María Luisa Vargas | Universidad de Guanajuato (original) (raw)

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Papers by María Luisa Vargas

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¡Oh, el futuro del pasado! Modernizar, revolucionar. Pelearnos con lo viejo para crear lo nuevo, ... more ¡Oh, el futuro del pasado! Modernizar, revolucionar. Pelearnos con lo viejo para crear lo nuevo, aquello que renovará la faz de la tierra… de una tierra y de un mundo que francamente nunca nos ha gustado mucho porque siempre lo hemos deseado distinto. La nostalgia del futuro nos invade en este siglo XXI, las utópicas ideas de los científicos y artistas soñadores que hace cien años juraban que si seguíamos al pie de la letra sus propuestas, para estas fechas ya estaríamos más allá del bien y del mal… pero no. No lo logramos. El caso es que en Italia, el paraíso de la buena comida y la apasionada comensalidad, en aquellos tremebundos años en los que entre una guerra mundial y otra, se apostaba por un futuro fuerte y perfecto, la velocidad de las máquinas todopoderosas, la belleza de su acero, su fortaleza, su brillo, su aplastante dominio, inspiraron a los jóvenes futuristas (Filippo Tommaso Marinetti, padre y fundador del movimiento, Giacomo Balla, Umberto Boccioni, Carlo Carrá, Luigi Russolo y Gino Severini, entre otros) a organizar un movimiento de vanguardia que empujara durísimo a la renovación de todos los aspectos de la vida en Italia, empezando por las costumbres más cotidianas. Esta corriente como concepto, ayudó a evolucionar tanto la pintura como la música, la literatura, el teatro, la poesía… y la cocina. Pareció ser que en la cocina, el futurismo fue la revolución más fallida de su tiempo, y es que si algo defendemos hasta la muerte es nuestro derecho a comer como siempre nos ha gustado y Marinetti tuvo el desatino gigantesco de atacar la médula misma de la cocina italiana: la pasta. Si un italiano tiene un corazón amante, una voz potente, una elegancia perfecta es porque su vida gira alrededor de la pasta. Error de cálculo de Marinetti que osó declararla el símbolo decadente de lo reaccionario, acusándola de engordar, embrutecer, engañar en cuanto a su capacidad nutritiva y fomentar la lentitud y el pesimismo del pueblo italiano.

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¡Oh, el futuro del pasado! Modernizar, revolucionar. Pelearnos con lo viejo para crear lo nuevo, ... more ¡Oh, el futuro del pasado! Modernizar, revolucionar. Pelearnos con lo viejo para crear lo nuevo, aquello que renovará la faz de la tierra… de una tierra y de un mundo que francamente nunca nos ha gustado mucho porque siempre lo hemos deseado distinto. La nostalgia del futuro nos invade en este siglo XXI, las utópicas ideas de los científicos y artistas soñadores que hace cien años juraban que si seguíamos al pie de la letra sus propuestas, para estas fechas ya estaríamos más allá del bien y del mal… pero no. No lo logramos. El caso es que en Italia, el paraíso de la buena comida y la apasionada comensalidad, en aquellos tremebundos años en los que entre una guerra mundial y otra, se apostaba por un futuro fuerte y perfecto, la velocidad de las máquinas todopoderosas, la belleza de su acero, su fortaleza, su brillo, su aplastante dominio, inspiraron a los jóvenes futuristas (Filippo Tommaso Marinetti, padre y fundador del movimiento, Giacomo Balla, Umberto Boccioni, Carlo Carrá, Luigi Russolo y Gino Severini, entre otros) a organizar un movimiento de vanguardia que empujara durísimo a la renovación de todos los aspectos de la vida en Italia, empezando por las costumbres más cotidianas. Esta corriente como concepto, ayudó a evolucionar tanto la pintura como la música, la literatura, el teatro, la poesía… y la cocina. Pareció ser que en la cocina, el futurismo fue la revolución más fallida de su tiempo, y es que si algo defendemos hasta la muerte es nuestro derecho a comer como siempre nos ha gustado y Marinetti tuvo el desatino gigantesco de atacar la médula misma de la cocina italiana: la pasta. Si un italiano tiene un corazón amante, una voz potente, una elegancia perfecta es porque su vida gira alrededor de la pasta. Error de cálculo de Marinetti que osó declararla el símbolo decadente de lo reaccionario, acusándola de engordar, embrutecer, engañar en cuanto a su capacidad nutritiva y fomentar la lentitud y el pesimismo del pueblo italiano.