Les "Orientales" de Victor Hugo y el Romancero (original) (raw)
1998, Actas del IV Congreso de la Asociación de Profesores de Filología Francesa, Arturo Delgado (ed.), Las Palmas de Gran Canaria, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Es sorprendente la contundencia con la que Víctor Hugo, adelantándose a Flaubert, afirma que “tout a droit de cité en poésie” (Les Orientales, Préface de l’édition originale, 1992: 577). Esta sentencia es de las que solo se deberían poder escribir sobre mármol, por utilizar la conocida frase de Gautier. En efecto, el hecho de que Yvetot nada tenga que envidiar a Constantinopla, presupone que para los románticos tanto montaba, montaba tanto, el Génesis como el Corán, Esquilo como Shakespeare, un suceso de un periódico como un nombre inusual encontrado en un viejo diccionario: lo único importante era que la obra resultante fuera buena o mala (ibid.); más allá de este campo, la labor del crítico, incurría en una injerencia imperdonable. En otros términos, en enero de 1829, Hugo preparaba lo que había de promulgar catorce meses después en su Préface d’Hernani al tiempo que reincidía –con una ligera variante– en lo que ya anunciara en su Préface de Cromwell catorce meses antes e incluso en su Préface a las Odes et poésies diverses. En efecto, después de encararse con el arbitrario distingo de los géneros literarios, lanzaba una auténtica carga de profundidad contra las habituales reglas: “On ne ruinerait pas moins aisément la prétendue règle des deux unités. Nous disons deux et non trois unités, l’unité d’action ou d’ensemble, la seule vraie et fondée, étant depuis longtemps hors de cause” (1985: 427-428). Era todo ello un movimiento que daba prioridad, como venía haciéndose en gran medida hasta entonces, no ya al tema elegido ni a las razones que lo aconsejaban, sino más bien a la manera de tratarlo. Así, Musset se había permitido elaborar un poema centrado en un musulmán para posteriormente parangonarlo con Don Juan Tenorio, y el mismo Hugo acometía pocos años más tarde la empresa de uno de los mayores contrastes que se puedan imaginar: el grotesco Quasimodo protegiendo a su amada Esmeralda.