Zeferino González, Jordano Bruno (original) (raw)
A mediados del siglo XVI nació en Nola Jordano Bruno, cuya memoria ha sido rehabilitada con empeño en los últimos siglos, a causa, sin duda, de sus afinidades doctrinales y filosóficas con el panteísmo germánico. Sábese que tomó el hábito en la Orden religiosa de Santo Domingo; pero se ignora el lugar, el año y hasta si llegó a profesar,{1} afirmando algunos que se retiró a Ginebra antes de la profesión. De todos modos, es cierto que, después de abrazar el calvinismo, viajó por Francia, Inglaterra, Alemania e Italia, enseñando en París y otras partes, cambiando de religión según los países, hasta que, detenido por la Inquisición de Venecia y trasladado después a Roma, fue sentenciado a las llamas y ejecutado en 1600. [196]
Algunos autores, y entre ellos Sesters, suponen con bastante fundamento que Bruno no se hizo calvinista ni luterano, como afirman generalmente sus biógrafos, sino que rechazaba o negaba toda religión positiva, y que lo que dio origen a la creencia de sus cambios de religión fueron los virulentos ataques y las injurias que dirigió constantemente contra la Iglesia Católica y contra el Papa.
A pesar de su vida inquieta y errante, Jordano Bruno escribió muchas obras filosóficas, sin contar algunas literarias y de controversia religiosa.{2} Las primeras, o sea las filosóficas, pueden dividirse en tres clases, que son: a) obras relativas a la Filosofía en general y contra la doctrina aristotélica, como son, entre otras, Figuratio aristotelici physici auditus.– Articuli centum et sexaginta adversus mathematicos et philosophos.– Acrotismus seu rationes articulorum physicorum adversus peripateticos; b) obras relativas a la doctrina de Raymundo Lulio, a la cual fue muy aficionado Bruno, comentándola y aplicándola en varios y curiosos libros, entre los cuales sólo citaremos los siguientes: De compendiosa Architectura et complemento Artis Lullii.– Explicatio triginta sigillorum ad omnium scientiarum et artium inventionem, [197] dispositionem et memoriam.– De Lampade combinatoria lulliana ad infinitas propositiones et media invenienda.– De progressu et Lampade venatoria logicorum; c) obras relativas al panteísmo o dedicadas directamente a exponer y afirmar su sistema panteísta, que es lo que constituye el fondo real y relativamente original de su doctrina. Las obras principales de este género, son: De la Causa, Principio ed Uno.– Del Infinito, Universo e Mondi.– De Monade, Numero et Figura, etc.
Según acabamos de indicar, el fondo y como la substancia de la doctrina filosófica de Jordano Bruno, es el panteísmo, pero un panteísmo en que se presentan amalgamadas ideas neoplatónicas, principios y elementos pitagóricos, direcciones lulianas, al lado de algunas ideas originales en el terreno del panteísmo, ideas que han sido adoptadas y reproducidas en tiempos posteriores por más de un representante de aquel sistema.
La vida errante de Bruno es una imagen de su genio, profundo y perspicaz por un lado, extravagante y desordenado por otro.
Para Jordano Bruno, como para los pitagóricos, Dios es la mónada primitiva, el ser absoluto, del cual emanan todas las cosas y que constituye la esencia de todas ellas. Esta mónada primitiva, al desenvolverse, produce y engendra todos los seres que aparecen en el Universo, de manera que su substancia está en todas las substancias singulares o fenomenales, y a todas las informa, vivifica y anima.
