Zeferino González / Historia de la Filosofía / 42. La escuela atomista (original) (raw)

§ 42

La escuela atomista

Hemos dicho antes que, a partir de Heráclito, y debido en parte a sus doctrinas, al lado de la dirección espiritualista, representada por Anaxágoras, se manifestó otra dirección materialista representada por [155] Leucipo y Demócrito. Y, en efecto: Leucipo, cuyo nacimiento y cuya patria son dudosos {42}, inició, o al menos dio impulso a una verdadera reacción contra el idealismo eleático, sucediendo aquí lo que acontecer suele en casos análogos.

Para combatir y atacar al idealismo de la escuela eleática, Leucipo se colocó en un terreno materialista, pretendiendo explicar todas las cosas, sin excepción alguna, por medio de átomos y del movimiento. En vez de limitarse a restablecer los fueros de la experiencia contra las pretensiones exclusivas de las especulaciones metafísicas y a priori, restableciendo a la vez o conservando la pluralidad de seres afirmada por la escuela jónica, Leucipo no ve en el mundo más que el vacío y el movimiento, átomos indivisibles e invisibles, sin perjuicio de poseer diferentes formas o figuras, y, por último, substancias materiales producidas por la composición y descomposición, unión y separación de esos átomos. El alma humana, lo mismo que los demás seres, no es más que una substancia compuesta de átomos brillantes, esféricos y sutiles, de donde resulta en el hombre el calor, la vida y el pensamiento, fenómenos que son manifestaciones diferentes del movimiento, el cual es inherente y como esencial a los átomos de figura esférica.

Según Diógenes Laercio, concedía Leucipo a todos los átomos movimiento esencial, y las combinaciones que dan origen a los diferentes cuerpos se verificaban [156] por medio de remolinos. Así es que Bayle y Huet apuntaron, no sin fundamento, que el sistema físico de Descartes trae su origen de la doctrina de Leucipo. Éste, olvidando que los átomos y su movimiento suponen y exigen una causa primera, prescindía de ésta por completo, contentándose con afirmar que el movimiento de los átomos se halla sujeto a leyes necesarias e inmutables. Sabido es que, a pesar de sus pretensiones y alardes científicos, nuestros actuales positivistas y materialistas repiten la lección de este antiguo maestro, sin haber dado un paso adelante en este terreno. Por cierto que Aristóteles ya llamaba en su tiempo la atención acerca de esta hipótesis arbitraria y esencialmente anticientífica de un movimiento que existe sin saber cómo, ni por qué (De motu vero unde vel quomodo existentibus inest, omisserunt); acerca de una hipótesis en la cual no se tenía en cuenta que para explicar el origen, constitución y transformación del mundo, no bastan el lleno y el vacío {43}, ni los átomos con sus diferencias de orden, de figura y sitio, que es lo que afirmaba y suponía la escuela atomística, siguiendo a su fundador Leucipo. [157]

En conformidad con esta teoría, Leucipo explicaba la generación y corrupción substancial, o sea la formación y destrucción de nuevas substancias, por medio de la unión y separación de determinados átomos: si sólo había cambio de sitio en los mismos, resultaba la alteración y mutaciones accidentales, según el testimonio del citado Aristóteles: segregatione quidem et congregetione, generationem et corruptionem; ordine autem et positione, alterationem.


{42} La opinión más probable fija su nacimiento por los años de 500 antes de Jesucristo. Mileto parece ser la ciudad que con más derecho pretende ser su patria.

{43} «Leucippus vero ac ejus socius Democritus, elementa (rerum) quidem plenum et vacuum esse ajunt, dicentes hoc quidem ens, hoc vero non ens; et rursus, ens quidem plenum et solidum, non ens autem vacuum et rarum. Quare nihilo magis ipsum ens, quam ipsum non ens esse ajunt; quia nec vacuum quam corpus. Haec autem causas entium esse, ut materiam. Et quemadmodum qui unum faciunt subjectam substantiam, caetera passionibus ejus generant, rarum et densum, passionum (proprietatum) statuentes principia, simili modo hi quoque differentias, causas caeterorum ajunt esse. Has autem tres esse ajunt, figuram, ordinem, et situm.» Metaphys., lib. I, cap. III.