Tomás Mallo / El impacto del 98 en América y Europa. Ética y política a finales del siglo XIX. El Ateneo de Madrid ante el 98 (original) (raw)

Los científicos sociales contemporáneos, se han visto «desbordados» en los últimos años por lo que parece ser una evidencia indiscutible: que los fenómenos que acontecen en nuestro planeta, por muy lejanos que parezcan estar espacial y temporalmente, guardan sin embargo entre sí una cierta interdependencia. Ante dicha evidencia, se pueden extraer muy variadas consecuencias, de las que ahora nos conviene resaltar la que sigue: en primer lugar, si aceptamos aquella evidencia, es obvio que la realidad contemporánea sólo podrá ser comprendida con objetividad, si se aborda su estudio de forma global: en segundo lugar, reconociendo claramente que vivimos una época marcada por la interdependencia y la globalidad, es obvio que la ciencia tendrá que tomar otros derroteros, pues se pone de manifiesto, entre otras cosas, por ejemplo, que la «especialización» puede no servir para conocer objetivamente la realidad{1}; en tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, se deduce que el actual sistema de clasificación de las especialidades científicas, está obsoleto, dada la incapacidad de los científicos para obtener resultados positivos a la hora de resolver los graves problemas que tiene la humanidad.

Vistas así las cosas, cabría la posibilidad de plantearse, con sentido radical, y al menos, como hipótesis, si la globalidad y la interdependencia, consustanciales a los fenómenos de la realidad contemporánea, no habrán gozado de ese mismo condición con respecto a los fenómenos de todas las épocas. Varios argumentos podrían contribuir a dar validez a esta hipótesis: 1) que siendo consecuentes a lo manifestado anteriormente, podemos deducir que la especialización historiográfica, podría haber contribuido al oscurecimiento de la globalidad y de la interdependencia presentes en los fenómenos producidos en distintas épocas históricas: 2) que la «insuficiente» tecnología de la comunicación –si la comparamos con la de nuestros días–, podría haber favorecido también dicho oscurecimiento: 3) la evidencia de que muchos fenómenos históricos, han sido manipulados ideológicamente en todas las épocas, perdiendo así la historiografía la «radicalidad» y la «incertidumbre» necesarias para conocer aquellos objetivamente: y 4) la constatación de la polémica existente en nuestros días sobre los límites de las especialidades historiográficas; polémica que, cuando menos, muestra que el saber histórico es un asunto complejo y exigente, un saber más «inteligente» que los saberes «aplicados».

Dichos argumentos, podrían, sin lugar a dudas, contribuir a hacer convincente la hipótesis, pero no servirían, desde luego, para verificarla. Para esto, se requiere la actividad compleja de la investigación histórica. He aquí, pues, una de las razones por las que en el seno de una entidad como la Asociación de Investigación y Especialización sobre Temas Iberoamericanos (AIETI), nos hemos decidido a desarrollar un proyecto de investigación con el título de «El impacto del 98 en Europa y América. ética y Política a finales del siglo XIX», pues entendemos, a tenor de lo dicho anteriormente, que alrededor de 1898 se producen una serie de fenómenos, que guardan entre sí una interdependencia, lo que demostrado, nos autorizaría a defender la globalidad en aquella época de la historia. Pero, además, para que ello sea posible, esta investigación, en sus expresiones formales, ha de tener la capacidad de contextualización exigida, por lo que en lo que se refiere a esta intervención de hoy, he optado por presentar algunas conclusiones extraídas del estudio de un fenómeno histórico local, poniéndolas en relación –en ocasiones, estrecha relación– con la realidad global de aquella época. Me refiero, a las actividades que se desarrollan en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, alrededor de la fecha señalada. De ahí, que al título del proyecto que desarrolla la AIETI, hayamos añadido en esta ocasión la referencia «El Ateneo de Madrid ante el 98». Así pues, me centraré a continuación, en señalar algunas consideraciones tendentes a demostrar la interdependencia que se produce entre los fenómenos que acontecen hace un siglo, para posteriormente señalar algunas otras tendentes a dilucidar, las relaciones existentes entre aquellos y las actividades que se desarrollan en el Ateneo de Madrid.

