Ismael Carvallo Robledo, 1956 (II), El Catoblepas 108:4, 2011 (original) (raw)
El Catoblepas • número 108 • febrero 2011 • página 4
Ismael Carvallo Robledo
Con motivo del libro de Luciano Canfora, 1956 L’anno spartiacque (1956. El año parteaguas), editado en 2008 por Sellerio, en Palermo, Italia, en 185 páginas
«Pericles les había dicho que harían bien en tratar de tener un imperio ilimitado, pese al odio que esto provocara, por motivo de que el odio podía ser efímero, mientras que el brillo del imperio y su futura gloria quedarían para siempre en el recuerdo.» (David Bolotin, ‘Tucídides’, en Historia de la filosofía política, de Leo Strauss y Joseph Cropsey, FCE, México, 1996.)
III
Gli non allineati. Abril de 1955, Bandung Indonesia: se celebra la Conferencia de Bandung. A instancias de Nehru (India) y Sukarno (Indonesia), además de líderes de Pakistán, Birmania y Sri Lanka, y a la vista del anuncio soviético de su posesión de la bomba de hidrógeno y de la derrota francesa en la primera guerra de Indochina (derrota inmediatamente después de la cual estalla la rebelión argelina), son convocados alrededor de veintinueve Jefes de Estado para articular una plataforma ordenada contra el colonialismo y el neocolonialismo. Se trataba de lo que a la postre vino a constituirse en el Movimiento de Países No Alineados, gli non allineati. Su propósito fundamental era el de abrir un ángulo de articulación geopolítica a través del que fuera posible aislar, en el contexto del antagonismo de la Guerra Fría, espacios de neutralidad internacional y márgenes de no subordinación imperialista.
Algunos meses después, en julio para ser exactos, Fidel Castro Ruz llegaba a México procedente de La Habana en vuelo de Mexicana de Aviación, habiendo sido previamente puesto en libertad bajo las disposiciones de la ley de amnistía que para los efectos fue votada en el congreso cubano. Al año siguiente, es decir, en nuestro emblemático año de 1956, y luego de haber sido Castro y compañía a su vez liberados de la cárcel mexicana a instancias del general Lázaro Cárdenas, el yate Granma saldría del puerto de Tuxpan Veracruz al punto de las dos de la madrugada del 25 de noviembre, con una tripulación de alrededor de ochenta expedicionarios que, bajo el comando de ese mismo Fidel Castro, habría de poner en operación el destacamento de fuerzas del Movimiento 26 de Julio dispuestas en suelo cubano en donde los habría de estar esperando Frank País (muerto en Santiago de Cuba en julio del 57) con la definitivamente inapelable consigna de apuntar y dispara fusil contra el régimen de Fulgencio Batista. El arribo a Cuba tuvo lugar en la madrugada del 2 de diciembre.
Guevara y Castro en México: su salida de la cárcel mexicana se opera con la mediación del general Lázaro Cárdenas
El derrocamiento de Batista se logró hasta enero del 59. Una dictadura derribada por una revolución que devino también dictadura, fase dialéctica y orgánica de toda revolución verdadera, sobre todo por razones derivadas de una doble necesidad estratégica: la interna, por cuanto al imperativo de mantener un régimen determinado y concreto dentro de un cuadro de alta tensión y antagonismo político, y la externa, por cuanto a la necesidad de «expandir defensivamente» el ortograma histórico-ideológico a escala geopolítica en un cuadro de enfrentamientos de Estados, es decir, en un cuadro de poder real, de Realpolitik.
Norberto Fuentes lo dice sin eufemismos en Dulces guerreros cubanos (Seix Barral, España, Barcelona, 1999, 2000) en los términos siguientes (tómese nota a título de desengaño general, sobre todo por quienes van con la camisetita del Ché Guevara a cuanta manifestación pacifista les sea posible asistir):
«Gracias a que derrotamos a la contrarrevolución, y a la brigada de la CIA en Playa Girón, y todo cualquier otro portador de una idea o proyecto de restauración republicana, pudimos luego invadir África, o desplegar tanques en las alturas de Golán, y cambiar para siempre el escenario de las montañas y de las ciudadelas de la política latinoamericana.» (p. 155; énfasis añadido, I.C.)
