la sublimación por excelencia de la procreación, El Catoblepas 113:10, 2011 (original) (raw)
El Catoblepas • número 113 • julio 2011 • página 10
José Omar Sánchez Molina
Con ocasión de un programa de Plaza de Armas
El instinto tiene tras caminos: se reprime, se realiza o se sublima. Russell es de la opinión que al instinto más que limitarlo hay que domesticarlo, análogamente al uso que se le da a los frenos de un tren: usarlos cuando se va en la dirección correcta es ilógico y no usarlos cuando se dirige a un despeñadero es un suicidio.
Por su actuación magistral en Hud, un western cargado de drama (Hud, USA, Martin Ritt, 1963), Paul Newman fue nominado al Oscar. En el largometraje hay tres personajes relevantes que pueden servir de apoyo para comprender los caminos que tiene el instinto. Hud (Paul Newman) es el pendenciero e irresponsable hijo del viejo cowboy Homer (Melvin Douglas). Lon Bannon (Brandon de Wilde) es el mocetón sobrino de Hud cuyo padre murió a causa de las irresponsabilidades y borracheras de Hud; a pesar de su juventud, muestra un carácter ciertamente prudente. Alma Brown (Patricia Neal) es el ama de llaves en el rancho y diariamente se concentra en sus labores de cocina y en tener listos los insumos básicos para el viejo Homer, para Hud y para el joven Lon. Según las rutas que puede tomar el instinto, Lon representaría el mundo de respeto a los principios y al buen comportamiento (como copia joven de su propio abuelo y como contrapartida a su tío), al extremo de reprimir sus juveniles y legítimos deseos de llevar a Alma a la cama; Alma, por su parte, sublima su deseo sexual por Hud manteniéndose activa en la cocina y manteniendo limpias sus camisas, para que otras y no ella, disfruten de sus bravuconadas. Hud es el vivo ejemplo del irrefrenable impulso sexual que ni se detiene ni se sublima, sólo se realiza. En toda la película Hud seduce a las mujeres. Al inicio en casa de una amante, a la mitad del rodaje está en plena parranda y presenta otra amiga casada a Homer, y, al final (como clímax), cuando hace explícito el deseo de que su viejo y cansado padre se haga a un lado de la conducción del rancho, intenta forzar sexualmente a Alma sin tener éxito por la intervención del joven Lod. Alma, ultrajada, dice a Hud, antes de partir, otra vez de manera sublimada, que en realidad sí quería acostarse con él (su auténtico deseo), siempre que se lo hubiera pedido a la buena.
Este western ilustra que, más allá del puritanismo explícito de la sociedad estadounidense, el problema no es el acto sexual en sí, sino, poder lograrlo mediante el acuerdo de voluntades, de forma análoga al problema que hoy plantea la desconexión que hay entre el sexo y la maternidad y la paternidad: el problema no es la aberración biológica –a la que apelan los puritanos– de tener hijos sin padres, o potenciales padres que no quieren tener hijos, o gestar los hijos en el vientre ajeno, sino discutir si la causa de inicio y término del sexo y del matrimonio es el mero acuerdo de voluntades como proponen las corrientes progresistas o bien hay una causa oculta sublimada en todo este segmento de fenómenos recurrentes, tal y como ocurre en el excepcional caso de la madre gestora y la madre subrogada, jurídicamente reconocido.
Antes de analizar los problemas que hoy plantea la maternidad y la paternidad, hay que entender el papel genético e histórico del matrimonio para hacer o no la conexión entre esa institución, el sexo y los hijos.
El matrimonio, visto desde la perspectiva analítica, es una institución que en su posición superior sublima el sexo, pues éste sin la formalización del matrimonio es una institución de menor rango e inferior. Es cierto que el sexo sin mediación simbólica, esto es, sin sublimar, podría realizarse directamente sin matrimonio de por medio, pero como está sublimado se canaliza hacia un fin de mayor perfección. Ni se lo reprime hasta su extinción como quisieran los conservadores que lo vinculan con el pecado y que lo reprimen cada ocasión posible (escuelas conservadoras que con sus teorías prohibicionistas causan daños severos en la educación sexual de los menores con el consentimiento de los padres) ni se lo eleva a su plena realización como quieren los libertinos para quienes el instinto les da un mandato al goce para realizar la cópula aun con múltiples parejas.