Alrededor de 1898, se está produciendo una reordenación en la correlación de fuerzas existentes en nuestro planeta, que se aproxima a lo que podríamos denominar un «nuevo orden internacional». En dicho proceso, merece la pena destacar dos tendencias: la primera, la expansión colonial de las potencias europeas hacia Africa; la segunda, la expansión «neocolonial» de los EE.UU. hacia el hemisferio Sur y hacia el Pacífico, con actuaciones militares determinantes en el Caribe y en Filipinas.

Alrededor de 1898, se están produciendo también, en muchos países procesos tendentes a «reformar» las estructuras políticas, sociales y económicas. Ello, ha dado pie a caracterizar este período histórico como una época de tránsito entre Tradición y Modernidad, lo que de hecho supone que estamos ante una serie de ensayos de transformación que provocan, en algunos casos, situaciones de incertidumbre. Con solo referirnos a fenómenos sociopolíticos como el federalismo, el nacionalismo, el autonomismo o el anexionismo, que se manifiestan «radicalmente» en esta época en distintos puntos del planeta, podemos admitir claramente el tránsito histórico que se está produciendo. Y seamos conscientes de que dichos fenómenos, están marcados por los condicionamientos económicos derivados de un mayor desarrollo industrial y de un incremento de las operaciones comerciales, y de forma muy importante, las que se realizan a escala internacional.

Pero además, como efecto del choque entre formas tradicionales y modernas, la sociedad «civil» comienza a jugar un papel importantísimo al ser considerada como objeto de movilización en apoyo de las nuevas demandas. Reparemos en este sentido, por ejemplo, en movimientos sociales configurados a partir de las ideas socialistas y anarquistas; o, desde la perspectiva de la sociedad burguesa, en los movimientos sociales en favor de las reformas educativas, de las reformas de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, de las reformas militares, de las reformas corporativas y profesionales.

Y para que se produzcan estos movimientos de transición, necesariamente tenían que jugar un papel importantísimo la prensa y las tribunas públicas, utilizadas a modo de «cajas de resonancia» para conformar en conjunto eso que denominamos «opinión pública». En este proceso de mentalización y de concienciación, están actuando los «intelectuales», no sólo desarrollando nuevas tendencias en todos los órdenes de la sociedad, sino también ejerciendo una función más específica, la de ser «agentes de opinión». Los intelectuales, pues, al tiempo que se mueven en torno a las «polémicas de ideas» características de la época, actúan también en ámbitos más concretos de indudable carácter sociopolítico.

A la vista de todo esto, necesariamente intuimos que con la nuevas tendencias se están incorporando nuevos valores , o viejos valores, que en cualquier caso, comienzan a actuar en la conciencia colectiva de las pueblos.

En cuanto al segundo aspecto, podemos afirmar que en una institución como el Ateneo de Madrid, en torno a 1898, se esta produciendo: 1º) Un debate de ideas sobre el Positivismo. 2º) Un debate sobre el tema de España, en el que se forjarán, por ejemplo, el Regeneracionismo y la Generación del 14. 3º) Un debate sobre el africanismo español. 4º) Un debate sobre el sistema político. 5º) Un debate sobre las reformas militares. 6º) Un debate sobre los movimientos sociales, especialmente sobre el impacto del obrerismo socialista y anarquista. 7º) Un debate sobre las reformas educativas y religiosas. 8º) Un debate sobre corrientes literarias como el Naturalismo o como el Modernismo.

Pero el debate más impactante y definitivo, pues agudiza y activa todos los demás, será el debate sobre las Antillas, y más concretamente sobre la situación que se vive en la Isla de Cuba. Es, además, un debate «radical», pues ya desde la fundación del Ateneo había estado presente en sus actividades. En enero de 1895, tiene lugar un ciclo de conferencias sobre el problema antillano, en el que intervienen sucesivamente Rafael María de Labra, Eliseo Giberga, Tiburcio Pérez Castañeda, Eduardo Dolz, Rafael Montoro, Emilio Terry, José Antonio del Cueto, y Moret. Eran conferencias pronunciadas por cubanos de distintas tendencias, aunque con predominio autonomista, con las que Moret y Labra pretendían llamar la atención cuando el Gobierno estaba debatiendo las reformas en la Isla. El día 9 de noviembre, Moret en su discurso como presidente del Ateneo{2}, se refiere a las esperanzas que suscitaron aquellos conferenciantes, quedando entonces impresionado el Ateneo «_...por su adhesión a la patria, por su confianza en el porvenir, y por su fe en la libertad._»{3}