Esos dos vectores de fuerza política habrían de converger diez años después, como herederas del «espíritu de Bandung» y con el antecedente adicional de la primera conferencia de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África y Asia de 1957 (realizada en Accra, Ghana), en la señaladísima Conferencia Tricontinental de La Habana de 1966. De ese –ingenuamente– pretendido neutralismo armonista de Bandung se pasaba a posiciones de antagonismo frontal previo trámite victorioso de la revolución cubana. En la conferencia de Ghana del 57, sintomáticamente presentada como una convocatoria dirigida, más que a los Estados, a los «movimientos» de liberación nacional y a los partidos, es decir, renegando de la sociedad política y de la figura del Estado para replegarse en la sociedad civil (se trataba acaso de los abuelos de los hoy inefables renegados activistas de la sociedad civil y de los movimientos sociales anti-sistema, representantes de la fase éticamente superior del infantilismo de izquierda), se había puesto ya en la mesa de discusión la consideración de ampliar por vía «solidaria» el diafragma geopolítico afroasiático hacia las latitudes de Cuba, el caribe y América del Sur. Dice al respecto Regis Debray en Alabados sean nuestros señores:
«Cuando Ben Barka fue asesinado en los alrededores de París acababa de presidir, como jefe del Comité preparatorio (CPI) de la Tricontinental, la postrera reunión de puesta a punto en El Cairo, en septiembre. Las «tres A», la Conferencia de los tres continentes –llamada oficialmente de «solidaridad de los pueblos de África, Asia y América Latina»– es la heredera de Bandung, que habían sancionado en 1955 el final de los imperios coloniales y contemplado la entrada en la Historia de mil millones de chinos. En 1965, el progreso con respecto al afroasiatismo de los orígenes tiene que ver con la irrupción en escena de América Latina, vía la revolución cubana. Tal como se lo hacía ver el marroquí a un escéptico, al pasar por Praga: «La Tricontinental será un acontecimiento histórico por su composición, ya que las dos corrientes de la revolución mundial estarán aquí representadas: la corriente que surgió con la Revolución de Octubre y la de la revolución nacional liberadora».»METER
Estarán presentes en La Habana la URSS, China, Indonesia, India, Japón, el FNL del Vietnam del Sur, la RAU, Guinea, Argelia, Ghana, Tanzania, el ANC de Sudáfrica, el Movimiento de liberación nacional de México (organizado alrededor de Lázaro Cárdenas, IC), el FRAP chileno, el FAR (Fuerzas Armadas Rebeldes) de Guatemala, el FLN de Venezuela… La escisión del campo socialista ha estado a punto de abortarlo todo (ni China ni la URSS podían correr el riesgo de dejar el Tercer Mundo al otro). Había sido necesaria la astucia procedimental de Ben Barka para salir del callejón sin salida: este último tuvo la idea de un comité dentro del comité, que hizo enrocarse a Cuba y Venezuela, cuestión de desarmar a la delegación china que ve en Cuba un punto de apoyo del bloque soviético. Así pues, es la troika Vietnam-FLN venezolano-Argelia la que lanza desde El Cairo la llamada: «Nosotros, los pueblos del mundo»’. (Alabados sean nuestro señores, Plaza y Janés, España, 1999, p. 45).
Ernesto Guevara y Nasser, o la Tricontinental y el espíritu de Bandung. Tenemos tarea. La consigna: crear uno, dos, tres Vietnam. El primero perece en el intento
Era una mezcolanza un tanto confusa, sobre todo por haber estado organizada a través del dispositivo ideológico de anegar la especie en el género, en donde el anti-imperialismo o el anti-colonialismo, la liberación nacional o la emancipación de los pueblos se ofrecían como denominadores comunes de una supuesta lucha de clases mundial que atravesaba y determinaba las grandes líneas de la dialéctica política mundial.
