Marcelino Javier Suárez Ardura, Un mapa para la Geografía, El Catoblepas 127:1, 2012 (original) (raw)

El Catoblepas, número 127, septiembre 2012
El Catoblepasnúmero 127 • septiembre 2012 • página 1
Artículos

Marcelino Javier Suárez Ardura

Crítica gnoseológica de la Geografía con relación a las representaciones emic de la geografía escolar y a las propias autoconcepciones construidas desde el taller geográfico

1. Presentación

Las líneas que siguen pretenden bosquejar una reflexión en torno al estatuto gnoseológico de la geografía{1}. Sin embargo, nuestra argumentación entraña además dos supuestos, uno relativo a los objetivos y otro referido al método, que creemos necesario explicitar. No debe pensarse, no obstante, que estos supuestos son externos a las cuestiones que abordaremos, pues están internamente (dialécticamente) vinculados con ellas. Se busca más bien disociarlos.

Por lo que respecta a los objetivos, señalaremos tres. En primer lugar, se tratará de argumentar que los planteamientos gnoseológicos de la Teoría del Cierre Categorial no están generados o construidos desde una posición exenta sino que cristalizan desde el interior –in media res– del conjunto de las ciencias, de su dialéctica, y, en este caso, de la dialéctica atinente a las ciencias geográficas mismas{2}. En segundo lugar, queremos oponernos a una tesis muy común entre los geógrafos según la cual la cuestión de la unidad de la geografía sería un tema menor: un mito{3}. El mito de la unidad de la geografía sería una expresión utilizada contra quienes ven algún sentido o interés en la discusión sobre la unidad y distinción de las ciencias. Y el tercer objetivo consiste en señalar los vértices geodésicos a partir de los cuales acaso cupiera levantar el mapa topográfico relativo al estatuto gnoseológico de la geografía. En este sentido, no habría de concedérseles a estas líneas mayor importancia que la de una propuesta o un bosquejo del mapa{4} gnoseológico a través de determinados hitos inscritos en el paisaje geográfico.

Con relación al método que vamos a seguir, debemos señalar dos aspectos. En general, este trabajo se mantendrá a una escala próxima a la localización, descripción y crítica de los idola theatri de los que habla Francis Bacon. Contra estas ideologías, hay que entender, por decirlo así, la teoría del cierre categorial en lo que pueda decir sobre la geografía. Francis Bacon en el párrafo 44 del Novum Organum dice: «cuantas filosofías hay hasta la fecha inventadas y acreditadas, son según nosotros, otras tantas piezas creadas y representadas cada una de las que contiene un mundo imaginario y teatral»{5}; y en el párrafo 61 señala: «son las fábulas de los sistemas y los malos métodos de demostración los que nos los imponen»{6}. Transformando estas afirmaciones, habremos de decir que los ídolos del teatro de la geografía son aquellas teorías epistemológicas, sociológicas, &c. que, provenientes, unas veces, del gabinete filosófico, otras, del taller del geógrafo y, las más, mezclando aquellas con estas, contienen un mundo imaginario y teatral (apariencias falaces). Por otra parte, es necesario advertir que en el desarrollo de la exposición nos situaremos, en la mayor parte de la misma, en un plano emic, mas siempre enfocado de alguna manera o visto en su organización desde el plano etic que ya supone la perspectiva de la teoría del cierre categorial{7}; manteniéndonos, en la medida de lo posible al ras de la morfología topográfica que ofrece el relieve de los propios materiales sobre los que vamos a trabajar.

2. Geografía y «metageografía»

La geografía tiene una implantación sociocultural muy sólida a pesar de las lamentaciones de los geógrafos. La prueba de ello es que su organización como disciplina académica ha estado directamente relacionada con la cristalización del sistema educativo en la mayor parte de los países de Europa y América durante los siglos XIX y XX{8}.

El análisis de la institucionalización escolar de la geografía ha tenido un tratamiento generalmente sociológico e histórico según el cual se exponen los mecanismos socioeconómicos, políticos e ideológicos que estaban en la base de tal institucionalización (el nacionalismo decimonónico, el imperialismo europeo, por ejemplo). Este tratamiento tiene una importancia de primerísimo orden, entre otras cosas porque no se puede negar el papel directivo, obstativo o conformativo{9} del contexto sociocultural en el está dada una ciencia y, en concreto, la geografía.

Pero estos estudios históricos y sociológicos adolecen de dos defectos con relación al estatuto gnoseológico de la geografía. El primero consiste en reducir la cuestión del estatuto gnoseológico (y por tanto negarla) a una convención de la comunidad de geógrafos, a una necesidad sociopolítica de las instituciones escolares o económicas derivadas de la política imperialista de los estados decimonónicos como Francia, Inglaterra o Alemania (otra cosa es que se reconozca que la constitución de la categoría geográfica sea solidaria de los procesos imperialistas). El segundo, sigue el camino similar, aunque inverso, puesto que (sin reducir su origen a causas sociológicas) toma la clasificación de las disciplinas geográficas de su organización institucional académica, y da solución al problema del lugar de la geografía en el sistema de las ciencias, a partir del proceso pragmático de institucionalización académica{10}. Estos dos defectos del tratamiento se realimentan constantemente en una suerte de círculo vicioso.

Desde nuestra perspectiva, pensamos que, aunque hayan de tenerse muy en cuenta los tratamientos sociológicos, porque son internamente (gnoseológicamente) necesarios, estos no son suficientes porque, si es cierto que la verdad de una ciencia reside en las condiciones socioculturales, lo es en tanto éstas quedan atrapadas en el proceso de formación de esta ciencia objetivamente. Casi podríamos decir que si la verdad de una ciencia en tanto que institución son sus condiciones socioculturales la verdad de las condiciones socioculturales es la institución científica en cuestión. Es decir, no se puede reducir, por ejemplo, la geología a las condiciones sociales de los siglos XVII y XVIII porque, con estar conformadas o dirigidas por ellos, ha sido capaz de absorberlas en su desarrollo y desde su desarrollo hablamos de tales condiciones{11}. En este sentido, lo mismo cabría decir de la geografía.

Pues bien, dicho lo anterior, reconoceremos, sin entrar ahora en la cuestión de la mera intencionalidad o de la efectividad de la expresión, que la geografía es una ciencia positiva a la manera de la geología, la historia, la etnología o la biología. Esto significa que, ante las cuestiones de las que queremos tratar, partimos del factum de las ciencias geográficas, es decir, de las ciencias halladas y no de las ciencias buscadas o deseadas, al menos en un contexto institucional{12}. Por tanto, no se trata de construirlas o deducirlas sino de reflexionar en torno a ellas. Lo cual no supone postular que exista una categoría gnoseológicamente cerrada{13}, pues esto es lo que, en todo caso, se trataría de demostrar.

Como toda ciencia, la geografía suele contener un trámite metodológico{14} según el cual se procede a exponer toda una serie de reflexiones que los propios geógrafos elaboran sobre su ciencia. Cuando hablamos de trámite metodológico, expresamos muchas cosas a la vez, dado que bajo este nombre se exponen puntos de vista sobre lo que sea la geografía, métodos de investigación en un área determinada de la disciplina o breves introducciones a la historia y desarrollo de las ciencias geográficas. Los geógrafos suelen plantearse las cuestiones relativas al carácter de su propia ciencia, preguntándose por el objeto de ésta y por las relaciones que la vinculan o desvinculan al resto de las ciencias. Muchas veces se ofrecen definiciones más o menos «claras» que pretenden ser exhaustivas. Otras, en el trámite metodológico, se realiza un análisis de las fuentes geográficas, de los métodos de recogida de la información, de los modelos utilizados o de los tipos de mapas que se pueden emplear en virtud de las investigaciones que se vayan a realizar.

Se puede verificar cómo estas consideraciones metodológicas, si bien unas veces pertenecen a la estructura interna de las ciencias geográficas, otras desbordan sus límites, de manera que habría que afirmar que ya no son propiamente geográficas{15}, aunque, intencionalmente, tratan de la geografía, y que pertenecen a una actividad que en principio habría que denominar como metageografía. La pregunta de Henri Baulig, «¿Es una ciencia la Geografía?»{16}, no se puede decir que pertenezca a aquellas clasificables que cupiera denominar como de tipo geográfico. Pero esto no significa que, puesto que se utiliza un lenguaje con cierta idiosincrasia característica, estemos en el ámbito de otra ciencia; es decir, que sea sociología o historia o cualquier otro estudio sobre la geografía. Y ello se debe al hecho según el cual, al desbordar los límites de la geografía, de alguna manera, se desbordan los límites de otras ciencias. Tampoco se trataría, empleando un léxico últimamente muy usado, de que estemos ante un lenguaje fronterizo o limítrofe. Desde nuestra perspectiva diremos que esta actividad no es, ni más ni menos, que la actividad filosófica en marcha.

En efecto, ya no se emplea un lenguaje geográfico sino un lenguaje lógico, epistemológico, gnoseológico u ontológico y, por tanto, debemos insistir en que no estamos haciendo geografía, pero tampoco ninguna otra actividad científica. Esto no significa que no pueda darse una sociología de la geografía o, como realmente existe, una historia de la geografía que, en todo caso, tampoco son geografía. En cambio, hay que afirmar que el tipo de actividad que estamos haciendo, toda vez que trata con las ideas de todo, parte, objeto, sujeto, particular o general, es filosófica y que nuestra labor está en el campo de la Teoría de la Ciencia o Gnoseología. Los geógrafos suelen cumplir ese trámite metodológico sin advertir que su labor no es propiamente geográfica y, por regla general, no alcanzan a ver que cuando, por ejemplo, afirman que «la Geografía es el todo» o que algunas «ramas (son) autónomas» no están aseverando nada geográfico en sentido estricto{17}. Ante nuestros argumentos, se podrá objetar que el geógrafo está más capacitado que cualquier otro especialista –dado el acopio de materias que se le supone– y mucho más que el filósofo, pero estas mismas cuestiones nos plantean la duda según la cual hasta el propio geógrafo estaría saliendo del círculo de su categoría –supuesta– y pisando un terreno filosófico, toda vez que se ve obligado a reflexionar sobre el estatuto gnoseológico de su ciencia en tanto que tiene que cumplir los trámites de comparación con otras disciplinas; en efecto, se vería enfrentado a una constelación semántica propia de la filosofía. Esta dialéctica ha sido reconocida implícitamente por geógrafos como Alfred Hettner en su intento de sistematizar las ciencias geográficas. Hettner manifestaba:

«La sistemática de las ciencias es en sí una de las tareas de la enseñanza filosófico-científica, pero también las distintas ciencias tienen gran interés en la solución de este cometido y han de colaborar en el mismo, porque sólo ellas pueden juzgar con claridad sus propios cometidos y su propia naturaleza»{18}.

Hettner atribuye a los geógrafos la dilucidación sobre la naturaleza y funciones de la geografía –cuestión que, en principio, no se discute–, pero a la vez la niega, pues no puede dejar de reconocer que también es una tarea filosófica. El «interés» de cada ciencia en justificar sus límites o por señalar el radio de acción de su campo no es de ningún modo prueba de que esta actividad sea por sí misma científica.

Hay que advertir que tampoco cabe diluir esta función crítico-gnoseológica en el concepto de interdisciplinariedad. Primero, porque la filosofía no se reduce a las ciencias, aunque guarde un parentesco importante con la racionalidad científica por motivos histórico-culturales. Segundo, porque las llamadas actividades interdisciplinares, por el hecho de confluir en un centro de interés, no constituyen ninguna ciencia autónoma; por el contrario, presuponen a las ciencias particulares. Como el mismo Hettner intuye.

«Cabe, sí, que individualmente los investigadores salten por encima de los límites trazados entre las distintas ciencias, y que quizás busquen en estas zonas limítrofes la actividad más fructífera; sin embargo, la exposición y la enseñanza de cada ciencia ha de partir de puntos de vista muy concretos propios y distintos de los de otras ciencias para no perderse en lo indefinido, sacrificando toda economía del pensamiento»{19}.

Y tercero, porque las aportaciones de cada ciencia, en un trabajo interdisciplinario, relativas al estatuto gnoseológico de una disciplina, llevarían a una indistinción y oscuridad similares a las de una ceguera gnoseológica. Algo parejo a lo que ocurre en la célebre fábula de Algacel{20}: ¿Qué es un elefante?, se preguntaban cinco ciegos. Después de palpar, cada uno, una parte de la anatomía de un elefante, hicieron su aportación en común. Quién palpó las orejas dijo que el elefante era un cojín; quien palpó la cola dijo que era una cuerda. Otro tanto declararon los restantes. Acaso por ello, Yves Lacoste rechaza también este concepto de lo interdisciplinario:

«Esta dilución, desaparición en realidad, de la geografía es aceptada en la práctica, cuando no explícitamente, por algunos geógrafos que, sobre todo en el caso de los estudios urbanos, se deslizan hacia la sociología en nombre de lo «interdisciplinal» (sic). Es cierto que esto posee las ventajas tan elogiadas, pero presenta asimismo el inconveniente en especial para unas disciplinas como la geografía cuyo estatuto epistemológico es impreciso, de constituir una excelente coartada para seguir eludiendo los problemas teóricos específicos.»{21}

Análogamente, los geógrafos, en tanto que tales, cuando, centrados en su propia disciplina, desvían su mirada de las ideas no alcanzan a levantar el mapa donde situar su propia ciencia. Porque, para decirlo con las palabras de Platón, han de romper las ataduras y salir de la caverna en la que están encadenados. Y, cuando realmente hacen esto último, se podrá decir, sin perjuicio de que sigan siendo geógrafos, que su labor no está siendo geográfica stricto sensu, aunque en la figura que ilustra el artículo de Alain Reynaud{22} (Fig. 1) nos ponga todas estas cuestiones en manos de un geógrafo del que saldrá la síntesis buscada.

Figura 1. La síntesis geográfica (Alain Reynaud, 1976)
Figura 1. La síntesis geográfica (Alain Reynaud, 1976)

Ni siquiera de un eminente geógrafo como Horacio Capel, en el momento de reflexionar sobre la ciencia, se puede decir que actúe como tal por derecho propio, de manera que sus afirmaciones, sin necesidad de entrar ahora en el diagnóstico de su prosapia filosófica, son plenamente filosóficas, porque la metáfora de la ramificación con la que interpreta la pluralidad de disciplinas nos remite a la idea del árbol y del tronco común de las ciencias, y esto ya supone algo distinto de hacer geografía:

«Desde el punto de vista intelectual, la diferenciación de disciplinas científicas se produce generalmente por ramificación a través de la aparición de nuevas líneas de investigación que se ocupan de problemas específicos y que pueden dar lugar a la constitución de subdisciplinas. En algunos casos este proceso produce una separación creciente y al final la comunicación y los intercambios entre las subdisciplinas se hace prácticamente nula, con lo que se convierten en campos autónomos que pueden llegar a establecer nuevas relaciones con otros antiguos o recientes. La analogía orgánica de la especiación usada por Hagstrom y Toulmin adquiere aquí todo su sentido, y las disciplinas se diferencian progresivamente, «como los dedos de la mano, unidas en su origen, pero ya sin contacto entre ellas».»{23}

Estas últimas reflexiones nos llevan a considerar la distinción entre lo intencional y lo efectivo que habíamos obviado al principio. Cuando hablamos de la efectividad de una definición o de una descripción, estamos aseverando que éstas se ajustan aquello que definen o describen, cuando no es así, decimos que tales o cuales definiciones o descripciones son meramente intencionales. Aplicando la distinción a nuestro caso, diremos que solo intencionalmente son geográficas las reflexiones que los geógrafos hacen sobre el estatuto de su disciplina. Incluso cuando consiguen una definición efectiva, se corre el riesgo de caer en la pura descripción sin tocar el núcleo del asunto. Otras veces, habrá que decir que las concepciones que los geógrafos tienen de su trabajo, en virtud de la intencionalidad antes aludida, se sale del campo de su disciplina invadiendo otras categorías científicas, unas veces en pos de la tan socorrida interdisciplinariedad{24}, otras veces manteniéndose, intencionalmente, dentro de los límites del saber geográfico.

Veamos dos ejemplos. Tomemos, en primer lugar, los índices de la revista Estudios Geográficos, del periodo comprendido entre los años 1940-1989{25}. Lo que interesa para nuestra argumentación es ver cómo ni siquiera una publicación científica{26}, cuando trata de organizar sus materiales de forma sistemática, puede operar de una manera neutral con respecto a las cuestiones de la unidad y distinción de las ciencias –algunos geógrafos ya han llamado la atención sobre esta cuestión utilizando el concepto «sistema de archivadores», aunque en otro contexto–. Se trata, por el contrario, cuando atendemos desde una perspectiva gnoseológica a la clasificación temática{27}, del hecho según el cual ésta no puede presentarse al margen de los temas mismos tratados por el artículo o los artículos que se recogen en ella –por tanto estamos en los antípodas de Bruno Latour–. Es decir, no se trata de cuestiones de convención entre geógrafos bibliotecarios o geógrafos archivadores, como se pretende insinuar en la presentación de la revista, sino de la realidad material que se va configurando al ser formalmente organizada por los geógrafos. Ésta es la que determina los temas y, de alguna manera, la que está presionando en su organización.

Pues bien, lo primero que hay que señalar es que la clasificación temática aquí expuesta comenzaría por plantear dudas a los especialistas de otras áreas científicas. Y no porque el geógrafo no deba realizar estos estudios sino simplemente porque parece, a tenor de algunos títulos y materias, que el geógrafo muchas veces no está siendo geógrafo sino geólogo, biólogo, filólogo, &c. Debemos reparar, pues, en que la cuestión no es tan sencilla, de suerte que pueda resolverse desde una perspectiva centrada en los muros de la propia patria, porque, siguiendo con la metáfora, los límites de la propia patria son los límites de las patrias de los otros. Una clasificación tal como la que tenemos presente, desde el punto de vista gnoseológico, es más intencional que efectiva cuando trata de mantenerse en el campo de la propia disciplina.

El segundo ejemplo ha sido tomado de un artículo sobre didáctica de la geografía, publicado en la revista Geocrítica por Horacio Capel y Luis Urteaga en 1986. Atenderemos a las siguientes afirmaciones de los autores:

«La profunda interrelación que aparece entre todas las ciencias sociales, al considerar cualquier problema científico, nos recuerda que la realidad social es una y que sólo se aborda fragmentariamente desde diversas disciplinas en razón de una división del trabajo que viene impuesta por la dificultad para aprehender de forma integrada dicha realidad. Lo grave de la situación actual es que los intereses corporativos de cada comunidad científica y, secundariamente, las tradiciones teóricas que en cada disciplina se han generado dificultan hoy una relación interdisciplinaria que resulta cada vez más indispensable y urgente.»{28}

No seremos nosotros quienes vayamos a prescribir las programaciones, el currículo, o el sistema de las asignaturas o materias que deban cursar los alumnos de las enseñanzas medias. Pero sí podemos afirmar que la organización del sistema de asignaturas no queda al margen de la problemática gnoseológica de la unidad y distinción de las ciencias y que cualquier análisis mínimamente riguroso de estas cuestiones está obligado a desbordar los asuntos internos, categoriales, para extenderse por otro camino distinto del estrictamente científico. El texto que acabamos de citar lo ilustra con toda nitidez. Los autores ejercen en él una actividad distinta de la propiamente geográfica, aunque estén hablando continuamente de la geografía. Y no es que no estén en el campo de la geografía, porque lo que hagan sea didáctica de la geografía o pedagogía, sino porque, aunque intencionalmente estén tratando temas didácticos de interés geográfico (corporativos, de tradiciones teóricas –como ellos mismos dicen–), la efectividad de su tratamiento es filosófica. De suerte que vemos que el texto citado se mueve enteramente en dos planos, uno gnoseológico y otro ontológico. Porque si, por una parte, se habla de las ciencias y de su interrelación, de la diversidad de disciplinas en virtud de necesidades pragmáticas de índole gnoseológica, por otra, se hacen afirmaciones de tipo ontológico relativas a la «unidad de lo social», &c. Por tanto, a nuestro juicio queda demostrado que el científico, en nuestro caso el geógrafo, está inexorablemente abocado a salir de su campo para tratar estos temas, porque, en cualquier caso, la realidad se le impondrá y estos mismos temas aparecerán en sus reflexiones.

Las ideas que se acaban de ofrecer no persiguen otra cosa que argumentar a favor de una cuestión que nos parece fundamental a la hora de iniciar cualquier tipo de reflexión sobre las disciplinas geográficas, a saber: el carácter filosófico gnoseológico de la cuestión de la unidad y distinción de las ciencias. Generalmente, estas consideraciones se obvian, bien por desconocimiento, bien porque se mantiene una posición filosófica contraria a lo que aquí se acaba de decir. Es una sombra indeleble propia de la dialéctica entre la filosofía y las ciencias; o, dicho de otra manera, es la filosofía misma brotando de las contradicciones entre las categorías científicas.

3. El laberinto de la Geografía

El geógrafo ejerce su práctica (que involucra, de manera conjugada, su teoría) en un espacio constituido por configuraciones institucionales científicas (teorías, objetos…), socioculturales (sociofactos, trazos, artefactos…), &c. Se van dibujando así las líneas de determinados paisajes gnoseológicos cruzados por sendas triscantes que conducen a horizontes metodológicos diferentes y aun opuestos. Se hace necesario, entonces, cartografiar el mundo entorno. El mapa de la geografía{29} no tiene por qué ser levantado de una pieza; algunas cartas pueden ser trazadas con independencia de otras, aunque todas remitan a un mismo mapa, porque las escalas, a la hora de dibujar el mundo, pueden ser distintas. Los cartógrafos imperiales de los que habla Borges{30} han supuesto que todo intento de cartografiar el mundo pasa por un mapa que coincida punto por punto con él mismo; el fracaso de este intento ha llevado a Borges a rechazar cualquier empeño. Imaginamos el laberinto en el que se interna{31} el geógrafo como un paisaje en el que le saldrán al paso –cuando no son creados por el mismo– los ídolos del teatro de la geografía: las representaciones que los mismos geógrafos tiene de su ciencia.

3.1. Idola theatri de la Geografía escolar

Nuestro propósito será, como ya hemos señalado, analizar las autoconcepciones que los geógrafos tienen de su ciencia, desde una perspectiva que no quede reducida a los estudios sociológicos o históricos. Intentaremos analizar ciertas representaciones que se dan a través de los libros de texto escolares, y manuales de la enseñanza universitaria. Por tanto, utilizaremos estos libros y manuales como fuentes en las que se han de encontrar justificaciones o intentos de sistematización sobre el carácter científico de la geografía{32}. Quizás pudiéramos pensar que, en tanto estas fuentes, en muchos casos, son «adaptaciones a las necesidades pedagógicas del alumnado de secundaria», estos manuales ofrecen visiones artificiosas, o ad hoc, orientadas a facilitar el aprendizaje –explicaciones didácticas–, por lo que su rigor quedaría en entredicho, poniendo con ello en cuestión los argumentos que vamos a desarrollar aquí. Como veremos, es posible demostrar que las representaciones y las autoconcepciones (otros dirán discursos o retóricas) que los geógrafos tienen de la geografía, y que son transmitidas a través de la enseñanza secundaria, proceden de los mismos manantiales o respiran la misma atmósfera ideológica que se respira en los talleres de la geografía (lo que no podemos juzgar, por ahora, es el nivel de contaminación que pueda tener este aire) y no sólo (aunque también) por razones de tipo institucional. Además, esto es importante a nuestro juicio para el propio materialismo filosófico. Así pues, ofreceremos distintos casos a modo de ejemplo de ciertas representaciones de las ciencias geográficas. Se trata de señalar algunas cotas, de marcar algunos hitos y de trazar algunas líneas críticas a partir de las cuales podamos obtener un croquis mínimo de las concepciones geográficas del oficio de geógrafo.

3.1.1. Conocimiento y objeto geográficos

En el primer documento{33} asistimos a un intento de precisar la cuestión del conocimiento y objeto de la geografía:

«La palabra geografía procede de los términos griegos «gé» (Tierra) y «graphein» (describir). Significa, por tanto, descripción de la Tierra. El objeto de su estudio es, por tanto, el conocimiento del espacio. Por una parte, la geografía se ocupa de localizar y representar, describir, analizar, explicar e interpretar todos los fenómenos terrestres, tanto los fenómenos físicos y naturales, que constituyen el medio ambiente natural y son el tema de estudio de la geografía física (relieve, clima, aguas, &c.) como los fenómenos humanos o provocados por la acción del ser humano, que son estudiados por la geografía humana (población, actividades económicas, espacio urbano). Por otra parte, la geografía se dedica también a estudiar las interrelaciones entre el ser humano y el medio natural: cómo el medio natural es una fuente de recursos para las personas y cómo la acción de estas afecta al medio, bien sobreexplotándolo, contaminándolo o destruyéndolo, bien desarrollando políticas de explotación racional y de conservación del mundo natural»{34}.

La estructura de este texto gira en torno a las ideas de «conocimiento geográfico» y «objeto de la geografía». En primer lugar, la autora interpreta el concepto de geografía en términos etimológicos: la explicación etimológica parece agotar la definición. A partir de aquí, define «el objeto de estudio» de la geografía: el espacio. El espacio estaría formado por fenómenos físicos y naturales y por fenómenos humanos. De manera que en virtud de esta división en dos tipos de fenómenos constitutivos del espacio aparecen dos subdisciplinas: la geografía física y la geografía humana. Sin embargo, no se agota aquí el cometido de esta ciencia, pues la geografía tiene que dar cuenta, en una suerte de «síntesis», de las relaciones entre el ser humano y el medio natural. Por último, se dice que la función de la geografía no es solo descriptiva como pudiera desprenderse de la definición etimológica, pues parece ser que también «analiza», «explica» e «interpreta».

Debemos retener, principalmente, el ejercicio de dos operaciones bien definidas: por un lado, se pretende una conceptuación gnoseológica, pero ésta, por otro, se funda en presupuestos ontológicos. Un análisis más detallado del texto pondría de relieve su confusa enjundia gnoseológica, sin embargo, por el momento nos contentamos con este breve comentario.

3.1.2. Pluralismo gnoseológico

El manual de Julián Alonso Fernández{35}, que pasamos a analizar ahora, carece de una definición explícita y sintetizada sobre el objeto de la geografía como en el ejemplo anterior, lo que no quiere decir que, de una manera implícita, no esté funcionando con algún concepto de geografía. Sin embargo, podemos acudir a ciertos capítulos del libro o a ciertas representaciones gráficas susceptibles de ser interpretadas en términos de una autoconcepción. Así, en el epígrafe segundo, relativo a la evolución histórica de la cartografía y la geografía en España{36} nos encontramos con una concepción de la geografía principalmente práctica, ligada a las necesidades de representación de la superficie terrestre, en virtud de las exigencias de la navegación, bien en el contexto del Mundo Antiguo, bien en el contexto del Mundo Moderno. Pero también otro tipo de necesidades técnicas, como las obras públicas militares o civiles, deberían ponerse en los comienzos de la formación de esta disciplina. En otro sentido, se le da una importancia especial al proceso de institucionalización de la geografía en la Universidad española, ligando así la cristalización de su cuerpo disciplinar a la formación de las comunidades científicas (tesis de Capel y otros). La independencia de la geografía –con relación al resto de ciencias– según esto no sería otra cosa que un problema de autonomía administrativa en el seno de la Faculta de de Filosofía y Letras. En realidad, en este capítulo, más que encontrarnos una representación que nos ofrezca alguna forma de autoconcepción lo que tenemos es una autoconcepción en ejercicio. La única reflexión sobre la geografía viene a reconocer, sui generis, su pluralidad dialéctica de forma más bien oscura y confusa, aunque dada en un plano gnoseológico:

«La pluralidad es una de las principales características de la geografía española actual, desde nuevas técnicas y métodos (teledetección, métodos cuantitativos), ampliamente aceptados, a nuevos enfoques (Geografía Humanística, de la Percepción) o bien hacia objetivos más claramente definidos en una decisión política (Geografía del bienestar, Geografía radical), pasando por la profundización en temas de ciencias afines (Eco-geografía, Geografía Social), &c., configuran el mapa de la práctica geográfica hoy en día, constituyendo una confluencia dialéctica realmente fecunda»{37}.

Pero, aunque parezca que este texto huye de la categorización de las disciplinas geográficas en términos de la dicotomía clásica entre geografía humana y geografía física, cuando se trata de estructurar y organizar los temas del manual, aparece de nuevo el dualismo hombre-naturaleza como si el peso de la tradición académica no pudiera ser eliminado{38}. Incluso en los organigramas utilizados (Fig. 2) se emplea esta división dicotómica como criterio organizativo de los mismos, pero expresando con ellos un supuesto carácter de interacción entre los fenómenos humanos y los fenómenos naturales o físicos{39}. Tal parece como si a los organizadores pedagógicos del manual de nuestro ejemplo les estuviese alentando la concepción del primero. Porque ahora, el medio natural, también como paisaje humanizado será una síntesis de los elementos que provienen de la naturaleza y los que provienen de las actividades humanas{40}.

Figura 2. Naturaleza, hombre y paisaje (J. Alonso Fernández, 1998)
Figura 2. Naturaleza, hombre y paisaje (J. Alonso Fernández, 1998)

En suma, nos parece pertinente concluir que si bien no hay una concepción explícita de lo que se entiende por geografía, en este segundo ejemplo, sí puede afirmarse que ésta está ejercida. Y la concepción implícita mantiene una suerte de isomorfismo con el primer ejemplo que nos permite afirmar sus presupuestos comunes{41}.

