Zeferino González, Escuela práctica (original) (raw)

La preferencia que durante este período se daba generalmente a Aristóteles, no impidió que algunos manifestaran sus aficiones y preferencias hacia Platón y sus doctrinas, por más que sus escritos fueran menos conocidos que los de su discípulo. Durante la primera mitad del siglo XII aparecen algunos representantes más o menos caracterizados de la tendencia platónica, no ya sólo en la debatida cuestión de los universales, sino que también acerca de otros problemas filosóficos. Entre ellos merecen especial mención:

A) Bernardo de Chartres, que nació en el último tercio del siglo XI, y puede considerarse como el representante más genuino del platonismo en aquella época. Con razón le apellidó perfectissimus inter platonicos su contemporáneo Salisbury; porque, en efecto, Bernardo de Chartres, o hace suyas, o apunta y reproduce con marcada complacencia muchas ideas y afirmaciones de Platón, no muy conformes algunas de ellas con la doctrina ortodoxa. Unas veces parece indicar que el alma humana y la inteligencia, a la primera de las cuales llama endelychia y a la segunda noys, alterando y [157] desfigurando sus nombres griegos, son emanaciones de la substancia divina identificadas con ésta: idem natura cum Deo. Otras veces afirma que la inteligencia vivifica el mundo a la manera del alma universal de Platón: Ecce mundus cui Noys vita, cui ideae forma, cui materies elementa.

En su Megacosmus, no solamente reproduce la concepción platónica acerca del mundo inteligible como causa del mundo sensible, sino que explica la formación del segundo o de la substancia material por medio de la sigilación o participación de las ideas: idearum signaculis circunscripta. Todavía es más grave y no menos explícita la indicación que hace acerca de la precedencia, o, mejor dicho, preexistencia y eternidad del mundo por parte de la materia, y acerca también del alma universal, a la que llama natura elementans, como principio eficiente inmediato del mundo: Quisnam ergo mundo et aeternitati ejus audeat derogare?... Proecedit yle (materia), natura sequitur elementans, elementanti naturae elementa.

Se ve por estos pasajes y otros análogos que se encuentran en su Megacosmus y en su Microcosmus, que uno y otro libro se hallan inspirados por el pensamiento platónico. Aunque en las obras y noticias que de éste y de los siguientes platónicos han llegado hasta nosotros, no se encuentren afirmaciones precisas acerca de la cuestión de los universales, bien puede suponerse que la resolvieron en sentido del realismo absoluto, atendida la importancia capital que conceden a las Ideas de Platón.

Y esta suposición es tanto más fundada, cuanto que su contemporáneo Salisbury nos habla de un tal [158] Gautero de Mauritania, defensor de las Ideas platónicas, en las cuales hacía consistir los géneros y especies, emulando a Platón e imitando a Bernardo de Chartres: ille idaeas ponit, Platonem aemulatus et imitans Bernardum Carnotensem, et nihil praeter eas, genus dicit esse vel speciem.

Esto no obstante, debe tenerse presente que, si hemos de dar crédito al testimonio autorizado del citado Salisbury, Bernardo de Chartres y sus discípulos trabajaron con ahínco por conciliar la doctrina de Platón y la de Aristóteles,{1} en orden a la cuestión de las ideas, y al problema de los universales relacionados con aquellas.

B) Gilberto de la Porree (Gilbertus Porretanus) o de la Poirée, como escriben otros, discípulo de Bernardo de Chartres y obispo de Poitiers, enseñó Filosofía y Teología con gloria y aplauso de sus contemporáneos; pero incurrió en algunos errores teológicos acerca de la Trinidad y la Encarnación. Discutidos estos y condenados en un Concilio de Reims, su autor se sometió al juicio de la Iglesia con sinceridad cristiana.

