Ismael Carvallo Robledo, Evocación de Manuel Camacho Solís, El Catoblepas 160:4, 2015 (original) (raw)
El Catoblepas · número 160 · junio 2015 · página 4
Ismael Carvallo Robledo
Ante el fallecimiento de Manuel Camacho Solís (1946-2015). Una evocación y una entrevista (de 2008)
Víctor Manuel Camacho Solís, 1946-2015
Evocación
A Manuel Camacho le debo, en principio, dos cosas. En primer lugar, fue a través suyo que leí por vez primera el nombre de Antonio Gramsci. Era en uno de sus ensayos, escrito en sus tiempos de investigador y profesor en El Colegio de México en la década de los setenta. No recuerdo con exactitud si se trataba de “Los nudos históricos del sistema político mexicano”, o de “Poder: Estado o feudos políticos”. Y ya no sé si me equivoco, porque tampoco lo recuerdo bien, si digo que mi hermano Gabriel me acompañó aquélla vez a la biblioteca del Colmex para fotocopiar esos artículos, cuyos títulos estoy citando de memoria. No recuerdo bien, en todo caso, en cuál había utilizado él a Gramsci. Pero fue, eso sí, la primera vez que leí yo el nombre de esa figura que tanto habría de influir posteriormente en mi formación intelectual. No olvidaré nunca la experiencia que supuso para mí la lectura de esos textos, que estaban cumpliendo –algo así como– la función de un ritual de iniciación, porque para explicar la conformación del estado mexicano postrevolucionario, Camacho me estaba hablando de la idea de bloque histórico de Gramsci, autor e idea que desconocía yo por completo no habiendo sido la mía una formación dentro de las ciencias sociales o la filosofía política. Estaba apenas descubriendo ese tipo de indagación, y lo que había hecho conmigo fue poner ante mis ojos la conexión, intelectualmente apasionante, entre la política, la teoría y la historia. Y eso sólo lo hacen los grandes maestros.
Pero también le debo a él mi primera experiencia política en un sentido práctico. Milité en el Partido de Centro Democrático, que organizó junto con Marcelo Ebrard en el contexto de su ruptura con el régimen del PRI a partir de la crisis del 94 (asesinato de Colosio, emergencia del EZLN, entrada de México en el TLC, colapso del salinismo). Desde esa plataforma contendió Camacho por la presidencia de la república en las elecciones del 2000. Para esos momentos mi orientación ideológica no estaba definida con nitidez. Era puro optimismo de la voluntad, para recurrir –precisamente– a Gramsci. Pero la oportunidad de haber estado cerca de él fue de todo punto aleccionadora y apasionante, tratándose de alguien a quien tuve desde siempre, y hasta el día de hoy, como una de las mentes más lúcidas de la clase política mexicana, como uno de sus mejores hombres de Estado, independientemente de su filiación política o partidista. Recuerdo que cuando participé en aquélla campaña del PCD, en una conversación que me parece giraba en torno de cuestiones ideológicas, un querido amigo me dijo algo más o menos como esto: «no te preocupes, has hecho bien, te has acercado a gente inteligente, aprenderás mucho con Manuel Camacho». Hace unas horas me llegó la noticia de su muerte.
No puedo decir que haya sido mi amigo, porque no lo fue. Pero hacia él hubo de mi parte siempre algo así como una estima, y un gran respeto intelectual que se ha mantenido intacto desde aquéllas lecturas sobre el sistema político mexicano, que consideré deslumbrantes, hasta el presente. Esto hace que su muerte signifique mucho para mí, y que me duela, porque su persona ocupó un lugar central en la configuración de mi voluntad civil, en la de mi formación intelectual y en el proceso de maduración y templado de mi pasión política. Escribo estas líneas en su memoria.
Manuel Camacho sabía lo que es el ejercicio del poder, por eso fue un hombre realista, que concebía la política severamente y que, por tanto, reía poco; sabía también que, en ese terreno tan constitutivamente dialéctico, todo es correlación de fuerzas en acción, razón por la cual también toda acción debe ser siempre acción estratégica, acción calculada y calculadora. Y es por eso que también, me parece a mí, acaso haya tenido él una cierta idea de la grandeza, que es la única manera posible para entender el sentido trágico del Estado en tanto que configuración histórica del poder organizado. La última vez que tuve oportunidad de convivir con él, en una mesa de discusión que organizamos en conmemoración de El Príncipe de Maquiavelo en el Seminario de Cultura Mexicana –eran fines del 2013–, nos dijo que el momento de verdad de la política aparece cuando la decisión gravita en torno de la disyuntiva de ejercer o no, en una coyuntura determinada, la fuerza. Todo lo demás, podríamos añadir quizá, se reduce a cuestiones administrativas. Pero el núcleo de la política tiene que ver con el ejercicio de la fuerza, de la violencia organizada. Es por eso que la política, en su devenir, es trágica, y exige severidad.
Camacho estudió a profundidad la historia de México, y de manera particular la historia del sistema político mexicano, del que fue actor central en su fase de reorganización, crisis y ruptura en el último tramo del siglo XX y en todo lo que va del XXI. Fue protagonista y testigo de la disolución de un régimen y de una época. Y acaso haya fracasado –no lo sabemos aún, pues sus ideas pueden cristalizar en el futuro– en su intento por reconducir su curso, o por influir en su orientación general. Ha sido de los pocos, de los poquísimos políticos que además de vivir en constante tensión práctica, en el permanente nervio de la inminencia de la acción política que con tanta fuerza determina la conducta y voluntad del hombre político, tuvo el talento, la dedicación y la paciencia para escribir y analizar la realidad política en la marcha de cuya dialéctica misma quiso él influir con todo lo que tuvo a su alcance. Su partida nos deja sin uno de los grandes analistas prácticos del quehacer político, en estos tiempos de tanta estupidez e inanidad, de tanta levedad democrática y de tanta corrección política, en donde lo que prolifera hasta el cansancio y el aburrimiento mayúsculo son los candidatos y los políticos sin ideas, o con ideas cortas, pero que ríen sin cesar en la televisión o en los carteles, o que se promocionan sin rubor como luchadores contra la obesidad infantil.
Sabía también Camacho lo que es el Estado y cuál es su función en la historia. Y defendió siempre el principio de que un régimen no puede permitirse destruir a sus mejores hombres, a sus mejores cuadros, como cuando defendió públicamente a Marcelo Ebrard en los aciagos tiempos en que Vicente Fox, ese pobre diablo político, lo destituyó de su cargo de secretario de seguridad pública del gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el contexto de la crisis de 2005.