El universo puede concebirse, por lo tanto, como un animal inmenso, cuyas partes todas, desde las más nobles y grandes hasta las más pequeñas, se hallan [198] vivificadas y animadas por la substancia o mónada divina, que es como el alma universal del mundo. En este concepto y por esta razón, el Universo, como expansión de la mónada primitiva y manifestación del Ser absoluto o substancia eterna inmanente en el mismo, es eterno, infinito y el ser uno (el Unum neoplatónico) o único. De aquí infiere que la substancia o materia de los cuerpos es inmortal, una, infinita y viviente, como lo es el Universo de que forma parte, y al cual apellida por esta razón animal sanctum, sacrum, et venerabile. De manera que todas las cosas, sin excluir los cuerpos, contienen una parte de espíritu divino, o sea del alma universal, resultando de aquí que un cuerpo puede convertirse en planta o animal (darwinismo) si se halla en condiciones favorables, y que toda cosa de las que constituyen el mundo o la naturaleza puede salir o proceder de cualquiera otra. «Por pequeña que sea una cosa, escribe en uno de sus diálogos, contiene una parte de la potencia espiritual, la cual, por poco que el sujeto se encuentre dispuesto, se desenvuelve hasta llegar a ser una planta o un animal.– Luego todas las cosas tienen a lo menos vida.– Concedo de buen grado que todas las cosas en sí mismas tienen alma, que tienen vida en cuanto a la substancia. Me presentáis una argumentación que hace verosímil la opinión de Anaxágoras de que toda cosa se halla en toda cosa, porque hallándose en todas las cosas el espíritu, o el alma, o la forma universal, se sigue que cualquiera cosa puede ser producida de cualquiera otra.– Yo afirmo que esta opinión, no sólo es verosímil, sino también verdadera, porque este espíritu existe en todas las cosas; las cuales, si no son [199] animales, son ciertamente animadas; si no son tales, según el acto sensible de animalidad y de vida, lo son, sin embargo, según cierto principio y primer acto de animalidad y de vida.»
La teoría del conocimiento humano y de la ciencia enseñada por Jordano Bruno, se halla en armonía con sus ideas panteístas, y entraña una especie de reminiscencia de la teoría de Platón y de los neoplatónicos de Alejandría, a la vez que una preformación de la teoría de Schelling. Partiendo del principio de que el mundo es una expansión, una manifestación necesaria, aunque imperfecta, de la esencia divina, Bruno enseña que adquirimos la ciencia por medio de tres facultades en relación con el triple objeto que constituye el fondo y como el ser substancial de la ciencia humana, es decir, la unidad absoluta, el Universo mundo y los individuos. En otros términos: este triple objeto, o, digamos mejor, este objeto único bajo tres formas, corresponde a las tres facultades de conocer, que son: a) los sentidos, b) la razón, c) el entendimiento, por medio de las cuales nos elevamos a la posesión de la verdadera ciencia. Por medio de los sentidos percibimos únicamente los individuos, seres imperfectos, fenómenos pasajeros (Platón, neoplatonismo) de la unidad primitiva y única, más bien que existencias verdaderas. La razón comienza a percibir y conocer la unidad absoluta, la substancia una, objeto primordial y esencial de la ciencia; pero de una manera incompleta e indirecta, es decir, en el Universo-mundo, en el cual se refleja esta esencia una. Por último: la inteligencia, traspasando los límites de los fenómenos, elevándose sobre la multiplicidad fenomenal y aparente [200] de los sentidos y de la razón, se coloca en el seno de la esencia suprema, y por medio de una intuición directa, puramente inteligible (Schelling) y trascendente, último esfuerzo de la facultad de conocer, llega al último término del saber, entra en posesión de la ciencia verdadera, que es el conocimiento de la unidad absoluta o de la esencia una, como causa de todas las existencias, como fundamento interno de todos los seres, como esencia, substancia verdadera y substancia real de todas las cosas.
Bruno, como todos los panteístas, rechaza la acción creadora ex nihilo y la libertad de la producción con respecto a los seres que constituyen el universo. Las especies, los individuos, las leyes cósmicas, la naturaleza y el espíritu, los sentidos y la inteligencia, no son más que evoluciones y fases diferentes de la Unidad o mónada primitiva. Así, por ejemplo, la naturaleza material es efecto y manifestación del movimiento ad extra de la mónada primitiva; la inteligencia o mundo del espíritu representa el movimiento ad intra, o sea el regreso y concentración de la mónada divina en el interior.