3.1.3. Sistemas, objetos y acciones

La concepción de la geografía desarrollada por José Estébanez Álvarez{420} aparece representada a partir de un organigrama insertado en el interior del manual. Pero los autores en la presentación del mismo manual señalan:

«Una de nuestras prioridades ha sido dar protagonismo y definir el objeto fundamental de la geografía, que es el espacio. Construido a partir de unos procesos protagonizados por la sociedad y que derivan de realidades tanto externas como internas, el espacio se caracteriza por una serie de elementos capaces de definir organizaciones muy heterogéneas. Constituye un conjunto indisociable de sistemas, objetos y acciones de carácter dinámico, estableciéndose una relación recíproca causa-efecto: el espacio es resultado de unos procesos y ellos pueden ser condicionados por este espacio.»{43}

Aparte de constatar cierto alineamiento sobre la naturaleza del espacio en el sentido del geógrafo Milton Santos{44}, en este párrafo verificamos una concepción de la geografía según la cual el espacio constituye su «objeto» de estudio. Se subraya el protagonismo de los «factores sociales», a saber, derivados de realidades tanto «externas» como «internas». También se hace hincapié en el carácter dinámico del objeto de estudio constituido –repetimos– por el espacio. Por otro lado, hay que señalar que no se hace ninguna alusión explícita a los llamados factores o fenómenos naturales, a la manera como ocurría en los ejemplos anteriores. Pero como la presencia de este tipo de componentes naturales no puede desaparecer, en el capítulo titulado Geografía y Espacio se introducen{45}:

«Decir que la Geografía estudia la organización del espacio terrestre no es una afirmación de fácil constatación, ya que el espacio ni es un mero soporte físico donde se desarrolla la vida humana en toda su complejidad ni constituye un marco neutro en el que transcurre la Historia.
Desde la aparición de las sociedades más primitivas ha existido una relación estrecha entre las posibilidades del marco natural y la organización social que lo ha transformado y utilizado de acuerdo con sus intereses, sus medios y sus objetivos. La incidencia social sobre el entorno ha sido muy grande y ha dejado profundas huellas a lo largo de la historia condicionando en muchos casos el presente.
El espacio así entendido es fruto de una construcción histórica y actual, es dinámico y en él se identifican unos rasgos culturales, económicos, demográficos, políticos y sociales junto a los propios de la _Naturaleza_»{46}.

Mediante este texto pretendemos mostrar la imposibilidad de hacer tabla rasa con relación a la necesidad de representar de alguna manera los componentes físicos y naturales, como ocurría en los ejemplos anteriores. Una imposibilidad quizá fundada en razones pragmáticas más que semánticas. Si bien hay que reconocer que los fenómenos naturales que aparecían en otros lugares más o menos explicitados, más o menos analizados en sus partes, aquí, lo hacen englobados en los términos «naturaleza», «marco natural» y «entorno». A nuestro juicio, hay una clara voluntad de disimular estos componentes en una línea posibilista («posibilidades del marco natural») dando prioridad a la capacidad transformadora del ser humano, lo que no quiere decir que no se reconozca la existencia de una estrecha relación entre el marco natural y la organización social. Se trata de una operación de reducción de lo natural a lo humano. Tal reducción se constata en el organigrama que se nos presenta en el mismo capítulo donde se nos quiere demostrar la interdependencia múltiple entre la organización económica y el espacio (Fig. 3).

Figura 3. La naturaleza, factor endógeno (J. Estébanez Álvarez, 1997)
Figura 3. La naturaleza, factor endógeno (J. Estébanez Álvarez, 1997)

Adviértase que en este organigrama la naturaleza, el medio natural (relieve, clima, aguas, vegetaciones y suelos) queda reducido al concepto de «recursos naturales» que ya tiene un carácter económico y se da en el mismo plano en el que tiene lugar lo que se denomina legado histórico-cultural; ambos subsumidos en el marco de los factores endógenos. Por lo tanto, reiteramos nuestro análisis según el cual habría una clara intención de diluir, o de hacer desaparecer, rebajando el papel de la naturaleza que en otras representaciones aparece de forma explícita. Con todo, observamos cómo la naturaleza en tanto que recursos naturales influye directamente en la organización económica, aunque ésta, a su vez, no influya en la naturaleza sino a través de la organización espacial. Pero, a la postre, la estructura del manual se ve obligada a organizarse en virtud de la dicotomía cultura-naturaleza, ejerciendo, por tanto, los esquemas de los ejemplos anteriores{47}.

3.1.4. Ciencia de síntesis

«La Geografía (geo=Tierra y graphein=describir) no es sólo una ciencia descriptiva, sino también de relación y síntesis, es una disciplina viva y dinámica que recibe el auxilio de otras ciencias para explicar elementos y fenómenos geográficos que se producen en la superficie terrestre»{48}.

De esta forma comienza su introducción a la geografía el manual de Geografía de España del Proyecto Ariadna coordinado por Juan M. García Rol. En este pequeño párrafo, como se ve, se esboza con toda nitidez una teoría sobre la cuestión de la unidad y distinción de la geografía. Ahora bien, una teoría que se expone en términos muy generales y que, con su alusión a los fenómenos geográficos queda, hasta cierto punto, indefinida por su circularidad, en la medida en que no se explica por qué determinados fenómenos son fenómenos geográficos y no más bien económicos. Es en el interior del mismo capítulo, cuando nos aparece el desarrollo de las cuestiones esbozadas en este párrafo{49}. Dado que se trata de todo un capítulo dedicado a este asunto, no vamos a reproducir íntegramente el texto, por lo que intentaremos reflejar su contenido apoyándonos en los parágrafos más pertinentes o en los esquemas u organigramas que nos parezcan más relevantes.

Se enfoca el epígrafe como una aproximación al conocimiento geográfico, por tanto, parece denotar ya cierto sesgo epistemológico{50}. Se divide el capítulo en tres partes diferentes entre sí: una dedicada la concepto y a los principios metodológicos de la asignatura, otra dedicada a la historia de la geografía, tanto en general como con relación a la geografía española, y una tercera en la que se habla de la representación del espacio geográfico. Pues bien, si entre las dos primeras partes podemos establecer cierto vínculo tomando como criterio, por ejemplo, la distinción entre sistema y génesis, la tercera parte nos pone en conexión con otro orden de cosas totalmente diferentes. El concepto de conocimiento geográfico expresaría en el primer caso ciencia geográfica –por lo que se dice después– en cuanto construcción lógica o histórica de una disciplina, pero en el segundo caso querrá decir ciencia de lo geográfico (es obligado recordar la célebre distinción en el campo de la historia entre historia res gestae e historia rerum gestarum) o de los fenómenos geográficos donde lo geográfico estaría haciendo referencia a la superficie terrestre:

«la Geografía se ocupa fundamentalmente de la localización de los fenómenos en la superficie terrestre»{51}.

En resolución, ¿qué es la geografía para los autores? La geografía –se dice– es un conocimiento que tiene un «objeto formal»{52}. Se trata de un objeto formal que la caracteriza como ciencia y que la distingue de las demás ciencias; este objeto formal es el «espacio geográfico»{53}. Pero se precisa delimitar con toda claridad en qué sentido el espacio geográfico es el objeto formal de la geografía, por ello se añade que se trata del espacio geográfico como resultado de la «interrelación entre territorio natural y hombre»{54}. Consiguientemente, el espacio geográfico será «el paisaje»{55}. Esto quedará reflejado gráficamente mediante una representación –a nuestro juicio puramente intencional– en términos de los diagramas de Venn (Fig. 4).

Figura 4. El objeto formal de la geografía (Proyecto Ariadna, 1996)
Figura 4. El objeto formal de la geografía (Proyecto Ariadna, 1996)

El paisaje de los geógrafos alemanes y la región de los geógrafos franceses parecen tener como referencia la misma realidad{56}. Cada una de las clases, Medio Ambiente y Sociedad Humana estará compuesta por una serie de elementos. El hecho de que el paisaje (o la región) aparezca como el resultado de la intersección de las dos clases hace que se den aquí elementos comunes a ambas, pero combinados o relacionados de tal manera que se constituyen como una clase especial «como un todo»{57}. En esto consistirá la originalidad del espacio geográfico. Hay que hacer notar el hecho según el cual en este diagrama se privilegia el paisaje sobre la región, acaso porque el manual está operando desde una representación generalista aunque este ejerciendo una geografía particular en lo extensional y especial en lo intensional.

Hasta aquí, hemos intentado exponer, introduciendo evidentemente ciertas notas etic, la concepción de la geografía y de su objeto que se está ejerciendo por parte de los autores, que se mantienen en una perspectiva ontológica{58}, pero nada hemos dicho sobre el papel que se le atribuye desde un punto de vista gnoseológico en cuanto ciencia y con relación a las demás ciencias. Comenzaremos señalando que la cuestión de la distinción entre la geografía y las demás ciencias se organiza sobre la teoría del objeto formal de la geografía. En la medida en que el objeto formal de la geografía es el paisaje (o la región) como resultado de la intersección entre las clases denominadas Medio Ambiente y Sociedad Humana, las ciencias que tienen como objeto a la Sociedad Humana y aquellas cuyo objeto es el Medio Ambiente tienen que relacionarse de alguna manera con la geografía, resultando, así, que la geografía, en cuanto ciencia –hay que advertir ahora que el planteamiento gnoseológico estaría fundado en supuestos ontológicos dualistas–, es representada como una suerte de intersección entre el resto de las ciencias a las que concibe como auxiliares:

«Para estudiar los elementos de la superficie terrestre y la incidencia que sobre ellos ejercen los factores, la geografía necesita el auxilio y el apoyo de otras disciplinas como la Geología, la Botánica, la Meteorología, la Historia, la Demografía o la Economía, sirviéndose de ellas para explicar el paisaje.»{59}

Por tanto, en la medida en que la geografía tiene el apoyo y el auxilio de otras disciplinas, decimos que es una ciencia de síntesis. Esto significaría que ni es un repertorio, ni un catálogo, ni un archivo, lo que, por un lado, supone un rechazo de la función taxonómica de las ciencias y, por otro, la crítica de las actitudes memorísticas respecto a la didáctica de la geografía. Se define, pues, la geografía como la ciencia «que estudia los elementos y fenómenos de la superficie terrestre en su localización, en su distribución y en sus mutuas y múltiples relaciones»{60}. Todo ello se representará mediante la siguiente cartografía (Fig. 5).

Figura 5. La geografía y sus auxiliares (Proyecto Ariadna, 1996)
Figura 5. La geografía y sus auxiliares (Proyecto Ariadna, 1996)

A nuestro juicio, esta perspectiva es confusa, porque no aclara en qué el apoyo y el auxilio son distintos de lo que esas mismas ciencias pueden prestar a otras disciplinas: ¿hay que considerarlos en tanto que partes formales de la geografía o en tanto que partes materiales? De manera que no se puede saldar la cuestión con decir que la geografía es una ciencia de síntesis ya que en unas ciencias, en principio, no tendría por qué haber más (ni menos) síntesis que en otras. En realidad, esta perspectiva se esfuerza por definir un campo gnoseológico para las ciencias geográficas pero no lo consigue por sus excesivas generalizaciones. Por otra parte, el diagrama en el que se presentan las distintas ciencias en su relación con la geografía, tal como aparece representado, convierte al resto de las ciencias en auxiliares de la geografía, es decir, meras disciplinas geográficas cuyo estatuto gnoseológico parece estar en relación con su función auxiliar. Además, la colaboración entre las ciencias no siempre se puede llevar a cabo, dada la inconmensurabilidad de las categorías, y, cuando esto ocurre, nos hallamos ante una nueva disciplina. Todo ello, no quiere decir que no existan, por ejemplo, colaboraciones interdisciplinares, pero la interdisciplinariedad, es decir, el tratamiento por parte de varias ciencias de un caso concreto, por mucho que se pretenda intencionalmente, no trasciende la inmanencia de las categorías científicas, y por tanto, no estamos ante una nueva ciencia.

Pero la geografía no se caracterizaría solamente por tener un objeto –continúan los autores– sino también por tener una serie de principios metodológicos: principio de localización, principio de universalización, principio de relación y principio de evolución{61}. La cuestión de los principios de las ciencias, en todo caso, se caracteriza aquí por su indefinición y por su ambigüedad. Es necesario señalar que el principio de relación, por ejemplo, está estrechamente vinculado con el postulado de la geografía como ciencia de una totalidad que sería el paisaje y con la noción de ciencias auxiliares: «los hechos geográficos están relacionados unos con otros»{62}. Además, la exposición de los principios –de suma importancia en las ciencias, por otra parte, para determinar el estatuto gnoseológico de las mismas– tiene aquí una presentación apriorística y excesivamente genérica en tanto que valen lo mismo para la geografía que para la etnología; porque ¿en qué son diferentes estos principios de los de otras ciencias?

Por lo que respecta a la segunda y terceras partes señaladas más arriba, no vamos hacer ningún comentario. Únicamente diremos que, en lo relativo a la evolución de las ciencias geográficas, nos encontramos con una exposición que permanece girando alrededor de los ejes esbozados en la primera parte. Es decir, la evolución de la geografía, en tanto que ciencia, desembocaría en la constitución de un objeto de estudio –el espacio geográfico– y en la vocación relacional y comparativa que busca la síntesis de otras ciencias. Pero esta síntesis parece haberse dejado para otro momento, pues el resto del cuerpo del manual ejerce un tratamiento similar al de los ejemplos anteriores.

3.1.5. Unidad y distinción

En último lugar, con el manual de Mª Luisa de Lázaro Torres{63}, ofrecemos un ejemplo que, implícitamente, aborda la cuestión de la unidad y distinción de la geografía desde un punto de vista –es la intención de los autores– didáctico{64}. El planteamiento de este quinto ejemplo postula la dimensión geográfica de la mayoría de los problemas de nuestro tiempo{65}. A continuación, establece una caracterización de las disciplinas geográficas:

«La Geografía es una antigua disciplina que está en permanente actualidad y vigencia. Tradicionalmente se ha definido como un área de conocimiento que estudia las relaciones del hombre con su medio a distintas escalas: local, comarcal, regional, nacional e internacional. En la actualidad, se preocupa especialmente por los problemas relativos a la adecuación entre población y recursos, la calidad del medio ambiente, la explotación racional de los recursos disponibles y el desequilibrio regional, y lo hace a través de dos ramas la geografía física y la geografía humana y económica. La primera se divide a su vez en Geomorfología, Climatología, Edafología, Biogeografía e Hidrografía, mientras que la Geografía Humana y Económica se subdivide en Geografía de la población, Geografía Urbana, Geografía Rural, Geografía Industrial, Geografía de los Servicios y Geografía Política.
Cada una de estas partes de la disciplina se relaciona, a su vez, con otras ciencias, como la Geología, la Meteorología, la Biología, la Ingeniería, la Sociología, el Urbanismo, la Economía, la Historia, &c., diferenciándose claramente de ellas en cuanto sus objetivos y a la metodología de su trabajo. A través de sus técnicas de análisis, aplicadas a los medios físico, humano y económico, esta ciencia interpreta la realidad y sugiere propuestas alternativas de futuro para mejorarlas.
Todo esto convierte a la Geografía en una ciencia útil y atractiva por los retos y aplicaciones profesionales que plantea en campos como enseñanza, investigación, temas de ordenación del territorio, Sistemas de Información Geográfica, estudios sobre impactos medioambientales, teledetección, &c., de permanente actualidad tanto en el ámbito de la empresa como de las administraciones públicas.»{66}

Verificamos en este texto, de una manera similar a los anteriores ejemplos, de nuevo, el postulado del objeto de la geografía, a saber: el estudio de las relaciones del hombre con el medio natural. Un objeto cuya estructura dualista (hombre-naturaleza) divide a la ciencia geográfica en dos grandes ramas, subdivididas a su vez en otras varias ramificaciones. Destaca, consecuentemente, la utilización de la metáfora del árbol y las ramas para caracterizar las categorías científicas{67}. Esta concepción acompaña al primer postulado con un segundo postulado consistente en afirmar la practicidad constitutiva de la geografía, lo que le da actualidad y vigencia, –se dice– sentido de la utilidad y atractivo –argumentos psicológicos– para la enseñanza y la investigación. Todo ello sería posible porque la geografía –afirman los autores– mantiene relaciones con otras ciencias, tanto naturales como humanas, lo que no significa que su autonomía gnoseológica quede en entredicho, pues tanto sus objetivos como su metodología de trabajo la diferencian del resto de las ciencias.

De nuevo, nos encontramos con la cuestión de la unidad y distinción de las ciencias. En realidad, se están repitiendo los ídolos que hemos visto más arriba. La única variación que se introduce ahora es la referencia al marco didáctico de una manera explícita. Se diría que el manual está organizado, sin duda, conforme a criterios de orden didáctico pero que estos, a su vez, no pueden dejar de lado otro tipo de elementos que de alguna manera los canalizan; es decir, la estructura de la propia disciplina, al menos, una estructura impuesta al parecer desde criterios pragmáticos. Lo que nos llevaría a preguntarnos si no se trataría más de ortogramas adecuados a los intereses académicos de los cuerpos de profesionales de esta ciencia que del reflejo de la estructura propia de la geografía.

La cuestión de la relación entre organización didáctica y estructura gnoseológica de la geografía es representada a partir del siguiente mapa (Fig. 6).

Figura 6. Didáctica y geografía (Mª L. Lázaro Torres, 1997)
Figura 6. Didáctica y geografía (Mª L. Lázaro Torres, 1997)

Desde nuestra perspectiva, este diagrama tiene un interés de suma importancia porque en él se explicita de forma gráfica la autoconcepción de este último ejemplo de una manera incluso más «clara» de lo que lo hace en el texto anterior. En primer lugar, se representan los contenidos de la geografía (tanto desde un punto de vista didáctico como desde un punto de vista académico) mediante círculos concéntricos que dan lugar a una serie de anillos. Cuando se analiza el contenido de los círculos, hacia el exterior nos encontramos con las distintas ramas o subdisciplinas de la geografía. Es como si se quisiese expresar cierta tendencia centrífuga de las distintas ciencias geográficas. Los anillos intermedios representan la organización didáctica de la geografía. Mediante una relación isomórfica entre Didáctica y Geografía se va haciendo corresponder cada disciplina con cada unidad didáctica o bloque temático (lección, tema, &c.). En segundo lugar, aparece registrado con toda nitidez el dualismo existente entre una geografía humana y una geografía física mediante un ángulo inscrito en la circunferencia de manera que ésta queda dividida en dos sectores uno de los cuales representa la geografía física y a las ciencias naturales y el otro se corresponde con las ciencias geográficas humanas y económicas. Hay que señalar el hecho según el cual este ángulo rebasa los límites (así se representa) del círculo dibujado dividiendo en dos áreas distintas el resto del espacio gnoseológico en el que aparecen organizados otros círculos categoriales. El dualismo entre una geografía física y otra geografía humana y económica es un dualismo, tal es el ejercicio, común a todas las ciencias. En tercer lugar, queda representada la relación de la geografía con otras ciencias. En este sentido, hay que destacar el método de representación a base de círculos que intersectan con las ciencias geográficas pero haciéndolo sólo allí donde hay disciplinas (ad hoc) con las que guarda relación (y confundiendo, una vez más, los planos ontológico y gnoseológico). Hay que hacer notar aquí el parecido de esta representación con la de Fenneman (Fig. 7) de hace casi un siglo recogida por muchos geógrafos a lo largo de la tradición de la geografía{68}. Por otra parte, no todas las ciencias, es decir, no todos los círculos representados tienen el mismo diámetro; al menos, en virtud de su radio hay ciencias de mayor diámetro que otras. La geografía aparece relacionada igualmente con disciplinas cuyo estatuto científico podría ser puesto en duda: ¿cómo justificar la ingeniería o el urbanismo como disciplinas científicas?

Figura 7. El círculo de Fenneman (Holt, 1992)
Figura 7. El círculo de Fenneman (Holt, 1992)

4. Trama y urdimbre de los idola theatri geográficos

Hasta aquí, hemos analizado, a modo de prospecciones, una serie de ejemplos según las cuales se pone de manifiesto el uso de ciertas concepciones de la geografía en cuanto disciplina científica en el sistema escolar. Con muy pocas diferencias, verificamos que todas se destacan sobre una textura ideológica común{69} a partir del cual se interpreta el estatuto gnoseológico de la disciplina. Veamos ahora las representaciones de algunos geógrafos sobre este mismo asunto.

Para Horacio Capel{70}, a lo largo del siglo XX se habrían propuesto distintas definiciones –nosotros diríamos concepciones– de lo que se entiende por geografía. Sin embargo –añade–, sería posible distinguir entre todas ellas dos problemas clave: el de las relaciones hombre-medio y el de la diferenciación del espacio en la superficie terrestre; y ello sin perjuicio de que algunos de estos problemas clave coincidan con los de otras disciplinas. Por nuestra parte, no tendríamos mayor inconveniente en aceptar la identificación de estos dos «problema clave» si no fuese porque el primero, «las relaciones hombre-medio», más que un problema restringido al ámbito de una categoría parece una cuestión de mayor radio, que traspasa el círculo geográfico, lo que implica que se presenta como un problema filosófico; y, el segundo, la cuestión de «la diferenciación del espacio en la superficie terrestre», estaría remitiendo, en el fondo, al contencioso del «objeto de la ciencia geográfica», lo cual desde la teoría del cierre categorial significa marrar el tiro. Ahora bien, no dejamos de reconocer que ese marco común a todos los ejemplos que hemos presentado gira en torno a los problemas clave de que habla Horacio Capel, pero la perspectiva de análisis tiene que ser gnoseológica. Con ello, queremos decir que la teoría del cierre categorial en tanto que teoría gnoseológica ha de proceder analizando las ciencias a partir de la «morfología institucional» misma de cada ciencia; y en nuestro caso de la geografía.

No obstante –debemos reiterar nuestra afirmación de partida–, tales problemas clave, si bien involucran más o menos directamente a la geografía (aunque no solo) lo hacen en tanto busca su estatuto en la república de las ciencias{71} y, por tanto, este hecho pide un análisis desde los problemas gnoseológicos de las ciencias geográficas. Es decir, los problemas que se van planteando son problemas no atribuidos ad hoc sino planteados in media res: porque, ahora, el sistema escolar puede ser relacionado con las ciencias desde una perspectiva pragmática{72}. Y ello significa lo mismo que decir que estos problemas clave son problemas de índole filosófica (ontológica o gnoseológica). Así pues, a modo de recapitulación de los ejemplos anteriores, podemos ofrecer un esbozo en el que destaquemos las la trama y urdimbre de esta textura ideológica.

En primer lugar, constatamos la cuestión de la diferenciación del espacio en la superficie terrestre, señalado por Capel. A nuestro juicio éste es el tema del llamado objeto de la geografía que puede ser expresado como un caso particular o especial del problema del objeto de la ciencia. La geografía, como toda ciencia, tendría un objeto de estudio. El objeto de estudio sería un objeto material constituido en el límite por la superficie del globo terráqueo y los elementos que lo componen. Pero, visto así, estamos ante cierta paradoja puesto que tal objeto lo sería también de otras ciencias –y así lo llega a plantear el geógrafo Alfred Hettner; aunque Milton Santos estima que es el tema más importante–, lo que llevaría a la cuestión de los límites de la geografía; de ahí que, en general, se utilice la distinción entre un objeto material y un objeto formal (muchas veces se habla de método o perspectiva diferenciadora). Según esto, el objeto formal de la geografía sería el paisaje o en todo caso la región (en otros casos, también el territorio). La región le daría especificidad a la geografía en el conjunto de las ciencias manteniendo su autonomía respecto a otras disciplinas sistemáticas como la geología o la sociología. Es un problema gnoseológico incluso en contra de las palabras de Milton Santos quien pretende suspender el juicio gnoseológico, como se confirma en este texto:

«La primera se relaciona con el propio objeto de trabajo del geógrafo. La respuesta a esta indagación se busca, con frecuencia, en una interminable discusión sobre qué es geografía. Tal pregunta ha recibido las respuestas más disparatadas y, raras veces, ha permitido ir más allá de formulaciones tautológicas. No por lo que algunos geógrafos afirman explícitamente, sino por lo que muchos practican, la geografía es lo que hace cada cual y, así, hay tantas geografías como geógrafos. Por tanto, a la pregunta «¿qué es geografía?», y con el pretexto de la libertad, la respuesta acaba constituyendo un ejercicio de fuga. Discurrir, aunque sea exhaustivamente, sobre una disciplina no sustituye lo esencial, que es la discusión sobre su objeto. En realidad, el corpus de una disciplina esta subordinado al objeto y no al contrario. Así, la discusión es sobre el espacio y no sobre la geografía; y esto supone el dominio del método. Hablar de objeto sin hablar de método puede ser sólo el anuncio de un problema sin, entretanto, enunciarlo. Es indispensable una preocupación ontológica, un esfuerzo interpretativo desde dentro, lo cual contribuye tanto a identificar la naturaleza del espacio, como a encontrar las categorías de estudio que permitan analizarlo correctamente.»{73}

En segundo lugar, verificamos la discusión en torno a la relación hombre-medio, igualmente indicada por Horacio Capel. Este tema tiene una expresión ontológica y otra gnoseológica según hemos visto. Desde el plano ontológico, se puede reconocer una larga tradición filosófica que partiría de la filosofía idealista alemana. Desde el punto de vista de la geografía se expresa diciendo que la geografía se encarga de estudiar (la realidad) las relaciones entre el ser humano y el medio natural, por lo que de alguna manera se entronca de nuevo con la cuestión del objeto; y, toda vez que interpreta el paisaje como el elemento común en el que se funden estos dos aspectos, se dará entrada también a la concepción corológica (regionalista){74}. Gnoseológicamente, nos encontraríamos, por una parte, con la dicotomía propia de la geografía general, entre una geografía humana y una geografía física y, por otra, con la división entre una geografía general y una geografía regional. La primera, una fractura, a nuestro juicio, estructural, suele ser solventada por los geógrafos bien afirmando que la geografía es una ciencia puente de unión entre las ciencias naturales y las humanas, por lo cual habría que entender que la división entre la geografía humana y económica y la geografía física responde más bien a los trámites descriptivo y analítico característicos de toda ciencia, previos a la síntesis final, bien postulando la existencia de saberes interdisciplinares dentro de los cuales tendría su asiento la geografía; pero también –con lo que entramos en la segunda dicotomía– introduciendo el concepto de geografía regional en tanto que ciencia idiográfica. En el esquema que sigue (Fig. 8) –tomado de Max Derruau{75}– la dicotomía existente dentro de la geografía general se representa en los planos ontológico y gnoseológico, así el problema Naturaleza/Cultura (ontológico) se convierte en la dialéctica de la geografía como ciencia (gnoseológico).

Figura 8. Planos ontológico y gnoseológico en la Geografía (Plans, Derruau et al., 1984)
Figura 8. Planos ontológico y gnoseológico en la Geografía
(Plans, Derruau et al., 1984)

La tercera línea de esta trama gira en torno a las relaciones entre la geografía y otras disciplinas. Es una cuestión insoslayable, latente en cualquier discusión gnoseológica, como hemos podido verificar en la exposición de los ejemplos anteriores. Se trata de un caso de la dialéctica entre las ciencias{76}. Porque cada disciplina, en tanto que morfología institucional, está inserta en un ecosistema codeterminadamente con otras instituciones, incluyendo al resto de las ciencias. Capel lo concibe como problemas de solapamiento o coincidencias con otras disciplinas dentro de su concepción general de ramificación de las ciencias{77}. Las conclusiones a las que se puede llegar sobre este tema no quedan al margen de la filosofía que se profese, de manera que, según la idea de ciencia que se tenga, se hablará de uno u otro tipo de relaciones, e incluso se pondrá o no en duda el postulado de los saberes geográficos como saberes científicos stricto sensu.

En cuarto lugar, hay que reconocer que, tras el planteamiento de las cuestiones anteriores, se suscitan otra serie de temas relacionados más o menos directamente con ellos. Unas veces, involucrando a otros estudios de la ciencia como la dialéctica entre la Sociología de la Ciencia y la Teoría de la Ciencia. Otras, porque indirectamente salen al socaire de los debates como por ejemplo la polémica entre el determinismo y el posibilismo –como conceptos a través de los que se aborda la cuestión de las relaciones entre el hombre y el medio-, o la diferenciación –a nuestro juicio artificiosa– de raíz hettneriana, entre explicación y comprensión en el contexto de la concepción corológica (la Geografía como ciencia idiográfica). Todo ello, pasa por un replanteamiento de la concepción sobre el estatuto de las categorías geográficas y, acaso, debería pasar por una reorganización de la disciplina misma. En todo caso, la teoría del cierre categorial no presume de intenciones prescriptivas –no busca una ciencia, se atiene a lo que encuentra–.

En quinto y último lugar, se han suscitado cuestiones de interés didáctico (diremos de índole pragmática) que se ofrecen como organizadores gnoseológicos, fundándose en el interés de la disciplina convertida en asignatura de geografía. Este tipo de postulados no por ser didácticos o pedagógicos son más externos a la propia geografía, en cuanto ciencia, que las cuestiones suscitadas desde la Sociología de la Ciencia. Por otra parte, hay que reconocer el importante papel que ha desempeñado la enseñanza en la construcción de una determinada imagen de la geografía, de una manera más bien implícita que explícita (el llamado currículo explícito se presenta como gnoseología oculta, es decir, ejercida{78}), tanto en un sentido práctico –la Geografía como un instrumento, como un arma para la guerra según Lacoste{79}, por ejemplo– como en un sentido teórico –la Geografía como la ciencia de los profesores–.