Fue un hombre polémico, y que sabía mucho. No fueron pocas las veces en que me vi enfrascado en discusiones con personas que literalmente lo detestaban. Yo lo respeté siempre, pensando con Lenin que la política, más que aritmética, es algebraica, y que Camacho, como Maquiavelo, fue un hombre sagaz y realista que lo que hizo fue intentar ajustarse a la realidad efectiva de las cosas con la mayor astucia y operatividad dialéctica posible, pero no ya por un puro y mezquino interés por estar en el poder nada más, sino para instrumentalizarlo en una operación mediante la cual se le pudiera abrir el paso a ideas, programas y proyectos de organización política defendidos y plasmados en obra, ensayos y argumentos, defendibles o atacables, pero puestos en todo caso de frente y sobre la mesa.
La penúltima vez que lo vi fue en el Senado de la República, cuando lo visité para invitarlo a participar en aquélla mesa que organizamos sobre Maquiavelo en el Seminario de Cultura Mexicana. Como buen hombre político, sabía bien lo que las formas significan, y me condujo al saludarme a un privado del recibidor general del nuevo edificio del Senado. Siempre serio, solemne y distante en su trato, me invitó a sentarme unos minutos nada más para formalizar el acuerdo de su participación en la mesa en cuestión. Eso fue todo. Una propuesta, una evaluación, un acuerdo y el cumplimiento de su palabra, como cualquier pacto político entre caballeros, que es el estatuto que él le quiso dar a la invitación que le estaba yo haciendo. El día de la mesa de discusión estuvo ahí sin falta.
Meses después, a través de una conversación radiofónica entre el senador Javier Corral y Carmen Aristegui, supe que algo estaba ocurriendo con su salud. De inmediato verifiqué el dato con Carolina Alonso, su colaboradora de toda la vida y querida amiga mía. Era verdad. Pasó el tiempo y supe que seguía mal, y que después empeoró. Hace algunos meses reapareció públicamente, haciéndome pensar que había librado la batalla.
Hoy sé que ha muerto, y que muy joven nos deja uno de los políticos mejor preparados, de mayor inteligencia y lucidez estratégica de México, y que pudo ser presidente de la república. Fue además alguien que supo ver entre el barullo y el caos de la política diaria las alternativas ofrecidas por la historia, es decir, que, como Gramsci quiso siempre, en medio de la pequeña política sabía ver la marcha de la gran política, y que fue consciente del peligro que comporta el hecho de no ser capaz de ver la manera en que una decisión política equivocada en el presente, puede hipotecar, por generaciones enteras, el destino histórico de una nación.
Que sus ideas y obra perduren en el tiempo, y que bajo el cielo de México descanse en paz Manuel Camacho Solís.
Ismael Carvallo Robledo
Ciudad de México.
5 de junio de 2015.
Manuel Camacho y Samuel Ruiz en la crisis de Chiapas del 94
Entrevista
Se reproduce una amplia entrevista realizada por el autor a Manuel Camacho en septiembre de 2008.
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Manuel Camacho Solís (DF, 1946), es uno de los políticos más experimentados y de más consistente formación académica de la clase política mexicana.
Economista por la UNAM, fue después investigador y profesor en El Colegio de México (con él hubo de formarse, entre otros, Marcelo Ebrard, actual Jefe de Gobierno del Distrito Federal). Sus principales indagaciones teóricas estaban dirigidas a esclarecer el proceso de conformación y estructuración del Estado mexicano moderno durante el siglo XX.
Miembro del PRI, formó parte del grupo político de Carlos Salinas de Gortari. En el gobierno de Miguel de la Madrid, Camacho Solís fue designado, en 1986, Secretario de Desarrollo Urbano y Ecología.
En las aciagas elecciones de 1988, Camacho formó parte del grupo cercano de Salinas y fue de los principales impulsores de la negociación con la oposición en aquella circunstancia política crucial. Fue después Regente del Distrito Federal.
A fines de 1993, habiendo sido designado Luis Donaldo Colosio como candidato del PRI a la presidencia (pocos meses después, en marzo del 94, Colosio sería asesinado), se inicia la ruptura de Camacho con el régimen priísta. Por breve tiempo fue Canciller de México y, tras la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, fue coordinador para los procesos de diálogo en Chiapas. En 1995 renunció al PRI.
Para las elecciones de 2000, Camacho fue candidato presidencial por el Partido de Centro Democrático, que había sido creado por él y su grupo político. En 2003, fue diputado federal por el PRD.
Es uno de los consejeros políticos de Andrés Manuel López Obrador y miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista.
Se trata de un hombre que, al tiempo de ser estudioso de la génesis y estructura del Estado mexicano, ha sido también parte de su propia dialéctica interna.
A. Cuestiones biográficas y de trayectoria política e intelectual
Ismael Carvallo Robledo: Licenciado, antes que todo, le rogaría que nos diera algunos datos sobre su trayectoria académica, política e ideológica (de formación, de militancia, de estudio, de convicciones políticas).
Manuel Camacho (MC): Pues mira, soy parte de una generación que le tocó el difícil papel de tratar de cambiar el régimen autoritario por un régimen democrático. De tratar de encontrar una forma de crecimiento para el país. Pero que se ha enfrentado a resistencias muy duras de superar.
Entonces, pues estoy en el momento en donde tu vida puede ser lo que fue también la de muchos otros que intentaron hacer cambios en México y que finalmente comprueban que no lo lograron. Si fuera un asunto personal –bueno–, pues eso es un problema limitado, pero el problema de fondo es que es un asunto de una sociedad en su conjunto, y es algo con mucha profundidad histórica. Es decir, este es un país que una y otra vez intenta modernizarse a partir de valores democráticos, de fortalecer su papel en el mundo, de que haya justicia en el país y que no lo logra; entonces es un reto fuerte, que desde luego a mí me sigue empujando a trabajar, a luchar, pero que también la vida me ha enseñado que era más difícil de lo que yo supuse cuando empecé.
ICR: ¿Cómo define su posición ideológica hoy en día?
