Gustavo Bueno, El complejo de Jesucristo de Baltasar Garzón, El Catoblepas 79:2, 2008 (original) (raw)

El Catoblepas, número 79, septiembre 2008
El Catoblepasnúmero 79 • septiembre 2008 • página 2
Rasguños

Gustavo Bueno

Consideraciones sobre la atribución al juez Garzón,

por parte del autor, de un «complejo de Jesucristo»

Garzón complejo de Jesucristo en google el 10 de septiembre de 2008

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El pasado 1º de septiembre la agencia Europa Press me pidió que diese la opinión que me merecía la decisión del juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, de abrir causa general para perseguir a los crímenes del franquismo. Leemos en la prensa nacional del día 2 de septiembre: «Pide [el juez Garzón] a los alcaldes de Madrid, Sevilla, Granada y Córdoba, a diversas instituciones y a los 22.827 párrocos, que faciliten los datos de los enterramientos en fosas comunes de la Guerra Civil y del franquismo.» La providencia del juez está fechada el 28 de agosto de 2008 y, como puntualizaban los medios, dos días después de haber participado el juez Garzón, en la región colombiana de Antioquía, en la apertura de una fosa común con los restos de supuestos guerrilleros de las FARC asesinados por los paramilitares. «–Me voy muy impresionado, la desaparición forzada de personas es el peor crimen que pueda existir, declaró el juez.»

Mi respuesta telefónica y espontánea a la Agencia Europa Press se podría resumir en una especie de diagnóstico psicoanalítico (espontánea, porque, aunque no soy psicoanalista, ni mucho menos, he mantenido contacto con psicoanalistas y con literatura psicoanalítica desde hace sesenta años, desde mis años de estudiante): «El juez Garzón tiene complejo de Jesucristo para juzgar a los vivos y a los muertos.» Así es como se publicó el despacho de agencia en El Correo Gallego (2 de septiembre) por ejemplo:

Gustavo Bueno acusa a Garzón de tener "complejo de Jesucristo para juzgar a los vivos y a los muertos"
El filósofo señala que la Ley de la Memoria Histórica es la intención del Gobierno de "querer identificar al PP con el franquismo"
E.P. OVIEDO. 1/09/2008 19:14.
El filósofo y profesor emérito de la Universidad de Oviedo, Gustavo Bueno, tildó hoy de "sucia" e inoportuna" la decisión del juez Baltasar Garzón de abrir una causa general para perseguir los crímenes franquistas con el fin de identificar a los desaparecidos a partir del 17 de julio de 1936". El profesor señaló que el magistrado tiene un "complejo de Jesucristo para juzgar a los vivos y a los muertos".
Bueno, en declaraciones a Europa Press, señaló que el objetivo del magistrado y del Gobierno es la "vergonzosa" intención de "querer identificar al PP con el franquismo". "Para Garzón y para el Gobierno lo principal es mantener viva la Ley de la memoria Histórica", apuntó.
Según el filósofo, el PSOE comenzó a hablar de la Memoria Histórica tras la segunda victoria de los 'populares' en el año 2000 "y les ha venido bien para ganar votos", añadió.
Por ello, Bueno destacó que en estos momentos de crisis económica y con el aumento del paro, al Gobierno le interesa volver a "reavivar lo que era ya pasado". "El PSOE utiliza películas, revistas, reportajes, un chorro de dinero en propaganda para identificar al PP con el franquismo", apuntó.
El profesor de Filosofía de la Universidad de Oviedo opinó que "muy mal le debe de ir al Gobierno en las encuestas para sacar otra vez este asunto".
Respecto al magistrado, el profesor Gustavo Bueno, acusó a Baltasar Garzón de creerse un "juez universal" que aspira a ser el Presidente del Tribunal Internacional de Justicia, "una especie de Espíritu Santo que juzga a todos los hombres y a los Gobiernos", añadió.
En este sentido, Bueno invitó a Garzón a que investigue también los crímenes que sucedieron durante la Revolución de 1934 y convidó al Gobierno a que "amplíe el horizonte histórico" y se preocupe también por las Guerras Carlistas y otros hechos históricos.»