Habida cuenta de lo dicho, se podrían suscribir las palabras de Tim Unwin:

«Desde que Varenio oficializó la geografía como disciplina intelectual en el siglo XVII, tres han sido los temas centrales que han ocupado a los geógrafos: el equilibrio entre la geografía como disciplina regional (corográfica) y sistemática, su posición como ciencia, y la conceptualización de las relaciones entre el ser humano y el medio ambiente.»{80}

En suma, trazadas las líneas de ese fondo común a los cinco ejemplos analizados en este trabajo, podemos concluir que todos ellos desvelan un mismo paisaje y una misma atmósfera; un aire, a nuestro juicio, compuesto con ciertos gases nocivos gnoseológicamente hablando. Podríamos decir que la geografía ha sido y es una disciplina singularmente problemática que no ha logrado crear un «clima de consenso» pese a los dos siglos transcurridos desde que Humboldt y Ritter ofrecieron sus primeros trabajos. José Ortega Valcárcel ha condensado de manera ejemplar esta situación, señalando los problemas con los que se enfrentan las ciencias geográficas:

«De modo paradójico, la geografía se nos presenta, al terminar el siglo xx, y en el quicio del tercer milenio, como una disciplina en la que sigue sin existir unanimidad en lo que concierne a su naturaleza científica, a su propia existencia como disciplina unitaria, a las exigencias metodológicas que requiere su cultivo y a la delimitación de su campo de conocimiento.
La persistencia de este debate muestra el carácter no resuelto de la fundación de la geografía como disciplina moderna en el marco de las ciencias contemporáneas. La propia determinación del marco de conocimiento y de los contenidos de la disciplina permanece indefinida, prestando a la geo�grafía una permanente imagen de touche � tout, de cajón de sastre.
En el último decenio del siglo xx los geógrafos siguen preocupados por el «lugar de la Geografía» en la sociedad actual (Unwin, 1992). Del mismo modo que se interrogan sobre las bases teóricas y metodológicas de un co�nocimiento que duda sobre su naturaleza científica, y dentro del cual son posibles propuestas tan contradictorias como las que propugnan su reducción al estadio de mero arte o saber cultural y las que le asignan un rigu�roso y excluyente estatuto científico.
La permanencia, a lo largo del tiempo, de este debate sobre el signifi�cado del proyecto geográfico es un rasgo sorprendente de la geografía mo�derna. Determina la práctica geográfica, cuya dispersión de objeto y méto�dos hace difícil una definición precisa de la disciplina y, de resultas de ello, ha condicionado y condiciona no sólo el discurso geográfico sino también la percepción social de la geografía, carente de un perfil propio, de una ima�gen distintiva, reconocible y reconocida en la sociedad. ¿Qué es la Geogra�fía? ¿De qué trata la Geografía? Resultan ser preguntas sin fácil respuesta (Unwin, 1992).
La unidad de la disciplina, respecto de las relaciones entre geografía física y geografía humana; y respecto de la fragmentación sistemática del co�nocimiento geográfico; la esencia de la geografía, como ciencia social o como ciencia a caballo de las naturales y sociales; el carácter científico o artístico del conocimiento geográfico; la existencia de un objeto propio de la geografía y la especificidad o no de este objeto geográfico; el carácter de este objeto; la existencia y naturaleza de un método geográfico; la natura�leza y el significado de la región en la geografía; entre otros, como la singularidad o excepcionalidad del mismo, siguen siendo elementos de un discurso y de un debate no resuelto»{81}

A tenor de los análisis que hemos hecho, y vistas las opiniones de algunos geógrafos, se puede afirmar que los problemas que hemos verificado desde las concepciones de la geografía escolar, sin perjuicio de su formulación «pedagogicista», son los mismos que se están planteando en los talleres de la geografía; acaso, porque, de alguna manera, aunque la geografía escolar esté disociada de la geografía académica se mantiene la continuidad gnoseológica al menos a través del plano pragmático.

Como se desprende de lo que hemos dicho hasta este momento, la geografía no parece encontrar una solución a los problemas que tiene planteados. Esto ha llevado a que los geógrafos tiendan a interpretar las dificultades gnoseológicas y aun metodológicas relativas a su oficio y los problemas derivados de su historia institucional en términos de ciertas oposiciones dicotómicas que no hacen sino quedar envueltas por las propias dicotomías que nos presentaba más arriba Ortega Valcarcel. Así, por ejemplo, Alain Reynaud{82} utiliza la dicotomía ciencia cerrada/ciencia abierta para interpretar los problemas derivados de una combinatoria geográfica originada por la dificultad de establecer relaciones entre los términos del campo. Reynaud presupone que una ciencia cerrada es la que se centra en torno a un objeto de estudio, sin atender a las relaciones que ese objeto mantiene con los objetos estudiados por otras ciencias, mientras que una ciencia abierta incorporaría datos procedentes de otras ciencias, manteniendo su propio objeto como dominante para ordenar los conocimientos en una suerte de combinatoria lógica. Señalaremos solamente que al no distinguir entre las partes materiales y las partes formales de una ciencia el ensayo de Reynaud se queda en lo intencional. Por su parte, Horacio Capel interpreta la evolución de la Geomorfología –¿habría que decir la evolución de las interpretaciones sobre la Geomorfología?– en términos de la oposición entre positivismo y antipositivismo{83}, como un caso específico de la evolución de la geografía.Unas dicotomías que, sin duda, pueden ser contempladas a la luz de la distinción entre las metodologías α y β operatorias que propone la teoría del cierre categorial y no precisamente como un simple bautismo nominalista sino para superar la impertinencia conceptual en la que están envueltas. En esta misma línea Unwin, empleando las categorías de Habermas, distingue entre ciencias empírico-analíticas y ciencias histórico-hermenéuticas{84}, en línea con la dicotomía epistemológica explicación/comprensión.

Ahora bien, la interpretación de las disciplinas geográficas en estos términos forma parte, a nuestro juicio, de las autoconcepciones de los mismos geógrafos, más que de la efectividad de la propia geografía. Holt Jensen{85}, ha calificado esta tendencia de clasificación dicotómica (nomotético/idiográfico, sistemática/regional, física /humana) como de un absurdo que pudiera dar lugar a problemas semánticos inexistentes. Siguiendo a Jensen, adoptaremos la lista de los problemas («trampas semánticas»{86}) que habrían dado lugar a conflictos internos inexistentes el la geografía:

«(1) La geografía debe ser idiográfica o nomotética pero no ambas.
(2) La geografía física y humana son dos ramas completamente diferenciadas de la disciplina con conceptos y métodos distintos.
(3) La geografía debe ser sistemática o regional.
(4) Los métodos geográficos deben ser inductivos o deductivos.
(5) La geografía debe ser considerada una ciencia o un arte (el debate positivista-humanista).»{87}

Sin embargo, hay que señalar que el reconocimiento de la existencia de una serie de líneas dicotómicas problemáticas no garantiza la efectividad de la crítica. De hecho, Holt Jensen viene a sostener que si estas representaciones dicotómicas no son reales es porque pretenden concebir la labor del geógrafo polarizada en alguna de las alternativas que ofrecen, pues la realidad vendría a ser muy distinta ya que la mayor parte de los geógrafos estarían involucrados en todas: «De hecho la geografía está a caballo de todas estas dicotomías»{88}. Desde nuestra perspectiva, el sentido de las críticas de Holt Jensen hay que entenderlo, en todo caso, como el ejercicio de la distinción entre un plano intencional y un plano efectivo en las ciencias geográficas. Dice Holt Jensen:

«sería absurdo llevar la dicotomía entre los enfoques positivista y crítico hasta el extremo de que la geografía o incluso cada geógrafo en particular, se caracteriza bien por ser totalmente positivista, o bien por estar comprometido por entero con los enfoques críticos. La mayoría de los geógrafos no pertenecen ni a un campo ni al otro, pues ambos conjuntos de ideas nos atañen…tanto antagonismo en el campo de la geografía es más una guerra de palabras que de realidades.»{89}

Ahora bien, no basta con decir que estas dicotomías son más una guerra de palabras que de realidades. Porque, aun reconociendo que los geógrafos discuten y polemizan en torno a, como dice Jensen, trampas semánticas habrá que determinar con relación a qué configuraciones o procesos reales son trampas, si se quiere llevar adelante una crítica efectiva. Concedamos que las cinco dicotomías de Jensen sean apariencias falaces{90}, pero, entonces, habrá que señalar con relación a que apariencias (veraces) estamos remitiendo la falacia (trampas) de las dicotomías.

5. Reinterpretación de los idola desde el materialismo gnoseológico.

Desde nuestra perspectiva gnoseológica, y precisamente para superar el plano intencional de esa «guerra de palabras» de la que habla Holt Jensen, podemos aprovechar la relación de las dicotomías propuesta por James y Holt Jensen para reformularla en términos de la teoría del cierre categorial. Al menos tiene la virtualidad de organizarlas de manera sistemática. De esta forma todas estas polémicas quedan recogidas en un orden sistemático etic que atenderá más a verdaderos problemas gnoseológicos que a las representaciones emic provenientes de cada uno de los sistemas que las formula. Pero repárese en que el hecho de que aparezcan recogidas sistemáticamente no quiere decir nada sobre el estatuto gnoseológico de la geografía misma.

| Dicotomías segúnJames-Holt Jensen(emic) | | Reformulacióngnoseológica (TCC)(etic) | | ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ | | ------------------------------------------------------------------------------------------------------ | | (1) La geografía debe ser idiográfica o nomotética pero no ambas. | | (I) Representaciones alternativas de la geografía dentro del ‘marco aristotélico’. | | (2) La geografía física y humana son dos ramas completamente diferenciadas de la disciplina con conceptos y métodos distintos. | | (II) Unidad y distinción de la geografía: la cuestión del objeto de la geografía | | (3) La geografía debe ser sistemática o regional. | | (III) Teoría de los todos y las partes; totalidades atributivas (T) y totalidades distributivas (Շ). | | (4) Los métodos geográficos deben ser inductivos o deductivos. | | (IV) Teoría de teorías de la ciencia; descripcionismo, teoreticismo… | | (5) La geografía debe ser considerada una ciencia o un arte (el debate positivista-humanista). | | (V) Cuestión del sujeto gnoseológico; metodologías α y β operatorias |

Conviene, en todo caso, hacer una serie de advertencias a propósito de la interpretación de esta tabla. Primero, porque no tratamos de comparar dos sistemas desde los que se estén diciendo las mismas cosas sobre la geografía. Si es posible ver alguna relación entre los puntos de la columna de la izquierda (1, 2, 3, 4, 5) y los de la de la derecha (I, II, III, IV, V), es porque los de la columna de la izquierda están ya siendo reinterpretados desde la teoría del cierre categorial (columna de la derecha) y no a la inversa. La columna de la izquierda contiene las dicotomías propuestas por Holt Jensen, pero estas, desde nuestros criterios, están formuladas en perspectiva emic y suponen a los geógrafos enfrentados a apariencias falaces, de tal manera que, por ejemplo, la dicotomía Idiográfico/Nomotético es fenoménica pues no se ajustaría a los procesos gnoseológicos efectivos de la geografía; consecuentemente, desde los presupuestos del materialismo filosófico, ni siquiera entramos a discutir si la geografía es una ciencia nomotética o idiográfica, entre otras cosas porque esta misma dicotomía forma parte de un sistema ideológico de cuatro alternativas al que denominamos «marco aristotélico». Sin duda, el marco aristotélico ha tenido mucha importancia a lo largo de la historia pero los cursos de las categorías científicas han seguido sus propios canales sin perjuicio de que se hayan visto envueltos en este tipo de polémicas. Así mismo, la columna de la izquierda, efectivamente, pretende dar cuenta de las representaciones que, sobre el oficio del geógrafo, formulan los propios científicos (sociólogos, historiadores), incluyendo aquí a los geógrafos en su papel de metodólogos; pero estas representaciones son puramente intencionales. De ahí que las hayamos reformulado críticamente en términos de la teoría del cierre categorial en la columna de la derecha. Los conceptos que aparecen en la columna izquierda (Nomotético/Idiografico, Geografía física/Geografía humana, Geografía general/Geografía regional, Inducción/Deducción, Ciencia/Arte) son inapropiados. Por un lado, adolecen de oscuridad e indistinción, como es el caso del par Inducción/Deducción –otras veces son conceptos donde se confunde su extensión e intensión (Geografía física/Geografía humana, Geografía general/Geografía regional)–, y, por otro, pertenecen a tradiciones filosóficas distintas incurriendo así en un eclecticismo confusionario.

La columna de la derecha está presentada en perspectiva etic; y esto es posible porque desde el materialismo gnoseológico se ofrecen conceptos cuya vertebración dialéctica (simploké) es suficientemente potente como para levantar el mapa del sistema de las ciencias, dando cuenta, a la vez, de la propia cartografía emic de los científicos –y en este caso de los geógrafos–. Consiguientemente, desde la columna de la derecha se puede totalizar la lista de las dicotomías de Jensen, manteniendo la unidad de criterios gnoseológicos. Ofrece así la ventaja de no caer en el eclecticismo. Sin embargo, no hay que suponer que de la coherencia en el diagnóstico se siga la unidad de cada ciencia. Los conceptos que aparecen en la columna de la derecha están formulados desde el materialismo filosófico; dicho de otra manera, son el materialismo filosófico en acción, enfrentado, por una parte, a otras alternativas con relación al estatuto de cada ciencia –unas veces, a alternativas gnoseológicas, otras, a diversos estudios de la ciencia o a la filosofía espontánea de los científicos–. Por tanto, cada uno de los puntos de la columna derecha (la cuestión del «marco aristotélico», el objeto de la geografía/campo de la geografía, totalidades atributivas/totalidades distributivas, la teoría de teorías gnoseológicas, metodologías α-operatorias/metodologías β-operatorias) no está planteado como una alternativa «semántica» más, sino como una crítica al sistema de Holt Jensen; una crítica que, por otra parte, tiene la virtud de recoger morfológicamente los diferentes puntos de vista y planos que aparecen en el sistema de Jensen.

A continuación, analizaremos cada uno de los puntos del sistema de Holt Jensen reinterpretados gnoseológicamente. Conviene señalar que estos análisis precisarían ellos mismos de una mayor profundización, a la que renunciamos en este artículo.

5.1. Representaciones alternativas de la geografía dentro del ‘marco aristotélico’

Si presentáramos el par de conceptos nomotético/idiográfico como una dicotomía bien armónica, bien polémica, volveríamos a caer en el mismo error de un formalismo dualista. En cualquier caso, tampoco se trata de ver la cuestión, desde un punto de vista pragmático, entre los defensores de la geografía como ciencia de leyes generales y los defensores del particularismo o estructura idiográfica de la geografía. El atribuir a la geografía el carácter de ciencia o no de lo general o de ciencia de lo particular es una constante que se puede encontrar auspiciada por las corrientes filosóficas más diversas, en la medida en que se encuentren presas del planteamiento aristotélico tal como ha sido puesto de manifiesto por Gustavo Bueno{91}.

Se pueden presentar este par de conceptos (universal/particular) como los dos miembros de una conjunción a la que se oponen una serie de tres alternativas resultantes de la negación de la primera. De este modo, tenemos cuatro posiciones alternativas con relación a la cientificidad o no de la geografía en tanto que ciencia de leyes generales o bien en cuanto que ciencia de lo idiográfico{92}. Es posible reconocer que la dicotomía universal/particular (y por ejemplo la distinción que hace Horacio Capel entre positivismo y antipositivismo entraña ambos conceptos) se organiza como una dialéctica de cuatro alternativas polémicas; polémica que quienes mantienen que la geografía es una ciencia nomotética o incluso postulan el «reduccionismo naturalista» están sosteniendo implícitamente, la proposición según la cual se afirma que los saberes científicos lo son en tanto que saberes que tratan de lo universal o general, es decir: afirmarían que la ciencia es de lo universal. Así mismo, quienes mantienen que la geografía es una ciencia donde lo que predomina es lo «específico» e «idiográfico» se estarían inclinando del lado de la interpretación según la cual la ciencia no necesariamente trataría con lo universal.

Así las cosas, como ha mostrado Gustavo Bueno para el caso de la Historia, tenemos dos proposiciones cuya conjunción al ser negada se transforma en un conjunto de alternativas vinculadas entre sí, oponiéndose y negándose unas a otras. Estas proposiciones, por lo que a la geografía respecta, son:

A) La ciencia es de lo universal.
B) La geografía es de lo particular.

El sistema formado por las cuatro alternativas básicas en torno al estatuto científico de la geografía sería el siguiente{93}:

(1) La ciencia trata de lo universal pero la geografía trata de lo particular. Por tanto, la geografía no es ciencia. Podemos llamar a esta posición sistematismo exclusivo (A&B).

(2) La ciencia trata de lo universal, aunque la geografía no trata de lo particular. La geografía puede ser considerada como una disciplina científica con el mismo rango que las ciencias naturales. Estaríamos ahora ante el sistematismo inclusivo (A&¬B).

(3) La ciencia no trata necesariamente de lo universal, pero la geografía tiene que ver con casos particulares o únicos. La geografía puede ser considerada como una disciplina científica, aunque sea una ciencia idiográfica. Podemos denominar a esta posición excepcionalismo (¬A&B).

(4) Ni la ciencia se ocupa exclusivamente de lo universal, ni la geografía atañe única y excepcionalmente a lo particular. De alguna manera, mediante la cuarta vía se estaría pidiendo el desbordamiento del marco aristotélico; pero sigue manteniéndose en la perspectiva formal{94}. Cabría denominar a esta posición composibilismo en la medida en que hace componible o «composible» lo nomotético y lo idiográfico en todas las ciencias (¬A&¬B).

Aunque parezca que esta sistematización de cuatro alternativas es puramente formal, veremos que no es así y que obedece verdaderamente a una polémica crucial y efectiva en el taller geográfico a mediados del pasado siglo: las polémicas en torno a excepcionalismo. Conviene indicar que este sistema no pretende encontrar cuatro posiciones puras –por decirlo de alguna manera– a las que habríamos de asignar otros tantos conjuntos de geógrafos partidarios. Probablemente nos topemos con geógrafos que a lo largo de su biografía pueden ser asignados a una o a dos posiciones, pero, lejos de negar su validez la confirma, porque permite no confundirlas. Incluso nos ofrece un criterio de referencia que podría ser útil a aquellos biógrafos que quieran salirse de un marco puramente psicologista. También hay que decir que estas posiciones, sin perjuicio de su formulación por unos u otros geógrafos, como es evidente, no son ellas mismas geográficas. Por consiguiente, no sería de extrañar que encontrásemos aserciones que, en el curso de la argumentación, se relacionen con otros aspectos relativos al estatuto gnoseológico de la geografía no necesariamente observadas por los geógrafos profesionales. En este sentido, sólo tenemos que pensar en la complejidad de las relaciones históricas entre la filosofía y la geografía{95}.

5.1.1. Sistematismo exclusivo

Según esta posición, la geografía quedaría excluida del ámbito de las ciencias, en la medida en que no es un saber científico, al no tener nada que ver con lo universal, es decir: con la formulación de leyes generales similares a las de las ciencias naturales. Es muy difícil encontrar entre los geógrafos alguna manifestación que niegue la cientificidad de la Geografía de manera tajante. En la tradición filosófica, Gustavo Bueno ha señalado que ésta es la posición de Aristóteles con relación a la historia (rerum gestarum). La historia, en tanto que trata con los individuos (particular), quedaría fuera de la república de las ciencias; pues, las ciencias son saberes que tratan de lo universal{96}. Por razones históricas relativas a la vinculación entre la geografía y la historia (por ejemplo en Vidal de la Blanche), modificando los términos, podríamos decir lo mismo de la geografía{97}.

Ahora bien, sí cabe reconocer cierta tradición geográfica que excluiría a la geografía de la república de las ciencias, utilizando un argumento acaso inverso al de Aristóteles, pero que se mantiene en los mismos términos. Se trataría de privar a la geografía de su carácter científico arguyendo que ésta consistiría más bien en un arte. En este sentido, encontramos la posición de Orlando Ribeiro para quien la geografía en tanto que geografía regional no es ciencia. No ocurriría así con la geografía general sistemática.

«Si se considera pertinente la pregunta de H. Baulig, «¿Es una ciencia la Geografía?», formulada en relación con la Geografía general, ha de responderse negativamente en relación con la Geografía regional.»{98}

Pero también ciertas corrientes reconocidas por Hettner incluyen a las ciencias geográficas entre los saberes que tienen que ver con el arte; la geografía como arte defendida por Banse, estaría, siempre según Hettner, orientada contra la geografía científica:

«La pregunta es si el arte del paisaje y la ciencia geográfica deben ir por caminos separados uno al lado del otro o si la geografía científica debe desembocar en el arte, y si el arte debe ser el nivel más alto en el sistema de las ciencias.»{99}

Y, continúa Hettner:

«Pero, las descripciones de viajes no son en general la obra de una ciencia pura, sino que se encuentran más próximas a las narraciones artísticas. De ahí la pregunta de si es legítimo encontrar descripciones artísticas en exposiciones sistemáticas y si se avienen con las descripciones científicas y las investigaciones causales.»{100}

Evidentemente resulta problemática esta última atribución, porque estaría directamente relacionada con la distinción entre los planos metodológicos α y β, pero la incluimos en la medida en que Hettner trae a colación el concepto de «exposiciones sistemáticas».

En todo caso, lo que hemos denominados sistematismo exclusivo, que niega la cualidad de ciencia a la geografía se construye, dada la peculiar estructura de las disciplinas geográficas, en gran medida, debido a su conexión con la historia, dentro del esquema aristotélico, aunque sea de manera indirecta. La geografía humana no sería un saber científico, porque sólo la geografía física podría arrogarse ese carácter. La geografía humana, en la medida en que tiene que ver con el mundo de los planes y los programas individuales, es decir, el mundo de las relaciones económicas, de los intereses urbanísticos, de la descripción de paisajes, estaría tratando constantemente con casos individuales ajenos a las esencias universales. Pero para seguir con esta argumentación nos vemos obligados a desbordar el propio marco formal de lo general y lo particular.

5.1.2. Sistematismo inclusivo

Según esta posición, la geografía puede ser concebida como un saber que trata con leyes generales. Los geógrafos deben mantener el empeño y la orientación de su trabajo dirigidos a la formulación de leyes generales. De manera que la geografía caería, por derecho propio, en el interior de la república de las ciencias. No se le podría retirar su credencial de saber científico, y no se la puede considerar una excepción respecto al resto de las ciencias. La cientificidad de la geografía queda asegurada y vendría respaldada por su condición de saber de lo universal en tanto que sería capaz de elaborar leyes generales relativas a la realidad espacial de que trata.

Consiguientemente, la fractura que se podría verificar en el cuerpo de las ciencias no tendría razón de existir puesto que, en la medida en que son capaces de ofrecer una legalidad universal como explicación sobre su objeto de estudio, la unidad quedaría asegurada. Cabría reconocer en la obra de algunos geógrafos aspectos totales o parciales que los sitúa dentro de ésta posición argumentativa. Así, por ejemplo, tendríamos la obra de Varenio (sin entrar ahora en si su metodología sigue un trámite inductivista o deductivista). En efecto, Varenio sostiene la tesis implícita según la cual es la formulación de leyes generales lo que caracteriza a la geografía (como ciencia). De ahí que insista en la prioridad de la geografía general sobre la geografía especial. A este respecto, Varenio es suficientemente claro:

«Doble es ciertamente la Geografía: una General, otra Especial. Aquella considera la Tierra en conjunto explicando sus varias partes y sus características generales; ésta, por su parte, la Especial, observando las reglas generales, vuelve a estudiar la situación de cada una de las regiones.»{101}

Pero, además, verificamos cómo insiste en la afirmación del método, diríamos hoy, nomotético frente a la consideración particularista de la geografía regional:

«Pero los que hasta el momento escribieron sobre Geografía lo hicieron detalladamente sólo acerca de la Especial y desarrollaron poco lo perteneciente a lo general, descuidando y omitiendo muchas cosas necesarias, de modo que los jóvenes, mientras aprendían lo especial de esta disciplina, ignoraban, en su mayor parte, sus fundamentos, y a la misma Geografía apenas se le podía aplicar el calificativo de Ciencia.»{102}

Igualmente, habría que incluir en esta posición, las concepciones de los llamados padres putativos de la geografía, Humboldt y Ritter según Schaefer, o la geografía ratzeliana de corte determinista y evolucionista.

Pero, sobre todo, el exponente máximo de la afirmación de la cientificidad de la geografía quizás sea Fred K. Schaefer con su obra, Excepcionalismo en Geografía{103}. Se pueden reconocer en esta obra y en el llamado movimiento de la Geografía Cuantitativa que le sigue, como los exponentes más claros de la defensa de la geografía en tanto que ciencia que trata con leyes generales. Para Schaefer, de ninguna manera cabe hablar de excepcionalidad en la geografía si a la vez se quiere seguir hablando de ciencia, porque existe una disyunción fuerte, ya que o bien la geografía es excepcional, pero entonces no cabe hablar de conocimiento científico, o bien no es excepcional, por tanto, la geografía cae de lleno en la república de las ciencias. Evidentemente, la posición de Schaefer está pensada contra quienes excluyen a la geografía del campo de las ciencias, porque carecería de universalidad, y contra quienes mantienen su carácter idiosincrásico, único, idiográfico. Por ello, Schaefer, concluía: «la Geografía no tiene nada de extraordinario en este sentido»{104}. Consiguientemente, está presuponiendo que

«la Geografía tenga que ser concebida como la ciencia que se refiere a la formulación de leyes que rigen la distribución espacial de ciertas características en la superficie de la tierra»{105}

Ésta es la posición central que forma el núcleo duro de su programa de investigación. De ella se siguen una serie de corolarios que estructuran su opúsculo: el geógrafo se ocupa de las leyes referentes a la organización espacial; la oposición entre geografía general y geografía regional es una oposición falsa, pues la geografía regional sería la geografía general lo que al laboratorio a la física; no hay una geografía física distinta de una geografía humana en lo que al método científico se refiere.

Así mismo, podríamos incluir en esta posición a Walter Christaller{106}, ya que el empeño de Christaller daría cuenta de los fenómenos estudiados en términos de leyes generales. Cuando habla de leyes, supone una idea de ciencia ligada a la concepción de legalidad universal. La Teoría de los Lugares Centrales pretendería establecer las leyes que regulan la distribución, el número y el tamaño de las ciudades{107}. Evidentemente, Christaller mantiene una perspectiva económica, en el sentido según el cual toda geografía, todo estudio geográfico que se precie, tiene que ser un estudio económico{108}. Pero, desde nuestro punto de vista, esto es secundario ya que lo que pretendemos resaltar es su vinculación o pertenencia a la segunda posición del sistema de alternativas planteado.

También David Harvey, al menos el primer Harvey, sería susceptible de ser incluido en esta posición{109}. Harvey, en línea con Schaefer, defiende el estatuto de la geografía en un plano de igualdad con otras ciencias. Se trata de una concepción encuadrada en el monismo metodológico; y es precisamente desde este monismo desde el que argumenta sobre la universalidad de la geografía. En su obra, Teorías, leyes y modelos en Geografía, comienza casi de la misma manera que Schaefer para afirmar la existencia de una verdadera geografía en el conjunto de las ciencias, es decir, de los saberes que establecen leyes generales.

«De acuerdo con ciertos criterios se podría sostener que no pueden desarrollarse leyes en sentido estricto en ningún contexto empírico excepto quizá en física. A tenor de otros criterios puede demostrarse que pueden desarrollarse leyes en geografía. En ambos casos debe rechazarse la pretensión de que la geografía es diferente digamos de la biología y la economía»{110}

5.1.3. Excepcionalismo

El excepcionalismo defiende la existencia de la geografía como una ciencia idiográfica sin que por ello tenga que dejar de ser una ciencia. Esta tercera posición es la que postula la cientificidad de la geografía, pero sin reconocer la exclusividad de las ciencias como tratando de lo universal. A pesar de que mantiene que la geografía es una ciencia, no debe ser confundida con la posición del sistematismo inclusivo, pues mientras en aquella se negaba el segundo término de la conjunción (la geografía es una ciencia universal) en ésta lo que se niega es el primero (la geografía trata de lo individual y las ciencias no necesariamente son de lo universal). Es decir, que la geografía, aún ocupándose de lo individual está incluida en el conjunto de las ciencias. Por descontado, se opone al sistematismo exclusivo y al composibilismo.

Esta posición alternativa es la más característica del historicismo y cabría reconocerla en los fundadores de los conceptos nomotético e idiográfico, Windelband y Rickert. Aunque hay que advertir que el concepto de idiográfico no se corresponde, punto por punto, con el concepto de lo individual de Aristóteles{111} y que tanto la posición de Windelband como la de Rickert entrañan un grado de complejidad mayor como ha puesto de manifiesto Gustavo Bueno{112}.

Así pues, es posible identificar a Hettner entre quienes defienden esta tercera posición, junto con Hartshorne, sin perjuicio de que también quepa reconocer en sus escritos algunos pasajes susceptibles de ser interpretados en la cuarta posición alternativa. Pues bien, Alfred Hettner, al mantener la caracterización de la geografía como ciencia corológica, distinta y opuesta a la idea de geografía como Erkunde, estaría manifestando, a nuestro juicio, que la geografía es una ciencia de lo individual (particular); por lo que la ciencia no necesariamente trata con lo universal. Y esta idea de geografía como ciencia idiográfica, excepcional (individual), hubo de ser la que tuvo en cuenta Schaefer para postular su propia idea de la geografía y para elaborar, negándola, su famoso opúsculo Excepcionalismo en Geografía. En efecto, Hettner preocupado por encontrar una sistemática de las ciencias en la que se pudiera incluir a la geografía, busca una perspectiva lógica que, a la vez, no excluya la justificación genética{113}. Su indagación recorrerá el camino de los historicistas (Windelband y Rickert), pero lo encuentra insuficiente ya que piensa que cada ciencia debe ser determinada por su objeto de estudio{114}. De manera que en su reflexión llega a una distinción que lo sitúa ya en el ámbito de nuestra propia reflexión. En efecto, Hettner distinguirá entre unas ciencias sitemáticas (universales) y otras ciencias corológicas (particulares) y, lo más importante, que consideramos como el apoyo de nuestra argumentación, es que esto lo hace tomando como analogado a la historia (rerum gestarum):

«Lo mismo que el desarrollo en el tiempo, la ordenación de las cosas en el espacio tiene derecho a una consideración especial. Por lo tanto, deben aparecer ciencias corológicas o espaciales junto a las ciencias sistemáticas y cronológicas.»{115}

Alfred Hettner hace hincapié en esta idea en cuanto contradistinta de una idea de geografía sistemática, es decir, de una geografía general o ciencia de la tierra. Así, dice:

«Pero una detallada condensación del sistema de las ciencias muestra la parcialidad de este punto de vista, evidencia que la aproximación cronológica o histórica y la corológica o espacial poseen los mismos derechos que la aproximación sistemática. Por lo tanto una ciencia corológica de la superficie terrestre no solamente tiene derecho a existir, sino que es una necesidad para un sistema de las ciencias completo. Así, esta concepción aparece no sólo respaldada por un vasto derecho histórico, sino que su justificación lógica es igual o mayor.»{116}

Advierte Hettner, recalcando cada vez más su posición excepcionalista, que la concepción de la geografía como ciencia corológica no ha de ser confundida con una suerte de ciencia de la ubicación, la ciencia corológica no es la ciencia del dónde, porque entonces no cabría diferenciarla de las ciencias sistemáticas en su propio momento de localizar los diferentes aspectos que ellas estudian{117}. Por lo que señala:

«Únicamente cuando concibamos los fenómenos como propiedades de los espacios terrestres, estaremos haciendo geografía.»{118}

Sin embargo, como reconoce Gerardo Nahm, Hettner se dio cuenta de que, con todo, la perspectiva corológica no solucionaba el problema del dualismo por el cual el mismo consideraba insuficiente la postura de Rickert, entre una geografía física y una geografía humana{119}. Desde el punto de vista de la teoría del cierre categorial cabría decir otro tanto, aunque por motivos distintos. En cualquier caso, esto pone de manifiesto la precariedad del análisis en los términos de la dicotomía universal/particular establecida por el sistema aristotélico.

