La necedad de la ignorancia (original) (raw)
Ismael Carvallo Robledo
Sobre una nota del periódico mexicano La Jornada, relativa a la petición internacional por la liberación de Arnaldo Otegi.
I
Leo una nota publicada hace muy poco por La Jornada de México en donde se da cuenta de la petición que diversos «líderes y figuras públicas internacionales» hicieron recientemente en el Parlamento Europeo de Bruselas para que se libere al señor Arnaldo Otegi, preso desde 2009 en virtud de la condena de la Audiencia Nacional de España que sobre él pende por el «presunto» delito (las comillas son mías, no del reportero que redactó la nota, que no las usó, es decir, que la inocencia de Otegi no es puesta por él en duda) de reconstruir el aparato político de la proscrita Batasuna. En el tono de la redacción era posible advertir una cierta satisfacción con lo que se reportaba.
La petición fue firmada por –entre otros– los ex presidentes José Mujica de Uruguay, Fernando Lugo de Paraguay y José Manuel Zelaya de Honduras, además del político mexicano Cuauhtémoc Cárdenas –ni más ni menos– y los premios Nobel de la Paz Desmond Tutu, el argentino Adolfo Pérez Esquivel y el estrafalario crítico esloveno Slavoj Zizek.
Se trata de analizar muy sucintamente las cosas desde la perspectiva de las relaciones entre España y sus problemas y la posición que al respecto tenemos los americanos al día de hoy, en función de un expediente como el de Otegi, que, como se sabe, participa de una plataforma de nacionalismo secesionista, el vasco, contra España.
II
Dejaremos de lado el comentario sobre la desorientación histórica de Mujica, Zelaya o Cárdenas –y la de sus asesores– para los efectos de la interpretación de la cuestión vasca y el problema de España, y la procedente toma de postura; una desorientación –ignorancia– que sustituyen con la fijación dogmática y cómoda a un sistema ideológico maniqueo o abstracto (la autodeterminación de los pueblos, izquierda contra derecha) del que ya no se habrán de salir no sabiendo ni cómo ni por qué, ni teniendo ya tampoco mayor interés en indagar las razones –que son históricas, dialécticas, de revisionismo histórico– por las que podrían o deberían modificar sus coordenadas.
Es desolador y desalentador, además de sorprendente, advertir en todo caso que, a tres años de haberse conmemorado el bicentenario de la Constitución de Cádiz de 1812, «líderes y figuras públicas» americanas del calibre de Cárdenas o de Mújica sencillamente no hayan reparado, como sí lo hizo Carlos Marx, en la dimensión universal que significó el problema filosófico político de la nación española configurado en aquél proceso gaditano del XIX, y en cuyo marco queda envuelto el tema vasco, o el catalán o el gallego o el andalusí –por donde pasa una falla geológica fundamental para la comprensión de cuya magnitud vale la pena leer el artículo de Promacos de este mes sobre la Catedral de Córdoba–, además del problema americano: léanse los artículos 10 y 11 de dicha constitución para ello, y que los doscientos años son tiempo suficiente como para poder apreciar a otra escala el problema nacional español más allá del maniqueísmo reduccionista de la guerra civil en donde tan cómodamente –nos parece– siguen navegando Cárdenas, Mújica y muchos otros, como sus asesores, el periódico La Jornada o Guillermo del Toro, según nos lo dejó ver en su infantil y cursi película El laberinto del fauno.
Izquierda contra derecha, los buenos contra los malos, república popular contra nacionalismo franquista, tolerantes contra intolerantes, estado español contra naciones oprimidas: se trata de esquemas elementales hasta el cansancio, desgoznados, de brocha gorda, desbordados ya totalmente por la realidad del presente –¿qué relevancia geopolítica puede tener hoy la independencia vasca frente al poderío de Rusia, China o Alemania, o ante el empuje económico y demográfico de Brasil?– y, sobre todo, rectificados y modificados por el trabajo de multitud de historiadores que han puesto en perspectiva global el proceso de organización histórica de España como nación canónica, y que sólo la desfachatez y el resentimiento de un indocumentado, de un indocto ignorante de la historia y de las teorías del Estado, de la política o de la revolución, pueden impedirle ver la necedad e inviabilidad política del secesionismo étnico de Otegi, que, además de ser un racismo en toda la extensión de la palabra, utiliza –caso de ETA– métodos terroristas contra ciudadanos españoles y contra la nación política que es España, por no mencionar también que atenta, si de identidades se trata, contra la identidad hispanoamericana, que, al tener al español –y no al vasco o al catalán, o al quechua o al náhuatl– como lengua materna y común, participa de la estructura atributiva que es la identidad hispánica en un sentido general y universal, es decir, de historia universal.
