José María Laso Prieto, Conociendo a los mineros asturianos, El Catoblepas 39:6, 2005 (original) (raw)
El Catoblepas • número 39 • mayo 2005 • página 6
José María Laso Prieto
Mineros y cárceles hace más de cuarenta años
A partir de 1958, tuve la oportunidad de conocer a los míticos mineros asturianos, primero en la célebre Cárcel de Carabanchel –Prisión Provincial de Madrid, en la terminología Oficial– y unos meses después en el famoso Penal de Burgos, o Prisión Central de Burgos. Antes de profundizar en tal conocimiento, quiero tratar primero del contexto histórico en el que se desarrollaron en Asturias las huelgas mineras.
Después de que se produjo el colapso –en Octubre de 1937– del frente republicano del Norte, que comprendía Asturias, una parte de la provincia de León y otra parte de la provincia de Santander, se produjo el fenómeno de los huidos al monte. Sólo una pequeña parte de las fuerzas republicanas pudo huir a Francia, sorteando en pequeñas embarcaciones el bloqueo de la costa asturiana ejercido por la Flota franquista. El grueso del Ejército Republicano tuvo que emboscarse en los montes asturianos por temor a las represalias franquistas que amenazaban con la ejecución o penas de muchos años de prisión en condiciones dantescas. La cordillera cantábrica, ofrecía en Asturias grandes posibilidades, no sólo por lo y el terreno sino también por el seguro apoyo de la población civil. En una primera etapa el combate de los refugiados en el monte, la lucha fue meramente defensiva, pero gradualmente, impulsados por cuadros políticos llegados desde Francia, la lucha fue adquiriendo un carácter ofensivo, constituyendo la contribución asturiana a la lucha contra el fascismo en España, mientras duró la Guerra Civil Española, y a la lucha contra el nazifascismo durante la II Guerra Mundial. En la lucha guerrillera en Asturias, destacaron algunos combatientes de origen minero y ello contribuyó a la leyenda de los mineros asturianos que ya se había iniciado con su insurrección revolucionaria de Octubre de 1934.
La lucha guerrillera en Asturias, tuvo diversas vicisitudes y se prolongó hasta comienzos de la década del cincuenta. Esta actividad guerrillera asturiana originó una fortísima represión tanto en los cuartelillos de la Policía Armada como en los cuarteles de la Guardia Civil. Al propio régimen franquista le pareció insuficiente la represión por las fuerzas policiales clásicas. Por ello, la reforzó utilizando, con carácter extraordinario, una Unidad de la Legión Extranjera y un Tabor de Regulares. Tal reforzamiento especial de la represión, que se prolongó durante años, no propició la utilización en Asturias de otras formas de la lucha social proletaria. De ahí el retraso que sufrió en Asturias en la lucha social y el consiguiente retraso respecto a otras regiones españolas. Así se explica como el 1º de Mayo de 1947 tuviese lugar en Vizcaya, la primera gran acción proletaria, con una Huelga General en la que participaron 200.000 metalúrgicos. Tal huelga, tuvo desde el primer momento un neto carácter político ya que, en principio, sólo estaba convocada para durar 24 horas, conmemorando la festividad obrera del 1� de Mayo. Sin embargo, en la práctica, se prolongó más de una semana debido a la torpeza del entonces Gobernador Civil de Vizcaya, el llanisco Genero Riestra, que había adquirido triste fama por su pasado de falangista feroz. Al despedir a todos los trabajadores huelguistas, y exigir para su readmisión la pérdida de los derechos de antigüedad, prolongó el paro inusitadamente, aunque, por la resistencia pasiva obrera, el 18 de Julio tuvo que restituir dicha antigüedad con el pretexto de la conmemoración de la festividad franquista anual.
En Cataluña, se dio un proceso parecido, ya que en el mes de febrero de 1951, se produjo una gran Huelga General que paralizó totalmente a Barcelona y su cinturón Industrial. Esta gran acción confirmó el acierto de la línea política del Partido Comunista de España que, a partir de 1948 preconizó el abandono de la lucha guerrillera y la utilización de las posibilidades legales que se daban luchando en el interior de los denominados Sindicatos Verticales. De hecho, los enlaces sindicales antifranquistas, elegidos en las entonces recientes Elecciones Sindicales, tuvieron gran protagonismo en la acción sindical, y desempeñaron un gran papel en la realización de la gran Huelga General de Barcelona de 1951. En 1956, se inició otro gran proceso huelguístico que iniciado en Navarra –adoptando la forma de descenso de la producción ante las represalias patronales– acabó transformándose en Huelga General que comprendió a Navarra, los tres provincias vascas y Cataluña. Todo ello fue creando un ambiente obrero reivindicativo que impulsó las luchas sociales antifranquistas en Asturias.