MC: Soy un hombre de centro-izquierda, que quiere muchísimo a su país, que cree que debe haber una sociedad donde haya menos desigualdades y que México necesita un Estado fuerte, que proteja el interés público. Y eso que es tan sencillo como disminuir las desigualdades o que haya un Estado de derecho, o que haya posibilidades de aprovechar el potencial de crecimiento del país, pues es lo que no se ha logrado; ese es el drama. O sea, el drama es que una persona moderada en México choca con la realidad; o sea, los radicales simplemente no existen, por qué, porque están tan lejos del país que fácilmente son aislados y de nuevo arrojados al ostracismo. Entonces, pues creo que esa es la posición. Que además es la que tenía desde que empecé, con la cara que sea, pero es la misma posición: democracia y justicia social.
ICR: ¿Cuáles son sus referentes intelectuales más importantes? ¿Cuáles son los políticos? ¿Cuáles son los históricos?
MC: Mira, lo que me ha interesado a mí es no tener una sola escuela; nunca tuve veneración de alguien por sobre los demás. Me han interesado los puentes, me ha interesado ver las distintas ópticas, las distintas perspectivas. Cuando yo daba clases en El Colegio de México, de introducción a las ciencias sociales, lo que hacía es que ponía a los muchachos a leer lo mismo a quienes defienden el método científico de las ciencias naturales que a los neo-marxistas europeos. Entonces, precisamente lo que no me ha gustado aceptar en mi vida es inscribirme en una militancia, o en una disciplina, sino construir los puentes entre varias disciplinas: el derecho, la política, la económica, las relaciones internacionales, la filosofía; y lo mismo en términos de autores o de personas, que desde luego han influido en mi forma de ver el mundo, pero trato de no encerrarme.
B. Cuestiones nacionales: dialéctica de clases
ICR: En 2001, tras el triunfo electoral de Vicente Fox, usted escribe La encrucijada: y después del antiguo régimen, ¿qué? En el libro, además de hacer un sustantivo y sintético repaso del proceso de conformación del régimen político mexicano en el siglo XX, sobre cuyo fondo se insertaba el punto de inflexión histórico del 2000, propone usted, ante la posibilidad del marasmo y la parálisis del gobierno de Fox, la convocatoria de una Quinta Convención Nacional (recordando que la primera fue la anti-reeleccionista de Madero; la segunda la de Aguascalientes en el 14; la tercera la del constituyente de Querétaro en el 17 y la cuarta en el 29 con la fundación del PNR). Esa V Convención Nacional tendría que ser –y cito el libro–: “la primera que no será sólo de los triunfadores, que se ponen de acuerdo para asegurarle al país un estado democrático de derecho y una sociedad libre y gradualmente más justa, que haga posible tener un proyecto nacional en el siglo XXI”.
Estas palabras parecen proféticas, porque el 16 de septiembre de 2006, en el Zócalo de la Ciudad de México, tuvo lugar, precisamente, la Convención Nacional Democrática convocada por Andrés Manuel López Obrador, en el marco de la imposición fáctica del presidente de la República. Se trataba ni más ni menos que de una convención «no sólo de triunfadores», sino todo lo contrario. A la luz de su propio análisis histórico ¿cómo interpreta usted esta Convención? ¿Es la quinta que se necesitaba?
MC: Yo creo que no. Yo creo que la que se necesitaba era la que permitiera romper los impasses del antiguo régimen y del crecimiento económico concentrador e ineficiente que tenemos; pero eso no lo podíamos hacer nada más desde la oposición y menos nada más desde el Zócalo, desde la Plaza. Entonces, precisamente, esa fórmula a la que se llegó en 2006 era, desde mi punto de vista, del viejo cuño. Es decir, es uno de los grupos que se revela contra la imposición, pero que no tiene en ese momento la suficiente capacidad para convocar a los demás a un gran acuerdo nacional. Entonces es de nuevo una forma de confrontación, y termina siendo, aunque no haya sido la intención, una forma de faccionalismo.
Entonces, para hacer el tránsito hacia algo diferente, no lo puedes hacer a partir de una facción o de un partido; lo tienes que hacer a partir de tomar en cuenta a los otros, porque mi tesis desde hace mucho tiempo ha sido que a lo mejor en otras partes sí existen las condiciones, pero en México no existen las condiciones para que una fuerza reformadora se imponga sobre las demás. Las fuerzas conservadoras son más poderosas, tienen muchos recursos, y por lo tanto pretender que se puede establecer un orden sin ellas es una utopía.
ICR: En julio de 2001, en la misma tesitura política, usted vuelve a convocar a un gran diálogo nacional en el Palacio de Minería. Las actas fueron publicadas por la UNAM bajo el título Diálogos Nacionales. ¿Es posible un pacto nacional? Ahí proponía usted, bajo los cánones clásicos, un pacto nacional amarrado en función de dos puntos estratégicos: modernización económica con posibilidades de cambio de régimen político más un acuerdo social. En el contexto de las tensiones políticas de esos momentos, usted señalaba hacia lo que a su juicio habría de ser la clave de bóveda de la cuestión: el rediseño del régimen de partidos y electoral que permitiera que una nueva coalición diferente a la que en aquéllos momentos gobernaba tuviese la posibilidad de ganar en el 2003 y en el 2006. Hoy sabemos que nada de eso fue posible. Que ese pacto nacional no fue y acaso no sea posible. El desafuero contra López Obrador era el anuncio de que no iba a llegar a la presidencia de la República costara lo que costara. Que una nueva coalición política no podría nunca estar en el poder. ¿Qué reflexión le produce el recuerdo de aquéllas mesas de diálogo nacional vistas desde 2008?
MC: Bueno, el día en que nosotros hicimos esa reunión, a la que por cierto asistieron un número de personas importante por su liderazgo, y que iban desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda; ese día se casó Vicente Fox, y empezó la frivolidad en el régimen sin ninguna limitación.
Entonces, ese era el momento en donde la alternancia que había logrado debió haber tomado profundidad y haber llevado a un cambio institucional y a nuevos acuerdos; las condiciones eran óptimas, pero desafortunadamente un hombre, no sólo sin talento y sin conocimiento, sino que también un hombre que traiciona a la democracia, interfiere todo el proceso y lo arruina, y arruina también a la economía mexicana, con el enorme dispendio petrolero que tuvimos en esos años.
Entonces, pues sí, las circunstancias fueron adversas, pero no porque no se pudiera, no se pueda cambiar al país sin las fuerzas, pero ahí era cambiándolo, en un acuerdo entre los reformadores de uno y otro lado, para sacar adelante un proceso de otro género. Pero –pues– esta circunstancia desafortunada, de un hombre que se alía con los peores intereses, que se corrompe, pues echa a perder esta oportunidad histórica del país.
