Carlos M. Madrid Casado, El porvenir de la Gnoseología, El Catoblepas 88:15, 2009 (original) (raw)

El Catoblepas, número 88, junio 2009
El Catoblepasnúmero 88 • junio 2009 • página 15
Artículos

Carlos M. Madrid Casado

Texto de la comunicación presentada el lunes 13 de abril de 2009 en los XIV Encuentros de Filosofía, El porvenir de la Filosofía

1. Resumen

El objetivo de esta comunicación es analizar cuál puede ser el futuro de la filosofía de la ciencia. Tras presentar a los principales protagonistas de ese devenir (el científico, el filósofo, el sociólogo, el historiador y el fundamentalista científico), comenzaremos a dilucidar qué destino le espera a la teoría de la ciencia en el siglo XXI. Desde las claves que aporta el materialismo filosófico, distinguimos dos clases de amenazas dirigidas contra la gnoseología. Por un lado, una serie de amenazas externas, comandadas por el fundamentalismo científico, que atentan contra la propia existencia de esta disciplina. Por otro lado, toda una serie de amenazas internas, dirigidas contra la esencia de la disciplina tal y como se consolidó a lo largo del siglo XX. Aquí estudiaremos por separado cuáles pueden ser las perspectivas de futuro del adecuacionismo, del descripcionismo, del teoreticismo y, sobre todo, del circularismo (teoría del cierre categorial).

2. Los cinco protagonistas del futuro de la gnoseología

El propósito de estas líneas no es otro que analizar cuál puede ser el futuro de la filosofía de la ciencia a la luz de nuestro presente. Antes de comenzar a elucidarlo, nos gustaría escribir un dramatis personae. De otra manera: queremos presentar a los protagonistas o principales personajes implicados en el devenir de la gnoseología (ya sea por acción u omisión). Para ello, no está de más citar un debate ficticio imaginado por Harry Collins (1999, 287):

«Un científico, un filósofo, un sociólogo del conocimiento científico y un guerrero pro-ciencia viajan en un globo aerostático. El globo comienza a desinflarse. El científico dice: ‘Un micrometeorito ha debido perforar la envoltura: ¿tenemos cinta adhesiva?’. El filósofo dice: ‘Mis propensiones inductivas me indican que si el globo se desinfla, caeremos: debo analizar las bases racionales de esta creencia’. El sociólogo dice: ‘Me pregunto cómo conseguirán llegan a algún acuerdo sobre la causa de nuestras muertes’. El guerrero pro-ciencia dice: ‘¿No os lo dije? ¡Hay una realidad externa!’.»

Esta conversación tiene la virtud de presentarnos, sin prolegómenos, a cuatro de los cinco protagonistas del futuro de la gnoseología. En primer lugar, al científico, por cuanto su trabajo es siempre el referente de todos los análisis. En segundo lugar, al filósofo, dedicado a estudiar las relaciones entre ciencia, verdad y razón. En tercer lugar, al sociólogo de la ciencia, más interesado en la ciencia en cuanto institución social. Y, en cuarto lugar, al guerrero pro-ciencia, cuyo papel coincide –reinterpretado desde las claves del materialismo filosófico– con el del fundamentalista científico. Pero, a nuestro entender, falta un quinto protagonista nada desdeñable: nos referimos al historiador de la ciencia, cuya investigación se desarrolla muchas veces a medio camino entre la del filósofo y la del sociólogo de la ciencia.

En cualquier caso, este diálogo nada angelical, entre mónadas (por cuanto nadie parece entender a nadie), que recoge Collins, remite a una famosa serie de polémicas suscitada a principios de los 90, vivas durante los últimos veinte años y aún vigentes: las Guerras de la Ciencia (Science Wars), que en el fondo, anticipando conclusiones, son más bien una Guerra de las Ciencias, en la que participan profesionales de muy diversa graduación (físicos, biólogos... pero también historiadores, sociólogos y filósofos){1}; y dentro de la cual se está ventilando la propia viabilidad de esa disciplina secular que llamamos filosofía de la ciencia o gnoseología, que puede subsistir o bien puede terminar fragmentada en múltiples subdisciplinas (por ejemplo, en lógica, historia y sociología del conocimiento científico).