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Mi respuesta ha tenido un eco inesperado en la prensa, en tv, en internet (varios cientos de comentarios, naturalmente muchos de ellos, aunque no excesivamente, en tono insultante). Sospecho que la explicación de este eco tan amplio tiene que ver con la utilización del concepto «complejo de Jesucristo», en relación con su papel de juez que ha prometido venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Es un papel que, como es sabido, el credo romano atribuye a Jesucristo, incorporando un versículo de San Mateo, y que recogen numerosos escritores sagrados (como Tertuliano): «Venturum iudicare vivos et mortuos» –_que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos_–. Es decir, una visión tradicional de Jesucristo, en cuanto contradistinto de Jesús (del Jesús amigo, hermano, frente al Jesucristo lleno de poder, Cosmocrator). Y de Jesucristo como alguien que no sólo ha venido ya (en el pretérito) para salvar a los hombres del pecado original, Cristo Salvador, sino como alguien que va a volver para juzgarlos en un Juicio Final. No es por tanto un Jesucristo salvador sino un Jesucristo juzgador, un juez que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, es decir, a todos los hombres.

Y aquí, me parece, es en donde tanta gente ha visto, a propósito de mi «diagnóstico», la conexión precisa entre el anuncio de Garzón de abrir una causa general a las víctimas de la Guerra Civil y de la época del franquismo –«causa general» que por su magnitud y su complejidad todo el mundo sabe que va para largo, y que nos pone delante de un tiempo futuro indefinido– y su «complejo de Jesucristo», es decir, su identificación como juez con un juez que precisamente viene de lo alto, a juzgar, en el Juicio Final, a los vivos y a los muertos. Puesto que todo el mundo sabe que la inmensa mayoría de los autores de aquellos supuestos crímenes ya están muertos, o tendrían hoy como poco más de 93 años de edad (si tomamos a Santiago Carrillo, nacido en Gijón el 18 de enero de 1915, como referente generacional). En una palabra, muchos de quienes leyeron el anuncio del proyecto del juez Garzón lo primero que pensaron es que Garzón se proponía juzgar a los muertos.

Por ello, lo más chocante, por no decir lo más macabro del anuncio de Garzón, es su propósito de abrir «causa general», es decir, juzgar a unas personas que en su práctica totalidad están ya muertas.

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Es casi seguro que si mi «diagnóstico» se hubiera limitado a un genérico «complejo de Jesucristo» (genérico, es decir, sin especificar la referencia a Jesucristo como juez que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos) su eco habría sido mucho menor, puesto que su conexión específica con el proyecto del juez Garzón no se hubiera visto tan clara.

La figura de Jesucristo, en efecto, es tan compleja que atribuir a alguien el «complejo de Jesucristo» puede aludir a componentes que no tengan que ver nada específicamente con Baltasar Garzón, sino con otras personas de profesiones y actividades muy diferentes.

Por ejemplo, del padre Pío (por cierto, santificado ya por Juan Pablo II), se ha dicho alguna vez que tenía «complejo de Jesucristo», por sus estigmas, y que él imitaba a Jesucristo con su corona de espinas, dibujadas con sangre, sus llagas en las manos, el pecho y los pies. Por lo demás, la lista de los «imitadores de Jesucristo» por esta vía es muy amplia, como es sabido, desde San Francisco de Asís hasta Sor Lukardis de Oberweimar, desde Sor María de la Visitación (acusada por el tribunal de la Inquisición a raíz del desastre de la Armada Invencible) hasta Sor Patrocinio, «la monja de las llagas»; y aunque a todos estos personajes se les pudiera atribuir un «complejo de Jesucristo», este complejo no cuadraría bien con la revelación que, sin quererlo, el juez Garzón nos ha hecho de sí mismo.