Se trataba del sociologismo y el economicismo desde el que era imposible advertir un tercer plano de configuración orgánica de la dialéctica de Estados, el plano religioso, punto ciego de los análisis dualistas del materialismo dialéctico e histórico clásicos (tanto soviéticos como, en general, europeos: véase en este último caso la nefasta deriva psicologista y psicoanalisista de frankfurtianos y de marxistas-lacanianos posmodernos y feministas; se trata de una deriva desde la que es ya ineluctable la imposibilidad de apreciar al Estado como figura fundamental de la política y de la historia, es decir, que nomás no se puede ya hablar de política con ellos) y que al día de hoy sigue siendo el talón de Aquiles de tantos y tantos analistas políticamente correctos (es decir, laicos, liberales, antiautoritarios y, claro, democráticos).
Y fue otra vez diez años después aproximadamente, entre 1978 y 1979, y previa Declaración universal de los derechos de los pueblos (Argel, julio de 1976) –declaración que acaso podamos hoy ver dispuesta desde una escala que alcanza los mismos registros metafísicos que la de los derechos humanos de 1948–, cuando la revolución iraní hegemonizada por los chiitas de Jomeini se ofreció por fin como líquido de contraste definitivo por cuanto al peso constitutivo que el plano religioso hubo de tener y ha tenido en los grandes procesos de transformación y sacudimiento sociopolítico.
Una tesis que Ben Barka solía defender en todo momento hace patente la inadvertencia de ese tercer plano conformador: «África es la América Latina de Europa», decía el líder marroquí y tercermundista, pero equivocándose de cabo a rabo, porque si bien era acaso posible encontrar ciertas equivalencias en un plano económico (de desarrollo desigual, de dependencia centro-periferia si se quiere, situándose en la perspectiva de las teorías de la dependencia en aquellos años tan en boga), era y es de todo punto improcedente equiparar a Hispanoamérica con África desde el plano de análisis en el que aquí queremos detenernos, y esto es así por la simple razón de que Hispanoamérica es fundamentalmente católica, mientras que África no lo es, o por lo menos no lo es en una proporción semejante a la americana, como puede muy bien observarse en estos momentos (aunque en realidad es general la manera en la que todo mundo está otra vez pasando esto por alto) al prestar atención a los –no lo negamos– sorprendentemente vertiginosos procesos que están teniendo lugar en Túnez, Egipto, Argelia y, de momento, al parecer, en toda la región de África del norte, y que han sido señalados por algunos, precisamente, como manifestaciones de una renacer del Islam.
Es lo procedente en todo caso acometer una reconstrucción –o de plano una trituración– crítica de la categoría económica y geopolítica de Tercer Mundo y tercermundismo con la que se mete en el mismo saco del subdesarrollo o del neocolonialismo tanto a África como a Asia e Hispanoamérica, cosa que nos vemos no obstante obligados a dejar para otra ocasión.
Dejemos registro por lo menos –para ser retomado y considerado en esa otra ocasión– el hecho de que Debray mismo apunta en esta dirección crítica, en otro trabajo de gran interés (La crítica de las armas, Tomo 1, Siglo XXI, 1975), cuando, en el contexto de esa equivocada homologación semi o neocolonial que tanta fuerza tuvo en el tercer cuarto del siglo XX (y acaso podamos también considerar al año de 1956 como parteaguas a ese respecto), pero que discurre por la vía de los debates de Lenin sobre el imperialismo y sus ulteriores interpretaciones –sobre todo las basadas en las caracterizaciones que se ofrecen en _El imperialismo, fase superior_…–, dice:
«En China, Turquía o Persia, en todas las semicolonias asiáticas, el capitalismo occidental irrumpió desde el exterior en las estructuras sociales y mentales ya establecidas, interrumpiendo así el desarrollo autónomo. Pero América Latina se ha construido en la historia occidental al mismo tiempo que iba siendo destruido su sustrato precolombino, como parte integrante de la edificación del capitalismo mercantil, luego industrial, de Europa. América Latina y el Occidente capitalista proceden de la misma colada histórica, están tallados en la misma madera, son herederos de la misma herencia heleno-cristiana. Como último recurso, el Asia dominada puede –lo ha podido, efectivamente– oponer a la intrusión europea una civilización (el Islam también), como suprema fortificación interior una vez que todas las otras líneas de defensa han caído, o como punto de apoyo para reconquistar una identidad propia y una soberanía política. Pese a sus recuerdos indígenas y a sus mezclas negras, América Latina no tiene nada de eso para oponer al Occidente capitalista: su civilización es la misma, América Latina es su hija. Piensa en las lenguas maternas de Occidente, escribe su alfabeto literal de izquierda a derecha, adora su Dios y su Virgen, fecha según el calendario de su Era, juzga según su Código Civil napoleónico, come el pan que remplaza al maíz, hace el amor en las mismas posiciones y educa a sus niños en el mismo molde familiar.» (pp. 44 y 45).
