Ismael Carvallo Robledo, Fraude, México 2006 y el mito de la democracia (I), El Catoblepas 69:4, 2007 (original) (raw)
El Catoblepas • número 69 • noviembre 2007 • página 4
Ismael Carvallo Robledo
Primeras notas, desarrolladas esta vez con motivo del documental de Luis Mandoki, Fraude (México 2006), destinadas a entender los mecanismos de operación del mito de la Democracia, uno de los mitos más potentes del siglo XX y de principios del XXI
Trailer de la película Fraude (México 2006) Luis Mandoki
Frontispicio
«–No le contarán siquiera los votos –decía–, falsificarán la elección.
—Eso ya lo sabemos –repuse–, pero en todo país en que no se cuentan los votos, funciona como válvula de escape el derecho a la rebelión, el hábito de las revoluciones. Las revoluciones son santas cuando tienen por objeto derrocar un mandato ilegítimo.
—No llegará usted a hacer la revolución –replicó–, porque el gobierno es fuerte militarmente y cuenta, además, con el apoyo decidido de los Estados Unidos, cuenta también con el apoyo inglés… eso es lo que quería decirle con entera franqueza y porque simpatizo con su posición y no quiero verla echada a perder. Usted debería resignarse de antemano a perder y preparar el futuro…
—Si ahora no triunfamos –contesté–, mañana menos. La imposición consentida, sentará jurisprudencia. Matará la esperanza misma de la nación.
Entonces el inglés, con frase conmovida, que resultó ser profética, expuso: –Será el día más triste de su vida aquel en que delante de usted le fusilen a treinta o cuarenta de los suyos, víctimas inútiles de un movimiento sin posibilidades de triunfo. […]
Semanas después, Arcelia me dijo que, en efecto, su amigo había escrito en el Times un artículo justiciero. –‘Ande, Arcelia, bromeaba yo, parecía usted una Malinche moderna, tomando partido con el extranjero’. Tal vez no era así, pero me irritaba todo el que me hablaba de ceder. Horror de la sangre, yo también lo tenía, pero me daba horror la sangre inocente que seguía y seguiría corriendo sin ser vengada. Al país, le hacía falta que corriera la sangre de verdugos. Un pacifismo incondicional no conduce a la libertad, sino a la abyección. El político no es el santo. El político no tiene derecho de prescindir de los medios con que cuenta el proceso social para su mejoramiento, su desenvolvimiento. La guerra es un maldito recurso, que a veces puede ser convertido en beneficio de las gentes. El mismo credo cristiano ha tenido que reconocer la justicia de ciertas guerras, como cuando se trata de defender un modo de vida, una civilización contra una barbarie; el cristianismo contra el musulmanismo, por ejemplo. Guerras santas, siempre habrá motivo para librarlas. Y México necesitaba librarse de un ejército desleal a su destino. Hacía falta destruir el ejército, lo mismo que cuando Madero, lo mismo que cuando Victoriano Huerta, lo mismo que siempre en nuestra historia de condenados…
Pero ¿qué será de México el día que ya no hubiera el aseo periódico de la acción armada? Caeríamos en la política de serrallo, o sea el cuartelazo y la intriga, que deja caer el mando en quien traiciona a su jefe. Entraríamos así a regímenes de terror y de hipocresía, en que los mismos hombres, sucesivamente, cambiarían la careta, declarándose anticallistas los callistas de ayer, pero vigente el programa inepto, destructor…
La pesadilla de la conversación con el inglés, me persiguió muchos días. Una fila de treinta o cuarenta de mis nobles amigos y correligionarios, de pie frente al paredón, pálidos de rostro, pero todavía arrogante el ademán. Muriendo todos ellos por un pueblo imbécil que no se quería dar cuenta de su sacrificio, que se apresuraría a aplaudir a los victimadores, con pretextos de los desfiles de la fiesta nacional [...] Los pueblos pagan muy caro el no saberse dar a respetar.»
José Vasconcelos, El Proconsulado, páginas 156 y 157 de la edición de Editorial Jus de 1958, México DF.
* * *
«—Mejor volvamos al 29.
—El pueblo debió haberse armado contra el gobierno.
—Probablemente no tenía pistolas.
—Siempre hay pistolas en los pueblos que tienen energía.
—¿Qué razones lo movieron a escribir los cuatro tomos de su autobiografía, mejor, de sus memorias?
