la figura de su hermano, Raúl Castro.

En julio de 2006 tuvo lugar en México la más polémica elección presidencial después de la de 1988. Felipe Calderón queda como titular del Ejecutivo mexicano y Andrés Manuel López Obrador, desconociendo a Calderón, organiza un Gobierno Legítimo y se mantiene activo al día de hoy como cabeza del movimiento político más importante de los últimos treinta años en México. Ninguno de los Castro estuvo presente en la toma de protesta de Felipe Calderón.

B. Ahora bien, por lo que toca a las posibilidades de clasificación del tipo de relaciones entre Cuba y México, hemos de atenernos ahora a la tipología de situaciones que el profesor Gustavo Bueno expone en su texto fundamental Principios de una teoría filosófico política materialista, de 1995.

En el apartado general de los Principia media de la teoría filosófico política, el profesor Bueno parte del supuesto general de que la Humanidad sólo puede tener sentido objetivo (con fundamento en la realidad, es decir, un sentido no metafísico) cuando se considera desde el punto de vista de su configuración y distribución material en unidades políticas determinadas –alrededor de 226 (para 1995), algunas más para 2008–, recortadas según los contornos de naciones políticas independientes y soberanas, al menos teóricamente. Afirma inmediatamente después que es imposible que tales unidades políticas no estén relacionadas con otras unidades de su entorno, por más empeño que quieran poner sus dirigentes o diplomáticos en afirmarse en el principio de Juárez, un principio cuya abstracción y formalismo retórico hemos señalado ya, según el cual «el respeto al derecho ajeno es la paz».

Del cruce de los tipos de relación entre las sociedades políticas, bien de isología (cuando la relación es de carácter abstracta y no precisa una proximidad, contigüidad o continuidad entre las partes de referencia), bien de sinalogía (cuando la relación implica vinculación de continuidad, contigüidad o contacto entre las partes de referencia), se derivan cuatro normas políticas fundamentales con arreglo a las cuales es posible organizar, desde el punto de vista intencional, los ortogramas políticos de los Estados: la norma del Aislacionismo, la norma del Ejemplarismo (en ambos casos el privilegio está puesto en la perspectiva de isología política), la norma del Imperialismo depredador y la norma del Imperialismo generador (en estos otros casos el privilegio está del lado de la perspectiva de sinalogía política).

Tipología de las normas políticas fundamentales (intencionales) que presiden las relaciones uni-plurívocas (X,[Y]) entre las sociedades políticas

Tipo holótico de relación política Grado de cada tipo según la disposición del otro
Grados mínimos(límite = 0) Grados máximos(límite = 1)
Isología política IIsología de X con [Y] con sinalogía política mínima: coexistencia simple; límite:norma del Aislacionismo IIIsología de X con [Y] con relaciones de sinalogía política máxima; límite:norma del Ejemplarismo
Sinalogía política IIISinalogía de X con [Y] con isología política mínima; límite:norma delImperialismo depredador IVSinalogía de X con [Y] con isología política máxima; límite:norma delImperialismo generador

[ Principios de una teoría filosófico política materialista ]

Ahora bien, según esta primera tabla, una sociedad política dada está en disposición de optar intencionalmente por una de las cuatro normas políticas resultantes (y sin perjuicio de que pueda modificarlas en el curso del tiempo), de modo tal que al confrontar a dos sociedades políticas en el marco global de sus posibilidades de opción nos encontraremos con un total de 16 alternativas posibles de situaciones objetivas de co-existencia entre estados. La tabla que sigue es el esquema resultante:

Tabla de situaciones susceptibles de ser ocupadas por las sociedades políticas orientadas según los tipos de normas fundamentales

