Zeferino González, Suárez (original) (raw)
Once años después de Vázquez descendía al sepulcro en Lisboa el célebre jesuita granadino Francisco Suárez, después de haber enseñado Filosofía y Teología en Alcalá, Salamanca, Roma, y posteriormente en la universidad de Coímbra, a la cual fue enviado por Felipe II en calidad de profesor primario de teología. La colección de sus obras, que consta de muchos volúmenes en folio, prueba que Suárez fue uno de los escritores más fecundos, pero a la vez más sólidos y universales de su época. Claro es que en tantos volúmenes se encuentran algunas cuestiones de escasa utilidad, o cuya importancia práctica y científica no [145] corresponden al tiempo y páginas que el autor las dedica; pero esto no impide que sus escritos se distingan generalmente por la claridad de la exposición y por la solidez de la doctrina. De aquí es que ha merecido siempre los mayores elogios, aun por parte de los heterodoxos, y Grocio reconoce en él uno de los teólogos más insignes y un filósofo profundo.
Así es, en efecto; y concretándonos al terreno de la Filosofía, no cabe poner en duda la solidez y extensión de sus conocimientos filosóficos, que aparecen y brillan en todas sus obras, y con especialidad en sus Disputationes Metaphysicae, y en sus cinco libros De Anima. La Filosofía de Suárez coincide con la escolástica, o, mejor dicho, es la Filosofía de Santo Tomás, a quien cita y sigue en cada página de sus obras filosóficas. Si se exceptúan las cuestiones relativas a la distinción real entre la esencia y la existencia, al conocimiento intelectual de los singulares y al modo de explicar el concurso divino en la acción de las criaturas, apenas se encuentran problemas de alguna importancia en que se aparte de la doctrina de Santo Tomás.
El dictado o denominación de Suarismo, si se refiere a su Filosofía, carece de fundamento, y los que le emplean sólo podrían justificarlo de alguna manera llamando suarismo, no a la Filosofía de Suárez considerada en sí misma, sino con relación a ciertas opiniones contrarias a las de Tomás, que algunos jesuitas posteriores a Suárez fueron añadiendo y acumulando sucesivamente. Así, por ejemplo, algunos de éstos niegan la necesidad y existencia del entendimiento agente, necesidad y existencia que Suárez reconoce y afirma con el Doctor Angélico, así como niegan la distinción [146] real entre el alma y sus potencias, a pesar de que Suárez dice que probabilius est potentias animae distingui realiter ab illa.
La denominación, pues, de Suarismo, como sistema filosófico diferente del tomismo, carece absolutamente de fundamento, si con tal nombre se designa la concepción filosófica personal de Suárez, porque los tres o cuatro puntos en que se separa de Santo Tomás, y que son de importancia secundaria bajo el punto de vista puramente filosófico, no justifican semejante denominación.
Los escritos filosóficos de Suárez se distinguen –aparte de otras cualidades que los recomiendan– por la erudición y por la amplitud de la discusión. El filósofo granadino, que poseía nociones bastante generales y exactas sobre las antiguas escuelas de Grecia, sobre los comentadores griegos y árabes de Aristóteles, y sobre los Padres de la Iglesia y los escolásticos antiguos, rara vez presenta y afirma su tesis sin mencionar y discutir las opiniones de sus antecesores.
Suárez es acaso, después de Santo Tomás, el filósofo más escolástico de los escolásticos, el representante más genuino de la Filosofía escolástica, como evolución intelectual concreta del espíritu humano. Su concepción filosófica es la más completa, la más universal y sólida, si se exceptúa la de Santo Tomás, que le sirve de punto de partida, de base y de norma, según se echa de ver recorriendo sus numerosas obras, y principalmente sus Disputationes metaphysicae, sus cinco libros De Anima y su tratado De legibus. En metafísica, como en teodicea, en moral como en psicología, Suárez marcha generalmente en pos del Doctor [147] Angélico, cuyas ideas expone, comenta y desenvuelve con lucidez notable.
A ejemplo de su maestro, el jesuita granadino parece presentir, en ocasiones, y combate de antemano los errores y teorías que, andando el tiempo, debían aparecer en el campo de la Filosofía. ¿Se trata, por ejemplo, del conocimiento de los actos internos y de las diversas manifestaciones de la conciencia, según que puede ser refleja o directa? Suárez, después de afirmar la existencia y el valor del testimonio del sentido íntimo, distingue, aunque empleando la terminología escolástica, {1} entre la conciencia refleja y la conciencia directa. Santo Tomás había enseñado ya esta misma doctrina, según hemos visto, y, mucho antes que naciera Descartes, había afirmado en términos los más explícitos y enérgicos la imposibilidad de dudar acerca de la existencia del yo, dada la percepción necesaria e inmediata del acto de pensar: Nullus potest cogitare se non esse cum assensu; in hoc enim quod cogitat, percipit se esse.
¿Se trata de la visión inmediata o percepción intuitiva de Dios, que intentaron introducir en la Filosofía cristiana Malebranche, Gioberti y otros ontologistas? Suárez rechaza y combate de antemano las pretensiones del ontologismo, porque siendo, como es, infinita la distancia o desigualdad que media entre [148] cualquier entendimiento creado y la inteligencia divina (infinita inaequalitate seu disproportione distare magis quemlibet intellectum creatum ab increato lumine divino), Dios no puede ser visto o percibido inmediatamente por ningún entendimiento creado, cuando éste obra sólo con su virtud natural y propia: ¿Quid mirum est, quod sit Deus invisibilis omni intellectui creato, propria et naturali virtute operanti?
No contento con esto, Suárez, para cerrar la puerta a las cavilaciones y respuestas del ontologismo en sus diferentes matices, niega rotundamente la posibilidad de una visión inmediata natural de la esencia divina; pues una visión semejante o intuitiva, de cualquier modo que se la quiera considerar, será siempre sobrenatural (quia illa visio, utcumque consideretur, est supernaturalis) o superior a las fuerzas y poder de la naturaleza. Aquí, como casi siempre, Suárez no hace otra cosa más que reproducir, afirmar y desenvolver la doctrina de Santo Tomás, {2} acomodándola al [149] lenguaje de su tiempo y a los errores que pudieran sobrevenir, como en efecto sobrevinieron.
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{1} «Actus cognoscendi dupliciter potest cognosci, uno modo proprie tanquam objectum alterius actus, cognoscendo, videlicet, ipsam cognitionem (conciencia refleja de los modernos); alio modo minus proprie dici potest cognosci actus quasi in actu exercito (conciencia directa), non per alium actum, sed per semetipsum.» De Anima, lib. III, cap. XI.
{2} Los pasajes de Suárez a que hemos aludido en el texto pueden considerarse como aplicaciones y comentarios de otros análogos del Doctor Angélico, y entre otros del siguiente: «Cum intellectus humanus, secundum statum praesentis vitae, non possit intelligere (immediate) substantias immateriales creatas, multo minus potest intelligere (immediate et intuitive) essentiam substantiae increatae. Unde simpliciter (absolute, omnino) dicendum est, quod Deus non est primum quod a nobis cognoscitur, sed magis per creaturas in Dei cognitionem pervenimus.» Sum. Theol., p. 1.ª, cuest. 87, art. 3.º
«Quidam dixerunt, añade en otra parte, quod primum quod a mente humana cognoscitur, etiam in hac vita, est ipse Deus, qui est veritas prima, et per hanc omnia alia cognoscuntur: sed hoc aperte est falsum, quia cognoscere Deum per essentiam est hominis beatitudo, unde sequeretur omnem hominem esse beatum.» Comment. super Boeth. de Trinit., lib. III.