Zeferino González, Segundo periodo de la Filosofía escolástica (original) (raw)
Aunque lento y trabajoso, el movimiento de la Filosofía escolástica durante los siglos IX y X no fue nulo ni del todo estéril, según acabamos de ver. Durante gran parte del siglo XI, este movimiento siguió su marcha en condiciones análogas, y a través de las múltiples y graves dificultades que ofrecían los tiempos, no faltaron algunos hombres superiores que conservaron y afirmaron aquel movimiento. Los [134] principales de estos fueron Fulberto, obispo de Chartres y discípulo de Gerberto; San Pedro Damiano, el cual escribe que la ciencia profana debe subordinarse a la divina velut ancilla dominae... ne si praecedat, oberret, y especialmente Lanfranco de Pavía, el cual, además de refutar con las armas de la dialéctica los errores de Berengario acerca de la Eucaristía, escribió –al menos según la opinión más probable– el Elucidarium sive Dialogus summam totius theologiae complectens, primer ensayo de una teología informada por la dialéctica de Aristóteles.
Pero llegó un momento en que las semillas depositadas lentamente en el espíritu humano durante los siglos anteriores por los humildes y laboriosos obreros de la Filosofía escolástica cristiana, germinaron con vigor y fuerza, favorecidas en su poderosa germinación por las circunstancias de la época. Las luchas entre el Pontificado y el Imperio, el renacimiento del estudio del derecho romano, la agitación precursora de las Cruzadas, determinaron choques y sacudidas que, cual descargas eléctricas, conmovieron, agitaron y fecundizaron las inteligencias, que se lanzaron atrevidas a las especulaciones más abstrusas de la metafísica, y que, ávidas de saber, durante este segundo período de la Filosofía escolástica, se agrupaban por millares en torno de las cátedras de Roscelin y San Anselmo, de Guillermo de Champeaux y de Abelardo, de Hugo y Ricardo de San Víctor. Estos nombres bastan por sí solos para probar que este período representa un desarrollo notable de la Filosofía escolástica, su marcha ascendente.
Los caracteres más propios de este período son la [135] importancia que adquiere el problema de los universales, y la diversidad de direcciones y teorías filosóficas, diversidad que no se refiere sólo a la controversia indicada, sino a otras cuestiones de índole muy diferente. Así veremos a Abelardo enseñando el optimismo, y a San Anselmo siguiendo una dirección ontológica, y a Hugo y Ricardo de San Víctor dando cierta preferencia relativa al elemento platónico sobre el aristotélico, a Amaury de Bene y David de Dinant proclamando el panteísmo, sin contar las tendencias críticas de Juan de Salisbury y el panteísmo psicológico de Averroes, cuya influencia se dejó sentir por largo tiempo y en mayor o menor escala en las escuelas cristianas.