5.1.4. Composibilismo

Según esta posición alternativa, la geografía ni se ocupa exclusivamente de lo universal ni tampoco de lo individual. Se concibe a la geografía tratando tanto con cuestiones que tienen que ver con lo universal como con conocimientos científicos sobre lo individual. Según esto, no cabría decir que la geografía es una ciencia nomotética, en el sentido según el cual toda ciencia o es nomotética o no es ciencia, como en la posición del sistematismo inclusivo, lo cual supone un rechazo de lo idiográfico, que es lo que se defiende en el excepcionalismo. En palabras de Gustavo Bueno:

«Se trata de «mezclar» los universales y los individuos en todas las ciencias, en cada una de las ciencias, mediante la tesis (no exclusivista) de que no hay ninguna ciencia que pueda eliminar a los individuos, en cuanto tales por abstracción, aún cuando toda ciencia haya de trabajar por medios universales.»{120}

Es posible reconocer estas posiciones en los postulados «integracionistas» o «sintetizadores» de la geografía regional. En este sentido, cabría interpretar algunos párrafos y frases de Alfred Hettner rechazando el dualismo entre la geografía física y la geografía humana que llevarían los postulados de Rickert{121}, sobre todo porque en la dicotomía geografía física (ciencias de la naturaleza)/geografía humana (ciencias del espíritu) estaría implícita la distinción universal/particular. Como el propio Hettner señala:

«Una clasificación realizada a partir de estos presupuestos resultaría en cualquier caso diferente a la distinción y delimitación real de la ciencia, tal y como la ciencia ha ido evolucionando históricamente. Separaría así enfoques que, por su contenido, formarían parte de un mismo conjunto.»{122}

Este mismo tipo de reflexiones las encontraríamos igualmente en Vidal de la Blache, sin perjuicio de que su posición pueda y deba ser incluida en la posición excepcionalista. Para Vidal de la Blache la geografía es una ciencia de síntesis entre lo físico natural y lo humano{123}. Las regiones que estudia la geografía seguirán siendo individuos pero no tendrán que renunciar a la elaboración de leyes generales:

«Sin duda el estudio de la tierra considerada en su conjunto responde a su definición misma y presupone el conocimiento de las leyes generales; pero pretende estudiarlas en su aplicación a los diversos medios. Les pide el medio de explicar las diferencias de fisonomía que presentan las comarcas.»{124}

El último exponente de esta posición alternativa sería Hartshorne en su réplica a Schaefer. Porque Hartshorne intenta defenderse de la acusación de excepcionalismo que Schaefer le había hecho haciendo hincapié en la existencia de una ciencia regional que habría de tener en cuenta los componentes nomotéticos e idiográficos conjuntamente.

Ahora bien, como ya hemos señalado, esta cuarta vía, al negar tanto los argumentos del sistematismo (ya sea exclusivo, ya sea inclusivo) como los del excepcionalismo, esta indicando la posibilidad de desbordar el «marco aristotélico». Es decir, estaría planteando, acaso, la necesidad de abrir un análisis gnoseológico pero para ello habría de volver a la morfología de las mismas ciencias en cuanto instituciones.

En todo caso, hay que hacer hincapié en que las cuatro posiciones que acabamos de exponer forman una unidad polémica, un sistema de oposiciones al que resulta muy difícil sustraerse, siempre que reduzcamos los contornos de la discusión a la dicotomía universal (nomotético)/particular (idiográfico). En realidad, este sistema, como ya hemos advertido, permanece encerrado en el marco aristotélico y sólo es posible sustraerse a él, como sostiene Gustavo Bueno en el caso de la historia, desbordándolo. Por esta razón, advertimos cómo las diferentes corrientes del «pensamiento geográfico», presas también en el marco aristotélico aparecen embrolladas en las distintas posiciones, en el sentido según el cual se mueven en un espectro que va de lo idiográfico a lo nomotético y, a la vez, tratando lo idiográfico unas veces como distributivo y otras como atributivo.

De cualquier manera, al exponer el sistema de oposiciones alternativas, perseguíamos mostrar, atendiendo a nuestros presupuestos gnoseológicos (etic), la gran dificultad que había al intentar reducir la historia de «pensamiento geográfico» a determinados dualismos o dicotomías como la dada entre idiográfico/nomotético –o entre positivismo/historicismo (antipositivismo)–. Sería ésta una dialéctica que, por otra parte, se caracterizaría por su recursividad, pareciéndose, por tanto, más a un círculo vicioso, a un esquema que habría que superar. Lo que ocurriría es que la oposición positivismo/antipositivismo, por ejemplo, estaría conteniendo implícitamente el sistema de las cuatro posiciones alternativas que hemos expuesto.

Ahora bien, al presentar las diferentes posiciones, hemos observado que cada una de ellas cobra fuerza en la medida en que ahoga con su argumentación al resto, pero sin capacidad de ofrecer una alternativa global al sistema, siempre que nos mantengamos en el mismo plano de la discusión sobre lo idiográfico y lo nomotético. Así mismo, hemos visto cómo es prácticamente imposible segregar otro conjunto de ideas con las cuales las anteriores mantienen una relación de simploké. Consiguientemente, nos aparece cruzando por el campo de batalla de las alternativas polémicas la distinción entre ciencias naturales y ciencias humanas, de clara raíz ontológica o la distinción determinismo frente a libertad.

Tanto la evidencia estructural –interna a las ciencias geográficas– como la propia evolución histórico-institucional de las mismas hacen bastante difícil encontrar una solución a los problemas que estamos debatiendo, pues, a nuestro juicio siguen presos del aristotelismo tal como lo venimos exponiendo. Incluso desde lo que hemos denominado como alternativa del composibilismo , cuando, aun manifestando la idea (intencional) de síntesis como elemento organizador entre la universalidad y la particularidad, atinente a las diversas ciencias que concurren en la visión corológica o regional de la geografía, se reduce tal síntesis (al menos en la versión regionalista francesa) al contigentismo propio de las ciencias propias de cada pueblo y se insiste en el carácter o la idiosincrasia propia de la región, estaríamos, entonces, poniendo en ejercicio la idea de la geografía como ciencia idiográfica característica del excepcionalismo.

5.2. Unidad y distinción de la Geografía: la cuestión del objeto de la Geografía

Sin duda la cuestión de la oposición entre la geografía humana y la geografía física tiene mucho que ver con lo que desde la teoría del cierre categorial se concibe como la presencia o eliminación del sujeto gnoseológico{125}. La neutralización del las operaciones y de los fenómenos en cada uno de los diferentes campos categoriales supone que nos situaría ante una clase de ciencias a las que podríamos llamar ciencias paratéticas; por el contrario, la presencia de las operaciones y de los fenómenos supondría que estamos ante otra clase de ciencias estructuralmente distinta a las que denominaremos ciencias apotéticas. Sin embargo, no es ésta la cuestión que queremos suscitar en este apartado ya que la abordaremos en el epígrafe número cinco. De lo que se tratará ahora es de realizar una breve reflexión en torno al sintagma «ramas completamente diferenciadas de la disciplina con conceptos y métodos distintos», haciendo hincapié en la expresión «completamente diferenciadas», porque en ella se está planteando la cuestión relativa a la unidad y diversidad de las ciencias y, por lo tanto, de la geografía.

La teoría del cierre categorial supone que cada ciencia se organiza y constituye en torno a un campo de términos a través de las operaciones del científico (sujeto gnoseológico) dando lugar, en determinados contextos, a la constitución de una serie de relaciones. Suponemos que el campo de una ciencia, el campo de una categoría científica, se organiza a una escala tal que, cuando tiene lugar el cierre de una categoría científica, no sólo se eliminan en el mismo cierre las operaciones del sujeto, sino también que quedan en suspenso todo un conjunto de términos, referentes, normas, autologismos &c., &c., (ni siquiera se podría hablar de estas figuras gnoseológicas) por no ser pertinentes desde un punto de vista formal, aunque puedan entrar en el campo desde un punto de vista material{126}. Si no interpretamos mal, es lo que, en el análisis del Materialismo Cultural de Marvin Harris, David Alvargonzález ha denominado nivel «K»: «la posibilidad de construir una ciencia radica en la delimitación de un determinado nivel «K» de términos complejos que sea específico de su campo»{127}. De ello se sigue una serie de cuestiones muy importantes, como por ejemplo la cuestión tan traída y llevada del objeto formal de la geografía. Porque, en efecto, la geografía, para el materialismo gnoseológico, ya no tendrá un objeto único y específico (el paisaje, la región, el lugar, el espacio), sino varios: todos los que sean gnoseológicamente pertinentes dentro de su escala, es decir, en su nivel gnoseológico. Pero también la necesaria concatenación de las figuras gnoseológicas, a través de los contextos determinantes, articulándose efectivamente tanto en el plano anatómico como en el plano fisiológico.

En efecto, una de las ideas más extendidas entre los geógrafos –pero también entre el resto de los científicos con relación a sus respectivos campos categoriales– es la de que todas las ciencias tienen un objeto de estudio. Esta idea está tan arraigada y se representa con tanta fuerza que la delimitación del objeto de estudio constituye la delimitación de la disciplina misma y la distinción entre las ciencias es la distinción entre sus respectivos objetos. La Biología estudiará la Vida, la Geología estudiará la Tierra{128}, la Historia tendrá como objeto el pasado, la Geografía el espacio, &c.

Generalmente, se atribuye a la geografía un objeto de estudio al que se subdivide a su vez en un objeto material y en un objeto formal. Esta subdivisión se hace necesaria porque desde el punto de vista del objeto material no habría distinción entre las distintas ciencias. Así, por ejemplo, si atribuimos a la antropología el estudio del Hombre, pronto verificamos una flagrante contradicción con otras disciplinas que también ven al «Hombre» como su objeto de estudio (medicina, psicología…).

Cuando atribuimos a la geografía, como generalmente se hace, el estudio y descripción de la Tierra ¿no estamos colisionando con otras ciencias como la biología o la física? Como ya venimos señalando, estas cuestiones no son espurias; todos los geógrafos han de vérselas con ellas de una forma implícita o explícita. Ya Hettner fue muy perspicaz en advertir estas contradicciones a las que algunos interpretan como solapamientos. Geógrafos como Milton Santos pretenden obviarlas sin advertir que, precisamente, cuanto más cancelado suponen el tema, más abierto se muestra. Dice Milton Santos:

«Si la Geografía no ha sido capaz de remediar esta deficiencia (construir un conjunto de proposiciones basadas en un sistema común que estuviera entramado por una lógica interna), se debe a que siempre ha estado más preocupada en una discusión narcisista sobre la geografía como disciplina que en vez de preocuparse por la geografía como objeto. Siempre, y aún hoy, se ha discutido más sobre la geografía que sobre el espacio, el objeto de la ciencia geográfica.»{129}

Las palabras de Milton Santos estarían sosteniendo que las cuestiones gnoseológicas apartarían la vista de lo importante, toda vez que lo que el geógrafo tiene que resolver son cuestiones ontológicas. Pero, si estamos en lo cierto, hay un criterio o supuesto implícito en la afirmación de Santos que entraña cierta contradicción: ¿cómo es posible construir un sistema de proposiciones dadas en un sistema común con una lógica interna, es decir, construir una ciencia, si no existe un objeto?, ¿pero tener un objeto no implica haber acotado o separado este objeto de entre otros posibles y, por tanto, también haber puesto en funcionamiento, «en acción», la propia ciencia?

Con esto queremos señalar que el malestar del que se hace eco Milton Santos, que es más bien una crítica contra la ciencia de los profesores de la que habla Lacoste{130}, pierde el sentido por su ingenuidad gnoseológica. No ha lugar a tildar de narcisista –incurriendo en un psicologismo impropio– el hecho según el cual un geógrafo reflexiona sobre su propia disciplina. En primer lugar, porque su función ya no es el quid propium de la geografía; en segundo lugar, porque no se trata de un reflejo especular, toda vez que ha de pasar necesariamente a través de la consideración de otras ciencias. Consiguientemente, la posición de Milton Santos, lejos de dar salida al problema, queda varada donde estaba y lo incorpora como un lastre a lo largo de toda su reflexión.

La concepción de las ciencias según la cual cada una trataría de un objeto formal es solidaria de una tradición ontológica monista para la que la realidad es una, pero a la que las necesidades epistemológicas obligarían a dividir de muchas formas. Así, cobraría sentido la idea de que muchas ciencias coincidan en un objeto material, pero queden separadas por su objeto formal o, como gustan decir los geógrafos, por su punto de vista. Pero incluso el llamado punto de vista geográfico no es criterio suficiente para establecer una delimitación rigurosa desde una perspectiva gnoseológica, porque, como ha puesto de manifiesto Capel la geografía humana discute aún hoy la propiedad de un objeto con otras ciencias como la antropología, la sociología o la economía{131}. De manera que aun otras ciencias pueden incluir internamente ese punto de vista sin dejar de ser distintas entre sí{132}. Consecuentemente, no parece lo más adecuado caracterizar a las ciencias por su objeto formal; y, por ende, la geografía, en tanto que ciencia, no se caracterizaría tampoco por un objeto formal distinto. Además, el caso de la geografía sería particularmente problemático en la medida en que su objeto se habría de subdividir en tantos objetos formales como disciplinas (geomorfología, meteorología, geografía humana).

La distinción entre el objeto formal y el objeto material es característica de la tradición escolástica: las ciencias podrían tener un mismo objeto material pero distinto objeto formal. Pero esta distinción procede señalando el objeto formal de una forma previa –ad hoc– a la constitución de las ciencias mismas. Solidaria con la teoría del objeto formal es la idea según la cual las ciencias provendrían de la filosofía quien al irse despojando de sus hijas se iría destruyendo como saber. Y de la misma prosapia sería la teoría del corte epistemológico según la cual cada continente científico aparecería tras el corte operado (ruptura epistemológica{133}) que desgajaría la ciencia en cuestión de la envoltura ideológica que la ocultaba{134}. Desde la teoría de la ciencia del cierre categorial, cada ciencia es un proceso de construcción de componentes dados in media res por lo que no se hace necesario postular ningún objeto formal o material, ni rupturas epistemológicas, sin perjuicio de que cada ciencia tenga unas partes formales y unas partes materiales organizadas, en cada caso, según una escala precisa. Así, no habría contradicción en que dentro de dos o más ciencias apareciese un mismo objeto material (una brújula, una diaclasa, una bola granítica…) porque, en cada una, sus propios teoremas estarían tallados a una escala (un nivel «K» determinado) gnoseológica distinta.

Cada ciencia tiene, pues, un campo constituido por clases de términos, operaciones y relaciones dados a un nivel semántico y pragmático. No se puede establecer qué campo sea el de esta o aquella ciencia apriorísticamente, porque su propia constitución necesita contar con ciertas configuraciones a partir de las cuales cristaliza la categoría en cuestión. Estas configuraciones son los contextos determinantes o armaduras. De manera, que un campo categorial podría definirse como un entretejimiento de contextos o de armaduras{135}.

La geografía humana no podrá definirse por referencia a un objeto sea este la Tierra, el espacio geográfico (que resulta una petición de principio), el paisaje, la región, la ciudad, &c., &c. Por el contrario, se definirá con relación a múltiples términos y objetos entre los cuales están los anteriores, pero también habrá otros distintos de su clase. Sólo tras la composición de los diversos objetos (sintácticos, semánticos y pragmáticos), en determinados teoremas cabría hablar de geografía humana como ciencia distinta a otras en el seno de la república de las ciencias.

Ahora bien, nos parece que, en el caso de la geografía, aquello con lo que nos encontramos es una situación muy distinta. Cuando recogemos, desde un punto de vista anatómico, algunas de las figuras geográficas según los ejes sintáctico, semántico y pragmático, podemos tener la impresión de estar ante un campo de términos con cierta homogeneidad gnoseológica. Pero al introducir la perspectiva fisiológica comienzan a revelarse ciertas anomalías que imposibilitarían el engranaje de términos como poljé o conos de derrubios con relación a relatores como termómetro o mapas meteorológicos de superficie. Lo que parece estar ocurriendo aquí sería que cada conjunto de figuras indicaría la escala o el nivel «K» de términos del que hablaba David Alvargonzález. La Tipologías de rocas como pueden ser las que utiliza la geomorfología estructural no se ajustan al mismo nivel al que lo hacen las pirámides de población (expansiva, estacionaria, recesiva) que se emplean en demografía. Pero tampoco los mapas mentales de la geografía de la percepción concuerdan con la escala de términos de la geografía agraria tales como agricultura itinerante acaso más afín con el campo de la etnología.

Así pues, si las cosas son así, si tras análisis micrognoseológicos más finos –que habrá que realizar– no se pudiera mostrar la pretendida unidad de las ciencias geográficas, habría que concluir que la unidad de la geografía es un mito, es una unidad anómala, pero ya no en el sentido de reducción al absurdo con que parece haberlo propuesto Alain Reynaud.

5.3. Teoría de los todos y las partes: totalidades atributivas (T) y totalidades distributivas (Շ)

La dicotomía establecida entre, por una parte, una geografía sistemática, y, por otra, una geografía regional acaso pudiera ser interpretada a través de la distinción entre totalidades distributivas y totalidades atributivas{136}. Tal parece que la geografía regional vidaliana o la geografía corológica de Hartshorne están remitiendo a una idea de región en tanto que totalidad atributiva; y de ahí la insistencia en la unicidad y en la individualidad. Cuando Vidal de la Blache define la región a partir de su unicidad e individualidad, modelada según determinado género de vida{137}, con características propias e irrepetibles, donde la influencia del medio se funda en un todo cristalizado en el paisaje, es decir, una región, con su propia personalidad, parece que estamos muy cerca de los todos atributivos:

«Al comprender y explicar la lógica interna de un fragmento de la superficie terrestre, el geógrafo despliega una individualidad que no se encuentra en ninguna otra parte.»{138}

Igualmente la noción de región que ofrece Orlando Ribeiro es susceptible de ser inscrita en el concepto de totalidad atributiva:

«Cada región es un ser único, resultante de complejas combinaciones que no se repiten íntegramente en otro lugar. Ciertos trazos de relieve, cierta tonalidad de clima, cierta fisonomía de vegetación…»{139}

Y esta noción de la geografía regional como la ciencia que tiene que ver con todos atributivos hubo de ser barruntada por Schaefer para criticar el excepcionalismo reinante en los años 50. De manera que Schaefer, acaso de una forma oscura y confusa, se opondrá, en sus palabras, al «holismo» y al «gestaltismo» como concepciones inviables desde una perspectiva sistemática, es decir, a la noción de región como un todo en cuanto compuesto por partes atributivas:

«Un todo en esta peculiar doctrina, es más que la suma de sus partes; es también único en el sentido de que sus diversas propiedades no pueden ser explicadas aplicando los métodos científicos normales a sus partes combinadas y a las relaciones que se obtienen entre ellas»{140}

Este rechazo de la región en sentido holista de Schaefer se ampara, a su vez, en una defensa de las áreas geográficas como clases homogéneas:

«Una región se define convencionalmente como un área homogénea respecto a una o dos clases de fenómenos»{141}

Sin embargo, la crítica de Yves Lacoste a la geografía vidaliana estaría siendo formulada desde la idea de totalidades atributivas, dadas a otra escala:

«El prestigio de la división vidaliana ha hecho que «sus» regiones, las delimitadas por él, fueran consideradas como las únicas configuraciones espaciales posibles y como la expresión por excelencia de una pretendida «síntesis» de todos los factores geográficos.»{142}

Y continúa más abajo,

«Esta manera de ocultar todas las restantes configuraciones espaciales… quizás signifique una especie de reacción inconsciente respecto del encabalgamiento de representaciones espaciales provocadas por el desarrollo de la espacialidad diferencial.»{143}

Así pues, no parece impertinente interpretar la dicotomía antedicha en los términos holóticos de las totalidades atributivas y distributivas. Ahora bien, no se nos oculta que la dicotomía geografía sistemática/ geografía regional nos conduce también a la dicotomía nomotético/idiográfico, porque la geografía sistemática tenderá a ser vista por los geógrafos como una ciencia nomotética y la geografía regional se pondrá en relación con las ciencias idiográficas; y tampoco se nos escapa que, cuando interpretamos las regiones, o como todos atributivos o como todos distributivos, estamos rozando la escala ontológica de forma muy similar a la que se recorta con la idea de cultura en la etnología. Pero, en todo caso, estas mismas confusiones son las que encontramos en la historia del pensamiento geográfico, confusiones que es preciso desvelar.

5.4. Teoría de teorías de la ciencia

La teoría del cierre categorial supone que, según se tomen las relaciones entre la materia y la forma de la ciencia, nos encontraríamos ante distintas teorías gnoseológicas de la ciencia, contradistintas a la propia teoría del cierre categorial; se habla de una teoría de teorías de la ciencia; no se trata, por tanto, de si la geografía sigue, o debe seguir, métodos inductivos o deductivos. Las distintas concepciones gnoseológicas que propone esta teoría de teorías serían cuatro: descripcionismo, teoreticismo, adecuacionismo y circularismo{144}. Todas ellas son concebidas como cuatro alternativas que constituyen una unidad polémica. Pero no hay que perder de vista que estas teorías están siendo concebidas desde la perspectiva etic del propio circularismo atinente a la teoría del cierre categorial.

Ello significa que, desde el interior de las ciencias geográficas –desde luego, entendiendo «interior» bajo el supuesto de la existencia de un cierre de las categorías geográficas–, las representaciones emic que se tengan de las ciencias en general y de la geografía en especial no tienen por que atenerse a las representaciones que propone la teoría del cierre categorial. Pero, por otra parte, esto no significa que no se ejerzan. De suerte que cabría interpretar algunas concepciones de lo que se entiende por labor científica como el ejercicio de determinadas teorías gnoseológicas de la ciencia, acaso representadas de manera muy borrosa.

Sin duda, la dicotomía inductivismo/deductivismo pueda ser reinterpretada como la representación emic de lo que desde nuestra perspectiva llamamos decripcionismo, teoreticismo y adecuacionismo, según el caso. Para algunos geógrafos, su ciencia tendría que imitar al resto de las disciplinas utilizando métodos inductivos; otros por el contrario defenderían los métodos deductivos. Quienes buscan un punto intermedio defenderán un método de compromiso inductivo-deductivo. Sobre todo encontramos estas representaciones en los historiadores de la geografía.

Cuando, desde determinadas posiciones «metodológicas», se pretende retirar todo valor a los planteamientos geográficos que depositaban toda su confianza en los métodos inductivos basados en la acumulación de hechos y en la posterior descripción de los mismos, defendiendo, por el contrario, la formulación de hipótesis como verdadero proceder científico por parte de la geografía, desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial cabría ver una suerte de formulación emic de la oposición entre el descripcionismo y el teoreticismo.

Así mismo, por ejemplo, cabría interpretar en Fred K. Schaefer el ejercicio de cierta perspectiva teoreticista, cuando en su obra Excepcionalismo en geografía defiende la importancia de las hipótesis en el conocimiento científico. Al menos, así ha sido interpretado por algunos historiadores de la geografía. Ahora bien, una lectura más atenta quizás permitiera confirmar en sus afirmaciones a un teoreticista que, proveniente de un contexto descripcionista, se ve obligado a mantener una serie de presupuestos verificacionistas (teoreticismo verificacionista). Sin duda en tal sentido podrían ser interpretadas sus palabras:

«En una ciencia activa los conceptos están siendo continuamente refinados o totalmente desechados. Las leyes y las hipótesis son, según los casos, confirmadas o descartadas o, en ocasiones, reducidas a la situación de aproximaciones más o menos satisfactorias»{145}

Pero más adelante se ve obligado a introducir los hechos en el proceso de verificación:

«el geógrafo necesitará un número suficiente de casos y de variables más amplio que el que puede encontrar en una sola región. Pero si ello es confirmado en número suficiente de casos, entonces la hipótesis se convierte en una ley que puede ser utilizada para «explicar» situaciones aún no consideradas»{146}.

Se trata de ver en Schaefer a un científico que, en el proceso de reflexionar sobre su labor, no puede permanecer al margen del quehacer filosófico.

Quizás lo más interesante en estos casos es verificar cómo algunos historiadores de la geografía se apresuran a postular que las distintas etapas de desarrollo de las ciencias geográficas estarían pautadas por estas concepciones metodológicas. Siendo así que, cuando se impone la moda del inductivismo, la geografía sería una ciencia inductiva, pero, cuando toca el deductivismo, comenzarían a estar de moda los métodos deductivos: «el pensamiento geográfico en un momento determinado es el resultado de una filosofía que impregna a las ciencias y sobre la que se apoyan sus bases y métodos»{147}. En última instancia, estas concepciones responden a presupuestos idealistas según los cuales las ciencias son vistas como lenguajes y los cambios en los lenguajes son cambios en la ciencia. Desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial en modo alguno se podrá decir que los métodos deductivos (teoreticismo) suponen una corrección de los métodos inductivos (descripcionismo) bajo la argumentación según la cual la geografía habría incorporado un nuevo método de formulación de hipótesis rechazando el tradicional método de descripción de hechos. Porque, en todo caso, tanto el descripcionismo como el teoreticismo no son más que representaciones metaméricas alejadas del verdadero ejercicio del geógrafo. En este sentido, Yves Lacoste, con su concepción de la geografía como un saber estratégico, está más cerca de la comprensión del verdadero oficio del geógrafo.

Ahora bien, por lo general, tampoco, en este punto del sistema de Holt Jensen que estamos analizando, encontramos una posición pura por parte de los geógrafos, cuando se disponen a llevar a cabo reflexiones metodológicas sobre su propia labor como científicos. David Harvey, por ejemplo, dice sostener tesis que desde nuestra perspectiva cabría ver como teoreticismo, pero acto seguido parece defender posiciones adecuacionistas. En su obra, Teorías, leyes y modelos en geografía{148}, afirma que buena parte «de la investigación analítica sobre la esencia de la explicación se centra en su estructura interna y en su coherencia interna»{149}. Pero, a continuación, destaca una serie de problemas como que «se consideran los datos empíricos como un conjunto de afirmaciones acerca de la realidad comúnmente calificados o aceptados como «factuales» en un sentido no definido»{150}. Así que Harvey, pareciendo no aceptar los presupuestos teoreticistas a los que habría deseado adscribirse, decide tirar por la vía del medio y sugerir lo que parece un adecuacionismo: «como geógrafos nos interesa resolver problemas geográficos de fondo y no, como a muchos filósofos del conocimiento, reflexionar acerca de la forma de la explicación per se. En algún momento de la explicación deberán _entrar en contacto la forma y los datos empíricos_»{151}. Según esto, sin duda, Harvey se inclina hacia una concepción de las ciencias, y en concreto de la geografía, en términos de una teoría gnoseológica adecuacionista. Tenemos la impresión de que el geógrafo recorre en este momento –aunque de manera borrosa– los planos trazados desde la teoría del cierre categorial.

En suma, lo que hemos pretendido mostrar con estos ejemplos –sin duda insuficientes– es que la filosofía espontánea de los geógrafos, en primer lugar, no es independiente de las ideas filosóficas y, en segundo lugar, se nos presenta como una red borrosa de alternativas que sólo desde unos presupuestos filosóficos definidos cabe aclarar y distinguir.

5.5. Cuestión del sujeto gnoseológico: metodologías α y β operatorias

Los geógrafos conciben determinados problemas de su propio campo como un debate entre los partidarios de que la geografía sea considerada como una ciencia y quienes la entienden como un arte (debate entre positivistas y humanistas). Desde nuestro punto de vista interpretaremos estos debates a partir de los procesos efectivos del campo geográfico relativos al sector de las operaciones del eje sintáctico de las ciencias. Con la distinción entre las metodologías α y β operatorias, desde la teoría del cierre categorial, se reconoce la eliminación y neutralización o la presencia del sujeto gnoseológico, respectivamente, en los campos gnoseológicos de las diferentes ciencias humanas; esta sería la cuestión en torno a la cual giran las diferencias entre los positivistas y los humanistas{152}. De alguna manera, las ciencias que se acaban constituyendo como tales en sentido estricto (paratéticas) no cuentan con operaciones similares a las del sujeto gnoseológico en sus campos. Pero las ciencias humanas y etológicas (apotéticas) tienen una constitución gnoseológica precaria en cuanto tales. De ahí, que en el caso de la geografía hablemos de una situación de inestabilidad. En tanto que la inestabilidad de que hablamos es constitutiva de cada disciplina humana y etológica, pensamos que, salvo intencionalmente, no sería posible entender la geografía como una ciencia, en tanto que humana, pero ni siquiera como una ciencia de síntesis.

En este sentido, la escala gnoseológica de disciplinas como la geomorfología, la meteorología o la biogeografía está organizada de tal manera que parece gnoseológicamente imposible incluirlas en el mismo sistema en el que pudiéramos hablar de geografía urbana o geografía social, pero incluso, y esto habría que comprobarlo a escala micrognoseológica, todo parece indicar que tampoco cabría hablar de una ciencia llamada geografía física –a su manera, Reynaud se vio obligado a construir el concepto de dominante–, pues, en cada una de las ciencias que la compondrían (geomorfología, climatología, biogeografía, hidrología) la escala a la que se organiza su cierre (sus principios, sus clasificaciones, &c.), la escala que nos permite hablar del quid proprium de cada ciencia habría de encontrarse en sus componentes formales y no en sus componentes materiales.

Cuando Max Derruau, desde la Geomorfología, advierte la diferencia entre la escala cronológica de una vida humana y la de los movimientos que afectan al origen de una cordillera, no sólo nos habla de escalas cronológicas sino que implícitamente señala la divisoria entre las situaciones α y β. Dice Derruau:

«evidentemente, este movimiento de las rocas es muy lento y nuestra vida es demasiado corta para poderlo observar. Nos hallamos en una situación idéntica a la de un investigador que viviera sólo una millonésima de segundo y contemplara las olas del mar sin duda creería en su inmovilidad. Pero no debe olvidarse que los sólidos pueden comportarse como fluidos. Las rocas se deforman del mismo modo que una varilla de lacre, aparentemente rígida, pero que suspendida por sus extremos se curva en el transcurso de algunos días debido a su propio peso. Muchos pliegues y corrimientos se explican como deslizamientos del mismo modo que un mantel colocado sobre un pupitre se desliza o pliega cuando se levante el pupitre»{153}

Es evidente, que lo que está haciendo Max Derruau –aparte de permitirnos verificar los autologismos del geomorfólogo– es poner en marcha, en el ejercicio, un análisis analógico a través de instituciones (lacre, mantel, pupitre) de un claro contenido gnoseológico. Por un lado, nos aparecen elementos y componentes a los que no cabe situar si no es en un plano β, es decir, a la misma escala de las operaciones del geógrafo; así, se habla de observación y de contemplación conceptos que nos remiten a operaciones propias del sujeto gnoseológico en tanto que sujeto cognoscente o percipiente; igualmente, nos pone delante de instituciones que representan lo que podríamos denominar modelos o simuladores como la barra de lacre, el mantel o el pupitre. Estos están dados siempre a la escala de las operaciones del sujeto, pues es el sujeto gnoseológico quien como sujeto operatorio manipula la barra de lacre suspendiéndola por sus extremos o quien levanta la tapa del pupitre consiguiendo el deslizamiento del mantel o, en otro caso, que éste se pliegue. Estos ejemplos nos ponen en el contexto de nexos apotéticos, es decir, de presencia a distancia. Y hay que verlos, asimismo, como perteneciendo a un mundo precursor donde desempeñan su papel de artefactos, porque artefactos (instituciones tecnológicas) son la barra de lacre o el pupitre.