—La mala suerte engendra toda la literatura. Escribí mis libros para incitar al pueblo contra el gobierno. Me creyeron un payaso. Escribir es hacer justicia. No quería séquito literario, quería gente armada. ¿Qué escritor que en verdad lo sea no es un político? El que ignora la política está perdido; igual le ocurre al que se evade de la realidad.»
Conversación entre José Vasconcelos y Emmanuel Carballo, de 1959. Protagonistas de la literatura mexicana, Emmanuel Carballo, Alfaguara, México DF 2005.
* * *
«En una carta confirmó su deseo de que no se le sepultara en la Rotonda de los Hombres Ilustres, sino en cualquier cementerio de aldea. Consideraba que la ciudadanía de nuestro país no tenía derecho a honrarlo como escritor mientras no lo reconocieran como político. Mientras no se reconociera pública y oficialmente que ganamos en el 29 las elecciones, no podía aceptar ningún honor sin traicionar la verdad y la justicia. Además, decía, enterrarlo en la Rotonda sería para él una injuria, pues allí estaban los restos de un cierto aviador que consumó persecuciones a los vasconcelistas. Tampoco tenía nada que buscar en un cementerio dedicado especialmente a los héroes de la Reforma masónica del juarismo. A mí me dijo que no quería estar entre tanto bruto.
Lo sepultamos en el Panteón Jardín de San Ángel. Fue un mar de gente. […]
Los periodistas recogieron pensamientos el día de su muerte. Yo les di éste: “México debe a Vasconcelos una estatua en la hondonada que forman el Popocatépetl y el Iztaccihuatl, donde se desarrolla su ‘Prometeo Vencedor’, con una inscripción que rece: Electo Presidente de la República en las elecciones de 1929.”
La última vez que lo ví caminaba por la avenida Juárez, apoyándose en su bastón, mirando al suelo. Bien sabía yo que al hablarle, cual sucedió, se le iluminaría, como siempre, su rostro con una sonrisa. Los transeúntes pasaban indiferentes a su vera. “He aquí –me dije– el despojo de la materia”. Mas al mismo tiempo advertí que lo circundaba algo resplandeciente que no era sino el Espíritu de un Vencedor.»
Alfonso Taracena, José Vasconcelos, Porrúa, México DF 1982, página final.
* * *
«La tercera cuestión tiene que ver con el destino y la proyección de nuestro líder. Hay una imagen que me persiguió como una pesadilla. Tiene que ver con la entrevista que un periodista, hombre o mujer no recuerdo, hizo a José Vasconcelos en el crepúsculo de su vida. La anécdota me fue narrada en la redacción de El Día. Se apersonó a ver a ese personaje, a la sazón director de la Biblioteca de México, ubicada en la Ciudadela. Pese al puesto más que modesto que entonces ocupaba, el periodista novato iba a preguntar a aquel hombre excepcional sus juicios, que imaginó fulgurantes, respecto de su hazaña por la democracia mexicana y la realidad contemporánea […]
Encontró a un anciano, poco ubicado en la realidad, como casi todos. No obtuvo declaraciones destacables. Pero lo que le hizo abreviar el encuentro y salir con un ánimo sombrío fue escuchar el ruido monótono de las cuentas del rosario que Vasconcelos repasaba con la mano derecha oculta dentro del cajón de su escritorio.
Mi reflexión fue: Vasconcelos desafió, por vocación democrática y voluntad de poder, al autoritarismo de los generales revolucionarios que mandaban en los años veinte del siglo pasado con pistola al cinto y fuete. López Obrador está desafiando a la plutocracia mexicana que ve a la nación como un negocio llamado “México, sociedad anónima”, y que en defensa de sus intereses sí reprime y mata, pero de forma selectiva. Vasconcelos fue de las multitudes fervorosas a la soledad de asirse a las cuentas de un rosario. De la fuerza esperanzada del Ulises Criollo pasó a La tormenta, a El desastre, a El Proconsulado. ¿Cuál podría ser el destino de López Obrador?»
Socorro Díaz, Reporte 2006. El desquite, Tinta Editorial, México DF 2007, págs. 118-119.
