Ismael Carvallo Robledo, En medida semejante, El Catoblepas 153:4, 2014 (original) (raw)

Ismael Carvallo Robledo

Sobre las memorias de Carlos Tello Macías, tituladas Ahora recuerdo. Cuarenta años de historia política y económica de México, Debate/UNAM, México DF, 2013, 477 páginas.

En tal virtud, con esta fecha presento a usted mi renuncia al cargo de Secretario de Programación y Presupuesto, agradeciéndole la oportunidad de haber colaborado con su gobierno y, en esa medida, servir a México.

Carlos Tello a José López Portillo.
Noviembre 16 de 1977.

Carlos Tello MacíasPor fin he podido reservarme el tiempo necesario para terminar la lectura del espléndido libro de memorias de mi querido y admirado amigo don Carlos Tello Macías, que lleva por título Ahora recuerdo. Cuarenta años de historia política y económica en México, editado recién el año pasado por Debate y la UNAM en la ciudad de México.

Se trata de un detallado recorrido de intensa y apasionada factura política, escrito en una prosa de fluidez impecable y de decantada madurez literaria que ilumina en su despliegue los entresijos de la maquinaria gubernamental y burocrática en cuyo seno tuvo lugar la colisión de proyectos estratégicos de vertebración del estado mexicano en su última fase de configuración durante el siglo XX, y que encontró la cúspide de su tensión y antagonismo con la nacionalización de la banca en 1982 de la que Tello fue artífice y actor de primerísimo orden.

El valor de este libro es entonces, así, definitivo y cardinal, pues se trata del testimonio directo de alguien que no nada más está analizando histórica y objetivamente y a la distancia lo acaecido, es también la puesta en claro, el ajuste de cuentas con las decisiones que un hombre –formado en Georgetown, Columbia y Cambridge pero cuya alma mater no es otra que la UNAM– hace sobre su vida misma organizada en función de la divisa fundamental de servir a México, de un patriota, y que en su reconstrucción se nos presenta mirándonos de frente. De la mano de Tello podemos seguir y conocer los detalles de conversaciones, de disputas, de rencillas y animadversiones al interior de la clase dirigente y en la administración pública de alto nivel de la década de los setenta a nuestro presente, pero también los de la toma de decisiones de alta implicación histórica y política para la vida de la república, y los de la acuñación de amistades fundamentales, templadas en función de esa divisa tan difícil de encontrar y, por tanto, tan cara en política: la lealtad.

También nos es posible ponderar, en un bella y discretamente equilibrado relato al parecer secundario pero que en realidad lo anuda todo, el peso tan definitivo que para un hombre tiene el amor a una mujer –a una mujer de indiscutible belleza y elegancia, según se puede apreciar en la perfecta selección fotográfica que complementa _Ahora recuerdo_– con la cual edificar una familia sólida, unida y honesta.

Hay un personaje polémico, odiado por generaciones enteras de mexicanos pero que a la luz del texto de Carlos Tello Macías se nos aparece a otra escala y con otros perfiles: José López Portillo. Es él, como no podría ser de otra manera, el actor fundamental que acompaña en dialéctico contrapunto la trayectoria de Tello, quien a su vez levanta a nuestros ojos una estatura fascinante, sobre todo por el vigor, firmeza y valentía que operan detrás de las decisiones que fue tomando a lo largo de su vida, y por la honestidad modesta y la estoica sobriedad que se destila en cada capítulo del libro, y que tengo la fortuna de poder cotejar con la realidad, en persona, en virtud de los lazos de amistad que, desde mi humilde punto de vista, puedo preciarme de tener con el profesor Tello.

Ahora recuerdo que en una ocasión, en un viaje que hicimos a Asturias para participar en unos Encuentros de Filosofía organizados por la Escuela de Filosofía de Oviedo en Gijón (y el equipaje de don Carlos es siempre modesto, ajustado a lo necesario), por alguna razón aleatoria comenzamos a hablar sobre los toros. Tello me dijo de bote pronto que él solía ir mucho a la Plaza México, en donde tuvo incluso, durante cierto tiempo –me comentó también–, un palco en las zonas adecuadas para el gusto de los conocedores. “A veces me cruzaba por ahí con Felipe Calderón”, me dijo, a lo que yo contesté con cierta sorpresa súbita aunque, por precisamente súbita, ingenua: “¿entonces conoce usted bien a Calderón?”. La respuesta de Tello fue categórica e inmediata, y mientras se detuvo un instante para voltearme a ver con sorpresa por la ingenuidad de mi pregunta, como que queriéndome dar a entender gráficamente la imposibilidad de que pudiera él tener relación alguna con Calderón o, para los efectos, con alguien de su estirpe o reducida estatura política e ideológica, me dijo con su natural severidad: “¡pero licenciado: yo soy el diablo!”. En efecto: el diablo que nacionalizó la banca. ¿Relación o amistad con alguien de la estirpe de Felipe Calderón y compañía? Imposible, efectivamente.