Pero la geomorfología, si quiere presentarse como ciencia no puede contar con las operaciones en su campo. De ahí que aparezcan en el mismo texto ciertos conceptos y términos que no se entenderían con toda la profundidad gnoseológica que merecen si no los remitimos a un plano α. La fórmula que emplea Max Derruau es la de reducir la vida del investigador (sujeto gnoseológico) a una millonésima de segundo. También la expresión «los sólidos pueden comportarse como fluidos» nos sitúa ante un principio de eliminación de operaciones que nos permite ver las olas del mar como montañas y las montañas como olas del mar; y no el escaso tiempo vital del investigador. En suma, las rocas, capas y estratos, se comportan como el lacre, los pliegues y corrimientos como un mantel, los macizos antiguos y cratones continentales, como un pupitre. Pero estos contextos β, que el geomorfólogo puede observar y contemplar al manipularlos, son eliminados «en una millonésima de segundo» porque de lo que se trata es del comportamiento de los sólidos igual que si fuesen líquidos. De manera que las operaciones han sido borradas poniéndonos en un plano α. Por ello, más abajo, Derruau, teniendo como telón de fondo la Tectónica de Placas, continuará:

«Así las capas de la Grande Chartreuse se han plegado al deslizarse sobre los flancos de los macizos centrales cristalinos de los Alpes, mientras estos se levantaban; el manto de la Brecha de Chablais se deslizó mientras se levantaba el Macizo del Mont Blanc y sus alrededores»{154}

Ahora, en este contexto, el recurso «cronológico» de Max Derruau no cabe por impertinencia gnoseológica: es indiferente que la vida del investigador dure o no una millonésima de segundo, porque aquí la escala es otra. Una escala tal ya no contiene en su campo las operaciones sino otro tipo de contenidos que, pudiendo aparecer materialmente en el campo, no son contenidos formales de la geomorfología{155}.

Otro tanto se dirá en meteorología –con todas las precauciones necesarias–, al clasificar los tipos de tiempo que afectan a la fachada occidental europea, con relación, por ejemplo al concepto de frente. Es sabido que este concepto se debe a que su descubrimiento se hizo durante la Primera Guerra Mundial al comparar la línea divisoria de las posiciones contendientes con la línea resultante del choque entre distintas masas de aire{156}. Los estudios meteorológicos en los que destacaron Bergeron, Bjerknes y Solberg, acuñaron el término de frente{157}. El concepto de frente remite, pues a un plano β, es el contexto de los planes y programas de la guerra, es decir, de las prolepsis. Pero bien es sabido que esta comparación entre el frente de guerra y el frente meteorológico no pasa de la simple metáfora porque, cuando hablamos de un frente polar, nos referimos a contenidos no operatorios donde se tiene en cuenta la presión, la temperatura y la humedad, componentes de las masas de aire, que dará lugar a la discontinuidad frontal. Bien es sabido que la inexistencia de una teoría global sobre la circulación general atmosférica y la dinámica de fluidos mantiene a la meteorología en una situación precaria que no da cuenta satisfactoriamente de estas situaciones fenoménicas.

Y lo mismo cabría decir en el caso de la biogeografía, porque cuando los geógrafos analizan las masas forestales disclimax como, por ejemplo, las del castaño (Castanea sativa), cuando se intenta justificar la extensión de los castañares en el Mediterráneo salta la polémica entre los defensores del modelo alóctono según el cual el castaño habría sido introducido por la mano del hombre (Roma) lo que nos remitiría a los planes prolépticos relativos a la silvicultura. Sin embargo, cuando se introducen los datos aportados por el análisis palinológico de sedimentos cuaternarios se hace necesario introducir los conceptos de taxones relictos terciarios y de oscilaciones climáticas que hacen desaparecer el plano fenoménico del cultivo de los castañares. De ahí que muchos autores situados en un plano paratético rechacen por «inexacta» la introducción romana del castaño en la Península Ibérica. Pero además los conceptos de formación vegetal, de cliserie son de una escala distinta a aquella de la que lo son los conceptos de dinámica de vertientes o meandro. De ahí que la síntesis entre geomorfología y biogeografía cuando atendemos a las partes formales de las ciencias no parezcan encajar.

Así pues, parece que en el conjunto de las ciencias geográficas nos encontramos con categorías inconmensurables y en cuyos campos no aparece formalmente entre sus términos la figura del sujeto gnoseológico o un análogo suyo. La geomorfología o la meteorología son disciplinas que no cuentan con la presencia de demiurgo alguno en sus campos.

Otra cosa distinta ocurre cuando analizamos la geografía de uno de los exponentes de la llamada geografía radical. En efecto, la crítica realizada en los años 70 por el geógrafo francés Yves Lacoste a la situación de las ciencias geográficas en su libro La geografía: un arma para la guerra se entiende plenamente cuando la interpretamos desde la distinción gnoseológica entre metodologías α-operatorias y metodologías β-operatorias. La propuesta de Lacoste se mantendría en un plano β-operatorio, dado que insiste constantemente en la geografía como estrategia; pero sobre todo, porque concibe al sujeto gnoseológico acoplándose, hasta identificarse con él, con el sujeto temático. Así pues, las operaciones están presentes formalmente, sin poder ser eliminadas, en el campo de las categorías geográficas o dicho de otra manera: la práctica geográfica está dada en un plano en el que no desaparece el sujeto gnoseológico. En este plano, el resto de las escuelas geográficas son concebidas como ortogramas ideológicos orientados, en tanto que obstáculos, a impedir la propia estrategia del geógrafo comprometido{158}.

Lacoste dará gran importancia a lo que denomina «prácticas sociales», concepto que, como vemos, se mantiene por derecho propio en un plano β-operatorio. Con relación a la teoría regionalista de la geografía vidaliana, por ejemplo, dirá que se trata de un «concepto obstáculo» con el que Vidal de la Blache habría «despolitizado» el discurso geográfico. Con relación al estatuto gnoseológico de la geografía, tan debatido por los geógrafos en estos años, su concepción lo situará igualmente en un plano β-operatorio. En efecto, reconoce la existencia de dos maneras de hacer geografía; por un lado, la geografía de los Estados, por otro, la geografía de los profesores. Esta última sería la encargada de mantener un discurso ideológico enfocado a la reproducción del proceso productivo y a la institucionalización de la misma. También en el plano fenoménico se dan las afirmaciones sobre las «estrategias espaciales» de las firmas capitalistas que emplearían la geografía como un saber estratégico: «la geografía tiene por objeto las prácticas sociales (políticas, militares, económicas, ideológicas…) en relación al espacio terrestre»{159}.

Lacoste mantiene su argumenteción siempre partiendo de estados operatorios β que son estadios fenoménicos. Porque ni siquiera, cuando habla del poder, se refiere a él en el sentido en el que lo hace Foucault. Más difícil sería decir si la concepción del geógrafo, tal como es planteada aquí, se encuentra en un estado β1 o β2. Ahora bien, en la medida en que interpreta al geógrafo como un agente de poder lo está poniendo en el mismo plano operatorio que a los sujetos temáticos. Esto nos acerca a situaciones afines a β1-II y a β2 como las que estudiaremos más adelante. Y parece ser así, cuando dedica un capítulo a analizar el papel de «las mujeres y hombres que son objeto de estudio». Desde nuestra perspectiva diremos que es un análisis del sujeto temático. En este contexto, Lacoste dirá que el geógrafo ofrece al poder informaciones y actuaciones sobre los hombres que viven en determinado espacio, de manera que ser geógrafo es ser un agente de información. Entre el geógrafo y sus encuestados se establecerán «relaciones personales» ya que no se podrán establecer ningún tipo de investigación sin la «simpatía» de las personas que viven en los lugares –regiones, paisajes–. Habida cuenta de todas estas características, la investigación de los geógrafos culmina en la producción de un saber estratégico{160}. De ahí que en las primeras páginas del libro el autor adelantase ya su tesis:

«La geografía es, en primer lugar, un saber estratégico estrechamente unido a un conjunto de prácticas políticas y militares y son dichas prácticas las que exigen la recopilación articulada de unas informaciones extremadamente variadas y, a primera vista, heterogéneas cuya razón de ser y cuya importancia no es posible entender si nos limitamos a la legitimidad de la división del Saber por el Saber.»{161}

Para Lacoste la cuestión está tan clara que verá con toda nitidez que la obra de Clausewitz sobre la guerra debería ser leída como una auténtica obra de «geografía activa».

Así pues, podemos concluir que la concepción de Lacoste sobre la geografía, pero también el ejercicio que desarrolla en este libro, como práctica política, es perfectamente ajustable a la situación β2, que es la característica de aquellas situaciones según las cuales el sujeto gnoseológico se encuentra operando a la misma escala que el sujeto temático. Pero, por otra parte, parece mantenerse cercano a las situaciones de estrategia militar y económica características de la Teoría de juegos (β1-II). En todo caso, lo que sí ocurre, tal como está concibiendo a las ciencias geográficas, tal como interpreta la acción del geógrafo en el espacio, es la inclusión de su labor entre los saberes que tienen que ver con la prudencia.

Habida cuenta de lo dicho hasta aquí, pondremos la distinción, por ejemplo, entre la geografía humana y la geomorfología en la presencia y ausencia respectivamente del sujeto gnoseológico y sus componentes en los campos de las mismas. Señalábamos a la geomorfología como una ciencia paratética que habría eliminado de su campo los componentes demiúrgicos. Pero esto no ocurre así en la geografía humana; ello significa tanto como decir que en la geografía humana es posible encontrar tanto metodologías α-operatorias como metodologías β-operatorias. Y ello, porque las ciencias humanas tienen como característica gnoseológica estructural la presencia de un doble plano operatorio{162}.

En las ciencias humanas es posible encontrar, consecuentemente, tanto metodologías α-operatorias como metodologías β-operatorias conforme a una tipología de situaciones características que es preciso distinguir. Y así, lo que hemos denominado como metodologías α-operatorias se refiere a un proceso dialéctico en los que hay que discriminar dos estados a los que llamamos metodologías α1 y metodologías α2. Igualmente, las metodologías β-operatorias no son sino otros dos estados a las que denominaremos metodologías β1 y metodologías β2. Hay que entender que la distinción entre metodologías α y β no es ni más ni menos que el resultado del desenvolvimiento dialéctico de los diferentes procesos gnoseológicos que caracterizan a estos estados (α1, α2, β1, β2). Como indica Gustavo Bueno, «dada su naturaleza dialéctica, puede decirse que estos conceptos generales no alcanzan su estructura sino a través, precisamente, de su desarrollo en sus cuatro estados críticos, a saber: α1, α2, β1, β2. Podríamos afirmar, en este sentido, que las ciencias humanas y etológicas son ciencias definibles como conjuntos de procesos gnoseológicos inestables, pero que tienden a «fijarse» en algunos de los estados de equilibrio (α1, α2, β1, β2), equilibrio constantemente perdido, sin embargo, cuando se atiende a la naturaleza del proceso en su conjunto»{163}. Los estados α1 y β2 de las ciencias humanas son estados límite. En el estado α1 las ciencias humanas se aproximarían tanto a las ciencias naturales que se identificarían con ellas. En el estado β2 la aproximación tomaría el sentido contrario acercándose a la tecnología o a las prácticas planificadoras. Pero los estados más característicos de las ciencias humanas, y ,en principio, también de la geografía, son los estados α2 y β2 y será en ellos en los que podremos encontrar la dialéctica más genuina propia de las ciencias humanas; esa dialéctica que habría llevado a muchos a ver en la geografía un arte. La eliminación de las operaciones se desenvuelve conforme a lo que Bueno ha denominado dialéctica del regressus y progressus{164}. De manera que, cuando es eliminado el plano β operatorio regresando a componentes o factores que figuran en el campo gnoseológico como anteriores a las propias operaciones fenoménicas alcanzaríamos el estado α1 propio de la ciencia natural. Nos preguntamos si el denominado determinismo geográfico (sin perjuicio de su intencionalidad o efectividad, cuestión en la que no podemos entrar ahora) no estaría operando desde un regressus a situaciones α1. Lo mismo tendríamos que afirmar de una interpretación ecológica de la geografía o de partes suyas. Tomemos, por ejemplo, la figura de la dehesa, un lugar común de la geografía agraria de España. La dehesa ha sido analizada desde coordenadas históricas y económicas, bien como una pieza clave en la extensión de la Reconquista hacia el sur de España, bien como un elemento celular dentro del concepto de propiedad agraria latifundista. Formando parte del engranaje de la ganadería extensiva (bovina y porcina), los montes adehesados se consideran como pastos de la misma manera que se considera otro tipo de prados{165}. En Geografía de Castilla y León, podemos leer: «en las comarcas en las que domina la gran propiedad la explotación agraria más corriente es la dehesa, caracterizada fisionómicamente por un paisaje en el que el tapiz herbáceo está salpicado por un laxo arbolado (encinas, robles, quejigos, alcornoques, fresnos). Es una explotación ganadera extensiva, básicamente de ganado vacuno en la actualidad, a la que se asocian y subordinan otros aprovechamientos –agrícolas y forestales– y que pretende maximizar los reempleos y autoconsumos.»{166} Sin embargo, este tipo de explicaciones históricas y económicas (geográficas), aunque puedan aparecer dentro de obras de carácter ecológico no son ellas mismas las explicaciones pertinentes en una obra cuyas coordenadas sean ecológicas. Porque, cuando se analiza la dehesa como un sistema ecológico en equilibrio entra en consideración otros aspectos que saltan a un primer plano relegando a los de tipo histórico, económico o paisajístico. En efecto, se puede partir de descripciones fenoménicas según las cuales se habla de deforestación, de incendios controlados, de ramoneo, de roturación itinerante o de cultivos forrajeros. Pero a la hora de establecer las relaciones necesarias que den cuenta de la función ecológica de la dehesa el contexto en el que se inserta es el de la dinámica de ladera: «se presenta ésta como una estructura morfológica vectorial, lo que significa que las variaciones que se producen en ella se desarrollan de manera continua»{167}. En este contexto, la dehesa se convierte en un sistema cerrado de intercambio de agua, minerales y materia orgánica desde las partes más elevadas a las más bajas (sistema explotado/sistema explotador), en el fondo un intercambio de energía. No cabe ver ahora los pastos o el monte hueco como elementos explicativos en el contexto de un sistema ganadero determinado, pues, al contrario, «el comportamiento del ganado y de la fauna silvestre induce un cambio de sentido en la vectorialidad de las laderas{168}. De modo que tales restituciones (antrópicas) son términos del campo que desempeñan un papel en la medida que cierran el ciclo de los nutrientes. «las acciones mutuas entre herbívoros, plantas y microorganismos edáficos deben contemplarse dentro de un proceso de coevolución a través del cual el sistema de pasto ha adquirido el mejor equilibrio posible»{169}. En suma, lo que pretendemos demostrar es que el análisis realizado en los términos precedentes no se da en un plano β-operatorio propio de la misma escala del sujeto gnoseológico, sino en un plano de naturaleza físico-química donde se contemplan, no las operaciones de los hombres (humanas) ni siquiera la de los animales domésticos (etológicas) en cuanto tales sino el intercambio de nutrientes entre las partes altas (sistema explotado) y las partes bajas (sistema explotador) de la ladera. Por tanto, este análisis ha tenido que regresar a componentes anteriores, propios del estado α1 como queda de manifiesto en el organigrama construido por el propio autor. Igualmente, cabría interpretar el trabajo de Christian Pfister, con relación a las causas de la revolución agrícola en los siglos XVIII y XIX{170}.

En cuanto al estado α2, la eliminación de las operaciones no tiene lugar a través del regressus a componentes o factores anteriores a las operaciones β, como en el caso anterior, sino partiendo de las propias operaciones y progresando a situaciones que desbordan o envuelven a las operaciones mismas. Esta es la razón por la que en el estado α2 cabe reconocer dos situaciones generales características α2-I y α2-II.

La situación α2-I se alcanzaría cuando las operaciones β nos remiten a formas genéricas posteriores de composición a partir de las operaciones de los sujetos del campo, el progressus a componentes genéricos elimina las operaciones, aunque ellas mismas han de figurar necesariamente como términos formales del campo: es el caso de las estructuras estadísticas, que en geografía tienen lugar principalmente dentro del llamado paradigma cuantitativo. La situación α2-II no tendría lugar por la eliminación de las operaciones a través de un progressus que nos remita a formas genéricas. Las estructuras envolventes de las operaciones β son, en este caso, de índole específica, es decir, propia de los campos etológicos y humanos, de manera que tales estructuras (sociales, lingüísticas, espaciales) aparecerían como envolventes gnoseológicos a los que debe remitir (progressus) las operaciones β. Por tanto, la situación α2-II es la más característica de las ciencias humanas y en la geografía desempeña un papel muy importante. Es posible encontrar en el ámbito de la geografía procesos característicos de estas dos situaciones gnoseológicas. Acaso la oposición entre la llamada geografía cuantitativa y la geografía crítica marxista, sin perjuicio de sus contenidos ideológicos y estratégicos –y precisamente por ello-, esconde oscuramente la dialéctica entre las situaciones α2-I y α2-II más que ninguna otra clase de oposición entre positivismo y antipositivismo o entre ciencias analíticas y ciencias hermenéuticas{171}. El llamado modelo gravitatorio de la teoría de la localización geográfica ilustra perfectamente la situación α2-I. El modelo gravitatorio procede aplicando un concepto tal de gravitación por el que se daba explicación, mediante construcciones que seguían un modelo físico, de las migraciones de los obreros ingleses{172}. Para el modelo gravitatorio las ciudades vendrían a ser polos con su fuerza física de gravedad de manera que el hinterland urbano sería considerado como el campo sobre el que las ciudades ejercían la atracción{173}. Evidentemente los flujos migratorios o las ciudades, como conceptos histórico-culturales, nos ponen delante de situaciones dadas a la escala del mismo sujeto operatorio, por tanto, en contextos β; pero los procedimientos gnoseológicos por los que tienen lugar las explicaciones del modelo gravitatorio nos remiten a formas de composición genéricas. Dentro de esta situación genérica cabría interpretar las geografías de la percepción y las geografías cognitivas, sin perjuicio de que determinados momentos se ajusten mejor dentro de las situaciones β1{174}

Por el contrario, las construcciones metodológicas del Harvey crítico{175} tienen lugar conforme a los procesos característicos de la situación α2-II. Para David Harvey, los análisis espaciales tienen que dar cuenta de procesos sociales y económicos dados en un plano β operatorio: «El problema de una nítida conceptualización del espacio se resuelve a través de la práctica humana con respecto a él»{176}; pero el progressus llevado a cabo hacia las estructuras envolventes desemboca en contextos específicos, propios de los campos humanos porque la práctica humana (la práctica de los agentes urbanos) ha de verse envuelta en coordenadas político sociales y económicas específicas y no genéricas como en la situación al α2-I anterior. Así, es posible entender que Harvey, comparando el urbanismo con el conocimiento científico diga «ambos se encuentran canalizados y constreñidos por fuerzas e influencias que emanan de la base económica y, en último término han de ser puestos en relación con la producción y reproducción de la existencia material para ser comprendidos»{177}. En realidad, en lo que Harvey está pensando es en el concepto de modo de producción en tanto que construcción socioeconómica que daría cuenta de los procesos sociales globalmente: «El urbanismo ha de ser considerado como un conjunto de relaciones sociales que reflejan las relaciones establecidas en la sociedad como totalidad»{178}.

Así mismo, las coordenadas en las que se sitúa Milton Santos serían propias de la situación α2-II. Para Milton Santos no cabe interpretar el espacio geográfico reduciéndolo a factores físicos o climáticos (α1), como hace el determinismo geográfico. En este sentido, Milton Santos se apartaría del plano α1 para mantenerse en la situación α2 en virtud del hecho según el cual considera que «El espacio humano es la naturaleza modificada por el hombre a través de su trabajo»{179}. Como el mismo autor señala no se trata de una naturaleza natural en la que el hombre no existe –diríamos por nuestra parte, en la que las operaciones del sujeto gnoseológico son eliminadas mediante un regressus a factores anteriores– pero Milton Santos no se queda en una situación α2-II: pudiera parecer que, en determinados momentos, fuera susceptible de identificar su ciencia como la situación α2-I, sobre todo, cuando dice: «El espacio es entonces un verdadero campo de fuerzas cuya aceleración es desigual»{180}, pero esta afirmación no pasa de ser una metáfora con el fin de conseguir reafirmar su posición que no es otra que la de la situación gnoseológica α2-II: «Así, el espacio es un hecho social, una realidad objetiva. Como el resultado histórico se impone a los individuos»{181}. En nuestras palabras, lo que propone Milton es el progressus hacia estructuras envolventes, no genéricas sino específicas (sociales, históricas, culturales), de los propios individuos. Repárese que esta concepción del espacio como realidad objetiva tampoco es en sí misma el límite del cierre de la geografía porque ella misma debe ser referida a la totalidad{182} entendida ésta bajo el concepto de formación social donde se produce el espacio que la refleja. El concepto de géneros de vida propio de la geografía regional francesa parece estar situado en esta misma perspectiva.

Podemos encontrar contextos y situaciones gnoseológicas en las que partiendo de un plano β operatorio las operaciones no sean eliminadas de manera que haya una suerte de identidad entre las propias operaciones científicas y las operaciones de los propios sujetos temáticos (los agentes espaciales, geográficos) que se dan en el campo organizado por la ciencia. Estaríamos ahora ante las metodologías β operatorias. Pero estas metodologías pueden tomar dos direcciones en virtud del tipo de identidad constatable entre el sujeto operatorio y los sujetos temáticos propios del campo concreto. Cuando la identidad de las operaciones se mantenga en la perspectiva esencial hablaremos de metodologías β1; cuando, por el contrario, la identidad se mantenga en una perspectiva sustancial (es decir, cuando, por ejemplo, haya continuidad entre las operaciones del geógrafo y del agente social (un agente inmobiliario), hasta el punto que se pueda decir que son las mismas entonces estamos en un estado operatorio β2.

Pero el estado β1, igual que el estado α2, es susceptible de presentar dos situaciones diferentes según que las operaciones sean construidas a partir de objetos que las contienen o bien que según que las operaciones se consideren ya dadas, pero determinadas por otras operaciones. Hablaríamos, pues, de una situación β1-I y de una situación β1-II respectivamente.

La situación β1-I se obtiene cuando las operaciones constituidas en el campo son construidas a partir de objetos reconstruibles ellos mismos por el sujeto gnoseológico. Se da aquí, pues, una identidad esencial entre el actante y el sujeto operatorio, pero una identidad a la que nos han llevado los propios objetos del campo. Es decir, hay identidad esencial porque las operaciones, en nuestro caso, del geógrafo han de ser idénticas a las de los individuos que construyeron los objetos. Este tipo de situaciones gnoseológicas parecen mantenerse casi en un nivel empírico. Y en la medida en que parte de los objetos construidos ha de tener en cuenta los planes y programas del agente de la obra del cual se parte, considerando también, incluso, aquellos fines y planes rechazados por él mismo. Creemos que es posible identificar en geografía numerosos ejemplos de la situación β1-I que por otra parte parecen dados a una escala próxima a la de la arqueología.

Cuando queremos dar cuenta de los diferentes sustituyentes de una serie de vegetación hacia el estado final climácico en la que encontramos una suerte de equilibrio entre el suelo, clima y vegetación habríamos de prescindir de todo tipo de operaciones, por lo que nos colocaríamos en un plano α operatorio. Este tipo de explicaciones resulta ser el característico de la situación α1. Ahora bien, en la medida en que introducimos el concepto de vegetación disclimax (castaño, eucalipto, pino), sin perjuicio de que algunas especies vegetales tengan ciertas características por las que puedan estar en equilibrio dentro de la comunidad vegetal en las que aparezcan insertas, ya no estamos propiamente en un plano a operatorio. Porque los bosques disclimax nos remiten a los grupos humanos de manera que hablaríamos de bosques artificiales{183} y no de sustituyentes naturales y las manchas disclimax que conforman el paisaje, teniendo su expresión en mapas y planos nos ponen en conexión con operaciones que entrañan prolepsis muy precisas de las que el geógrafo historiador (o el historiador geográfico) habrá de dar cuenta. En este sentido, los estudios de difusión desempeñan un papel importante cercano a la situación β1-I porque son los mosaicos, mayores o menores, formados por conjuntos de teselas de vegetación (urbanas, &c.), los que nos remiten a las operaciones de los sujetos.

Un análisis parecido cabrá hacer de los estudios histórico-urbanísticos, cuando desde la historia del urbanismo (de la geografía urbana) se nos pone en el origen de determinadas planificaciones urbanas (plano hipodámico, ciudad romana, ciudad islámica), se inscriben también en situaciones β1-I. Así, por ejemplo, se nos dice: «la separación y el aislamiento de arrabales, barrios y adarves; la angostura y tortuosidad de las calles; los pasadizos, muros y puertas, satisfacían en las ciudades hispanomusulmanas a una necesidad primordial de defensa. Frecuentes los periodos de inseguridad y revueltas, si la cerca exterior protegía contra el enemigo lejano, esos otros obstáculos eran necesarios para defenderse del interior, más peligroso por más próximo»{184}. Evidentemente este párrafo es demasiado genérico pero los estudios urbanos{185} (situados a escalas mayores de 1:25.000) se ponen en el contexto de las operaciones prolépticas («protegerse contra el enemigo lejano»; «para defenderse del interior») de los planificadores urbanos, de los proyectos urbanísticos, &c., &c., los cuales son propios de la situación β1-I. Porque, a la hora de reconstruir en el plano de la ciudad actual los componentes islámicos, por ejemplo, del casco antiguo, la composición de las partes de la ciudad de un plano único ha de remitirnos a la construcción de otros planos históricos y a las operaciones que les dieron origen; y esto al margen de que, luego, otras explicaciones factorialicen componentes sociales, económicos, políticos, &c. que puedan remitir a una situación α2-I o α2-II{186}.

También la idea de palimpsesto tal como la expone Milton Santos constituye un ejemplo de la situación β1-I. El concepto de palimpsesto como metáfora del espacio geográfico guarda ciertas relaciones con la idea de mosaico pero el concepto de mosaico parece mantenerse en una perspectiva sincrónica mientras que el palimpsesto incorpora también una perspectiva diacrónica. El paisaje, desde una perspectiva sincrónica, tiene una estructura determinada por su funcionalidad, pero, cuando introducimos el punto de vista diacrónico, los elementos del paisaje aparecen como fracturados por sus junturas naturales –señalando un antes y un después{187}– porque, ahora, cada uno es deudor de una época pasada, pero también de planes y programas diferentes de manera que en esta perspectiva el conjunto, el palimpsesto, es el que nos ha de remitir a las distintas operaciones, a los distintos trazos que sobre él se han hecho incluso superponiéndose los posteriores a los anteriores (así una calle puede ser una antigua muralla como un carril de bicicletas puede ser una antigua vía de ferrocarril) como si se tratase de aprovechar antiguas caligrafías (partes formales). Esta circunstancia del aprovechamiento de las antiguas caligrafías segregaría el plano propiamente histórico (en un sentido gnoseológico) a los diferentes τοποι relictales y los pondría en una perspectiva sincrónica propiamente espacial que caería dentro del campo estricto de la geografía. Lo interesante de esta situación que se desprende del concepto de palimpsesto es que el sujeto operatorio reconstruye las operaciones de reconstrucción de otros sujetos: «el Palimpsesto formado por el paisaje es la acumulación de tiempos pasados, muertos para la acción, cuyo movimiento es dado por el tiempo vivo actual el tiempo social. El espacio es el resultado de esta asociación, que se deshace y se renueva continuamente entre una sociedad en movimiento permanente y un paisaje en evolución permanente»{188}. Ahora bien, quizás el ámbito genuino de la situación β1-I sea el de la geografía histórica, por otra parte, muy ligada a los ejemplos anteriores; pero no de la geografía histórica como «ciencia afín» o «el estudio geográfico de tiempos pasados» tal como la define Hettner{189}. Un concepto que expresa ajustadamente el sentido de geografía histórica sería el de historia fenoménica tal como ha sido expuesto por Gustavo Bueno{190}.

La situación β1-II entraña las operaciones ya dadas, de manera que las operaciones construidas nos vienen dadas a partir de otras que las contienen. La determinación de unas operaciones a través de otras es una determinación proléptica. Gustavo Bueno ha indicado que este tipo de situaciones β1-II son las propias de la teoría de juegos{191}. En el caso de la geografía humana parece bastante difícil encontrar procesos o disciplinas geográficas que se adecuen a esta situación. Consecuentemente cabría decir que para la geografía la situación β1-II sería inexistente o vacía. Sin embargo, pensamos que, en el caso de la geografía de la percepción, cabría encontrar situaciones de este tipo. Así, por ejemplo, las representaciones (apotéticas) que varios sujetos puedan tener del plano de una ciudad están contenidas en la representación del sujeto que hace las veces de sujeto gnoseológico. Aunque, por ejemplo, las remodelaciones urbanísticas del casco antiguo de París son obtenidas a partir de los objetos mismos y, por tanto, tendríamos que hablar de una situación β1-I. Las operaciones que han llevado a tal remodelación contenían ellas mismas, en tanto que operaciones que se han impuesto sobre otras a aquellas, a las que han desarticulado: por ejemplo, las de los revolucionarios parapetándose tras las barricadas. Por último, acaso quepa ver en la investigación policial de crímenes en serie, mediante la utilización del perfil psicogeográfico{192}, ciertas operaciones gnoseológicas cercanas a las situaciones de tipo β1-II. En efecto, el escenario geográfico de los crímenes en serie –un barrio, un área urbana– aparece ante el investigador, pero también ante el criminal, como un tablero de juego en el que se despliegan las diferentes operaciones –las del policía y las del criminal–. Habremos de convenir que, cuando el criminal es capturado, son las operaciones del policía –operaciones en continuidad con las del asesino- las que han envuelto a las del delincuente (sin duda utilizando el rastreador geográfico en su trabajo). Con todo, tampoco estaríamos muy alejados de las situaciones β2.

