Zeferino González, Transición de la filosofía patrística a la escolástica (original) (raw)
En nuestra opinión, San Agustín cierra el ciclo de la Filosofía patrística. Los Padres que escribieron después de él, tanto en la Iglesia griega como en la latina, [92] apenas se ocuparon en Filosofía. Por otra parte, el grande Obispo de Hipona, al cerrar sus ojos para pasar a mejor vida, pudo vislumbrar el sombrío porvenir de la ciencia filosófica, amenazada a la vez por la ruina del imperio de Occidente, próximo a sucumbir, y por las escisiones teológicas que fermentaban en el imperio de Oriente, junto con su decadencia moral y política. La Filosofía, pues, hubiera perecido, si la Providencia divina no hubiera velado sobre sus destinos, al menos con respecto al Occidente, preparando y distribuyendo por etapas ciertos hombres encargados de conservar y transmitir las tradiciones filosóficas de la antigüedad pagana y de la época patrística. Capela y Claudiano, Boecio y Casiodoro, Isidoro de Sevilla, Beda y Alcuino, son como otras tantas piedras miliarias colocadas por Dios en las diferentes naciones de Europa, para señalarles el derrotero que debían seguir, si querían entrar de nuevo en los caminos de la luz, de la vida y de la ciencia. Son los grandes anillos de la cadena que une la Filosofía patrística con la Filosofía escolástica, y representan la época de transición entre estas dos grandes manifestaciones de la Filosofía cristiana. Hasta parece que el Dios de las ciencias, diríase que el Verbo de Dios, principio, medio y término de la historia, cuidó de colocarlos a conveniente distancia para que no se rompiera la cadena de la tradición filosófica, a pesar del gran espacio de tiempo que abraza esta época de transición. Marciano Capela y Mamerto Claudiano suceden a San Agustín, y pueden considerarse como el complemento de su siglo. Cuando el último descendió al sepulcro, llevaba ya algunos años de vida Boecio, cuyos trabajos, junto con los de [93] Casiodoro, su contemporáneo y sucesor, conservan la tradición filosófica durante el siglo VI. Finalmente, San Isidoro de Sevilla, el venerable Beda y Alcuino son como los depositarios de esa tradición durante los siglos VII y VIII.