Violencia urbana y paz regia: el fin de la época medieval en Toledo (1422-1522) / Urban Violence and King´s Peace: the End of Medieval Era in Toledo (1454-1522) (original) (raw)
Violencia urbana y paz regia: el fin de la época medieval en Toledo (1422-1522) / Urban Violence and King´s Peace: the End of Medieval Era in Toledo (1422-1522), 2006
Abstract
LINK DE CONSULTA DE LA TESIS DOCTORAL EN EL REPOSITORIO DE LA UCLM: https://ruidera.uclm.es/xmlui/handle/10578/30685 En Castilla a lo largo de la baja Edad Media, desde el reinado de Alfonso X hasta la revuelta de los comuneros, se difunde un mensaje que aboga por garantizar el paçífico estado de las distintas ciudades, villas y lugares. Se trata de un mensaje que, más allá de su aparente sencillez, por su relación con la justicia y por sus connotaciones teológicas, guardaba una riqueza superior a la de otros argumentos difundidos desde la corte sobre los súbditos. Es un mensaje que, además, parece recurrente, pues cuando se gobierna, cuando se ejecuta la justicia, sea en el nivel sociopolítico que sea, se toma como fundamento último, pero se incide de una forma especial en él en la medida en que más se necesita, cuando más falta hace. Por ejemplo, en momentos en los que la violencia existente en las ciudades resulta imposible de controlar; cuando los dirigentes de las mismas son desobedecidos; cuando los oligarcas sacan sus grupos armados a las calles para cometer sus atentados; cuando los enfrentamientos sociales por causas políticas, económicas o religiosas se radicalizan... En definitiva, cuando se cuestiona la soberanía regia. Durante el turbulento siglo XV que vive Castilla estas ideas cobran enorme importancia. Los nobles y las comunidades urbanas (en este caso en las reuniones de Cortes) nunca dejarán de recordar a los monarcas cuál era su misión, al tiempo que éstos apelaban al mantenimiento de una paz que no parecían capaces de imponer, fuese porque no era la paz que se necesitaba, fuese porque no era la paz que requerían los hombres poderosos que, de facto, controlaban el gobierno de Castilla, o fuese por simple impotencia. En todo caso, Juan II y Enrique IV nunca dejaron de pedir que se mantuviera la pas e sosyego, y casi siempre fue en vano. También los dirigentes de las distintas ciudades, villas y lugares, y las clases altas en general, deseaban que la paz reinase, pero apenas tuvieron éxito. El común, de la misma forma, pedía, a veces de un modo angustioso, que se amparara la paz, porque de lo contrario él iba a ser el peor parado (a la falta de paz le acompañaba siempre un contexto de tensión social, política y económica que causaba estragos entre los más débiles). Todos pedían lo mismo, entonces, que la paz reinase, pero ninguno tuvo éxito; al menos un éxito absoluto y duradero. Las ideas que defendían el mantenimiento de una sociedad pacífica, en la que las leyes reinasen, fueron enarboladas tanto por los poderes establecidos (monarquía, Iglesia, ayuntamientos, etc.), para salvaguardar la estabilidad social, como por los más pobres que, sumidos en la impotencia, clamaban justicia frente a los que para ellos eran sus enemigos. Los conceptos que manejaban el común, la oligarquía y la realeza eran los mismos: pas e sosyego, tranquilidad, concordia, bien común, unidad... Palabras que expresaban, a primera vista, ideales fácilmente asumibles por todas las personas. El problema residía en su materialización. Para los monarcas la paz era una “paz regia”, es decir, un estado pacífico en todos los aspectos, en el que se garantizase, siempre, el desarrollo del poderío que ostentaban. Los reyes acudían a una sencilla ecuación a la hora de defender esto: si Dios les ordenaba que mantuviesen en su pueblo la paz, en tanto que ésta era lo mejor para la vida, y, por ello, lo que teóricamente el “pueblo” anhelaba, su poderío debía resultar absoluto, para cumplir con su misión, porque así lo dictaba Dios, y porque así lo quería la mayor parte de las personas. Tener una responsabilidad absoluta sobre éstas implicaba para los reyes albergar un poderío absoluto. En otras palabras, el sustento de la paz venía a conceder legitimidad a los monarcas en su defensa del absolutismo (o, al menos, de un modo de actuar autoritario), de su derecho a ir más allá de las leyes en todas las cuestiones, imponiendo sus posturas, sin que poder temporal alguno pudiera impedirlo. Para los reyes la defensa de la paz y el aumento de su dominio iban de la mano. En manera alguna pensaban así los nobles y los oligarcas de las distintas urbes. Al contrario. Para ellos la paz era un estado paçífico en todos los asuntos que les permitiera continuar siendo el grupo política, económica y socialmente más poderoso; y que, de ser posible, además les permitiera ir aumentando su poderío de forma irremediable, aunque sin prisas. Los oligarcas no pensaban, ni mucho menos, que la paz implicase un poderío de los reyes absoluto. Para ellos la paz sólo se garantizaría si el monarca estaba sometido a la ley, como los otros súbditos. Su poder debería estar limitado por las normas legales. De no ser así, afirmaban, el rey podría convertirse en un tirano. Que el poderío regio fuese restringido por las leyes era tan necesario, en opinión de los poderosos, como la propia existencia de la paz... Con ello, los nobles y los oligarcas urbanos (en realidad se trata del mismo grupo social) buscaban dos cosas: primero, que el rey acabara convirtiéndose en un primus inter pares entre ellos, con un poderío no mucho mayor, de hecho, que el de la nobleza; y segundo, que el poder regio estuviese bajo el control de los poderosos, es decir, de la señalada nobleza, de la Iglesia y de las principales ciudades y villas, pues ellas se encargaban de gestionar la legislación, a la que el rey tenía que someterse, en las reuniones de Cortes.