“Me han matado, me han disparado”: la Fiscalía pide 46 años de cárcel para el asesino del club de tiro de Canovelles (original) (raw)
La Fiscalía pide 46 años y siete meses de cárcel para Roger L., el joven de 21 años que en abril de 2023 mató de cinco disparos a un instructor en el club de tiro de Canovelles (Barcelona). Las razones que llevaron a Roger a matar a la víctima siguen siendo un enigma (él mismo no ha sido capaz de dar una explicación), pero la acusación considera que el crimen no fue un arrebato sino que respondió a un “plan criminal” para acabar con la vida de Jordi A. Tras disparar, el joven se dio a la fuga y secuestró en el camino a un total de cinco personas hasta que llegó a la estación de tren de Murcia, donde fue detenido. El escrito de acusación, al que ha accedido EL PAÍS, considera que el club de tiro debe responder como responsable civil subsidiario, es decir que deberá hacer frente a las indemnizaciones a los familiares de las víctimas si Roger o la compañía de seguros no lo hacen.
La tarde del 8 de abril de 2023, Roger acudió al club de tiro de Canovelles, del que era socio. Entró en la galería y pidió un arma supuestamente para realizar unas prácticas de tiro. Apenas media hora después, la devolvió y pidió otras dos: un revólver Smith & Wesson y una pistola semiautomática Daewo. Pero no tenía ninguna intención de entrenar. Según la Fiscalía, era solo un pretexto, una maniobra para “fingir su verdadero propósito”. Al entregarle el material, Jordi A., que era instructor de tiro y además el encargado del local, no sabía que estaba poniendo en manos del chico el arma que acabaría con su vida. Desde la cabina de tiro y con la nueva munición, Roger “empezó a vigilar los movimientos” del instructor, que estaba realizando labores de limpieza y mantenimiento. Cuando lo vio barriendo una cabina, de espaldas a él, se acercó y le disparó a sangre fría y sin mediar palabra en cinco ocasiones. La escena quedó grabada por las cámaras de vigilancia del local.
Casi en el mismo momento en que Roger disparaba, otro socio del club que estaba tomando algo en el bar recordó que se había dejado las gafas de protección en la cabina y fue a buscarlas. Escuchó una voz tenue: “Me han matado, me han disparado”. Era Jordi. Se acercó a él. Estaba tumbado en el suelo, boca abajo. Tenía las manos en la zona abdominal y había sangre alrededor de su cuerpo. El testigo vio entonces cómo Roger “abandonaba precipitadamente” la zona e “instintivamente” le persiguió. El agresor, que tenía entonces 20 años, se dio la vuelta, le miró de frente, le encañonó y disparó. Pero no le quedaba munición en la recámara. Asustado, el testigo se detuvo en seco, tropezó y fue a esconderse rápidamente en los baños, momento que Roger aprovechó para salir del local. Llevaba consigo el revólver y la pistola.
Asalto a tres vehículos
Roger se paró en medio del paseo de l’Alzina de esa población barcelonesa y obligó a un coche a detenerse en seco para evitar el atropello. Aprovechó el momento para subir al asiento de atrás. “Corra, corra, apriete que me quieren matar”, se excusó. En el vehículo viajaba una pareja de ancianos. La mujer le pidió que se bajara. Pero Roger sacó una de las armas y le apuntó a la nuca. La mujer “no paraba de llorar” y el marido condujo por la carretera C-17 hasta que se detuvo en una gasolinera a la altura de Granollers y pidió al joven que, por favor, bajara ya. Lo hizo. Apenas habían pasado diez minutos desde que salió del club de tiro. Roger buscó a otra víctima para seguir con su huida. Vio a una mujer repostando, le preguntó adónde iba y se levantó la sudadera para que ella pudiera ver el arma. Desde el asiento del copiloto, el chico le exigió el teléfono móvil para explorar una vía de escape y consultar si se habían publicado noticias del crimen que acababa de cometer.
La mujer le dejó junto a un túnel de lavado en Esplugues. Roger vio que un coche ocupado por dos amigas salía de allí en ese momento y lo abordó. Con la misma amenaza del arma, obligó a las mujeres a proseguir la huida. Por turnos, parando en supermercados y para repostar, las amigas llevaron al joven hasta la ciudad de Murcia. Era ya la mañana del 9 de abril. Liberadas, las chicas siguieron conduciendo hasta una comisaría de Molina de Segura, donde contaron lo ocurrido. Los agentes localizaron al chico en las inmediaciones de la estación de tren. Roger se disponía a sacar las armas cuando fue reducido. Desde entonces, permanece en prisión provisional.
La Fiscalía atribuye a Roger los delitos de asesinato con alevosía, intento de homicidio, hurto agravado y cinco delitos de detención ilegal. Además de las penas de prisión, el fiscal Félix Martín que se le aplique la libertad vigilada una vez que salga de prisión y que se le impongan órdenes de alejamiento de las personas a las que secuestró. Solicita, además, indemnizaciones (para los familiares del fallecido y para las otras víctimas) que suman 138.000 euros. El escrito concluye que la compañía aseguradora que tenía contratada el club de tiro es responsable civil directo. El propio club, sin embargo y según la tesis de la acusación, también debe figurar como responsable civil subsidiario en caso de impago.
Dada la “personalidad” y “peligrosidad criminal” de Roger, el fiscal pide que se inscriba su identificador de ADN en las bases de datos policiales. Un jurado popular decidirá sobre la inocencia o culpabilidad del joven. En el juicio está prevista la declaración, como testigos, de los responsables del club de tiro, de los padres del acusado (para explicar cuáles eran sus circunstancias personales en el momento de los hechos), de las víctimas y de los policías que intervinieron tanto en el suceso como en la investigación posterior. También se someterá a examen la salud mental del acusado en el momento de los hechos y se revisarán los informes médicos de prisión.