Bruno fue acaso el primer filósofo que abrazó y defendió, sin ambages ni atenuaciones de ningún género, la doctrina heliocéntrica, transformando en tesis la hipótesis copernicana, bien que amalgamando y desfigurando esta doctrina con ideas fantásticas y peregrinas, según su costumbre. Fue también el primero de la época moderna que afirmó la infinidad del mundo, aduciendo como prueba –aparte de otras– la representación del espacio infinito, idea que plagió después Descartes, como plagió otras varias del filósofo [201] italiano, según reconocen Leibnitz, Huet,{3} con otros varios autores. Finalmente, para Jordano Bruno, como para todos los panteísmos, la perfección y el objeto final de la Filosofía consiste en buscar y señalar la unidad de los contrarios, no la unidad causal y virtual de la Filosofía cristiana, sino la unidad substancial de la Filosofía panteísta. En este concepto, no menos que por su concepción sistemática del Dios-Universo, Bruno representa la dirección panteísta de la Filosofía moderna, y es el precursor histórico y lógico de los representantes de aquel sistema, y con especialidad de Spinoza, de Schelling y de Krause.
Pudiera sospecharse también que las ideas del filósofo napolitano ejercieron alguna influencia sobre Leibnitz, cuya monadología parece una reminiscencia, o, si se quiere, una aplicación y desarrollo de la doctrina de Bruno en orden a la constitución interna de los cuerpos, compuestos, según él, de elementos (Mínima) o mónadas, dotadas a la vez de propiedades psíquicas y materiales.
No creemos necesario escribir la crítica de la Filosofía de Jordano Bruno, porque su crítica se desprende y se halla como contenida y reflejada en las relaciones y afinidades que presenta, según hemos apuntado, ora con la doctrina de ciertos filósofos antiguos, ora con ciertas ideas y teorías enseñadas después por [202] Descartes, Leibnitz, Schelling y Krause, con otros partidarios del panteísmo, no menos que por Darwin y sus secuaces.
Como los racionalistas de todos los tiempos, Bruno rechaza la autoridad de la Iglesia y la revelación divina en el conocimiento de la verdad; como Descartes acaricia la duda metódica y los remolinos de la materia; como Leibnitz echa mano de las mónadas para explicar el mundo y Dios; como Spinoza defiende la consubstancialidad del mundo con Dios, a la vez que la natura naturans y la natura naturata; con el panteísmo materialista entona himnos a la fuerza y la materia; con el panteísmo idealista, lo infinito y el Unum son objeto de sus himnos entusiastas como constitutivos del Ser-Todo; como Copérnico, y antes de conocer la doctrina de Copérnico, proclama la teoría heliocéntrica; como Lulio proclama la universalidad de la materia y las ventajas de las fórmulas lógico-cabalísticas; y, finalmente, como pensador original, esparce en sus libros las semillas de casi todos los sistemas posteriores, sin excluir al Darwinismo, al evolucionismo y al positivismo contemporáneos.
En este sentido, son exactas las palabras de Lefèvre, cuando escribe: «Lo que constituye la originalidad de Jordano Bruno es, no solamente haber reproducido y combinado todas las hipótesis de los antiguos materialistas y panteístas, sino también haber bosquejado las teorías y haber empleado los términos mismos que van a jugar un papel tan importante, tan preponderante en la Filosofía moderna».
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{1} No falta, sin embargo, quien ponga en duda el hecho de haber vestido el hábito de Santo Domingo, como se ve por las siguientes palabras de Echard, hombre de no escasa crítica: Multa fabulantur de isto Jordano... Ut ut sit, milla hactenus documenta protulerunt, ex quibus constet Ordinis Praedicatorum vestem aliquando gestasse.
{2} Entre estas últimas, la más notable y la que le dio más nombradla entre los incrédulos de entonces y los enemigos de la iglesia, es la que lleva por epígrafe: Spaccio de la Bestia trionfante, proposito da Giove, effettuato dal consoglo, revelato da Mercurio, recitato da Sophia, udito da Saulino, registrato dal Nolano, diviso in tre dialogi subdivisi in tre parti. Este libro es un diálogo lucianesco, encaminado a rechazar y burlarse de todas las religiones positivas. Su título recuerda e imita los que solían poner a sus libros los amigos y fautores del Renacimiento.
{3} En su Censura philosophiae cartesianae, el obispo de Avranches señala varias ideas y teorías cartesianas contenidas en los escritos de Jordano Bruno, y sacadas de ellos por Descartes, según todas las apariencias, por más que éste no lo confesara. El antes citado Echard escribe también sobre esto: «Quidam addunt, ex ejus libris, Renatum Cartesium novam suam philosophiam hauxisse.»