En resumidas cuentas, acabamos de presentar a los protagonistas del futuro de la gnoseología: científicos, filósofos, sociólogos, historiadores y, especialmente, fundamentalistas científicos. Hasta donde alcanzamos a ver, creemos distinguir dos clases de amenazas dirigidas contra la gnoseología. Por un lado, una serie de amenazas externas, comandadas por el fundamentalismo científico, que atentan contra la propia existencia de esta disciplina. Por otro lado, una serie de amenazas internas, dirigidas contra la esencia de la disciplina tal y como se consolidó a lo largo del siglo XX, el siglo de oro de la gnoseología (como de la física, lo que tal vez no sea nada casual). En efecto, según fueron cristalizando las diversas categorías científicas, el campo entre medias dedicado a la filosofía natural fue viendo reducido su tamaño, pero a cambio fue ganando en una profundidad nunca antes sospechada, dando lugar a la filosofía de la ciencia (probablemente, la acumulación en el tiempo de «revoluciones científicas» que ha conocido el siglo XX sea algo muy raro e irrepetible).

Pero quizá, antes de tomarle el pulso a la gnoseología, a través de la toma en consideración de las amenazas (externas o internas, contra su existencia o su esencia) que la acechan, sea conveniente reparar en una posición filosófica bastante en boga en nuestro tiempo, ligada al postmodernismo. Estamos pensando en aquella de quienes mantienen que la gnoseología –como la epistemología– carece de amenazas... porque está muerta. Por ejemplo, para Richard Rorty, la gnoseología y la epistemología carecerían de amenazas, porque directamente carecen de futuro, porque ya han muerto...

En sus primeros escritos como pragmatista –recogidos en un libro titulado Consecuencias del pragmatismo y publicado en 1982– Rorty profetiza el advenimiento de una cultura post-Filosófica (así, con ‘F’ mayúscula). La Filosofía con mayúscula, heredera de Descartes o Kant, ha desaparecido; y sólo queda una filosofía con minúscula, que debe resignarse y ayudarnos en la tarea de renunciar a las distinciones filosóficas clásicas entre realidad y apariencia, objetivo y subjetivo, conocimiento y opinión, &c. Posteriormente, en La filosofía y el espejo de la naturaleza, Rorty precisa sus afirmaciones. La Filosofía, con ‘F’ mayúscula, que debe llegar a su final, es, desde luego, la epistemología (que, desde las confusas coordenadas de Rorty, es equiparable a la gnoseología, no bien diferenciada de ella). La epistemología/gnoseología es una vía muerta, y las cuestiones que tradicionalmente asociamos con ella han de desaparecer (por ejemplo, la dicotomía sujeto-objeto de la epistemología, relacionada con el problema del conocimiento, o la dicotomía materia-forma de la gnoseología, relacionada con el problema de la verdad). En especial, para Rorty, este final significaría el final de la concepción adecuacionista o representacionalista del conocimiento y el final de la idea de que la verdad consiste en una suerte de correspondencia entre nuestros enunciados y el mundo. Ahora bien, a rey muerto, rey puesto, y para conseguir todo esto Rorty (1989) promueve el florecimiento de la hermenéutica o, en general, de una filosofía irónica, a fin de dejar de lado ese tipo de filosofía que busca los fundamentos de la realidad.

Sin embargo, Rorty está preso de muchos prejuicios. Como bien señala Antonio Diéguez (2003), en su artículo «La necesidad de la epistemología en un mundo tecnificado. ¿Es Rorty inconsistente?», cabe también una epistemología no fundacionalista que no tenga pretensiones de filosofía primera ni de tribunal legitimador de la cultura; una epistemología que no esté preocupada con dar una respuesta al escéptico capaz de vencerle por K.O. (es decir, con fundamentar más allá de toda duda los pretendidos conocimientos). Pero es que hay más: los provocativos análisis de Rorty sólo tienen en mente la gnoseología adecuacionista, pero existen otras gnoseologías no adecuacionistas –por ejemplo, la de la teoría del cierre categorial- que escapan por entero a su crítica. A lo sumo, será la gnoseología o la epistemología adecuacionista la que habrá muerto (e incluso esto está por demostrar), pero la descripcionista, teoreticista o circularista no necesariamente. Ni mucho menos.

