El investigador detrás de los secretos que esconde la música (original) (raw)
Un viejo edificio de la colonia Roma esconde un túnel del tiempo, un túnel del tiempo que permite viajar al pasado a través de los sonidos. En su interior aún se observan antiguos fonógrafos, cilindros de cera y cintas de carrete abierto que guardan las voces y los ritmos de épocas pasadas. Hay también letreros de presentaciones y conciertos musicales, y joyas ocultas entre acetatos, casetes y discos compactos. “Llegué a la etnomusicología por azar, creo que tiene que ver con que nuestro trabajo tiene poca difusión y poca gente sabe qué es lo que hacemos”, confiesa Daniel Gutiérrez, investigador y miembro del equipo de guardianes que protege el tesoro de la Fonoteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Entre huapangos y mariachis, jaranas y danzones, México tiene una riqueza musical inmensa, pero muy pocas personas dedicadas a estudiarla. “No creo que haya más de 50 o 60 licenciados en todo el país, aunque ese número es mayor si sumas a quienes tienen estudios de maestría o doctorado”, asegura el académico de 48 años.
Una carrera “rara”
El interés por la música del mundo ha sido una constante en la historia, pero no fue hasta el siglo XIX que hubo los primeros acercamientos sistemáticos para documentar y registrar las expresiones artísticas de distintas sociedades, con vastas colecciones de sus instrumentos y los primeros archivos fonográficos. La etnomusicología ha evolucionado desde mediados del siglo pasado hasta convertirse en una disciplina que trata de entender la cultura a través de la música y la música como cultura, con una perspectiva más antropológica y un mayor enfoque en su uso social, explica Gutiérrez.
“Es una carrera hermosa, que te acerca a la gente y te permite escuchar las cosas de manera diferente, con otros oídos”, cuenta el investigador del INAH. “Hay todo un conocimiento que se transmite a través de la música, a lo mejor uno puede escuchar un son o una pieza, pero detrás de eso, hay toda una serie de experiencias sociales que dan cuenta por qué se practica esa música en ese momento”.
“Es una carrera ardua”, asegura el etnomusicólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Quienes deciden dedicarse a esto normalmente pasan por tres años de propedéutico para pulir sus conocimientos musicales y ocho semestres más del plan de estudios propiamente. Sólo 15 aspirantes se inscribieron para cursar la licenciatura en la UNAM durante el ciclo escolar 2023-2024 y se abrieron 11 vacantes.
Daniel Gutiérrez en Ciudad de México, el 17 de diciembre de 2024.Nayeli Cruz
El poco conocimiento sobre la disciplina llegó a la cultura popular en Intensamente 2, donde los personajes de la película animada se mofan de que nadie sabe qué hace un etnomusicólogo, una de las opciones profesionales de su protagonista. “Mira, papá, es a lo que te dedicas”, recuerda Gutiérrez sobre lo que le comentaron sus hijos, sin dar importancia al chascarrillo. El investigador menciona que existe también el estigma de que es una carrera mal pagada y con pocas salidas laborales. Sin embargo, Gutiérrez señala que sus colegas han explorado cada vez más formas de ejercer la profesión al margen de la investigación académica, desde la gestión cultural hasta la interpretación de música tradicional. También ha cambiado gradualmente la noción de que la disciplina está confinada a las aulas académicas.
El sonido del pasado y el presente
Desde hace 25 años, Gutiérrez ha hecho trabajo de campo para adentrarse en la tradición musical en México, en especial en su natal Michoacán. “Obviamente, tiene que ver con esta cuestión de buscarse a uno mismo en donde ha nacido o crecido, de añoranza de la tierra”, dice en tono reflexivo. “Pero también con que uno de mis maestros me convenció de que era un terreno poco conocido, sobre todo la costa, una zona que nadie había explorado”, cuenta
Gutiérrez ha estudiado el minuete mariachero en la costa michoacana y su vínculo con los contextos religiosos y los ciclos agrícolas. Ha tratado de entender la realidad de los voladores de la comunidad mazahua San Pedro Tarimbaro (similares, pero menos conocidos que los voladores de Papantla) y cómo la declaratoria de patrimonio cultural ha atravesado las relaciones sociales, los conflictos locales por la preservación de la tradición, e incidido en la desigualdad. Se ha acercado a los nahuas de Aquila para descifrar su visión de la música y sus nexos con lo divino, lo humano y lo místico; de cómo se dice que músicos conocidos como “encantados” tienen “un pacto con el diablo”, dones como la ubicuidad y una necesidad imperante de diferenciarse de otros miembros de la comunidad. Ha documentado cómo se usa la copla mariachera en esa región para hablar de lo que no se suele poder hablar: del otro y de las amenazas que vienen de fuera.