Históricamente, si se quiere entender el papel del matrimonio hay que acudir a las ideas de la Iglesia, en particular de la Iglesia Católica. ¿Qué papel asigna la Iglesia Católica al matrimonio? Parece una obviedad la respuesta. Mucho más interesante es analizar los razonamientos que se expresan en las Encíclicas. Algunos pasajes de la tercer encíclica de Benedicto XVI, dan cuenta del objetivo del matrimonio. Dice el Sumo Pontífice:
«…las familias pequeñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo de empobrecer las relaciones sociales y de no asegurar formas eficaces de solidaridad. Son situaciones que presentan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatiga moral. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. En esta perspectiva, los estados están llamados a establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad, haciéndose cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su naturaleza relacional.»{1}
Benedicto XVI se da perfecta cuenta de la disociación que recorre el mundo actual. Por un lado, se está aparentemente de acuerdo en proteger el medio ambiente y por esta causa las organizaciones ecologistas luchan vehementemente, pero por otro no se hace respeto de la vida misma, desde la propia gestación. Benedicto XVI describe el tipo de actitud esquizoide que trata diferente un mismo objeto (la vida) y que parte su unidad, pues «el libro de la naturaleza es uno e indivisible»: es el ser humano quien ha generado la diferencia, para sobrellevar las cargas la caridad y los deberes básicos de dignidad.
«Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.»{2}
Previamente, la Iglesia católica, por letra de Pablo VI, afirma en la Encíclica Humanae vitae el sentido unitivo y procreador de la sexualidad, poniendo como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distinción y en la complementariedad; una pareja, pues, abierta a la vida. El matrimonio, además de las características –humano, total, fiel y exclusivo– es el resultado de un amor fecundo, destinado a la creación y educación de nuevas vidas, pues,
«Es… un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres"{3}
Como advierte, dos son los principios que rigen el matrimonio: unión y procreación. Faltando uno no se produce la institución en su naturaleza. El acto conyugal a la vez que une a los esposos, el elemento unitivo, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, el elemento genitivo. Dependencia mutua que el hombre no puede disolver y que incluso, dice Pablo VI, el ser humano es, en sus actuales condiciones, incapaz de comprender.{4}
Hay que echar ahora un ojo a las ideas seculares del matrimonio de Bertrand Russell como complemento razonable, dado que no hay tanta desconexión entre las ideas liberales y su reverso conservador. El filósofo señala que en el origen el matrimonio fue ideado como una institución para la procreación, de modo que aquel matrimonio que no la culminaba no era efectivo en su función. Frente a una vieja moral sexual que reprime el sexo, Russell promueve una nueva moral sexual donde la defensa de la institución matrimonial, para su sobrevivencia debe ir acompañada de consentidas libertades sexuales (extramaritales) para los cónyuges. Al hacer un recuento de la historia del matrimonio Russell advierte de los errores del cristianismo cuando condena la fornicación como pecado y en su lugar propone al matrimonio como su atenuador. Russell recuerda la función del matrimonio de San Pablo quien sugiere que el matrimonio no es enteramente agradable como la fornicación, pero puede capacitar a los hermanos más débiles para resistir la tentación. Algo similar a lo que a él personalmente le ocurrió cuando su médico, para que dejara de fumar (su pecado), le prescribió en su lugar chupar un caramelo ácido (su remedio).{5} Incluso, en la visión de San Pablo el cuerpo que es la residencia del mal es impuro si muestra pureza física dado que prepara para la fornicación; la suciedad y el mal olor bien hacen a la virtud cristiana. Dice Russell que la doctrina católica prepara el terreno de la no fornicación, para deducir que sólo es lícito el comercio sexual si está destinado a procrear hijos, y como efecto proponer por corolario que la procreación de los hijos es uno de los fines del matrimonio.{6}
Para Russell la vieja moral sexual en la edad media fue nefasta. Los casos de clérigos con descendencia incestuosa o manutención de infinidad de concubinas están bien documentados. Tampoco el amor romántico del Renacimiento fue tan valioso porque sustentar el matrimonio exclusivamente en el amor de los cónyuges coloca a los hijos y al matrimonio mismo en un segundo plano.{7} La moral sexual de la modernidad en la época de Russell es una que está en transición, principalmente por dos factores: los contraceptivos y la liberación femenina. Dice Russell que los feministas, cuando están atados a la vieja moral sexual, quieren que se repriman los deseos de los hombres, mientras que los feministas de la nueva guardia buscan que las mujeres posean las mismas libertades que los hombres tienen, como sexo ocasional antes y fuera del matrimonio, control de la paternidad y de la maternidad, entre otros menesteres.