Una vez transcurrida la etapa de la lucha guerrillera en Asturias, y su consiguiente feroz represión social, se comenzaron a producir en esta región las condiciones que posibilitaron el comienzo de las grandes luchas sociales obreras en Asturias. La primera gran huelga general minera, se desarrolló en 1957. Tuvo una gran éxito y fue el comienzo de un gran proceso de luchas obreras que hizo de los mineros asturianos la vanguardia del proletariado español. Ello se reflejó muy bien en una canción, de Chicho Sánchez Ferlosio, que constantemente se transmitió por la emisora clandestina Radio España Independiente. La primera estrofa de tal canción decía: «Hay una lumbre en Asturias que calienta a España entera, y es que allí se ha levantado toda la cuenca minera... ¡hale asturianos!, están nuestros destinos en vuestras manos. Empezaron los mineros y los obreros fabriles, si siguen los campesinos, seremos cientos de miles.»
La segunda huelga general de la minería asturiana se desarrolló en 1958. Ante el peligro que representaban para el régimen franquista tales acciones mineras, el Gobierno de Franco adoptó especiales medidas represivas. La Brigada volante Político Social de Madrid se desplazó a Asturias, e inició la represión torturando brutalmente a los enlaces sindicales que consideraron antifranquistas. Como consecuencia de ello, alguno dio la dirección del comunista Benjamín González Lada que entonces estaba desterrado en Bilbao después de haber cumplido una condena en el Penal de Burgos acusado de haber apoyado a los guerrilleros asturianos. Benjamín González dio mi nombre a tal Brigada, creyendo que yo había huido. No era así y fui detenido acusado de haber organizado la solidaridad en Vizcaya hacía los mineros asturianos en huelga. Aunque yo me mantuve firme, negándome a facilitar datos comprometedores de otros camaradas, Benjamín González dio otros dos nombres más y ello condujo a la detención de más de una treintena de militantes comunistas que formábamos parte de la organización del PCE en Vizcaya. En Agosto de 1958 nos trasladaron a la Prisión Provincial de Madrid, conocida como la «Cárcel de Carabanchel». Allí fuimos recluidos en la Novena Galería, que estaba aislada del resto de la prisión, por estar destinada a militantes comunistas, fuguistas y condenados a la pena de muerte.
En tal tétrica Galería conocí por primera vez a los mineros asturianos, ya que en ella nos recluyeron a los militantes comunistas vascos, aragoneses y asturianos, que habíamos caído recientemente. También estaban recluidos en esta Brigada dos comunistas madrileños, de nombre Joaquín Navarro y Mateo de la Osa, que habían sido condenados a varios años de prisión en un Consejo de Guerra previo. Yo tenía gran interés por conocer a los mineros asturianos, por la fama legendaria de que gozaban desde la insurrección asturiana de 1934. No quedé defraudado. El expediente, o sumario, asturiano comprendía a un grupo de medio centenar de militantes comunistas, dirigidos por Higinio Carga, que era miembro fiel Comité Central del Partido Comunista de España. En su conjunto, producían la impresión de estar condicionados por la dureza del trabajo en las minas. Su lenguaje era también muy peculiar, debido a que en él se entremezclaban palabras de «bable» con giros de un castellano bastante clásico. Psicológicamente, estaban imbuidos de un espíritu muy solidario, caracterizado por una gran combatividad. Su detención, por la feroz Brigada Político Social de Madrid, no les había restado moral de combate. Por otra parte, muchos de ellos ya habían experimentado la tortura, al recibir brutales palizas cuando, por diversas razones, se les convocaba a ser interrogados en cuartelillos de la Guardia Civil. En su vida cotidiana, se observaba también que el folklore asturiano lo tenían muy interiorizado. Como los vascos, los mineros asturianos eran muy generosos en el plano económico. Esta es una característica general de todas las regiones muy industrializadas, en abierto contraste con las regiones rurales poco industrializadas. Ello creaba una gran afinidad de costumbres entre vascos y asturianos.
Posteriormente, cuando yo vine a Asturias en 1969 a trabajar como Delegado de Chocolates Zahor, uno de los mineros de nombre Manuel García González, Otones, también por razones de trabajo, se desplazó a Bilbao, donde yo le conecté con un grupo de mis amigos intelectuales. Por ello, no tuvo ninguna dificultad de adaptarse a las costumbres vizcaínas, lo mismo que yo no las tuve en adaptarme a las costumbres asturianas. Se puede decir que, en cierto sentido, nos intercambiamos. Esa afinidad vasco-asturiana, la pude comprobar muy bien en la práctica, cuando, al salir del Departamento Celular, fui integrado en una comuna asturiana cuyo responsable era el camarada Higinio Canga. De ella formaban parte oros dos mineros asturianos. Uno de ellos se apellidaba Villa, que, al salir en libertad, emigró a Bélgica para trabajar en sus minas de carbón. El otro se llamaba Manuel García González, pero era conocido popularmente por Barros. Como en el expediente de los mineros asturianos había dos compañeros con los apellidos y nombre Manuel García González, para evitar confusiones entre ellos, se decidió nombrar a uno Barros y al otro Otones. De Otones hablaremos más posteriormente. De nuestra comuna mayoritariamente asturiana, formaba asimismo parte un compañero aragonés apellidado Tejero.