Y en efecto, el no haber abierto el cauce institucional por, digamos, más, pues lo único que hizo es reproducir los métodos del viejo régimen, de los cuales el desafuero fue una expresión, es de nuevo el dedazo presidencial: «yo digo quién no va a ser presidente», y esto como reflejo de una coalición política conservadora, autoritaria.
Entonces, no se pudo por esta traición a la democracia, pero creo que el análisis siguió siendo válido en el 2006 en la campaña de López Obrador. Es decir, aunque no se hubiera podido, de todas maneras era un criterio correcto para conducir un proceso político nuevo. Sin embargo, la dinámica de la polarización también fue limitando eso hasta que llegamos hasta lo que todos conocimos. Sigo pensando en que sigue siendo el único camino, porque si no es por la vía de un cambio electoral, entonces tendría que ser por la vía de la fuerza. Y como yo creo que la vía de la fuerza no va a dar resultados, sino que va a ser contraproducente, entonces por eso yo sigo apostando por la vía democrática. Hoy las condiciones son mucho más difíciles de lo que eran hace seis años, la situación es mucho más compleja, no tenemos ni los márgenes económicos, ni tenemos el "bono democrático", y estamos ya en un proceso de descomposición del Estado que pone en riesgo a la sociedad y que pone en riesgo a la nación.
Entonces, por eso va a ser más difícil, pero de todas maneras se va a tener que hacer. Y creo que, por lo tanto, para las nuevas condiciones y ante la necesidad, pues tenemos que realmente inventar una manera práctica de llevarlo a cabo. Y espero que no sea después de un descalabro mayúsculo, que podamos tener en los próximos meses o en los próximos años, sino que, antes de que ocurra ese descalabro, tengamos la capacidad de hacerlo.
ICR: Esto nos sitúa en su tercer libro. En junio de 2006, ya como miembro del equipo de López Obrador, usted publica nuevamente otro libro, pero esta vez con un título que ya no es dubitativo o problemático sino apodíctico; ya no hay una indagación posibilista en el título sino una constatación de hecho: El desacuerdo nacional. Orígenes, consecuencias y propuestas de solución. Pero si volvemos a sus trabajos de El Colegio de México de los años 70 y atendemos al análisis de los nudos históricos del régimen político mexicano que usted desarrolló, ¿cuáles serían los nudos que hoy siguen amarrando las estructuras del Estado mexicano?
MC: Bueno, pues seguimos teniendo el problema que teníamos en esos años, en los años 70, que es un Estado que en esa época parecía muy poderoso pero que no lo era tanto por la presencia de los feudos políticos, y ahora se ha recrudecido, porque el fortalecimiento de los feudos es aún mayor, tenemos feudos regionales, cacicazgos regionales, feudos corporativos, feudos de intereses económicos, feudos de los medios de comunicación; entonces, hoy, lo que yo veía como el gran problema de los años 70, es mucho mayor; pero también con una compensación: que entonces el nivel de consciencia y organización de la sociedad era menor que ahora; que la parte del peso de la opinión internacional era menor. Pero sobre todo el primer factor, es decir, el peso de la sociedad.
Entonces, aunque son más fuertes, también la sociedad es más fuerte; no es una situación trágica en donde no pueda haber solución política. O sea, es una solución política quizá más compleja, pero posible por la fuerza de la sociedad.
ICR: En la segunda parte de su libro El desacuerdo nacional, usted, bajo el título «La deslegitimación y el agotamiento del régimen político», analiza las sucesiones presidenciales de 1982 a 2006 como el marco de referencia en donde se inserta la dialéctica política del presente, y que es un período en el que usted mismo estuvo en el epicentro de los acontecimientos, tomando decisiones también. Pero, según nuestros análisis, creemos que acaso el arco temporal habría de ampliarse no ya a la década de los 70 o los 60 sino a la de los 40, cuando, contra Cárdenas y el cardenismo tras la expropiación petrolera del 38, la oligarquía empresarial y la derecha doctrinaria se repliega y se organiza estratégicamente alrededor del PAN, de las organizaciones empresariales y de los centros de formación de cuadros: sobre todo el ITESM y el ITAM, que nacen en los 40. Todos ellos dijeron: hay que frenar a Cárdenas y al cardenismo: en 50 años el país habrá de estar en nuestras manos. ¿No le parece que es ésta la dialéctica determinante de lo que está pasando hoy en torno de la defensa del petróleo y, en general, de todos los acontecimientos políticos decisivos?
MC: No, yo creo que no. Yo creo que no fue lo mismo. O sea, en los años 40 surgen estas instituciones, y desde luego con el propósito de defenderse de lo que había sido el cardenismo –eso está muy en el corazón de toda esta explicación, también por razones de defensa de sus intereses económicos–; pero lo que en ese momento ellos pretendían, y siguieron pretendiendo durante mucho tiempo, no fue realmente controlar al gobierno, o sea, lo veían muy lejos; lo que ellos pretendían era simplemente formar parte de un arreglo y ser tomados en cuenta. Entonces, la situación cambia mucho tiempo después, y es en el año de 1982 con la expropiación de la banca. Es ahí donde ya los grupos económicos se deciden a tomar el poder como proyecto político, y entonces ya se meten mucho más a fondo al PAN, en el Consejo Coordinador Empresarial, el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, asumen una posición política. Ellos aceptaban el régimen priísta; dentro del régimen presionaban, apoyaban al PAN, apoyaban a distintos líderes de oposición, pero siempre como un simple mecanismo para tener mayor capacidad de defensa de sus intereses económicos; en cambio ahí (en 1982) se crea ya una situación de una desconfianza muy profunda y entonces se organizan. Se medio logra resolver esto un poco en el sexenio de de la Madrid, pero con el sexenio de Salinas se vuelven a confiar, aceptan el liderazgo de Salinas en tanto que había una coincidencia muy grande entre lo que ellos querían y lo que estaba haciendo Salinas; pero esto se vuelve a romper después en 94, hasta que –pues– ya deciden que ya no hay otro camino más que hacerse con gobierno, y lo hacen.
ICR: En la página 322 de El desacuerdo nacional, al referirse al hecho de que parecía que en el 2006 México está (estaba) ante la última oportunidad, usted dice con acusado dramatismo lo que sigue –y lo cito–:
“Lo que está de por medio en esta elección de 2006 es precisamente el rumbo del país. Por los cálculos de los ciudadanos más informados o por el instinto maravilloso del pueblo, se percibe que están en puerta grandes acontecimientos; que de esta elección puede resultar una nueva y terrible crisis o una oportunidad de tomar el rumbo y el crecimiento con la justicia y la libertad que no ha tenido nuestro país, pero que con un acuerdo nacional verdadero se podría alcanzar.