Tema
I
A partir del viernes 16 de noviembre del año 2007 en curso, la última película-documental del director Luis Mandoki, Fraude. México 2006, y no sin haber librado fuertes presiones políticas que buscaban obstruir su publicidad, podrá ser vista en todas las salas de cine de la república mexicana.
Recordándonos de inmediato al documentalista chileno Patricio Guzmán (desconocemos si ha estado inspirado por él), autor de los extraordinarios documentales políticos La batalla de Chile (1972-1979), Chile, la memoria obstinada (1996-1997), El caso Pinochet (1999-2001) y Salvador Allende (2004) entre otros{1}; y recordándonos también el no menos interesante documental del grupo de televisión irlandés Radio Telefis Éireann, La Revolución no será transmitida (2003), que trata sobre el golpe de Estado contra Hugo Chávez en abril de 2002 y que ha sido catalogado por los productores como el primer golpe de Estado mediático del siglo XXI{2}; Mandoki ofrece una reconstrucción del proceso político-mediático general que, desbordando por completo en su más efectiva materialidad (en la systasis de esta sociedad política) el día de la consulta electoral –2 de Julio de 2006–, nos permite corroborar, aplicado a México, lo que acaso podríamos considerar, para iniciar una posible discusión, como el núcleo del mito de la democracia, a saber:
«Si la democracia sigue funcionando es porque el consenso permanece; [pero] no es que la mayoría haya logrado el consenso sino que son motivos enraizados en compromisos previos (económicos, culturales, de coyuntura, incluyendo la militar), los que hacen que la democracia funcione. Por ello, la sociedad democrática es estable, pero no por virtud del procedimiento técnico de la consulta electoral (aunque ésta, cuando funciona, re-alimenta sin duda el sistema en virtud de los mecanismos del condicionamiento operante) sino sobre todo por otros motivos, incluyendo la reiterada ironía que atribuye igual peso al sabio que al necio (lo que puede llegar a educar al necio, precisamente por atribuirle el estatuto de un sabio). Cuando los motivos cesan, también la democracia.»
Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las 'ciencias políticas', Biblioteca Riojana, Logroño 1991, págs. 368-369, énfasis añadido.
La imposición del señor Felipe Calderón como presidente de la república en las pasadas elecciones de julio de 2006, una imposición revestida con el oropel de la retórica democrática, no es esa «difícil etapa», esa «dura prueba» de esta nuestra «joven e incipiente democracia mexicana» de la que habla la élite de analistas y periodistas políticamente correctos; una prueba que, se nos dirá, tras haber sido sorteada con dificultad, ha permitido a México iniciar ya el proceso de «consolidación y maduración democrática». Todo será cuestión, se nos seguirá diciendo, de ajustar para las próximas elecciones –siempre, siempre «para la próxima»– todos los «déficits democráticos» que en este último proceso electoral aparecieron como obstáculos bochornosos. Lo importante es ahora –seguirán diciendo con aplomo añadido– la verdadera reforma, la Reforma del Estado, y de su mano, la Reforma Electoral.
Pero no, la imposición de Felipe Calderón en la Jefatura del Estado mexicano no es una simple «dura prueba» graciosamente sorteada (en algún momento, al final de su campaña, el señor Felipe Calderón, ante la pregunta de la periodista sobre la nefasta, estúpida y pestilente guerra de difamaciones de sicofante con la que con toda ruindad –y asesorado por cretinos especialistas en «marketing político»– arremetió contra López Obrador, respondió con una simpática frase popular y dijo, palabras más palabras menos: «como dicen en mi pueblo, haiga sido como haiga sido»); no, esta imposición es la corroboración histórica de una realidad política que, de seguirse viendo a la luz teñida por los filtros del fundamentalismo democrático (una de las ideologías más oscuras y efectivas de nuestro tiempo según la cual la Democracia, con mayúscula, es un principio, o mejor, es EL principio sublime que rige el rumbo de la Humanidad; la Democracia, con mayúscula, como la idea eterna que todo lo soluciona), seguirá oculta hasta el día en que todo estalle. Porque la democracia, tal como es manejada por la élite de periodistas, analistas y políticos ideológicamente correctos, es un mito oscuro y confuso (porque hay mitos claros y distintos).