En la citada comuna asturiana, pude comprobar el gran sentido solidario de los mineros asturianos, que se reflejaba muy bien en todos los rasgos de su conducta cotidiana. Asimismo, me familiaricé con su léxico y costumbres gastronómicas. Allí pude probar por primera vez la famosa fabada asturiana que me gustó mucho. Era costumbre que, en fechas señaladas del calendario asturiano, nuestra comuna encargase en el economato del Penal una fabada, pagando las correspondientes tasas por su cocinamiento. La degustación de la fabada, a la cual se invitaba también a algunos mineros asturianos integrados en otras comunas, constituía un verdadero acto social de convivencia y compañerismo. Desde entonces, me aficioné a la fabada y he mantenido siempre mi predilección por ella. En tales ágapes se conversaba mucho, tanto de los acontecimientos políticos como de temas culturales comunes. Por haber nacido en Bilbao, lógicamente se me integró asimismo en el grupo vasco de los reclusos del Penal de Burgos. En este grupo vasco que integraba también a veteranos reclusos navarros, como el compañero Jacinto Ochoa Moarticorena. Se trataba de un camarada veterano que, a pesar de haber pasado encarcelado casi toda su juventud, conservaba no obstante su buen humor, y se le veía todos los días, después de salir del taller carcelario donde trabajaba, en uno de los vestíbulos del Penal con una bota de vino que continuamente ofrecía a los demás para que echasen un trago. Como integrante del grupo vasco –que también nos reuníamos para debatir sobre el arte vasco basándonos en el famoso libro de igual título de L. Kaperotxipi, editado en Buenos Aires– realizábamos igualmente comidas vascas, a base de bacalao, en fechas conmemorativas de significado político. Con frecuencia, los vascos invitábamos a algunos asturianos y éstos procedían igualmente a la recíproca. En el plano del folklorismo asturiano, me fue de gran utilidad mi convivencia con el camarada Higinio Canga, pues éste era muy entendido al respeto. En consecuencia, me hablaba con frecuencia de los felechos, de las romerías asturianas y del «xirinhuelo». No recuerdo si entonces, o después, se comenzó a entonar la canción de Víctor Manuel sobre el tema, en una de cuyas estrofas se decía: «Y la gente por el prado no dejará de bailar, mientras se escuche una gaita y halla sidra en el lagar».
Por el mucho tiempo transcurrido desde entonces, me es difícil recordar todos los nombres del grupo de mineros asturianos. Aparte de Higinio Canga, y de los dos Manuel García González –Barros y Otones– recuerdo a un veterano muy enhiesto, de nombre Saturnino Márquez y al compañero Celso Díaz, al que se atribuía el mérito de haber fundado en 1956 a CC.OO. en la mina «La Camocha» de Gijón. En Vizcaya se reivindica también la antigüedad de tal fundación ya que tales Comisiones Obreras surgieron como comisiones provinciales, para negociar con los patrones en la gran Huelga General de 1956. Siguiendo la sugerencia del Partido Comunista de Euzkadi, de dar estabilidad a tales Comisiones, ello se logró en la prolongada «Huelga de Bandas de Echevarri». Otro minero asturiano que recuerdo, se llamaba Manuel Vargas Machuca, era de origen andaluz y había sido condenado a trabajar en las minas al ser integrado en un batallón de trabajadores.
Del camarada Manuel García González, Otones, recuerdo asimismo los servicios que prestó al Partido en el Penal, cuando trabajaba en el taller de encuadernación de tal Prisión. Aunque el sacristán del Penal –un excomunista apellidado Estrada– nos resolvía el problema de legalizar algunos libros que recibíamos del exterior, mediante el sencillo procedimiento de añadir algunas palabras clave a la papeleta de autorización ya firmadas ya por el capellán del Penal, otro problema se planteaba cuando el libro tenía por autor a Marx, Engels, Lenin u otro marxista famoso. Ese problema no se planteaba con Gramsci y Lukács, pues estos autores, a pesar de su relevancia teórica marxista, pasaban inadvertidos para los ignorantes funcionarios de prisiones franquistas. Cuando no era posible camuflarlos por el método indicado, por su notoriedad ideológica marxista –se le entregaban a Otones para que operase con ellos en el taller de encuadernación del Penal–.