He platicado con hombres y mujeres honestos que resumen su percepción de la situación actual en una frase: ésta es la última oportunidad. Lo he escuchado de líderes intelectuales, de empresarios dedicados, de mujeres que han luchado sin tregua, e incluso, de jóvenes que dudan poder encontrar oportunidades de progreso en su patria. Creo que tienen razón. La oportunidad está ahí, es grande, pero posiblemente sea la última.”
¿Así pasó? ¿Se fue ya (esa oportunidad)?
MC: Posiblemente… siempre guardo el espacio de la voluntad política. Pero lo que todo esto te dice, en vistas de lo que después pasó, es que el orden establecido en México cometió un gran error histórico al haber echado a perder la posibilidad de un cambio progresista por una vía pacífica. O sea, la presidencia de López Obrador, con todos sus defectos, que no los desconozco, hubiera legitimado enormemente a las instituciones políticas del país, hubiera fortalecido al Estado, y eso hubiera sido bueno para los empresarios, y hubiera sido bueno para el orden internacional. En cambio, el tratar de frenar las cosas, etc., nos ha metido en una situación donde realmente los retos para el país no han hecho sino aumentar.
Entonces, es el típico caso de alguien que cree que ganando con el discurso gana en la realidad, y lo que en realidad ocurrió es que ganaron con el discurso, ganaron con el personal político, pero perdieron en los hechos. Yo creo que algunos de los principales arrepentidos de todo esto que está pasando son ya los propios empresarios que patrocinaron la campaña de Calderón. Ahora, es tanto su temor a López Obrador que seguramente van a seguir diciéndose a sí mismos que hicieron bien.
Pero todavía nos faltan cuatro años; y ninguno de los cambios de fondo que el país necesitaba están en posibilidad de darse en estos cuatro años. Y el próximo sexenio va a ser todavía más difícil que se den.
Entonces sí creo que se perdió una gran oportunidad; siempre hay posibilidad de recuperarse, siempre hay oportunidad de volver a intentar las cosas. Pero no cabe duda de que hay veces que sí se pierde, que sí hay una pérdida neta en decisiones políticas equivocadas, y el 2006 es un caso de pérdida neta. Desafortunadamente tampoco es el único, es algo que ha ocurrido en varias ocasiones en el país.
ICR: Toquemos brevemente el tema de la Consulta Ciudadana sobre la reforma energética que usted coordinó. Cuál es el balance y el pulso que usted toma de todo esto.
MC: Pues mira, fue muy bueno, porque en términos prácticos era realmente muy difícil hacer la consulta. Se trataba de una consulta organizada por los partidos políticos, principalmente por el PRD, en el momento de mayor crisis en el PRD, entonces ¿cómo haces algo si el partido está dividido? Entonces, la consulta lo que nos demostró es que también existe la posibilidad de unir al PRD, porque si no, no hubiéramos hecho la consulta, y de unir al FAP; entonces, fue gracias a que se sumaron todos que lo pudimos hacer. Lo hicimos con un mínimo de dinero; con –además– el antecedente de la elección fraudulenta que había ocurrido en el PRD que desprestigiaba totalmente cualquier proceso electoral, y, bueno, ya fue todo eso un trabajo de llamar al Consejo Ciudadano, de invitar a Alianza Cívica, para que vigilara, y que en realidad era para que amenazaran a quienes querían hacer algo incorrecto; y finalmente el proceso se pudo hacer en todo el país con un mínimo de dinero. Y muy bien.
Ahora, hubiera sido desde luego mejor hacer un referendo nacional sobre el destino del petróleo, pero bueno, Calderón no quiso, y no quiso porque sabía que tenía perdida a la opinión pública, o por lo menos que estaba en un altísimo riesgo de perder, y que si perdía ese referéndum su gobierno hubiera quedado ya verdaderamente casi desahuciado. Entonces, no quiso correr el riesgo. Probablemente fue un cálculo racional el que hizo, pero desde luego que el seguir insistiendo en imponer las cosas sin tomar en cuanta a la gente, el seguir queriendo hacer todo por la vía de la publicidad, de los spots, ya ni siquiera informando al Congreso, con la prensa corrupta, amenazante, que lo que hace es tratar de engañar y de distorsionar la realidad, pues son formas de gobierno ya muy agotadas. Siempre son útiles. ¿Por qué? Pues porque siempre, cuando tú repartes dinero, algo vas a lograr. Cuando tú amenazas algo vas a lograr. Pero ya con rendimientos claramente decrecientes, además de ser inmorales.
Entonces, yo creo que sí, que la Consulta fue una gran experiencia, que además me permitió darme cuenta cómo está realmente el PRD, cómo está el movimiento en defensa del petróleo, cómo está la fuerza de López Obrador en el país; entonces, fue una experiencia muy buena. Y que además hicimos muy fácil, porque lo único que hicimos fue: en los lugares donde había los pleitos mayores, pusimos de acuerdo a las partes, le dimos a cada quien su lugar, y entonces la consulta la hicieron ellos.
ICR: A la luz de esto, ¿qué escenarios tiene usted vislumbrados para el futuro inmediato?
MC: Pues yo creo que estamos acercándonos cada vez más a una confrontación, no tanto por el radicalismo del movimiento lopezobradorista, que con toda franqueza yo creo que está en un momento de bastante serenidad, sino por el empecinamiento del gobierno. Calderón –pues– ya está cada vez más endurecido, está preparándose para sacar adelante la reforma, y aparte quiere darle un buen golpe a la izquierda, aprovechándose de la reforma… y entonces esto no hace más que anunciar que esto va a salir mal, y va a salir mal de la peor manera, porque, como tampoco es tan grande la fuerza del movimiento, es probable que sí se puedan imponer las decisiones en el corto plazo. Pero entonces ya esto sí va a quedar fuera de control, porque entonces, como ya no sirve la protesta, ya no sirve nada, entonces la gente se va a acelerar más, se va a radicalizar más, y la siguiente ola de oposición va a ser mucho más perjudicial para la estabilidad política del país que la que tenemos hoy.