3. Amenazas externas: CpMC y el fundamentalismo científico

Nuestro trasfondo histórico es bien conocido: tras la caída de la Unión Soviética, la ideología de las democracias homologadas tiene dos fuentes de alimentación: por una parte, el fundamentalismo democrático, ligado al humanismo; por otra parte, el fundamentalismo científico, asociado al progresismo. Este último hace suya la idea de que la Ciencia, en singular, es la forma más avanzada de conocimiento del Mundo, del Universo. Sociológicamente, el fundamentalismo democrático y científico supone, en España, el factor más determinante para el futuro de la filosofía. Así es: mientras que el fundamentalismo democrático reduce el porvenir de la filosofía a la enseñanza del humanismo a través de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, el fundamentalismo científico lo reduce a la enseñanza del progresismo científico y tecnológico a través de la asignatura Ciencias para el Mundo Contemporáneo, que, yendo del Big Bang al hombre, pasando por la célula, traza una línea recta siempre ascendente. Aún más: mientras que la extinta CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad) todavía era impartida por el gremio de profesores de Filosofía, aunque estaba arrinconando a la Filosofía en el Bachillerato, esta nueva materia ha seguido el rumbo y desplazado en su administración a los profesores de Filosofía por profesores de Física y Química o Ciencias Naturales. Curiosamente, a diferencia de EpC, CpMC apenas ha despertado oposición, señal de lo mucho que ha calado el fundamentalismo científico en el presente.

La pinza de los fundamentalistas científicos contra todos aquellos que marcan los límites de las ciencias, en plural, y del progreso científico conlleva, como daño colateral, la muerte de la gnoseología. La filosofía de la ciencia no es imprescindible, por cuanto puede y debe naturalizarse, siendo administrada por los propios científicos. ¿Acaso la enseñanza de la Lógica, de la Teoría del Conocimiento o de la Teoría de la Ciencia no deberían ser asumidas completamente por las Facultades de Matemáticas o de CC. Físicas?

El núcleo del fundamentalismo científico lo constituye, desde luego, el «cientifismo». El término «cientifismo» (scientism) fue introducido en la literatura filosófica por F. A. Hayek en su libro The Counter-Revolution of Science de 1952. Para Hayek, el cientifismo consiste en la imitación servil del método y del lenguaje de la ciencia. Popper lo utilizó, de hecho, en un sentido muy similar. De modo más amplio, el cientifismo significa la fe de la ciencia en sí misma, el convencimiento de que ya no se puede entender la ciencia como una forma de conocimiento, sino como la forma de conocimiento, identificando el conocimiento con la ciencia. Entre los filósofos hay quien, como Mario Bunge, le da una calurosa bienvenida. Sin embargo, como apunta Antonio Diéguez (art. cit.), es natural que en las últimas décadas ninguna filosofía haya vuelto a enarbolar la bandera del cientifismo: nadie se toma el trabajo de sostener una bandera que ondea en el mástil más alto.

Pero, a nuestro entender, es en las Guerras de la Ciencia donde mejor se plasma la voracidad cientifista al orden del día contra la filosofía de la ciencia. Desde mediados de los 80, la comunidad científica vio con preocupación los ataques contra la validez universal de la ciencia desde la sociología (constructivismo social) y las humanidades (postmodernismo). En 1994, como punta de lanza, los científicos Paul R. Gross (biólogo) y Norman Levitt (matemático) publicaron Higher Superstition: The Academic Left and Its Quarrels With Science, criticando afiladamente lo poco que los investigadores dentro del campo de los Estudios sobre la Ciencia (CTS) sabían sobre las teorías científicas que discutían, cuyos conocimientos ni siquiera incluían una mínima base matemática, física o química. Para los agraviados, el libro se apoyaba sobre caricaturas y hombres de paja. Pero fue la chispa detonante de las Guerras de la Ciencia.

En 1996, Social Text, una de las revistas norteamericanas más prestigiosas de estudios culturales, compiló un número especial titulado «Science Wars», concebido como respuesta al escéptico libro de Gross y Levitt. En la introducción, Bruce Robbins y Andrew Ross, los editores, sugerían que la reacción violenta contra los estudios críticos sobre la ciencia era una reacción conservadora contra la reducción de la financiación científica, en un intento de vincular los estudios sociales de la ciencia y los estudios sobre ciencia y cultura o ciencia y género con un montón de peligrosas amenazas (el creacionismo, la astrología, la ufología, la ciencia aria nazi, el lisenkoismo, &c.). El físico Alan Sokal, profesor en la Universidad de Nueva York, remitió un artículo al monográfico, en el cual pretendía argumentar que la física cuántica apoyaba las críticas postmodernistas a la objetividad de la ciencia. El artículo, titulado «Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity», consistía en un texto de 25 páginas, con 109 notas y 235 referencias bibliográficas, escrito desde una perspectiva postmoderna a fin, supuestamente, de: (i) revisar, a la luz de los estudios kuhnianos, postestructuralistas y feministas de la filosofía, la historia y la sociología del conocimiento científico, la idea que los hombres de ciencia tienen de su actividad investigadora, esto es, la idea de que la ciencia va sin compromisos detrás de la verdad; (ii) reconocer, al calor del principio de incertidumbre de Heisenberg, que el discurso científico no tiene un status gnoseológico y epistemológico privilegiado, pues el objeto no deja de ser un constructo del sujeto; (iii) desafiar el principio de descripción única, pues el principio de complementariedad de Bohr plantea la necesidad de elucidar la naturaleza del objeto desde diversos puntos de vista; (iv) reevaluar los conceptos mecánicos tradicionales de espacio, tiempo y causalidad desde el marco de la relatividad y la más reciente teoría de cuerdas, pues el mundo se nos revela como un sistema dinámico no lineal (caótico) y, por ello, en gran parte, abierto e impredecible; (v) redefinir la estructura disciplinar y especializadora del saber moderno; y (vi) liberar a la humanidad de la tiranía de la Verdad de esa Iglesia Universal en que se ha convertido la Ciencia y de esos nuevos sacerdotes que son los científicos.