Russell define al matrimonio como una institución legal que normaliza la monogamia contrariando el impulso sexual que conduce a hombres y mujeres a ser polígamos por instinto. Por esta causa, a fin de darle un nuevo giro de sobrevivencia al matrimonio, el filósofo propone un modelo liberal del matrimonio (dice Russell que no le interesa limitar tanto las libertades ajenas como se pueden limitar las propias) en el que debe haber ciertas permisiones a fin de hacerlo más llevadero, incluida la permisividad hacia la prostitución. De alguna forma, el matrimonio basado en la moralidad restrictiva mantiene un estado de cosas prohibitivo (represivo) y policiaco (ambos cónyuges se coartan su libertad) que debe ceder frente a una ética matrimonial permisiva, donde marido y mujer no se miren celosamente como policías sino que aprendan que en sus vidas privadas deben ser libres pese a lo que diga o quiera la Ley represiva. Como muestra de los alcances de su propuesta dice Russell, «A mi juicio, si el matrimonio tiene hijos y ambos cónyuges son razonables y decentes, la expectativa debe ser que dure toda la existencia, pero sin excluir otras relaciones sexuales.»{8}
Para Russell el matrimonio de su tiempo está a prueba (el de hoy también). Dice que en una ética racional, el matrimonio que no se consuma con los hijos no debería reputarse como tal. Sin embargo, hay que tener presente que en la modernidad el matrimonio cumple otras tantas funciones como la 1) sexual, como ocurre con la prostitución, o 2) unión que implica un elemento sexual, como sucede con la compañía matrimonial o 3) formación de una familia.{9} En todo caso, quien quiera ver al matrimonio, no puede descuidar la común emancipación de los jóvenes que adquieren experiencias sexuales previas al matrimonio, lo que podría denominarse «sexo sin matrimonio», y el despliegue de relaciones matrimoniales basadas exclusivamente en el elemento unitivo, esto es, «matrimonio sin hijos». A pesar de ello, dice Russell, la familia sigue siendo una pieza importante, a pesar de los tiempos de anticonceptivos, porque ella conserva aun el hábito de tener hijos.{10}
Cuando analiza el divorcio, Russell dice que no ha sido una opción opuesta al matrimonio monogámico, puesto que su función ha sido mitigar su rigor cuando aquel ya no puede ser llevadero. Destaca el hecho paradójico de que haya una separación entre las leyes y las costumbres del divorcio, pues las leyes en los lugares donde hay más permisión para el divorcio no necesariamente producen el mayor número de disoluciones del matrimonio.{11} Como consecuencia de sus ideas liberales, dice Russell que al adulterio no debería vérsele como causal de divorcio, en tanto que los cónyuges pudieran desear que este continúe, considerando ante todo que los fundamentos del divorcio deberían encontrarse en los defectos comprobados de alguno de los cónyuges (locura, embriaguez o crimen) o bien por la ausencia de relaciones entre marido y mujer producidas por la falta de afecto o por la ausencia motivada por la diferente residencia, pero sobre todo porque el mejor motivo del divorcio, más allá de la asunción pecaminosa que le dota la Iglesia, es el mutuo disenso en la realización del matrimonio. Como los hijos son el propósito del matrimonio, en caso de no haber éstos, y habiendo acuerdo entre los cónyuges, debería decretarse también el divorcio, pues no es racional retener a la gente en un engaño infecundo y cruel, del mismo modo en que si en verdad importa el interés de los hijos, los padres deberían refrenar sus emociones románticas por otros amantes, a la par de mitigar sus celos y en consecuencia concentrarse en la procuración de educación para los hijos, a fin de dar continuidad al matrimonio.{12}
Por extraño que parezca, la conceptualización conservadora eclesiástica del matrimonio y la liberal de Russell no varían de las referencias doctrinarias jurídicas, ni de los ocultos fines que se recogen en las normativas.
El día de hoy, la modernidad individualista, ha puesto a consideración al matrimonio como una institución dependiente de la decisión individual para convivir juntos y formar primordialmente un proyecto de vida «en pareja», con lo cual se realiza el elemento unitivo. Esta situación es análoga a la de la formación molecular partir de la conjunción de dos átomos con cargas diferenciadas (heterosexuales) u homologadas (homosexuales) y a la formación de una entidad organizacional nueva a raíz de la conjunción.{13} Sin embargo, hay que evidenciar el trauma oculto sobre el elemento genitivo como causante del matrimonio y del divorcio que esconden las recientes discusiones jurídicas.