III
Dejaremos de lado también el comentario sobre el bochorno que producen ciertos premios Nobel de la Paz al abrir públicamente la boca, que son los que provienen del campo ético de la lucha social o los derechos humanos, caso de Rigoberta Menchú, Kofi Annan o Pérez Esquivel, y no del campo político-estatal, caso de Kissinger, Anwar Al-Sadat o Menachem Begin, premios Nobel de la Paz también estos últimos pero que serán muy seguramente vistos con recelo por los luchadores éticos, que se verán a su vez incomodados o contrariados por compartir el mismo honor con quienes a sus ojos –y los de muchos– son, como Kissinger, la encarnación del mal. La diferencia entre unos y otros, en todo caso, es que los primeros se mueven en el terreno abstracto de la paz ética, es decir, la Paz absoluta, con mayúscula, ingenua por imposible, mientras que los otros se mueven en el terreno concreto de la paz político-militar y diplomática, derivadas siempre de la paz de una victoria objetiva (militar, geopolítica, estratégica), es decir, de una paz determinada, específica, con minúscula y posible aunque provisional e inestable.
Aún recuerdo la autocomplaciente entrevista que en CNN realizó hace no mucho Carmen Aristegui a Adolfo Pérez Esquivel, que no hizo otra cosa que repetir fórmulas éticas y utópicas rudimentarias y sin orden ni concierto, a lo Saramago o a lo John Lennon (uno de los grandes cretinos que ha producido la cultura pop burguesa y capitalista del siglo XX), de nivel de complejidad dialéctica de adolescente anarquista protestando contra «el sistema», o de diplomado –con láminas de _power point_– en derechos humanos con perspectiva de género, destilando paz y amor para todos y todas y, desde luego, para los niños y las niñas, y condenando, indignado, a todos los malos y las malas del mundo. Daba pena ajena ver a un adulto manejándose en ese nivel conceptual y de discurso. También recuerdo las entrevistas que no pierde Aristegui oportunidad de hacer, con el rostro iluminado, al insufrible de Eduardo Galeano, que se mueve en el mismo nivel de cursilería y pedantería ética.
¿Alguien se imagina en todo caso al premio Nobel de la paz Henry Kissinger firmando la petición por la liberación de Otegi al lado del premio Nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel? Yo tampoco, pues el primero se mueve en las coordenadas trágicas del orden del Estado, por eso su visión es severa; el otro se mueve en las coordenadas idílicas del orden del amor, por eso su visión es débil y pánfila. ¿Qué garantiza entonces un Premio Nobel de la Paz? Nada.
IV
Dejaremos de lado también el comentario sobre personajes como Slavoj Zizek, que no pierde ocasión para hablar, obviamente que desde una perspectiva siempre «crítica», sobre la más diversa y delirante panoplia de sucesos en los que, por más marginales o insignificantes o ridículos que puedan llegar a ser, no deja él de encontrar el hilo –o más bien quizá el vacío– lacaniano que lo conduce a una sofisticada y enrevesada maquinación psicoanalítico-marxista, a dos pasos nomás de derribar al Capital a golpe de crítica crítica, sirviéndose de casi siempre divertidos ejemplos extraídos de esta o de aquélla película, y que produce el éxtasis de legiones enteras de indignados jóvenes post-marxistas y post-modernos anti-sistema alrededor del mundo universitario, en particular en los circuitos académicos críticos en cuyos departamentos de estudios críticos redactan sus tesis doctorales críticas, para pasar a ser después, faltaría más, profesores críticos, y de la oleada de protesta social anti-globalización (indignados, 15M, okupas, anónimos).
El resultado ideológico-político de este totum revolutum crítico y universitario, lo sabemos todos muy bien, se llama Podemos. Y también producen pena ajena: cuando me enteré de que Pablo Iglesias fue entusiasta seguidor en México del neo-zapatismo, supe entonces de su radical y adolescente cretinismo.