Finalmente, el estado β2 es alcanzado por ciencias o momentos gnoseológicos cuando las operaciones se consideren como sustancialmente idénticas, continuas a las operaciones del campo gnoseológico de estas ciencias. Estas ciencias pueden ser denominadas ciencias práctico-prácticas, concepto que no debe ser confundido con el de ciencias aplicadas{193}. En la geografía, pondremos el estado β2 en los casos de la planificación urbanística, en la gestión y organización del territorio, o en la política de protección del paisaje, disciplinas que en la actualidad se conciben como geográficas, aunque hay otros colectivos profesionales implicados (ingenieros, topógrafos, arquitectos, sociólogos, biólogos, &c.). En estos casos las operaciones del planificador no nos vendrían dadas por objetos o envueltas por otras operaciones sino que serían ellas mismas operaciones del campo. Las operaciones del geógrafo en cuanto que gestor o planificador del territorio son operaciones determinables en tanto que sustancialmente idénticas a las operaciones del propio campo. Y estas operaciones (de planificación urbana, gestión y organización del territorio), en el momento en el que se materializan sobre un espacio concreto, han de tener en cuenta las operaciones de otros tantos actores sociales como constructores, grupos vecinales, partidos políticos, &c.

A modo de recapitulación, se hace necesario decir que todas estas situaciones y estados propios de la geografía en tanto que ciencia humana son estados y situaciones alternativos que pueden ser alcanzados por diferentes partes o disciplinas de la geografía humana. En realidad, entre ellas no hay una separación efectiva y tajante por lo que no cabe hablar de grupo de ciencias autónomas según la metodología. La geografía humana se parece más a un campo inestable (un campo de batalla) que va tomando formas distintas en virtud de la metodología operatoria que esté en juego. Esta es la dialéctica que, a nuestro juicio recoge Capel en términos de positivismo/antipositivismo, o que en general opone ciencia a arte. Pero estas oposiciones escondían un entramado mucho más complejo; en realidad, se podría decir que las diferentes escuelas o corrientes o, como los propios geógrafos lo autoconciben, paradigmas, están enfrentados alrededor de las mismas cosas. Esta es la dialéctica de las ciencias humanas y por tanto, interna a la geografía. El conjunto de estas situaciones y estados quedaría expresado en el siguiente cuadro (Fig. 9).

Figura 9. Metodologías α y β en la Geografía (a partir de G. Bueno, 1992)
Figura 9. Metodologías α y β en la Geografía (a partir de G. Bueno, 1992)

Pudiera ser el caso de que la distinción entre los planos α operatorio y β operatorio nos pareciese que no añade ni aporta nada nuevo a la distinción clásica entre ciencias humanas y ciencias naturales o a aquella otra igualmente conocida entre ciencias nomotéticas y ciencias idiográficas. Esto significaría tanto como decir que la división de la geografía física, por una parte, y la geografía humana, por otra, sigue subsistiendo al margen de cómo la conceptuemos. Pero las metodologías α y β operatorias no están dadas a la misma escala que dichas distinciones cuyo carácter ontológico e intencional resulta de aplicar un concepto externo a las ciencias mismas. Es decir, la dicotomía naturaleza/cultura es la que está en la base de este equívoco{194}. Tanto cuando hablamos de un plano α operatorio como de un plano β operatorio y de sus estados y situaciones respectivas en constante equilibrio inestable hay que tener como referencia las ciencias mismas en marcha, porque es la realidad gnoseológica efectiva la que nos pone delante del complejo de operaciones susceptibles de clasificar en dos planos, y, por ende, en dos metodologías operatorias distintas pero dialécticamente vinculadas. Por tanto, lo primero que hay que decir es que de ningún modo se trata de diferentes terminologías (metodologías α, ciencias naturales, ciencias nomotéticas) que se refieran a una misma realidad. Otro tanto, habría que negar a quien atribuye a esta distinción una referencia metodológica, en el sentido según el cual se habría señalado unos sistemas de operaciones dispuestos para que los científicos los usasen de la manera más oportuna. Porque aquí no se trata de ofrecer ningún instrumento dispuesto para utilizar en el camino hacia la meta de la verdad de cada ciencia particular, pues la existencia de las metodologías α o β es algo que se constata in media res y, por consiguiente, tiene, en tanto que distinción, un carácter, gnoseológico.

Así pues, la distinción gnoseológica entre las metodologías α y β operatorias mantiene una distancia con relación a las ciencias particulares proporcional a como estas las mantienen con aquellos términos y objetos sobre las que versan. Este problema entronca con el tema de la normatividad de las teorías gnoseológicas. La teoría del cierre categorial no intenta decir a los geógrafos ni, por supuesto, a ningún otro científico, cómo debe ser su ciencia. El campo de cada ciencia, y en nuestro caso de la geografía, se definirá por referencia a su historia, a los métodos que utiliza, al ámbito de estudio que acote, y a la escala que resulte de la concatenación de todo ello. La teoría del cierre categorial lo que hace es decirle al geógrafo qué es lo que efectivamente está haciendo cuando dice que hace de geógrafo{195}.

6. Final

En esta última parte, nos proponemos realizar una serie de conclusiones respecto a las reflexiones que sobre la geografía hemos esbozado, suponiendo que estas mismas reflexiones no constituyan de alguna manera las conclusiones que queremos extraer. En todo caso, sí cabe señalar como colofón una serie de apreciaciones relacionadas con lo que hemos dicho hasta ahora. Agruparemos estas apreciaciones en dos conjuntos. Por una parte, señalaremos una serie de cuestiones relativas a las ciencias geográficas; en segundo lugar, realizaremos una serie de indicaciones relativas al materialismo filosófico que es el soporte metodológico, por decirlo así, de nuestra –mejor o peor– disertación sobre la geografía.

Desde la perspectiva, pues, de las ciencias geográficas lo que, en primer lugar, hemos de señalar es que este conjunto de morfologías institucionales llamadas geografía se nos presenta como una unidad polémica. Bajo el nombre de geografía se acogen cosas muy distintas: disciplinas que parecen próximas a un cierre operatorio y que, como los propios geógrafos reconocen, viven de espaldas a otras como la geografía humana; estaríamos ante una tendencia centrífuga en términos emic. Los programas escolares y los planes de los estudios universitarios de geografía se esfuerzan a toda costa por encerrar a las disciplinas geográficas en las instituciones escolar y universitaria respectivamente, pero la realidad misma parece imponerse{196}. Así se explica, quizás, que los alumnos que se enfrentan por primera vez con los contenidos de estas materias los vean como extraños por su heterogeneidad o que las ciencias llamadas naturales se conciban, desde la factoría geográfica, como «más dotadas»{197} que las disciplinas propias tanto en utillaje como en operarios o en explicaciones. La estructura constitutiva de las ciencias geográficas relativa a las situaciones α y β es otra fuente de conflicto. Pero esta unidad polémica, que, por otra parte, también es común a otras ciencias, no solo se manifiesta en la situación de inestabilidad relativa a las metodologías α y β operatorias, sino también se observa en el hecho según el cual, cuando en determinados tramos parecen alcanzarse las metodologías características de la situación α resulta que intersectamos con el campo de la sociología, de la economía o de la historia (rerum gestarum), pero no se aprecia la constitución de la buscada ciencia espacial –las leyes del espacio geográfico– a la que todos llaman geografía humana{198}.

En segundo lugar, hemos podido observar cómo los geógrafos tienen determinadas representaciones de su ciencia y de su quehacer. Desde los presupuestos gnoseológicos de la teoría del cierre categorial se recoge esta situación bajo el concepto de filosofía espontánea de los geógrafos. Y, sin duda esto es así, pues determinadas concepciones y presupuestos son manifestaciones del propio contexto de las disciplinas. Ahora bien, los geógrafos, aun cuando hacen de ideólogos, de epistemólogos, de filósofos o incluso de sociólogos de la ciencia creen permanecer en la inmanencia de su campo, es decir, no perciben la escala filosófica en la que se encuentran inmersos. Y esto, mucho menos cuando muchas veces lo que ocurre es que están manejando piezas o fragmentos de sistemas filosóficos de manera ecléctica sin reparar en los compromisos ontológicos, gnoseológicos o epistemológicos que ello supone{199}. De ahí que señalemos que la filosofía de los geógrafos ya no es tan espontánea, porque hemos visto que se disponen a reflexionar sobre la geografía parapetados en balsas filosóficas que provienen de antiguos pecios. Estas filosofías eclécticas de los geógrafos, hasta donde tenemos noticia, no consiguen aclarar la borrosidad conceptual que los envuelve. Podríamos ofrecer numerosos ejemplos de opiniones, y de ejercicios ideológicos, puramente intencionales que dan prueba fehaciente de lo que queremos decir. Probablemente tengamos que ver en esta situación de proliferación de teorías y explicaciones, unas contrarias de otras, la causa por la que algunos geógrafos, apenas sin notarlo, se pasan al campo de la sociología de la ciencia, de la historia de la ciencia o de las ciencias políticas. Les ocurriría a estos geógrafos como a don Quijote, cuando, cruzando el río Ebro, creyéndose en medio de los océanos, y comprobando la falta de base de sus intenciones, no le quedaba más que exclamar: «todo este mundo es máquinas y trazas contrarias unas de otras. Yo no puedo más»{200}.

En tercer lugar, hay que decir que tanto la verificación de la geografía como una unidad polémica como el hecho de la proliferación de determinadas autorrepresentaciones que de su disciplina se tiene desde el gremio geográfico, una unidad polémica que tratan de armonizar utópicamente y unas representaciones que son tomadas como la efectividad de su práctica, nos conducen a la necesidad de una filosofía de la geografía capaz de dar cuenta de tales situaciones de una manera sistemática sin que esta labor de análisis signifique que esa interpretación sea confundida con el ejercicio geográfico inmanente al campo, porque tales interpretaciones son filosóficas. Pero acaso nos sirva no para saber lo que el geógrafo hace sino para saber lo que no hace cuando dice que su hacer es científico y geográfico.

En cuarto lugar, esta filosofía de la geografía habrá de analizar la morfología de las ciencias geográficas hasta donde ello sea posible con la máxima exhaustividad. La filosofía de la ciencia que hemos utilizado es la teoría gnoseológica del cierre categorial. La teoría del cierre categorial ha de ser vista y entendida no tanto desde la perspectiva de la exposición de la misma, perspectiva que siempre tenderá a sustancializarla, sino desde el punto de vista que recogíamos más arriba en las palabras de don Quijote: el de las máquinas y las trazas contrarias unas de otras. Porque ahora, será la dialéctica, atinente a las ciencias, aquella de la que brota el análisis gnoseológico; y, sobre todo, con el fin de que el geógrafo no busque refugio en las heterías sociológicas. Ahora bien, no debe perderse de vista que si el geógrafo transita por los caminos de la gnoseología, habrá de salir del contorno de su paisaje y visitar otros lugares y regiones. Y esto –repetimos– ya no es el campo de la geografía.

Por lo que respecta al materialismo filosófico, señalaremos tan sólo tres cuestiones. En primer lugar, la teoría del cierre categorial se presenta como una teoría ajustada para analizar la dialéctica de las ciencias geográficas. Como hemos visto en la reinterpretación de las cinco dicotomías que nos ofrecía Holt Jensen la teoría del cierre categorial se muestra capaz de dar cuenta bajo una misma sistemática gnoseológica de cuestiones heterogéneas que aparecían agrupadas de forma ecléctica; más por pertenecer o tratar de la Geografía que porque se las estuviera concibiendo desde un mismo sistema. A nuestro juicio, esto es un rasgo característico de la potencia del materialismo filosófico. Independientemente de cuál sea el futuro de las ciencias geográficas la idea de cierre estará dispuesta para la incorporación de nuevas realidades en la medida en que no prefija lo que debe ser la geografía lo cual es una nota distintiva con relación a otros análisis.

En segundo lugar, y en estrecha conexión con lo que acabamos de decir, es interesante señalar que en modo alguno hay que ver la teoría del cierre categorial como una teoría prescriptiva: la teoría del cierre categorial no es una teoría de la ciencia normativa o prescriptiva. No se trata de decir a los geógrafos o a otros científicos por donde deben viajar sino de señalar por donde viajan. Esta es la labor crítica de la filosofía de la ciencia en tanto que parte del factum de las ciencias.

En tercer y último lugar, queremos hacer una precisión terminológica. La filosofía de la ciencia que ejerce la teoría del cierre categorial –lo acabamos de decir– parte del «factum de las ciencias». Esto supone que se trata de analizar no la ciencia deseada o la ciencia buscada, lo que nos remitiría de nuevo a la función normativa o a las intenciones, sino la ciencia encontrada, según aparece con toda su máquinas y sus trazas en marcha.

Refiriéndonos a las ciencias geográficas, el análisis gnoseológico, por tanto, tiene que partir de esas mismas ciencias, atendiendo tanto en sus aspectos intencionales como a los efectivos; reparando en los estudios geográficos propiamente dichos, en su vertiente regional o general, o bien de tipo sectorial o global; en los ensayos teóricos de contenido metodológico, planes y proyectos de carácter político institucional, &c. Reconoceríamos así la pluralidad de materiales relativa a las ciencias geográficas como un hecho dado del que hay que partir. Pero también hay que reconocer la multiplicidad de posibles estudios o aun de las distintas perspectivas de análisis. En cualquier caso, esta distinción de perspectivas de análisis de diferentes disciplinas tiene que hacerse cargo del hecho según el cual las representaciones de estas ciencias no tienen que corresponderse necesariamente con el ejercicio propio de tales ciencias{201}.

Hablar de análisis gnoseológico es solidario de decir análisis de las morfologías institucionales científicas; tal es la escala de la teoría de la ciencia del materialismo filosófico. Pues bien, no debemos confundir el concepto de «factum de las ciencias» con este otro concepto tan en boga en los últimos años que se da en llamar análisis de la «ciencia en acción» defendido por Bruno Latour{202}. Merece la pena detenerse un poco más en este asunto y exponer aquí el ejemplo de análisis sociológico tal como lo realiza Latour en su obra Ciencia en acción.

Como se sabe, Bruno Latour trata de ver cómo actúan los científicos en su «medio ecológico». Para ello, parte del supuesto según el cual existe un gran contraste entre las imágenes que de la ciencia se tiene a un nivel escolar y la realidad política de la «ciencia en acción». Para Latour hay una dicotomía entre ciencia elaborada y ciencia en proceso de elaboración, la cual se nos presentaría como las dos caras del dios Jano. En una cara tendríamos las teorías ya elaboradas, es la cara que contiene «las cajas negras»; la cara, por otra parte, de la seguridad, del conocimiento científico firmemente asentado. En la otra, inevitablemente, nos trasladaríamos al momento en el que las cajas negras aún no están cerradas; los conocimientos fijos y bien establecidos tampoco existen; los científicos dudan, consultan, buscan alianzas, construyen, disponen, rechazan. En esta cara, en las decisiones sobre ciencia y tecnología, interviene un número dispar de conceptos y elementos característicos por su heterogeneidad. Las dos caras de la ciencia, la dos caras de Jano, de que habla Latour mantendrían en realidad dos concepciones contrarias sobre el complejo tecnociencia: mientras que una va a los hechos, la otra los rechaza; para una tal o cual artefacto es eficiente o no, la otra define lo que por eficiencia debe entenderse. Loque para el lado izquierdo son hechos universales y bien conocidos de la ciencia, para el lado derecho se convierte en opiniones poco frecuentes. Habrá que pensar, entonces, en un nuevo método:

«Penetraremos en los hechos y en las máquinas mientras se estén elaborando»{203}

Para abordar la elaboración de los hechos científicos no hay que empezar por el estudio de los productos finales. Hay que seguir la pista de los científicos e ingenieros en los procesos de producción de tales hechos. Cuando hacemos una afirmación de carácter tecnocientífico es seguro que implícitamente está desarrollada conforme a una serie de enunciados que la irán modificando. Modificaciones a las que Bruno Latour denomina «modalidades». Toda afirmación puede realizarse conforme a la manera de «modalidades positivas» (aquellas que apartan a una afirmación de sus condiciones de producción) o «modalidades negativas» (cuando lleva a considerar sus condiciones de producción). El camino de la comprensión de la ciencia está sembrado de modalidades negativas. Las modalidades positivas frenarían toda investigación; pararía toda controversia, que es justamente el caldo de cultivo que interesa para comprender la tecnociencia. Las controversias son ciencia viva, cajas negras sin cerrar; el camino de la ciencia en acción es ir de controversia en controversia. Las controversias entre los actores de la tecnociencia se llevan a cabo siguiendo los modos de la retórica, y, en su crecimiento, nos conducen por vericuetos llenos de tecnicismos. Latour considera el artículo científico como la célula de evaluación de la ciencia en acción. Las discusiones pueden comenzar manejando la cita, y haciendo referencia al argumento de autoridad. Paradójicamente, el argumento de autoridad es rechazado por la ciencia oficial. De nuevo, las dos caras de Jano: se rechaza el argumento de autoridad, por una parte, y se utiliza en las controversias, por la otra. Señala Latour la aparición de una serie de citas rutinarias cuya fuerza argumentativa es prácticamente nula. Otras, en cambio dado que suponen un peligro cierto para la tesis o afirmación defendida, aparecen atenuadas o camufladas. Se puede observar cómo se están siguiendo una serie de reglas para la confección del artículo que en nada empañan la táctica política más rancia:

«Estas reglas son muy simples: son las reglas de la política más antigua. El resultado de esta adaptación de la literatura a las necesidades de texto es notable para los lectores. No sólo quedan impresionados por la cantidad total de referencias; además todas estas referencias están dirigidas a objetivos específicos y se ordenan con un propósito: dar apoyo a la tesis»{204}

Las citas de los artículos responden a la «ley del efecto Mateo» –y suponen «colegios invisibles»– según la cual unos autores aparecerán citados por otros y estos a su vez por los anteriores; las citas se repetirán durante generaciones y generaciones de artículos de modo que los más citados lo seguirán siendo y los menos seguirán con esta misma fortuna. Pero, aparte de las citas, que constituyen una táctica más, los artículos aparecerán con niveles de dificultad cada vez mayores. Si la controversia sigue, el artículo va perdiendo efectividad ante la constancia de las modalidades negativas las cuales se van planteando a los enunciados que se proponen impertérritamente. Se hace necesario dar un salto: hay que ir a las cosas mismas de las que habla el artículo.

Para perseguir a los científicos y tecnólogos en su trabajo hay que entrar con ellos en los laboratorios, de donde –se dice– proviene el artículo. Pero, ¿qué encontramos en el laboratorio?, ¿tendremos respuestas a todas las preguntas que realizábamos al artículo?; en modo alguno. Hemos seguido estrechos y serpenteantes caminos para entrar en un laberinto:

«Pasar del artículo al laboratorio significa pasar de un conjunto de recursos retóricos a uno de nuevos recursos, ideados de forma que proporcionen a los recursos retóricos su herramienta más poderosa: la exposición visual. Pasar de los artículos al laboratorio es pasar de la literatura a formas más intricadas de obtener literatura»{205}

Nos encontramos con un sin fin número de instrumentos que nos permitirán una «visión» de lo que dicen los textos científicos. Los instrumentos son «leídos» por el científico, que recorre el laboratorio acompañándonos como un cicerone, actuando de presentador. Lalucha, que antes describíamos, entre autores de artículos, enzarzados en la controversia, descargando sobre sus contrincantes ráfagas de citas, podemos imaginárnosla, ahora, como lucha entre laboratorio y contralaboratorio. Esta beligerancia acaba procediendo al reclutamiento de aliados. En este contexto, aparece la «palabra fetiche» que tanto unos como otros utilizan sin recato: Naturaleza (realidad). Este estandarte, tan útil para la lucha, sin embargo, aparece como algo inexacto, equívoco, metafísico. La naturaleza ha actuado en la investigación de la tecnociencia como un objeto tapón que, debido a su estatuto metafísico, ha perdido paulatinamente credibilidad: por una parte, la naturaleza nos permite cerrar controversias y, por otra, es el fruto de haberse clausurado las controversias. Una vez cerrada la controversia, la naturaleza es el árbitro decisivo.

Habida cuenta de lo dicho, la imagen de la tecnociencia que nos ofrece Latour es la de una retórica débil que se va fortaleciendo conforme se pertrecha detrás de recursos tales como artículos y laboratorios. En el ínterin, circulan ingentes sumas de dinero. Losproyectos del principio se van cambiando hasta transformarse radicalmente. Así, surgen en la tecnociencia determinados fenómenos de interpretación de intereses y reclutamiento de gentes que Bruno Latour denomina «traducciones». Al principio, en un determinado área de la tecnociencia, surge un proyecto original con unos intereses determinados, pero éste necesita infinidad de apoyos para saltar múltiples obstáculos. Entonces, se van añadiendo aliados, nuevos intereses, &c. &c. Estos añadidos determinan la desviación del proyecto original dando lugar a tantas traducciones como intereses haya en el asunto. La última traducción nos entrega el proyecto original totalmente cambiado. Al final de todo el proceso tenemos las cajas negras cerradas (artefactos o teorías) y las distinguimos entre científicas y tecnológicas, pero no antes. Para ello, han intervenido distintos elementos que se hacen casi incontables: dinero, innovación, argumentos, instrumentos, objetos, &c. &c. Por ello, dice Latour, hay que rechazar la división entre mundo exterior e interior; y no es posible determinar con precisión qué, cómo y cuándo se está dentro o fuera.

El complejo tecnociencia dibuja una trama, una red, que es el secreto de su fuerza y, a la vez, de su debilidad. Esta red elabora una suerte de superestructura que se justifica a sí misma al crear la distinción entre creencias y conocimiento. Con ella se posibilita volver, en todo momento, mediante la palabra «conocimiento», a la caja negra cerrada. El secreto está en el mantenimiento de la «asimetría metodológica». Sellemos este párrafo con las palabras del propio Latour:

«Los geógrafos explicitan la geografía implícita de los nativos; el saber local de los salvajes se convierte en saber universal de los cartógrafos; las creencias ambiguas, inexactas y no fundamentadas de los lugareños, se transforman en conocimiento preciso, seguro y fundamentado»{206}

El programa de Latour, ha dado lugar a una «reacción» en cadena con efectos, sin duda, devastadores, tanto desde un punto de vista epistemológico como desde un punto de vista gnoseológico. Desde luego, hay que valorar sus críticas en la medida en que puedan estar dirigidas contra cierta concepción megárica de la ciencia, pero sus argumentos resultan hipercríticos y autorrefutatorios. Cuando habla de las dos caras del dios Jano, pese a que quiere superar una visión de la ciencia obsoleta, que operaba con los conceptos dentro/fuera de cuño mertoniano, no acaba tampoco de ofrecer una articulación coherentemente estructurada sobre los contenidos «cerrados» de esas mismas ciencias y aquellos que son puramente sociales (pragmáticos). Y ello se debe, a nuestro juicio, a que no tiene una noción clara y distinta de la naturaleza de sus reflexiones. Penetra en el laboratorio «como un etnólogo» pero su equipo de campo carece del instrumental adecuado; de entrada, no hace ninguna distinción entre los contenidos emic y los contenidos etic, lo que le cercena la posibilidad de entender con todo rigor qué está pasando en el laboratorio. Al suponer las teorías de la ciencia y las explicaciones de los propios científicos como retóricas, suspende el juicio gnoseológico y cierra los ojos ante los componentes esenciales de los diferentes campos científicos. Cuando Latour penetra en lo que el llama «caja negra» encuentra que no hay ningún secreto ni misterio –no tiene por qué haber misterios, porque como diría Basilio el pobre, en las bodas de Camacho del Quijote, todo es «industria, industria»-; y, por otra parte, ¿acaso en el eje pragmático de las ciencias, los dialogismos no se dan también a través de secretos?, ¿entones, por qué el asombro de Latour? Lo que ocurre aquí es que Latour se venda los ojos ante la idea de verdad y por tanto ante las identidades sintéticas; repetimos, ante los componentes esenciales de las ciencias.

Y, sin embargo, los tiene constantemente entre las manos: los teoremas. Porque los científicos, desde luego, discuten acaso movidos por hilos de dinero, de intereses, de pasiones (contenidos segundogenéricos) y hablan de las células, de estratos, de fosiles o de determinados componentes de las rocas (contenidos primogenéricos), pero también de teoremas que, cuando, tras los cursos pertinentes, desembocan en verdades, envuelven y neutralizan a los propios científicos (sujetos operatorios). No hay, pues, ninguna caja negra Y esta desconsideración hipercrítica (anarquista) de las teorías no le deja ver que los contenidos terciogenéricos pueden actuar con la misma causalidad que otras materialidades. Y actúan no sólo por la fuerza económica del contralaboratorio (M2) sino por su fuerza probatoria o refutatoria (M3) frente a otros contenidos que ya no podrán ser dichos esenciales (científicos).

Evidentemente, desde la teoría del cierre categorial no se pone en duda el papel de los artículos como componentes del sector dialógico de las ciencias, ni que las estructuras sociales (normativas), que actúan en las ciencias en acción, codeterminen o no la sustancia misma de la ciencia, pero ello no ocurre ex novo sino sobre una simploké de trazos, sociofactos, artefactos y mitos que vienen dados como herencia histórica. Mas, Bruno Latour pasa por encima de estas cuestiones llegando a ejercer una defensa superficial del re1ativismo epistemológico y a la postre a proponer un vacío escepticismo gnoseológico. Estas cuestiones son tan de bulto que no pueden ser asumidas por la teoría del cierre categorial.

Laviana, 29 de agosto de 2012

Notas

{1} Existen numerosas obras que acometen análisis filosóficos sobre las ciencias geográficas («metodológicos», «epistemológicos», &c.), pero su enfoque, sin perjuicio de que reconozcamos un ejercicio gnoseológico en ciertos tramos, no es gnoseológico. El libro de Emilio Murcia (La Geografía en el Sistema de las Ciencias. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1995.), aunque no se reduce a ello, parece querer mantenerse en las líneas de la Teoría General de Sistemas; el libro de Unwin (Tim Unwin, El lugar de la Geografía. Cátedra. Madrid, 1992.) se sitúa explícitamente en las coordenadas de la Teoría Crítica de Habermas).Otros autores, como por ejemplo Yves Lacoste, hablan de «estatuto epistemológico de la geografía» (Yves Lacoste, La Geografía: un arma para la guerra. Anagrama. Barcelona, 1977.). Si desde nuestra perspectiva hablamos de estatuto gnoseológico lo hacemos ya con la intención de guardar las distancias con relación a otras alternativas.

{2} Parece como si la filosofía de la ciencia construyese sus teorías en un apartado mundo celeste sin tener en cuenta el material sobre el que está tratando. Pero desde la teoría del cierre categorial ni siquiera cabe hablar de filosofía de la ciencia al margen de la filosofía que se profese; y ésta enfrentada a sus alternativas. El análisis gnoseológico, por tanto, debe ser concebido atendiendo a las ciencias en marcha, «en acción» –para emplear la expresión de L. Febvre–, a la filosofía espontánea de los científicos (de los geógrafos) y a aquellas otras teorías, gnoseológicas o no, que pretendan reflexionar sobre las ciencias. A este respecto véase Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial. Vol. I_._ Pentalfa. Oviedo, 1992.

{3} Esta parece ser la perspectiva de Alain Reynaud: «La unidad de la geografía es, pues, como hemos visto, un mito el cual procede ante todo de una interpretación etnológica. Lo mismo que para las poblaciones llamadas primitivas «la humanidad cesa en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico o incluso a veces de la aldea», la «tribu» de los geógrafos ha puesto su interés en afirmar su superioridad frente a las otras tribus científicas. Para mostrar mejor su originalidad, los geógrafos utilizan incansablemente los mismos argumentos, a pesar de que sus fundamentos epistemológicos no son muy seguros. Pero ¡qué importa!: en realidad dichos argumentos están con frecuencia destinados más a tranquilizar a los mismos geógrafos que a convencer a los especialistas escépticos o a un público indiferente. Esta autosatisfacción es irritante por su repetición, pero no tiene grandes consecuencias.» (Alain Reynaud, «El mito de la unidad de la Geografía» en Geocrítica, nº 2. Marzo de 1976. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1976, págs. 37-38) Pero también podrían ser interpretadas así las afirmaciones de geógrafos como el mismo David Harvey (Espacios del capital, Akal, Madrid 2007, pág. 248.)

{4} Evidentemente el mapa al que nos podemos referir en un trabajo como este es un mapa concebido a pequeña escala. Sería preciso, pues, complementarlo con mapas de escalas mayores (micrognoseológicos) relativos a partes formales, específicas o generales, pero en todo caso morfológicas. A propósito de la idea de mapa que estamos ejerciendo, véase Gustavo Bueno, «El mapa como institución de lo imposible» en El Catoblepas, número 126, agosto 2012, pág 2.

{5} Francis Bacon, Novum Organum. Orbis. Barcelona 1987, pág. 41.

{6} Francis Bacon, Opus cit, pág. 51. En esta línea podríamos interpretar las palabras de Gustavo Bueno al referirse a la relevancia de la cuestión de la de la distinción y clasificación de las ciencias (Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial. Vol. I_._ Pentalfa. Oviedo, 1992.)

{7} Sobre la distinción entre los planos emic y etic véase Gustavo Bueno, Nosotros y ellos. Ensayo de reconstrucción de la distinción Emic/etic de Pike. Pentalfa. Oviedo, 1990.; también, Pelayo García, Diccionario de filosofía. Pentalfa. Oviedo, 2000.

{8} Las publicaciones en las que se trata estas cuestiones son numerosísimas. Pueden verse, entre otras muchas: Norman J. Graves, La enseñanza de la geografía. Visor. Madrid, 1985.; Horacio Capel, «Institucionalización de la Geografía y estrategias de la comunidad científica de los geógrafos» (I) en Geocrítica, Nº 8. Marzo de 1977. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1977.; Horacio Capel, «Institucionalización de la Geografía y estrategias de la comunidad científica de los geógrafos» (II) en Geocrítica, Nº 9. Mayo de 1977. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1977.; Tim Unwin, El lugar de la Geografía. Cátedra. Madrid, 1992.

