Letras ajenas, ensayos literarios (original) (raw)
El pensamiento de la lectura Letras ajenas insiste, desde el título, en privilegiar la voz de los textos. El ensayista quiere menos imponer el ruido de su propia opinión que escuchar la lengua de los libros. Esto constituye una ética del lector ciertamente polémica. Por un lado, significa la confianza en la figura del Autor que cifra una suerte de verdad propia en las decisiones formales presentadas en su Obra. Por otro lado, exige la labor del lector o la lectora (académica, creativa) que acumula la experiencia necesaria para conversar con los textos. Me llama la atención que sea posible sostener de manera productiva estas dos premisas en un momento en que, dentro de los estudios literarios, pareciera haber un acuerdo establecido acerca de la muerte del autor y el desplazamiento de la autoridad del lector en el campo de la cultura. Humberto Jarrín B. lanza una pregunta por el sentido de la lectura que no busca situarse más allá o más acá de tales premisas. Prefiere, por el contrario, dar cuenta del periplo personal del lector expuesto a lo largo de su vida a cambios de paradigmas en las formas de leer una obra literaria. Los ensayos de este libro se fijan en las trampas sembradas en los textos literarios y, más que desentrañarlas, el ensayista se detiene en el sentido de los efectos de lectura y su relación con la poética de los escritores y las escritoras. Como si el libro que tenemos al frente recogiera, desde la perspectiva del lector, interrogantes propios de la creación literaria en las últimas décadas: ¿para qué molestarse en la escucha atenta de los libros cuando la literatura ha perdido relevancia social?, ¿para qué plantearse hablar de libros, o de cómo están escritos, en el contexto de la universidad colombiana dominada en cambio por la búsqueda de la excelencia, la innovación y la rentabilidad? | 11 Presentación Los seres humanos y los libros establecen relaciones diversas, unas conforme al ideal que nos hemos fijado, pero también, a veces, extrañas, ajenas incluso a los propósitos que cada quien busca previamente con cierta consciente intención. Con los libros de literatura estas relaciones se experimentan de manera mucho más perspicaz y asombrosa. A nuestro modo de ver, y ello es verificable en cada época, estas relaciones son de tres tipos, incluso una cuarta, y hasta quizá una quinta. La primera se corresponde con aquellos libros que de antemano nos serán dados, con los que siempre hemos de tropezar, aunque no lo queramos, amores predestinados. Los clásicos podrían ocupar perfectamente este lugar. Aunque nunca hayamos leído El Quijote, o Cien años de soledad, ellos estarán allí, sabremos de su existencia, irrumpirán en nuestra memoria y en nuestro cuerpo de saberes, hasta creeremos que los hemos leído y que podemos hablar algo de ellos, de sus temas, sus personajes, de lo que significan más allá de sí mismos. Casi que por un proceso de ósmosis cultural se nos meten en nuestro ser. Un segundo tipo de relación entre los hombres y los libros son aquellos que el azar o cierto milagro construido teje para que algún día, en el lugar y tiempo menos pensado, sus destinos coincidan; casi paralelos a estos, están aquellas obras que buscamos, perseguimos, hasta que un día nuestras pesquisas, sabuesos literarios, nos permitan que acariciemos su lomo, mientras sus hojas y nuestros ojos aspean un saludo por la coincidencia feliz.