Entonces, bueno, estamos ante un gobernante que no tiene realmente sensibilidad política, que no tiene imaginación para armar algo nuevo, para aprovechar a su favor la propia oposición, y que por lo tanto está anclado en sus dogmas ideológicos y también en su trauma de entrada, que este es un tema … cuando los gobernantes entran así, con tantos cuestionamientos, todo el tiempo este tema de la legitimidad les pesa, y por lo menos históricamente la experiencia ha sido que tienden o son propensos a usar la fuerza.
Entonces, bueno, si ese es el caso, pues vamos a ver cosas no sólo graves sino innecesariamente graves.
ICR: Para terminar con esta parte, permítame leerle una recopilación de citas en donde se hace una interesante conexión histórica entre José Vasconcelos y Andrés Manuel López Obrador, ahora verá por qué; y le ruego entonces que, al terminar mi lectura, me comparta su impresión y su juicio:
* * *
1) José Vasconcelos, El Proconsulado, páginas 156 y 157 de la edición de Editorial Jus de 1958, México DF.
— No le contarán siquiera los votos –decía–, falsificarán la elección.
—Eso ya lo sabemos –repuse–, pero en todo país en que no se cuentan los votos, funciona como válvula de escape el derecho a la rebelión, el hábito de las revoluciones. Las revoluciones son santas cuando tienen por objeto derrocar un mandato ilegítimo.
—No llegará usted a hacer la revolución –replicó–, porque el gobierno es fuerte militarmente y cuenta, además, con el apoyo decidido de los Estados Unidos, cuenta también con el apoyo inglés… eso es lo que quería decirle con entera franqueza y porque simpatizo con su posición y no quiero verla echada a perder. Usted debería resignarse de antemano a perder y preparar el futuro…
—Si ahora no triunfamos –contesté–, mañana menos. La imposición consentida, sentará jurisprudencia. Matará la esperanza misma de la nación.
Entonces el inglés, con frase conmovida, que resultó ser profética, expuso: –Será el día más triste de su vida aquel en que delante de usted le fusilen a treinta o cuarenta de los suyos, víctimas inútiles de un movimiento sin posibilidades de triunfo. […]
Semanas después, Arcelia me dijo que, en efecto, su amigo había escrito en el Times un artículo justiciero. –“Ande, Arcelia, bromeaba yo, parecía usted una Malinche moderna, tomando partido con el extranjero”. Tal vez no era así, pero me irritaba todo el que me hablaba de ceder. Horror de la sangre, yo también lo tenía, pero me daba horror la sangre inocente que seguía y seguiría corriendo sin ser vengada. Al país, le hacía falta que corriera la sangre de verdugos. Un pacifismo incondicional no conduce a la libertad, sino a la abyección. El político no es el santo. El político no tiene derecho de prescindir de los medios con que cuenta el proceso social para su mejoramiento, su desenvolvimiento. La guerra es un maldito recurso, que a veces puede ser convertido en beneficio de las gentes. El mismo credo cristiano ha tenido que reconocer la justicia de ciertas guerras, como cuando se trata de defender un modo de vida, una civilización contra una barbarie; el cristianismo contra el musulmanismo, por ejemplo. Guerras santas, siempre habrá motivo para librarlas. Y México necesitaba librarse de un ejército desleal a su destino. Hacía falta destruir el ejército, lo mismo que cuando Madero, lo mismo que cuando Victoriano Huerta, lo mismo que siempre en nuestra historia de condenados…
Pero ¿qué será de México el día que ya no hubiera el aseo periódico de la acción armada? Caeríamos en la política de serrallo, o sea el cuartelazo y la intriga, que deja caer el mando en quien traiciona a su jefe. Entraríamos así a regímenes de terror y de hipocresía, en que los mismos hombres, sucesivamente, cambiarían la careta, declarándose anticallistas los callistas de ayer, pero vigente el programa inepto, destructor…
La pesadilla de la conversación con el inglés, me persiguió muchos días. Una fila de treinta o cuarenta de mis nobles amigos y correligionarios, de pie frente al paredón, pálidos de rostro, pero todavía arrogante el ademán. Muriendo todos ellos por un pueblo imbécil que no se quería dar cuenta de su sacrificio, que se apresuraría a aplaudir a los victimadores, con pretextos de los desfiles de la fiesta nacional…
Los pueblos pagan muy caro el no saberse dar a respetar.
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2) Conversación entre José Vasconcelos y Emmanuel Carballo, de 1959. Protagonistas de la literatura mexicana, Emmanuel Carballo, Alfaguara, 2005, México DF.
—Mejor volvamos al 29.
—El pueblo debió haberse armado contra el gobierno.
—Probablemente no tenía pistolas.
—Siempre hay pistolas en los pueblos que tienen energía.
—¿Qué razones lo movieron a escribir los cuatro tomos de su autobiografía, mejor, de sus memorias?
—La mala suerte engendra toda la literatura. Escribí mis libros para incitar al pueblo contra el gobierno. Me creyeron un payaso. Escribir es hacer justicia. No quería séquito literario, quería gente armada. ¿Qué escritor que en verdad lo sea no es un político? El que ignora la política está perdido; igual le ocurre al que se evade de la realidad.
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3) Alfonso Taracena, José Vasconcelos, Porrúa, México DF, 1982, página final.
En una carta confirmó su deseo de que no se le sepultara en la Rotonda de los Hombres Ilustres, sino en cualquier cementerio de aldea. Consideraba que la ciudadanía de nuestro país no tenía derecho a honrarlo como escritor mientras no lo reconocieran como político. Mientras no se reconociera pública y oficialmente que ganamos en el 29 las elecciones, no podía aceptar ningún honor sin traicionar la verdad y la justicia. Además, decía, enterrarlo en la Rotonda sería para él una injuria, pues allí estaban los restos de un cierto aviador que consumó persecuciones a los vasconcelistas. Tampoco tenía nada que buscar en un cementerio dedicado especialmente a los héroes de la Reforma masónica del juarismo. A mí me dijo que no quería estar entre tanto bruto.
Lo sepultamos en el Panteón Jardín de San Ángel. Fue un mar de gente. […]
Los periodistas recogieron pensamientos el día de su muerte. Yo les di éste: «México debe a Vasconcelos una estatua en la hondonada que forman el Popocatépetl y el Iztaccihuatl, donde se desarrolla su “Prometeo Vencedor”, con una inscripción que rece: Electo Presidente de la República en las elecciones de 1929.»