Y otro tanto habría que decir de otras acepciones que el sintagma «complejo de Jesucristo» ha tenido a lo largo de más de un siglo. Por ejemplo, Owen A. R. Berkeley-Hill, ya en 1922 analizó (en The Psychoanalytic Review, vol. 9, enero 1922, págs. 1-27, «A Case of Paranoid Dissociation») el caso de A. B., un «europeo, varón, de 30 años», paranoico con represión homosexual y narcisismo («he was beginning to realize to how great extent the repression of homosexual, incestuous, and narcissistic cravings had been the etiological factor of his illness»), que veía a su madre como figura de sacrificio y buscaba sacrificarse él mismo a su madre. A. B., según Berkeley-Hill, tendría «complejo de Jesucristo» («his mother is again bound up with the idea of «sacrifice»—i.e., the son who sacrifices himself; in short, the Jesus Christ complex»). Pero no me consta que el juez Garzón, aunque es europeo y blanco, tenga represiones homosexuales y narcisistas, y busque sacrificarse a sí mismo en oblación a su señora madre.

Otros autores, como John Dittmer, en un libro de 1995 (Local People. The Struggle for Civil Rights in Mississippi, University of Illinois Press, pág. 263), recogen opiniones de psicoanalistas que definen un género de «complejo de Jesucristo» que afecta a algunos varones blancos, de clase media, en sus relaciones con gentes que consideran oprimidas («there is a kind of Jesus Christ complex that many middle-class whites bring to their relations with people whom they consider oppressed»); aquí Jesucristo es visto como redentor, y el «complejo de Jesucristo» equivale al «complejo de Redentor» e incluso al «complejo de Mesías». Ahora bien, aunque el juez Garzón es varón de raza blanca y de clase media, sería difícil probar que su proyecto de causa general a los crímenes de la época franquista implique haber asumido el papel de Redentor, puesto que con esa causa no parece querer redimir a nadie, sino más bien acusar a los supuestos asesinos de quienes están «desaparecidos» desde hace setenta años y se suponen enterrados en fosas comunes, algunas de ellas aún no localizadas.

También los críticos literarios han hablado del «complejo de Jesucristo» –aunque mucho menos que del complejo de Edipo o del complejo de Electra–, atribuyéndoselo a veces a escritores célebres, como es el caso de Quevedo, porque según A. A. Parker, podría advertirse en él una suerte de aprovechamiento estético erótico relacionado con lo que él entiende por «complejo de Jesucristo». Pero tampoco parece que el complejo de Jesucristo del juez Garzón vaya por ahí.

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Sería pues el juez Garzón (ateniéndonos a lo que hoy se conoce) el primero que ha dado síntomas manifiestos de padecer un complejo de Jesucristo en su advocación de juez que va a venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y no un complejo de Jesucristo de cualquier otro tipo, sea el de su advocación de Cristo Llagado, o bien de Cristo Redentor, o de Cristo Rey o de Cristo Mesías. Aquí estamos hablando de complejo de Jesucristo en cuanto Jesucristo Juez.

Baltasar Garzón ofrece todos los síntomas necesarios y suficientes de haberse identificado con la figura de un Juez Universal, cuya esfera de jurisdicción desbordase a los pecadores (a los delincuentes) vivientes, buscando extenderse también a los reos muertos. Y este Juez Universal es precisamente el Jesucristo del Credo romano, el que «vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos» en un Juicio Final.

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¿Y por qué el juez Garzón ha llegado a ser víctima de este complejo de Jesucristo en su especialidad de juez juzgador?

