cultura y problema nacional, El Catoblepas 21:6, 2003 (original) (raw)
El Catoblepas • número 21 • noviembre 2003 • página 6
José María Laso Prieto
Conferencia en el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana
«Juan Marinello», La Habana, 30 de enero de 2003
[El conferenciante comenzó su disertación exponiendo su satisfacción por el hecho de que tal Centro Cultural fuese también la Cátedra Antonio Gramsci de la Universidad de La Habana. Con la publicación, en 1973, de su libro Introducción al pensamiento de Gramsci, se le considera, por diversos especialistas en el tema, como el introductor en España del pensamiento de Gramsci.]
I. Introducción
José María Laso se extendió primero desarrollando el concepto marxista de Cultura, teniendo en cuenta la distinción entre superestructura y base de una formación económico-social. Como elemento relevante de dicha superestructura, la Cultura a su vez repercute profundamente en la política de un país determinado. Mundialmente es reconocida la relevancia de la cultura española en el conjunto de la cultura internacional. Sin embargo, por el hecho del carácter plurinacional de la nación española –reconocido por el propio texto de la vigente Constitución de 1978– se admite también generalmente, el carácter plurinacional de la cultura española en sus variantes catalana, gallega y vasca. Basándose, fundamentalmente, en sus antecedentes culturales e históricos, han surgido en España los nacionalismos catalán, vasco y gallego. De tal problemática se deduce la necesidad de aplicar, a las cuestiones que de ello se derivan, las concepciones marxistas sobre los problemas nacionales.
II. Relevancia del nacionalismo
Se ha dicho que el siglo XIX quedó caracterizado por el planteamiento y desarrollo de dos de los grandes problemas contemporáneos:
La denominada «cuestión social».
El problema de las nacionalidades, del cual se han derivado todos los nacionalismos posteriores.
El nacionalismo, en su faceta negativa, no sólo originó diversas contiendas bélicas, en el siglo XIX, sino también dos guerras mundiales. Sarajevo y Dantzig fueron los «casus belli» de ambas grandes contiendas bélicas pero, en realidad, fueron meros pretextos engendrados por nacionalismos imperialistas, derivados tanto del desarrollo económico desigual de los diversos Estados como del reajuste de la correlación mundial de fuerzas que ello ocasionó. En ese sentido, hay que tener en cuenta el hecho de que, en el Congreso de Berlín (1884-1885) finalizó el reparto territorial de África y, en buena parte, del mundial. Además el nacionalismo repercutió gravemente en la unidad del Movimiento Obrero y dio lugar a la bancarrota de la IIª Internacional. Más recientemente, los nacionalismos engendraron las desintegraciones de Yugoslavia y la URSS. Cabe atribuir también al nacionalismo nuevas contiendas bélicas en Armenia, Azerbaiján, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Tadyikidstán, Georgia, Abjasia , Ecuador-Perú, &c.
También han existido otro tipo de nacionalismos que, en su faceta positiva, permitieron crear los Movimientos de Liberación Nacional de los países colonizados y dependientes. Asimismo debe resaltarse la relevancia del nacionalismo patriótico cubano –de raíz martiana– frente al imperialismo yanqui.
Con la debida perspectiva histórica, se puede afirmar que los nacionalismos condujeron a Europa a algunos de sus peores desastres. Incluido el origen y desarrollo del fascismo. La conexión nacionalismo-fascismo es obvia, tanto en el caso del fascismo italiano como en el del nazismo alemán. También en el de otras variantes menores del fascismo. Cuando se ha cumplido ya el cincuentenario de la derrota del nazi-fascismo, resurge de nuevo en Europa el peligro del nacionalismo, y no sólo por los conflictos nacionalistas que han eclosionado en los países ex-socialistas sino también por el ascenso del pangermanismo. Lamentablemente, a pesar de la imagen tranquilizadora con la que se ha presentado la reunificación alemana, resurge el riesgo de que el nacionalismo teutón derive de nuevo hacia la agresividad nacionalista. Alemania está adquiriendo un potencial económico, político y militar que puede desequilibrar a Europa e impulsar de nuevo a Alemania hacia la conquista del Este, según el tradicional lema germánico del «Drach Nach Östen». Aunque es difícil que el expansionismo teutónico repita exactamente sus formas anteriores, sus riesgos empiezan ya a manifestarse en el intento de incluir en su órbita de dominación –aunque todavía de forma indirecta– a Eslovenia, Croacia y Eslovaquia. De una u otra forma, en la tradición de la Mittell Europa, también se trataría de incluir a Polonia, Hungría, Bohemia y Moravia, &c. en el ámbito d la influencia dominante del IV Reich en gestación. Para acrecentar el cuadro de la nueva Alemania reunificada, los brotes del racismo y el revanchismo se incrementan.
