El inicio de la novela anticlerical (original) (raw)

Lo que entendemos por historia de la literatura no se hace por sí misma. No crece, como si de un árbol se tratara, gracias al tiempo y a las fuerzas de la naturaleza en la que se integra. Verdad es que puede el jardinero domeñar y dirigir el crecimiento del árbol, pero es la excepción y, en cualquier caso, el caminante acabará siempre por descubrirlo, más o menos escondido, durante alguno de sus paseos. El jardín, mientras existe, está al alcance del posible curioso, no suele ser necesario que alguien conduzca de la mano para encontrarlo. Y la mirada del hombre poco influye en el árbol. Pero sí influye nuestra visión para que los textos literarios existan. Para que las generaciones que nos sigan los conozcan. Somos los lectores quienes hacemos la historia literaria, incluso quienes la inventamos. Efectuamos una selección en virtud de nuestros propios gustos o intereses. Obligamos a los que nos sucedan a leer o dejar de leer determinada obra literaria. Elaboramos un «corpus», a partir del canon que fijamos. Así, la generación modernista española inventó, de alguna forma, la literatura del siglo XIX, destacando autores, sumiendo a otros en el olvido y condenando a los restantes a un perenne juicio contrario. La obra ingente y, por muchos motivos admirable, de Marcelino Menéndez Pelayo tiene como principal defecto el de haber establecido, precisamente, las líneas maestras del corpus de autores y obras de la literatura española, resultando muy difícil ignorar a alguno de los que cita o incluir con éxito a uno de los que ignoró. Sin embargo, es importante volver a los libros olvidados, buscar en ellos lo que, impelidos por la moda o la defensa de determinadas posiciones éticas o estéticas, los historiadores y los críticos anteriores no supieron ver. Sabemos que nuestro interés estará también guiado por las preocupaciones contemporáneas y las nuestras particulares, pero ser conscientes de ello, estar convencidos de que la verdad no es absoluta ni inamovible, ya es un primer paso para, al menos, intentar huir de un juicio impositivo. No pretendemos otra cosa sino la comprensión de la historia y, por ende, la comprensión de nosotros mismos.