Es muy fácil advertir para quienes nos situamos en la perspectiva del materialismo filosófico que lo que Debray estaba señalando en 1975 no es otra cosa que el cuadro de características fundamentales de la norma del imperio generador español del que, en efecto, Hispanoamérica es hija. Tomemos nota de esto por el momento y continuemos.
IV
Diciembre de 1955: Jrushov y Bulganin, Secretario General del PCUS y Presidente del Consejo de Ministros (en sustitución de Malenkov) respectivamente, visitan la India en viaje que había sido a su vez precedido por un largo recorrido diplomático que, inmediatamente después de Bandung, en junio del 55, había llevado a Pandit Nehru a la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia.
India cobraba singular relevancia en el tablero geopolítico: en ese mismo año, además de los capos soviéticos, la habían también ya visitado en simbólico despliegue de alto nivel tanto Tito como Gamal Abdel Nasser, flamante presidente egipcio.
Nasser, Tito y Nehru: gli non allineati
La Unión Soviética daba un giro en su política exterior con relación a la línea previamente mantenida por Stalin, quien, como se sabe, había roto con Tito y había reservado una distancia considerable entre él y Nehru, teniendo en muy baja estima la perspectiva «neutralista» que el jefe de la India y sus secuaces non allineati pretendían llevar adelante. Desaparecido Stalin, los soviéticos reconsideran sus posiciones y despliegan nuevas estrategias destinadas a apoyar tanto a la India como a Yugoslavia y al Egipto recientísimamente reorganizado por vía de la revolución de 1952, que, al comando de Nasser, llevaría a los «jóvenes oficiales» egipcios a derrocar al rey Faruk, cliente de Inglaterra.
Gamal Abdel Nasser arribaría a la máxima instancia de poder en Egipto recién en 1954. Tanto él como su muy cercano colega Anwar el-Sadat habían mantenido buenas relaciones tanto con la Italia fascista como con la Alemania nazi durante la segunda guerra mundial, toda vez que, desde el ángulo en el que ellos se situaban en el tablero geopolítico, eran unos y otros los aliados naturales en tanto que enemigos de Inglaterra. Al respecto dice Canfora:
«Se trata de un aspecto de la formación política de los «jóvenes oficiales» egipcios que muy frecuentemente se deja en la sombra, pero que debe tenerse en consideración para bien entender de qué tipo de personal se trataba. Ellos no vacilaron en dar asilo a ex oficiales alemanes fugitivos de la justicia, enriqueciendo así la escena egipcia con consejeros militares ex nazis afincados en Egipto. Naturalmente se hacían estas cosas sin alardes excesivos, no obstante lo cual los servicios de inteligencia israelitas estaban perfectamente al tanto.» (Canfora, p. 45 y 46.)
Y estaba también el componente del nuevo nacionalismo egipcio, mezcla confusa que, además, quería ser recombinado con el proyecto de un socialismo árabe. Variables fundamentales (nacionalismo y socialismo) para occidente (el occidente católico y protestante dentro del que se recortaron las naciones políticas fruto de la revolución francesa) pero que al ser puestas en circulación a lo largo de toda esa región que por el sur y el oriente circundan el Mediterráneo han producido, lo podemos ver ahora muy bien, combinaciones contradictorias y confusas.