El artículo fue publicado en la revista y, casi simultáneamente, Sokal reveló, en la revista literaria Lingua Franca, que era una patraña o parodia, un experimento para ver si los editores de la revista publicaban un artículo libremente aderezado con absurdos y sinsentidos si sonaba bien, halagaba las ideas preconcebidas y los presupuestos ideológicos de los editores, y figuraba repleto de referencias bibliográficas actualizadas sobre los vaporosos estudios sociales y culturales de la ciencia. Su publicación, conocida como el Escándalo Sokal, causó tal alboroto que llevó las Guerras de la Ciencia a la atención de una audiencia globalizada.

Pero, así como el fundamentalismo científico se anotó un gran tanto con el Escándalo Sokal, al denunciar la falta de rigor intelectual de múltiples discursos sobre la ciencia, no ha salido tan bien parado con el Escándalo Bogdanov, que sin embargo no ha conocido tanta difusión en los medios de comunicación. En 2002, los hermanos gemelos franceses Igor y Grichka Bogdanov publicaron un par de artículos sobre física teórica en diversas revistas especializadas, que esbozan una teoría que describe lo ocurrido antes del Big Bang, y que –según expertos acreditados– no son más que sinsentidos contrachapados de matemática.

En cualquier caso, sea como fuere, lo que interesa subrayar es que el fundamentalismo científico jubila a la filosofía de la ciencia por cuanto no precisa de ella, considerándola una rémora metafísica anticientífica, a la que no es necesario dar voz ni voto en las Guerras de la Ciencia. Sin embargo, el fundamentalismo científico, que –parafraseando a Goethe– no hace falta estudiar, porque está disuelto por Occidente, es en sí mismo una filosofía de la ciencia. Tal vez filosofía basura, pero filosofía al fin y al cabo. Es el fruto de la filosofía espontánea de los científicos.

4. Amenazas externas: CTS y el sociologismo teoreticista

Si las amenazas externas, provenientes del fundamentalismo científico, atentan contra la propia existencia de la gnoseología, las amenazas internas, relativas a los enfrentamientos entre las distintas corrientes gnoseológicas, afectan a la esencia de la gnoseología. En este punto, tenemos que analizar por separado cuál puede ser el porvenir de cada una de las cuatro familias básicas de filosofías de la ciencia:

1. Adecuacionismo. Aunque el adecuacionismo sigue vivo entre los filósofos de la ciencia, sobre todo entre aquellos que defienden un realismo científico ligado a la teoría de la verdad como correspondencia y a la teoría de la ciencia como representación (Semantic View), donde más pujanza encuentra a día de hoy es como pilar del fundamentalismo científico, del que hemos hablado. En efecto, la filosofía espontánea de los científicos es, casi siempre, desde Galileo, de raigambre adecuacionista (por ejemplo, hoy día, las reflexiones de Steven Weinberg conforman un adecuacionismo de libro), aunque ciertamente también se encuentran notables excepciones (por ejemplo, el positivismo descripcionista de Steven Hawking o el instrumentalismo teoreticista de múltiples físicos cuánticos). A nuestro entender, el adecuacionismo seguirá siendo la corriente gnoseológica más boyante, más extendida, tal vez no dentro de la Academia pero sí de puertas afuera, lo que constituye el motivo fundamental para dar a conocer sus clásicas carencias.