Y X INorma de la coexistencia simple IINorma de la coexistencia ejemplar IIINorma del imperialismo depredador IVNorma del imperialismo generador
INorma de la coexistencia simple Situación 1 Situación 5 Situación 7 Situación 9
IINorma de la coexistencia ejemplar Situación 6 Situación 2 Situación 11 Situación 13
IIINorma del imperialismo depredador Situación 8 Situación 12 Situación 3 Situación 15
IVNorma del imperialismo generador Situación 10 Situación 14 Situación 16 Situación 4

[ Principios de una teoría filosófico política materialista ]

Siguiendo siempre los comentarios hechos por el profesor Bueno a cada una de las situaciones resultantes (comentarios a los que no dejamos de remitir), hemos querido, para efectos analíticos, rotular las situaciones del modo siguiente:

Situación 1 y 2 Coexistencia pacífica
Situación 3 Antagonismo polémico depredador
Situación 4 Antagonismo polémico generador
Situación 5 y 6 Ejemplarismo asimétrico
Situación 7 y 8 Colonialismo asimétrico
Situación 9 y 10 Imperialismo generador asimétrico
Situación 11 y 12 Imperialismo depredador asimétrico con resistencia ejemplar
Situación 13 y 14 Imperialismo generador intolerante con una coexistencia ejemplar
Situación 15 y 16 Enfrentamiento total

Como ya habíamos anunciado en los comentarios introductorios de este trabajo, la dialéctica entre el imperialismo capitalista liberal-democrático y el imperialismo socialista soviético que configuró el marco global en cuyo lienzo hubieron de desplegarse los procesos decisivos y definitorios del siglo XX habría de ser considerado como un antagonismo polémico entre dos imperialismos generadores, lo que, teniendo ahora la tabla de clasificación a la vista, podemos muy bien colocar en la situación 4 de la misma: la situación de antagonismo polémico generador en donde, en efecto, tiene lugar la dialéctica entre dos estados que optan, «intencionalmente», por la norma del imperialismo generador. Y ponemos la palabra «intencionalmente» entre comillas para dejar claro que es ésta una perspectiva que atiende a la concepción interna que se tenga de la norma política fundamental que el estado en cuestión optó por privilegiar.

En otras palabras, aunque por lo general –y muchas veces desde un anti-norteamericanismo indocto e infantilista de izquierda– el repudio hacia Estados Unidos es unánime en muchas partes del planeta, no deja de ser cierto que, para los americanos y sus dirigente políticos, el papel de los Estados Unidos en el mundo es de todo punto positivo y necesario en tanto que defensores de la libertad y la democracia, cosa que, en efecto, según sus coordenadas y perspectivas, hacen: siendo rigurosamente objetivos, nadie puede negar que el esquema de sociedad y de régimen que por la vía militar es impuesta por los Estados Unidos alrededor del mundo reproduce al calco sus propios esquemas y concepciones ideológicas más generales, es decir, que reproducen, allí donde van, sus propias estructuras políticas e ideológicas (otra cosa es que eso sea aceptado, combatido, repudiado, &c). Un criterio similar es el que podría utilizarse al referirse al imperialismo generador de la Unión Soviética. Esta es la cuestión y la clave de la situación 4.

Ahora bien, por cuanto a las relaciones entre Cuba y México, podemos decir que no sería tan acertado identificar su tipo de relaciones en la situación 1, que es la situación de coexistencia pacífica resultante de la adopción en ambos estados de la norma de la co-existencia simple.