El Código Civil que rige en el Distrito Federal definía al matrimonio como la unión libre de un hombre y una mujer para realizar la comunidad de vida, en donde ambos se procuran respeto, igualdad y ayuda mutua con la posibilidad de procrear hijos de manera libre, responsable e informada (artículo 146 del Código Civil para el Distrito Federal). En reforma reciente{14} se establece que el matrimonio es la unión libre de dos personas para realizar la comunidad de vida, en donde ambos se procuran respeto, igualdad y ayuda mutua. Como se nota, la normatividad local hacía eco de los elementos unitivo y genitivo según los cuales el matrimonio se forma para formar un proyecto en común y para procrear hijos. A partir de la reforma, más allá de la discusión sobre la formación molecular diferenciada u homologada, se establece como su fin la formación de un proyecto común, cualquier contenido que éste tenga. De ahí que sea contraintuitivo desde su finalidad exclusiva unitiva, aunque no de la finalidad oculta de la procreación, que el numeral 156, fracción VIII, del ordenamiento señale como impedimento para contraer el matrimonio la impotencia (masculina, léase entre líneas) incurable para la cópula.
Más allá de la función simbólica que se otorga al matrimonio en el Distrito Federal, analizadas las cosas, vistos los antecedentes y concatenando las disposiciones jurídicas, el matrimonio, aun contra la reforma progresista citada de 2009, sigue siendo, como dice Russell y la Iglesia católica, la institución que formaliza y canaliza la pulsión para realizar la cópula, ya sea con contención o realización de la progenie. Esto es aun más evidente cuando se distingue que la salida social más común al matrimonio, aunque difícil de acreditar civilmente, es el adulterio, tal y como reconoce el artículo 267, fracción I, del Código Civil Federal, que comparado con el del Distrito Federal parecería anacrónico, aunque no lo es tanto si se tiene en cuenta la idea de monogamia que sustenta a la institución del matrimonio.
Por esta causa, aunque los progresistas de la sociedad civil y sus ecos en las Asambleas Legislativas repitan en el discurso y hasta el cansancio que el matrimonio sólo es un acuerdo de voluntades para un fin común, la pulsión por el sexo y la procreación que se reproduce infinitamente en la biología sale de su posición oculta cuando se reconoce legalmente que el sexo es el mecanismo de entrada (estadísticamente está comprobado que ya casi nadie llega virgen al matrimonio), de mantenimiento (con la procreación) y de salida en el matrimonio (con el adulterio). Desde la perspectiva simbólica, la pantalla virtual oculta a los ciudadanos que el matrimonio es una institución que reprime la vergüenza por el sexo y lo transforma en la ilusión de la autonomía de la voluntad, esto es, que es la voluntad pura lo que define el matrimonio y no, como bien dice Russell, que son los hijos los que definen sí hay o no matrimonio. Por ello, cuando se establece que el varón no podrá impugnar la paternidad si hubo consentimiento expreso en el empleo y aplicación de métodos de fecundación asistida, (artículo 326, segundo párrafo del Código Civil para el Distrito Federal), lo que en realidad debe leerse es la permisión primordial para traer vida con las herramientas que provee la eugenesia, siempre que se realice con el consentimiento del cónyuge, pues con esto se aseguran los dos fines del matrimonio: unión y procreación, su elemento unitivo y el elemento genitivo; esto es, lo que los progresistas no quieren reconocer es que dado que uno de los fines del matrimonio es la procreación, jurídicamente está permitido usar esos métodos, si ambos cónyuges están de acuerdo, porque con ello se asegura ese campo de la teleología. Por eso no es tan descabellado que un partido político aparentemente progresista como el Verde Ecologista, haya propuesto en 2010 que se obligue a la mujer a solicitar autorización del cónyuge para esterilizarse, pues lo que se busca asegurar es, por rotación, que mediante el consentimiento (elemento unitivo) se atente contra el elemento genitivo (procreación) del matrimonio; lo contrario, esterilización sin consentimiento implica disolver uno de sus fines, lo cual es absurdo como ha quedado demostrado.