2. Descripcionismo. El descripcionismo asociado al positivismo del Círculo de Viena (Sintactic View) constituyó el primer horizonte verdaderamente crítico que se alzó en la filosofía de la ciencia, pero su ataque al adecuacionismo no logró acabar con este enemigo secular. En cambio, el teoreticismo, ligado al nombre de Popper, que le pagó al descripcionismo con la misma moneda con que este último había pagado al adecuacionismo, bien puede presumir de haberlo derrotado por completo. De esta manera, puede decirse que el descripcionismo carece de futuro, porque –como dijeron Popper o Passmore– está tan muerto como sólo una corriente filosófica puede llegar a estarlo. Simbólicamente, el día en que el descripcionismo murió a manos del teoreticismo fue el 25 de octubre de 1946. Aquella tarde, en un club de debates de Cambridge, contando con la presencia de Bertrand Russell, Karl Popper y Ludwig Wittgenstein se midieron. A voces y alterado, mientras atizaba el fuego junto a la chimenea de la sala, ese experto en puzzles filosóficos llamado Wittgenstein desafió al joven Popper a que le diera un ejemplo de regla moral. «No amenazar a los invitados con un atizador», repuso, bravucón, Popper. Con el portazo de Wittgenstein, el falsacionismo popperiano tomaba el relevo del verificacionismo heredado del Círculo de Viena. Es cierto que, actualmente, algunos científicos o filósofos son calificados de positivistas, por su hincapié en los hechos observables (por ejemplo, Hawking o Van Fraassen{2}), pero su positivismo está tan teñido de teoreticismo que a duras penas puede medírseles con el mismo rasero que a los neopositivistas.

3. Teoreticismo. Paralelamente al avance espectacular de la física teórica (Teoría de la Relatividad, Teoría Cuántica, Teoría del Caos), apareció esta exitosa concepción de la ciencia, destacable por su notable criticismo. Pero el proceso que ha conducido a esta visión de la ciencia ha sido gradual y no tuvo en sus primeros momentos las radicales repercusiones que ahora tiene. En realidad, se puede decir que es con la difusión de la obra de Kuhn y Feyerabend cuando comienza a verse claramente que lo que estaba ocurriendo en la filosofía de la ciencia iba mucho más allá de la crítica de Popper al neopositivismo.

Si Popper contribuyó a demoler el criterio de verificabilidad, Kuhn y Feyerabend hicieron lo propio con el falsabilidad, allanando el camino al relativismo social, que supone una seria amenaza para la gnoseología. Pero el falsacionismo popperiano, con su idea de una verdad científica conjetural, provisional, frágil, también facilitó el camino al relativismo gnoseológico; porque difundió la idea de que las ciencias son sólo teorías, hipótesis teóricas, que, desde la teoría de los paradigmas de Kuhn o el anarquismo metodológico de Feyerabend, se suceden como modas y son poco más que el fruto de un consenso dentro de la comunidad científica. Guiado por lo que se ha llamado una «interpretación radical» (no conservadora) de Kuhn y Feyerabend, el constructivismo social ha hecho de la controversia el lugar privilegiado desde donde mirar cómo se hace la ciencia real y se fuerzan los consensos científicos. Así, desde el Programa Fuerte de la Sociología del Conocimiento (Bloor y Barnes) hasta los estudios de ciencia de Latour y Woolgar, pasando por el Programa Empírico del Relativismo (Collins y Pinch), todos han coincidido en que un estudio adecuado de la estructura y la dinámica de la ciencia pasa por la defensa de la siguiente regla metodológica:

«Simetría. Los estudios de la ciencia han de ser simétricos en el estilo de sus explicaciones; los mismos tipos de causas han de explicar las creencias verdaderas y falsas; es decir, tendríamos que permanecer alejados de la idea positivista (internalista) de que las explicaciones sociológicas, psicológicas, políticas, etc. sólo serían pertinentes para explicar el error, pero nunca la verdad.»

La sociología de la ciencia se ha propuesto sustituir la concepción adecuacionista, ya limada por el descripcionismo y el teoreticismo, por otra que ponga de relieve el modo en el que el mundo natural, sobre el que siempre se ha supuesto que se constituye el conocimiento científico, es en realidad una construcción social. O sea, es el entramado social (las creencias, los conocimientos, las expectativas, la totalidad de la cultura...), el que constituye al objeto. Lo cual significa nada menos que la inversión de la relación supuesta entre sujeto y objeto, entre forma y materia. La situación ha llegado al extremo de que, emboscados en el dogma de la simetría (que impide diferenciar entre lo verdadero y lo falso), los sociólogos de la ciencia se muestran incapaces de distinguir entre el Diseño Inteligente y la Teoría de la Evolución: el sociólogo de la ciencia Steve Fuller ha testificado, de hecho, en un juicio en defensa de la enseñanza del Diseño Inteligente en EE.UU., argumentando que es ciencia antes que religión, puesto que –al igual que el darwinismo– se trata de una teoría (Camprubí: 2006). La sociología de la ciencia arruina, en el límite, la propia «escala gnoseológica».