Entonces se desencuadernaba el libro que generalmente nos lo pasaban algunos de los funcionarios vinculados al Partido y se volvía a encuadernar después en la forma de un libro «sándwich». En la portada, figuraba un cuadernillo que llevaba la autorización de otro libro distinto, pero que tenía no sólo la misma calidad y color del papel, sino también una temática semejante. Por ejemplo: si se trataba de filosofía, debía ser de filosofía cristiana en vez de filosofía marxista, que era la del libro prohibido. Tras este fascículo inicial del libro autorizado, se incluía un fascículo del libro prohibido y así se procedía seguidamente, tantas veces como fuese necesario. Con este procedimiento de camuflaje, les era imposible a los ignorantes carceleros, identificar a los libros prohibidos. Por ello, hay que agradecer al camarada Otones, tan notable contribución a la Biblioteca Marxista clandestina del Penal. Este luchador compañero, después de salir en libertad, reanudó la lucha clandestina en el exterior y volvió a ser encarcelado otras dos veces.
Los mineros asturianos recluidos en el Penal de Burgos, eran una valiosa fuente de información sobre las luchas sociales que se desarrollaban en Asturias. Con frecuencia les visitaban sus familiares. En tales visitas, los mineros trataban de que sus familiares les informasen ampliamente de esos acontecimientos sociales que tenían lugar en Asturias. Para ello, tenían que burlar la vigilancia del carcelero que se paseaba incesantemente por un pasillo situado entre la rejilla donde estaban los familiares y la rejilla tras la que se encontraban los presos. Con la práctica habían logrado ser muy hábiles en captar tal información, hay que recordar que la propia prensa legal franquista estaba prohibida para los presos. Estos sólo podían leer un periodicucho de nombre «Redención» escrito por presos comunes que colaboraban con el régimen franquista. Toda esa información, recibida de los familiares, se pasaba después a la Secretaría de Información de la Organización Comunista del Penal, para confeccionar los Boletines de Información que por la noche se leían en las Brigadas o dormitorios de los presos, una vez que tales Brigadas se cerraban sus puertas al anochecer.
Tal lectura del Boletín de noticias, constituía uno de los acontecimientos más notables del día, ya que dicho Boletín incluía muchas noticias nacionales e internacionales, procedentes de muy diversas fuentes informativas. Los mineros asturianos recluidos en el Penal de Burgos, eran de los internados en el Penal, los que, generalmente, prestaban más interés a las noticias cotidianas. Después de que se habían leído las noticias diarias, generalmente se comentaban en grupos paseando sin cesar por las Brigadas hasta que sonaba el toque de silencio. Recuerdo que cuando se iniciaron las grandes huelgas de 1962, en las que Asturias tuvo un gran protagonismo, tales comentarios alcanzaron una gran agudeza. A veces, incluso, se incurrió en un cierto triunfalismo como si el régimen franquista pudiese caer a consecuencia de las grandes acciones de masas.
Algo semejante ocurrió con las grandes huelgas de 1963, aunque en esta ocasión, al no alcanzarse tanta magnitud, el régimen franquista aprovechó la ocasión para desterrar a diversas localidades de Andalucía a tres centenares de mineros que todavía estaban en libertad. De la elaboración de los Boletines de noticias cotidianos, tengo una gran experiencia directa. Fui durante algunos años el responsable de su publicación, y en ello me ayuda un camarada madrileño, Eduardo Ganga Zafra, y un compañero catalán, exguerrillero urbano, que respondía al nombre de José Antonio Cuadrado. Fue cuando fui designado Secretario de Información de la Organización Comunista del Penal de Burgos, como consecuencia de que en el VI Congreso del PCE –celebrado en 1960 en la ciudad de Praga–, fui coactado al Comité Central del Partido Comunista de España por la valoración muy positiva que este Congreso realizó de mi actitud de firmeza frente a las torturas policíacas.
Mientras permanecí en la Cárcel de Carabanchel, tuvo lugar nuestro Consejo de Guerra, en el cual fui condenado a doce años de prisión, y poco después el Consejo de Guerra contra los mineros asturianos. Los camaradas mineros asturianos actuaron en su Consejo de Guerra con gran firmeza proletaria y denunciaron no sólo al régimen franquista sino las torturas que habían sufrido durante su detención. A diferencia de vascos y aragoneses, que fuimos trasladados a la prisión de Huesca después de nuestros respectivos Consejos de Guerra, y allí permanecimos durante tres meses, los mineros asturianos fueron trasladados directamente al Penal de Burgos después de su Consejo de Guerra. A nuestra llegada al Penal de Burgos, reanudamos nuestra convivencia con los mineros asturianos hasta que en julio de 1963 salí en libertad por haberme sido aplicado el indulto que el Gobierno franquista decretó para conmemorar la elección de Pablo VI como nuevo Papa.