Más cerca estaríamos de la realidad si quisiéramos considerar el tipo de relaciones en la situación 2, que es, al igual que la 1, la de coexistencia pacífica pero como resultante –aquí la diferencia con la 1– de la adopción de una norma de co-existencia ejemplar. Tanto Cuba como México, en tanto que regímenes emanados de una revolución (para México, de una «revolución institucionalizada» manejada por el Partido Revolucionario Institucional), se consideran desde este punto de vista como sociedades políticas con regímenes con alto grado de legitimidad histórica e ideológica, y el respeto entre ambos estados habría de estar dado desde una misma altura de dignidad política e internacional. Una situación 2 como la que estamos comentado, sería aquella en cuyo marco tuvo desarrollo el respeto a la soberanía de la Revolución cubana por parte de México a la luz del cual desacató la resolución de la OEA de 1964 y a la luz de la cual también hubo de abstenerse de votar contra Cuba en las comisiones internacionales de los derechos humanos. A partir de 2002, cuando México votó contra Cuba, la situación 2 acaso haya dejado de ser el marco de referencia para darle paso a otro tipo de relación, debido en parte a que, precisamente desde 2000, el régimen de la revolución institucionalizada, previo «trámite de transición democrática», encontró su fin.

Descartamos de momento las posibilidades de que tanto México como Cuba hayan trabado una relación susceptible de ser considerada dentro de las situaciones 3 (antagonismo polémico depredador) y 4 (antagonismo polémico generador), propias más bien de potencias inequívocamente imperialistas que, bien con sello depredador, bien con sello generador, entran en conflicto entre ellas mismas. Como ya hemos dicho, la situación 4 puede ser considerada propia del antagonismo entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

El conflicto chino-soviético, que enfrentó a la quinta generación de la izquierda en el poder (la izquierda comunista) con la sexta generación (la izquierda asiática maoísta) puede acaso ser considerado también como un conflicto del tipo 4. Situación a cuyos designios no quedó exento el Ché Guevara en los momentos en que buscó en uno y otro bando (con los comunistas soviéticos y los comunistas chinos) apoyo geopolítica y militar para poner en marcha su estrategia guerrillera en Sudamérica (en Bolivia y Argentina).

Por cuanto a la situación 5 y la situación 6, situaciones de ejemplarismo asimétrico, derivadas a resultas de la convergencia de una opción de norma de co-existencia simple y una de co-existencia ejemplar, y caracterizada por el hecho de que, manteniendo intacto el respeto a la soberanía correspondiente, uno de los estados opta por una posición ejemplarizante, pensamos que sí podemos encontrar casos en los que Cuba y México incurrieron. Sería el caso de Cuba en 1964 cuando, como respuesta a la estrategia de bloqueo impulsada por la IX Reunión de Consulta de la OEA, esgrimió la Declaración de Santiago de Cuba a la luz de cuyos principios se arrogaba el régimen revolucionario cubano el derecho de apoyar desde cualquier punto de vista (por vía de propaganda política, ideológica, militar, &c.) a los movimientos revolucionarios de toda Hispanoamérica. Estrategia que en principio no habría de dejar fuera a México, lo que pudo constatarse de alguna manera en la influencia que tuvo el castrismo y el propio régimen de Cuba en la conformación del Movimiento de Liberación Nacional que, desde México, hubo de impulsar el general Lázaro Cárdenas (contando también con la cercana amistad entre el general y el comandante Castro).

Y este sería el caso también de México cuando, a partir de 2000, y atendiendo al supuesto «bono democrático» con el que el régimen de Fox inauguraba una nueva época para México «post-régimen revolucionario autoritario», hizo suya la estrategia diseñada por el Canciller de Fox, Jorge G. Castañeda, para, desde la ejemplaridad que a su juicio se tenía habiendo logrado orquestar una «transición democrática en México», impulsar de alguna manera un proceso similar en Cuba a la luz del cual pudiera darse el fin de «las relaciones de México con la Revolución cubana para pasar a las relaciones de México con la república de Cuba».

Hemos de descartar también la posibilidad de que México y Cuba hayan llegado en algún momento a situaciones propias de los casos 7 y 8, propios del colonialismo asimétrico resultado de la confrontación entre un estado con norma de imperialismo depredador con uno con norma de co-existencia simple. Así tampoco creemos que apliquen las relaciones cubano-mexicanas para el caso de las situaciones 9 y 10, de imperialismo generador asimétrico resultante de un imperialismo generador con co-existencia simple.