En su calidad de discípulo de Bernardo de Chartres, Gilberto adoptó la solución platónica o del realismo absoluto en el problema de los universales, y este fue el origen probable de sus errores dogmáticos. Porque, en efecto, la teoría platónica lleva consigo la [159] existencia o realidad objetiva de las esencias con separación de los individuos, y supone que éstos no son más que impresiones o sigilaciones de la esencia universal, que subsiste por sí misma y en sí misma. Aplicando o transportando esta solución a Dios, el obispo de Poitiers pudo decir con sentido lógico, y dijo efectivamente, que las personas (individuos) divinas son como participaciones o impresiones de la esencia divina, pero no identificadas con ella; deduciendo además de aquí que la naturaleza divina no se había encarnado al encarnarse el Verbo, y que la Divinidad y Dios no son una misma cosa.

Si hemos de dar crédito a San Bernardo, impugnador principal de sus errores dogmáticos, Gilberto negaba, no sólo la identidad real entre la Divinidad y Dios, sino entre los atributos y la esencia: Recedant a nobis... qui magnitudinem qua magnus est Deus, et item bonitatem quabonus... postremo divinitatem qua Deus est, Deum non esse impiissime disputant.

Preciso es confesar, sin embargo, que las indicaciones que poseemos acerca del verdadero sentido de su doctrina son bastante incompletas y demasiado vagas e insuficientes para que podamos formar juicio cabal y seguro en orden a su teoría teológica y en orden al origen de sus errores dogmáticos. Y esta observación es tanto más digna de tenerse en cuenta, si se trata de emitir juicio acerca del origen de sus errores teológicos, cuanto que el autor del Metalogicus, testigo muy competente en la materia, parece afirmar que la teoría de Gilberto sobre los universales no era idéntica a la de Platón, toda vez que el obispo de Poitiers colocaba la universalidad, no en las ideas eternas o en [160] las formas arquetipas de Platón, sino en ciertas formas nativas (forma nativa), las cuales se comparan a las primeras como la imagen al original, como ejemplo al ejemplar o arquetipo (universalitatem formis nativis attribuit... Est autem forma nativa, originalis exemplum et quae non in mente Dei consista sed rebus creatis inheret, habens se ad Ideam, ut exemplum ad exemplar), de manera que las formas que constituyen los universales vienen a ser como un medio entre la idea platónica y la forma o naturaleza singular.

Entre sus escritos, se cuenta un tratado que lleva por título De sex principiis, en el cual expone y discute las seis últimas categorías de Aristóteles, que son: actio, passio, quando, ubi, situs, habitus. Da a estas seis categorías la denominación de formae assistentes con respecto a la substancia que les sirve de sujeto, para diferenciarlas de la cantidad, la relación y la cualidad, a las que denomina y considera como formae inhaerentes.

C) Adelardo de Bath, según la opinión autorizada de Jourdain, vivía en el primer tercio del siglo XII, y es contado también entre los partidarios del platonismo. La única obra que se le atribuye, y que lleva por epígrafe De eodem et diverso, revela efectivamente aficiones e ideas platónicas; pero sus ideas y tendencias en este sentido son menos explícitas que las de Bernardo de Chartres y las de Gilberto de la Porrée.

Dícese que este filósofo, a ejemplo de los antiguos, visitó diferentes países y frecuentó las escuelas griegas y árabes, llevado del amor a la ciencia. Se añade con bastante fundamento que tradujo del árabe al latín algunos tratados de astronomía y matemáticas, y [161] entre ellos el de Euclides. Bath se queja de que sus contemporáneos tenían demasiado apego a lo antiguo, y manifestaban cierta aversión a lo nuevo: Habet haec generatio ingenitum vitium, ut nihil quod a modernis reperiatur putent esse recipiendum.

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{1} He aqui este curioso pasaje de Juan de Salisbury acerca de este asunto: «Egerunt operosius Bernardus Carnotensis et ejus sectatores, ut componerent inter Aristotolem et Platonem; sed eos tarde venisse arbitror, et laborasse in vanum ut recoaciliarent mortuos, qui, quamdio in vita licuit, dissenserunt.» Metalog., lib. II, cap. XVII.