Fernando Rodríguez Genovés, Tras el telón, El Catoblepas 93:12, 2009 (original) (raw)
El Catoblepas • número 93 • noviembre 2009 • página 12
Fernando Rodríguez Genovés
El Muro de Berlín fue derribado en 1989. El Telón de Acero (Iron Curtain) quedó rasgado. ¿Fin del «socialismo real»? Veinte años después, el ideario totalitario que lo sustentaba sigue activo
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«Ganar una batalla puede exigir librarla varias veces»
Esta sentencia, atribuida a la ex Primera Ministra británica Margaret Thatcher, sigue la traza estratégica, decidida y firme del discurso y la praxis de otro gran luchador por la libertad: Winston Churchill, a la sazón también Primer Ministro en el Reino Unido en unos tiempos no menos difíciles que los que tuvo que afrontar la Dama de Hierro.
¿Tiempos difíciles? El gran narrador Charles Dickens, como los personajes anteriormente mencionados, más inglés que el té de las cinco o el pastel de riñones, tituló justamente con este rótulo uno de sus libros en 1854. Mas, sin duda intrigado por el alcance significativo de dicha expresión, reservó nada menos que las primeras frases de su posterior novela Historia de dos ciudades (1859) para emplearse en una seria y muy bella disertación sobre el sentido de la tasación de los momentos históricos, a propósito, en esta ocasión, de la Revolución Francesa:
«No ha habido tiempos mejores, no ha habido tiempos peores; fueron años de buen sentido, fueron años de locuras; una época de fe, una época de incredulidad; lapso de luz, lapso de tinieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; lo teníamos todo ante nosotros, no había nada ante nosotros: todos íbamos derechos al Cielo, todos marchábamos en sentido contrario. Aquel periodo fue, en una palabra, tan semejante al actual, que algunas de sus personalidades más vocingleras reclamaban para el mismo que le fuesen aplicados, exclusivamente en lo bueno y en lo malo, los calificativos extremos.»{1}
En cualquier caso, Churchill y Thatcher, por más fiera que fuese la embestida del totalitarismo que tuvieron que afrontar en sus respectivas épocas, no dieron nunca la batalla por perdida. La sociedad abierta tiene sus enemigos declarados en cualquier ideología o acción política que ataque los principios básicos de la civilización: la autonomía y la dignidad de la persona, la propiedad privada y la libertad. Trátese entonces del nacionalsocialismo, del comunismo, del socialismo real; anteriormente, del republicanismo jacobino. Trátese hoy del nacionalismo, del fundamentalismo islámico o –se levanta de nuevo el telón– del «socialismo zombie», del «republicanismo cívico», del «progresismo», el caso es que celebrar las distintas batallas ganadas al totalitarismo no debe conducirnos a echar las campanas al vuelo, a poner fin a la historia, a dormirse en los laureles, a tirar cohetes al cielo mientras, digamos de paso, se anulan escudos antimisiles de defensa occidental.
Son éstos, cierto es, días de celebración por el derribo del Muro de Berlín. Y mucho hay que celebrar, en efecto. Los países que otrora vivían a la sombra del Telón de Acero, tras el Muro, en el lado oscuro de la Historia, en el «paraíso comunista», han podido, felizmente, desprenderse del «impuesto revolucionario» que debieron pagar, tras la Segunda Guerra Mundial, a la URSS y poder incorporarse, finalmente, con entusiasmo, a la comunidad de las democracias modernas y libres. Mientras tanto, Cuba, Corea del Norte, China y otras infortunadas naciones siguen sufriendo la miseria, la tiranía y la servidumbre características de los regímenes construidos al son del himno de la Internacional y demás cánticos de liberación colectivista. Cayó el telón, pero la tragedia socialista todavía no ha terminado.
Recuérdese que la teoría y la práctica políticas que sostuvieron el «socialismo real», aunque vencidas por la sociedad civil, no han renunciado a sus propósitos, los cuales, en el menos violento de los supuestos, los confían a la fuerza y la coacción del Estado, una vez conquistado el poder.
El ideario socialista no ha abandonado la escena. Aprovechando las ocasiones que se les han presentado en estos veinte años, han salido de los escombros para así recomponerse. He aquí la resurrección y la insurrección de las que he tratado en otro lugar. Tal restauración no ha presentado tanto la forma de una regeneración o redención cuanto la de una reincidencia, de una metempsicosis.
Reproduzco a continuación las dos primeras secciones del ensayo aludido:
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«Izquierda política», resurrección e insurrección
«I. Introducción
El denominado «socialismo real» sufrió un duro revés con la caída del Muro de Berlín, a la que siguió una crisis de identidad de la «izquierda política» en todo el mundo. Desde entonces, espera ansiosa el momento de la resurrección. Ayer golpeada, hoy busca su reposición a través de un discurso «pasado de revoluciones», radicalizado y de una oratoria y una praxis henchidas de insurrección manifestadas tanto en la calle como en las instituciones. Su futuro depende de que se deje tentar por el clamor de la ideología y una jerga emotivista o bien siga haciendo votos por la política. Tomando como pre-texto el trabajo de Gustavo Bueno «En torno al concepto de “izquierda política”» (El Basilisco, nº 29, 2001), este trabajo propone una mirada crítica sobre este asunto, un caso todavía abierto.