De nuevo, se reactualiza la tesis de Lenin sobre las consecuencias nacionalistas e imperialistas del desarrollo desigual de la economía de los Estados. Los EEUU, Alemania y Japón libran ya fuertes contiendas entre sí (y también con otros Estados) en los planos económico, comercial y tarifario. Ahora tampoco se descarta ya la posibilidad de que se produzcan fuertes choques entre Japón, EEUU y Alemania y, a medio plazo, quien pierde la supremacía económica pierde también la militar. Considerando los riesgos que el nuevo expansionismo nipón supone para los EEUU, han publicado, dos periodistas norteamericanos, un libro sobre una eventual futura guerra del Pacífico. Por lo pronto, la industria nipona del automóvil ya ha derrotado a su competidora estadounidense, obligando al cierre de 21 fábricas de la General Motors y al despido de más de cien mil trabajadores.
III. Lenin y las pequeñas naciones
Lenin distinguió entre el nacionalismo imperialista de las grandes potencias y el nacionalismo emancipador de las pequeñas naciones sometidas. En ese último caso, habría que apoyar su derecho a la autodeterminación, siempre que ello no entrase en contradicción con la lucha revolucionaria de sus respectivos proletariados. Lenin sostenía que, en el caso de las pequeñas naciones, como en el de la discriminación de la mujer, no bastaba con restablecer el equilibrio anterior. Durante mucho tiempo, para compensar una dominación y opresión secular, se debería aplicar el principio de la discriminación positiva.
IV. Limitación del principio de autodeterminación
Empero, el principio general marxista, del derecho de las naciones a la autodeterminación, no debe aplicarse en abstracto sino en concreto, siempre subordinado al objetivo prioritario de la emancipación social de los trabajadores. Esta distinción es necesaria, ya que es preciso diferenciar entre el nacionalismo pequeño-burgués –utilizado por las clases dominantes para subordinar a sus intereses a las capas medias de la población de las pequeñas naciones– el nacionalismo que se vincula a la clase obrera para combatir conjuntamente contra toda forma de opresión y explotación humana. La primera forma descrita de nacionalismo, debería ser rechazada y la segunda forma estimulada.
V. El marxismo y la cuestión nacional
Centrados, fundamentalmente, en resolver los problemas inherentes a la emancipación social de la clase obrera, Marx y Engels no elaboraron de forma sistemática una teoría del nacionalismo. No obstante, tal teoría se puede deducir, tanto de la metodología del materialismo histórico, como de las posiciones de los clásicos del marxismo sobre los problemas de Irlanda, Polonia, Hungría, Italia, Alemania, &c. Preocupados por la actitud de los trabajadores ingleses ante los obreros irlandeses, Marx y Engels elaboraron su posición ante la causa nacional irlandesa, sintetizándola en el lema: «No puede ser libre un pueblo que oprime a otro».
Analizando las consecuencias políticas de la revolución democrático-burguesa, que se manifestó en buena parte de Europa durante 1848, Marx y Engels escribieron: «Ante el proceso revolucionario desencadenado en Europa durante 1848, nos vemos obligados a precisar nuestras opiniones sobre el problema nacional.» Tales posiciones –según los especialistas marxistas en el tema del nacionalismo Haupt, Löwy y Weill– coinciden con las de la izquierda europea , para la que la Revolución burguesa, debido a su intento de promover la liberación y unificación de las naciones oprimidas, debía de apoyar su causa. En el proceso de desarrollo de las revoluciones democrático-burguesas, que eclosionó en 1848, la izquierda era entonces nacional, y ser nacional en Europa era ser de izquierdas, en la medida en que realizar la unidad nacional suponía romper el sistema político surgido del Congreso de Viena y de la Santa Alianza.