En alguna medida podría afirmarse que la incorporación de materiales históricos y sociológicos se ha conseguido a costa de reducir las ciencias a la condición de formaciones culturales, desconectadas de la objetividad y la verdad. El teoreticismo ha vaciado de contenido la gnoseología (renunciando, por ejemplo, a tratar el problema de la verdad), lo que supone plantear la dimisión de la gnoseología y su sustitución a medio o largo plazo por la sociología del conocimiento científico, la historia de la ciencia o, peor todavía, los estudios sobre ciencia y cultura, o ciencia y género, sin perjuicio de que el teoreticismo siga sirviendo en cada ocasión como apoyo filosófico de estos últimos.

También habría que dejar dicho que cada corriente filosófica influye, metodológicamente, en el curso de la ciencia. Así, por ejemplo, el teoreticismo marca el paso de los «últimos avances» en el campo de la física teórica (teoría del big-bang, teoría de cuerdas y supercuerdas…), confundiendo hacer ciencia con inventar teorías, lo que ha dado lugar a una suerte de metafísica científica de signo casi presocrático por su carácter mítico. Mientras que, a partir de la II Guerra Mundial, la física del estado sólido ha experimentado un notable progreso ligada a múltiples aparatos y productos, la física de partículas se ha estancado (y no por falta de financiación: el bosón de Higgs, que espera detectarse en el LHC del CERN, cada vez se asemeja más al éter por su «sutilidad»).{3} Ahora bien, ¿siguen siendo física estas teorías punteras sin soporte experimental? ¿O sólo son matemáticas? Podemos establecer un paralelo: ¿siguen siendo música las obras silenciosas de Stockhausen?{4}

4. Circularismo. El circularismo, tal y como queda formulado por el Nuevo Experimentalismo de Ian Hacking y, sobre todo, por la Teoría del Cierre Categorial de Gustavo Bueno (vid. Madrid Casado (2008)){5}, asume buena parte de las críticas anteriores a la imagen tradicional de la ciencia, pero evita deslizarse hacia cualquier clase de relativismo gnoseológico, epistemológico o social. Como subraya Eugenio Moya Cantero (2000), reconociendo explícitamente su deuda con el constructivismo materialista del Profesor Gustavo Bueno, no es preciso invitar, como hace Sokal (1996b, 62), a transgredir las leyes de la física newtoniana, desde las ventanas de su apartamento, a quien cree que son simples convenciones sociales, para comprender que la realidad no se agota en nuestro comercio lingüístico o teórico. El papel de la realidad no es insignificante. Pensando y repensando se puede llegar muy lejos. Pero las teorías son de cristal. Y la realidad es un martillo. Un experimento bien controlado y reproducible puede echar por tierra creencias que eminencias han dado por válidas durante siglos. Y hoy día la ciencia-tecnología es impresionante (no en vano, si la I Guerra Mundial fue la guerra de la química, la II Guerra Mundial fue la guerra de la física).

La ciencia no se ocupa de la realidad en general, sino de una serie de objetos, que surgen de un «recorte» que se opera en la realidad. Para realizar ese recorte los científicos usan conceptos como «masa», «electrón», «neutrino», &c., que se caracterizan por estar conectados directamente a la realidad a través de operaciones, de tecnologías: balanzas, cámaras de niebla, aceleradores de partículas, &c. Es verdad que estas operaciones son teórico-dependientes, pero no son meramente lingüísticas.{6} Si podemos explotar una bomba atómica o clonar una oveja es porque de algún modo hemos conectado con la realidad directamente; y es, precisamente, esa conexión lo que garantiza la objetividad de las ciencias empíricas. La aerodinámica permite volar en avión desde Madrid a Oviedo en pocos minutos; la telequinesia permitiría lo mismo en un tiempo más breve y con costes más reducidos, pero la capacidad que algunos confiesan no les ha permitido todavía utilizarla para la creación de un sistema dc transporte regular. Hay que darle una vuelta de tuerca a aquella famosa frase que pronunció uno de los astronautas del Apolo XI cuando su nave abandonó la órbita terrestre para dirigirse hacia la Luna: «Ahora es Newton quien nos conduce»; porque, reinterpretando el pragmatismo histórico de G. Vico, «conocemos lo que construimos (materialmente)».{7} Definitivamente, como nos recuerda Eugenio Moya (art. cit.), a pesar de los influyentes trabajos de Rorty, Einstein no es un chamán.