II. Y tras la caída de muros y torres, resucitó...
1. La «izquierda política», incorporada al sistema de las democracias liberal-democráticas tras la II Guerra Mundial a partir de la adopción de políticas socialdemócratas y, más recientemente, replegada en los cuarteles de invierno tras la caída del Muro de Berlín en 1989 a fin de hacer sus deberes morales y políticos, de reflexión y penitencia, ha querido ver en acontecimientos recientes –en especial, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en EEUU, la guerra de Irak, la persistencia del conflicto árabe-israelí y el frente insurgente abierto contra la globalización{2}– la esperada oportunidad dorada con la que superar el impasse de su crisis de identidad, y escenificar así a escala mundial una milagrosa resurrección, asistida por un renovado diseño y acompañado por nuevos compañeros de viaje, bajo la bandera de la insurrección.
Se podría pensar que cualquier motivo es legítimo y cualquier momento el adecuado para formalizar el fenómeno, si de lo que se trata es de volver a ofrecer alternativas de un mundo más justo y más igualitario, objetivos-estándares, clásicos, de lo que hasta ahora se ha entendido por «izquierda política» y socialismo{3}. Sin embargo, aceptando que en la política los medios se imponen a los fines y que el fin no justifica los medios, deberemos poner en duda, sopesar de modo crítico y ponderado, el método y las circunstancias escogidas, los asideros y los aliados elegidos con los que armar la reconstrucción, así como la principal estrategia que la impulsa, a saber: la movilización insurreccional y generalizada en las calles y en las instituciones como instrumento central de la acción –en detrimento, todo sea dicho, de la vía escrupulosamente parlamentaria, reformista y electoral– contra los enemigos a batir, y por el que fueron, por cierto, batidos en su día: la «democracia burguesa», el capitalismo, el Sistema, y sus máximos representantes en el planeta globalizado: el liberalismo, Occidente, Israel, América....
Se trata, entonces, de una instauración con vistas a la restauración de un forzado y abigarrado «frente único», creado a la desesperada, desde el que reunir fuerzas muy diversas contra el orden liberal-democrático, causa presumida de todos los males, y que supone desempolvar la pinta o facha canónicamente «comprometida» (engagée), como en los viejos tiempos de la pana y el tabardo, y una praxis fuertemente radicalizada (comme il fâut), iluminada por el integrismo y el esencialismo ideológicos, por un «socialismo utópico», puesto al día, aunque no sepamos de qué siglo, si antes o después de Cristo. He aquí, en suma, un prontuario muy poco pragmático, aunque oportunista; doctrinario y rancio, el cual, empuñando, la divisa de «los enemigos de mis enemigos son mis amigos» se deja llevar por una rectilínea disposición a la contra, impregnada de tendencias centrífugas que, en verdad, pueden dejarla a poco que se descuide, fuera de juego, cuando menos, del juego democrático{4}.»{5}
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La nueva/vieja izquierda que no cesa
Lo que he denominado en otras ocasiones con la expresión nueva/vieja izquierda renacida de las cenizas –retales de la cortina rasgada hace dos décadas–, ofrece hoy renovadas caras y cataduras: unas veces, en forma de socialismo con rostro humano, de progresismo amable y resultón (el representado por los líderes Barack Obama, José Luis Rodríguez ZP, Lula da Silva, etcétera) y otras veces, mostrándose en su caracterización más bruta y asilvestrada (la personificada, a modo de ejemplo, por los actuales caudillos y sátrapas de América Latina, también por los herederos de la URSS y variados países de Asia y África).
En todos los casos, induce a la actuación de la nueva/vieja izquierda, hoy como ayer, su pulsión por el intervencionismo y el proteccionismo estatalistas; el gasto público sin freno y el despilfarro con dinero ajeno; el aumento de la Administración pública y la corrupción política; un anticapitalismo irreprimible; la coacción y la extorsión al ciudadano a través de la implementación de trabas burocráticas y prácticas recaudatorias, de subidas incesantes de impuestos y tasas; las restricciones al librecambio y a la iniciativa privada; el populismo y el igualitarismo doctrinales, siempre a la baja; la propaganda progresista y sectaria; el despotismo en la acción de gobierno; el aborrecimiento nominal a los (otros) ricos y el odio todavía mayor (inquina universal pobresista) a los pobres, a los parias de la Tierra, a quienes literalmente se explota y usufructúa, se chulea, se utiliza como subterfugio y coartada ideológica en provecho propio, cual si se tratase de un bien exclusivo a conservar y acrecentar… A más paro y pobreza, más necesidad de intervención del Estado y más socialismo. A esta figura, como es sabido, suelen denominarla los críticos comedidos, el «bombero pirómano».