Pero, claro está, aquellas esperanzas contrastaban con los tristes sucesos que se vivían ahora –ya había estallado la guerra–, la otra página de la historia que se escribía con sangre en las montañas de Cuba. Así se expresa Moret sobre estas dos páginas históricas: «_Ambas son verdad y ambas tienen su razón de ser, sus antecedentes y su explicación; pero de la que aún está escribiéndose, no me es lícito hablar en estos momentos; y de la que aquí escuchasteis, sólo debo decir que ahora, como entonces, creo será la definitiva, fundando mi creencia en que lo que hay de permanente y fundamental en la civilización cubana, eso no puede ser borrado ni por el odio, ni por la conspiración de los intereses, ni por las maquinaciones de encontradas políticas, capaces sí de producir la desolación y la guerra, pero impotentes para crear nada estable ni duradero. Pero si hoy no es prudente volver sobre aquellos temas, abrigo la esperanza de que en cursos ulteriores podrá el Ateneo estudiar con tranquilidad y calma los antecedentes y las causas de las presente insurrección, los elementos que en ella han entrado y las enseñanzas que encierra para el futuro gobierno de nuestras preciadas Antillas._»{4}

Al final del discurso de Moret, se palpa el estado de ánimo que debía embargar a los ateneístas en aquellos momentos: «_Tampoco hubiera podido hacer otra cosa; tampoco me hubiera sido posible desarrollar esta noche ante vosotros, como lo intenté en alguna ocasión no lejana, un tema, dentro del cual se elevara vuestro espíritu hacia las alturas de la filosofía, o se moviera en los vastos horizontes de la sociología moderna. Ni a vosotros, ni a mí, nos lo permite el estado actual de los espíritus. Por grande que sea la fuerza de abstracción de vuestra inteligencia, y pocos podrán blasonar de aventajarla, no es posible sustraerse ni al medio social, ni a la atmósfera en que se mueve el espíritu, sobre todo cuando el alma nacional, triste y dolorida, asiste a la enconada y fratricida lucha que la disputa la unidad del territorio y la continuidad de las más gloriosas tradiciones de nuestra historia. En los momentos en que la incertidumbre del porvenir agita los corazones, y en que los anhelos de la impaciencia roban la calma a los espíritus, sería inútil empeño el pretender encerrarse en la serena región de las especulaciones científicas. Aún esforzándome por hacerlo, mi pensamiento se vuelve al otro lado de los mares, y los siniestros relámpagos que cruzan los horizontes de las Antillas, prestando extraña luz a todos los objetos, revisten de sombrío colorido los mejores productos del esfuerzo intelectual._»{5}

El Ateneo vivió algunas escenas de patriotismo y de irrealidad, acusando como el resto de la sociedad española aquél tremendo impacto. Ese sentimiento de dolor, tristeza e inseguridad ante el futuro, que denotaban las palabras de Moret, tan poco favorable a las tareas propias del Ateneo; será el punto de partida de José Echegaray en su discurso presidencial, pronunciado el 10 de Noviembre de 1898: «_Cuando el corazón late demasiado a impulsos del dolor, no hay reposo en el cerebro, ni claridad en el pensamiento._»{6} Un estado de ánimo, que se hace angustioso: «_De suerte señores, que al dirigiros la palabra, ni sé qué deciros, ni qué temas escoger, ni puedo desprenderme de las hondas preocupaciones que a todos nos torturan desde hace tres años, pero que en este último y funesto en que aún vivimos, si esto es vida, se han convertido en angustias como jamás las había experimentado nuestra generación, con haber sido tantos y tan profundos y tan trascendentes los trastornos que han agitado el seno de la madre Patria.»{7} Un estado de ánimo, denotativo de la «crisis de fin de siglo»: «...ni de la esperanza podemos abusar mucho en este para nosotros fin trágico del siglo XIX._»{8}