Una última palabra: a nuestro entender el mayor peligro para el circularismo (indeterminado o determinado) de nuestro siglo reside en que puede disolverse en un mero estudio de los contextos técnicos y tecnológicos de las ciencias, sin llegar a ser consciente del grado de objetividad que alcanzan las construcciones científicas al margen de sus contextos operatorios (lo que marca a las claras los límites gnoseológicos de algunos miembros de la ola experimentalista: como, por ejemplo, Peter Gallison). Lo cual nos pone en presencia de una distinción que es preciso establecer, a saber, la distinción entre el conocimiento (o experiencia operatoria) que va lográndose sobre el funcionamiento de los propios aparatos y el conocimiento (o experiencia operatoria) que va alcanzándose sobre la realidad envolvente sobre la cual se aplican dichos aparatos e instrumentos, y ello sin perjuicio de la continuidad entre ambos momentos cognoscitivos. El primero lo sería sobre las relaciones entre las diversas partes de cada aparato o montaje engranado de aparatos, mientras que el segundo versaría sobre las regularidades causales del medio o sector de realidad sobre el que se aplican los aparatos. Mientras que el primer tipo de conocimiento sería más bien técnico (propio del Taller), el segundo sería ya propiamente científico (propio del Laboratorio). Ahora bien, ambos aparecen ensortijados o imbricados dialécticamente, esto es, en una continuidad que no excluye contradicciones. Precisamente, los teoremas científicos surgirán como modos de resolver o reconstruir estos desajustes entre las operaciones constructivas empleadas en la fabricación y las empleadas en el funcionamiento de los artefactos. De esta forma, la verdad entrará en la historia gracias a los teoremas científicos construidos sobre esos contextos determinantes que son los aparatos, que re-producirán las relaciones entre las cosas mismas, instaurando un orden material que con tiempo puede cristalizar en un cierre categorial, en una nueva ciencia. Vale.

Referencias bibliográficas

ÁLVAREZ MUÑOZ, Evaristo (2004): «La Guerra de las Ciencias y la Tercera Cultura», Cinta de Moebio, 19, p. 10.

BUENO, Gustavo (1992): Teoría del cierre categorial, Pentalfa, Oviedo.

CAMPRUBÍ, Lino (2006): «Diseño Inteligente y estudios anglosajones de la ciencia», El Catoblepas, 53, p. 11.

COLLINS, Harry (1999): «The Science Police», Social Studies of Science, 29, pp. 287-294.

DIÉGUEZ, Antonio (2003): «La necesidad de la epistemología en un mundo tecnificado. ¿Es Rorty inconsistente?», Endoxa, 17, pp. 155-182.

ECO, Umberto (1997): Kant y el ornitorrinco, Lumen, Barcelona.

GROSS, Paul R. & LEVITT, Norman (1994): Higher Superstition. The Academic Left and its Quarrels with Science, Hopkins University Press, Baltimor.

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—— (2001): ¿La construcción social de qué?, Paidós, Barcelona.

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RORTY, Richard (1980): Philosophy and the Mirror of Nature, Blackwell, Oxford.

—— (1982): Consequences of Pragmatism. Essays: 1972-1980, University of Minnesota Press, Minneapolis.

—— (1989): Contingency, Irony, and Solidarity, Cambridge University Press, Cambridge.

SOKAL, Alan (1996a): «Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity», Social Text, 46/47, pp. 217-252.

—— (1996b): «A Physicist Experiments With Cultural Studies», Lingua Franca, 4, pp. 62-64.

SOKAL, Alan & BRICMONT, Jean (1997): Impostures intellectuelles, Édítions Olive Jacobs, Paris.

TOULMIN, Stephen (1992): Cosmopolis. The Hidden Agenda of Modernity, The University of Chicago Press, Chicago.