Contradictoriedad y confusión –e interés, claro– que analiza Canfora deteniéndose en la constitución egipcia de enero de 1956 (pp. 46, 47 y 48). Dos son los artículos que, para los efectos, habría que tomar aquí en consideración: en el artículo I se declara que «Egipto es un Estado árabe, independiente y soberano, es una república democrática y el pueblo egipcio forma parte de la Nación árabe», mientras que, en el treinta y uno, se estipula que «todos los egipcios son iguales ante la ley cualquiera que sea su origen, lengua _y religión_» (énfasis de Canfora).
Observamos cómo en esa constitución «nasseriana», a diferencia de las constituciones –digamos que– canónicas a través de las que, en occidente, la holización política refunde todas las naciones étnicas en una sola nación política, no tiene lugar esa homologación político-ideológica entre pueblo-Estado-nación política egipcios (tal y como podría darse la homologación entre pueblo mexicano, Estado mexicano y nación política mexicana, o entre pueblo español, Estado español y nación política española), sino que se dislocan dos planos de correspondencia: el plano donde se da la correspondencia entre Egipto y su estatuto como «Estado independiente y soberano», y el plano desde el que se desborda el recinto «nacional» egipcio en tanto que Estado soberano para darle paso a la correspondencia entre el «pueblo egipcio» y una nación árabe de la que se recorta o que, en otros términos, lo envuelve.
Pero además no era ésta la única contradicción: ‘se ha dicho, en efecto, socialismo árabe, burguesía nacional. Pero en concreto este tipo de poder –el poder real en Egipto, IC-, fuertemente personal, encarnado en la figura de Nasser, margina por completo a las fuerzas de la izquierda local, al grado de poner al partido comunista egipcio bajo una verdadera persecución. Esto crea una contradicción. Los soviéticos están convencidos de poder establecer con Egipto una relación provechosa en función «antiimperialista», y cierran un ojo, o los dos, respecto al tratamiento persecutorio que el nuevo gobierno egipcio aplica a los aliados naturales, se podría decir, de los soviéticos en Egipto, que son precisamente los comunistas egipcios. Es así como se viene a sacrificar a sus aliados a cambio de una alianza interestatal’ (Canfora, p. 48).
Todo esto por cuanto a los no alineados.
En febrero de 1956 da inicio en Moscú el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Canfora se sirve, entre otras fuentes, de un testimonio de gran interés: el Diario del XX congreso de Vitorio Vidali (nuestra edición es la correspondiente a la que en 1977 puso en circulación Grijalbo México, en la colección Teoría y Praxis, dirigida por el profesor Adolfo Sánchez Vázquez), que asistió al congreso a título de secretario general del Partido Comunista de Trieste (Trieste fue durante un tiempo, a partir del fin de la segunda guerra, una suerte de «territorio libre»).
La delegación mexicana estaba encabezada por Dionicio Encina, mientras que la española por Dolores Ibárruri, habiendo sido excluido Santiago Carrillo bajo la excusa de ser su presencia imprescindible en París.
Nos extenderíamos demasiado si quisiéramos comentar los detalles y personajes consignados por Vidali en su fantástico relato: Líster, la Pasionaria, Claudín, el argentino Codovila, Togliatti, Alberti, María Teresa León, Thorez, Duclos, Guioldi, Blas Roca…
Eran otros tiempos en definitiva: al margen de muchos errores y de las críticas que puedan acaso hacerse hoy (sobre todo desde nuestra perspectiva dialéctica y realista, que es la del materialismo filosófico), lo cierto es que prácticamente todos venían de experiencias vinculadas o con la guerra o con la revolución o con el exilio; unos y otros, en uno u otro sentido, habían expuesto –o estaban llamados todavía a exponer– la vida por alguna razón concreta. Ahora se habla en muchos congresos de muchos partidos políticos sobre «calidad de vida» (término leve como pocos), sobre la felicidad y sobre la equidad de género. Creo que fue Luis Goytisolo quien en algún lugar, refiriéndose a nuestro presente, dijo que «el ser humano ha conocido tiempos más sombríos; tan bobos, posiblemente no». Pues eso.