Esa especie de fatalismo, le hace plantearse como tema de su discurso: ¿Qué es lo que constituye la fuerza de las naciones?; en otras palabras, ¿qué hay que hacer para que una nación sea poderosa?. No se refiere Echegaray exclusivamente a una fuerza material, a una institución militar firme, disciplinada y enérgica, sino también, y en primer lugar, a una fuerza espiritual que debe gobernar las sociedades y que puede hacer que las naciones sean grandes, respetadas y duraderas en la Historia: «_La fuerza verdadera, la que dura en el individuo como en las sociedades, es la que resulta del equilibrio armónico entre todas las partes del organismo humano o del organismo social...En esa fuerza de armonía y de equilibrio está la verdadera regeneración de los pueblos y aún es la que en un momento dado les permite desarrollar mayor número de energías, y aún de energías físicas y persistentes.»{9} La fuerza que hace grande y poderosa a una nación, hay que buscarla pues, en el individuo y en la organización y concertación de los individuos que las componen, respetando su libertad, su espontaneidad y su capacidad. Por eso afirma Echegaray: «...los pueblos no se regeneran ni se han regenerado nunca con la dictadura. La dictadura podrá servir en momentos dados, para reconcentrar fuerzas en la lucha, para contener desbordamientos, para encauzar pasiones; pero para regenerar a un pueblo, jamás. Un pueblo se regenera a sí mismo, o no lo regenera nadie._»{10}

Para lograr la perfección de los individuos, hay que prestar atención, en segundo lugar, a la ciencia y al trabajo: «_Una nación que cultive la ciencia, y al cultivarla la posea desde sus más elevadas regiones hasta sus regiones más modestas, desde la ciencia pura hasta las aplicaciones industriales, desde el ideal abstracto hasta la práctica positiva; una nación que trabaje y que acumule trabajo, y que se enriquezca y que acumule riquezas en forma de capital, que es la más poderosa palanca de la civilización, será una nación fuerte y poderosa y duradera en la Historia..._»{11} Ahí está una de las principales causas del Desastre español: «_Los hechos son como son; son tristes, son brutales, pero son indiscutibles; la ciencia, una ciencia superior a la nuestra –no hay que negarlo–; la industria, ramificación de la Ciencia pura, una de las primeras industrias del mundo; la riqueza, una riqueza abrumadora, un capital inmenso; tales son los elementos contra los cuales hemos luchado y por los cuales hemos sido vencidos._»{12} Y añade Echegaray: «_Sólo afirmo lo que hoy todo el mundo reconoce, si no le ciega la pasión o el patriotismo, ceguera noble y simpática esta última, pero ceguera al fin, a saber: que de antemano estábamos vencidos._»{13}

Y en tercer lugar, además de la inteligencia y la riqueza, para asegurar el porvenir de los pueblos y de los hombres, es necesario otro elemento, una fuerza impalpable pero directiva, la más real para el hombre y las asociaciones de los hombres, la idea del Deber. Echegaray, en este sentido, no sólo se refiere a la indisciplina social española: «_Somos moralmente, sustancialmente, indisciplinados, y cada individuo lo es dentro de sí mismo. Tendemos fatalmente a la división, a la subdivisión, a la dispersión total.»{14}: sino también a una cierta unidad, respetando la diversidad: «...yo armonizo estos tres principios: la libertad individualista, la organización libre y el sacrificio espontáneo de su propio derecho en aras del deber. Sacrificio que es la prueba más alta de la libertad individual._»{15}

En consecuencia, las naciones serán más perfectas cuanto más se aproximen a este ideal.

A la vista de todo lo expuesto, cobra un cierto sentido –al menos, por el momento– ese camino que va señaladamente de la Política hacia la ética a finales del siglo XIX, y que queremos recorrer con este proyecto de investigación que os hemos presentado.


{1} Efectivamente, la especialización quiebra la «sistemidad» y la «multidimensionalidad» de los fenómenos, incapacitando al científico para pensar y comprender la «complejidad» planetaria. En consecuencia, y utilizando la terminología de Edgar Morin en su trabajo «El desafío de la globalidad», discurso pronunciado en la Sociedad Europea de Cultura en 1993; se hace necesario desarrollar un pensamiento «del contexto» y «de lo complejo», pensando los fenómenos en términos planetarios, reconociendo la unidad y la diversidad; labor que necesariamente ha de ser «radical», rectificadora y basada en la incertidumbre.

{2} Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1895.

{3} Ibid. pág. 5.

{4} Ibid. pág. 6.

{5} Ibid. págs. 46-47.

{6} Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1898, pág. 6.

{7} Ibid. págs. 6-7.

{8} Ibid. pág. 8.

{9} Ibid. pág. 11.

{10} Ibid. pág. 21.

{11} Ibid. pág. 25.

{12} Ibid. pág. 27.

{13} Ibid. pág. 27.

{14} Ibid. pág. 30.

{15} Ibid. pág. 32.