Para tales autores marxistas –Haupt, Löwy y Weill– el rechazo de la abstracción es lo que caracteriza la posición de Marx y Engels sobre el problema nacional. Así difieren de la concepción liberal del derecho a la autodeterminación. Según tales autores, Marx y Engels rechazaron la aplicación de tal derecho como principio absoluto, circunscribiendo su alcance y su puesto entre los objetivos del movimiento obrero. Según los casos, minimizan o acentúan el valor instrumental de un principio percibido siempre a través de la dinámica revolucionaria. Es antinómico del principio de las nacionalidades –que ignora por completo la gran cuestión del derecho a la existencia nacional de los pueblos o naciones de Europa– tal y como la formularon tanto Napoleón III como Bakunin–, pese a que toda nación es un hecho natural que debe disponer sin reservas del derecho natural a la independencia, de acuerdo con el principio de libertad absoluta.
VI. La concreción de Marx y Engels
Por el contrario, en los clásicos del marxismo, la concreción es muy precisa. El derecho a la autodeterminación ,
Está circunscrito únicamente a las nacionalidades históricas.
Tiene un valor subordinado a la lucha por la emancipación de los trabajadores.
En consecuencia, durante esta etapa del desarrollo de las concepciones de Marx y Engels, la denominada «cuestión nacional» es sólo un problema subalterno cuya solución se produciría, simultáneamente, por el desarrollo económico y las transformaciones sociales que de él se derivarían. Por ello, Haupt, Löwy y Weill describen los rasgos esenciales de esta fase del desarrollo de las concepciones de Marx y Engels sobre la cuestión nacional. Así:
La posición de Marx y Engels sobre el problema nacional no descansa sobre una certidumbre absoluta
Está circunscrita exclusivamente a las grandes naciones históricas.
Tiene un valor subordinado a la prioridad de la lucha por la emancipación de los trabajadores.
VII. Naciones históricas y naciones sin historia
Aunque en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels utilizaron la famosa frase «Los obreros no tienen patria» –como dura crítica de la marginación política y social en que habían sido sumidos los trabajadores– y de sus planteamientos internacionalistas, no por
ello dejaban de constatar que el proletariado se convierte en clase nacional al asumir su función emancipatoria. Por otra parte, el ámbito natural de la lucha de clases es el del Estado-nación.
Para Marx, la nación moderna es la constituida por una sociedad global amplia, que se basa en la integración de una amplia superficie territorial y de una población considerable; integración realizada mediante una fuerte industria, unas comunicaciones y unos transportes desarrollados, así como en la participación en un amplio mercado nacional común a todas sus regiones. La nación funciona y está dotada de una continuidad histórica como tal, a partir de la interdependencia de las distintas clases implicadas en el funcionamiento de un sistema económico determinado. Según esta concepción marxista, las tradiciones nacionales son unos fenómenos reales. Reflejan el desarrollo económico de la sociedad, las relaciones de clases en los diferentes periodos, y las características especiales, posiblemente únicas, de la historia de cada país. Según Maxime Rodinson –uno de los tratadistas más destacados de los temas nacionales– «Así se presentan las naciones modernas que interesaban a Marx y Engels, o sea, esencialmente, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, España, los EEUU y Rusia». A juicio de Rodinson, «Marx estableció una clara conexión entre estas concepciones y su teoría fundamental de las clases sociales, a través de la 'clase nacional' o de la 'clase dirigente'. En cada periodo de la historia de un pueblo, existe una clase que, al servir a sus intereses particulares sirve a los intereses generales de la nación. Así, en la estructura de la teoría marxista, esta concepción tiene la ventaja de conciliar el hecho evidente de que la nación está dotada de una cierta unidad y persigue unos determinados objetivos comunes», precisa Rodinson.