“Yo soy un gavilancillo que ando por aquí volando. No se asusten pichoncitos, palomas ando buscando”, canta el etnomusicólogo, mientras intenta acordarse de la letra. De pronto, el etnomusicólogo recuerda que durante una visita a una comunidad de la costa, los hombres mayores lanzaban coplas a un grupo de investigadores cuando los veían cruzando palabra con las muchachas del lugar. “Gavilancillos, gavilancillos, ¿ya viste sus alas? ¿ya viste sus picos? Al poco tiempo, nos dimos cuenta de los gavilancillos éramos nosotros, era una forma de hablar de la alteridad, de los recién llegados”, relata. “No sólo se trata de registrar y compilar las coplas, sino de entender qué dicen de la vida diaria, por qué se habla de gavilanes y víboras cuando aparecen los mestizos, cómo los animales son una alegoría de algo más”, afirma el investigador.
Audio de músicos tocando minuete, en Michoacán. Foto: Daniel Gutiérrez
La música es, a veces, un testimonio de los peligros y problemas más angustiantes. “La tradición mariachera está muy ligada al despojo territorial”, menciona. “A finales del siglo XIX, muchos mestizos llegaron a la costa de Michoacán y con ellos llega la ganadería extensiva, una herramienta de colonización”, explica. “Llegan los gavilanes, las aves de rapiña”, comenta sobre su trabajo en comunidades nahuas.
Ahora, son otros los riesgos. Michoacán, epicentro de la guerra contra el narco, se ha convertido en uno de los Estados más violentos del país. “Hay corridos que hablan sobre el narcotráfico, pero en las coplas no se ha introducido tanto, no es necesario, porque tú puedes usar un animal o una frase para designar a alguien que está en el negocio sin decir explícitamente a qué se dedican”, agrega. “En los corridos [sus versiones tradicionales] se habla mucho de política, de los problemas económicos, de cómo la gente necesita comer y no hay qué comer”, dice sobre los otros estilos.
La inseguridad y las luchas de las últimas dos décadas han impactado también en el acceso que tienen los investigadores y la posibilidad que tienen de establecer relaciones de confianza con las comunidades. Pero no es el único problema. Gutiérrez también está interesado en el vínculo entre la cultura y el medio ambiente. “Una de mis investigaciones es la relación entre los pájaros y la música, entonces grabo muchos pájaros”, cuenta entre risas. “Es uno de los temas más apasionantes y pertinentes por lo que estamos viviendo en la actualidad”, dice en tono más serio. La figura de los animales dice mucho como metáfora de las relaciones humanas, pero su estudio también da cuenta de cómo ciertas tradiciones están amenazadas por la destrucción y desaparición del entorno en que se desarrollan, explica. “Algunos estilos musicales están en proceso de extinción y otros, en proceso de petrificación”, advierte.
La música también da pistas sobre el pasado, un relato que suena y se escucha. “Cuando uno va al campo, de repente se empieza a preguntar cosas como por qué se tocan valses, minuetes o jotas en las zonas campesinas, estilos que se corresponden al menos en los nombres de estilos novohispanos, o cómo fue que géneros de salón y supuestamente ligados a las cortes de Luis XIV llegaron y está vigentes en comunidades indígenas”, señala Gutiérrez. Su hipótesis es que el minuete, por ejemplo, llegó de la mano de los evangelizadores que, a su vez, difundieron el género más allá del contexto religioso hasta que se afianzó en los sectores populares.
Audio de la danza de Corpus, en Cachán de San Antonio, Michoacán. Foto: Daniel Gutiérrez
Gutiérrez también ha tratado de averiguar si existe un hilo conductor entre la tradición musical de África con la costa de Michoacán, y saber más sobre la influencia de grupos afrodescendientes en México, una raíz olvidada durante siglos en la historiografía del país. “Encontramos que está presente el patrón estándar africano, una especie de fórmula rítmica que es recurrente en el occidente del continente, una de las zonas de donde salieron más personas esclavizadas a América”, cuenta. “Son pistas que no son tan evidentes, pero ahí están y que han sido estudiadas por grandes etnomusicólogos”, agrega.
“A veces, como investigadores, se nos hace más fácil estudiar y opinar sobre culturas ajenas que sobre las nuestras”, responde Gutiérrez a la pregunta de qué dice la música predominante sobre nosotros. “Todas las expresiones musicales son significativas, si existen es por algo, pero también hay que tomar en cuenta que en muchas de estas músicas hay intereses ―económicos, políticos y sociales― detrás”, afirma. “Más allá de que nos gusten o no, tendríamos que pensar más a fondo qué hay detrás y a quién le interesa que tenga éxito o que la gente escuche eso”, dice sobre el debate alrededor de géneros actuales, como el reggaeton o los corridos tumbados. “Más allá de las formas, hay que centrarnos en quién hace la música y por qué”, afirma el investigador del INAH.