Silverio Sánchez Corredera, La inversión de Marx, sin volver a Hegel ni a Smith, El Catoblepas 85:22, 2009 (original) (raw)
El Catoblepas • número 85 • marzo 2009 • página 22
Silverio Sánchez Corredera
Vuelve el Ensayo sobre las categorías de la economía política, de Gustavo Bueno
Reflexionamos en esta reseña, muy de pasada, sobre la reedición –digital– del Ensayo sobre las categorías de la economía política, de Gustavo Bueno (La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, 203 páginas. Facsímil en pdf del original: diciembre 2007: http://www.fgbueno.es/gbm/gb72cep.htm).
Trataré de apuntar alguna de las repercusiones de este ensayo leído desde su texto y desde la obra que Gustavo Bueno desarrolla posteriormente. Se trata, sobre todo, de una reflexión que busca entender alguno de los rasgos de un posible proyecto de futuro, desde lo que hoy pueda significar el concepto de «socialismo» para el materialismo filosófico, a la luz de lo que quedó ya apuntado hace más de tres décadas.
En el Ensayo sobre las categorías de la economía política, libro ahora reeditado, muy raro de encontrar, y que no hay que seguir su rastro entre la celulosa de las librerías, porque no está allí sino en formato digital y gratuito en la página de la «Fundación Gustavo Bueno», dos cuestiones, entre otras muchas, creo que trataron de responderse:
1ª) ¿Por qué lo que Marx llamaba economía «científica» no estamos hoy dispuestos a aceptarlo con ese engolamiento?, porque ¿de qué nivel de ciencia se habla?
2ª) ¿Qué idea de socialismo es defendible hoy, filosóficamente?
Las respuestas entiendo que quedaron orientadas de este modo:
I. Hacía falta una teoría de la ciencia que delimitara los contornos de la economía política para saber de qué nivel de cientificidad hablamos. En el Ensayo sobre las categorías de la economía política se aplica ya la teoría del cierre categorial y desde ella puede establecerse que «la ‘Razón económica’ académica no puede aspirar nunca a construir cierres categoriales tan rigurosos como la Física o la Biología; la cientificidad de la Economía política es muy precaria –no por ello menos urgente– y la ‘Razón económica’ tiene siempre tanto de ‘prudencia’ como de ‘ciencia’.»
II. Por otra parte, la filosofía si quiere ser tal, ha de ser socialista. Pero el socialismo filosófico, según he llegado a concluir de la relectura de este libro, no coincide con la socialdemocracia y acaso tampoco con ningún hipotético estado comunista, y no puede fundarse en el cultivo de la utopía socialista, en la defensa especulativa en una definitiva justicia universal, sino en el objetivo común de poder seguir existiendo dentro de la recurrencia del sistema, que va siempre de la producción al consumo y de éste a aquélla. De lo que se trataría en una «economía socialista» es de poder tener acceso a los mecanismos que rigen el intercambio para poder controlarlos. Pero esto no es posible afrontarlo sino en el marco de cada Estado. Y, todavía, una vez más en la mecánica de una pendiente fatídica, los circuitos económicos de cada Estado serían desbordados por los propios mecanismos económicos de intercambio con otros estados.
III. Esta dialéctica de los estados acaso pueda ser «socializada» partiendo de que el sistema económico, cerrado en su funcionamiento recurrente, recibe no obstante su energía del exterior, de realidades extraeconómicas, y, por consiguiente, se vuelve posible aspirar a controlar estas instancias desde perspectivas propiamente políticas. El socialismo filosófico ha de afrontar pensar y ordenar racionalmente la creciente producción científica, tecnológica, artística, filosófica y en definitiva, el funcionamiento del Estado, donde los ciudadanos pudieran acceder al espíritu crítico que les faculta para revisar los dogmas de su tiempo y para mantener a la vez un profundo sentido moral de las obligaciones de coexistencia en las que necesariamente unos estamos ligados a los otros.
IV. Esta conclusión que sigue, ¿tiene quizás sentido?: Perseguir este objetivo, el «socialismo filosófico», no significaría aspirar a una sociedad armónica y única, concepto metafísico por utópico e irreal, sino no dejar de aspirar a recomponer los trozos de un sistema que aún obedeciendo a sus propias inercias de rotación sistemática (sístole: producción-consumo e intercambio; diástole: intercambio y consumo-producción) deja siempre abierta una brecha para que el sistema internacional (caótico moralmente) pueda ser reconducido desde cada Estado, y éste, a su vez, reordenado, siquiera sea infinitesimalmente, desde la actividad política de «los pueblos» en cuanto tienen capacidad de redirigir a sus clases gobernantes, y en cuanto alienta y mantiene modelos socio-económicos eutáxicos, capaces de interferir en el tráfago de la economía internacional, en un sentido más convergente que otros modelos dados con un sistema de ampliación de los esquemas socializadores igualitarios, que primero han de afianzarse en el interior de cada Estado, pero que han de ser virtualmente exportables a otros estados, sin que tengan que entrar en contradicciones irresolubles las distintas líneas de desarrollo de la economía mundial, en biocenosis perpetua.
Este artículo fue publicado con el título «La inversión de Marx. Vuelve el Ensayo sobre las categorías de la economía política, de Gustavo Bueno», en La Nueva España, Suplemento Cultura nº 807, pág. 2, Oviedo, jueves, 22 de mayo de 2008. Ahora algo modificado.