V
«El salón del Congreso es grande y bello –dice Vidali en la página 31 de la edición mexicana que de su Diario tenemos–. En el fondo hay una estatua que representa a Lenin hablando. Busco una imagen de Stalin: se le ve en las plazas, en las tiendas y en las oficinas… es raro que aquí precisamente no haya traza de él. Por primera vez, ¿cómo es posible? Entran los miembros del Presidium y de la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética. Todos se ponen de pie y aplauden. Veo a Jruschov, Bulganin, Kaganovich, Voroshilov, Suslov, Malenkov, Mikoyan, etc. En general, los encuentro envejecidos. Parecen los restos de un gran naufragio; representan lo que ha quedado después de tantas tempestades… Miro el salón. Imponente. Veo a diputados, mariscales y generales, héroes de la Unión Soviética, héroes del trabajo, hombres y mujeres que combatieron e los frentes de la guerra y de la producción.»
Y luego, en otro lugar, dice Vidali:
«Después, Jruschov habla del atraso en la agricultura y de las medidas que se deben adoptar para superarlo, indicando la necesidad de nuevas levas de jóvenes para roturar tierras vírgenes… La exposición continúa y se habla de fortalecer la democracia soviética, de respetar la legalidad; de los derechos del ciudadano; de la Constitución que en el pasado fue violada por «cierta personalidad». Esta «cierta personalidad» está presente en toda la parte final del informe. La sombre y el recuerdo de Stalin aletean por el salón. Todos están conscientes de eso. Me pregunto con rabia: ¿por qué no lo nombran?, ¿tienen miedo? Esta «cierta personalidad» es Stalin, no puede ser más que él. Mi vecino brasileño me asegura que es Beria.» (p. 37 y 38 del Diario de Vidali, Grijalbo, México 1977.)
Canfora señala a este respecto la necesidad de tomar en consideración que se trataba de un reporte oficial (había también, como bien se sabe, otro reporte, el reporte, que era secreto), bien calibrado y bien consensado al interior del grupo dirigente con antelación: ‘tal era la práctica en todos los partidos comunistas, pero probablemente sucede así en el vértice de todos los grandes partidos, no solo los comunistas (Canfora, p. 56).
Pero la clave del asunto era la puntualización presentada bajo la fórmula de la necesidad de restablecer la legalidad socialista, a lo que Canfora comenta:
«Existía una constitución de la Unión Soviética, la de 1936, entre otras cosas una de las más democráticas que se pudiera imaginar, pero que había sido o ignorada, o violada, o parcialmente pisoteada, según la reconstrucción ofrecida por Jruschov. Por lo tanto, elevar la cuestión de la violación de la legalidad socialista significaba meter bajo acusación a aquél que había violada esa legalidad en el período precedente, que era, en sustancia, aunque no se nombrase, Stalin.» (Canfora, p. 56).
Stalin, esa «cierta personalidad»
No obstante el hecho de que se hubiera dejado un resquicio para la ambigüedad (para que se pudiera también haber pensado que esa «cierta personalidad» era Beria), la figura que encarnaba el comunismo mundial y el triunfo de la Unión Soviética en la segunda guerra mundial se venía abajo: había que restablecer la legalidad socialista y había que volver a la dirigencia colegiada; además, en el plano teórico se reabría el debate destinado a esclarecer las claves que definían una concepción marxista de la función de la personalidad en la historia:
«Se proponía la necesidad –por parte de la dirigencia soviética, IC– de mejorar el estudio de la historia, de presentar a sus militantes el problema filosófico sobre cuál es la función de la personalidad en la historia. Problema clásico que había fatigado a los historiadores desde los tiempos de Plutarco, se podría decir, y que de una manera o de otra había sido también tema de apasionados debates más recientemente. Para dar a entender que no aceptaría más el retorno de una personalidad fuerte, Jruschov no encuentra mejor salida que citar el himno soviético, La internacional, en cuya versión rusa dice: ‘No hay más supremos protectores, ni dios, ni zar, ni héroe alguno. Seremos nosotros, los trabajadores, quienes conquistaremos el bien común’.» (Canfora, p. 62 y 63.)