Notas

{1} Desde el materialismo filosófico, cabe decir –siguiendo a Álvarez Muñoz (2004)– que no hay Guerras de la Ciencia sino Guerra de las Ciencias (humanas versus no-humanas), porque no existe algo así como el Método Científico sino diversos métodos científicos en continua intersección. Tiene, por tanto, mucha razón Toulmin (1992, 148) cuando escribe: «Leyendo la historia de la ciencia desde 1700, podríamos llegar a la conclusión de que [la ciencia] cambió porque los científicos extendieron el alcance de sus temas, reaplicando continuamente a nuevos fenómenos un ‘método científico’ común. La verdad es más interesante. Cuando los científicos se trasladaron a la geología histórica, la química o la biología sistemática, y más tarde a la fisiología y la neurología, el electromagnetismo y la relatividad, la evolución y la ecología, no emplearon un repertorio único de ‘métodos’ o formas de explicación. Cuando acometieron cada nuevo campo de estudio, lo primero que tuvieron que averiguar fue cómo estudiarlo».

{2} El teoreticismo de Van Fraassen presenta un notable parecido con el del Duhem de La física de un creyente, lo que tal vez no sea nada casual dado que Van Fraassen se ha convertido al catolicismo (agradezco a Iñigo Ongay el apunte).

{3} En palabras de Ian Hacking (2001, 156): «La mayoría de los avances que nos han afectado en la segunda mitad del siglo XX son producto de la física del estado sólido (relojes de cuarzo, pantallas de cristal líquido, láser [que es uno de los frutos de la investigación militar, como tantos desde los matemáticos revolucionarios napoleónicos hasta el Proyecto Manhattan]); pero, a consecuencia de la bomba atómica, la física de altas energías ha recibido más atención mediática, hasta que el despuntar de la biología molecular y la carencia de aplicaciones en industria han impuesto recortes de presupuesto y financiación, que han estancado la investigación un algo».

{4} Análogamente, cierta clase de psiquiatría ligada únicamente al tratamiento sintomático mediante antidepresivos y otros medicamentos puede considerarse influida por cierta variante de descripcionismo positivista (agradezco a Miguel Ángel Navarro la observación).

{5} Este materialismo/pragmatismo también tiene su continuación o inercia, como ha señalado David Alvargonzález, en obras como Philosophy in the Flesh. The Embodied Mind and Its Challenge to Western Thought de George Lakoff y Mark Johnson o como En busca de Spinoza de Antonio Damasio. Por cierto, dejemos constancia de la presencia internacional que va adquiriendo la teoría del cierre: «A leading line of research is centered on the research group of Oviedo. The global context that guides this philosophical reflection, critical of the general analytical perspective in the philosophy of science, since the beginning of the seventies has been, in ontology, philosophical materialism and, in gnoseology, the theory of categorial closure, both proposed and developed by Gustavo Bueno in Bueno (1972) and Bueno (1992-95), respectively. The research of the group has been published customarily in the journal El Basilisco, which can be considered as the effective mouthpiece for the group» (Andoni Ibarra, Javier Echavarría y Thomas Mormann, «The Long and Winding Road to Philosophy of Science in Spain», en A. Ibarra & T. Mormann (ed.), Representations of scientific racionality: contemporary formal philosophy of science in Spain, Rodopi, Amsterdam, 1997, cap. 1, pág. 32).

{6} En esto podemos decir con Umberto Eco (1997, 63) que pasa «como con el buey o la ternera: en civilizaciones diferentes se corta de formas diferentes, por lo cual el nombre de ciertos platos no siempre se traduce fácilmente de una lengua a la otra. Con todo, sería muy difícil concebir un corte que ofreciera al mismo tiempo la extremidad del morro y la cola».

{7} Para Vico, el célebre lema verum ipsum factum significaba que sólo conocemos lo que hacemos en un sentido meramente ideal (por esta razón, las matemáticas eran el canon del saber, eran pura construcción mental nuestra). Para nosotros, varios siglos después, el hacer y la construcción tienen que entenderse en términos eminentemente materiales (por eso, en los libros de matemáticas hay «ciencia matemática», porque los signos corpóreos, que es donde se encuentran las leyes matemáticas, se soportan en papel, mientras que en los libros de física no hay verdadera «ciencia física», porque la física no se reduce a las fórmulas y los aparatos no se soportan en el papel). Ser es ser construido. De este modo, las Leyes de Newton no eran verdad antes de Newton, porque por ejemplo el concepto de masa presupone las balanzas, que son construcción nuestra. Y, del mismo modo, el electrón no existía antes de los experimentos de Thomson y cía., porque esta (hiper-)realidad surgió de un recorte operado sobre el mundo mediante aparatos construidos por nosotros (tubos de rayos catódicos), sin los cuales jamás se habría detectado. Hay contingencia, pero no nominalismo, en el desarrollo de las ciencias.

El Catoblepas
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