Zeferino González / Historia de la Filosofía / 88. Crítica de Epicuro (original) (raw)
§ 88
Crítica
Lo primero que llama la atención en la Filosofía de Epicuro es su perfecta conformidad con el positivismo y materialismo contemporáneos, en los puntos [371] fundamentales, y hasta en las pruebas aducidas para negar la creación, la causalidad final y la inmortalidad del alma humana. Más aún: el sistema de Epicuro contiene, no ya sólo el germen, sino al substancia de la concepción transformista del movimiento, única parte del materialismo contemporáneo que se presenta con cierto aspecto de originalidad. Porque ello es indudable que para Epicuro el movimiento, como fuerza interna y esencial a los átomos, es el origen, el fondo y la causa primera de todas las demás fuerzas y manifestaciones activas que aparecen y desaparecen en los cuerpos, de la misma manera que para los positivistas de nuestro siglo, todas las manifestaciones de fuerza y actividad, desde la simple atracción hasta el pensamiento, son transformaciones del movimiento, el cual se encuentra en el fondo de todas ellas, no ya sólo como su condición sine qua non, sino como germen y esencia común de las mismas.
En el orden o terreno psicológico, la doctrina de Epicuro es una doctrina esncialmente sensualista. Su teoría del conocimiento es muy parecida a la de Condillac; pues, en realidad, todas las facultades y conocimientos del hombre se reducen a la sensación. Sensaciones puras o primitivas, sensaciones generalizadas por medio del recuerdo, sensaciones transformadas y combinadas de diferentes maneras: he aquí lo que constituye y representa el contenido interno y real del conocimiento humano en todas sus esferas. No existe en nuestro espíritu actividad alguna intelectual, nativa, libre y superior a las sensaciones: lo que llamamos reflexión racional y científica, no es más que el recuerdo y combinación de sensaciones pasadas y [372] presentes. La sensación da origen al recuerdo, y el recuerdo hace posibles los juicios, generalizando las sensaciones, no por vía de abstracción, sino por vía de colección, combinación y analogía.
Por lo demás, la Filosofía de Epicuro viene a ser una síntesis, o, digamos mejor, una amalgama más o menos incoherente de la física materialista de Demócrito y del hedonismo cirenaico, cuyas debilitadas corrientes quedaron absorvidas finalmente en la gran corriente epicúrea. Es justo notar, sin embargo, que la teoría moral de Epicuro es superior a la de los cirenaicos, ya porque Epicuro parece subordinar los deleites sensuales del cuerpo a los deleites del alma, como son la amistad, la alegría, la alabanza, &c., mientras que los cirenaicos daban la preeminencia a los placeres del cuerpo, ya también porque el primero consideraba como la parte principal y fondo esencial de la felicidad la ausencia de cosas penosas por parte del cuerpo y del espíritu, al paso que los segundos hacían consistir la felicidad en las emociones agradables, en las sensaciones voluptuosas.
La verdad es que la moral de Epicuro encierra dos elementos relativamente contrarios: hállase representado el uno por sus máximas generales acerca del placer como fin último y felicidad única del hombre, juntamente con la negación de la vida futura: el otro consiste en su enseñanza acerca de la preeminencia de los placeres del alma sobre los del cuerpo, y acerca de los inconvenientes y peligros del abuso de los deleites sensuales. Como acontecer suele en semejantes casos, sus discípulos y sucesores dejaron a un lado el segundo elemento, y dedicaron sus esfuerzos a cultivar y [373] desarrollar el primero, exagerando y falseando sus aplicaciones en el terreno teórico y práctico. De aquí el menosprecio y la aversión con que llegaron a ser mirados generalmente los representantes de esta escuela, y de aquí también las persecuciones que sufrieron, siendo arrojados de las ciudades, y prohibiéndose en más de una ocasión la enseñanza de su doctrina en las escuelas públicas.
A pesar de los esfuerzos que Gassendi y algunos otros hicieron en diferentes épocas para rehabilitar la memoria y la doctrina de Epicuro, es preciso reconocer que éste, como hombre de ciencia, significa poca cosa al lado de Platón y de Aristóteles. Justifican, además, este juicio sus pueriles opiniones acerca del sistema del mundo, y principalmente acerca de la magnitud del sol y de la luna. Epicuro afirmaba con toda seriedad que el sol no es mayor de lo que a nuestra vista parece, afirmación que repite y sigue su fiel discípulo e intérprete Lucrecio, cuando escribe:
«... Nec major, Esse potest nostris quam sensibus esse videtur.»
Esto no obstante, la concepción cosmológica de Epicuro, tomada en conjunto, es relativamente superior y más verdadera que la de Demócrito. Cierto que la concepción cosmológica de los dos es esencialmente mecánica; pero mientras el filósofo de Abdera, procediendo con lógica más exacta y severa, establece y afirma el fatalismo o necesidad absoluta en el proceso de las causas y efectos {129}, Epicuro, faltando, si se [374] quiere, a las exigencias de la lógica, establece y admite alguna contingencia causal, fundándola en cierta declinación de los átomos (Epicurus declinatione atomi, vitari fati necessitatem putat), por medio de la cual se apartan más o menos de la línea recta y fija que debieran seguir, habida razón del peso o fuerza mecánica interna {130}. Vese, por lo dicho, que la concepción cosmológica de Epicuro, sin dejar de ser mecánica en el fondo, como la de Demócrito, entraña como cierta desviación dinánica, la cual constituye su originalidad, y, si se quiere, su ventaja o progreso sobre la concepción de Demócrito, por más que, según observa con justicia Cicerón, el movimiento declinatorio de los átomos no es más que una hipótesis gratuita, una ficción inventada por Epicuro para librarse del fatum universal del Estoicismo y de la necesidad absoluta y fatalista de su maestro Demócrito: Qui aliter obsistere fato fatetur se non potuisse, nisi ad has commentitias declinationes confugisset.
{129} «Democritus, escribe Cicerón, auctor atomorum accipere maluit, necessitate omnia fieri, quam a corporibus individuis naturales motus avellere.» De Fato, cap. X.
{130} El ya citado Cicerón escribe sobre esto: «Epicurus, cum videret, si atomi ferrentur in locum inferiorem suopte pondere, nihil fore in nostra potestate, quod esset earum motus certus et necessarius, invenit quomodo necessitatem effugeret. Ait atomum, cum pondere et gravitate directe deorsus feratur, declinare paullulum.» De natura Deor., lib. I, cap. XXV.