Muchas hipótesis se han barajado ya estos días. La mayor parte caminan en sentido psicológico etológico: sería «el afán de protagonismo» el que le habría llevado, no ahora, sino a lo largo de su carrera profesional, a emprender aventuras extraordinarias, es decir, a tratar de llevar su profesión de juez más allá de su «prosaica» jurisdicción ordinaria, como cuando abrió la causa contra un ex presidente chileno, el General Pinochet, y poco después contra los responsables argentinos, en la época de Videla, de los terribles asesinatos políticos que todos recordamos.

Sin embargo el «afán de protagonismo» no explica enteramente el complejo del que hablamos. Muchas personas tienen afán de protagonismo; más aún, este afán de protagonismo puede ser síntoma de vitalidad envidiable, no encerrada en ningún complejo. Pero en nuestro caso, parece esencial la condición profesional de juez importante (juez de una Audiencia Nacional, no de un mero Juzgado de Guardia, «juez estrella») cuyo afán de protagonismo le llevase precisamente la esfera de jurisdicción asignada a su propia profesión y cargo. Sin duda, el límite máximo de esta aspiración profesional podría ponerse, para un juez megalómano, en alcanzar el nombramiento de Presidente de un Tribunal Universal de Justicia; de un tribunal no meramente «inter-nacional», como los que ahora se estilan, porque basta que dos Estados creen un tribunal común de justicia para asuntos especiales, para que ese tribunal pueda ser llamado internacional, lo que es poco para un megalómano.

Pero un Tribunal Universal de Justicia es imposible; al menos esto es lo que se demostró a lo largo del llamado «proceso de deslegitimización de la guerra» que puso en marcha el presidente Wilson al final de la Primera Guerra Mundial.

Otros apuntan a mecanismos más específicos, a través de los cuales podría haberse abierto camino ese afán de protagonismo: Baltasar Garzón querría compensar con la dilatación de sus poderes judiciales el fracaso que habría tenido en sus «experiencias» dentro del poder ejecutivo. «No le acompañaba su voz atiplada», dicen algunos, y los contenidos de sus discursos –asombrosamente vulgares, sin la menor chispa de ingenio– no eran capaces de hacer olvidar, con la letra, la música llena de gallos de su voz.

Pero esta explicación es poco convincente, salvo para quienes parten del supuesto (atribuido a Montesquieu) de que el poder judicial no es un poder político, y que aún debe ejercerse sin la menor contaminación con este poder. Porque el poder político no se circunscribe al poder ejecutivo ni al legislativo. El poder judicial es parte interna y esencial del poder político, y no sólo porque su jurisdicción se extiende a los propios miembros del ejecutivo (lo que el propio Garzón evidenció en su intervención como juez en el caso GAL, de indudable alcance político), sino también porque el poder judicial carece, en todo caso, de fuerza de obligar si no cuenta con las fuerzas que dependen del ejecutivo. Dicho de otro modo, la supuesta «vocación política» de un juez tiene campo suficiente para ejercitarse como tal en su condición de juez de un tribunal cuya jurisdicción tiene ya una escala nacional.

Precisamente algunos de quienes parten del supuesto de esta involucración de hecho entre el ejecutivo y el judicial (involucración que estos días estamos viendo con absoluta evidencia al propósito del nombramiento de los magistrados del Consejo Superior del Poder Judicial, mediante las propuestas de los partidos políticos, PP, PSOE y partidos nacionalistas vasco y catalán) sugieren que la decisión del juez Garzón tendría una explicación político-ejecutiva: habría sido un «encargo» del gobierno actual, en busca de distraer la atención de un electorado demasiado preocupado por la crisis económica, a punto de entrar en fase galopante. Pero este «encargo» es, hoy por hoy, indemostrable.