{9} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, Vol. I, Pentalfa, Oviedo 1992.

{10} Las palabras de David Harvey ilustran perfectamente lo que queremos decir: «Más crucial, sin embargo, es el poder mediador del imperialismo disciplinario. Los geógrafos debían demostrar que la geografía tenía verdaderamente algo que aportar a la satisfacción de las necesidades y de las prioridades nacionales. Buena parte del debate sobre la naturaleza de la geografía que se produjo en la década de 1960 trató, de hecho, de cómo cumplir mejor ese compromiso tácito. Se trataba de una cuestión de supervivencia, porque las universidades no estaban en absoluto convencidas de la necesidad de invertir en geografía. Teníamos que competir con otras disciplinas y en el proceso nos vimos obligados, si queríamos sobrevivir como colectividad, a abrir un nicho, a establecer un «territorio» específicamente nuestro» (en David Harvey, Espacios del capital. Akal. Madrid, 2007, pág. 45)

{11} Pablo Huerga Melcón, La ciencia en la encrucijada. Pentalfa. Oviedo, 1999. Véase también Evaristo Álvarez Muñoz, «La construcción de la Geología como ciencia: un análisis desde la teoría del cierre categorial». En El Basilisco, Segunda Época, nº 23, Enero-Marzo, 1998, págs. 3-30.

{12} Desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial lo que interesa es analizar las ciencias en marcha en tanto que morfologías institucionales. No ocupa el tiempo del gnoseólogo «justificar» por ningún motivo tal o cual disciplina. Las «justificaciones» de cada científico o comunidad científica particular (de cada gremio) interesan al análisis gnoseológico tanto como las teorías, o las operaciones de los sujetos gnoseológicos. Por esta razón no tendría ningún sentido decir que el análisis gnoseológico se halla preso del «imperialismo disciplinar» si es que tal expresión tiene algún sentido efectivo.

{13} Porque, en efecto, de lo que se trata es de analizar este conjunto de instituciones que aparecen bajo el nombre de Geografía en la medida en que también ellas están siendo interpretadas por otros estudios de la ciencia o por otras teorías gnoseológicas.

{14} Cuando hablamos de metodología, hay que advertir que no todos los geógrafos entienden lo mismo. Schaefer, por ejemplo, entiende la metodología de una manera muy cercana a lo que nosotros denominamos filosofía de la ciencia (filosofía centrada en las instituciones científicas). Véase Fred K. Schaefer, Excepcionalismo en Geografía. EU. Barcelona 1980.

{15} Y no sólo por intereses gremiales –aunque los intereses gremiales estén envueltos por estas cuestiones– sino también porque estamos ante categorías gnoseológicas distintas.

{16} Orlando Ribeiro, Introdu�ao ao estudo da geografía regional. Edi�oes Joao Sá da Costa. Lisboa, 1987.

{17} Rafael Puyol, Geografía Humana. Pirámide. Madrid, 1992, pág. 20.

{18} Alfred Hettnerl, «La naturaleza y los cometidos de la geografía» en Geocrítica, Nº 70. Julio de 1987. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona 1987, pág. 23.

{19} Ibidem.

{20} Véase Gustavo Bueno, Idea de Ciencia desde la Teoría del Cierre Categorial. UIMP. Santander, 1973, pág. 9. También, Yves Lacoste, La Geografía: un arma para la guerra. Anagrama. Barcelona, 1977. Pág 151.

{21} Yves Lacoste, Opus Cit., pág. 91.

{22} Alain Reynaud, «El mito de la unidad de la Geografía» en Geocrítica, nº 2. Marzo de 1976. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1976. El ingenio de Reynaud nos propone a un geógrafo-cocinero aliñando la síntesis en que, se supone, consiste la geografía. La composición de las figuras, a nuestro juicio, tiene un sesgo marcadamente epistemológico (la cuestión del estatuto de la geografía queda en manos del sujeto). La ciencia aparece separada de las ciencias efectivas y, por tanto, sustantivada. Parece querer decirnos que la geografía dependerá del arte del cocinero o de la bondad de su receta.

{23} Horacio Capel, «Factores sociales y desarrollo de la ciencia: el papel de las comunidades científicas» en La geografía hoy. Textos, historia y documentación. Suplementos. Anthropos, nº 43, abril, 1994, pág. 9

{24} Ofrecemos a continuación un breve excurso crítico sobre el concepto de lo interdisciplinario. El concepto de interdisciplinariedad, en el contexto de la dialéctica sobre la unidad y distinción de las ciencias, y especialmente cuando se considera a las ciencias geográficas como ciencias interdisciplinares, plantea más problemas de los que resuelve. En efecto, por de pronto, el hecho según el cual el mismo término nos remite al concepto de disciplina –de ciencia– nos pone ante el primer problema, pues no parece quedar claro a qué escala deberíamos situarnos para interpretar correctamente lo que se quiere decir con interdisciplinariedad. Si, por un lado, lo interdisciplinario –sobre todo su defensa como condición del progreso de las ciencias– suele presentarse como constatación de la porosidad o de la disolución de los límites entre las ciencias, unos límites que entorpecerían el natural desarrollo de las mismas, al dar lugar a compartimentos estancos en la materia universal del saber, por otro, ha de contar con la existencia de círculos de disciplinas entre las que habrían de establecerse determinadas relaciones constitutivas de lo que, pidiendo el principio, se denominaría interdisciplinariedad. A la postre, quienes defienden o utilizan este concepto –acaso sin salirse de definiciones propias de diccionario según las cuales se entendería por interdisciplinariedad o interdisciplinario lo que se realiza con la cooperación de varias disciplinas, sin especificar cuál es la materia en torno a la cual, en rigor, cabe la cooperación- piensan en las disciplinas en tanto que entidades eternas y perfectas, sustancializando las ciencias positivas realmente existentes e históricamente determinadas. Es decir, ni siquiera es posible hablar de saberes interdisciplinarios al margen de una idea de ciencia determinada, a través de la cual se pretenda dar cuenta de la dialéctica entre las ciencias efectivas -de la unidad de cada una y de la distinción entre unas y otras-.

Desde esta perspectiva, la interdisciplinariedad se nos presenta como un concepto oscuro y confuso. El espesor nebuloso responsable de la oscuridad conceptual penetra a través de dos vías. Por un lado, en virtud de la indefinición de la disciplinariedad a la que se añade el término «inter»: ¿a qué disciplina, en concreto, nos estamos refiriendo?, ¿se puede generalizar la interdisciplinariedad a todas las disciplinas? La misma idea de disciplina –o de ciencia- presupuesta está siendo el manantial de esta oscuridad. Por otro, como consecuencia de la indiscriminación entre otra serie de conceptos próximos a éste, como los de multidisciplinariedad y transdisciplinariedad. Los límites entre lo interdisciplinario, lo multidisciplinario y lo transdisciplinario se presentan borrosos. Sánchez Ron, por ejemplo, intenta deslindar la interdisciplinariedad de la transdisciplinariedad, señalando que la primera sería el medio de integrar aspectos de diferentes disciplinas mientras que la transdisciplinariedad trataría de encontrar elementos comunes en diferentes disciplinas (José Manuel Sánchez Ron: La Nueva Ilustración. Ciencia, Tecnología y Humanidades. Nobel. Oviedo, 2011). Sin embargo, a nuestro juicio, la cuestión en modo alguno queda resuelta. Al contrario, parece que se profundiza más en la oscuridad, al suponer que hay aspectos de diferentes disciplinas susceptibles de ser integrados sin aclarar si tal integración es material o formal, cuestión que desvela el nivel de definición al que se establece el concepto de interdisciplinariedad. Otro tanto cabe decir del concepto de transdisciplinariedad, cuando se pretende referirlo al establecimiento de elementos comunes de distintas ciencias. ¿A qué elementos comunes –situados a la escala morfológica de cada categoría específica– nos estamos refiriendo? ¿Qué tienen de común los procesos físico-químicos de formación de lapiaz estudiados desde la geomorfología con los factores presentes en la transición demográfica europea del siglo XVIII estudiados por la geografía de la población? Interdisciplinariedad, multidisciplinariedad y transdisciplinariedad permanecerán envueltos en la oscuridad de una nebulosa ideológica al margen de una idea de ciencia pertinente que nos sirva no ya para contraponerla a las ciencias mismas, cuya marcha y desarrollo dependerá de factores muy diversos y precisos en cada caso (sociofactos, trazos, mitos, &c.), sino para contradistinguirla de otras ideas de ciencia alternativas y, en todo caso, poco adecuadas con relación al desarrollo efectivo de las ciencias realmente existentes; porque no se trata de oponer la filosofía a las ciencias tal como se suele entender equivocadamente, como cuando se habla de las relaciones entre la geografía y la filosofía, tomando el termino filosofía como si fuese un saber dado a la misma escala que las ciencias o las técnicas.

Pero interdisciplinariedad dice también confusión. La misma estructura del término referido a la relación «entre» las disciplinas parece vaciar al concepto de la posibilidad de un dintorno distinto. Porque, aquí, el dintorno quedaría a expensas de los componentes disciplinares integrables susceptibles de relacionarse –la cooperación de varias disciplinas, según acabamos de señalar–. Otra vez, sólo desde una concepción determinada de ciencia es posible establecer el contenido del dintorno al que pudiera referirse lo interdisciplinario, de sus capas y de las configuraciones formales constituidas por los sectores contenidos en sus ejes gnoseológicos. Ahora bien, cuando hablamos de interdisciplinariedad, lo hacemos ya con relación a las capas subjetuales de las ciencias o bien con relación a las capas objetuales. En el primer caso, hablar de interdisciplinariedad es una obviedad, es más, ni siquiera cabría hablar de disciplinas salvo ex post facto, una vez constituido el cierre categorial de una disciplina; en el segundo caso, atendiendo a los componentes objetuales de cada ciencia, difícilmente se podrá hablar de interdisciplinariedad, pues el cierre operado en cada ciencia acaba constituyendo una categoría tras la segregación de todos los objetos y de todas las operaciones impertinentes. Sólo los componentes formalmente científicos con relación a una disciplina podrían ser señalados como disciplinares. La relación que entre dos disciplinas diera lugar a una ciencia nueva dejaría de ser una relación interdisciplinaria para constituir una nueva disciplina como la relación que entre la biología y la química dio lugar a la bioquímica. Pero ámbitos como los constituidos por la medicina, las ciencias de la tierra o la geografía sólo podrían ser denominados interdisciplinares desde la plataforma de las capas subjetuales de las ciencias y en absoluto podrían ser entendidos como ciencias de síntesis o baciyelmos por el estilo.

Detrás del concepto oscuro y confuso de interdisciplinariedad acaso cabría ver las pulsaciones relictales de la doctrina escolástica de la abstracción: la unidad y distinción de las ciencias se resuelve a través de la discriminación entre el objeto formal y el objeto material de las mismas. Es el objeto formal el que acotaría un área de la realidad, constituyendo cada ciencia como una unidad diferente gracias a la abstracción de la materia. Así, podríamos interpretar las palabras de Sánchez Ron para quien «cuando establecemos tantas separaciones en lo que en el fondo es una unidad: la naturaleza y la realidad, incluyendo lo social que nosotros mismos creamos. Y es que la naturaleza es una, no conoce de fronteras, aunque nosotros nos hayamos esforzado en establecerlas, delimitando territorios que hemos bautizado con nombres diversos». Sánchez Ron, como si, espontáneamente, estuviera recuperando la doctrina de la praecissio para interpretar la cristalización de cada ciencia, dirá más adelante: «aunque hayamos parcelado el inmenso territorio de la naturaleza y podamos argumentar que se trata de una división en última instancia artificial, no hay duda de que esas separaciones que hemos impuesto en nuestros estudios del mundo responden a razones justificables y que nos han dado frutos extraordinarios.» (p. 14) Ahora bien, toda vez que se ha llegado a este punto, la propuesta se orienta entonces a recuperar la unidad perdida, a reunir lo que sólo de manera formal había sido separado o cortado: «sostengo que ya hemos atravesado un punto en el que es de los estudios interdisciplinares –aquellos que se esfuerzan por reunir especialidades, por reunir lo que en realidad no está separado- de los que obtendremos más beneficios en nuestras aspiraciones de conocer, comprender y servirnos de la naturaleza.» (p. 15)

Pero la ciencia de lo interdisciplinario es más una ciencia buscada que una ciencia encontrada. La llamada interdisciplinariedad no disuelve las distancias gnoseológicas formales entre las categorías científicas. La defensa que Sánchez Ron hace de lo interdisciplinario –interpretando la filosofía como una ciencia social («La filosofía es otra de las ciencias sociales; una particularmente importante [¡cuánto ha influido la filosofía, y los filósofos, en la historia de la humanidad!].) (p. 284)-, acudiendo para ello a la «vieja propuesta de Sacristán (que otros filósofos rechazaron de plano en su momento)» (p. 287) está configurada a una escala puramente subjetual. Sin embargo, la interacción y la colaboración entre científicos de distintos campos categoriales no es garantía de un saber gnoseológicamente determinado, es decir, como consecuencia de la cristalización de relaciones categoriales que den lugar a una ciencia. Otra cosa es que se pretenda ver componentes comunes a todas las ciencias, con relación a las partes materiales de las distintas categorías que, a su vez, estarían dadas a diferente nivel, pero, cuando hablamos de partes formales de las ciencias difícilmente estaríamos ante saberes interdisciplinarios. Los ejemplos que se puedan extraer de la historia de la ciencia sólo dese una ciencia ya constituida pueden alegarse.

{25} G. Lora-Tamayo D’ocón, «Índice de cincuenta años» en Estudios Geográficos (Volumen aparte) Madrid, 1990

{26} El sumario de este volumen nos divide la obra en cuatro apartados, a saber, índice cronológico, índice de autores, índice geográfico e índice temático. Para nuestro propósito no tienen interés los índices cronológico, de autores y geográfico ya que utilizan criterios más o menos oblicuos a las cuestiones que estamos tratando. Podría decirse lo mismo del índice temático aduciendo que se trata de una «clasificación de biblioteca» y que no persigue más que un orden pragmático para mantener la comunicación fluida –los dialogismos- entre los geógrafos. Pero la cuestión no es ésta, pues, desde nuestra perspectiva, no ponemos en duda que se persiga una mayor fluidez de los canales dialógicos.

{27} Se organiza éste en cuatro grandes apartados: Geografía General, Geografía física, Cosmos y Geografía Humana. El apartado de Geografía General, a su vez, se divide en Geografía Teórica, Geografía Cuantitativa, Geografía Zonal, Metodología General, Documentación General, Cartografía, Práctica de la Geografía, Biografías y Necrologías, Historia de la Ciencia y de los Descubrimientos Geográficos, Geografía Histórica y Toponimia. El de Geografía Física se divide en Paleogeografía, Geomorfología, Edafología, Biogeografía, Climatología, Hidrología y Oceanografía. El denominado Cosmos no tiene ninguna subdivisión interna. El apartado de Geografía Humana se divide en Geografía de la Población, Geografía Social, Comportamiento y Percepción, Modos de Vida, Etnología y Etnografía, Geografía Rural y Agraria, Pesca, Geografía Urbana, Geografía Política, Geografía de la Industria y de la Energía, Geografía de la Distribución y de las Relaciones, Turismo, Medio Ambiente y Ordenación del Territorio y Estudios de Geografía Local. (Se observa en esta clasificación la ausencia de un epígrafe o apartado dedicado a la Geografía Regional. Sin embargo, en realidad, no es así, porque, como muy bien se indica en la presentación, el índice geográfico es el resultado del desglose de un índice anterior (índice de materias). Y, como podemos observar, el índice geográfico no es otro el que engloba aquellos estudios con tratamiento regional.)

{28} Horacio Capel & L. Urteaga, «La Geografía en el Currículum de las ciencias sociales» en Geocrítica, Nº 61. Enero de 1986. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1986.

{29} «Un mapa del mundo desborda, por ello, incluso cuando se le considera desde un punto de vista meramente geográfico, las propias coordenadas geográficas, porque estas han de darse, a su vez, inmersas forzosamente en una maraña de ideas, explícitas o implícitas, al margen de las cuales las propias coordenadas geográficas perderían su significado: ideas relativas a los límites del mundo, al lugar de las tierras y de los cielos representados, ideas sobre la escala que el propio mapa utiliza, e ideas sobre la imposibilidad de que el mapa se represente a sí mismo (un mapa no puede representarse a sí mismo y no ya tanto por motivos gráficos cuanto por motivos lógicos: el mero intento de «representar el mapa en el mapa» abriría un proceso infinito y absurdo)». Gustavo Bueno, ¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial. Pentalfa. Oviedo, 1995, pág. 9

{30} Jorge Luis Borges, «Del rigor en la ciencia» en El hacedor. Obras completas 1941-1960. Vol. II. Círculo de Lectores. Barcelona, 1992

{31} El laberinto, por ejemplo, que aparece ilustrando el artículo de Reynaud («El mito de la unidad de la Geografía» en Geocrítica, Nº 2. Marzo de 1976. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1976.)

{32} El material documental que hemos utilizado esta constituido principalmente por los siguientes manuales: J. Alonso Fernández, J. González Gómez, D. Sánchez Ortega, Geografía. Editex. Madrid, 1998.; J. Estébanez Álvarez, M. Molina Ibáñez, A. García Roldán, L. Utanda, Geografía. Santillana. Madrid, 1997.; E. García Almiñana (Coord.): Geografía 2. ECIR. Valencia, 1999.; J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Geografía de España. Proyecto Ariadna. Ediciones Laberinto. Madrid, 1996.; Mª L. Lázaro Torres, I. Miguel Gerus, C. Pascual Otero, Geografía. McGraw Hill. Madrid, 1997.; Mª C. Muñoz Delgado, Geografía. Anaya. Madrid, 1999.

{33} Mª C. Muñoz Delgado, Geografía. Anaya. Madrid, 1999.

{34} Mª C. Muñoz Delgado, Opus Cit., pág. 6.

{35} J. Alonso Fernández, J. González Gómez, D. Sánchez Ortega, Geografía. Editex. Madrid, 1998.

{36} J. Alonso Fernández, J. González Gómez, D. Sánchez Ortega, Opus Cit., págs. 20-24.

{37} J. Alonso Fernández, J. González Gómez, D. Sánchez Ortega, Opus Cit., pág. 23.

{38} J. Alonso Fernández, J. González Gómez, D. Sánchez Ortega, Opus Cit., págs. 4-5. Aprovechamos esta nota para señalar el hecho según el cual prácticamente todos los manuales de de geografía de España que se utilizan en el bachillerato están estructurados temáticamente siguiendo la división interna de una obra canónica en la geografía española como la Geografía General de España de Manuel de Terán: una parte de geografía física (relieve, ríos, clima, vegetación) y una parte de geografía humana (población, poblamiento, geografía agraria, geografía industrial, &c.). Un esquema muy similar es el que emplea Juan Benet como introducción a su novela Volverás a Región. El esquema de esta geografía general nos recuerda, por su estructura, el esquema de las obras de antropología general según el cual cada lección aparece como un compartimento estanco cuya relación con el resto hay que suponerla.

{39} El organigrama es un fractal de todo el manual. El paisaje es una síntesis de factores naturales y factores humanos. Los autores no reparan en presentar unos desde una perspectiva gnoseológica y otros desde un punto de vista ontológico (geomorfología no es lo mismo que elementos geomorfológicos).

{40} Ibidem.

{41} Nos referimos al esquema que se explicó en la nota 38.

{42} J. Estébanez Álvarez, M. Molina Ibáñez, A. García Roldán, L. Utanda, Geografía. Santillana. Madrid, 1997.

{43} J. Estébanez Álvarez, M. Molina Ibáñez, A. García Roldán, L. Utanda, Opus. Cit, pág.2.

{44} M. Santos, La naturaleza del espacio Ariel Geografía. Barcelona 2000. Según Santos, el espacio geográfico estaría constituido por sistemas de objetos y sistemas de acciones.

{45} J. Estébanez Álvarez, M. Molina Ibáñez, A. García Roldán, L. Utanda, Opus. Cit, pág.7.

{46} Las cursivas son nuestras.

{47} Ver nota 38.

{48} J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Geografía de España. Proyecto Ariadna. Ediciones Laberinto. Madrid, 1996, pág. 14.

{49} J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Opus. cit., págs. 12-27.

{50} J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Opus. cit., págs. 12.

{51} J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Opus. cit., págs. 24.

{52} J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Opus. cit., págs. 18.

{53} Ibidem.

{54} Ibidem.

{55} Ibidem.

{56} J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Opus. cit., págs. 19.

{57} Ibidem.

{58} En este punto debemos señalar que cuando se representa en diagramas las clases Medio Ambiente y Sociedad Humana no se trata de dos clases de términos categoriales geográficos, lo que nos pondría delante de una perspectiva gnoseológica sino que parece remitirnos a la realidad misma.

{59} J. M. García Rol & D. Domené Sánchez, Opus. cit., págs. 19.

{60} Ibidem.

{61} Ibidem.

{62} Ibidem.

{63} Lázaro Torres, Mª L.; Miguel Gerus, I.; Pascual Otero, C.: Geografía. McGraw Hill. Madrid, 1997.

{64} Comienza la presentación del manual con una cita de la Carta Internacional sobre didáctica de la geografía Ugi. Lázaro Torres, Mª L.; Miguel Gerus, I.; Pascual Otero, C.: Opus. cit, pág. 5.

{65} Como si el resto de las ciencias no estuvieran comprometidas con el presente, porque los problemas demográficos no tienen una dimensión geográfica más relevante que política, sociológica, histórica, &c.

{66} Lázaro Torres, Mª L.; Miguel Gerus, I.; Pascual Otero, C.: Opus. cit, pág. 5.

{67} Desde nuestro punto de vista esto resulta incorrecto a tenor de la efectividad de las ciencias. No es esta metáfora la más adecuada.

{68} A. Holt Jensen, Geografía. Historia y conceptos. Vicens-Vives_._ Barcelona, 1992.

{69} El geógrafo David Harvey (David Harvey, Espacios del capital. Akal. Madrid, 2007, pág. 237) interpreta algunas de las líneas que vamos a ofrecer aquí como componentes estructurales de los conocimientos geográficos a través de una representación de los saberes de la geografía claramente epistemológica. Aunque no es este el lugar para un análisis de las ideas gnoseológicas de Harvey, sin embargo, es necesario señalar la oscuridad y confusión de la que, desde nuestra perspectiva, adolecen sus reflexiones.

{70} Horacio Capel, «Factores sociales y desarrollo de la ciencia: el papel de las comunidades científicas» en La geografía hoy. Textos, historia y documentación. Suplementos. Anthropos. Nº 43, abril, 1994, pág. 9

{71} Gustavo Bueno, El papel de la filosofía en el conjunto del saber. Ciencia Nueva (Los complementarios 20).Madrid, 1970.

{72} Desde este punto de vista, cobra toda pertinencia la crítica a los diseños curriculares que el legislador concibe desde supuestos paidocentristas. En efecto, el sistema educativo tiene que enseñar y formar, pero los programas pedagógicos, en la medida en que involucran saberes científicos no pueden quedar diluidos en papillas psicologistas ad hoc orientadas a una enseñanza exclusivamente terminal. Si las ciencias están presentes en el sistema educativo no es por puro capricho o por «conservar» los puestos de trabajo del profesorado sino porque las ciencias están involucradas en la producción de cada sociedad política.

{73} M. Santos, La naturaleza del espacio Ariel Geografía. Barcelona 2000, pág. 16.

{74} Es la concepción del mismo Hetter o de Vidal de la Blache. Adviértase que la noción de región, sobre todo a través del concepto de géneros de vida, parece recortada a una escala muy próxima a la de la noción de cultura de los antropólogos

{75} Pedro Plans (Editor): Introducción a la Geografía General. Eunsa. Pamplona, 1984.

{76} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial. Vol. I_._ Pentalfa. Oviedo, 1992.

{77} Horacio Capel, «Factores sociales y desarrollo de la ciencia: el papel de las comunidades científicas» en La geografía hoy. Textos, historia y documentación. Suplementos. Anthropos. Nº 43, abril, 1994, pág. 9

{78} Sobre el concepto de currículo oculto véase J. Torres, El curriculum oculto. Morata. Madrid, 1991. Réparese en que también habrá que hablar del ‘curriculum oculto’ del curriculum oculto.

{79} Yves Lacoste, Opus Cit.

{80} Tim Unwin, El lugar de la Geografía. Cátedra. Madrid, 1992, pág. 149 Nótese la coincidencia con el diagnóstico de Horacio Capel.

{81} José Ortega Valcarcel, Los horizontes de la geografía. Teoría de la Geografía. Ariel. Barcelona, 2000, pág. 552

{82} Alain Reynaud, «El mito de la unidad de la Geografía» en Geocrítica, Nº 2. Marzo de 1976. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1976, pág. 17.

{83} Horacio Capel, «Positivismo y antipositivismo en la ciencia geográfica. El ejemplo de la geomorfología» en Actas I Congreso de teoría y metodología de las ciencias. Pentalfa. Oviedo 1982, págs. 255-313. Véase también Horacio Capel, Filosofía y ciencia en la geografía contemporánea. Una introducción a la Geografía. Barcanova. Barcelona, 1981.

{84} Tim Unwin, El lugar de la Geografía. Cátedra. Madrid, 1992.

{85} A. Holt Jensen, Geografía. Historia y conceptos. Vicens-Vives_._ Barcelona, 1992.

{86} A. Holt Jensen, Opus cit., pág. 141.

{87} A. Holt Jensen, Opus cit., pág. 142.

{88} A. Holt Jensen, Ibidem.

{89} A. Holt Jensen, Ibidem.

{90} Gustavo Bueno, Televisión apariencia y verdad. Gedisa. Barcelona, 2000, págs. 10-52.

{91} Gustavo Bueno, El individuo en la Historia. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981.

{92} Las ideas que se van a exponer en este epígrafe están inspiradas en la obra de Gustavo Bueno, El Individuo en la Historia, que constituyó el discurso inaugural del curso 1980-1981 en la Universidad de Oviedo (Gustavo Bueno, El individuo en la Historia. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981). Evidentemente aplicaremos este esquema interpretativo hasta donde lo permita la propia polémica en el campo de la geografía.

{93} La expresión lógica de estas cuatro posiciones es presentada por Bueno de la siguiente manera. La primera posición sería A&B; pero, cuando negamos la conjunción ¬ (A&B), obtenemos el trilema (A&¬B) V (¬A&B) V (¬A&¬B), que es equivalente a la negación de la conjunción entre A y B. Cada una de las alternativas del trilema representa respectivamente la posición segunda, tercera y cuarta. Las cuatro posiciones deben ser concebidas como un sistema polémico donde cada una aparece como negación de las otras.

{94} «La cuarta vía, por tanto, viene a negar el significado gnoseológico de la dicotomía aristotélica universal/particular» (Gustavo Bueno, El individuo en la Historia. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981p. 51)

{95} Horacio Capel, Filosofía y ciencia en la Geografía contemporánea. Barcanova. Barcelona, 1981.

{96} Gustavo Bueno, El individuo en la Historia. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981. p. 17-28.

{97} Las ideas expuestas aquí están tomadas de la misma exposición de Gustavo Bueno (véase nota 92). Nos limitamos a exponer las líneas pertinentes para nuestra argumentación con relación a las ciencias geográficas. Respecto a la traslación que hacemos con relación a lo que se dice de las ciencias históricas, es pertinente decir que fundamos nuestro procedimiento en el hecho según el cual son los mismos geógrafos los que vinculan la geografía con la historia. Heródoto, por ejemplo, es puesto en el inicio histórico de la geografía (Tim Unwin, El lugar de la Geografía. Cátedra. Madrid, 1992, págs. 76-77; Horacio Capel & J. L. Urteaga, Las nuevas geografías. Salvat. Barcelona, 1982, págs. 4-5; Emilio Murcia Navarro, La Geografía en el Sistema de las Ciencias. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1995, pág. 31.)

{98} Orlando Ribeiro, Introdu�ao ao estudo da geografía regional. Edi�oes Joao Sá da Costa. Lisboa, 1987, pág. 7

{99} Alfred Hettner, «La naturaleza y los cometidos de la geografía» en Geocrítica, Nº 70. Julio de 1987. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1987, pág.70.

{100} Alfred Hettner, Opus Cit., pág. 71.

{101} Varenio, Geografía General (Edición y estudio introductoria por Horacio Capel Sáez) Ediciones de la Universidad de Barcelona (Segunda Edición). Barcelona, 1980, pág. 92.

{102} Ibidem.

{103} Fred K. Schaefer, Excepcionalismo en Geografía. EU. Barcelona 1980.

{104} Fred K. Schaefer, Opus Cit., pág. 43.

{105} Fred K. Schaefer, Opus Cit., pág. 33.

{106} W. Christaller, «Los lugares centrales del sur de Alemania: Introducción» en Gómez Mendoza, J., Muñoz Jiménez, J., & Ortega Cantero, N.: El pensamiento geográfico, págs. 394-401. Alianza. Madrid, 1982.

{107} W. Christaller, Opus Cit, págs. 396-398.

{108} W. Christaller, Opus Cit., pág. 397.

{109} David Harvey, «La explicación en Geografía. Algunos problemas Generales» en Gómez Mendoza, J., Muñoz Jiménez, J., & Ortega Cantero, N.: El pensamiento geográfico, págs. 421-429. Alianza. Madrid, 1982.

{110} David Harvey, Teorías, leyes y modelos en geografía. Alianza Editorial (AUT). Madrid, 1983, pág. 89.

{111} Gustavo Bueno, El individuo en la Historia. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981, págs. 39-49.

{112} Ibidem.

{113} Alfred Hettnerl, «La naturaleza y los cometidos de la geografía» en Geocrítica, Nº 70. Julio de 1987. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1987, pág. 24

{114} Alfred Hettnerl, Opus Cit., pág. 26.

{115} Alfred Hettnerl, Opus Cit., pág. 30.

{116} Alfred Hettnerl, Opus Cit., pág. 31.

{117} Alfred Hettnerl, Opus Cit., pág. 37.

{118} Alfred Hettnerl, Opus Cit., pág. 38.

{119} Alfred Hettnerl, Opus Cit., pág. 26.

{120} Gustavo Bueno, El individuo en la Historia. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981.

{121} Alfred Hettnerl, Opus Cit., pág. 26

{122} Ibidem

{123} No obstante no debemos olvidar que Vidal de la Blache consideraba a la geografía como una ciencia natural

{124} Vidal de la Blache, citado en Horacio Capel, Filosofía y ciencia en la Geografía contemporánea. Barcanova. Barcelona, 1981, pág. 240.