La última vez que lo vi caminaba por la avenida Juárez, apoyándose en su bastón, mirando al suelo. Bien sabía yo que al hablarle, cual sucedió, se le iluminaría, como siempre, su rostro con una sonrisa. Los transeúntes pasaban indiferentes a su vera. «He aquí –me dije– el despojo de la materia». Mas al mismo tiempo advertí que lo circundaba algo resplandeciente que no era sino el Espíritu de un Vencedor.
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4) Socorro Díaz, Reporte 2006. El desquite, Tinta Editorial, 2007, México DF, pp. 118-119.
La tercera cuestión tiene que ver con el destino y la proyección de nuestro líder. Hay una imagen que me persiguió como una pesadilla. Tiene que ver con la entrevista que un periodista, hombre o mujer no recuerdo, hizo a José Vasconcelos en el crepúsculo de su vida. La anécdota me fue narrada en la redacción de El Día. Se apersonó a ver a ese personaje, a la sazón director de la Biblioteca de México, ubicada en la Ciudadela. Pese al puesto más que modesto que entonces ocupaba, el periodista novato iba a preguntar a aquel hombre excepcional sus juicios, que imaginó fulgurantes, respecto de su hazaña por la democracia mexicana y la realidad contemporánea […]
Encontró a un anciano, poco ubicado en la realidad, como casi todos. No obtuvo declaraciones destacables. Pero lo que le hizo abreviar el encuentro y salir con un ánimo sombrío fue escuchar el ruido monótono de las cuentas del rosario que Vasconcelos repasaba con la mano derecha oculta dentro del cajón de su escritorio.
Mi reflexión fue: Vasconcelos desafió, por vocación democrática y voluntad de poder, al autoritarismo de los generales revolucionarios que mandaban en los años veinte del siglo pasado con pistola al cinto y fuete. López Obrador está desafiando a la plutocracia mexicana que ve a la nación como un negocio llamado «México, sociedad anónima», y que en defensa de sus intereses sí reprime y mata, pero de forma selectiva. Vasconcelos fue de las multitudes fervorosas a la soledad de asirse a las cuentas de un rosario. De la fuerza esperanzada del Ulises Criollo pasó a La tormenta, a El desastre, a El Proconsulado. ¿Cuál podría ser el destino de López Obrador?
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MC: Espléndido, son textos buenísimos… Pues no sé, no sé cuál vaya a ser el destino de López Obrador. Pero yo, que no conozco bien lo de Vasconcelos, tengo la impresión contraria, o sea, tengo la impresión de que terminó siendo un político testimonial; y yo creo que eso es lo peor que te puede pasar como político; como ser humano, pues es una cosa magnífica, porque finalmente tú defiendes tu pensamiento y tu causa, de ahí la importancia de escribir. Pero como político, pues es un fracaso.
Entonces, yo creo que ese es el punto de López Obrador. O sea, su tendencia a ser un político testimonial, de ser un Vasconcelos, pues es enorme. Entonces, quieres seguir realmente transformando a la sociedad, o quieres quedarte en un caparazón en donde tus fieles te sigan adorando, tú sigas teniendo tu consciencia tranquila, pero que finalmente ya no tengas consecuencia. Yo creo que es un asunto que él mismo no tiene resuelto, o sea, a él desde luego que le gustaría cambiar las cosas, pero cambiarlas –vuelvo a mi punto– es el no-Vasconcelos: era una ilusión pensar que iba a haber una sublevación armada para defenderlo, como era una ilusión de la Asamblea Popular boliviana en 1971 pensar que, si había un golpe de Estado, el pueblo se iba a levantar en armas como en la Revolución de 1953; es decir, cuando uno pierde capacidad para reconocer la co-relación de fuerzas del momento y los espacios reales de la política, pues en ese momento, si uno se mueve, va destinado a una gran derrota, y si no se mueve, pues no tiene uno que correr ese riesgo, pero de todas maneras ya no está uno en la política.
Entonces, yo creo que Andrés Manuel es un hombre respetabilísimo, pero que sí está en ese dilema, en el mismo, idéntico que el de Vasconcelos; Socorro tiene razón, es perfecta la comparación. Y pues a mí me gustaría que fuera un político político, aunque no fuera tan puro. Creo que al país le hacen más falta hombres de carne y hueso que santos.
C. Cuestiones internacionales: dialéctica de Estados
ICR: Licenciado, en El desacuerdo nacional habla usted sobre una nueva configuración mundial que hace que la dialéctica entre la política exterior y la política interior mexicana cambie; la tensión interna se inscribe en un nuevo tipo de presiones externas, ¿nos podría esbozar brevemente las claves de su análisis?
MC: Pues se trata de que en 1990 o 1989, pues ya se suponía que todo el mundo había cambiado, que estábamos en el paradigma de la democracia y el mercado, pero yo te diría: el mercado a la norteamericana y la democracia a la europea. Es decir, era un mundo de respeto a los derechos humanos, de un paradigma aceptado por todos, y también en lo que toca a la economía.
Sin embargo, el mundo no es así. Entonces, ocurrió que el modelo económico fue exitoso en algunos lugares pero en otros no lo ha sido; que la democracia tuvo también muchos problemas en muchos lugares, que hay muchas áreas del mundo que están en condiciones de absoluta confrontación, que el terrorismo... y entonces ante lo que estamos es una realidad en donde estamos viendo el resurgimiento de una vida internacional tipo siglo XIX, en donde ya no es nada más los Estados Unidos, que se han debilitado mucho, sobre todo después de lo de Irak, y de su situación económica tan difícil como la que viven hoy; y entonces emerge China, emerge India, emerge Rusia; Europa es una especie de islote, en donde –pues– ahí sí más o menos esas son las reglas; en los propios Estados Unidos las realidades han cambiado muchísimo...
Entonces, en ese mundo, nosotros no podemos seguir suponiendo que los valores de la tecnocracia mexicana, que fueron los dominantes durante los años 90, tienen posibilidades reales de tener éxito, ya estamos en otra cosa; tenemos que repensar al país en términos del proyecto económico, del proyecto científico y tecnológico, de nuestras relaciones internacionales, y, desde luego, en todo este arreglo va a ser clave lo que pase en Estados Unidos. O sea, podemos ir desde un conservadurismo absolutamente ramplón como el de la vicepresidenta que eligieron, hasta un proceso en donde de repente tenemos un New Deal, para sacar adelante al país. Entonces, es tan grande el margen que hay que todo eso tendrá enormes consecuencias para México, más sobre México que otros países de América Latina; y también, pues tenemos que reconocer la nueva realidad de Asia, etcétera.