II
En efecto, desde la perspectiva presente, y desde las coordenadas que, en este presente, determinan las discusiones académico-ideológicas, y por tanto políticas, la distinción que durante la guerra fría fungió como primer filtro ideológico, a saber, la distinción entre «países libres» y «países comunistas», se ha transformado, caída la Unión Soviética –caída que define nuestro presente histórico en términos ideológicos y políticos–, en la distinción entre «países democráticos» y «países no democráticos», equiparando de modo capcioso democracia con libertad y no-democracia con comunismo (o populismo o autoritarismo).
Pero esta distinción, además, o más bien, por ser capciosa, es oscura, confusa y formalista, por cuanto al hecho de que, mediante reducciones psicológicas y sociológicas (la democracia como actitud tolerante, como forma de vida, de diálogo y de respeto) oculta la estructura material de poderes fácticos, reales, cuya trabazón es ella misma la estructura político material (no psicológica ni sociológica) de todo Estado, sea comunista, capitalista, liberal o monárquico.
Si, en cambio, analizamos las cosas desde los criterios clásicos de Aristóteles, encontramos que la distinción no era tanto entre una sociedad «democrática» y una «no democrática», sino que las sociedades «no democráticas», o eran las aristocracias (o su versión degenerada, las oligarquías), o eran las monarquías (o su versión degenerada, las tiranías). Desde esta perspectiva (la perspectiva clásica de Aristóteles), México, hoy, como en tiempos de Vasconcelos, no es una «democracia incipiente» o «inmadura», México es, simplemente, una oligarquía. Esta es la cuestión:
«Es tiempo de que los poderes formales y los llamados poderes reales se respondan y respondan de cara a la sociedad preguntas vitales para el destino de nuestro país: ¿Tiene derecho la izquierda mexicana a conducir las instituciones de la República, o sólo puede aspirar a cargos de segundo orden para legitimar lo que deciden las derechas [la oligarquía, IC]? ¿La decisión de cortar el camino de acceso al poder de la izquierda abona el terreno a la paz social o va encendiendo la mecha de estallidos políticos?
[Lo fundamental aquí es subrayar] la verdadera dimensión del desafío que, para las instituciones políticas del país, significa nombrar a Andrés Manuel López Obrador “Presidente Legítimo de México”.»
Socorro Díaz, Reporte 2006. El desquite, Tinta Editorial, México DF 2007, pág. 15.
El Príncipe de Maquiavelo, por ejemplo, manteniéndonos en la misma plataforma aristotélica, ese tratado en el que el autor buscaba la fórmula idónea (Cesar Borgia, Fernando el Católico) mediante la cual lograr fundar un orden político nuevo, duradero y virtuoso (seguramente por eso Gramsci, quien consideró a Maquiavelo como el teórico de la unidad nacional, tituló su periódico histórico, precisamente, «el orden nuevo», L’Ordine nuovo), puede ser considerado también como un tratado en el cual el esquema teórico que Maquiavelo ejercitó, además de los referentes a la Antigüedad griega y a Roma, era sin duda la taxonomía de Aristóteles (monarquía/tiranía, aristocracia/oligarquía, democracia/demagogia). Maquiavelo buscaba, en efecto, un Príncipe (monarquía), lo más virtuoso que se pudiera (porque «un Príncipe nuevo no puede ser un hombre bueno»), que se enfrentase a los grandes, es decir, un Príncipe que, tomando partido por «el pueblo», se enfrentase a la oligarquía:
«La tesis de Maquiavelo es que en el conflicto entre los Grandes y el Pueblo, el Rey toma partido por el pueblo, promulgando leyes. Es uno de los temas del capítulo IX de El Príncipe: más vale ser el Príncipe del Pueblo que el Príncipe de los Grandes. “No se puede honestamente, y sin ofender a otros, satisfacer a los grandes, pero sí se puede satisfacer al Pueblo: porque el deseo de los Pueblos es más honesto que el de los Grandes, ya que éstos quieren oprimir y aquellos no ser oprimidos”. E igualmente, el capítulo V de los Discursos, al que vuelvo, dice que más vale confiar el depósito de la libertad al Pueblo que a los Grandes, porque hay en los segundos (los Grandes) “un gran deseo de dominar”, mientras que en el primero (el Pueblo) “tan sólo el deseo de no ser dominado, en consecuencia, una mayor voluntad de vivir _libres_”. El partido de Maquiavelo está claro: el gobierno de un Príncipe “vinculado a una infinidad de leyes” o, como dice en otra parte, a “un sistema de leyes”, es el gobierno de un Príncipe que, en la lucha entre los Grandes y el Pueblo, toma partido por el Pueblo. Tomar este partido es correr el riesgo de disputas, como en Roma…»
Luis Althusser, Maquiavelo y nosotros, Akal, Madrid 2004, pág. 93 (“La teoría del Príncipe Nuevo”).