V
Pero lo que no vamos a dejar de lado es la redacción de la nota del reportero de La Jornada. Es ahí donde radica la clave de la necedad de la ignorancia con la que hemos querido rotular este comentario. El entusiasmo ingenuo de la nota es total. Y por esquemático es oscuro y confuso. Es un entusiasmo cómplice, que dispone la información de modo tal que los supuestos desde los que se redacta son asumidos como verdades reveladas, dogmáticas, incuestionables.
Nada podríamos objetarle al hecho de que un periódico, o un periodista, por más imbatible que sea su ignorancia, tengan una posición concreta respecto de la realidad o suceso analizados. Todos los periódicos lo hacen en un sentido antes que de otro, implícita o explícitamente. El problema descansa más bien en el simplismo maniqueo, en la ramplonería de sus análisis, realizados desde la certeza de un fanático: la izquierda, donde estamos los buenos, es la izquierda porque es la izquierda, además de que también es progresista y ética y está contra la derecha, donde están los malos, que son –obvio– de derecha. La derecha es la derecha porque, desde siempre, ha sido reaccionaria, y como la reacción es de derecha... La tolerancia es la tolerancia porque es la tolerancia, que define a la izquierda en su lucha contra la derecha, que, por tanto, es intolerante. Y la intolerancia es la intolerancia porque es la intolerancia, contra la que yo combato, que soy de izquierda y, como consecuencia, tolerante, pues la tolerancia es lo que define a la izquierda, que es la izquierda porque es la izquierda, donde, por cierto, milito yo, que precisamente por ser de izquierda, soy ético y estoy salvado.
La lógica argumentativa es de este nivel de estupidez y circularidad. No hay apertura dialéctica, ni capacidad alguna de revisión o reconstrucción histórica de los hechos. Se actúa y se redacta por consigna político-ideológica. Y quien lo hace no pasa de reportero, ignorante de la historia, que desconoce por completo, y carente de una plataforma conceptual, vale decir filosófica, para procesar los hechos históricos y, sobre todo, para ponerlos a la altura de nuestro tiempo, tal como sí la tuvieron, por ejemplo, un Carlos Marx, un Federico Engels o un Antonio Gramsci, verdaderos genios de la historia y la filosofía, y que también escribieron, y mucho, para la prensa, al margen de que debamos verlos hoy –también– desde una cierta distancia crítica, precisamente, en función de los presupuestos y coordenadas en las que en su tiempo se movieron y que hoy es preciso y obligado rectificar para poder mantener su valor y vigencia aunque con los ajustes procedentes, haciéndolo siempre con arreglo a la divisa dialéctica de Labriola para quien �si comprender es superar, superar es, sobre todo, haber comprendido�.
Para el reportero, en todo caso, las cosas son más simples, y Otegi es por definición un «líder de la izquierda separatista vasca». Ahí lo tenemos: la izquierda es la izquierda porque es la izquierda. En este caso, la izquierda separatista vasca es de izquierda porque es de izquierda. O de otra forma: el separatismo vasco es de izquierda porque el separatismo vasco es de izquierda. ¿Alguna duda? Habría que suponer que decir lo contrario es de derecha. Lo tiene todo claro. Y no cabe duda al respecto.
«La iniciativa –continúa su nota– se presentó ante el Parlamento europeo como un "rayo de luz", a fin de que se adopten pasos para la pacificación definitiva del histórico conflicto en el País Vasco y se avance en la liberación de los "presos políticos"». (Nota de La Jornada del 25 de marzo de 2015, revisada desde su portal electrónico en la dirección http://www.jornada.unam.mx/2015/03/25/mundo/027n2mun).
Pero es que el contenido de esa paz, de la pacificación de la que se nos habla, es la calve de la cuestión, dejándose entonces abierta la pregunta sobre la posición que, en efecto, se tiene desde América al respecto (Cárdenas, Mujica, La Jornada, ¿Guillermo del Toro?). O es una pacificación con secesión del País Vasco, o es una pacificación sin secesión del País Vasco. Punto. Solamente hay dos opciones, que se excluyen mutuamente, trágicamente, como ocurre con toda cuestión cuando se eleva al rango del Estado. Es un problema de orden político-estatal, dogmático, de decisión, y no de método o de matiz: método democrático, método terrorista. No caben los matices metodológicos de la misma forma en que no caben matices en un embarazo. Una mujer no puede estar medio embarazada: o está o no está embarazada, lo que hace por completo irrelevante el hecho de que Otegi haya optado por el cese al fuego, o por la palabra en vez de las armas, como suelen decir con cursilería los intelectuales éticos. Si lo que quiere Otegi es la secesión, entonces la sentencia que emitió la Audiencia Nacional de España debe cumplirse sin paliativos.