Ahora, qué implica todo este nuevo arreglo para nosotros, pues vuelvo a lo mismo: o sea, por razones de interés, por razones internacionales, tenemos que reconstituir el Estado mexicano, idealmente sometido a la sociedad, idealmente; pero aunque no esté sometido a la sociedad, es mejor que haya Estado a que no haya Estado, ese es nuestro problema hoy, que no tenemos Estado para someter a los intereses, que no tenemos Estado para sentarnos con un país extranjero en que seamos respetados, y entonces, al no haber Estado, nos quedamos fuera del espacio internacional, nos quedamos fuera en el espacio interno y nos quedamos fuera en el espacio latinoamericano; y entonces nos vamos haciendo un país grandote, pero cada vez más débil, cada vez más estancado, en donde, bueno, la gente viene a comprar empresas y no a fundar empresas, donde sus ciudadanos, los más competentes emigran y se van a trabajar a otro lado, y adentro con unas fragilidades enormes que impiden que esta pueda ser una gran nación, cuando desde luego lo puede ser.
ICR: Como usted bien sabe, desde las coordenadas del materialismo histórico, el motor de la historia es la dialéctica de clases; pero desde las coordenadas del materialismo filosófico –que son nuestras coordenadas– esa dialéctica de clases, que nunca desaparece, está subordinada a una de rango superior: la dialéctica de estados. El motor de la historia, dicho en otros términos, es la lucha de Estados y sobre todo la de Estados imperiales.
Ahora bien, según nuestros análisis, desde la perspectiva de la realpolitik, y desde la realidad misma, México está atado geopolíticamente y económicamente a Estados Unidos y no hay más que saber administrar, con visión de Estado, esa relación con la mayor inteligencia y prudencia a nuestro alcance; pero desde el punto de vista histórico-universal, nos parece que esa relación nos llevará con toda seguridad al traspatio de la historia. Dicho en otros términos, en el terreno de la realpolitik están dibujados los problemas de México (los problemas económicos, de migración, de desarrollo, de crecimiento y de estabilidad), es decir, problemas tan importantes para México como lo pueden ser para Malasia, Francia, Zimbawe o Nicaragua; pero en el terreno histórico-universal está dibujado el problema de México, que es el problema del sentido histórico que tiene en tanto que parte de una plataforma que lo envuelve y lo desborda, precisamente en este enfrentamiento de Estados, y que puede ser, o bien la plataforma angloamericana (la del TLC), la plataforma latinoamericana (como la del ALBA y sin contar con España) o la plataforma hispanoamericana (contando con España). ¿Cuál es para usted el problema de México?
MC: Bueno, el problema de México es ese, es la falta de proyecto. Entonces, el proyecto nacional de México no puede ser que desaparezca México, no puede ser que México sea igual que cualquier país, y por lo tanto tiene que ser un país con ambición nacional; los brasileños tienen ambición nacional, los franceses tienen ambición nacional, nosotros la hemos perdido, más que la sociedad la han perdido sus élites. Entonces, el gran problema de México es que son unas élites cada vez más achicadas, cada vez más mediocres, en un mundo donde la mediocridad cuesta carísimo, por qué, porque lo que se premia es el talento, la capacidad, la imaginación, y eso es lo que nos está faltando en nuestro país.
Ahora, el hecho de que tenemos una vinculación tan estrecha con Estados Unidos, tanto política como dentro de su espacio de protección militar, como en las exportaciones-importaciones y en todos los campos, no quiere decir que la relación debe de ser de un solo género, por qué, porque en Estados Unidos las cosas están cambiando mucho y porque nosotros también tenemos capacidad de irnos más hacia un lado o hacia a otro, siempre y cuando estemos dispuestos a tener esa ambición nacional.
Entonces, lo que estamos discutiendo ahora no es si seguimos exportando a Estados Unidos o no. Lo que estamos discutiendo es si debemos exportar a partir de empresas mexicanas, a partir del desarrollo de nuevas tecnologías en México, a partir de la protección de nuestros recursos naturales, o si lo único que vamos a hacer es nada más aplanarles el terreno para que vengan las trasnacionales a abastecerse.
Entonces, eso es lo que hace la diferencia; sí necesitamos un proyecto nacional. Y el proyecto nacional de México además tiene con qué, o sea, tenemos esta historia, lo de Vasconcelos; no es que sea Vasconcelos porque hablamos de él, es toda una trayectoria de luchas extraordinarias, de grandes logros, de períodos de éxito nacional indudable, de capacidad de lidiar con la mayor potencia en los momentos más complejos del siglo XX. Entonces, esa historia, esa cultura, pues se merece un futuro de otro género. O sea, nosotros no podemos ser un Puerto Rico, porque además estamos peor que Puerto Rico, ni siquiera vamos a tener el nivel de bienestar y de equidad que tiene Puerto Rico; entonces más bien seremos un no-Estado, y seremos una tierra peligrosa para todos.
Entonces, yo sí pienso que, lo que tú dices, tienes razón, es decir, aquí lo que hace falta es una cosa que realmente mire hacia el futuro, que tenga grandeza, que recupere lo mejor que hay en el país, y que de manera sensata, pragmática, renegocie las condiciones de México en términos de una realidad en donde sí es un siglo XIX reproducido, en donde Rusia establece su área de dominio, en donde los chinos establecen su área de abastecimiento, donde la India juega su papel, y donde esta idea de la uni-potencia que dominaba a todos por la vía militar, pues está liquidada después de Irak. Entonces, bueno, seguiría siendo la principal potencia militar, y a lo mejor un día vemos una guerra terrible en el mundo, pero eso no es suficiente para gobernar el mundo, eso ya se acabó. Y nosotros tenemos que entenderlo, y entonces aprovechar esta circunstancia de los americanos, como la aprovechamos en los 30, para hacer grandes cosas en México.
Una vez yo, cuando estaba estudiando en los Estados Unidos, le pregunté a un amigo mío, un compañero, muy inteligente: “en qué país y en qué época te hubiera gustado haber vivido”, y me dijo: “en México en los años 30. Era un país con una cultura poderosísima, con unos líderes políticos respetables, con una idea de justicia, con ambición nacional, que además sabían hacer frente a la gran depresión con enorme habilidad. En ese país me gustaría haber vivido.” Entonces, bueno, yo creo que ese país de los 30 está más cerca de nuestro potencial, no me refiero regresando sino adelante ¿verdad?; más cerca de nuestro potencial que el país de hoy, que es una mala copia de un «Plan Colombia» como fórmula de desarrollo nacional.