Hace veinte años cayó el Telón de Acero, acontecimiento anunciado por Winston Churchill en la célebre conferencia del Westmister College (Fulton, Missouri), el 5 de marzo de 1946, poco después de darse oficialmente por terminada la Segunda Guerra Mundial: «Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático ha caído un telón de acero que atraviesa el continente.»
Churchill parodiaba así el «un fantasma recorre Europa…» con que inicia Karl Marx el Manifiesto Comunista. Aquel día, teniendo como testigo privilegiado de sus palabras al Presidente Truman, el viejo político inglés advertía de que, junto al telón de acero, existían «otros motivos de preocupación», entre los que mencionaba las «quintas columnas» comunistas que, agazapadas en muchas naciones vencedoras en la contienda bélica, maquinaban y maniobraban a fin de extender su influencia en el seno de las instituciones políticas y la sociedad civil.
Para comunistas y socialistas, vencido el nazismo por la fuerza de las armas, se trataba, a continuación, de derrotar al capitalismo desde dentro del sistema, a través del espionaje y la intriga, el control de la propaganda en la educación y la cultura, en los medios políticos, diplomáticos y de comunicación, en las instituciones. A tal efecto, cuando no actuaban directamente los camaradas del partido, se servían de «compañeros de viaje» y asociados para propagar el ideario colectivista.
Recién acabada la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría despuntaba en el horizonte. Las cortinas de acero no dejaron ver la luz de la libertad en muchos países del mundo durante aquellas décadas de acero. 1989-2009: después de la caída del Muro de Berlín, ¿qué? Entre otros hechos terribles, cayeron también las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, una acción terrorista llevada a cabo por Al-Qaeda, pero que la nueva/vieja izquierda mayoritariamente justificó y, en algunos casos, incluso vitoreó, acaso por el gusto de vengarse y de subsanar otras caídas. 1989: el Muro de Berlín derribado. Acaso todo ello no fue más que un ladrillo en el muro…
«Resulta muy deprimente tener que decir algo así –declaraba Churchill en el discurso de Fulton en 1946– al día siguiente de una victoria obtenida mediante una camaradería de armas tan espléndida y para la causa de la libertad y la democracia, pero sería muy imprudente por nuestra parte no plantearlo de frente cuando todavía estamos a tiempo.» Y añadía a continuación: «Me he sentido obligado a describir la sombra que se extiende sobre el mundo, tanto en el oeste como en el este.»{6}
Notas
{1} Charles Dickens, «Historia de dos ciudades» (1859), Obras Completas, tomo III. Traducción, ensayo biográfico y notas de José Méndez Herrera, Aguilar, México 199, pág. 395.
{2} Hoy añadiríamos a dichos acontecimientos, la crisis y la recesión que azotan las economías de todo el mundo, las cuales han sido cargadas por el pensamiento único sobre los hombros, siempre culpables, del neo-liberalismo, el neo-conservadurismo y el sistema capitalista en su conjunto, cuando, por el contrario, han sido las políticas expansivas del gasto público y del crédito, impulsadas por Gobiernos y bancos centrales, las principales causas de la grave depresión económica que padecemos.
{3} ¿Qué significa en rigor «socialismo»? Atendamos a esta límpida y, ciertamente, llana descripción de Elías Canetti, en la que revela la simpleza tanto del significante como la del significado, objeto de definición: «La aplastante mayoría de los hombres está ocupada en la producción de bienes de toda clase. En el reparto algo anduvo mal. Tal es el contenido del socialismo a su fórmula más simple.» Cfr. Masa y poder. Muchnik, Barcelona 1994, pág. 199.
{4} Los hechos acaecidos en España entre los días 11 y 14 de marzo de 2004, en los que un atentado terrorista fue utilizado «políticamente» como palanca con la que armar un golpe de mano, una insurrección (in)cívico-mediática a fin de manipular y torcer la voluntad popular en unas elecciones generales, de desbancar al Gobierno en el poder por las bravas y de imponer un Gobierno socialista, constituye un fiel ejemplo del proceder insurgente, amotinado y levantisco característico de la nueva/vieja izquierda de la que aquí hablamos.
{5} Fernando Rodríguez Genovés, «‘Izquierda política’, resurrección e insurrección», El Basilisco. Revista de Filosofía, Ciencias Humanas, Teoría de la Ciencia y de la Cultura, Oviedo, Segunda Época, número 36, enero-junio 2005, págs. 99-104.
{6} Winston Churchill, ¡No nos rendiremos jamás! Los mejores discursos de Winston S. Churchill. Traducción de Alejandra Devoto, La Esfera de los Libros, Madrid 2005, págs. 447-458.