Baltasar Garzón y Zapatero sonrien aquí sin enseñar los dientes

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Las hipótesis anteriores, y sin perjuicio de su fragilidad como hipótesis de hechos, dejan fuera en todo caso factores esenciales. El principal factor, a nuestro juicio, es la Ley de Memoria Histórica, que está obviamente involucrada en el anuncio de la causa general ante los crímenes de la Guerra Civil y del franquismo. Esta Ley de Memoria Histórica fue impulsada (damos por supuesto) por el gobierno socialdemócrata y por sus aliados; y doy por evidente, por mi parte, que la inspiración política de esta ley tuvo que ver con el proceso ascendente que el PP había iniciado desde su primera victoria electoral, en 1996. La Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977 había formulado el «espíritu de la transición» que soplaba en las gargantas de toda la izquierda cuando gritaba por las calles de España: «¡Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía!». La Ley de Amnistía era sin duda una ley del olvido: «Quedan amnistiados –decía su artículo 1– todos los actos de intencionalidad política, cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas, realizados con anterioridad al 15 de diciembre de 1976.»

Por supuesto, de la Ley de Amnistía no cabría deducir la inconstitucionalidad de la Ley de Memoria Histórica, entre otras cosas porque, podría decirse, la Ley de Amnistía era «preconstitucional» (respecto a la Constitución de 1978). Sin embargo es evidente que el espíritu de estas leyes es totalmente contradictorio. Lo que la Ley de Memoria Histórica busca es mantener vivo el recuerdo de la Guerra Civil y del régimen de Franco. La Ley de Memoria Histórica está basada en un absurdo conceptual, el que consiste en considerar a la memoria como si pudiera recibir el adjetivo de histórica. Porque la memoria es individual, mientras que la Historia es colectiva; más aún, la Historia comienza su tarea analizando, es decir, destruyendo, las memorias individuales (privadas) de los hechos, al confrontarlas unas con otras. La Historia es obra del entendimiento, no de la memoria, como lo pensó el canciller Bacon, víctima de una metáfora ridícula que tuvo sin embargo mucho éxito.

No pretendo insinuar que cada ciudadano de hoy no tenga derecho a recordar a sus antepasados fusilados, a quienes puede recordar personalmente en algunos casos (aunque en la mayoría no puede recordarlo biográficamente, lo que recuerda son los relatos que le vienen por tradición familiar o por otras informaciones). Cada individuo y cada familia tiene sin duda derecho a saber lo que ocurrió, incluso a recuperar los huesos e sus antepasados. ¡Pero no en nombre de ninguna «memoria histórica»! Porque sus antepasados, cualquiera que fuera su causa, han contribuido a la historia tanto como los contrarios.

Lo que parece excesivo es que al cabo de setenta años los recuerdos privados, individuales o familiares, que buscan la recuperación de los restos de los antepasados que yacen en fosas comunes o individuales, sean canalizados e impulsados por el Gobierno y por el Parlamento en nombre de la «memoria histórica». No es la historia la que mueve esos deseos, a los cuales, por otra parte, nadie se opuso jamás. Fue la política electoral, que sin duda veía en esa memoria histórica un modo de mantener vivo el recuerdo del «franquismo», presentado como la causa única de todos los crímenes del pasado, de un pasado que empezó a contar, además, el 18 de julio de 1936, como si el día antes, la semana antes, el año antes, no hubiera estado España pletórica de crímenes perpetrados por pistoleros o de homicidios (para no entrar en más detalles) promovidos por la Revolución de Octubre de 1934, cuando los dirigentes más relevantes del Partido Socialista Obrero Español (Largo Caballero, el Lenin español, o Indalecio Prieto), las Juventudes Socialistas (de Santiago Carrillo), comunistas y anarquistas, intentaron dar un «golpe preventivo» contra el Gobierno de la II República (considerada como «república burguesa») a fin de instalar una especie de República Soviética o el Comunismo Libertario.

Y el interés por esos recuerdos vivos ofrecidos por la memoria histórica tiene una explicación clara siempre que simultáneamente se de por supuesta (como se da, de hecho) la afinidad de los adversarios políticos (el PP, «la derecha») con el franquismo: «la derecha es criptofranquista» (y además «las izquierdas» no tienen hoy otra forma de definir a «la derecha»).