Y es que el problema filosófico político no estriba tanto en el hecho de que sea uno, algunos o todos quien o quienes gobiernen; de hecho, desde un punto de vista materialista, el ejercicio del poder por una persona es una ficción formalista, porque todo individuo pertenece, siempre, a una clase, a un grupo (el individuo guarda con el grupo la relación que, en geometría, el punto guarda con la recta: un punto es una intersección de líneas y una línea es una sucesión de puntos); además de que, también de hecho, es ficticio que todos, en un sentido aritmético absoluto, puedan ejercer el poder: «en una sociedad política el ‘todos’ (holoi) no puede tener el sentido aritmético riguroso (el del total, pan) sino el de ‘muchos’ (oi polloi), la mayoría. Los muchos de Aristóteles estarán representando o supliendo al todo, a ‘todo el pueblo’, al demos; y esto debido a que el todo (holon) es algo más que la suma total (pan) de las partes: ‘El todo es anterior a las partes’, dice Aristóteles.»{3}
El problema filosófico político fundamental está en otro lado: en la eutaxia (orden y duración: la clave es qué orden se logra: un orden socialista, un orden capitalista, &c., y su capacidad para durar en el tiempo como forma de la materia política del Estado), según Gustavo Bueno y el materialismo filosófico, retomando tanto a Aristóteles como a Maquiavelo: «quizá una buena manera de caracterizar esta forma de entender la racionalidad política sea la de definirla como un saber estratégico afín a un discurso legitimatorio superior –mantenere lo Stato–, con una capacidad para armonizar provisionalmente las tensiones, sabiendo que los conflictos políticos no pueden dejar de reproducirse, indefinidamente»{4}; o acaso, desde otro punto de vista, aunque no ajeno a lo anterior, en la virtud de quien o quiénes gobiernan y en el modo en que esa virtud se proyecta políticamente sobre la realidad histórica y sobre una materia política dada: «Aristóteles admite sin dificultad que todo el poder político pueda en la república ideal concentrarse en un solo individuo, pero con la condición precisa de que ‘su virtud exceda a la de todos los demás juntos’»{5}
III
Luciano Canfora, en la Conclusión de su interesante libro Crítica de la retórica democrática (Crítica, Barcelona, 2003), instalándose en la perspectiva según la cual siempre son algunos (aristocracia/oligarquía) quienes gobiernan, sostiene que «la experiencia del siglo que acaba de finalizar podría resumirse en una frase: ganan las oligarquías vinculadas a la riqueza, pierden las ideológicas»{6}.
Gustavo Bueno, en su Panfleto contra la democracia realmente existente, sostiene también que una sociedad democrática, en un sentido político material –y no político formal– y funcionalista –y no fundamentalista–, antes que una realización deficitaria de la oloarquía (la soberanía, poder o gobierno de la sociedad política por «todo el pueblo que la constituye»; la oloarquía es el criterio de la perspectiva fundamentalista), deberá ser vista como un desarrollo evolutivo de las pauriarquías (de pauros, un pequeño número; el de pauriarquía o poliarquía es el criterio da la perspectiva funcionalista), sea ya en tanto que aristocracia (por vía de las partidocracias), sea ya en tanto que oligarquía (por vía de los grupos económicos poderosos que controlan gran parte de las decisiones políticas) que se contrapesan y se mantienen en equilibrio dinámico. Desde este punto de vista, una democracia no es otra cosa que la confluencia de diversas pauriarquías que se contrapesan en tensión dialéctica permanente.{7}
Bien. La imposición de Felipe Calderón en la Jefatura del Estado corrobora con rotundidad la afirmación de Canfora: «Haiga sido como haiga sido», no importa ni la virtud, ni la ideología, ni la justicia, importan los grandes intereses económicos. Con esta frase, sin darse cuenta, Felipe Calderón dio en el blanco y ofreció las razones por las que está donde está, al tiempo de mostrar lo que el régimen mexicano en realidad es: se trata de una democracia procedimental formal detrás de la cual trabaja una estructura real oligárquica; es decir, materialmente (y no formalmente), no se trata de saber si México está o no está en la órbita de los países democráticos o en la de los no-democráticos –esa no es la disyuntiva decisiva; es un falso dilema–, se trata de corroborar una evidencia objetiva, a saber, México es, fundamentalmente, una oligarquía –una oligarquía económica, antes que una oligarquía ideológica, según Canfora–. Si el equilibrio dinámico entre los grupos de esa oligarquía se garantiza, entonces puede darse la consulta electoral democrática, pero si el equilibrio está en peligro, es el fin de la democracia.