Pura diferencia virtual que oculta el hecho traumático del matrimonio: sexo para procrear, análogamente a la real etología de los animales. Hoy en día cuando se discute el papel de la maternidad subrogada, que aparece preferente ante cualquier argumento de carácter masculino, precisamente porque se asume como natural la principalidad de las decisiones de la mujer, debería más bien estarse discutiendo el papel residual del hombre dentro del matrimonio y de la familia, pues ahora mismo está siendo suplantado por el Estado con sus fines asistenciales (¿no es la Patria un real masculino?) y no tardará mucho en llegar el día –si no es que ya está sucediendo– en que la eugenesia ponga a deliberación la desconexión para la mujer entre el hombre padre (procreador) y el hombre amante (criador):
«Desde el punto de vista de la moral privada, la ética sexual científica y libre de supersticiones concederá el primer lugar a las consideraciones eugenésicas. Es decir, que por mucho que se relajen las restricciones existentes en el comercio sexual, un hombre y una mujer de conciencia no querrán procrear sin haber considerado antes muy seriamente el valor probable de su descendencia. Merced a los anticonceptivos, la paternidad es voluntaria y no el resultado automático de la relación sexual…. No habrá, por tanto, razón concluyente para que una mujer escoja para padre de su hijo al mismo hombre a quien prefiere para amante o compañero. En lo futuro, las mujeres podrán fácilmente y sin ningún sacrificio grave de su felicidad escoger por motivos eugenésicos al padre de sus hijos, y dejar que sus sentimientos íntimos sigan con libertad su inclinación en las demás relaciones sexuales.»{15}
¿No habría que discutir con mayor seriedad las actuales causales del divorcio que se derivan de los elementos –unitivo y genitivo–, dado que el fenómeno primordial sería la desconexión eugenésica entre el hombre semental y el hombre educador? Un primer acercamiento a esta realidad es el actual reconocimiento de la paternidad ex post por medio de las herramientas de la medicina y la ciencia legal; la paternidad ya no se presume, se tiene que probar como hecho. El siguiente nivel esta circunscrito a la decisión de la mujer de convertirse en madre engendrando hijos genéticamente excelentes y sin necesidad de un reconocimiento paternal (así habría que ver la tendencia de protección estatal de las madres solteras). Un tercer nivel de la discusión será la susodicha decisión unilateral femenina que materialice la desconexión entre el instantáneo padre y el otro largo acompañante en su vida, con la consecuencia legal que deberá tenerse en estos casos. Al final, los hombres más aptos genéticamente serán buscados para ser padres, mientras que otros, desahuciados en esa posibilidad, tendrán que buscar ser buenos amantes.
En el desierto de lo real de la oculta teleología jurídica se abre un camino tenebroso a la máquina biológica imperial. Lo que debe leerse frente la incurabilidad de la impotencia como impedimento para el matrimonio y la falta de consentimiento en la reproducción asistida como posible causal de divorcio, por paradójico que parezca, es una provocativa invitación a la procreación ya sea con o si sexo, con o sin pareja duradera, que puede y de hecho lo es en otras latitudes, financiada por el Estado, más que una prohibición a los cónyuges.
hay un cierto parecido entre el sexo y las elecciones. Ahora ya se tienen elementos para mirar al matrimonio como la sublimación por excelencia del sexo. Además, hay que concatenarlo con los hijos, como su verdadera ontología.
Notas
{1} Benedicto XVI, Caritas In Veritate. La Caridad en la Verdad. Carta encíclica del Sumo Pontífice a los Obispos, a los Presbíteros y Diáconos, a las personas consagradas, a todos los fieles laicos, y a todos los hombres de buena voluntad sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana. México 2009, pág. 62.
{2} Ibídem, pág. 73.
{3} Carta Encíclica Humanae Vitae de S. S. Pablo VI. A los venerables hermanos los patriarcas, arzobispos, obispos y demás ordinarios de lugar en paz y comunión con la sede apostólica, al clero y a los fieles del orbe católico y a todos los hombres de buena voluntad, sobre la regulación de la natalidad. Versión electrónica del documento disponible en http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_25071968_humanae-vitae_sp.html documento consultado el 23 de febrero de 2011.
{4} Ídem.
{5} Bertrand Russell, Matrimonio y Moral, Traducción de Manuel Azaña, España, 2001, pág. 50.
{6} Ibídem, pág. 55.
{7} Ibídem, págs. 60 y ss.
{8} Ibídem, pág. 106.
{9} Ibídem, pág. 119.
{10} Ibídem, pág. 130.
{11} Ibídem, pág. 150.
{12} Ibídem, págs. 157 y s.
{13} Cfr. Gustavo Bueno, «Enlaces covalentes», El Catoblepas, revista crítica del presente, número 90. Agosto de 2009, pág. 2. Disponible en versión electrónica en http://nodulo.org/ec/2009/n090p02.htm
{14} Reforma publicada en la Gaceta oficial del Distrito Federal el 29 de diciembre de 2009.
{15} Bertrand Russell, Matrimonio y Moral, op. cit., pág. 177.