Estimular la memoria histórica se convierte así en la mejor manera de mantener viva la aversión contra «la derecha» y asegurarse la fidelidad de un electorado que daba síntomas de cansancio. Cataratas de euros fueron invertidos por el gobierno central y por los de las comunidades autónomas y municipios para organizar conferencias, publicaciones, películas, series de televisión, sobre asuntos de la Guerra Civil y del franquismo, y con el mensaje de identificar sutilmente, y a veces de un modo burdo, la derecha de hoy con el franquismo.

Concluimos: el complejo de Jesucristo que atribuimos al juez Garzón al anunciar su causa general, habría sido desencadenado precisamente por la vigencia de esa Ley de Memoria Histórica. Sin duda, el responsable del complejo es el superego del propio juez. Pero su afán de notoriedad (que puede ser causa necesaria, pero nunca suficiente) hubiera caído en el vacío si no hubiera contado con un terreno abonado, en el que pudiera germinar, y contar con un gobierno que estaba dispuesto a apoyar semejante proyecto megalómano –pero no menos megalómano que el proyecto de una Alianza de las Civilizaciones– como efectivamente lo apoyó inmediatamente el propio presidente Zapatero y su ministro de Justicia.

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Añadiremos algunas consideraciones, que creemos tienen suficiente interés general, relacionadas con las reacciones a que dieron lugar la publicación del diagnóstico del juez Garzón como víctima de un complejo de Jesucristo.

Ante todo me referiré a las críticas, no ya tanto al diagnóstico, cuanto a las circunstancias que a él se le atribuyen. Muchos critican duramente este diagnóstico pero sin entrar propiamente en su naturaleza, sino respondiendo con el tic del tu quoque, del tú también: «Dice GB que Garzón tiene complejo de Jesucristo. ¡Anda que GB!», pero no dice por qué; y aunque lo dijera no vendría a cuento, porque aquí no se trata de hablar de los complejos de GB sino de los complejos de Garzón. Si este tipo de respuestas tienen interés es por su extremada frecuencia, incluso en la vida parlamentaria, autonómica o municipal. Cuando un político «denuncia» cualquier acto o propósito de la oposición tiene como respuesta, no la negación de este acto o propuesta, sino la afirmación de que él también, en general, algún miembro de su partido, incurrió en un acto o propósito semejante.

Otro tipo de críticas tienen que ver con la pretensión de eliminar, como mero subjetivismo, de la «causa general», la relación que pueda tener con un complejo cualquiera: «Lo importante es que los crímenes de Franco puedan ser juzgados, tengan o no complejo los jueces.» A veces estas críticas se hacen precisamente en nombre de la memoria histórica, como es el caso de La Voz de Galicia del día 9 de septiembre de 2008, en la que se ofrecen unas declaraciones de «o colectivo vigués Memoria do 36». Curiosamente en el entrante de esa noticia se puede leer:

«O certo é que o anuncio do Xuíz da Audiencia Nacional Baltasar Garzón de iniciar os trámites para elaborar un censo de desaparecidos durante a Guerra Civil Española e abrir unha causa xeral para perseguir os crimes logrou remover conciencias, suscitar apoios, e críticas. O filósofo Gustavo Bo chegou a dicir que ‘Garzón ten complexo de Xesucristo para xulgar aos vivos e aos mortos’. Non o entende así o colectivo vigués Memoria do 36, cuxo presidente José Miguel Gómez Millán Pucho (77 anos) di que ‘poden xerar un envorco á historia na loita contra a impunidade’.»