¿Qué estaba pensando el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas al firmar esa petición? ¿Tiene idea o noticia de lo que pensaba Juan Negrín, el enemigo a vencer de Franco y uno de los genios militares del siglo XX junto con José Stalin y Winston Churchill según José María Laso Prieto; sabe Cárdenas lo que pensaba Negrín sobre la unidad nacional de España en la guerra civil? Albergo serias dudas de que no lo sabe, y que se sigue moviendo el ingeniero en la dicotomía rudimentaria de izquierda (secesionismo) contra derecha (unidad nacional franquista), sin poder darse cuenta de que no sólo desde «la derecha» es dable defender la unidad nacional española, sobre todo porque, como en otras ocasiones hemos escrito aquí, la clave de todo descansa en el siglo XIX, en la tradición hispánica de la izquierda liberal, que es el gran cauce ideológico del que brota toda la historia de los libertadores y grandes generales y guerrilleros españoles y americanos, constituyendo un gran fresco histórico frente al cual el problema vasco no es más que un episodio, un punto prácticamente insignificante.
Pero para nuestro periodista el entusiasmo y la emoción están a flor de piel, pues a su juicio Otegi es «uno de los líderes más carismáticos del independentismo vasco». ¿Se ha preguntado alguien si el entusiasmo por el carisma de Otegi podría ser el mismo en caso de que el secesionismo vasco fuera considerado como una postura de derecha, como desde nuestras coordenadas lo es?
Y ha sido precisamente su apuesta por el cese al fuego terrorista lo que está detrás del valor que en él encuentran quienes firmaron la petición, confundiendo el finis operis (fin de la obra) con el finis operantis (fin del operante): «su apuesta por vías exclusivamente pacíficas y democráticas fue respondida con su arresto, en octubre de 2009, y con su posterior condena a más de seis años y medio de prisión por pertenecer a la organización política Batasuna, proscrita previamente por el gobierno español». Pues sí, porque el arresto estaba dirigido a bloquear el finis operis, el objetivo político de la acción de Otegi y compañía (la secesión, la fractura de la nación española), al margen de su finis operantis (su metodología o «intencionalidad subjetiva»: terrorista o democrática).
Y más adelante se añade esto en la petición, con el procedente embadurnamiento de cursilería mediante el que suponemos se «sensibilizó» a quienes lo firmaron:
Pedimos la libertad inmediata del hombre que supo arriesgar por la paz y la democracia, de quien apostó por la palabra cuando parecía que nadie lo haría. Su liberación y el final de la política de alejamiento, como paso previo a la excarcelación temprana de los presos vascos, son pasos necesarios para alcanzar una paz justa y duradera en la región. Por humanidad. Por justicia. Porque creemos en una solución sin vencedores ni vencidos. Porque apostamos por la paz. Por eso pedimos libertad para Arnaldo Otegi y el traslado de los presos al País Vasco. (Nota de La Jornada ya indicada).
Pero es que la alternativa que se plantea en la petición, es decir, «ni vencedores ni vencidos», es lo que no tiene sentido, porque en política no puede haber una victoria sin derrota. Todo orden político es constitutivamente trágico. Por lo tanto, lo que está detrás de la fraseología ético-poética y humanitaria no es otra cosa que la mala fe. Y tanto más siniestro es el caso cuanta mayor es la exasperación pacifista y humanística de quienes redactaron y firmaron el documento, porque de lo que se trata es de una batalla librada en el terreno del orden político del Estado y, sobre todo, en lo atinente a su unidad, y el triunfo de una de las partes significará, por necesidad, la derrota de la contraria. Cuando lo que se quiere es fracturar un Estado –por vía democrática o por vía terrorista, eso no importa–, lo que se tiene es entonces, sencillamente, una guerra de partisanos. Que se atengan todos a las consecuencias.
En este mismo número de El Catoblepas, Fernando Rodríguez Genovés ha escrito un espléndido artículo titulado La necedad del mal, que de alguna manera encuentra conexión con lo que aquí hemos expuesto. Recomiendo también su lectura. Al pensar en el título del mío, pensé en el del suyo, recordando aquélla divisa platónica según la cual el mal es fruto de la ignorancia. La necedad de la ignorancia es, en efecto, solidaria de la necedad del mal.