Ahora bien, una vez orquestado este primer gran fraude político-mediático del México del siglo XXI –el primer gran fraude del siglo XX fue el orquestado contra José Vasconcelos–, un fraude cuyas claves están consignadas con claridad en el documental de Luis Mandoki, ¿en manos de quién ha quedado la República? ¿En manos de qué clase de oligarquía económica está el estado mexicano? ¿Por cuánto tiempo podrá mantenerse ese equilibrio dinámico en permanente tensión política?
Y sobre todo, ¿hasta cuándo va a soportar el pueblo de México tanto cinismo? Los pueblos pagan muy caro el no saberse dar a respetar:
«–Pero entonces eso supone que tenemos la televisión que nos merecemos.
—Por supuesto, y los hijos que merecemos, los gobernantes que merecemos, los amigos que merecemos, y el mundo que nos merecemos. Lo hemos hecho nosotros. Lo hemos hecho nosotros.
—Es decir que la televisión basura puede corresponder a una sociedad basura.
—Es una sociedad basura. Vivimos en una sociedad basura desde hace mucho tiempo y cada vez más. La televisión refleja las maneras, los gustos, las aficiones; el envilecimiento de una sociedad, claro.
—Somos tan morbosos.
—Lo somos.
—Y tan miserables.
—Lo somos. Lo que pasa es que en medio de esa basura de vez en cuando aparece gente muy digna que merece la pena. Pero el conjunto, el rebaño… el rebaño es… infame.
—Observo que a usted también le cabrea el pueblo.
—La estupidez voluntaria, la ignorancia voluntaria siempre me ha cabreado más todavía que las canalladas de los poderosos. Porque sin pueblos analfabetos, estúpidos y facilones no habría canallas aprovechándose de ellos. Y entonces pagamos los pecados de esa manera, teniendo los gobernantes que nos merecemos.»
Arturo Pérez-Reverte entrevistado por Jesús Quintero
Y para la élite de periodistas y analistas política e ideológicamente correctos, es decir, liberales, que desde su formalismo siguen hablando de los déficits democráticos, de democracias incipientes, de la reforma electoral por venir, y que siguen equiparando democracia con libertad, terminamos estas primeras notas con las que iniciamos una aproximación materialista en torno del «mito de la democracia» con el planteamiento que también Luciano Canfora ofrece, pero ahora en el epílogo de su fundamental libro (que en entregas recientes comentaremos) La democracia. Historia de una ideología (Crítica, Barcelona 2004):
«Finalmente –o, mejor dicho, en el estado actual de cosas– la que ha salido vencedora es la ‘libertad’. Está derrotando a la democracia. Por supuesto, no la libertad de todos, sino de aquellos que en la competición resultan ser los más fuertes (naciones, regiones, individuos): la libertad reivindicada por Benjamín Constant con el significativo apólogo de la ‘riqueza’ que es ‘más fuerte que los gobiernos’; o quizá también aquella por la que creen luchar los seguidores de la asociación neonazi neoyorquina de los ‘Caballeros de la libertad’».{8} (los énfasis son míos, IC)
Notas
{3} Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, La Esfera de los libros, Madrid, 2004, pág. 30.
{4} José Andrés Fernández Leost, La Teoría política de Gustavo Bueno, El Catoblepas, número 48, febrero 2006, página 18.
{5} Antonio Gómez Robledo, Introducción a la Política de Aristóteles, Introducción, versión y notas de Antonio Gómez Robledo, Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, pág. XXII.
{6} Luciano Canfora, Crítica de la retórica democrática, Crítica, Barcelona, 2003, pág. 117.
{7} Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, págs. 31-32.
{8} Luciano Canfora, La democracia. Historia de una ideología, pág. 288.