Pero Tello fue de los pocos que jamás se arrepintió de haber participado en medida semejante, como de hecho consigna Miguel de la Madrid en sus memorias en cita que para los efectos inserta Tello en Ahora recuerdo.

“Al día siguiente”, nos cuenta por otro lado en la página 289, “me llamó a Los Pinos [el presidente López Portillo] y me ofreció la dirección general del Banco de México con el fin de instrumentar las medidas que decretaría el 1º de septiembre. Me reiteró, antes de que yo le contestara, que debería estar consciente de que ello probablemente entrañaba el fin de mi trabajo en futuros gobiernos. Le contesté, convencido, que para mí sería un honor acompañarlo desde el Banco de México durante los últimos tres meses de su gobierno”. Y así sería.

El proceso de organización del estado mexicano moderno encuentra su punto de equilibro histórico y orgánico solamente con el cardenismo, y fueron tres las nacionalizaciones que se destacan, dentro de la gran matriz histórico-ideológica de la Revolución mexicana, como amarres estructurales y como indudables medidas de fuerza –y, por tanto, de alta política– mediante las que el Estado se afianzó como sistema fundamental de estructuración de la vida nacional: el petróleo (1938), la industria eléctrica (1960) y la banca (1982). En cada caso se trató de decisiones tomadas en sectores económico-productivos de inequívoco rango estratégico, en el núcleo central donde se dibuja la dialéctica capital-trabajo en función de la cual se establecen los mecanismos generales de acumulación capitalista, y determinadas por una muy compleja correlación de fuerzas político-económicas tanto a nivel nacional como internacional y que expresaban, a su vez, la colisión de diversos sistemas ideológicos y doctrinarios. Los tres momentos pueden ser vistos entonces como puntos de inflexión definitorios de la marcha política de la nación.

En el caso de la tercera nacionalización, la de la banca (una medida que –por cierto– fue solamente planteada y defendida programáticamente en su momento por el Partido Popular Socialista), las consecuencias no fueron menores ni mucho menos, pues fue a partir de entonces cuando el control del PRI sobre el sistema político mexicano en su conjunto comenzó a desmoronarse, toda vez que fue la dislocación del pacto de poder político trabado entre los fuerzas del régimen gubernamental con la clase económico-empresarial y financiera lo que hizo estallar el núcleo del poder del Estado. Es en 1982 cuando los grupos empresariales deciden en serio hacerse con el poder del gobierno, rompiendo con ello el equilibrio político y de acumulación capitalista que el PRI logró estabilizar durante el período que va del inicio de la posguerra hasta aproximadamente la década de los 80. Su plataforma político-electoral fue, de manera casi natural, el Partido Acción Nacional, que no por nada nace en 1939, un año después nada más de la primera gran nacionalización de la Revolución mexicana: la petrolera. En un lapso de dos décadas, el PRI perdería la presidencia de la república por primera vez en la historia moderna de México. El candidato del PAN que lo desbancó no era ni militar ni abogado ni economista. Tampoco era masón ni se había formado en la UNAM. Era un empresario católico, un analfabeto repugnante formado en administración de empresas en la universidad privada de los jesuitas: Vicente Fox. Mientras que el 68 representó un golpe en la línea de flotación del equilibrio político-social del régimen del PRI, lo que desestructuró su arquitectura, golpeando su núcleo económico-político, fue el 82.