VIII. La nación como categoría histórica
Al considerar a las naciones como unas categorías históricas, como un marco de la acción, Marx y Engels hicieron entrar sistemáticamente el problema nacional en la evolución social general. Desde esa perspectiva, consideraban que el valor de las aspiraciones nacionales estaba en función de la situación de cada nación. Es cierto que, en general, eran hostiles a la opresión nacional, como a las restantes formas de opresión, partiendo de la idea de que el concepto de libertad no es divisible, y de que existe una interconexión entre todas las libertades y todas las opresiones. Sin embargo, más que en esta idea –que se aplicará al problema nacional a partir de 1860– con su célebre frase «No puede ser libre un pueblo que oprime a otro, Marx piensa al principio en virtud de una determinada concepción del desarrollo económico. El marco del progreso social es para Marx la gran unidad económica. Sólo así podrá completarse el progreso económico y sólo así también la unificación geográfica, vinculada a las condiciones económicas, podrá provocar una cierta debilitación, una desaparición progresiva de las diferenciaciones nacionales. Al razonar de ese modo, Marx se refiere a un proceso de evolución histórica que ha caracterizado a algunos países europeos entre 1789 y 1848. Partiendo de tales presupuestos, Marx considera interesante apoyar las reivindicaciones nacionales que vayan en el sentido de lograr grandes unidades económicas y políticas, al mismo tiempo que restaba toda relevancia histórica a las reivindicaciones de las pequeñas entidades nacionales, cuyos valores, esencialmente desintegradores, de las convenientes grandes unidades nacionales.
IX. La excepción de Polonia
En la misma perspectiva económico política, y porque se basa en el ejemplo de los países industrializados o en vías de industrialización, Marx se interesa por las aspiraciones de los países desarrollados donde existe un gran proletariado, o tiene posibilidades de crecer, rechazando, en general, las aspiraciones de las naciones de base campesina. Sin embargo, existe una excepción: la Polonia agraria, por la que muestra un gran interés. La razón es la de que Polonia se opone a Rusia, ya que Marx considera que el régimen zarista de Rusia constituye la gran reserva de la reacción europea. Por consiguiente, la lucha nacional de los polacos reviste un carácter revolucionario. Entonces Marx destacaba, además, el permanente interés que los revolucionarios europeos mostraban por la causa nacional polaca.
X. Marx y Engels sobre la nación
Maxime Rodinson en sus trabajos sobre marxismo y nacionalismo, (La cuestión nacional y El marxismo y la nación) sostiene que Marx no es nacionalista, a la manera del romanticismo alemán o la del Tercer Mundo actual. Para Marx, la nación no es un dato primordial, más o menos profundamente anclado en la naturaleza, predestinado, en todo caso, a formar un Estado independiente. Es una formación histórica contingente, que podría haber sido muy distinta de lo que es. En consecuencia, es perfectamente concebible, por ejemplo, que la nación francesa no incluyera a su región meridional actual, o dejara aparte al Franco-Condado, de la misma forma que no incluyera a la Bélgica valona o a la Suiza francesa.
Desde esta perspectiva marxista, no son los derechos de cada grupo nacional formar una nación independiente, un Estado independiente, los objetivos sociales más importantes, sino avanzar hacia un sociedad socialista. En este caso, en última instancia, todo debe quedar subordinado a tal objetivo socialista. En una carta a Berstein, escrita en 1882, a propósito de una rebelión nacionalista dálmata, precisaba Engels: «Tenemos que colaborar en la liberación del proletariado occidental y debemos subordinar a este objetivo todos los restantes y, por muy interesantes que sean los Estados balcánicos y demás, cada que vez su esfuerzo de liberación entre en conflicto con los intereses del proletariado, ¡que otros se ocupen de ellos! También los alsacianos están oprimidos... pero, si en vísperas de una posible revolución liberadora, provocan una guerra entre Francia y Alemania, excitan nuevamente el odio entre ambos pueblos, retrasan de ese modo la hora de la Revolución, yo diría ¡Alto! ¡Tened la misma paciencia que el proletariado europeo! En cuanto este se libere, vosotros seréis igualmente libres. ¡Hasta ese momento no toleraremos que estorbéis los progresos del proletariado en lucha!»
Para Rodinson, el texto de la carta de Engels transcrito, no es una manifestación de chovinismo europeo occidental. El proletariado europeo occidental ve sus intereses situados en un primer término, porque para Marx y Engels no hay la menor duda de que se identifican con el núcleo del proletariado mundial. Era también entonces la posición de Kant, que decía: «el derecho a la autodeterminación de los pueblos aparece subordinado a las exigencias de la evolución social general, cuya fuerza motriz principal es la lucha de clases del proletariado.»
