Gustavo Bueno, Los felices años veinte, El Catoblepas 96:2, 2010 (original) (raw)
El Catoblepas • número 96 • febrero 2010 • página 2
Gustavo Bueno
Para el extraordinario del Diario La Rioja, de Logroño,
en conmemoración de su 120 aniversario, que se cumplió en 2009
Esta denominación, referida a la década 1920-1929, suscitará la indignación de quienes la analicen, por ejemplo, desde una perspectiva militar, porque recordaran los trece mil muertos (entre ellos, bastantes riojanos) del desastre de Anual; pero también suscitará la indignación de quienes, desde una perspectiva anarquista, recuerden, con memoria histórica, una vez instalada ya la Dictadura, las huelgas promovidas sobre todo por la CNT y la persecución que este sindicato sufrió en el nuevo régimen (desde el humanismo pacifista que inunda a la izquierda de 2009 la memoria histórica anarquista preferirá mantener en la penumbra el asesinato, en 1921, de Dato, presidente del Consejo de Ministros, a manos de un anarquista; y también preferirá dejar en segundo plano de la memoria al grupo de anarquistas que en 1923, y bajo la denominación de Los solidarios –Ascaso, Durruti, García Oliver– asesinaron al arzobispo de Zaragoza, el Cardenal Soldevilla). Y, ¿cómo un demócrata fundamentalista de izquierdas podría dejar pasar la expresión «felices años veinte» para denominar a una década de la historia de España prácticamente ocupada por una dictadura de derechas?
Sin embargo la Dictadura de Primo de Rivera no se agota en su característica politológica de dictadura; es decir, no cabe descalificar al General Primo de Rivera reduciendo su obra en la década feliz a su condición de dictador. Sólo un estrecho de mente, un demócrata fanático fundamentalista, puede depreciar toda la obra de un dictador por el mero hecho de serlo, sobre todo en una década en la que nadie estaba en condiciones de hacer otra cosa. Ni siquiera la UGT ni el PSOE estaba en condiciones para resolver los problemas que presentaba la Nación. De hecho, la UGT «pactó» con el dictador prestándole su apoyo, y Largo Caballero –el que en la década siguiente sería llamado el Lenin español– aceptó el cargo de consejero de Estado de la dictadura.
Más aún: la dictadura de Primo de Rivera ni siquiera puede ser entendida como una «dictadura reaccionaria» o medieval, como una dictadura de la derecha primaria; la dictadura de Primo de Rivera fue, si se quiere, una dictadura de derechas, pero de una nueva derecha, una derecha socialista, la que había iniciado Antonio Maura en su proyecto de revolución «social» desde arriba. Ministros de la dictadura como José Calvo Sotelo o Eduardo Aunós iniciaron muchas políticas sociales que la década de los treinta asumiría a su vez (reforma agraria, comités paritarios, descanso dominical para las mujeres trabajadoras, impuestos progresivos sobre la renta...). Incluso en 1922 se consolidó un partido político, de derechas por su monarquismo, el PSMO, Partido Socialista Monárquico Obrero Alfonso XIII, fundado por José Ferrando Albors.
El fundamentalismo democrático, en efecto, mira las cosas con tales anteojeras que sólo puede reconocer algo interesante en la década feliz previa la interpretación de ese algo como producto de un «espíritu democrático» latente. Pero, ¿qué tuvo que ver la Confederación Hidrográfica del Ebro, creada en 1926, con la democracia, en sentido político (y no meramente en el sentido de la democracia procedimental)? ¿Qué tuvo que ver con la democracia política la creación, en 1927, del Consejo Regulador del Vino de Rioja? Tanto como lo que hubiera tenido que ver la democracia con la obra matemática de Julio Rey Pastor durante aquella década, o con la obra filosófica de José Ortega y Gasset, que en 1921 había publicado España invertebrada, o tanto como tuvo que ver con la democracia el «terremoto» que produjo en la ciencia y en la filosofía españolas la visita de Alberto Einstein. Durante esta época la explosión de la radio, como medio de comunicación de masas, tuvo efectos comparables a los que tres décadas después corresponderían a la televisión. Se trataba de un desarrollo tecnológico, más que de un desarrollo político.
En cualquier caso cabe conceder que la denominación de esta década como década feliz es totalmente inadecuada, pero sobre todo cuando la felicidad se entiende al modo como la entienden los libros de autoayuda, es decir, como felicidad psicológico subjetiva. Pero si la felicidad se entiende como se entendía tradicionalmente por los escritores políticos (Jovellanos, por ejemplo), es decir, como «felicidad de los pueblos» –un concepto muy próximo a lo que hoy llamamos «estado de bienestar»– entonces cabría decir que la expresión los «felices años veinte» no es totalmente gratuita o desajustada. Al comienzo de la década –en que las empresas y aún los trabajadores pudieron recoger los frutos de la neutralidad durante la Primera Guerra Mundial– la monarquía de la Restauración estaba en plena descomposición; el sistema ni siquiera era capaz de mantener el orden público. En el periodo de tiempo que va de 1921 a 1922 hubo 1.259 atentados; pero durante el resto de la década los atentados se redujeron a 51. Se asfaltaban carreteras (es cierto que «gobernar no es asfaltar», pero tampoco cabe gobernar una sociedad en vías de industrialización sin asfaltar las vías públicas), se crearon las escuelas de primera enseñanza cuyos edificios aún admiramos; se abrieron Paradores de Turismo, se creó el parque automovilístico (que heredaría la década siguiente), se multiplicaron las alternativas de lo que hoy llamamos vida cultural –más allá del baile y del rosario– y los vecinos de las principales ciudades o villas de la Rioja pudieron asistir regularmente al teatro, al cine, al fútbol y a los toros.
Por otro lado, los catorce puntos de Wilson habían llevado a la constitución de la Sociedad de las Naciones, y al proceso de deslegitimización de la guerra que culminó con el Tratado de París de 1929. Era sin duda todo una ilusión. Porque durante esta década feliz, y a la sombra de esa ilusión de la paz perpetua, se incubaron los movimientos que iban a madurar en la década siguiente: movimientos europeos, pero con directos efectos en España: fascismo, nacional socialismo, estalinismo de los planes quinquenales y del gulag; movimientos internos: nacionalismos de signo secesionista, en Cataluña, en el País Vasco, en Galicia.
Pero en la Rioja estas corrientes no llegaron a mayores. La Rioja era, ante todo, en la década de los veinte, a través de Castilla la Vieja, una parte privilegiada de España. Desde entonces sus vinos regulados por el Consejo se convirtieron en sinécdoque de España, en el «vino español» por antonomasia. La Rioja era todavía, para toda España, la cuna del idioma de los españoles; y los riojanos podían considerar como una empresa española la hazaña de Eduardo González Gallarza y de su equipo, iniciando la ruta aérea desde Madrid hasta Manila.
El jueves 24 de octubre de 1929 se produjo un acontecimiento que estaba llamado a tener importancia mundial e histórica, el desplome de la bolsa de Wall Street. La década feliz se había terminado. Pero esto ya es otra historia.