Para la puesta en operación de medida tan controvertida, el presidente José López Portillo, que no por nada se autodenominó en sus memorias como el último presidente de la Revolución mexicana, nombró como Director General del Banco de México, de septiembre a noviembre de 1982, a Carlos Tello Macías. Tres meses decisivos para la vida económica y política de México sin duda ninguna. Previamente a dicho cargo, Tello había fungido como titular de la recién creada Secretaría de Programación y Presupuesto. La disputa por la nación al interior del gobierno tendría lugar entre dos bloques fundamentales: Secretaría de Hacienda y Crédito Público (monetaristas y, en general, neoliberales) por un lado, y Secretaría de Programación y Presupuesto (keynesianos y estructuralistas) por el otro:

Al llegar [José López Portillo] al gobierno, una de sus primeras medidas fue promover la ambiciosa reforma administrativa, en la que destacó la creación de la SPP, para ligar el gasto público a los planes y programas de desarrollo económico y social. Lo fundamental, pensábamos varios, era determinar lo que hay que hacer para después obtener los recursos necesarios y no, como era la costumbre, partir de los recursos con que se cuenta para ver lo que se puede hacer. Las funciones de la SHCP se redujeron a la recaudación de impuestos y a la obtención de crédito. La definición de política económica que la SHCP tenía la transfirió al gabinete económico.

Esta reforma administrativa era consistente con la visión que desde la década de los años sesenta promovieron la Alianza para el Progreso y la CEPAL para fortalecer las capacidades de planeación existentes en América Latina a cambio de asistencia económica. La creación de órganos de planeación generó varios problemas en muchos países en desarrollo. El más importante de ellos fue el conflicto con los ministerios de finanzas, pues los ministerios de planeación quieren promover el desarrollo y los de finanzas quieren mantener estabilidad y finanzas públicas en equilibrio. En México, pronto se dio el conflicto entre las tareas de planeación, encargadas originalmente a la Secretaría de la Presidencia y después a una Comisión Intersecretarial, y las responsabilidades de la SHCP, y ello generó todo tipo de problemas. Durante algunos años (1964-1970) se pudo avanzar de manera coordinada en la programación de la actividad del sector público, en particular en el área de las inversiones públicas. En el sexenio del presidente Echeverría se desató un permanente conflicto entre quienes deseaban imprimirle a la economía nacional una nueva política económica (las secretarías de la Presidencia y del Patrimonio) y la nueva ortodoxia monetaria, en alguna medida heredera del Desarrollo Estabilizador, que nada más insistía en la importancia de la estabilidad y no promovía el desarrollo (SHCP y Banco de México). Ahora recuerdo, pp. 218 y 219.

Dentro del equipo inmediato del presidente, Tello Macías fue de los pocos, si no es que el único, que apoyó la alternativa de nacionalización de la banca que desde hacía meses venía calibrando y ponderando el presidente como medida estratégica de fuerza estatal en el contexto de la grave crisis económica con la que terminaba estrepitosamente su sexenio. La confección del proyecto general de nacionalización le fue encomendada a Tello de manera directa por el presidente:

A principios de marzo de 1982, después de la devaluación del peso y la retirada del Banco de México del mercado de cambios a mediados de febrero, el presidente López Portillo me pidió que se elaborara –en forma discreta– un estudio donde se analizaran todas las opciones de política económica para hacerle frente a la aguda y en cierto sentido atávica problemática del peso y su valor respecto al dólar, tan agravada por la salvaje especulación y fuga de capitales (y el consiguiente deterioro de las finanzas públicas y de la balanza de pagos del país) que desde 1981 se habían observado en México, y que en los últimos meses de ese año y las primeras semanas de 1982 alcanzaban niveles inusitados. Yo me encargaría de preparar los documentos, que serían nada más analizados y discutidos, al principio, entre el presidente, José Andrés [de Oteyza] y yo. Ahora recuerdo, pp. 280 y 281

Se trata de una decisión, como tenemos dicho, de verdadero rango estratégico, pues las consecuencias y rupturas que de ella se derivaron llegan hasta nuestros días. La reconstrucción realizada a la luz de sus consecuentes es lo que metodológicamente hace de este libro una pieza de inestimable valor historiográfico y por partida doble: un actor central, y no un historiador ajeno al proceso, analiza objetivamente el proceso en cuestión, observándose a sí mismo a una distancia desde la que le es dable reconstruir la dialéctica de sus acciones pretéritas.