XI. Realidades étnico-nacionales y asimilación progresiva
Según el estudio de Rodinson que citamos, Marx reconoce las realidades étnico-nacionales. Sin embargo, los intereses específicos de algunas de ellas deben sacrificarse al interés general de la lucha del proletariado que puede coincidir con el interés general de otras naciones. Así, en el curso de la crisis revolucionaria de 1848, Marx se manifestó en contra del movimiento de los checos y los croatas, porque ese movimiento, de los denominados eslavos del sur podía ser manipulado por la Rusia reaccionaria en contra del pueblo húngaro, y consideraba que la lucha de los húngaros por su independencia favorecía el futuro del movimiento revolucionario
XII. Nación y nacionalidades
Para la debida comprensión del tema que estamos abordando, conviene tener en cuenta el enfoque marxista de los conceptos de nación y nacionalidad. Así, el término nación recubre el concepto de Estado-nación, tal y como se forjó durante la Revolución Francesa, asimilando las fronteras estatales a las fronteras «naturales», lingüísticas, &c. Esta concepción coincide con la tesis del profesor Gustavo Bueno, en su obra España frente a Europa, de que el Estado precede a la nación política.
Sin que la distinción entre nación y nacionalidad quede claramente establecida, Marx y Engels designaron con este último término una formación política que precede a la nación y que puede darle nacimiento sin que, no obstante, haya de llegar en toda circunstancia a desarrollarse en nación y a constituirse en Estado independiente.
XIII. Naciones revolucionarias y naciones contrarrevolucionarias
Se observan algunas diferencias, en la utilización de los conceptos referentes a la cuestión nacional, entre Marx y Engels, sin que ello implique divergencias fundamentales en el contenido de sus posiciones. Marx utiliza , con mayor frecuencia, la dicotomía naciones revolucionarias, naciones contrarrevolucionarias. Por su parte, Engels usa preferentemente una terminología hegeliana; naciones históricas y naciones sin historia (geschitslose), término este último con el que se designa a los pueblos que en el pasado han sido incapaces de constituir Estados y que ya no tienen la fuerza nacional suficiente para conquistar la independencia nacional. Nacionalidades consideradas como contrarrevolucionarias, en tanto que formaciones nacionales agrarias. Por ser «naciones bárbaras», tienen que ser forzadas a la civilización, arrebatadas a su existencia de pueblos de agricultores y pastores, cuestión que implica su «desnacionalización», ya que se verán obligadas a seguir las huellas de la nación más fuerte, y, por consiguiente, a sucumbir en un proceso inevitable de asimilación.
La distinción entre las dos categorías de naciones –las históricas y las no históricas– se basa en una distinción entre naciones industriales modernas y naciones campesinas. Tiene como consecuencia la demarcación entre:
naciones viables, portadoras del desarrollo histórico, es decir «grandes naciones europeas», claramente definidas.
naciones no viables, o retrógradas, que incluye tanto a las naciones occidentales que se consideran extinguidas, como etnias y nacionalidades de Europa central y oriental, que, debido al desarrollo desigual de la historia, han permanecido en el estado feudal, sin capacidad de desarrollarse en naciones.
Naciones dominantes y naciones oprimidas
Según Georges Raupt, la terminología de Marx y Engels sobre la cuestión nacional, se hará marxista a partir de 1860, a partir de la nueva problemática abierta por Irlanda, Marx y Engels introdujeron la distinción entre naciones oprimidas y naciones dominantes.
A partir de la década del 60 –del siglo XIX– especialmente después de la insurrección polaca de 1863, conceden Marx y Engels en sus preocupaciones y actividades, una mayor atención y peso a los movimientos nacionales, en general, insistiendo a partir de entonces en el vínculo que existe entre todas las formas de opresión y la imposibilidad, para el proletariado de una nación opresora, de adquirir su libertad, si acepta que la libertad de otros pueblos sea pisoteada por su país. Hasta entonces, por ejemplo, Marx y Engels habían mantenido una posición negativa respecto a la cuestión nacional irlandesa. A partir de la década del 60, observarán que la independencia de Irlanda, que anteriormente parecía imposible, se ha hecho inevitable y, sobre todo, que, «para la liberación del proletariado inglés, hay que apoyar la palanca en Irlanda».
De ello se deduce que, en la cuestión nacional, Marx y Engels razonaron siempre en una perspectiva revolucionaria, ajustando constantemente sus ideas a los datos reales de la situación, negándose a encerrarse en actitudes rígidas y permanentes.
