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He intentado en este ensayo volar en círculos sobre la cuestión de lo institucional en el arte, sin intentar una historia de las prácticas etiquetadas como Crítica Institucional, sino usando la historiografía de las mismas como punto de partida para estudiar algunos ejemplos de prácticas artísticas cuya relación con lo institucional, sea su tradición académica o su antigua complejidad, su evidencia, señala algunos de los principales ejes y temas del imperativo político del arte actual. Publicado en la revista Museo del Museo de Are Contemporáneo de Montevideo, Vol. 3, N. 1, enero-junio de 2016.

Abstract* La distinción tradicional entre responsabilidad por culpa y responsabilidad objetiva atribuye a la primera la infracción de un deber de precaución. Sin embargo, el incumplimiento de un deber de cuidado no es, como se verá a continuación, un requisito exclusivo de la responsabilidad por negligencia, pues los criterios de imputación objetiva, que se aplican en todo juicio de responsabilidad, trasladan ese requisito a muchos sectores regidos por la denominada responsabilidad sin culpa u objetiva.

En una investigación sobre los mecanismos discursivos de la participación política en Facebook (Acosta & Maya, 2012) y que sirve de antecedente a este capítulo, las autoras hacíamos referencia a los modos de apropiación que propician las redes sociales. Entre estos, la participación social y política desde la micropolítica, fue abordado en el sentido de una acción que comporta una doble naturaleza: por un lado moviliza posibilidades de cambios sociales, y en esa medida puede ser emancipatoria, pero por el otro también abre paso a un ejercicio inédito del poder y del control, en el que la manipulación ideológica puede ejercerse mediante mecanismos evidentes y explícitos tanto como sutiles, pero no por ello menos contundentes. Esta segunda deriva, la de la manipulación en el ámbito de la virtualidad, parece reciclar los postulados y las estrategias básicas de la propaganda política, a través de una subjetividad específica que en su momento denominamos: agitador .

Las mayorías mandan en democracia. Sin embargo, existen mecanismos constitucionales para conducir y acotar los poderes de esa mayoría. La reactividad del sistema ante la falta de sustento popular a favor de un gobierno. Los ejemplos no son pocos (Nicolas Maduro en Venezuela, Mohamed Morsi en Egipto, Tayyip Erdogan en Turquía o incluso Beppe Grillo en Italia). Los descontentos populares parecen encontrar diferentes vías sustantivas para alzar la voz y cambiar la política del actual gobierno. Estos cambios se agudizan según se trate del régimen presidencial que del parlamentario. La responsabilidad política encuentra salidas fulminantes ante la falta de legitimidad de los gobiernos emanados del sistema parlamentario. Pero esa clase de responsabilidad es casi imposible de hacer efectiva en términos del sistema presidencial. Los italianos construyeron la noción de indirizzo para explicar la solidez o debilidad de la conducción de esas atribuciones gubernamentales. Y declinaron una parte de sus alcances a referir a la conducción (constitucional) que efectúan los tribunales constitucionales frente a las atribuciones del gobierno (léase, de la mayoría). Acaso este concepto pueda ayudarnos en Latinoamérica a encontrar formas de responsabilizar a nuestros gobernantes.

En Argentina, desde la primera mitad del siglo XIX, entre los autores de la Generación del 37 y el poder político (Rosas) se urdió un entramado de relatos que definieron el futuro literario y político del país. A partir del concepto de conspiración o complot, de un bando y otro, fueron artículándose una serie de relatos cuya permanencia llega hasta nuestros días. De Echeverría a Piglia, pasando por Sarmiento, Arlt, Borges y Walsh, entre otros, los escritores argentinos han vuelto una y otra vez al tema de la conspiración. Pero también lo ha hecho el poder político: Piglia sostiene que "el Estado es también una máquina de hacer creer". Por eso, es interesante preguntarse: ¿quién construye el relato? Las tramas conspirativas y los conspiradores, ¿no son, acaso, también, producto del relato estatal? ¿O viceversa?