Pero por si fuera esto poco, la trayectoria profesional de Carlos Tello no se detuvo ahí, y no sin problemas y caídas derivados precisamente de aquélla medida del 82 (fueron etapas aciagas las inmediatamente posteriores en términos laborales, tal como López Portillo mismo, en su momento, se lo advirtió) logró mantener un recorrido profesional no menos intenso y fascinante, a caballo siempre entre el servicio público y la academia. Porque fue Tello embajador de México en Portugal, URSS-Rusia y Cuba, ni más ni menos. Por las fechas en que tuvieron lugar estas encomiendas, es fácil colegir que tuvo Tello el privilegio de presenciar acontecimientos a partir de los cuales toda una época llegó a su fin. Nos referimos al colapso de la Unión Soviética:

En abril de 1991, llegó a Moscú el canciller Fernando Solana y lo acompañé a una entrevista con el presidente Gorbachov. En la entrevista, fue un verdadero privilegio escuchar hablar de lo que estaba sucediendo en el país más grande del mundo. Justamente de la boca del caballo, por así decirlo. Al explicar el proceso de cambio en la URSS, Gorbachov subrayó aquellos que a su juicio eran los trascendentes en los que estaba inmerso el país a partir de la perestroika. En su primera etapa, dijo, estuvo asociada al debate de cuestiones filosóficas e ideológicas que los llevaron a concluir: a) que se habían perdido oportunidades en los últimos 70 años; b) que se requería una nueva política para el país y para el mundo, y c) que resultaba ya anacrónica la división del planeta entre dos bloques opuestos. Pero todos estos cambios, continuó el presidente Gorbachov, han afectado intereses y, por tanto, ha habido reacción de los trabajadores y sindicatos, en el ejército y, en general, de los grupos organizados de la sociedad. Son tiempos difíciles en los que se ven todo tipo de cuestiones: reforma económica, relación entre el centro y las repúblicas, reforma de los soviets, descentralización, pluralismo político, libertad religiosa. Ahora recuerdo, p. 343.

Fue entonces, decimos, testigo del colapso soviético tanto en Rusia como, luego, en Cuba, teniendo el privilegio de estar situado, siempre, en el epicentro de acontecimientos decisivos para la marcha de la historia no ya nada más nacional sino universal.

El detalle pormenorizado de todo está disponible en Ahora recuerdo. Cuarenta años de historia política y económica en México del profesor Carlos Tello Macías que Debate y la UNAM editaron recién el año pasado. Su lectura no tiene desperdicio alguno, y es altamente recomendable para las nuevas generaciones.

Si no mal recuerdo, habré conocido a Carlos Tello por ahí del años 2004 o 2005 más o menos, cuando en alguna de las múltiples iniciativas de promoción del debate y la discusión en las que me he visto involucrado nos acompañó él para ofrecernos una charla sobre algún tema en particular que ahora en realidad no soy capaz de recordar. Después vino aquél viaje a Asturias de 2006. En Oviedo, visitamos juntos la oficina-biblioteca del entrañable comunista José María Laso Prieto. También tuvimos una fantástica comida con Gustavo Bueno y familia en su casa de Niembro.

Hace unos meses, durante la primera mitad de 2014, realizamos con Tello y mi querido amigo Héctor Zarauz una sesión de discusión sobre Ahora recuerdo en el Seminario de Cultura Mexicana. Como habíamos llegado temprano al lugar de la cita, en Polanco, fuimos Tello y yo al restaurante más cercano para tomarnos, él, un whisky, y yo solamente un café. Para entonces logré revisar más o menos la mitad del libro en cuestión, no siéndome posible ya tener más tiempo para concluirlo. Pero no fue necesario avanzar demasiado en su lectura para darme cuenta de que estaba ante las memorias de un gran patriota que no ha buscado otra cosa más que intentar, en la medida de sus posibilidades, servir a México. Ahora que termino el libro confirmo la tesis. Y mi admiración por él no ha hecho otra cosa que incrementar su magnitud.

A mí me dijo una vez Porfirio Muñoz Ledo que, en el terreno de la política y el servicio público, el gran maestro de su vida fue Jaime Torres Bodet. Yo puedo decir ahora que, para mí, en medida semejante, mi referencia fundamental se llama Carlos Tello Macías. Y si en mis manos está algún día impulsar o ejecutar, en beneficio de México, una nacionalización estratégica como aquélla en la que jugó él un papel decisivo, lo recordaré y defenderé siempre, con orgullo y solemnidad, como mi maestro.

Actualmente es profesor-investigador titular C, de tiempo completo, en la Facultad de Economía de la UNAM.

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