Se desdibujaba pues la personalidad fuerte en la historia. Y se llegaba también a la resolución final del Congreso, que se resume en planteamientos fundamentales de todo punto: el abandono de la tesis de la inevitabilidad de la guerra; la tesis de la posibilidad de la coexistencia pacífica entre sistemas económicos y políticos diversos; el despliegue de apoyo geoestratégico a terceros países (India, Egipto, Birmania... Afganistán): gli non allineati, en efecto; la defensa de la tesis sobre la existencia de varias vías al socialismo: «todas las naciones llegarán al socialismo, decía Lenin, pero no todas lo harán del mismo modo» (Canfora, p. 72).
Por cuanto a la tesis de la inevitabilidad de la guerra, Canfora recuerda que ya el propio Stalin, en Cuestiones de leninismo, había modificado la teoría según la cual el imperialismo conduce tarde o temprano a la guerra. La matización de Stalin era del siguiente tenor: si bien era cierto que, mientras existiera el imperialismo, la guerra podría considerarse como inevitable, también era cierto que había una muy alta probabilidad de un conflicto entre potencias capitalistas, y no ya tanto entre una de ellas, de un lado, y la Unión Soviética del otro.
Ahora bien, continúa Canfora, cuando Jruschov postula el abandono de la tesis de la inevitabilidad de la guerra estaba polemizando sólo en apariencia con Stalin, quien ya había dado muestras en extremo realistas –de verdadera _Realpolitik_– de su disposición a crear situaciones de coexistencia pacífica, como pudo verificarse en su por todo el mundo señalado pacto de no agresión con Alemania (el Pacto Ribbentrop-Molotov de agosto del 39). Lo que estaba acaso haciendo Jruschov era enviar un mensaje a varios destinatarios, entre los que estaba esa parte de la dirigencia soviética convencida de que, una vez desarrollada la tecnología de la bomba de hidrógeno y una vez alcanzada por tanto la paridad militar con los americanos, una guerra atómica estaba ahora sí en el primer plano del horizonte estratégico soviético:
«La sustancia de la cuestión es que estamos frente a un cambio radical en la correlación de fuerzas con el resto del mundo. La Unión Soviética se sentía más fuerte y por tanto con mayor capacidad de afirmar una política de paz. Pero estamos también en presencia de un conflicto al interior del grupo dirigente. La parte a la que Jruschov quiere confrontar, y que en aquel momento se arriesga en efecto a hacerlo, era aquella que veía acercarse el momento de acometer un nuevo enfrentamiento con el mundo occidental.» (Canfora, p. 71)
Seis años después, en octubre del 62, se llegaría a uno de los más altos puntos de tensión en ese sentido: la crisis de los misiles en Cuba.
Y por cuanto a las tesis tanto de la coexistencia pacífica entre varios sistemas económicos y políticos como de la existencia de múltiples vías al socialismo, además del hundimiento del sistema colonial, es interesante tomar nota, por vía de ejemplo, de la Declaración del Partido Comunista de España que, en junio de 1956 mismo, es presentada en el contexto del XX aniversario del inicio de la guerra de España (18 de julio del 36) y como un llamado Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español.
En el apartado I (sobre las premisas de una política exterior española) se afirma entre otras cosas que
«El actual clima internacional de coexistencia y colaboración pacífica entre los Estados favorece la posibilidad de cambios políticos pacíficos en España, la reconciliación nacional de los españoles… Las ideas pueden discutirse, pero no es posible negar los hechos. El rasgo característico de nuestra época es que el Socialismo no es un «fenómeno ruso», como quisieron presentarlo ciertas gentes. El Socialismo es hoy un sistema mundial que ejerce poderosa influencia sobre la situación política y la política internacionales...
Otro de los cambios que han quebrantado la base del imperialismo es el hundimiento del sistema colonial. China, India, Birmania, Indonesia, Egipto, Siria, Líbano, Sudán, Jordania y otros países, coloniales en un pasado reciente, con 1200 millones de habitantes, o sea, casi la mitad de la población de la Tierra, han conquistado su independencia estatal en los últimos años.» (Declaración del Partido Comunista de España. Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español.)
Pero, en todo caso, había otro reporte en el XX Congreso: el reporte secreto.