Este modo de referirse a un autor estimula mi «memoria histórica» acerca de un hecho ocurrido hace unos cincuenta años, en unas oposiciones a cátedras de filosofía. Competía conmigo entre otros un profesor llamado Fermín de Urmeneta. Uno de los ejercicios consistía en la exposición ante el tribunal y el público, por parte del opositor, de un tema del programa elegido por él. Urmeneta, subido al estrado, anunció solemnemente, ante el asombro del público, el tema de su lección: «Voy a exponer el tema que mi programa consagra al famoso filósofo Severino Cementerio.» Quienes estábamos allí jamás habíamos oído hablar de semejante nombre; pero a los pocos minutos nos enteramos de que Urmeneta estaba hablando del entonces llamado padre del existencialismo, Søren Kierkegaard, traducción que él justificó cumplidamente.

Gustavo Bueno en La Noria de Telecinco el 6 de septiembre de 2008

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También puede tener interés sintomático constatar que mi diagnóstico no ya no ha sido discutido muchas veces, sino que simplemente ha sido ignorado, en situaciones significativas. Así, Telecinco, dedicó parte de su programa La Noria, la noche del sábado 6 de septiembre, a tratar la propuesta del juez Garzón. Telecinco, enterada de mi diagnóstico sobre Garzón como juez afectado de «complejo de Jesucristo», me llamó por teléfono el jueves para invitarme a participar en el programa, y en la entrevista telefónica que me hicieron, en la que yo manifesté mi imposibilidad de asistir físicamente al programa, acordaron enviar a mi casa de Asturias un equipo de grabación, ante el cual, el viernes, estuve exponiendo durante una hora los fundamentos de mi diagnóstico y cuestiones colindantes. Lo que merece la pena destacar es que en los fragmentos de mi entrevista que intercalaron en el programa no figuró en modo alguno la expresión «complejo de Jesucristo», sino algunas partes genéricas de la argumentación. Y esta ausencia u omisión es aquella que sin duda tiene un valor sintomático: ¿por qué el programa, que me llamó haciendo alusión al diagnóstico omite precisamente tal diagnóstico? Sin duda lo primero que puede pensarse es que le pareció impertinente, cualquiera que fuera la razón, sacar a colación a Jesucristo en semejante cuestión.

Pero un mecanismo similar, aunque obviamente a otra escala, puede observarse en la conducta que la prensa impresa dio a este diagnóstico difundido por la agencia Europa Press, en el sentido de que muchos periódicos impresos lo recogieron y otros lo ignoraron, entre ellos El Mundo, a pesar de que fue el medio que abrió la información y recopiló abundantes reacciones de todo tipo. En esta misma línea resulta también muy significativo que precisamente en la columna «El lobo feroz» que publica Fernando Sánchez Dragó habitualmente en El Mundo, titulada «Garzonerías» (9 de septiembre de 2008), se diagnostica psicológicamente al juez Garzón exactamente en la misma línea que mi diagnóstico, pero sin citar para nada el nombre psicoanalítico de este diagnóstico, es decir, omitiendo toda alusión al rótulo «complejo de Jesucristo»:

«El juez en cuestión se cree Jesús de Galilea, pero no el de los evangelios, sino el de la Segunda Venida, que reaparecerá el día del Fin de los Tiempos con la balanza de Osiris en la mano zurda para impartir justicia universal así a los vivos como a los muertos.»

Es muy probable que mi amigo Sánchez Dragó no tuviera noticia de mi diagnóstico; es más improbable dada su amplia cultura, que no hubiera oído hablar nunca del «complejo de Jesucristo».

En cualquier caso lo significativo es esa especie de censura a mentar el nombre de Jesucristo, incluso en un autor como Dragó, que ha escrito un libro titulado Carta de Jesus al Papa. Es como si Jesucristo tendiera a ser visto por los medios de comunicación y los escritores de la España actual como el amable Jesús de Galilea que imparte tolerancia y diálogo, pero no como el Jesucristo Cosmocrator que vendrá en el futuro a la Tierra a juzgar a los vivos y a los muertos; y como si la mayoría de la prensa, en general, considerase de mal gusto mezclar una cuestión judicial con Jesucristo, aunque sea tan indirectamente como pueda serlo a través del juez Garzón.

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