XIV. La relevancia estratégica de la cuestión irlandesa
En definitiva, existen dos etapas diferenciadas en las posiciones de Marx y Engels sobre la cuestión nacional, que culminan en considerar que la clave de la cuestión británica es la cuestión irlandesa y que la cuestión británica es la clave de la cuestión europea. Ello planteaba, en términos nuevos, la relación entre el movimiento nacional y el movimiento obrero. A partir de entonces, la lucha de las naciones oprimidas se aborda también como cuestión colonial y puede servir de detonador para la lucha de la clase obrera, del movimiento obrero, de la nación dominante. De ello dedujeron, para Irlanda e Inglaterra, una inversión de las prioridades de Marx y Engels. Ya no será la revolución social la que solventará el problema nacional, sino que la liberación de la nación oprimida, puede constituir un supuesto previo para la emancipación de la clase obrera. La nueva concepción supone unas relaciones políticas completamente distintas, basadas en una alianza estratégica entre el movimiento de liberación nacional y el movimiento obrero. Lucha de clases y lucha nacional, se convierten en complementarias y solidarias sin confundirse ni superponerse. Con ello, se amplía también la terminología marxista a través de la nueva problemática abierta por la cuestión irlandesa. Marx y Engels introdujeron la relevante distinción entre naciones oprimidas y naciones dominantes.
XV. El austro-marxismo
En el desarrollo de los procesos históricos contemporáneos siempre surge el denominado «problema nacional»:
Así no sucede cuando se trata de Estados homogéneamente nacionales.
Por el contrario, surge cuando se trata de Estados plurinacionales. Cuando una nación, o nacionalidad, están integradas coactivamente, bajo la jurisdicción de un Estado extranjero. Se desarrolla, sobre todo, cuando esa nación o nacionalidad adquiere conciencia de su identidad nacional y se moviliza para reivindicarla. Ahora bien, el hecho de que los Imperios Austro-Húngaro y Zarista fuesen considerados como verdaderas «Cárceles de Pueblos», hizo que los marxistas de tales Estados se viesen obligados a profundizar en la cuestión nacional. Se desarrollaron así las posiciones de los denominados «austro-marxistas», de Lenin, Rosa Luxemburgo, Kautsky, Pannekoek, &c.
Los austro-marxistas, Otto Bauer, Karl Renner (Springer) &c. profundizaron, sobre todo, en el tema del desarrollo histórico de las formas nacionales, y en el de la distinción entre «naciones históricas» y «naciones sin historia». En este último tema, se manifestaron claramente contra la posición de Engels. Una singularidad del austro-marxismo, fue que, por primera vez, en el pensamiento marxista, se plantearon el tema ¿qué es la nación? El marxismo, desde sus orígenes, había evaluado, positiva o negativamente, el papel que desempeña en la historia el sentimiento nacional. Le habían reservado un lugar, con más o menos reservas, en la evolución histórica, pero nunca se había definido la nación en cuanto tal. Otto Bauer fue el primer marxista que presentó una teoría coherente del hecho nacional. Para él, las naciones no constituyen un fenómeno transitorio, ligado a un periodo determinado de las clases en lucha, sino una categoría permanente de entidad nacional existente, muy anterior al capitalismo, que pervive a pesar de las transformaciones económicas y que sobrevivirá a la instauración del socialismo. En la obra «La cuestión nacional y la socialdemocracia», publicada en 1907, Otto Bauer definía a la nación como «una comunidad de carácter, producida por una comunidad de destino» o bien, como «La totalidad social que a través de una comunidad de destino articula, o integra, a los hombres de una comunidad de carácter. Es decir que, para Otto Bauer, la nación no es sólo una unidad socio-económica. Es comunidad de carácter, nacido de un destino común. Según Otto Bauer, la función del socialismo no consiste en abolir las naciones sino, por el contrario, en proporcionar su base teórica y, dentro de esta perspectiva, repite la famosa frase del Manifiesto Comunista: «Los obreros no tienen patria, no se les puede arrebatar lo que no poseen.» Según Otto Bauer, el efecto de una Revolución socialista sería restituir a cada trabajador lo que la burguesía les había quitado: su patria. A partir de tal premisa, todo futuro programa socialista debería tomar en consideración la cuestión nacional, a fin de preparar las condiciones para el logro de esta conquista obrera y de hacer que pueda realizarse en un clima de paz entre las naciones y no de antagonismos nacionales.
