Zeferino González / Historia de la Filosofía / 117. Porfirio (original) (raw)
§ 117
Porfirio
Aunque, según queda indicado, la escuela de Plotino en Roma estuvo muy concurrida, y hasta fue [506] honrada por el emperador Galieno y su esposa Salonina, apenas ha llegado hasta nosotros el nombre de Amelio y de algún otro, y es muy posible que aquella escuela y la memoria de su fundador hubieran quedado en la obscuridad, sin la existencia de Porfirio, el más notable de sus discípulos.
Nació éste en Batanea de Siria, según la opinión más generalizada, y, según otros, en Tiro, por los años 232 ó 33 de la era cristiana. Longino, que fue su primer maestro, le dio el nombre de Porfirio, pues su nombre primitivo era Malco. Hacia los treinta años de su edad pasó a Roma, en donde se hizo discípulo de Plotino, llegando a se su amigo y confidente. Después de la muerte de su maestro, cuya vida escribió y cuyos escritos coleccionó en las Enneadas, parede que vivió la mayor parte del tiempo en Sicilia, donde falleció a principios del siglo IV.
Entre los escritos filosóficos de Porfirio, cuéntanse sus Comentarios sobre el Timeo de Platón y su Introducción a las categorías de Aristóteles, donde plantea y discute la gran cuestión de los universales, que tanto ocupó, andando el tiempo, a filósofos y teólogos; un tratado sobre la abstinencia de la carne de animales, y una carta a Anebón, sacerdote egipcio, en la que trata especialmente de las almas, de la demonología y la teurgia. Sabido es también que Porfirio escribió contra los cristianos, especialmente contra la divinidad de Jesucristo, una obra en quince libros, que no ha llegado hasta nosotros, como tampoco han llegado en su mayor parte las refutaciones que de esta obra hicieron San Metodio y Eusebio de Cesárea, con otros Padres y escritores cristianos. [507]
El mérito de Porfirio, como filósofo, consiste principalmente en haber interpretado y aclarado el pensamiento, con frecuencia obscuro y ambiguo, de su maestro, contribuyendo por este camino a difundir y hacer popular entre los hombres de letras la Filosofía de Plotino.
El asiento y el origen del mal, según Porfirio, no reside en el cuerpo o la materia, sino en las fuerzas y apetitos inferiores del alma, en la adhesion de la misma a las cosas sensibles con las cuales se encuentra unida (copulati vero sumus naturae sensibili) y como ligada, no obstante que nuestra alma, considerada en sí misma y en su estado anterior a la union con el cuerpo, es una esencia intelectual, pura y exenta de sentidos: Eramus enim et adhuc sumus intellectuales essentiae, purae ab omni sensu naturaque irrationali viventes.
La felicidad suprema, última y verdadera del hombre, o, si se quiere, del alma, no consiste en la acumulación de conocimientos y posesión de muchas ciencias, sino en la contemplación intuitiva y superior del Ser absoluto, uno y verdadero, por medio del cual y en el cual se establece unidad o identificación unitiva entre el alma que contempla y el término de la contemplación {176}, entre el sujeto inteligente y el objeto inteligible. [508]
El camino y los medios para preparar y conseguir esta unión con el Inteligible uno, supremo e infinito, es la mortificación, el olvido y como la muerte de los apetitos materiales y afecciones de los sentidos (per extenuationem quamdam, et, ut dixerit aliquis, per oblivionem, mortemque affectuum), la abstracción perfecta y pura del cuerpo con todas las cosas materiales y sensibles; porque así, y sólo así, podemos llegar a la unión íntima con Dios, Ser purísimo, simplicísimo y separado de toda materia: Non aliter, inquam, Deo copulari possumus, quam per purissimam abstinentiam.
A medida que el hombre asciende en este camino de virtuosa mortificación; a medida que se perfecciona por medio de esas purificaciones intelectuales y morales, puede llegar y llega a tal estado de perfección, aun en la vida presente, que se transforma en cierto modo en un ser casi divino y superior hasta a los malos genios o demonios, entra en comunicación con los genios buenos o dioses inferiores, conoce las cosas ocultas y futuras, y, a fuer de verdadero filósofo y sacerdote de Dios, siente, conoce y posee a Dios ya desde la vida presente {177}, sin perjuicio de la unión identificativa con el Unum después de la separación de la muerte. [509]
En conformidad y relación con esta doctrina, Porfirio admite en principio, y bajo ciertas reservas, la teurgia; aboga por casi todas las supersticiones del culto politeísta; reconoce el comercio de los hombres, no sólo con los genios o dioses inferiores, sino con las almas de los difuntos, añadiendo que éstas pueden ser evocadas, que permanecen en ocasiones cerca de los cuerpos y de los sepulcros, que pueden aparecer y manifestarse bajo diferentes formas, y, finalmente, que las almas y los demonios obran en las operaciones de los encantadores, en los sortilegios, vaticinios (quibus sane malefici saepius abutundur ad ministerium suum afficiendum) y demás maneras de comunicación con los espíritus, operaciones y maneras de comunicación representadas en lo antiguo por los oráculos, las brujerías y las posesiones demoníacas, y en nuestros días por las prácticas y supersticiones espiritistas.
Cuando sale de la atmósfera teúrgica y espiritista, Porfirio ofrece de vez en cuando pensamientos elevados y dignos, como cuando dice que un alma pura y libre de pasiones es el mejor sacrificio que el hombre puede ofrecer a Dios: Apud Deos optima est oblatio, pura mens et perturbationum vacuus animus.
{176} «Beata nobis contemplatio, non est verborum accumulatio disciplinarumque multitudo, quemadmodum aliquis forte putaverit... Profecto contemplationis finis est Ens ipsum, verumque assequi, adeo, scilicet, ut ejusmodi assecutio contemplatorem, pro naturae suae viribus, cum eo quod contemplatur conflet in unum ; non enim in aliud, sed in ipsum, vere seipsum fit recursus.» De abstinentia animal., cap. II.
{177} Para que no se crea que exageramos, extractaremos uno de los pasajes en que Porfirio expone sus ideas sobre la materia: «Jure igitur philosophus deique sacerdos, omnibus dominatis, animalibus omnibus abstinet. Solus, videlicet, soli Deo per seipsum studens appropinquare... quo quidem commercio, ipse deinde et naturas rerum intelligit et divinat, Deumque habet in semetipso, unde aeternae vitae fiduciam pignusque possidet… Si qua necessitas instat, non desunt huic divinitatis familiari passim boni daemones occurrentes ei, et per somnia, signa, voces, futura praenuntiantes, unde discatur quid sit necessarium devitare.» Epist. ad Aneb., cap. IV.