{125} Gustavo Bueno, «Gnoseología de las ciencias humanas» en Actas I Congreso de teoría y metodología de las ciencias. Pentalfa. Oviedo 1982, págs. 315-347.

{126} Gustavo Bueno, «El cierre categorial aplicado a las ciencias físico-químicas» en Actas I Congreso de teoría y metodología de las ciencias. Pentalfa. Oviedo 1982, págs. 101-175; Teoría del cierre categorial. (5 Vol.). Pentalfa. Oviedo, 1992; ¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial. Pentalfa. Oviedo, 1995.

{127} David Alvargonzález, Ciencia y materialismo cultural. UNED. Madrid, 1989, pág. 146.

{128} A este respecto resulta enormemente esclarecedora la tesis que sobre la geología ha publicado Evaristo Álvarez. Véase Evaristo Álvarez Muñoz, «La construcción de la Geología como ciencia: un análisis desde la teoría del cierre categorial». En El Basilisco, Segunda Época, nº 23,. Enero-Marzo, 1998, págs. 3-30; Filosofía de las ciencias de la tierra. Pentalfa. Oviedo, 2004.

{129} M. Santos, Por una geografía nueva. Espasa-Universidad. Madrid 1990, pág. 20. Adviértase la ambigüedad que se desprende del texto de Santos en virtud de la utilización del término geografía desde dos perspectivas diferentes (ontológica y gnoseológica); acaso sea posible, en comparación con el término historia, darle un cierto sentido. Entre la primera acepción de geografía y la segunda parece mediar la misma distancia que la que existe entre la historia como res gestarum y la historia como res gestae. Así, cuando habla de la geografía en cuando disciplina se refiere a la geografía en cuanto que ciencia. Pero cuando se refiere a la geografía como objeto, ya no habría que tener en cuenta ninguna disciplina o ciencia sino al «territorio» o al «espacio geográfico».

{130} Yves Lacoste, La Geografía: un arma para la guerra. Anagrama. Barcelona, 1977.

{131} Horacio Capel, Geografía Humana y Ciencias Sociales. Una perspectiva histórica. Montesinos. Barcelona, 1987.

{132} El llamado «giro espacial» del que habla Schlögel (En el espacio leemos el tiempo. Siruela. Madrid, 2007.) lo que verdaderamente pone de manifiesto no es la existencia de una disciplina transversal caracterizada por la utilización de mapas y la consideración del espacio geográfico sino el tratamiento del «espacio» por ciencias diferentes según su «propia racionalidad». El mismo Harvey reconoce una gran disparidad de «conocimientos geográficos» (David Harvey, Espacios del capital. Akal. Madrid, 2007.) que tienen en cuenta el punto de vista «espacial» sin que sean específicamente geográficos.

{133} «Lo que distingue a la geografía de sus prolongados antecedentes históricos, como sucede en otros muchos campos de las ciencias modernas, es un rasgo epistemológico esencial. La geografía moderna se constituye a partir de una ruptura epistemológica que la separa de las formas precedentes del conocimiento sobre el espacio.» (J. Ortega Valcarcel, Los horizontes de la geografía. Teoría de la Geografía. Ariel. Barcelona, 2000, págs. 7-8)

{134} Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la Economía Política. La Gaya Ciencia. Barcelona, 1972.

{135} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial. Vol. I_._ Pentalfa. Oviedo, 1992.

{136} Gustavo Bueno, «Todo y parte» en Los cuadernos del Norte, págs. 123-136.Año IX, Nº 50, Julio-Agosto-Septiembre. Oviedo, 1988.

{137} No se debe perder de vista el sesgo etnológico del concepto de géneros de vida. Los géneros de vida pretenden sustituir a otros conceptos elaborados desde disciplinas «afines» como la historia o la antropología. La perspectiva geográfica, intencionalmente, postula un concepto que sintetice la identidad espacial y la social, pero en cierta manera sigue influido –desde un punto de vista lógico– por la idea de cultura en el sentido etnológico: «Así como cada célula en la naturaleza tiene su núcleo, así cada genre de vie tiene su lugar de nacimiento. Pero, como todo organismo vivo, necesita un medio favorable para crecer y ramificarse. Precisamente por eso, la evolución de los genres de vie es una cuestión geográfica. Para comprender las diferencias entre los genres de vie precisamos conocer las diferencias básicas existentes entre los pueblos y los lugares de todo el mundo.» (Vidal de la Blache, citado en A. Buttimer, Sociedad y medio en la tradición geográfica francesa. Oikos Tau. Barcelona, 1980. Pág 70.)

{138} J. Estébanez, Tendencias y problemática actual de la Geografía. Editorial Cincel. Madrid, 1990, pág. 58.

{139} Orlando Ribeiro, Introdu�ao ao estudo da geografía regional. Edi�oes Joao Sá da Costa. Lisboa, 1987. Pár. 7.

{140} Fred K. Schaefer, Excepcionalismo en Geografía. EU. Barcelona 1980, pág. 79.

{141} Fred K. Schaefer, Opus Cit., pág. 78.

{142} Yves Lacoste, La Geografía: un arma para la guerra. Anagrama. Barcelona, 1977, pág 47.

{143} Yves Lacoste, Opus cit, pág. 50.

{144} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial. Vol. I_._ Pentalfa. Oviedo, 1992; ¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial. Pentalfa. Oviedo, 1995.

{145} Fred K. Schaefer, Opus Cit., pág. 30.

{146} Fred K. Schaefer, Opus Cit., pág. 37.

{147} J. Estébanez, Opus Cit., pág. 74.

{148} David Harvey, Teorías, leyes y modelos en geografía. Alianza Editorial (AUT). Madrid, 1983.

{149} Ibídem, pág. 33.

{150} Ibídem, pág. 34.

{151} Ibídem, pág. 34. Las cursivas finales son nuestras.

{152} Todavía en la nueva edición del libro de Capel se dice: «La geografía radical, humanista, o posmoderna coinciden todas ellas en un rechazo de postulados esenciales del positivismo. Estas corrientes han permitido descubrir dimensiones nuevas muy valiosas, pero en algunos aspectos han llegado, tal vez, a su agotamiento.» (Capel, Horacio: Filosofía y ciencia en la Geografía contemporánea. Una introducción a la Geografía. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2012, págs. 11-12)

{153} Max Derruau, Geomorfología. Ariel. Barcelona, 1981, pág. 51.

{154} Ibidem

{155} Una representación análoga a la de Derruau es la de Carl Ritter: «La Tierra es escenario de eventos naturales independientemente del ser humano, aun sin él y antes de él; no pueden haber partido de él las leyes de sus formaciones. Es a ella a quien una ciencia de la Tierra debe interrogar para buscarlas. Hay que observar los monumentos erigidos en ella por la Naturaleza y sus escrituras jeroglíficas, hay que describirlos y descifrar su construcción. Sus superficies, sus abismos, sus alturas tienen que medirse, ordenarse sus formas conforme a sus caracteres esenciales, hay que escuchar a los observadores de todos los tiempos y pueblos y a los pueblos mismos, y entenderlos en lo que proclamaron y en lo que de ella se dio a conocer en ellos y por ellos.» (La cursiva es nuestra); citado en K. Schlögel, En el espacio leemos el tiempo. Siruela. Madrid, 2007, pág. 276. Adviértase la insistencia de Ritter en la eliminación del sujeto («aun sin él y antes de él); también el ejercicio de la distinción entre ciencias comunes a todos los pueblos y ciencias propias de cada pueblo. No obstante el sesgo ontológico permanece como un lastre atado a la noción de objeto de la ciencia.

{156} Y. Fuentes, Iniciación a la meteorología agrícola. MP. Madrid 1996.

{157} R.G. Barry & R. J. Chorley, Atmósfera, tiempo y clima. Omega. Barcelona 1980.

{158} Yves Lacoste, La Geografía: un arma para la guerra. Anagrama. Barcelona 1977.

{159} Yves Lacoste, Opus Cit., pág. 81.

{160} Yves Lacoste, Opus Cit., pág. 122.

{161} Yves Lacoste, Opus Cit., pág. 7.

{162} Gustavo Bueno, «En torno al concepto de ciencias humanas. La distinción entre las metodologías α-operatorias y β-operatorias» en El Basilisco Nº 2, Mayo-Junio, 1978, pág. 35.

{163} Ibidem, pág. 37.

{164} Gustavo Bueno, A. Hidalgo & Carlos Iglesias, Symploké. Jucar, Barcelona 1987.

{165} Puede verse esta interpretación en M. de Terán, L. Sole Sabaris y otros: Geografía general de España. Ariel. Barcelona, 1981.

{166} J. M. Llorente Pinto, «Las penillanuras de Zamora y Salamanca» en Geografía de Castilla y León. Las comarcas tradicionales. Nº 8. Ámbito. Valladolid, 1990, págs. 177-213.

{167} A. Puerto, «La dehesa» en Investigación y ciencia. Octubre de 1997, pág 67.

{168} A. Puerto, Opus Cit., pág. 68.

{169} A. Puerto, Opus Cit., pág. 69.

{170} Christian Pfister, «Fluctuaciones climáticas y cambio histórico: el clima en Europa Central desde el siglo XVIII y su significado para el desarrollo de la población y la agricultura» en Geocrítica, nº 82, Julio, 1989. Ediciones de la Universidad de Barcelona. Barcelona, 1989. 41 págs. En efecto, el propio Pfister concibe (emic) esta dialéctica en términos epistemológicos (pragmáticos): «El naturalista y el historiador tienen perspectivas diferentes respecto a la homogeneidad y a la posibilidad informativa de los datos del medio ambiente. De ahí que tengan conceptos diferentes sobre los cambios climáticos y sobre el material histórico climático.» (p. 7) Pero esta perspectiva epistemológica precisa de una concepción ajustada a la morfología gnoseológica efectivamente ejercitada (etic). Según nuestras premisas, interpretaríamos las expresiones «naturalista» e «historiador» como una forma de aludir, respectivamente, a las metodologías α y β-operatorias de manera implícita.

Christian Pfister ofrece una interpretación sobre las relaciones entre las fluctuaciones climáticas y el cambio histórico según la cual, partiendo del reconocimiento (en el ejercicio) de las operaciones de los sujetos actantes, se regresaría a un marco envolvente «natural» que acabaría segregando toda escala operatoria. El modelo explicativo propuesto por Pfister para interpretar las relaciones entre el clima, la población y la agricultura caería por tanto en la perspectiva de la situación operatoria α1. Pfister intenta explicar el desarrollo de estas relaciones dando cuenta de ciertos mecanismos de concatenación entre los ámbitos clima, población y agricultura, a partir de un modelo que explicaría –según sus palabras– «las relaciones funcionales entre los elementos climáticos y los resultados de las cosechas, los precios agrarios, la aparición de las epidemias y las crisis de subsistencia» (p. 7), en Europa Central, desde el siglo XVI hasta el siglo XIX. Así, Pfister plantea: «Como opción teórica para la integración de elementos del espacio natural, económicos y sociales se ofreció el punto de vista que se había consolidado en el último decenio: el ecológico. Este, relaciona variables meteorológicas con sistemas que engloban magnitudes que mantienen entre ellas una relación de interacción. Como subgrupos pueden delimitarse los sistemas de explotación agraria y los sistemas demográficos. La capacidad de los sistemas agrarios viene determinada por la extensión y la productividad de la superficie aprovechable. Este último aspecto depende del conjunto de las plantas de cultivo sembradas, de su situación en la rotación de cosechas y del potencial de abono disponible, pero también de las características climáticas; además desempeña también un papel la capacidad de compensación de las estrategias habituales, caracterizadas por la preocupación en disminuir el riesgo y las crisis (las existencias, las posibilidades de sustitución, el volumen de importación); por último, también desempeñan un papel las normas vigentes que reglamentan las distribución de recursos escasos en las sociedades afectadas» (p. 26)

Los esquemas gráficos que el propio Christian Pfister introduce involucran términos y operaciones humanas que «desaparecen» en el circuito global de un proceso cuyo sentido gnoseológico –interpretamos– es la eliminación de las operaciones, regresando a una situación operatoria completamente impersonal. El circuito propuesto toma el modelo del ciclo del nitrógeno e incluye como componentes vectoriales de este ciclo tanto a las prácticas ganaderas (pastos, estiércol, &c.) y las agrícolas (sistema de cultivo por «amelgas trienales») como también las instituciones relacionadas con la nutrición o con las «materias fecales». Se supone, además, que, en este circuito, intervienen componentes, acaso escalares, como lo que denomina «importaciones», en relación directa con la población y las operaciones humanas, o las precipitaciones y las temperaturas. Ambos escalares, aun siendo externos al circuito ecológico, quedan incorporados al proceso global. Las operaciones humanas y etológicas sufren entonces un proceso de eliminación gnoseológica en virtud del planteamiento metodológico tomado del ciclo del nitrógeno.

A partir de estos presupuestos, las relaciones se resolverán en tres fases: antes del siglo XVIII, siglos XVIII y XIX y siglo XX. Así, el estadio anterior al siglo XVIII se entendería como un ciclo de radio corto en términos de sistema «bloqueado» (p. 35), por la falta de abono y la dependencia directa del clima, donde el crecimiento demográfico quedaba sometido a las oscilaciones que dependían de las fluctuaciones climáticas. Sin embargo, la novedad de los siglos XVIII y XIX habría tenido que ver con la explotación de las nuevas fuentes de nitrógeno y la utilización de las ya existentes de manera más eficaz. Esto supone una ampliación del radio del circuito posibilitando también el engrosamiento de los flujos del mismo, debilitándose a la vez el papel del escalar clima y reforzándose las «importaciones» (maíz, patata…) o como dice Pfister: «una espiral constantemente en movimiento». Todos estos mecanismos se habrían potenciado con la segunda revolución agraria, en el siglo XX, haciendo prácticamente insignificante el papel de las temperaturas y de las precipitaciones.

Lo que nos inclina a interpretar este modelo dentro de las situaciones operatorias α1 es el hecho según el cual las operaciones parecen quedar eliminadas totalmente en el sistema global del circuito del nitrógeno por una suerte de subsunción según la cual pierden todo significado gnoseológico formal. Hay que contar, desde luego, con las operaciones (ganadería, agricultura) pero estas disuelven todo su sentido β y son eliminadas en beneficio del circuito.

Por último, esta interpretación nos pone en la tesitura de tener que cuestionar la cientificidad (en tanto que ciencia humana) de la geografía desarrollada por Pfister. Si todas las relaciones entre los términos del circuito pueden ser estudiadas y entendidas sin necesidad de progresar desde las operaciones humanas que nos remitan a planes y programas incardinados en las instituciones antropológicas –ya sean de ciclo ampliado o no–, entonces estaríamos en un contexto gnoseológico interpretado emic desde un orden lisológico con relación al orden morfológico que entrañarían de las instituciones antropológicas.

Seguramente, el estudio de Pfister, desde un punto de vista metodológico, resultará muy sugerente e interesante, pero desde un punto de vista gnoseológico es un verdadero campo de pruebas que nos pone ante una dialéctica metodológico-operatoria del máximo interés.

{171} Como venimos afirmando, muy al contrario, estas dicotomías en el fondo están expresando de forma oscura y confusa la dialéctica de las metodologías α y β características de las ciencias humanas.

{172} T. F. Glick, «La nueva geografía» en Suplementos Anthropos. nº 43. Abril 1994, págs. 32-41.

{173} Emilio Murcia, La geografía en el sistema de las ciencias. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1995, págs. 218-220; Berry, B. J. L.: La geografía de los centros de mercado y distribución al por menor. Vicens-Vives. Barcelona 1971.

{174} En esta misma línea, cabría interpretar lo que se ha venido llamando geografía cognitiva, en sentido amplio. También aquí se parte de contextos operatorios β, sean «imágenes mentales», «mapas cognitivos», «atlas cognitivos de lugares geográficos», sea el hervidero humano que representa cualquier ciudad.

En estas corrientes geográficas se partirá, por ejemplo, de la ciudad como medio y teatro en el que se desarrolla la vida social (Constancio de Castro, La geografía en la vida cotidiana. De los mapas cognitivos al perjuicio regional. El Serbal. Barcelona, 1997. 245 págs.). La ciudad se interpretará como el espacio en el que los sujetos actantes operan en el contexto de una serie de referencias (la torre de una iglesia, una plaza, ciertos edificios, &c.). Así, el espacio urbano sería susceptible de analizar en términos de operaciones y de escenarios de operaciones –«conductas de desplazamiento» y «escenarios de comportamiento», respectivamente–; ambos constituirían el hábitat espacial configurador de la vida cotidiana. Los escenarios de comportamiento serán las calles, las plazas, los cruces… En la ciudad, se encontrarían sucesivos escenarios de comportamiento (Beehavioral Seettings) como plataformas en los que encontramos operaciones similares (las mismas conductas) ejecutadas por individuos diferentes. Estos escenarios de comportamiento posibilitarían el «anclaje» de ciertas conductas –acaso ceremonias, aunque ni se especifica ni se distingue– que suponen la plena inserción de los sujetos en el medio urbano («amarrados al escenario geográfico»). Así mismo, existirían determinados lugares con una densidad significativa.

Las operaciones de los individuos suponen desplazamientos (conductas de desplazamiento) y pueden seguir un mismo itinerario como en el caso de los movimientos pendulares (trabajo, escuela, ocio). Hay desplazamientos pendulares que suponen un plan de ejecución lo que nos remitiría al «mapa cognitivo» de quien se desplaza. En todo caso, las operaciones tienen que ver con nuestro cuerpo a lo largo de los distintos ciclos de la vida de una persona.

Lo que interesa dejar claro, desde la perspectiva gnoseológica materialista de la teoría del cierre categorial, es cómo la geografía cognitiva ha de partir de contextos β-operatorios según los cuales son las operaciones de los sujetos temáticos (los individuos que se desplazan por la ciudad) las que se tienen en cuenta. Sea ello dicho sin perjuicio de que el geógrafo priorice esta perspectiva o no en su representación. En el caso que aquí nos atañe, el geógrafo se representará esta perspectiva con un valor axiológico positivo frente a lo que él mismo entiende como cartografía académica («habitar la ciudad frente a fabricar la ciudad»).

Se supone que los sujetos temáticos estudiados o analizados por el sujeto operatorio (¿geógrafo?, ¿psicólogo?) han «interiorizado mentalmente» la realidad exterior, porque necesitan organizar en sus mentes el conocimiento del mundo que les rodea. Este tipo de explicaciones suponen, a nuestro juicio, una dificultad insalvable por parte de la geografía cognitiva. En todo caso, el cognitive map es un resultado en el contexto del ejercicio de las operaciones apotéticas de los sujetos: «Nuestro método consistirá en tomar nota detallada de las conductas observables y utilizar estas conductas como una vía para inferir lo que pasa en el interior de nuestras mentes.» (p. 33) Se supondrá que tales mapas remiten a operaciones propositivas (prolepsis) pero se regresará a la terra incógnita de la mente. La geografía parece reducirse a psicología.

Los individuos desarrollarán patrones de conducta, lo que supone rechazar los comportamientos al azar. Estos patrones de conducta implican a su vez trayectorias ejecutadas en el escenario de la ciudad (operaciones, desplazamientos). El principio gnoseológico básico consistirá en que todo desplazamiento entraña un desplazamiento mental, pero siempre bajo la suposición de que es el desplazamiento efectivo –el desplazamiento sobre la firmeza del asfalto– el que nos remite al desplazamiento mental: «Las trayectorias y movimientos que se inscriben sobre el espacio urbano cotidiano llevan aparejada de antemano una trayectoria mentalmente diseñada. […] Nuestra vida urbana reclama un mapa mental que nos ayude a navegar espacialmente.» (p.41)

Pues bien, como decimos, la cuestión problemática reside en el concepto de cognitive map. Hay –diríamos– una falacia gnoseológica, porque el regressus al mapa mental sólo puede progresar hacia la conducta efectiva si suponemos que ésta parte del mapa mental que, por otra parte, se desconoce. Por tanto, las conductas o trayectorias efectivas no necesitan regresar a ningún mapa mental si carecen de un conjunto de operaciones apotéticas objetivadas ejecutadas con anterioridad. El mapa mental supone autologismos, dialogismos y normas institucionalmente engranados con términos y objetos que se hacen presentes ante el sujeto apotéticamente. En este sentido, el geógrafo estaría en una situación gnoseológica que oscilaría entre los estados β1-I y β1-II, para reconstruir tal mapa, sin necesidad de aludir al mapa mental, el cual se podría entender desde el materialismo gnoseológico en términos de anamnesis y prolepsis.

Las investigaciones de Kevin Lynch y de Stanley Milgram podrían ser pensadas como procesos gnoseológicos según los cuales, partiendo de las operaciones humanas dadas en el contexto urbano, se pretende reconstruir las estructuras formales que están en la base de tales operaciones. Porque serían estas estructuras formales objetivadas (constituidas por sendas, barrios, nodos, bordes o lindes e hitos) aquellos objetos a partir de los cuales podrían ser reconocidos los mapas mentales remitiendo a determinados τοποι urbanos. Kevin Lynch, en tanto que diseñador urbano haría las veces de un sujeto gnoseológico; desde esta perspectiva, la situación gnoseológica es muy inestable, porque, por un lado, la estructura de las relaciones entre el sujeto actante y sujeto gnoseológico, mediadas por mapas cognitivos –pero a la postre mapas reales objetuales–, elaborados por uno o varios sujetos supondría estar en una situación β1-I, por otro, en el contexto del diseño urbano, en el que el sujeto está en pie de igualdad ante los sujetos temáticos nos encontraríamos en una situación β2. La situación β1-I se manifiesta en cierta medida de manera inversa a los campos de la historia o de la arqueología, porque las operaciones pretenden ser construidas desde el orden genético a partir de las operaciones «mentales», es decir, a partir de un mapa mental que sólo se muestra como un objeto fisicalista tras las operaciones recordadas (anamnesis). Solamente, cuando aparece el mapa (negro sobre blanco), cuando lo representamos apotéticamente (aspectualmente) decimos que es el resultado de las operaciones. Pero lo que realmente se reconstruye –y esto lo entendemos estructuralmente cuando estamos ante la morfología aspectual del mapa– no es ningún mapa mental. El sujeto gnoseológico reconstruye el mapa mental, desde luego, a partir de las entrevistas a varios sujetos, y lo reconstruye esencialmente porque tiene en cuenta las operaciones de los sujetos temáticos que, a su vez, recuerdan (anamnesis) las mismas estructuras urbanas que debe recordar el sujetos gnoseológico. Sólo porque en los planes y programas del sujeto entran los planes de la ciudad se pude decir que los sujetos actantes reconstruyen la ciudad.

Ahora bien, una vez que estas metodologías geográficas se interesan por las técnicas estadísticas (técnicas de muestreo aleatorio) para reconstruir las estructuras operatorias, comenzamos a encontrarnos en un estado gnoseológico más próximo a la situación α2-I. Desde esta perspectiva, lo que nos interesa es el proceso según el cual tiene lugar el paso desde los llamados recorridos peatonales, que suponen la preexistencia de un mapa mental, a la construcción de la cartografía que nos pone de manifiesto los mapas cognitivos. A nuestro juicio, lo menos relevante es el «estilo de la búsqueda de datos» –el cuidado del geógrafo cognitivo por la pulcritud de un método de recogida de datos, que evite las influencias del entrevistador o de elementos extraños, tiene un sentido fundamentalmente epistemológico; sin duda, es muy necesario que el tratamiento de los datos dé protagonismo al individuo urbano, pero lo que se plantea desde una perspectiva gnoseológica es otra cosa, ver cómo estos datos presuponen un contexto fenoménico β-operatorio: estamos sin duda ante los saberes que el habitante urbano posee sobre su entorno y que nos remite a una heterogeneidad de fuentes como puedan ser fotografías, documentos pictóricos, crónicas locales o mapas callejeros que, a su vez, nos ponen ante nuevos complejos institucionales. En todo caso, los geógrafos cognitivos parecen querer huir de las estructuras institucionales extrasomáticas (los planos callejeros), aunque se haga hincapié en la preservación de la escala humana. Pues bien, partiendo de los recorridos peatonales de los sujetos temáticos (urbanos), gestados en los «entornos de familiaridad», (contexto β-operatorio) se progresará a situaciones envolventes genéricas, mediante un proceso de tratamiento de la información que habrá de desbordar las operaciones del sujeto temático (análisis de proximidades, matrices de proximidades, relaciones de proximidad), es decir, a una situación α2-I.

Así pues, concluimos diciendo, en primer lugar, que no hay mapa mental y, en segundo lugar, que las polémicas entre los partidarios de la geografía cuantitativa y los defensores de la llamada geografía humanista (de la percepción, cognitiva…) tienen lugar en el contexto de una misma situación operatoria. Por último cabría admitir que esta situación gnoseológica (β1-I) es, a nuestro juicio, morfológica por referencia a la situación α2-I que debería ser entendida como lisológica. En el caso de los mapas psicológicos de Stanley Milgram, nos encontraríamos en una situación próxima a lo que identificamos en Lynch.

{175} David Harvey,Urbanismo y desigualdad social. Siglo XXI. Madrid 1979; Espacios de esperanza. Akal. Madrid, 2003; Espacios del capital. Hacia una geografía crítica. Akal. Madrid. Madrid, 2007.

{176} David Harvey,Urbanismo y desigualdad social. Siglo XXI. Madrid 1979, pág. 26.

{177} Ibidem, pág. 223.

{178} Ibidem, pág. 319.

{179} M. Santos, Por una geografía nueva. Espasa Universidad. Madrid, 1990, pág. 135.

{180} M. Santos, Opus Cit., pág. 138.

{181} Ibidem, pág. 144.

{182} M. Santos, De la totalidad al lugar. Oikos-Tau. Barclona, 1996, pág. 27.

{183} A. Floristán Samanes, España, país de contrastes geográficos. Síntesis. Madrid, 1994.

{184} A. García Bellido, y otros: Resumen histórico del urbanismo en España. IAL. (Tercera Edición) Madrid, 1987, pág. 92.

{185} Véanse, por ejemplo, los trabajos: A. Fernández García, Langreo: industria, población y desarrollo urbano. Ayuntamiento de Langreo. Oviedo, 1980; Guillermo Morales Matos, Industria y espacio urbano en Avilés. Silverio Cañada. Madrid, 1982.

{186} Para una profundización mayor véanse David Alvargonzález, «Problemas en torno al concepto de «ciencias humanas» como ciencias con doble plano operatorio» en El Basilisco (Segunda Época) nº 2 Págs. 51-56; Gustavo Bueno, «Sobre el alcance de una ciencia media» en El Basilisco (Segunda Época) nº 2 Págs. 57-72.

{187} Gustavo Bueno, «Reliquias y relatos: construcción del concepto de historia fenoménica» en El Basilisco nº 1 Págs. 5-16.

{188} M. Santos, De la totalidad al lugar. Oikos-Tau. Barclona, 1996, pág. 52.

{189} Alfred Hettnerl, «La naturaleza y los cometidos de la geografía» en Geocrítica, Nº 70. Julio de 1987. Ediciones Universidad de Barcelona. Barcelona, 1987, pág. 67.

{190} Gustavo Bueno, «Reliquias y relatos: construcción del concepto de historia fenoménica» en El Basilisco nº 1 Págs. 5-16.

{191} Gustavo Bueno, «En torno al concepto de ciencias humanas. La distinción entre las metodologías α-operatorias y β-operatorias» en El Basilisco Nº 2, Mayo-Junio, 1978, pág. 42.

{192} M. Gowdin, El rastreador. El perfil psicogeográfico en la investigación de crímenes en serie. Alba. Barcelona, 2006.

{193} Ibidem, pág. 43.

{194} Gustavo Bueno, Ensayos Materialistas. Taurus. Madrid, 1973.

{195} Podemos encontrar una información más abundante sobre todos estos problemas en Gustavo Bueno, «Gnoseología de las ciencias humanas». Actas del I Congreso de Teoría y Metodología de la Ciencia. Pentalfa. Oviedo, 1982, págs. 315-347; Horacio Capel, «Sobre clasificaciones, paradigmas y cambio conceptual en Geografía» en El Basilisco Nº 11. Noviembre-Diciembre, 1980, págs. 4-12; J. R. Álvarez, «Reduccionismo clasificatorio y tipologías históricas en el pensamiento geográfico» en El Basilisco Nº 12. Enero-Octubre, 1981, págs. 59-68.

{196} Las palabras de Francisco Rodríguez Lestegás son ilustrativas de la percepción emic de esta situación que describimos: «la geografía, al igual que las restantes ciencias sociales, se nos presenta hoy con un carácter multiparadigmático, en el sentido de que, lejos de aceptar un único modelo explicativo e interpretativo, ve cohabitar perdurablemente varias concepciones, discursos y enfoques diferentes, unos complementarios entre sí, pero otros opuestos y radicalmente enfrentados.» (F. Rodríguez Lestegás, La actividad humana y el espacio geográfico. Síntesis. Madrid, 2000, pág. 39.)

{197} Expresión que, como se ve, está siendo planteada desde una perspectiva psicologista o, en todo caso, orientada según un claro sesgo epistemológico.

{198} Un repaso de los trabajos que se publican sobre el concepto paisaje o de las nuevas geografías verifican esta situación multidisciplinar entre las ciencias políticas y la sociología. El llamado «giro espacial» por sí mismo no garantiza la unidad y distinción gnoseológica de una disciplina.

{199} Así, por ejemplo, se acogen a las distinciones dicotómicas (positivismo/antipositivismo, &c.) de que habla Holt Jensen sin reparar en los compromisos ontológicos, gnoseológicos o epistemológicos que ellas entrañan. Parece como si tuviesen una concepción de la filosofía recortada a la escala de las categorías científicas. Pero ni siquiera tomando compromisos filosóficos se está en el mismo plano de las ciencias efectivas (de la geografía efectiva).

{200} Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha. Edición de Francisco Rico. Crítica. Barcelona 2001. Parte II. Cap. XXIX.

{201} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial. Vol. I_._ Pentalfa. Oviedo, 1992; ¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial. Pentalfa. Oviedo, 1995.

{202} Bruno Latour, Ciencia en acción. Labor. Barcelona, 1992.

{203} Bruno Latour, Opus Cit., pág. 13.

{204} Bruno Latour, Opus Cit., pág. 37.

{205} Bruno Latour, Opus Cit., pág. 67.

{206} Bruno Latour, Opus Cit., pág. 206.

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