Como consecuencia de las tesis de Otto Bauer y R. Springer –muy similares ente sí– los austro-marxistas, de una forma más precisa elaboraron después del Congreso de Brno, que en 1899 preconizaba la reorganización de Austria-Hungría en una federación de nacionalidades, un programa de Autonomía cultural extraterritorial. O sea que este programa enriquecía el clásico sistema de autonomía territorial, con un nuevo principio: la autonomía cultural personal. En todo caso, se trataría de una autonomía muy limitada, ya que esta autonomía, en el marco de un Estado multinacional, se expresaría a través de la organización de las nacionalidades en corporaciones jurídicas públicas, con una serie de atribuciones culturales, administrativas y legales.
Ahora bien, las tesis de Renner (Springer) y Otto Bauer intentaban resolver un doble problema: por una parte, solucionar, cuanto antes, la cuestión nacional, para evitar al movimiento obrero la confusión entre las dos causas, pudiendo progresar, por tanto, la lucha de clases, y por otra parte, aprovechar las condiciones existentes en el Imperio Austro-Húngaro, para promover reformas. Para algunos historiadores, el pensamiento austro-marxista, teñido de espíritu reformista y destinado a transformar, no a destruir, el Imperio citado, ofrecía muchos puntos débiles, pero no por ello dejaba de constituir la primera tentativa seria de discusión de la cuestión nacional en un marco concreto. Ello explica su éxito entre los marxistas del Imperio Zarista, donde los socialdemócratas judíos del Bund, del Cáucaso, Ucrania, &c. se dejaron influir por las concepciones nacionales del austro-marxismo. Siempre divididos entre la adhesión al marxismo y la adhesión a la causa de la emancipación nacional, veían en la concepción austro-marxista una respuesta a las contradicciones en que se debatían y la posibilidad de reconciliar su voluntad internacionalista y las aspiraciones nacionales de sus pueblos de procedencia.
XVI. La posición de Lenin
Aunque ya nos hemos referido anteriormente a la distinción que hacia Lenin entre el nacionalismo de las pequeñas y grandes naciones, conviene también tener en cuenta algunas de sus otras aportaciones al debate sobre el marxismo y la cuestión nacional. Así Lenin crítico duramente las posiciones del Bund judío en el Partido Socialdemócrata Obrero Ruso (PSOR) al pretender apoyándose en las tesis austro-marxistas, que el Bund fuese considerado como una entidad nacional con derecho a la autonomía en el seno del PSOR. Es por lo que Lenin, consciente de la transcendencia teórica del debate sobre el problema nacional, decidió encargar a Stalin –al que en una carta calificaba de magnífico georgiano– de que se trasladase a Viena para estudiar sobre el terreno las tesis de los austro-marxistas para así mejor combatirlas. Producto de tal tarea, fue la elaboración por Stalin de su obra «El marxismo y la cuestión nacional.» En tal trabajo, Stalin realizó la crítica del austro-marxismo, considerando como idealista las tesis de Otto Bauer y Springer sobre la autonomía cultural nacional. En el mismo trabajo, Stalin define a la nación como «Una comunidad humana estable históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología , manifestada en la comunidad de cultura». Según Stalin, «Sólo la existencia de los rasgos distintivos citados, en conjunto, forma la nación.» Por otra parte, Stalin critica también a Otto Bauer en el siguiente punto: «Bauer evidentemente confunde la nación, que es una categoría histórica, con la tribu, que es una categoría étnica.»
Esta precisión coincide con las posiciones de los profesores Gustavo Bueno y Joseph Pérez que, consideran que las naciones contemporáneas, que surgen después de la Revolución Francesa, son naciones políticas y no naciones étnicas.
En el tema nacional, Lenin polemizó con Rosa Luxemburgo que rechazaba el derecho a la autodeterminación de las naciones por considerarlo contrario al internacionalismo marxista, Lenin consideraba que el derecho a la autodeterminación era una reivindicación democrático-burguesa que debía ser apoyado por los marxistas no de forma absoluta, o en abstracto, siempre que contribuyese positivamente a impulsar el proceso revolucionario proletario. De la misma opinión era Stalin, en su obra El marxismo y la cuestión nacional, pero posteriormente, en 1920, discrepó de Lenin respecto a la formación de la URSS ya que Stalin era mucho más reticente respecto al derecho de las repúblicas soviéticas a separarse de la Unión. Por otra parte, en la práctica, la actuación de Stalin. Orjonikidze y Djershinki en Transcaucasia, al coaccionar a los dirigentes nacionalistas de las repúblicas allí existentes para su ingreso en la joven República soviética, Lenin calificó a los tres de «chovinistas gran-rusos».
