ESCRITURA ENTRER LÍNEAS (original) (raw)
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Escribimos para comunicarnos. Si no escribimos bien, la comunicación tampoco es buena... los otros no pueden entender correctamente lo que queremos decir. Esa es una de las razones por las cuales debemos ESCRIBIR MUY BIEN.
Reflexionar humildemente sobre lo que se ha escrito, vigilar lo que se está diciendo, ponerse, en ambos casos, del lado del lector; del oyente, del interlocutor: en otros países esto es una costumbre técnica ya consolidada. Aquí estamos en el comienzo. Pero hoy tenemos el privilegio de poder hacer de ello una parte importante de las luchas para mejorar las costumbres morales y la vida intelectual de nuestra sociedad". Tulio de Mauro, Guía para el uso de la palabra
LA ESCRITURA A LA INTEMPERIE DEL LENGUAJE EN ENRIQUE LIHN Y GERMAN MARIN
En este artículo, planteamos que las obras El arte de la palabra de Enrique Lihn e Historia de una absolución familiar de German Marín aparecen como expresiones del silencio, según la noción de “escritura del desastre” de Maurice Blanchot, y manifestación de “El pensamiento del afuera”, de acuerdo a la reflexión de Michel Foucault; esto, en el contexto de los acontecimientos políticos ocurridos en Chile a partir del año 1973. Los proyectos narrativos de ambos escritores chilenos describen la cultura oficial, mediatizada por un lenguaje vinculado al poder y, a la vez, presentan la palabra poética del desastre, a través de un lenguaje a la intemperie de la representatividad y que materializa una visión de la realidad censurada.
LA ENCARNACIÓN DE LA ESCRITURA
Llevo mi orgullo sobre mi piel, Mi orgullo siempre ha sido parte de ella Llevo mi fortaleza en mi rostro Proviene de otro tiempo y lugar Te apuesto que no sabes que cada línea Tiene un mensaje par mí ¿Sabías esto?
Escribir mujer, fundar nación. Literatura y política en el Río de la Plata y Nueva Granada (1835-1853), 2020
Al decir de la Dra. Dora Barrancos, prologuista del libro, este es el resultado de una larga investigación efectuada con singular talento y cincelada dedicación. La autora incursiona sobre producciones textuales surgidas a mediados del siglo XIX y que no dudaríamos en señalar como clave para la interpretación de la condición de las mujeres en dos áreas geo sociales bien distintivas de la región sur de América Latina. En efecto, se trata de una comparación de construcciones de diversos géneros literarios, aunque queda subrayada cierta preeminencia del ensayo y la novela, aparecidos en el Río de la Plata y en lo que constituye hoy el territorio de Colombia. Están en foco diversas autorías relevantes que se alojan en el cauce del romanticismo, aunque de modo paradójico pero no sorprendente, como ha sido bastante relevado, hay fugas ostensibles hacia una tentación que resultó inevitable, la forja iluminista. No hay duda de que se trata de una incursión detenida y vigorosa que tendrá efectos polémicos en nuestras comunidades dedicadas a los estudios de las mujeres y de las relaciones de género, y no escapa que esto resulta una previsión imaginada entre los cometidos de este libro. La autora ha encontrado notas comunes en los autores convocados, los rioplatenses (conviene dejar esa nomenclatura como ocurre en este libro) Domingo F. Sarmiento, Juan B. Alberdi, Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre, y los neogranadinos (el modo antecedente de mencionar lo que hoy conocemos como Colombia), José Joaquín Ortiz, Juan José Nieto Gil, Manuel Ancízar, Emiro Kastos (seudónimo de Juan de Dios Restrepo). Se trata de plumas de fuste, en uno y otro lugar estos escritores son figuras expectables, algunos llegaron a presidir sus respectivas naciones. Debe celebrarse el esfuerzo de contextualización histórica que preserva la indagación, la problematización de las circunstancias epocales que atravesaron las naciones de inscripción de los autores seleccionados. Hay un hallazgo en estas investigaciones con relación al cruce de las razas, a la crucialidad de la dialéctica civilización y barbarie cuando la reincidente cuestión iluminista hace un codo para considerar a las mujeres. Seguramente a sabiendas que las reproductoras de nuestros territorios fueron las indígenas, resuena absolutamente menguado el vituperio racial en la pluma de algunos de estos civilizadores. No deja de llamar la atención el cuadro narrativo de Vicente Fidel López que rescata con fruición a la heroína india de su novela. Hay destellos de una reconsideración de la escena paridora que forja la conquista, aunque esté excusada la violencia que le es intrínseca. Otro tanto ocurre con el colombiano Nieto Gil cuya novela reivindica sin tapujos la expresión femenina indígena, aunque la trama no puede esquivar la consideración reparatoria sobre un destino que viene de la mano de la saga conquistadora.