La situaciones 11 y 12, de imperialismo depredador asimétrico con resistencia ejemplar, son propias más bien de las relaciones trabadas desde el inicio mismo de la Revolución cubana entre la norma de la resistencia ejemplar del régimen cubano contra el imperialismo depredador que, desde las coordenadas revolucionarias cubanas, define el ortograma política de los Estados Unidos. La visita de Luis Echeverría en 1975 a Cuba, que habría de rematar con la declaración conjunta entre México y Cuba en clave anti-imperialista y tercermundista podría considerarse como punto de convergencia de México con el régimen de La Habana en su resistencia ejemplar contra el imperialismo.

Por cuanto a las situaciones 13 y 14, de imperialismo generador intolerante con una coexistencia ejemplar, habría más bien de considerar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, vistas ahora desde el punto de vista de los ideólogos norteamericanos para quienes la estrategia de Estados Unidos en el mundo es generadora de libertad y democracia y, por tanto, no puede ser otra cosa que intolerante con cualquier resistencia que a sus designios se oponga, por más legítima y ejemplar que pueda considerarse.

Y por último, las situaciones de enfrentamiento total, propias de los casos 15 y 16, de un imperialismo generador y un imperialismo depredador, dejan fuera desde cualquier punto de vista las relaciones que han tenido y tendrán los regímenes de México y Cuba.

Casos de enfrentamiento total, como los de los esquemas 15 y 16, pueden acaso encontrarse en el enfrentamiento entre el imperialismo generador soviético con el imperialismo islámico en los tiempos de la Unión Soviética, o el que hoy está teniendo lugar entre el Islam («islam will dominate the World») y el imperialismo norteamericano-occidental, dialéctica esta última en la que el régimen de Hugo Chávez en Venezuela está terciando, jugando literalmente con fuego, tomando partido del lado de Irán y el mundo musulmán.

Notas

{1} Véase, de Canfora, el fundamental libro La democracia. Historia de una ideología, Crítica, Barcelona 2004, en cuya página 202 consigna lo siguiente: En definitiva, la historia no se reanudaba con un heri dicebamus, una vez superado el paréntesis del fascismo, sino que proseguía, enriquecida con todo aquello que había sucedido entretanto, desde un punto de vista completamente diferente. Incluso lo que había creado el fascismo –con su interclasismo, en varios aspectos parecido al _New Deal_– debía entrar a formar parte de la amplia y variada «materia prima» con la que había que volver a empezar; como tampoco podía desdeñarse todo aquello que en el terreno de las conquistas concretas había realizado y codificado en una constitución, la de 1936, la experiencia soviética. Aquel inmenso laboratorio, que una falsa historiografía reduce hoy a una especie de gigantesco campo de detención, había suscitado interés en los años treinta –antes de que el hitlerismo arrastrase al mundo hacia una catástrofe– y adhesión crítica o adhesión tout court en los ambientes más diversos, ya sea por la forma totalmente insólita del texto constitucional, ya sea por la planificación económica y sus consecuencias.

{2} Mario Ojeda Gómez, México y Cuba revolucionaria. Cincuentas años de relación, El Colegio de México, México DF 2008, págs. 14-15.

{3} Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las Ciencias Políticas, pág. 180. http://www.fgbueno.es/gbm/gb91ccp.htm

{4} Ojeda Gómez, op. cit., pág. 111.

{5} Véase el artículo México 1988, de quien esto escribe, en donde se hace un comentario del libro de Martha Anaya 1988: El año que calló el sistema, Debate, México DF, 2008, El Catoblepas, nº 83, enero 2009, pág. 4.

{6} La entrevista apareció en la revista Proceso del 12 de diciembre de 1988, y es citada por Ojeda en la página 158 del libro que aquí estamos glosando.

{7} Citado por Ojeda en la página 219 de su libro.

El Catoblepas
© 2009 nodulo.org