XVII. Evolución histórica del derecho a la autodeterminación
El principio del derecho a la autodeterminación de las naciones fue elaborado por los marxistas a lo largo del siglo XIX, para tratar de resolver los problemas que el tema nacional suscitaba en los países de Europa central y oriental o, más concretamente, en los Imperios Austrohúngaro y Zarista. Ello dio lugar a un prolongado debate donde, entre los propios marxistas, hubo diversas discrepancias respecto a su aplicación absoluta o relativa. En el siglo XX, después de la IIª Guerra Mundial, tuvo una gran utilidad respecto al proceso de descolonización de los países del Tercer Mundo que habían permanecido durante siglos –en algunos casos décadas– sometidos al colonialismo europeo. Para impulsar ese proceso, la Asamblea General de la O.N.U. llegó incluso a crear un organismo especial –el Comité de los 22– al que tenían que rendir cuenta anual los países colonizadores del proceso de descolonización de sus anteriores colonias. Ello permitió la independencia de muchas de las naciones colonizadas. Sin embargo, posteriormente, algunas de las grandes naciones - -especialmente Alemania y EEUU– se sirvieron del principio de autodeterminación para desmembrar Estados, como Yugoslavia, que eran obstáculos para sus objetivos expansionistas. Criticando tal utilización de un principio que inicialmente había sido progresivo, pero que después se había convertido en regresivo y antipopular, el sociólogo progresista norteamericano James Petras publicó en la prensa internacional el artículo «El derecho a la autodeterminación, una gran decepción» en el que criticaba su utilización actual para tratar de lograr la desmembración de algunos Estados menores.
Por mi parte, abordé también el problema en unas Jornadas de Debate realizadas en Oviedo sobre el tema «Regionalismo, Nacionalismo, Federalismo (simétrico y asimétrico) Estado Federal». En mi intervención, consideré que había sido un error el que el Partido Comunista de España, desde su fundación en 1920, hubiese incluido en sus diversos programas el derecho a la autodeterminación de Cataluña, Euskadi y Galicia. Se podía considerar que tal error había sido producto de aplicar mecánicamente un principio que había surgido para solucionar los problemas nacionales de Europa central y oriental, a realidades nacionales muy distintas, como las que se daban en los países de Europa occidental. En tales países, el proceso de formación de sus Estados había sido mucho más homogéneo y la aplicación del principio del derecho a la autodeterminación de sus nacionalidades y regiones, sólo serviría para desmembrar naciones perfectamente viables en beneficio de naciones imperialistas. En el caso concreto de España, son mucho más profundos los lazos que unen a sus diversos pueblos que los que los separan. Los pueblos catalán, vasco y gallego han aportado una relevante contribución a la formación de la nación española, al igual que otras regiones del Estado. La separación de España, de tal unidad española, sería sumamente reaccionario, entre otras razones, debido a que así se rompería la necesaria unidad de la clase obrera española y también se rompería la unidad de la Caja Única de la Seguridad Social. Por otra parte, el proceso de unión europea es incompatible con el fraccionamiento de los Estados nacionales que lo integran. Por ello sin renunciar al principio del derecho a la autodeterminación no cabe aplicarlo en España a Cataluña, Euskadi y Galicia. Ahora basta para sus necesidades, con los Estatutos de Autonomía. Si, más adelante, el desarrollo del Estado de las Autonomías culminase en un Estado Federal debería ser sobre la base de un federalismo simétrico que no suponga agravios comparativos respecto a las otras regiones que integran el Estado Español. Por otra parte queremos precisar que organizaciones políticas como Herri-Batasuna, además de no condenar un terrorismo incompatible con la democracia existente en España mienten al autocalificarse de marxistas ya que anteponen el Frente Nacional al Frente de clase, ya que para tal partido político está más cerca un obrero vasco de su patrono que un obrero vasco de un obrero español.
Nota: Por tratarse del texto transcripto de una conferencia no figuran citas bibliográficas. El lector las puede deducir de las obras citadas.